La segunda edad de la vida Josu M. Alday LA SEGUNDA EDAD DE

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LA SEGUNDA EDAD DE LA VIDA
No te pido que abandones
todas tus ocupaciones
sino sólo que las interrumpas…
Ya que todos se aprovechan de algo,
aprovéchate también tú de ti mismo.
¿Por qué has de ser tú el único
privado de esta oportunidad?
Recuerda, por tanto, no digo siempre,
ni tampoco con frecuencia,
pero al menos de vez en cuando,
que tú te debes algo a ti mismo.
¿Será pedirte demasiado?
(San Bernardo al papa Eugenio III)
Por Josu M. ALDAY, cmf
No es que sabemos mucho sobre la transición a la segunda edad porque el estudio del
desarrollo del adulto es muy reciente1. La psicología evolutiva parece que se ha parado en la
adolescencia. Después de la mitad del siglo XX se comenzó a elaborar una psicología del desarrollo
de la personalidad a lo largo de todo el ciclo vital. Jung fue el primero en abrir caminos para su
comprensión2. La persona de la mitad del siglo XX se comenzó a elaborar una psicología del
desarrollo de la personalidad a lo largo de todo el ciclo vital. La persona humana, como el sol,
recorre durante su existencia, las cuatro estaciones del año o, a menor nivel, las cuatro etapas del
curso cotidiano; el amanecer, la mañana, la tarde y el atardecer. Esta división cuaternaria del ciclo
vital puede ser dividida en dos mitades, una ascendente (el alba) y la otra descendente (la tarde). En
el centro, como punto de conjunción de las dos partes, se encuentra la división de las aguas, es
decir, el punto donde se experimenta un cambio del sentido existencial.
Entre los 35 y 40 años se produce en el alma humana una transformación. Es el momento de
un gran viaje. En el alba de la vida, el joven intenta realizarse a través del sexo, la familia, el poder
y el prestigio social. Al llegar a la tarde, en plena segunda edad, el adulto es llamado al encuentro
consigo mismo en lo más profundo del propio ser. Dice un proverbio hindú que el hombre, en el
curso de su vida, pasa a través de cuatro etapas: hasta los 20 años aprende; de los 20 a los 40,
1
Cf. G. STANLEY HALL, Senescence: The last Half of life, 1922; B. NEUGARTEN, The awareness of middle age, in: R.
OWEN (Ed.), Middle age, BBC, London 1967; B. NEUGARTEN, Middle age and aging, University of Chicago, Chicago
1968; D. LEVINSON, The psychological development of men in early adult-hood and the mid-life transition, Paper
published by the University of Minnesota Press, 1973; The mid-life transition: A period in adult psychosocial
development, Psychiatry, 1977, etc.
2
Cf. C.G. JUNG, Coscienza, inconscio e individuazione, Boringhieri, Torino. El mismo editor ha publicado las Obras
completas de C.G. Jung en 19 volúmenes.
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realiza; a los 40 peregrina a la búsqueda de sí mismo y a los 60 renuncia. Taulero3, el místico
alemán del siglo XIV, ve en los 40 años entre la Resurrección y la Ascensión del Señor y los 10
desde la Ascensión a Pentecostés, el símbolo del desarrollo espiritual de la persona, la cual no
alcanza la madurez interior antes de los 40 años, cuando se produce en la vida una gran
transformación. Ha de esperar después más de 10 años para alcanzar el “fondo del alma” o la
unificación interior. ¿A qué edad Teresa de Avila y Juan de la Cruz comienzan la reforma? ¿Y los
primeros cuarenta años de Moisés son como sus últimos cuarenta? El Moisés de Yahvé hará la
experiencia del Yahvé de Moisés. ¿Cuándo?
Erikson es una punto de referencia imprescindible para llegar a entender un poco la segunda
edad. El desarrollo humano, para él, viene a ser como un itinerario o plano de viaje, compuesto de
ocho periodos o etapas. Cada periodo o etapa experimenta un conflicto con resultado positivo o
negativo, es decir, se puede seguir el viaje o retroceder. En ste sentido, el crecimiento humano
equivale a una continua superación de los conflictos internos y externos, saliendo de ellos más
unificados interiormente. La transición psicosocial hacia la edad adulta se experimenta al final de la
quinta etapa (al final de la adolescencia), cuando se establece el sentido de la identidad del yo.
Desde este momento, la vida del adulto ha de recorrer tres grandes etapas: la de la intimidad hacia
el aislamiento, la de la generatividad hacia la esterilidad y la de la integridad hacia la
desesperación4. De ahí que la vida adulta ha de cumplir tres grandes tareas o desaf’ios: establecer
lazos significativos, generar vida y adquieir la unificación interior o sabiduría. La segunda edad
sorprende al adulto con el fuerte desafío de la generatividad o realización personal, en el sentido de
tener que constatar cuánto creativo o generador de vida uno fue, o con cuántas manos vacías queda.
¿Quiénes somos y de dónde venimos?
Todos los años cumplimos festivamente con el calendario; pero algunas veces, además,
cumplimos década e iniciamos un ciclo vital significativo. No es lo mismo llegar a los 19, a los 29,
a los 39 o a los 49, que sumar un año más y ver que cambian dos dígitos de golpe. Es una
experiencia diferente al cumpleaños, es un instante crítico y terrible. Como llegar a los 50. Y
entonces se nos ocurre hacer balance, mirando hacia atrás y hacia delante, y nos entra vértigo. Tal
vez porque vemos más cercano el inefable final de las cosas, quizás también porque no sabemos
hacer balances adecuados: somos pésimos contables de nuestra vida. De entre todas las personas
que cumplen década ninguno puede sentirse más extraño y perplejo que los que hemos entrado en
los 50. Nosotros constituimos el grupo de edad más atribulado y complejo de entre todos los grupos
anteriores y posteriores. Ninguno ha conocido tantos cambios pendulares, tantas crisis y rupturas,
tanta innovación y caídas, tantos saltos culturales, formativos, sociales, políticos, tecnológicos y
religiosos. Ninguna otra década ha tenido que hacer en su ciclo vital tantas adaptaciones, giros y
reinserciones como nosotros, la gente de los 50. A los que nacimos a mitad del siglo pasado la
historia no nos ha dejado disfrutar de un momento de estabilidad y sosiego. Hemos tenido la mala
suerte de estar en medio de incontables transiciones. Demasiadas mudanzas para una sola
generación. Aprendimos a escribir con plumilla, conocimos la máquina de escribir, el ciclostil y
3
Cf. G. TAULERO, Il fondo dell’anima, Piemme, Casale Monferrato (AL) 1997.
Cf E. ERIKSON, Infanzia e società, Armando, Roma 1982; Gioventú e crisi d’identità, Armando, Roma
1995; I cicli della vita. Continuità e mutamenti, Armando, Roma 1999.
4
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después la fotocopia y, cuando ya parecía que dominábamos la situación, listos para comernos el
mundo como una croqueta, nos coge la revolución informática, Internet y las nuevas tecnologías de
la información, a lo que hemos tenido que responder sobre la marcha para no ser arrollados por los
de 30 años. Somos los últimos de casi todo y los primeros de casi nada.
Desde el punto de vista religioso y eclesial somos hombres y mujeres de casi tres mundos,
del antes del Concilio, del durante y del después. Formados como se formaba entonces. Marcados
por el antes pero también por el después. Sobre todo por el después. Etapa de nuestra vida con
tantas ilusiones ante tantos cambios y posibilidades de respuesta generosa. Vimos que muchos
hermanos y hermanas abandonaban nuestras comunidades. Y nosotros permanecimos, ¿por qué?
Tal vez quedamos contagiados pero también acrisolados. Hemos contribuido y estamos
contribuyendo a llevar adelante proyectos de Congregación y de Iglesia, puentes entre generaciones
muy distantes, en tareas de gobierno y de animación. Tal vez cansados, por no decir “gastados” o
“quemados”. Pero seguimos siendo consagrados y consagradas. No como ayer, cuando éramos
jóvenes, sino como hoy, los de la “segunda edad”. Ya hemos cumplidos los 25 de profesión y de
sacerdocio los presbíteros. ¿Y ahora qué? ¿Cómo vivir este período de nuestra vida? Quedaron
atrás los años de formación y de experiencias pastorales. ¿Será cuestión de seguir formándonos o
ya no hay nada que hacer?
