Palabras de Miguel Henrique Otero en el 40 aniversario de Nuevo Mundo Israelita Buenas noches, es para mi un honor estar aquí con ustedes. En el instante mismo en que recibí la invitación para hacerme parte de este aniversario de enorme significación, entendí, en el destello de la primera impresión, que nada se interponía, sino muy al contrario, que tengo dentro de mí demasiadas cosas que me impulsan a venir hasta aquí y dirigirme a cada uno de ustedes. No sólo no experimenté titubeo alguno, sino que de inmediato se me hizo evidente que ese primer impulso revelaba la existencia de diversos vínculos míos con ustedes, vínculos de los que me propongo hablarles esta noche. La primera razón deriva de esa elemental solidaridad que es tan frecuente entre editores y periodistas, entre unos y otros medios de comunicación, incluso en los casos en que son competidores. Los que hemos estado vinculados a una sala de redacción, independientemente de su tamaño y especialidad, compartimos esa peculiar excitación profesional que significa entregar a la imprenta o al web master una edición ya terminada. La excitación de la que hablo es un punto, un momento que se repite y repite en el tiempo, en el que confluyen muchas cosas. La más profunda de ellas se refiere a la responsabilidad real y cotidiana de tomar la decisión de cuáles serán los contenidos, informaciones y opiniones, que verán la luz en cada oportunidad. En el momento de pulsar la tecla de envío, queda uno, quedan los redactores, quedan quienes cultivan el periodismo de opinión, expuestos al criterio, a la reacción de ese sujeto soberano que es el lector. Pero esto no es lo único. Justo ahí, en ese instante decisivo y maravilloso, en que un lote de contenidos es puesto al alcance de los demás, por el canal que sea, se abre una posibilidad, posibilidad que sólo es posible como consecuencia de la vida en común, que tiene lugar cuando el editor o el redactor reciben de vuelta un comentario, una reacción, favorable o no, de adhesión o de disenso, ante alguno de los materiales que fueron publicados. Y es en esa respuesta que se genera, donde subyace verdaderamente el para qué del oficio y de la empresa de comunicación. Es en esos intercambios con los demás, donde nuestro oficio alcanza su apogeo y su razón de ser. Es en ese va y viene con los destinatarios de nuestro trabajo, donde el periodismo se realiza y legitima su existencia. Sobre nuestra actividad en común, y hablo aquí como editor de varios medios de comunicación de vocación varia, dirigidos a segmentos de público en teoría diferenciados, pesa y también libera, un hecho que no es retórico: también en cada momento, en el transcurso de la cotidianidad, somos parte de ese debate incesante y renovado hora a hora en todo el planeta, relativo a la libertad de expresión. Mientras en academias y centros universitarios, en iglesias y gremios profesionales, en directivas empresariales y en los centros del poder político, se debate la cuestión de la libertad de expresión, a menudo con el objetivo evidente o encubierto de restringirla o hacerla inviable, en cada sala de redacción se respira, con mayor o menor intensidad, las oleadas y los repliegues de esa amenaza, porque a diferencia de tantas otras profesiones en el mundo, la del periodismo vive siempre al límite de su sostenibilidad. Hacer periodismo equivale, más a menudo de lo que se percibe desde afuera, a preguntarse si la que estamos produciendo será acaso la última edición. Se hace periodismo con una espada que da vueltas sobre nuestras cabezas. En Venezuela y en América Latina, además, se hace periodismo a contracorriente de las dificultades culturales, económicas, políticas, sociales y a despecho de complejas tramas de intereses, a veces superficiales y a veces soterrados. Que un medio como el Nuevo Mundo Israelita cumpla 40 años, y todavía más, que sumados a los 30 años que ya tenía su antecedente cuando fue fundado, con lo cual sumamos 70 años, los mismos 70 años que El Nacional cumple el próximo 3 de agosto, es, y lo digo