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El lenguaje jurídico de 1812: antecedentes y su repercusión en América. Mª Teresa García Godoy. Universidad de Granada. I) Introducción El “doceañismo” en las periodizaciones del español. La correlación entre cambios históricos y cambios lingüísticos constituye un elemento clave para explicar la evolución de la lengua en general y del léxico en particular. Especialmente, los lingüistas acuden a este vínculo de lengua e historia a la hora de establecer los distintos ciclos evolutivos de una lengua. Por este motivo, en las periodizaciones del español se adoptan las divisiones clásicas de la historia de España y, para el establecimiento de cada período, se acude a hechos cuya relevancia histórica es de tal magnitud que deja huellas significativas en el plano lingüístico. En esta perspectiva, podemos preguntarnos ¿qué importancia tiene el primer constitucionalismo hispánico en la historia externa del español? ¿cuál es el peso de este hecho histórico singular en las periodizaciones de nuestra lengua? La respuesta a estas dos preguntas puede llevarnos a una aparente contradicción: la llegada del régimen representativo al mundo hispánico es un hecho histórico de primer orden con consecuencias lingüísticas de gran calado, pero estos hechos cruciales tienen un discretísimo reflejo en las historias externas del español. Aunque, a decir verdad, los transcendentales sucesos históricos que se inician en el Cádiz de las Cortes sí han gravitado en algunos estudios sobre la periodización del español. Para la historia del español en América, se acude a la repercusión del doceañismo en los antiguos virreinatos y capitanías generales, y se delimitan dos etapas: la colonial y la independiente, cuya frontera se sitúa en el quicio de los siglos XVIII y XIX. Recientes estudios sobre el español peninsular moderno confirman que, más allá de los hechos de historia externa, es posible advertir un subperíodo en la diacronía del español bautizado como “primer español moderno” (h. 1675‐1825) . En esta etapa, nuestra lengua presenta un estadio de transición, habida cuenta de que elementos caracterizadores del español clásico coexisten con estructuras que preludian el español moderno. Ese lapso se cierra con la inauguración del parlamentarismo en lengua española, en cuyo contexto se elaboran las primeras leyes constitucionales. En este trabajo me propongo ilustrar cómo el lenguaje jurídico doceañista, en general, y el léxico, muy en particular, presenta ese estadio de transición en el que junto al mantenimiento de estructuras clásicas muy arraigadas en el ámbito jurídico y administrativo, se abre paso un nuevo caudal léxico que preludia el español moderno. ‐ Las ideas lingüísticas en los primeros congresos constituyentes hispánicos. La implantación de un nuevo sistema de hacer leyes que deben regir en todo el dominio del español se acompaña de un intenso debate de reflexión lingüística: la revolución jurídica es también una revolución léxica. En ambas partes del Atlántico se expresan juicios sobre las alteraciones que está experimentando la lengua de las leyes y de la vida pública, en los primeros años del XIX. La pertinencia de la nueva nomenclatura se discute, principalmente, en la multitud de periódicos que ven la luz en estos años, merced al decreto de libertad de imprenta. Algunos vocablos de moda se difunden con eficacia en la naciente prensa, pero su uso genera actitudes de rechazo en los sectores ideológicos antirreformistas y en los hablantes que defienden el casticismo lingüístico de la jurisdicción hispánica. La batalla léxica que se libra en las prensa se traslada, incluso, a los congresos constituyentes: los primeros Padres de la Patria expresan con frecuencia su preocupación por la pertinencia de mantener o cambiar determinados elementos del lenguaje jurídico y administrativo. En las disputas doceañistas sobre la nueva lengua de las leyes subyacen las ideas lingüísticas ilustradas sobre el ideal de “lengua docta y erudita” y el papel que en ella desempeñan los términos de nuevo cuño. Las ideas dieciochescas sobre las “excelencias de una lengua” en los diversos campos de la moderna ciencia gravitan en los redactores de las primeras leyes constitucionales. Un ejemplo paradigmático lo encontramos en Antonio de Capmany, uno de los principales filólogos de la Ilustración que intervendrá como diputado en las Cortes de Cádiz. II. El lenguaje doceañista en la diacronía del español