Uno de 50 años se confiesa
He aquí cómo se confiesa un religioso al cumplir los cincuenta años5. Creo que más de uno
podría hacer la misma confesión:
“¡Acabo de cumplir cincuenta años. Medio siglo de vida. Una buena ocasión para hacer recuento –
que siempre será parcial e incompleto- de las maravillas que Dios n ha cesado de derramar en mi
existencia. Cantar el Magnificat con María será, pues, la mejor manera de celebrar el amor de Dios
que llena y da sentido al conjunto de toda vida humana:
Señor, tú me sondeas y me conoces,
Todas mis sendas te son familiares.
¿A dónde iré lejos de tu aliento,
a dónde escaparé de tu mirada?
Tú has creado mis entrañas,
me has tejido en el seno materno.
Te doy gracias
porque me has escogido portentosamente (Sal 138).
Pero cumplir cincuenta años significa aceptar que ya hemos entrado en el declive de la vida. Las
fuerzas van faltando. Los reflejos –físicos y mentales– no responden como en épocas anteriores. Y
uno sabe que se va perdiendo algo irrecuperable. Algo en lo que, con demasiada frecuencia –hablo
de un sentimiento que descubro agazapado en mi conciencia- hemos hecho descansar nuestra
felicidad del presente y nuestros sueños de futuro. Y, en momentos de especial sensibilidad hacia
los encantos juveniles, se llega incluso a pensar que, al perder la juventud, se ha perdido uno a sí
mismo. ¿Vale la pena seguir viviendo, cuando lo que tenemos por delante, se nos presenta como
5
Ya me puede perdonar su autor y la revista en que se publicó. Tengo la fotocopia pero no escribí de dónde la copié.
Todo un fallo metodológico, lo reconozco.
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desmoronamiento y decrepitud de aquel esplendor que nos hizo creernos dueños de la vida, en
posesión de posibilidades ilimitadas? Es necesario llegar a la madurez para darnos cuenta de
cuántas ilusiones hemos albergado en nuestro corazón y que superaban en mucho las capacidades
de nuestro ser hombre. Y se hace preciso constatar con humildad nuestras limitaciones, las que van
inscritas en nuestra condición temporal, itinerante, para poder cantar con el salmista:
“Señor, mi corazón no es ambicioso,
ni mis ojos altaneros;
no pretendo grandezas que superan mi capacidad;
sino que acallo y modero mis deseos,
como un niño en brazos de su madre” (Sal 130).
Mas la pérdida de la edad juvenil, o mejor, la entrada en la madurez humana, aunque venga
caracterizada por un despojamiento de valores –resistencia física, capacidad de trabajo y de
relaciones, vivacidad, salud, etc.-, se nos ofrece también, a una mirada creyente y realista, como una
fuerte llamada a superar falsas concepciones de la vida, y, en consecuencia, como una liberación de
aquellos ídolos que la edad juvenil entronizara en el sagrario de nuestros más preciados tesoros.
¿Acaso no hemos rendido culto, más o menos conscientemente, a las gracias juveniles, como si
ellas representaran la cumbre de la existencia humana? El ídolo de la fuerza, el ídolo de la belleza,
el ídolo del sexo… En ellos hacíamos radicar nuestra razón de ser y nuestro mayor contento.
Identificábamos vida con eficacia, personalidad con orgullo de la virilidad, sin caer en la cuenta de
que:
Me concediste un palmo de vida,
mis días son nada ante ti;
el hombre no dura más que un soplo,
el hombre pasa como pura sombra. (Sal 38)
Gracias a la entrada en la edad madura, gracias al despojamiento de aquellas “ilusiones”
juveniles que llegaron a convertirse en razón y meta, hoy voy sabiendo que mi vida ha sido
portadora de otros varios, siempre presentes, aunque las mil solicitudes del ajetreo juvenil –sus
luces fatuas- no me permitieran reparar suficientemente en ellos.
Señor, dame a conocer mi fin
Y cuál es la medida de mis años,
Para que comprenda lo caduco que soy.
Y ahora, Señor, ¿qué esperanza me queda?
Tú eres mi confianza (Sal 38).
De modo que, al mismo tiempo que digo adiós a tantas posibilidades que la edad juvenil
puso ante mis ojos y que ya sé que nunca alcanzaré, siento que mi trayectoria terrena posee una
unidad de sentido que no le viene de sí misma. Una unidad de destino que se ha ido tejiendo en
torno al eje del don gratuito de la fe. Porque Dios me ama, mi vida tiene un valor esencial que va
más allá de todas las pérdidas en el camino. Porque Dios me ama, cuanto más desnudo me voy
viendo de todo aquello que acaricié como fundamento de mi ser, más descubro que el fundamento
único – el que no se conmueve con el paso de los años ni aun con el derrumbamiento de la muerte –
es el de la confianza en El y el abandono incondicional en sus manos. Es así como he
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experimentado tantas veces el paso de la angustia a la paz profunda, del sinsentido existencial al
gozo de su presencia vivificadora.
Me has curado, me has hecho revivir.
La amargura se me olvidó paz
cuando detuviste mi alma ante la tumba vacía
y volviste la espalda a todos mis pecados (Is 38, 16-17).
Ahondando en ese redescubrimiento del amor de Dios, eje unificador y dinamizador de mi entera
existencia, ahora que sé que ya he rebasado en mucho la mitad del camino de mi vida, voy
abriendo, como al unísono, que he penetrado en el terreno de la serena utilidad, de una eficacia
desprovista lo mismo de inconstantes arrebatos como de fáciles ingenuidades. “Por eso no
desfallecemos. Aun cuando nuestro hombre exterior se va desmoronando de día en día, el hombre
interior se va renovando hacia la plenitud” (2 Cor 4,16). Y esta es la experiencia: voy descubriendo
que soy más útil a los demás que lo fui en mis años de mayor esplendor físico. Voy descubriendo
que la eficacia no radica tanto en aquello que llevamos a cabo cuanto en el grado de aceptación de
sí mismo que se proyecta en todo lo que hacemos. Aceptar mis limitaciones es mantener la
serenidad en medio de la entrega de cada momento. Es, en boca de san Pablo, reconocer que,
“cuando soy débil, entonces soy fuerte” (2 Cor 12,10). Más allá de toda pretensión de eficacismo y
poder de influencia sobre los otros, actúa en mí la gracia que se manifiesta en la propia inutilidad
reconocida y ofrecida a Dios. Y, ¡qué gozo este de trabajar sin prisas ni protagonismos, paso a paso,
dejando, permitiendo, que la obra madurada al calor del amor de Dios se desprenda por sí misma
del árbol de mi vivir para bien de los hermanos!... Cumplir cincuenta años no es sentir que la vida
se te escapa. Es sentir que cada realidad vivida, experimentada, sea dulce o amarga, luminosa o
entenebrecida, va ocupando su lugar en un conjunto armónico y melodioso. Que importa más el ser
que el hacer. Que nuestros errores también devienen beneficiosos al reconocerlos y encajarlos en
nuestra verdad de criaturas en camino. Que toda insatisfacción es fuerza. Que las pérdidas
irrecuperables – de salud, de capacidades, de operatividad – son el grano de trigo que muere para
dar mucho fruto…”.
En esta “confesión”, se ha dicho mucho de lo que sucede en este ciclo de la vida. Pero
continuamos describiendo algo más. Porque hay algo más.
