NUMERO: 50 - EL COTIDIANO

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NUMERO: 50
FECHA: Septiembre-Octubre 1992
INDICE ANALITICO: Empresarios
AUTOR: Matilde Luna [*]
TITULO: Inconsistencias de la Modernización: El Caso del Consejo Coordinador
Empresarial [**]
ABSTRACT:
Es de esperarse que la nueva estrategia de desarrollo orientada hacia el mercado externo,
genere nuevas diferencias o profundice las existentes, como es el caso de la polarización
económica, que se ha venido acentuando en el curso de la década de los ochenta y
principios de los noventa, entre las empresas medianas, pequeñas y micros por una parte,
y un muy reducido número de supergrupos en otro extremo, que han incrementado
sustancialmente su poder económico, al beneficiarse de las nuevas políticas exportadoras
y del proceso de privatización de las empresas públicas y de los bancos.
TEXTO:
Introducción
Una de las inconsistencias más peculiares de la modernización es que mientras la
flexibilización de los controles corporativos en lo que atañe al sector laboral aparece ya
como un principio indiscutible, los empresarios en cambio, han venido apostando al
monopolio de la representación de sus intereses a través de dispositivos institucionales
como el Consejo Coordinador Empresarial (CCE) y más recientemente la Coordinadora
de Organizaciones Empresariales de Comercio Exterior (COECE), y consecuentemente,
han optado por una estrategia de unidad de acción colectiva.
Esta suerte de paradoja resulta aún más desconcertante cuando se observa que en los
últimos diez años, uno de los actores sociales más destacados en la ofensiva contra el
corporativismo ha sido el empresariado a través de los dirigentes de los principales
organismos empresariales, incluyendo el propio CCE. Este organismo a pesar de su
origen social (vs. estatal) y su estatuto jurídico de asociación civil (vs. organismo
público) de afiliación voluntaria, tiene importantes rasgos corporativos que se fundan en
su calidad de representante de los intereses del empresariado en su conjunto,
representación que prácticamente ha sido sancionada por el gobierno, y en el
agrupamiento de las principales organizaciones empresariales del país, incluyendo a las
definidas como organismos públicos de afiliación obligatoria.
Esta inconsistencia del sector privado no ha estado libre de tensiones internas que, como
se observará más adelante, se han expresado de muy diversas maneras particularmente
desde finales de los ochenta, y que son altamente significativas dada la discreción con la
que usualmente se dirimen sus diferencias o aún el muy bajo nivel de conflictualidad que
existe por lo general entre el empresariado.
La estrategia de unidad política ha sido en el pasado una constante en la acción colectiva
del empresariado frente a los intentos de reforma del gobierno, que son percibidos como
una amenaza a sus intereses. Sin embargo, en la coyuntura actual, caracterizada por un
amplio acuerdo entre el gobierno y los empresarios, llama la atención persistencia de esta
estrategia.
Este hecho parece obedecer no sólo a la lógica de conservar una posición privilegiada en
el régimen político bajo una concepción de poder suma cero (dentro de la cual el
empresariado fortalece sus posiciones a costa de la desarticulación del poder económico y
político del sector laboral y de la desarticulación del viejo estado interventor), sino
también -y pese a los vientos neoliberales- a la funcionalidad activa de los recientes
pactos corporativos, que requieren un interlocutor unificado. Por otra parte, en el marco
de los acuerdos de integración, la estrategia de unidad parece favorable a la obtención de
mejores condiciones en la negociación, ante la asimetría entre México y países como
Estados Unidos y Canadá. De aquí una organización como la COECE, que encabezada
por el CCE y en un segundo nivel por la organizaciones que lo integran, más aquellas que
se ocupan propiamente del comercio exterior (es decir, la Asociación Nacional de
Importadores y Exportadores de la República Mexicana, la Cámara de Comercio MéxicoEstados Unidos, el Capítulo Mexicano de la Cámara de Comercio Internacional, el
Consejo Empresarial Mexicano para Asuntos Internacionales y el Consejo Nacional de
Comercio Exterior), reproduce, ampliándolo, el patrón de acción colectiva unificada
(véase Cuadro 1).