jurídico: antecedentes. Al tiempo que los doceañistas aplauden la renovación conceptual acometida por los juristas franceses e ingleses, también manifiestan su empeño por mantenerse fieles a las raíces jurídicas hispánicas. Esta postura se verá reflejada en el plano lingüístico: junto al mantenimiento de ciertos rasgos medievalizantes del español jurídico se patrocina la renovación léxica acometida por los novatores. De entre los aspectos de la lengua doceañista que suponen la perpetuación del estilo jurídico heredado, descuellan dos: la sacralización del lenguaje y la codificación de las cortesías lingüísticas en la vida pública. En lo que atañe a la herencia del léxico ilustrado, las primeras leyes constitucionales hispánicas reflejan el arraigo de los neologismos acuñados por los “novatores”: felicidad, ilustración, prejuicio, preocupación son palabras clave del ideario ilustrado que proliferan en las primeras asambleas constituyentes hispánicas. Probablemente, lo más significativo del empleo de estas voces en el español de principios del XIX es que adquieren nuevos matices políticos, en contraste con el significado lato con el que circulaban en las generaciones precedentes. Veamos este proceso de especialización semántica con la palabra felicidad, término omnipresente en las primeras Cartas Magnas redactadas en español. La felicidad es la idea rectora del programa de la Ilustración. Los novadores privilegian su uso y hablan, por primera vez, de la felicidad en términos políticos, económicos y sociales. Los liberales heredan la euforia setecentista por la voz felicidad y precisan su contenido político. Para los ilustrados el contenido político de la voz felicidad es ambiguo, toda vez que puede identificarse tanto con la voluntad de un monarca ilustrado, como con la voluntad popular. Para los constitucionalistas del XIX, la felicidad se identifica con la soberanía nacional y con el goce de los Derechos del Hombre. Otra de las voces representativas de la mentalidad ilustrada es civilización, cuyo arraigo en el español de principios del XIX presenta diferencias diatópicas. Civilización es una voz que se usa con profusión en la Cámara gaditana y, por el contrario, se elude en los textos independentistas de algunas regiones hispanoamericanas como la colombiana, la mejicana o la peruana. Como había ocurrido con otras voces de la herencia ilustrada, la palabra civilización se había politizado enormemente y algunos líderes independentistas ultramarinos empleaban el término muy cautelosamente. El uso de civilización contrapuesto a barbarie había adquirido un carácter polémico en las sesiones doceañistas en las que se debatía el derecho a mayor representación política de la metrópoli, respecto de las colonias, apoyándose en el argumento de que los españoles europeos constituían una sociedad civilizada, mientras que los españoles ultramarinos todavía eran una sociedad por civilizar. La enconada discusión que los diputados peninsulares y los ultramarinos mantienen en este punto nos permite comprobar que, a principios del XIX, la palabra civilización conserva la ambivalencia semántica con la que había comenzado a utilizarse en nuestro idioma, habida cuenta de que designa tanto el progreso material, como el espiritual alcanzado por un grupo humano. Para los doceañistas que hablan de civilización con referencia a la América española este vocablo no designa solo el grado de desarrollo tecnológico alcanzado por esta sociedad, sino que encierra fuertes resonancias culturales; así, cuando los representantes americanos instan a los españoles a que enumeren cuáles son las señas de los que ellos llaman civilización los peninsulares indican las siguientes: hablar la lengua “castellana”, abrazar la religión católica, vestir al modo español; por el contrario, signos inequívocos de barbarie y embrutecimiento son para los diputados de la metrópoli, la desnudez de algunos aborígenes americanos, el empleo de lenguas prehispánicas, la idolatría, etc. III. La neología en los orígenes del parlamentarismo hispánico: breve caracterización. La nueva lengua en la que se expresan las primeras leyes constitucionales hispánicas evidencia los procesos léxicos que habitualmente se activan para la acuñación de los llamados léxicos de especialidad. En el dominio de la neología interna, se acude a dos mecanismos fundamentales: a) el desarrollo de las familias léxicas del fondo patrimonial: nuevos vástagos, concebidos con los diversos