Radiografía de la “segunda edad”
Parte de la vida que un consagrado/a ha vivido hace referencia al tiempo de su primera
formación, de sus primeras experiencias comunitarias y pastorales y de su ir asentándose su
personalidad ante las pruebas de la vida y de la misión del propio Instituto. Estar ya en la segunda
edad de la vida significa, por tanto, sentir un tanto lejanos los años de la formación y de las
primeras experiencias de consagrado y apóstol, y al mismo tiempo darse cuenta que está corriendo
el riesgo de vivir en la “rutina”, en la repetición de gestos y palabras muy conocidos. Significa que
se comienza a advertir la tentación de hacer las cosas un tanto mecánicamente, de perder la
creatividad y de “ganas”. Las primeras ilusiones sobre sí mismo y sobre los demás se han
desvanecido; se tiene conciencia que la vida implica encuentros y desencuentros, puntos de acuerdo
y desacuerdo conflictual, alegrías y dolores, luces y sombras, y que la realidad es bien diversa de
cómo la habíamos imaginado o soñado y con frecuencia se nos presenta mezquina, banal, poco
atractiva.
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La segunda edad de la vida
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Este conjunto de sensaciones nos puede hacer entender que se está entrando en la así
llamada crisis de la mitad de la vida o “meridiana”, algo que toca a todos los hombres y mujeres en
un cierto momento de la vida, y que tal vez me está tocando también a mí. Es la edad en la que los
entusiasmos toman otra dimensión y se apagan bastante, se reducen las pretensiones, los sueños que
teníamos sobre los demás y sobre nosotros mismos parecen venir a menos o desaparecer. Es la edad
en la que las amistades y las fidelidades pasan por la prueba, las promesas se hacen más difíciles de
mantener, es la edad en la que se siente casi la necesidad de redefinirse en la vida.
En este momento nacen precisamente las tentaciones procedentes del tedio de la
repetitividad, la frustración de quien se da cuenta que poco cambia en él y en los demás, la
desconfianza propia de quien ve que todos los grandes proyectos se revelan, al menos en parte,
engañosos, etc. Tentaciones que tenemos todos, hombres y mujeres, consagrados o no. Tentaciones
que pueden tocar el sentido de la existencia, de la fe, de la vocación sacerdotal o matrimonial, de la
profesión religiosa, de la profesión civil, etc.
Esta edad está con frecuencia conectada con importantes momentos de la vida de oración
que puede convertirse en más árida y ardua, pero al mismo tiempo más simple y profunda. Ese
sentimiento de que “algo está cambiando en mí”, de algo que se pone en crisis y que al mismo
tiempo puede revelar nuevas aperturas y nuevos horizontes, toca tantos aspectos de la vida y puede
constituir también un nuevo redescubrimiento de sí. Como escribe un autor contemporáneo, en esta
edad “quien era rígido y comedido comienza a encontrar gusto por las cosas, quien parecía apático
se abre a la belleza, el profeta fogoso descubre el encanto de las cosas sencillas y naturales, quien
estaba replegado sobre sí mismo se abre a la gracia del momento, el monje siente la atracción del
mundo y el mundano la del claustro”6.
Algunos pueden experimentar en esta edad pruebas incluso dolorosas de reajuste psicológico
y de búsqueda de nuevos equilibrios en el conjunto de su persona.
Esto, y otras muchas cosas más, que sucede en las personas de esta edad (y no sólo en ella),
es algo que constatamos también en algunos grandes procesos históricos sociales y religiosos. Se
piense, por ejemplo, en el camino del Pueblo de Dios: se pasa de aquellos tiempos fundantes y
luminosos de la thorá, al tiempo no tan luminoso de los profetas, hasta llegar a los libros
sapienciales, más discretos y serenos. Parece haber pasado del idealismo al pragmatismo. Pero
siempre, historia de salvación.
Algo parecido leemos en el Nuevo Testamento, donde el entusiasmo contagioso y atrevido
de la primera predicación como se constata en el libro de los Hechos de los Apóstoles, deja el
puesto a las síntesis teológicas de San Pablo y después a la sabiduría práctica de las cartas
pastorales, en las que se nota una cierta preocupación ante algunas comunidades un tanto
indisciplinadas, cansadas y con problemas. Incluso en el himno cristológico de la carta a los
Filipenses (2, 6-11) va unido a algo sapiencial de vida ordinaria como la recomendación de virtudes
de cada día, como el amor, la compasión, la unión de los espíritus, humildad; nada de rivalidades,
vanagloria, búsqueda del propio interés, terminando la carta con una invitación a la alegría y a la
afabilidad (4, 4-5.7).
Y si nos fijamos en algunos personajes veremos cómo las pruebas de la media edad les
llevaron a cambios de tono y de acentos, pero en su conjunto abrieron nuevos horizontes, revelaron
nuevos centros de interés y estimularon insospechada capacidad de síntesis. Pensemos en un san
Ambrosio después de su experiencia al comienzo de su ministerio; o en san Agustín después de las
primeras pruebas del episcopado y la crisis donatista. La experiencia de H. Newman después de su
6
E. SALMAN, Der Geteilte Logos. Zum offenen Prozess von neuzeitlichem Denken und Theologie, Roma 1992, p. 494.
6
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atormentada crisis que le llevó a la conversión como católico. Sólo por citar algunos. Invito al lector
vaya acercándose a tantos y tantas otras experiencias. Tal vez uno se encuentre también en esa lista.
Puede ser el momento providencial que está indicando el paso hacia esta edad que llamamos
“media” y que puede constituir una nueva gracia y señalar una nueva modalidad de ponerse ante sí
y ante los demás. Esta edad, tanto para el hombre como para la mujer (aunque no del mismo modo
en uno o en la otra) se convierte en algo sapiencial, donde la riqueza se hace sobre todo
experiencial, donde los colores chillones y los contrastes bajan de tono para dejar su puesto a una
distinta y más atenta valoración de la vida.
No se trata de una crisis vocacional o pastoral, sino de una crisis personal, que ha coincidido
en el tiempo. Al llegar a esta edad, en que se toma conciencia de haber superado el ecuador de la
vida, se suele dar a la tecla de rebobinar y se empieza a contabilizar todo lo que nos propusimos y
no hemos logrado. Comparamos nuestro proyecto primero, con nuestra realidad actual y esas dos
trayectorias forman un ángulo más o menos grande que abarca nuestra “angustia”. Se impone, por
tanto, el realismo, para no exagerar las dificultades o las frustraciones. La vida se desgasta pero no
la esperanza.
Principales cambios en la segunda edad
Recuerdo que la segunda edad va más allá de los límites cronológicos (¿28-56 años?, ¿3060?), pero también hay que contar con lo cronológico. Los años no pasan inútilmente. Se va
teniendo la impresión que uno no es como antes. Claro que no es la misma impresión la que se tiene
en la década de los 30 (adulto joven), o de los 40 (adulto medio) o de los 50 (adulto-adulto). De
todos modos, se van produciendo algunos cambios que vamos a individuar a continuación. El que
los experimente, que lo diga. Y a ver qué hace con ellos.
a) Un nuevo modo de percibir el cuerpo y el tiempo
Después de los 30 años, suelen aparecer los primeros signos de envejecimiento. ¿Qué será a
los 70 años? Pero nadie quiere envejecer. Con mucha frecuencia, llegados a la edad adulta se
experimentan algunos cambios corporales. Comienzan a notarse las primeras “goteras”. Variaciones
en el peso del cuerpo. Disminución progresiva de la fortaleza y flexibilidad musculares, del nivel
energético y de las potencialidades físicas; aumento de las jaquecas y los dolores de espalda,
vértigos o insomnios. De ahí la excesiva preocupación por el cuerpo o culto del cuerpo. Los hay
que apenas se preocupan, como los hay que parecen vivir sólo para el cuerpo, como si fuera el
propio hijo. Eso sí, hay que aprender a percibir las señales que emite el cuerpo de cada cual.
Encontrarse consigo mismo es también un modo de percibir y vivir el propio cuerpo. Tal vez se
comienza a sentirse incómodos con el cuerpo que está cambiando otra vez, en el hombre y más en
la mujer. ¡La dichosa menopausia! Que no es una tontería. Y las mujeres consagradas no están
exentas de ella. Con todas las consecuencias, no sólo en lo físico, sino también en lo psíquico y
espiritual-apostólico. Y el hombre consagrado, que no se dé por excluido. Porque también su cuerpo
y su sexualidad se resiente. Hay todo un lenguaje corporal también en esta edad. Lenguaje verbal y
no verbal (rostro, ojos, gestos, manos, pies, boca, orejas…). Puede ser nuestro amigo o nuestro
enemigo. Es presencia y visibilidad inmediata de la persona. Es parábola: porque cuenta la
historicidad de la vida, que nace, crece, se enferma, envejece y muerte. Y límite: es espía de la
caducidad humana. Tiene sus necesidades, molestias, alteraciones, modos de funcionar (armoniosa,
instintiva, compensatoria o atónicamente). En síntesis: el cuerpo es un don precioso a proteger
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(vigilancia), curar (de los “venenos” que lo intoxican), acoger (apertura cósmica) y donar
(ofertorio).