como sentimiento personal, pero también como vocero de nuestra organización, una trayectoria que celebramos, un acontecimiento que nos autoriza a todos, por encima de cualquier otra consideración, a levantar una copa y agradecer por los beneficios tangibles y también los beneficios menos visibles, de contar con un medio de comunicación que sea el espacio de encuentro, el canal informativo, la voz de una comunidad, fundamental por su aporte a la venezolanidad, como es la de ustedes, la comunidad judía en Venezuela. Insisto en esto: todo el orgullo que cabe sentir en este momento, es insuficiente para lo mucho que cabría decir de tan sostenido esfuerzo. Y si la celebración de este aniversario tiene un sentido, más allá de la recuperación o activación de una memoria que es patrimonio de vuestra comunidad, y de la articulación que cada quien puede hacer con esa específica tradición, en este caso, la del periodismo comunitario, reunirse aquí y ser parte de este acto de memoria tendrá un sentido todavía más poderoso, si toda esta energía logra ser reconvertida en un pensamiento que se proyecte hacia el futuro inmediato, hacia los próximos meses y años del Nuevo Mundo Israelita. Quiero traer aquí una reflexión que, muy a menudo, es rechazada u olvidada. Y es que las personas y las comunidades, en la medida de lo posible, estamos en la obligación moral y política de asumir posiciones frente a los asuntos públicos. El silencio, en todas sus prácticas, tiene un valor, en el mejor de los casos, táctico. Pero dura poco. Y, además, tiene costos, porque el silencio forma parte de una economía: cada silencio actúa como una omisión, como una abstención. Al no hacer uso del terreno, de la posibilidad que tenemos de ser escuchados, la entregamos, la disponemos al uso de otras voces, de otros intereses, incluso a aquellos que son contrapuestos a los que son nuestros más elementales objetivos. Vivimos en una sociedad, nadie mejor que ustedes para entender esto, cada vez más distorsionada y agobiada por conflictos de toda índole. En el mundo, cada vez son menos las certezas, los principios compartidos, las bases para el optimismo. Ninguna fuerza avanza con más éxito en el planeta que la de la relativización de los preceptos de la convivencia. Nada se muestra más creativo y más peligroso, como los nuevos métodos que se están utilizando para desconocer los derechos de las personas. A medida que avanzamos en el siglo XXI, uno tiene la impresión de estar internándose en un mundo donde los riesgos se multiplican de forma insospechada. No exagero cuando digo que las fuerzas del mal han desarrollado una capacidad tal de mimetización, que les permite reencarnar y hacer uso de todos los recursos que nos sea dado imaginar. Los medios de comunicación, y esta es una reflexión que alcanza al Nuevo Mundo Israelita, más allá del cumplimiento de los códigos básicos con que deben administrarse las posibilidades de informar y opinar, están ahora mismo enfrentados a una exigencia del momento, que es la de tomar posición. Tomar posición ante los hechos e ideas que promueven la intolerancia racial, ideológica, religiosa, cultural, política o hacia los géneros. Tomar posición contra lo que se propone incentivar los prejuicios y las etiquetas, especialmente hacia aquellas que denigran. Tomar posición contra todo aquello que niega o pone en entredicho nuestra condición y nuestra existencia como seres humanos, personas y ciudadanos. En cierto modo, el estado de las cosas en Venezuela y el mundo, el resquebrajamiento de los ideales básicos, nos obligan a preguntarnos cómo resistir. Cómo fortalecer la proyección de nuestros puntos de vista. Cómo hacernos comprensibles y reconocibles a los demás, especialmente entre quienes tienen un fondo espiritual que les permite constituirse en nuestros aliados. En medio de un sistema de percepciones cada vez más caótico y desarticulado, tomar, promover y defender posiciones es necesario, relevante y puede ser muy productivo para la sobrevivencia y el fortalecimiento de las cosas en