En este contexto, resulta de interés observar cuál es la capacidad técnico política del
empresariado para actuar colectivamente y cuáles son sus principales limitaciones, a
través del análisis de la estructura interna del Consejo.
Como punto de partida puede decirse que el Consejo Coordinador Empresarial (fundado
en 1975), constituye la entidad política de mayor importancia en la estructura mexicana
de representación de intereses del sector privado, entre otros factores, porque reúne a las
principales organizaciones de carácter nacional, y en la medida en que desde su
fundación se ha convertido en el principal interlocutor del gobierno para el tratamiento de
asuntos de orden general o de primera importancia que afectan directa o indirectamente al
sector privado. Desde sus orígenes, el CCE ha buscado la unidad del empresariado
nacional así como su representación ante el gobierno e indirectamente frente a otros
sectores de la sociedad mexicana.
A pesar de los múltiples y significativos intereses comunes del empresariado, que han
hecho posible la creación de los poderosos dispositivos institucionales antes mencionados
y ganar fuerza política al CCE, subsisten puntos de tensión que al menos en una medida
importante se originan en la heterogeneidad del sector privado, la que puede observarse
desde muy diversas perspectivas. Sólo para mencionar algunos factores, podrían
señalarse las diferencias de interés derivadas del tamaño de las empresas, de su ubicación
geográfica, de su nivel de competitividad o de su grado de integración en cadenas
productivas. También puede hablarse de otro tipo de diferencias en el sector privado,
como son las de carácter ideológico y político, y así sucesivamente.
Es de esperarse que la nueva estrategia de desarrollo orientada hacia el mercado externo,
genere nuevas diferencias o profundice las existentes, como es el caso de la polarización
económica, que se ha venido acentuando en el curso de la década de los ochenta y
principios de los noventa, entre las empresas medianas, pequeñas y micros por una parte,
y un muy reducido número de supergrupos en otro extremo, que han incrementado
sustancialmente su poder económico, al beneficiarse de las nuevas políticas exportadoras
y del proceso de privatización de las empresas públicas y de los bancos. La territorialidad
es también un factor que ha venido a acentuar las diferencias en el sector privado, y en
particular entre regiones que han estado sujetas a una fuerte competencia externa y las de
industrialización débil. Es el caso también del factor derivado de la capacidad de
innovación tecnológica y en general del uso diferenciado de tecnologías.
Cuadro 1. Estructura Base de la Representación del Sector Privado Para la Negociación
del Acuerdo de Libre Comercio México-EU. Organismo de la Coordinadora de
Organizaciones Empresariales de Comercio Exterior[H-]
Heterogeneidad en los intereses empresariales
Como en el caso de las empresas y los empresarios mexicanos, las organizaciones del
sector privado que agrupa el CCE presentan también un alto grado de heterogeneidad
(véase Cuadro 2). Sus siete organizaciones, que son actualmente: el Consejo Mexicano de
Hombres de Negocios (CMHN), la Asociación Mexicana de Casas de Bolsa (AMCB), la
Asociación Mexicana de Instituciones de Seguros (AMIS), el Consejo Nacional
Agropecuario (CNA), la Confederación Patronal de la República Mexicana (Coparmex),
la Confederación de Cámaras Nacionales de Comercio, Servicios y Turismo (Concanaco)
y la Confederación de Cámaras Industriales (Concamin), tienen entre sí diferencias
importantes. Cabe mencionar que a estas asociaciones suele añadirse la Cámara Nacional
de Comercio de la Ciudad de México (Canaco-México) y la Cámara Nacional de la
Industria de Transformación (Canacintra), las que aunque estatutariamente pertenecen
respectivamente a la Concanaco y a la Concamin, tienen un relativo grado de autonomía
respecto a estas confederaciones.
Cuadro 2. El CCE y sus Organizaciones Afiliadas[H-]
Entre los factores que las distinguen pueden mencionarse los siguientes: su estatuto
jurídico (asociación civil, sindicato o institución pública autónoma regida por la Ley de
Cámaras) y tipo de afiliación (es decir, por invitación, voluntaria u obligatoria); su grado
de autonomía respecto al gobierno; su cobertura en relación a los miembros potenciales, o
en otros términos, el grado de monopolio de la representación que ostentan; su solidez
institucional; su dominio especializado o amplio; el tipo de dirigentes que las encabezan
(es decir, técnicos o líderes políticos) y el grado de control o representatividad que tienen
sobre sus afiliados.