Se pueden observar también cambios en los impulsos sexuales: podrá ser una disminución o
un acrecentamiento. La disminución del impulso sexual puede lastimar la tranquilizadora propia
imagen en cuanto hombre o mujer, o puede llevar a un estado de apatía generalizado. El
acrecentamiento, acompañado de fantasías sexuales más intensas, puede aumentar el sentimiento de
confusión y perplejidad7.
Y un nuevo modo de percibir el tiempo. El joven vive el tiempo desde el futuro, desde lo
que será. El anciano, desde lo que fue. El adulto vive el tiempo desde el ayer y el mañana, desde
algo ya construido que quisiera continuar pero va encontrando barreras al tiempo: hay que darse
prisa para realizar tantos proyectos todavía si acabar o apenas comenzados. Es el tiempo de la
productividad. Hay quien quiere dominar el tiempo y ser su dueño. Pero hay también quien se
deprime, porque el tiempo corre como el agua de un río, todo es efímero; por tanto, no hay otro
espacio que para la depresión y el desánimo. Y no falta quien se anestesia: para que el tiempo no
pase, pongamos un poco de anestesia que haga indolora cualquier aspecto de la realidad. Se vive en
la ilusión. Menos mal que los hay quienes viven sabiamente el tiempo: hay que vivirlo bien. Dios
viene en el tiempo y lo transforma en eternidad. Dios quiere que tengamos tiempo para vivir el
tiempo.
Para algunos, en esta edad, el tener conciencia de que el tiempo es finito, puede
desencadenar un sentimiento de angustia. No tengo tiempo. Todos nuestros ideales y proyectos de
futuro tendremos que discernirlos en función del tiempo que todavía nos queda por vivir; no desde
la perspectiva del tiempo transcurrido hasta entonces, sino desde lo que se nos presenta por delante.
Serán muchos o pocos los kilómetros de este viaje hacia el futuro, pero serán los últimos. El tiempo
de la propia historia personal se va reduciendo.
b) Un nuevo sentido de la existencia
Nuestro ciclo vital humano no es como el de otros ciclos vitales: nacen, crecen, se
reproducen y mueren. Vivir no es simplemente una cuestión biológica. Se trata del sentido de la
existencia. Cuando se alcanza la madurez biológica, comenzamos a ser sujetos históricos, dueños de
sí, autónomos. El final de la primera edad, de los 21 a los 28, más o menos, la persona ha podido
alcanzar su propia identidad. A partir de ella el joven adulto inicia la realización de su proyecto
personal ideado en la adolescencia y reajusta por primera vez su personalidad. Está preparado para
asumir compromisos afectivos, vocacionales o profesionales, consciente o no de sus capacidades
objetivas. Es un primer encuentro con la realidad. Más tarde, hacia los 35 años, la experiencia de la
realidad de los “proyectos” iniciados, suele producir una especie de “crisis de realismo”, momento
propicio para tomar conciencia de poseer una personalidad madura o menos.
Hacia los 40 y siguientes, se experimenta algo que se ha dado por llamar “el gran giro
existencial”, es decir, uno se da cuenta que tantas cosas que antes funcionaban, ahora ya no
funcionan. Los proyectos y la propia vida están pidiendo un nuevo sentido a la existencia, una
redefinición de la propia identidad desde puntos de referencia distintos a los precedentes. Parece
como si se reeditara la experiencia del final de la adolescencia. Por otra parte, son los años más
propicios para la depresión. “Edad terrible e implacable”, dirá Ch. Peguy8; o simplemente
Cf M. RODRÍGUEZ, La segunda edad: cambio y desafío. Una nueva manera de percibir el cuerpo, en “Testimonio”
126 (1991) 17-18.
8
Cf Oeuvres en prose, 1957, p. 668.
7
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“midlife”, “vida adulta”, “edad madura”9. Se tiene un profundo sentimiento de “pérdidas” vitales
personales y ajenas. Hasta llegar a experimentar el famoso “demonio meridiano”, según el salmo
90: “azote que devasta a mediodía”.
c) ¿Demonio meridiano?
Fueron los Padres del desierto quienes comparan la vida con el transcurso de un día para
situar esta etapa de la vida en el mediodía. “Durante toda la Edad Media – escribe el filósofo
italiano Giorgio Agamben–, un azote peor que la peste que infecta a los castillos, las villas y los
palacios de la ciudad del mundo se abate sobre las moradas de la vida espiritual, penetra en las
celdas y en los claustros de los monasterios, en las tebaidas de los eremitas, en las trapas de los
reclusos. Acedia, tristitia, taedium vitae, desidia son los nombres que los padres de la Iglesia da a la
muerte que induce en el alma”10. Pertenece a los pecados capitales. En la enumeración de Casiano
son: Gastrimargia o gula, fornicatio o lujuria, philargyria o avaricia, ira, tristitia, acedia, cenodoxia
o vanagloria y supervia11. Como se puede observar no es un solo demonio, son una legión. Un día
nos viene las ganas de no hacer nada, de no ir a ningún lado, de no ver a nadie, de llorar por algo
que ni siquiera tiene nombre. Al principio viene la confusión, que más tarde termina por convertirse
en miedo si tales estados de ánimo se repiten y se prolongan bajo formas de desesperación, di
vagación, pusilanimidad, verbosidad e inestabilidad. Casino describe así esta situación: “El sexto
combate para nosotros es el que los griegos definían acidia; nosotros lo podemos llamar “tedio” o
también “ansiedad del corazón”. Se parece a la tristeza y se refiere especialmente a las personas
solitarias y es enemiga molesta e insistente sobre todo para quienes viven en los desiertos. Le llega
al monje especialmente hacia el mediodía, a modo de una fiebre que se hace presente en horas
fijas… Algunos de los ancianos la identifican como el “demonio meridiano”, en referencia al Salmo
90”12. Nos dice Agamben que: “Los padres (de la Iglesia) se encarnizan con particular fervor contra
el peligro de este demonio meridiano – se llama demonio meridiano porque en la iconografía
medieval suele aparecer a la hora del mediodía, cuando el sol está en lo más alto – que escoge a sus
víctimas entre los homines religosi y los asalta cuando el sol culmina sobre el horizonte”13. Parece
ser que la persona dominada por este demonio empieza a tener horror del lugar donde vive y no
encuentra gusto en donde se encuentra: “El ojo del acedioso se fija en las ventanas continuamente y
su mente imagina que llegan visitas: la puerta gira y éste salta fuera, escucha una voz y se asoma
por la ventana y no se aleja de allí hasta que, sentado, se entumece” 14. No puede habitar bien los
límites de su propia piel. Proclama un disgusto de su lugar y un fastidio dirigido al otro. Y en la
patrística cristiana se habla de las filiae acediae, las hijas de este diablo meridiano, cortejo infernal
que se caracteriza por malicia, rencor, pusilanimidad, desesperación, somnolencia y también la
evagatio mentis o aceleración imaginaria15.
Claro que se trata de un momento crítico en el proceso evolutivo de una persona. Se llame
demonio meridiano o como se quiera. Un superior general, en una Carta dirigida a los hermanos de
9
Cf T. LIDZ, La persona. Su desarrollo a través del ciclo vital, Barcelona 1985, cap. XVI.
G. AGAMBEN, Estancias. La palabra y el fantasma en la cultura occidental, Editorial Pre-textos, Valencia 1995, p.
23.
11
Cf Instituciones de los cenobios, Libro V y siguientes; el Libro X, está dedicado a la acidia, 1-25.
12
Idem, Libro X, 1.