las que creemos. Lo que debería ser obvio, ha dejado de serlo: las cosas en las que creemos, la aspiración a la libertad, el respeto por la vida, el diálogo entre los seres humanos, la exigencia del debido proceso, el derecho a pensar y a expresarse en condiciones libres, la prédica de una responsabilidad que siempre tenga en consideración a los demás, ya no son tan nítidas y fundamentales para la existencia de muchos. La visión más inmediatista de la convivencia, disputa con no pocas ventajas a las valoraciones de mayor aliento, que son aquellas que hacen de la vida humana y de su integridad, el más alto valor de la civilización. Porque se trata de la más extrema y radical expresión jamás ocurrida en contra de la vida y la civilización, El Nacional ha tomado una posición en relación al Holocausto. Se ha hecho parte, creo que de forma protagónica, de la creciente conciencia que han adquirido ciertos sectores en el país de que allí, en el asesinato sistemático y estructurado de más de 6 millones de personas, sólo por el hecho de ser judías, se fracturó el hilo de la civilización, se rebajó el nombre de la humanidad al de la pura bestialidad, se colocaron y ardieron en una pira los principios conocidos sobre los que había descansado el anhelo y la necesidad de una sociedad donde el hombre calzara con otro hombre, para fines constructivos y para alcanzar la paz. Es posible que a lo largo de 70 años de historia, nuestro diario y nuestra empresa y nuestro incesante afán por mantener posiciones nos haya conducido a equivocarnos. Hemos cometido errores, qué duda cabe. Pero nunca en el terreno de los principios. Hemos estado siempre del lado de la vida. Siempre con la palabra lista para ir en contra de aquello que niega el derecho a vivir y tener una existencia en libertad. Siempre con el pensamiento de lo que es justo en el primer nivel de nuestras preocupaciones. Desde el año 2005, cuando esta comunidad organizó los inolvidables actos de conmemoración de los 60 años de la liberación del campo de concentración de Auschwitz, nuestra solidaridad y compromiso con la causa del pueblo judío se ha vuelto recurrente y cada vez más articulada. Ante el genocidio y la experiencia totalitaria, de muchas maneras, hemos tomado y reiterado nuestra posición. Lo que es esencial en todo esto, es que no se trata simplemente de una actitud de solidaridad que una organización de la sociedad venezolana, en este caso El Nacional, tiene hacia una comunidad que, en un sentido que ustedes entienden, es una comunidad de sobrevivientes. No. De lo que se trata es que ese constructo totalitario que se conformó para liquidar a 6 millones de almas, sobrevive en el mundo a través de muchas maneras, en una serie de mutaciones y versiones raciales, institucionales, ideológicas, políticas y mucho más, y tiende su sombra, no sólo por encima de las cabezas del pueblo judío, sino también sobre los hombres y las mujeres del mundo y de nuestro país, que mantienen vivo el deseo de vivir en libertad. Y esa es la otra razón de envergadura por la que con tanto entusiasmo recibí la invitación que me hicieron: porque creo que no debo desaprovechar la ocasión para decirles que los asuntos fundamentales de lo que se ha llamado la cuestión judía, yo los entiendo como asuntos de la humanidad. Ni más ni menos. En un plano, más allá de las realidades que nos hacen personas inscritas en tradiciones distintas, nos une, de forma insustituible y firme, la exigencia de la vida, el reclamo irreducible por la libertad. Por las tantas cosas que de lado y lado tienden sus lazos en una y otra dirección, he venido a ratificarles mi compromiso personal, y también el de la estructura que represento. Cuentan con nosotros, como nosotros contamos con ustedes para afrontar los tiempos que vienen. Felicitaciones en su aniversario al Nuevo Mundo israeli , que sean muchos pero muchos años mas . y a todos los presentes , gracias por acompañarnos , por seguir creyendo que hay posibilidades, por mantenerse en defensa a la democracia . Muchas gracias.