Estas diferentes características estructurales de las organizaciones que integran el CCE,
se conjugan con otras como es la de su trayectoria política. Diversos estudios sobre el
comportamiento político de las organizaciones empresariales han distinguido, por
ejemplo, a la Coparmex y a la Concanaco del resto de las organizaciones por sus
sistemáticas posiciones radicales en coyunturas de conflicto. No es posible trazar una
relación necesaria entre rasgos estructurales y comportamiento político. En este caso
puede observarse que mientras que la Coparmex es un sindicato patronal de afiliación
voluntaria, con un dominio amplio en tanto que afilia a los empresarios
independientemente del sector en el que operan, la Concanaco por su parte, es una
institución pública de afiliación obligatoria y de carácter relativamente especializado, en
tanto que solamente afilia empresas comerciales, de servicios y turismo.
Sin embargo, una mirada menos lineal de este tipo de correlaciones puede dar luz sobre
los elementos estructurales que pueden llegar a expresarse políticamente. Esto puede
observarse en el caso especifico del CCE.
En este sentido puede decirse que la fuerza estructural del CCE se basa en su división
funcional, es decir, en la concurrencia en su seno de las principales organizaciones
sectoriales: las de industria, comercio y servicios, finanzas y agropecuarias, cada una de
las cuales, independientemente de sus características propias (como puede ser su estatuto
jurídico, su cobertura o su tamaño) representan un voto en el interior del CCE.
Puede advertirse, sin embargo, que en la conformación del CCE intervienen con la misma
representación organizaciones que no obedecen a esta estructura funcional, aunque sin
duda son de gran importancia, como son el Consejo Mexicano de Hombres de Negocios
y la Confederación Patronal de la República Mexicana, ambos de carácter plurisectorial
aunque de naturaleza muy distinta. El CMHN, que es una asociación civil, agrupa de
manera selectiva a los 37 empresarios considerados como los dirigentes de los grupos
económicos más importantes del país; mientras que la Coparmex, cuya figura jurídica es
la de sindicato patronal, agrupa voluntariamente a alrededor de 30,000 empresarios
independientemente del sector en el que operen; tiene una estructura regional, y profesa
una vocación de representar, bajo estas características, al conjunto del empresariado
nacional.
Con la inclusión de estas dos organizaciones en la composición del CCE, las cuales
tienen los mismos derechos que las que obedecen a una agrupación sectorial, aparecen al
menos tres problemas de orden estructural que en ocasiones se manifiestan en el plano
propiamente político. Estos problemas son el de la competencia interna por representar al
empresariado nacional en su conjunto, y los de la sobrerepresentación y la
subrepresentación de intereses.
Respecto al primero, tanto el CCE como la Coparmex tienen la vocación de representar al
empresariado en general, y de hecho esta competencia, agudizada por diferencias
ideológicas (dado el radicalismo de la Coparmex), y por el monopolio de la dirección del
CCE que ejerció en los últimos años la facción negociadora representativa de los grandes
supergrupos económicos, se ha expresado en desacuerdos y cuestionamientos de la
Coparmex en alianza con la Concanaco, de los acuerdos firmados entre el CCE y el
gobierno, especialmente los pactos económicos.
Este problema se entrelaza con el de la sobrerrepresentación de los grandes grupos en el
CCE, los que dado su frecuente carácter de grupos financieros tienen una doble o hasta
triple afiliación a través del Consejo Mexicano de Hombres de Negocios, la Asociación
Mexicana de Casas de Bolsa y la Asociación Mexicana de Instituciones de Seguros
(véase Cuadro 3).
Cuadro 3. El CCE, las Facciones Políticas y las Organizaciones Empresariales[H-]
Como contraparte, no hay en el Consejo una representación específica de los intereses de
los pequeños y medianos empresarios, así como tampoco de carácter regional. La
presencia de estos intereses es sólo indirecta y subordinada, a través de la Coparmex y la
Concanaco que tienen una estructura regional y en menor medida del Consejo Nacional
Agropecuario, de la Canacintra y de la Concamin que tienen una estructura mixta, es
decir, por tipo de productos y por regiones.