13
G. AGAMBEN, o.c., p. 24.
14
EVAGRIO PÓNTICO, capítulo XIV. En la tradición de los monjes del desierto, el abandonar la celda era una de las
principales tentaciones de la acedia.
15
Cf J.C. LARCHET, Terapia delle malattie spirituali, Edizioni San Paolo, Cinisello Balsamo (Milano) 2003, pp.195201.
10
9
La segunda edad de la vida
Josu M. Alday
esta edad comprendida entre los 35 a los 55 años, entre otras cosas escribía: “En esta larga etapa
que la ciencia médica ha prolongado podemos distinguir dos momentos. El primer que va de los 35
a los 55 años, llamado por muchos el del demonio meridiano…En esta edad aparecen unos cambios
que no se pueden dejar de lado. Existe una necesidad vital de autoformación. Algunos aspectos que
debemos cuidar son el fenómeno afectivo, la duda existencial sobre el valor de la vida y la
vocación, cierta instalación en la mediocridad, el escondernos detrás del trabajo evitando las
relaciones, el fastidio, el cerrarnos y tomar distancia de los demás”16 Lo cierto es que se pasa mal
cuando ese dichoso “diablillo” entra en nuestra vida. Porque te pone en crisis mucho de lo vivido
hasta entonces. Por ejemplo, los cambios físicos experimentados pueden llevar consigo cambios
psicológicos y emocionales, poniendo en crisis la afectividad. “Tengo la impresión que nadie me
quiere”, me decía un párroco religioso. Y eso que trabajaba de la mañana a la noche en parroquia.
Te viene la impresión de sentirte solo, y como si tuvieras ganas de que alguien entrara en tu
corazón. ¿Y lo del celibato? Si nuestro mundo emocional lo está pasando mal se puede caer en la
depresión, porque compruebo que ciertos aspectos de mis sueños iniciales como religioso/a se han
esfumado o casi ignorados; o cuando descubro ciertos aspectos de mi personalidad que me cuesta
admitir y acerca de los cuales me es difícil hablar. Por otra parte, me distraigo mucho y me resulta
difícil administrar el tiempo y mis energías. “Antes no eras tan agresivo, ni tan irritable” me dice
alguno. “¿Y cómo es que no paras?”. Y me da por beber. “Es que siento una cierta ansiedad…”,
suelo decir.
d) Crisis de fe y de apostolado
La misma experiencia de fe y pastoral-ministerial pasan por momentos críticos. “Me parece
que todo lo vivido hasta ahora no ha tenido sentido. Mi vida de fe, mi vocación, mi apostolado…”.
Se experimenta una especie de desplome de las formulaciones de fe y de una espiritualidad
vocacional confusa y dispersa. Expertos y modelos de vida de fe y de espiritualidad se sienten como
en el aire. Las imágenes de Dios y los estilos de oración que en el pasado los sostenían y
alimentaban se modifican en esta edad. Pero esta crisis de fe en la edad adulta no es tanto asunto de
pérdida de fe, cuanto de rubricarla y reformularla, porque la relación con ese Misterio de Vida va
cambiando a medida que se pasa de una etapa de la vida a otra. Mi imagen de Dios durante la
infancia y la adolescencia será necesariamente diferente de la que tengo en cuanto adulto. Esta
experiencia enseña que la verdadera esencia de la fe consiste en confiar en aquello que no se puede
nombrar. Tauler observaba que entre los hombres entregados durante años a la vida religiosa
algunos caen en una crisis espiritual entre los cuarenta y los cincuenta años. Se puede el sentido de
lo que se hace: oración, apostolado, comunidad… y las formas externas en las que uno se ha
apoyado17. En la carta citada anteriormente, el Hermano general anotaba que: “Esta crisis es obra de
la gracia de Dios que quiere conducir al hombre a la verdad, llevarle hasta el fondo del alma. Sin
embargo frecuentemente reaccionamos mal, mediante la huida o la inhibición. La huída nos hace
buscar responsables de lo que nos pasa en los demás, en las estructuras, en los cambios del Instituto
y de la sociedad, etc. Proyectamos nuestro descontento fuera de nosotros mismos y buscamos una
Hermano Alvaro RODRÍGUEZ ECHEVARRÍA, Carta a los Hermanos de la segunda edad, en “Acontecimientos
Lasalianos Recientes – 2004, Roma 2004.
17
Cf J. BREWI – A. BRENAM, Mid-life: psychological and spiritual perspectives, New York 1982; Celebrate mid-life:
Jungian archetypes and mid-life spirituality, New York 1988; Mid-life directions: praying and playing sources of new
dynamism, New York 1985; L. CARROL – K. DYKEMAN, Chaos or creation: spirituality in mid-life, New York 1986; R.
STUDZINSKI, Spiritual direction and mid-life development, Chicago 1985.
16
10
La segunda edad de la vida
Josu M. Alday
solución en aferrarnos a nuestras ideas y costumbres o en buscar nuevas formas de vida, nuevas
espiritualidades, nuevas experiencias…”.
Por otra parte, un cambio en la perspectiva de la fe, o una pérdida total, tendrá inevitables
repercusiones en el ejercicio del apostolado y del ministerio. Tal vez tenga éxito en el ministerio,
pero ¿sigue teniendo un verdadero sentido para mí? ¿Refleja mis valores más profundos? ¿Quiero
continuar este ministerio durante los próximos 10 o 15 años? ¿Por qué sí o por qué no? Estas
reflexiones acerca del sentido de mi apostolado y ministerio pueden quedar disminuidas u
oscurecidas por el trabajo excesivo y una actividad febril. Esa “fiebre de trabajo” es una enfermedad
de la edad adulta, que indica incapacidad para establecer una distancia conveniente entre yo mismo
y mi trabajo. Hasta llegar a descubrir que el trabajo es el único lugar en que uno se siente a gusto
consigo mismo, y donde se percibe el propio valor. La ineptitud para poner límites a mi vida de
trabajo, unida con el desconocimiento de mis necesidades interpersonales, es lo que determina,
habitualmente, un agotamiento. Esta experiencia me dice que he de reevaluar, de manera radical,
qué significado tiene el trabajo en mi vida.
e) El pensamiento de la muerte
No es la primera vez que se piensa en la propia muerte. Es cierto que la idea de la muerte
surge ya en la infancia; más tarde puede ser negada o relegada al futuro. Pero de una manera u otra
se ha ido conociendo la muerte de los propios padres, familiares, amigos. Cuando en la oración
comunitaria se ora por los hermanos/as de Congregación ya fallecidos, entra como un escalofrío:
también orarán por mí. En este momento de la vida, se empieza a tener más conciencia de la
mortalidad como algo real. Se ha entrado en la involución del atardecer de la vida. Haciendo
cálculos benévolos uno piensa: bueno, todavía estoy en los 50. Hasta ahora ha sido subir, pero me
doy cuenta que ahora toca bajar. Tal vez me queden muchos kilómetros que recorrer (sólo Dios los
sabe), pero serán los últimos. Qué bien se expresa este autor cuando escribe: “El cambio de rumbo
que se efectúa en el paso del amanecer al atardecer de la vida, la percepción del propio cuerpo que
envejece y se deteriora, la percepción del tiempo como límite y reducción, son regidos por la
experiencia de la muerte que comienza a vislumbrarse como meta. Si la primera mitad de la
existencia estuvo dirigida por la vida que se expande, la segunda viene polarizada por la muerte,
que se impone como meta final”18.
La conciencia de la muerte constituye “la característica central y crucial de la edad adulta”,
dice Eliot Jacques. Aun cuando esa percepción pueda acudir más profundamente durante una
enfermedad grave, en la edad adulta se manifiesta frecuentemente por la pérdida efectiva de gente
allegada: padres, hermanos, amigos y compañeros. La muerte desvanece los sentimientos de
seguridad y retrotrae a algún momento del ciclo vital en el que pudieron presentarse pensamientos y
temores semejantes. La conciencia de la muerte se relaciona muy de cerca con el hecho de que, en
esta edad, se comprueba que somos “prisioneros del tiempo”. Por una parte, tantos planes y
aspiraciones del pasado que no se han realizado; y por otra, el futuro se hace corto. Cuánto me
queda aún y cómo quiero emplearlo, viene a ser un pensamiento que me viene con frecuencia.