procedimientos de creación léxica b) la adición de nuevas acepciones al léxico heredado mediante diversos recursos: ‐actualización del contenido de voces históricas (Cortes, juntas, constitución), ‐generación de nuevos valores semánticos de índole metafórica o metonímica (cabecilla, cuerpo político, emancipación política). ‐alteración de los contextos en los que se venía aplicando la palabra (crisis política, corrupción política). En lo que atañe a la neología externa, el léxico jurídico doceañista se nutre también de nuevos vocablos y nuevas acepciones, procedentes de lenguas extranjeras, principalmente el francés (funcionario, contrarrevolución, demócrata, moción, vigente) y, en menor medida, el inglés (constitucional, debate, gabinete, federalismo). Es conocida la dificultad de establecer fronteras nítidas entre la neología externa e interna cuando los vocablos objeto de análisis son coetáneos en dos o más lenguas hermanas, que comparten el mismo código genético para desarrollar familias léxicas de impronta cultista. Esta dificultad es especialmente significativa en el caso de la moderna lengua jurídica construida con formantes latinos compartidos por todas las lenguas románicas y que, rápidamente, se hicieron internacionales en el contexto europeo. Determinar si los derivados liberalismo, constitucionalismo, patriotismo, etc. habían circulado antes en los escritos franceses o en los españoles fue motivo de ardua discusión en las Cortes de Cádiz. Para los primeros Padres de la Patria no resultaba baladí demostrar la estirpe hispánica de una voz o un significado de nuevo cuño en el ámbito político, toda vez que los galicismos más identificados con la jerigonza democrática se conceptuaban como aves de mal agüero. La repulsa del radicalismo revolucionario francés se había proyectado en la condena de los galiparlistas que adulteran las “elegancias” del español. La prueba documental de la paternidad francesa o inglesa de determinados términos modernos, en el ámbito jurídico, ha llegado incluso a nuestros días: algunos investigadores actuales han polemizado, por ejemplo, acerca de si el adjetivo constitucional se utilizó antes en los textos jurídicos ingleses o franceses y han discrepado sobre cuál es el la dirección en la que el término cruza el Canal de La Mancha. La posición del doceañista Capmany anticipa las claves de esta falsa polémica: muchas de las acuñaciones de la ciencia y técnica modernas son de factura latinizante y pertenecen a todas las naciones cultas de Occidente. En este sentido, determinados cultismos jurídicos del ochocientos, habría que considerarlos latentes en todas las lenguas en las que se elabora el nuevo orden jurídico constitucional: unas veces la acuñación será simultánea en todas ellas, otras la cronología documental permite establecer el origen en una de esas lenguas y su difusión en los dominios lingüísticos fronterizos. Conclusiones 1. La lengua de las primeras leyes constitucionales hispánicas representa un estadio de transición entre el español clásico y el moderno. 2. En los congresos constituyentes hispánicos que siguen el modelo doceañista se perpetúa la simbiosis del derecho canónico y el derecho civil de raigambre medieval. Este hecho favorece el mantenimiento de algunos rasgos del estilo jurídico de estirpe medievalizante, entre los que destacan por una parte, la sacralización del lenguaje de las leyes y por otra, la aceptación de rituales corteses fundados en el orden feudal. 3. Los neologismos doceañistas, en ocasiones, presentan un carácter difuso desde el punto del contenido. Esta imprecisión designativa confiere al primer léxico constitucionalista un sentido premoderno. 4. Sustancialmente, españoles e hispanoamericanos expresaron los nuevos conceptos jurídicos con los mismos vocablos. Tan solo se advierten diferencias léxicas en las designaciones figuradas de los sectores ideológicos, en ciertas preferencias por determinadas variantes derivadas o en la frecuencia de uso de determinadas voces. 5. Las modalidades del español americano que más se diferencian del español doceañista son las que se anticiparon en la expresión léxica de los conceptos de republicanismo y federalismo, ajenos al modelo de constitución monárquica y católica del liberalismo gaditano. Resumen bibliográfico Álvarez de Miranda, Pedro (1992): Palabras e ideas: el léxico de la ilustración temprana en España (1680­1760), Madrid, Anexo LI BRAE: 1992. 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