La otra cara de la medalla
18
M. RODRÍGUEZ, a.c., p. 19.
11
La segunda edad de la vida
Josu M. Alday
No sería justo ni objetivo si todo quedara en esta descripción de la segunda edad que he
dibujado hasta aquí. Todo eso y mucho más (cada uno podría decir la suya) puede ser este ciclo
vital. Pero la otra parte de la medalla nos presenta otras características que no hay que olvidar. Por
ejemplo:
1. Mayor soltura y flexibilidad: llegados a esta edad hemos podido aprender a no estar tan
atados ni a dejarnos llevar por una cierta ansiedad. Más soltura y sencillez, no rutina o
domesticación, sino mayor naturalidad de quien lleva un yugo suave y un peso ligero. La
vida se nos hace más fácil y llevadera.
2. Calma y un cierto humorismo: después de haber vivido tantos años, haber visto muchas
cosas y pasado tantas pruebas personales y ajenas, se trata de no dramatizar las situaciones.
Además, muchas dificultades se resuelven más fácilmente si se afrontan con serenidad y
objetividad.
3. Autoironía y paz interior: es la consecuencia de lo anterior pero aplicado a sí mismo, al
propio camino y a las propias reacciones personales. Aquí una dosis de espiritualidad no
viene mal, porque si se toma en serio a Dios y a su Reino, más fácilmente considera las
propias pretensiones y se está menos sujetos a la angustia. Uno sabe que cada cosa tiene su
tiempo y que todo aparente fracaso es participación en la humillación de Jesús que salva el
mundo; un poco de penitencia por nuestros pecados es muy saludable y un poco de buen
humor ajusta muchas cosas.
4. Una cierta amorosa penetración de los corazones: lo que los padres griegos llamaban
“cardiognostía” o conocimiento de los corazones, como don del Espíritu, no como simple
bonachón.
5. La capacidad de habitar en la incertidumbre y en la indeterminación: quedó atrás aquella
seguridad y planteamientos doctrinales sobre la vida religiosa, los sacramentos, la familia,
etc. Ahora hay que convivir con lo postmoderno, en contextos confusos e inciertos,
adheridos al Evangelio y al Eterno.
6. La capacidad de convivir con la novedad y la diversidad: es la sabiduría de la vida que sabe
que hay perspectivas diversas para interpretar la verdad por caminos diferentes a los míos.
7. Ecuanimidad instintiva en la aplicación de la ley: característica que los griegos llamaban
“epieikeia”, fruto de madurez y profundidad espiritual.
8. Estímulo intergeneracional: la segunda edad de la vida puede tener una palabra que decir a
las otras edades. Esta edad, vivida bien, viene a ser como el aceite derramado por María a
los pies de Jesús: “Y toda la casa se llenó del perfume del ungüento” (Jn 12,3). Si cada edad
de la vida está llamada a sostener a las otras, de la edad adulta y madura se espera ese
optimismo que ha superado los entusiasmos fáciles y las posibles desilusiones de la vida,
enseñando a acoger con sobriedad el valor de las pequeñas cosas de cada día, a valorizar con
sencillez todas las relaciones y a orar incluso en los momentos de oscuridad y de ceguera.
12
La segunda edad de la vida
Josu M. Alday
Procesos formativos para la segunda edad
La preocupación que nuestros Institutos manifiestan en la elaboración de proyectos
formativos para la etapa inicial, podrían extenderla a las otras edades de la vida, y en concreto al
periodo que va desde la profesión perpetua/ordenación sacerdotal hasta la década de los años 60. Si
la formación es una realidad dinámica, camino, itinerario, proceso, habrá que tener en cuenta los
ciclos vitales en los que la persona consagrada irá configurando su propio yo existencial carismático
según la elección/llamada del Dios de la historia:
“El proceso formativo… – dice Vita consecrata – no se reduce a la fase inicial, puesto que,
por la limitación humana, la persona consagrada no podrá jamás suponer haber completado
la gestación de aquel hombre nuevo que experimenta dentro de sí, ni de poseer en cada
circunstancia de la vida los mismos sentimientos de Cristo. La formación inicial, por tanto,
debe engarzarse con la formación permanente, creando en el sujeto la disponibilidad para
dejarse formar cada uno de los días de su vida” (VC 69a).
Y continúa:
“Es muy importante, por tanto, que cada Instituto incluya, como parte de la ratio
institutionis, la definición de un proyecto de formación permanente lo más preciso y
sistemático posible, cuyo objetivo primario sea el de acompañar a cada persona consagrada
con un programa que abarque toda su existencia. Ninguno puede estar exento de aplicarse al
propio crecimiento humano y religioso; como nadie puede tampoco presumir de sí mismo y
llevar su vida con autosuficiencia. Ninguna fase de la vida puede ser considerada tan segura
y fervorosa como para excluir toda oportunidad de ser asistida y poder de este modo tener
mayores garantías de perseverancia en la fidelidad, ni existe edad alguna en la que se pueda
dar por concluida la completa madurez de la persona” (VC 69b).
Más claro, agua. Habrá que proyectar, por tanto, procesos formativos para este ciclo vital
que hemos llamado segunda edad de la vida. En las páginas anteriores hemos intentado describir la
realidad de esta edad; ahora se trata de proyectarla operativamente. Para lo cual, vamos a presentar
algunos procesos o itinerarios que la persona consagrada de esta edad puede recorrer: tareas a
realizar y objetivos a conseguir, valiéndose de algunos medios, estrategias, tiempos y personas.
1. Conocimiento de sí
Sería la primera tarea o proceso a llevar a cabo. Se podía dar por descontado, sin embargo,
es necesario conocerse a sí mismo en este periodo de la vida. Una cosa es experimentarla, otra
conocerla. Y así no nos sorprenderá cuando nos toque vivir algunos síntomas que hasta entonces no
los habíamos tenido y que son propios de esta edad.
Vita consecrata, al presentar las cinco áreas de la formación permanente, no duda en señalar
la dimensión humana y fraterna, con estas palabras:
“La dimensión humana y fraterna exige el conocimiento de sí mismo y de los propios
límites, para obtener el estímulo necesario y el apoyo en el camino hacia la plena liberación”
(VC 71c).
A mis 45, 50 o 60 años, ¿de nuevo conocerme? ¡Cuidado que me conozco! Y los demás
también me conocen. Faltaría más. Pues sí, se trata de conocerme ahora, en este momento de mi
13
La segunda edad de la vida
Josu M. Alday
vida. Para facilitar este conocimiento, además de la lectura sapiencial de la primera parte y de otras
posibls técnicas de autoanálisis, te invito a responder al siguiente cuestionario:
CUESTIONARIO
1. Edad
40 – 45 años
46 - 50 años
51 - 55 años
56 - 60 años
2. Sexo
Masculino
Femenino
[
[
[
[
]
]
]
]
[ ]
[ ]
3. Tiempo de los votos
20 - 25 años
26 - 30 años
31 – 35 anni
[
[
[
[
]
]
]
]
4. Nivel de estudios
Universitario
Bachiller
Básico
[ ]
[ ]
[ ]
5. Nacionalidad
Española
Extranjera
[ ]
[………………………….]
6. Actividades desarrolladas
6.1 Señalar dos actividades
1. ………………………………………………….
2. ………………………………………………….
6.2 Estas actividades eran principalmente
1. Dentro della Congregazione
2. Fuera de la Congregación
3. Fuera del ámbito eclesial
[ ]
[ ]
[ ]
7. Juicio complexivo de la propia vida
 Dando un un vistazo a mi vida, me siento:
Muy realizado
[ ]
Realizado
[ ]
A medias
[ ]
Poco realizado
[ ]
Muy poco realizado [ ]
14
La segunda edad de la vida
Josu M. Alday
8. Juicio global sobre mi vida consagrada
 Dando un vistazo a mi vida consagrada:
Muy realizado
[ ]
Realizado
[ ]
A medias
[ ]
Poco realizado
[ ]
Muy poco realizado [ ]
9. Juicio global sobre mi Congregación
 Dando un vistazo a mi Congregación:
Muy identificado
[ ]
Identificado
[ ]
A medias
[ ]
Poco identificado
[ ]
Muy poco identificado
[ ]
10. Juicio global sobre el futuro de la vida consagrada
 Dando un vistazo a la nueva generación de consagrados, me siento:
Muy esperanzado
[ ]
Esperanzado
[ ]
A medias
[ ]
Poco esperanzado
[ ]
Muy poco esperanzado
[ ]
11. Mi edad según el punto de vista psico-biológico
 Envejecimiento físico:
Muy envejecido
[ ]
Envejecido
[ ]
Normal
[ ]
Poco envejecido
[ ]
 Disminución de las funciones orgánicas:
Muy sobre la norma
[ ]
Sobre la norma
[ ]
Nomal
[ ]
Bajo la norma
[ ]
Muy bajo la norma
[ ]
 Presencia de enfermedades y dolor de cabeza:
Muy sobre la norma
[ ]
Sobre la norma
[ ]
Normal
[ ]
Bajo la norma
[ ]
Muy bajo la norma
[ ]
 Disminución de la capacidad de trabajo:
Muy sobre la norma
[ ]
15
La segunda edad de la vida
Josu M. Alday
Sobre la norma
[ ]
Normal
[ ]
Bajo la norma
[ ]
Muy bajo la norma
[ ]
 Imagen corpórea:
Muy negativa
[ ]
Negativa
[ ]
Realista
[ ]
Positiva
[ ]
Muy positiva
[ ]
 Aspectos de mi corporeidad:
Me gusta de mi cuerpo:
1 ………………………………………………………
2 ………………………………………………………
3 ………………………………………………………
No me gusta de mi cuerpo:
1 ………………………………………………………
2 ………………………………………………………
3 ………………………………………………………
12. Mi edad desde el punto de vista psico-afectivo
 Reacciones ante el envejecimiento físico global:
Rechazo:
muy fuerte [ ] fuerte [ ] normal [ ] débil [ ] muy débil [ ]
Ansia:
muy fuerte [ ] fuerte [ ] normal [ ] débil [ ] muy débil [ ]
Replegamiento sobre sí misma:
muy fuerte [ ] fuerte [ ] normal [ ] débil [ ] muy débil [ ]
 Equilibrio biofísico vital:
Trabajo:
muy fuerte [ ] fuerte [ ] normal [ ] débil [ ] muy débil [ ]
Alimentación:
muy fuerte [ ] fuerte [ ] normal [ ] débil [ ] muy débil [ ]
Acción-oración:
muy fuerte [ ] fuerte [ ] normal [ ] débil [ ] muy débil [ ]
 Experienciaza de integración psicosexual:
a) Integrada:
si [ ] no [ ]
b) Segura:
si [ ] no [ ]
c) Sin bloqueos:
si [ ] no [ ]
 Considero aspectos psicosexuales positivos: negativos:
1 ………………………………………
1 ……………………………….
2 ………………………………………
2 ……………………………….
3 ………………………………………
3 ……………………………….

Relación hombre – mujer:
a) Integrada:
b) Segura:
c) Sin bloqueos:
d) Propia de una consagrada: si [ ]
si [ ] no [ ]
si [ ] no [ ]
si [ ] no [ ]
no [ ]
16
La segunda edad de la vida
Josu M. Alday
13. Mi edad desde el punto de vista psicoexistenzial
 Valoración sobre el sentido de mi vida:
…………………………………………………………………………….
 ¿Crisis de intimidad?
……………………………………………………………………………..
 Síntomas de “estrés”y otras patologías:
1. Has experimentado problemas importantes en estos años?
si [ ] no [ ]
2. Has tenido necesidad de ayuda psicológica?
si [ ] no [ ]
3. Qué tipo de problema-desajuste has tenido?
…………………………………………………….
 ¿Has tenido experiencia de los límites?
……………………………………………………………..
 Aspectos positivos y negativos en la integración psico-existencial:
Los tres problemas experimentados:
1 …………………………………………………
2 …………………………………………………
3 …………………………………………………
Los tres aspectos de integración o de apoyo:
1 …………………………………………………
2 …………………………………………………
3 …………………………………………………
14. Mi edad desde el punto de vista psico-social
14.1Respecto a mi realización socio-profesional, me siento:
Muy realizado
[ ]
Realizado
[ ]
A medias
[ ]
Poco realizado
[ ]
Muy poco realizado [ ]
14.2 Respecto a la auto-percepción en las relaciones institucionales en la Congregación:
Realizada: Muy realizado [ ] Realizado [ ] A medias [ ] Poco [ ] Nada [ ]
Valorizada: Muy realizado [ ] Realizado [ ] A medias [ ] Poco [ ] Nada [ ]
Segura:
Muy realizado [ ] Realizado [ ] A medias [ ] Poco [ ] Nada [ ]
14.3 Respecto a la vida comunitaria:
14.3.1 Ejercicio de la autoridad:
Muy bien [ ] Bien [ ] Normal [ ] Poco [ ] Nada [ ]
14.3.2 Relaciones interpersonales:
Muy bien [ ] Bien [ ] Normal [ ] Poco [ ] Nada [ ]
14.3.3 Ayuda espiritual:
Muy bien [ ] Bien [ ] Normal [ ] Poco [ ] Nada [ ]
14.3.4 Ayuda apostólica:
Muy bien [ ] Bien [ ] Normal [ ] Poco [ ] Nada [ ]
14.3.5 Libertad responsable:
Muy bien [ ] Bien [ ] Normal [ ] Poco [ ] Nada [ ]
14.4 Respecto a las relaciones con las personas:
17
La segunda edad de la vida
Josu M. Alday
14.4.1 En comunidad:
Muy cordial [ ] Cordial [ ] Normal [ ] Poco cordial [ ] No cordial [ ]
14.4.2 Con otras personas:
Muy cordial [ ] Cordial [ ] Normal [ ] Poco cordial [ ] No cordial [ ]
14.5 Relaciones con la Iglesia y la pastoral:
14.5.1 Con la Iglesia local:
Muy intensas [ ] Intensas [ ] Normales [ ] Poco intensas [ ] No intensas [ ]
14.5.2 Con la pastoral specifica:
Muy intensas [ ] Intensas [ ] Normales [ ] Poco intensas [ ] No intensas [ ]
14.5.3 Con los seglares en general:
Muy intensas [ ] Intensas [ ] Normales [ ] Poco intensas [ ] No intensas [ ]
14.6 Relaciones con “el mundo”:
14.6.1 Con el barrio:
Muy intensas [ ] Intensas [ ] Normales [ ] Poco intensas [ ] No intensas [ ]
14.6.2 Con los movimientos populares:
Muy intensas [ ] Intensas [ ] Normales [ ] Poco intensas [ ] No intensas [ ]
14.6.3 Con los sindicatos y los partidos:
Muy intensas [ ] Intensas [ ] Normales [ ] Poco intensas [ ] No intensas [ ]
14.7 Opinión sobre la vida consagrada “inserta”:
Muy favorable [ ] Favorable [ ] Regular [ ] Poco favorable [ ] No favorable [ ]
14.8 Opinión sobre la apertura de la vida consagrada:
Tres aspectos considerados como positivos: Tres aspectos considerados negativos:
1 …………………………………...
1 ……………………………........
2 …………………………………...
2 …………………………………
3 ………………………………………
3 …………………………………..
14.9 Relaciones con las nuevas generaciones:
Aspectos positivos:
1 ……………………………….
2 ……………………………….
3 ……………………………….
Aspectos preocupantes:
1 ………………………………….
2 ………………………………….
3 ………………………………….
14.10 Expectativa sobre el futuro de la vida consagrada:
Muy optimista [ ] Optimista [ ] Regular [ ] Pesimista [ ] Muy pesimista [ ]
15. Mi edad desde el punto de vista psico-espiritual
15.1 Integración de los cambios en la espiritualidad:
Muy integrado [ ] Integrado [ ] A medias [ ] Poco integrado [ ] No integrado [ ]
15.2 Aspectos positivos y negativos:
Tres aspectos positivos:
Tres aspectos negativos:
1 ………………………………
1 ………………………………………
2 ………………………………
2 ………………………………………
3 ………………………………
3 ………………………………………
18
La segunda edad de la vida
Josu M. Alday
15.3 Opinión sobre la experiencia de los votos:
………………………………………………………………………………….
………………………………………………………………………………….
………………………………………………………………………………….
15.4 Vida personal de oración:
Aspectos de crecimiento:
Aspectos de bloqueo:
1 …………………………………. 1 ………………………………………...
2 …………………………………. 2 …………………………………………
3 …………………………………. 3 …………………………………………
15.5 Experiencia de Dios:
Muy profunda [ ] Profunda [ ] Normal [ ] Poco profunda [ ] Muy poco profunda [ ]
16. Preguntas abiertas
Escribe otros aspectos de tu experiencia que consideres importantes:
…………………………………………………………………………………………………
…………………………………………………………………………………………………
…………………………………………………………………………………………………
…………………………………………………………………………………………………
…………………………………………………………………………………………………
…………………………………………………………………………………………………
…………………………………………………………………………………………………
…………………………………………………………………………………………………
19
La segunda edad de la vida
Josu M. Alday
RADIOGRAFIA DE MI EDAD
En estos años, he experimentado:
1. Disgusto ………………………………………………………..
2. Pérdida de interés por las cosas ………………………………..
3. Sentido de vacío y de inutilidad ………………………………..
4. Tristeza y nostalgia ante lo perdido …………………….. ……..
5. Irritabiliad e inestabiliad ………………………………………..
6. Sentimientos de insatisfacción ante la propia vida ……………
7. Dudas sobre la validez de las renuncias hechas o sobre los
compromisos asumidos ……………………………………………
8. Experiencias afectivas “nuevas” que amenazan la estabilidad de
las propias acciones ………………………………………………..
9. Conducta sexual-genital intensificada ……………………………
10. Deseo de amor recíproco y de vivir las dimensiones de la
“maternidad” como persona consagrada ……………………………
si [ ]
si [ ]
si [ ]
si [ ]
si [ ]
si [ ]
no
no
no
no
no
no
[]
[]
[]
[]
[]
[]
si [ ] no [ ]
si [ ] no [ ]
si [ ] no [ ]
si [ ]
no [ ]
11. El futuro aparece como barrera o como horizonte abierto ………
12. Sensación de “haber vivido ya” un buen recorrido de la vida ……
13. ¿Merecía la pena proponerme aquellos ideales? ………………….
14. La esperanza parece amenazada …………………………………
si [ ]
si [ ]
si [ ]
si [ ]
no [ ]
no [ ]
no [ ]
no [ ]
15. Emergencia de la realidad e inevitabilidad de la muerte …………
16. Creciente deseo de vivir la vita “generosamente” y con intensidad
17. Dificultad en la propia vida de fe, en el servicio y en el testimonio
18. Deseo de “romper” con el propio pasado ………………………..
19. Inquieto tentativo de asumir una “nueva dirección” en la propia vita
20. Puesta en cuestión las opciones personales y los compromisos …..
21. Reducción de la autoconfianza ……………………………………
22. Aumento de la duda y de la inseguridad ………………………. …
23. Necesidad de “purificar” las motivaciones que han guiado mis
opciones ………………………………………………………………
24. Profunda autenticidad y verdad personal y religiosa ……………...
25. Cierto “desencanto” de mismo ……………………………………
26. Fuerte sensación de mis límites, de mis incapacidades personales ..
27. El futuro se me presenta más incierto ………………………………
28. Reducción en las diversas dimensiones de la vida:
salud [ ], relaciones sociales [ ], protagonismo [ ], creatividad [ ]
29. Ansiedad e inestabilidad emocional …………………………………
30. “Depresión” como respuesta a la sensación de “pérdida”: 19
 de los primeros ideales o sueños [ ],
 de las personas queridas y significativas [ ],
si [ ]
si [ ]
si [ ]
si [ ]
si [ ]
si [ ]
si [ ]
si [ ]
no [ ]
no [ ]
no [ ]
no [ ]
no [ ]
no [ ]
no [ ]
no [ ]
si [ ]
si [ ]
si [ ]
si [ ]
si [ ]
no [ ]
no [ ]
no [ ]
no [ ]
no [ ]
si [ ]
no [ ]
19
Poner una X en la casilla correspondiente.
20
La segunda edad de la vida


Josu M. Alday
de las tendencias perfeccionistas [ ]
y del autocontrol [ ]
31. Cierto escepticismo, con tendencia a instalarse en la mediocridad [ ]
o en las propias contradicciones [ ]
32. Distanciamiento de sí mismo, de la propia verdad y autenticidad ……..
33. Dificultad para aceptar las inconsistencias y la “sombra” ……………..
34. Fractura entre lo “ideal” y la “realidad” ………………………………..
35. Tensión interior entre el “heterocentramiento” y el’”autocentramiento”
36. Falta o incapacidad de reposo en el trabajo …………………………….
37. Siento muy lejanos los años de la formación …………………………. .
38. Riesgo de vivir la “rutina” ………………………………………………
39. Advierto la tentación de hacer las cosas un tanto mecánicamente, sin
creatividad ni ganas ……………………………………………………..
40. Las primeras ilusiones sobre mí y sobre los demás se han “desinflado” .
si [
si [
si [
si [
si [
si [
si [
]
]
]
]
]
]
]
no [ ]
no [ ]
no [ ]
no [ ]
no [ ]
no [ ]
no [ ]
si [ ]
si [ ]
no [ ]
no [ ]
si [
si [
si [
si [
si [
si [
si [
si [
si [
si [
si [
si [
si [
si [
no [ ]
no [ ]
no [ ]
no [ ]
no [ ]
no [ ]
no [ ]
no [ ]
no [ ]
no [ ]
no [ ]
no [ ]
no [ ]
no [ ]
Veo en mí:
1. Una cierta ligereza y soltura en el vivir …………………………………
2. La tranquilidad y la calma ……………………………………………….
3. Un cierto humorismo …………………………………………………….
4. Autoironía ………………………………………………………………..
5. La paz interior ………………………………………………………........
6. Amorosa penetración de los corazones …………………………………..
7. Ecuanimidad instintiva en la aplicación de las leyes y preceptos ………..
8. Capacidad de vivir incluso en la indeterminación …………………….....
9. Capacidad de convivir con la novedad y la diversidad ………………….
10.Una maduración cualitativa …………………………………………….
11.El ofrecimiento confiado de mí …………………………………………
12.Sé darme confianza ……………………………………………. ……….
13.Perseverante en la oración ………………………………………………
14.Experienza de abandono en Dios ……………………………………….
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2. Asumir los desafíos de la segunda edad
El conocimiento realista y objetivo de mí a esta edad ya es mucho. Pero no lo es todo. He de
aceptar este periodo de la vida y asumir sus desafíos. Uno de estos desafíos es saber elaborar los
cambios experimentados en mí. Puedo tener la impresión de ser “otro”; de haber “perdido”
juventud, entusiasmo, fervor, celo, etc. Pero al mismo tiempo encontrarme como “otro” que se
quiere por lo que es, no por lo que ha hecho o está haciendo. Porque no puedo seguir siendo lo que
fui. Aprendí a producir “apostólicamente”; ahora tengo que aprender a ser yo mismo pero no como
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La segunda edad de la vida
Josu M. Alday
antes. Era necesario experimentar las “perdidas” (“ese otro que fui”) para crecer en humanidad
consagrada. No hay cambio ni crecimiento sin “pérdida”: “Si el grano de trigo…
Las “pérdidas” me están enseñando lo que soy y tengo ahora.
Otro desafío consiste en asumir la transformación y el cambio.
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CIC cc. 1031&1 e 658&1.
Persona che presenta una scissione tra le funzioni emotive e quelle intellettive; ritirata e sospettosa,
più protesa verso i contenuti fantastici che i dati della realtà.
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Cf. M. DIANA, Ciclo di vita ed esperienza religiosa. Aspetti psiciologici e psicodinamici, EDB
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