Estos problemas de orden fundamentalmente estructural tienen su correlato en los
lineamientos político-ideológicos que actúan en el CCE, en el que en coyunturas de
conflicto se puede distinguir la tensión entre una facción política radical de corte liberal
conservador integrada por la Coparmex, la Concanaco y el Consejo Nacional
Agropecuario, y otra con un tono más negociador integrada básicamente por el CMHN,
la AMCB y la AMIS, conformados en general por los supergrandes grupos económicos.
También se observa como expresión de estas tensiones la creación de nuevas
organizaciones principalmente de pequeños y medianos empresarios, como son los casos
en la década de los ochenta, de la Asociación Nacional de Industriales de la
Transformación (ANIT), que surge de un conflicto de intereses dentro de la Canacintra, y
de la Confederación Nacional de la Micro, Pequeña y Mediana Industria (Concamin).
Podría hablarse asimismo de una tensión estructural relativa al estatuto legal de las
organizaciones empresariales. Desde una perspectiva histórica puede observarse la
tendencia a la creación de asociaciones civiles de afiliación voluntaria frente a las
definidas como instituciones públicas y de carácter obligatorio, las que como se señaló
subsisten como tales en el seno del CCE. No obstante su situación legal, muchas de estas
asociaciones civiles tienen una muy amplia cobertura, en muchas ocasiones absoluta de
sus miembros potenciales (como son los casos de la AMCB o la AMIS), y de hecho
ejercen el monopolio de la representación de los intereses que tutelan. Esta observación
se aplica también al propio CCE, ya que incluye al total de los organismos cúpula de cada
sector de la economía.
El conjunto de estas tensiones ha cristalizado en conflictos en el sector empresarial como
fue el de la disputa por la dirigencia de CCE a finales de los ochenta y principios de los
noventa, y cuya cabeza visible fue la Concanaco. El desacuerdo tuvo por resultado la
elección de un presidente interino en 1989 -y finalmente reelecto en 1990.
Otra consecuencia importante de esta disputa fue la reforma a los estatutos del CCE, que
modificó las formas de designación de su presidente, que ya para 1991 fue designado por
las siete organizaciones afiliadas, escogiéndolo de una terna que por turno -en este caso la
Concanaco-, van proponiendo cada una de las organizaciones.
Podría decirse, en suma, que la estructura de representación empresarial mexicana
responde fundamentalmente a una supuesta unidad para ejercer la acción política. En su
más alto nivel, que es el CCE, esta unidad se estructura principalmente en base a una
división funcional de tipo sectorial, en la que otros criterios como el tamaño de las
empresas o su localización geográfica, tienen un papel subordinado y constituyen
elementos de tensión política por la marginalización de intereses que producen.
La unidad como forma de convergencia
A manera de balance preliminar del juego político dentro del sector empresarial, puede
decirse que el CCE ha logrado mantener la disciplina de sus agremiados (las
organizaciones nacionales del empresariado) y de sus afiliados indirectos (los
empresarios, empresas y organizaciones menores que agrupan dichas organizaciones).
Sin embargo, es evidente que existen tensiones políticas para conservar la unidad del
empresariado, que podrían acentuarse ante los efectos diferenciados de la apertura
económica, o aún más, generar tensiones de nuevo tipo.
Algunos temas del debate público actual, parecen apuntar a la necesidad de reformar las
bases de la estructura de representación del sector privado. Entre ellos pueden
mencionarse los siguientes: la demanda -de la que participan segmentos del
empresariado- de modernizar sus organizaciones a la par que las sindicales, en el sentido
de suprimir la obligatoriedad de afiliación a las grandes confederaciones de industria y
comercio (Concamin y Concanaco); los intentos de la Concanaco por desconocer
jurídicamente a algunas cámaras de comercio regionales (particularmente la Canaco de la
Ciudad de México), -que implicaría llegar al último recurso de poder de una
confederación para disciplinar a sus agremiados-; los intentos del sector turístico por
independizarse de la Concanaco, la convocatoria gubernamental para crear una nueva
estructura de representación basada en uniones de crédito, consumo y comercialización, y
la propia proliferación de nuevas organizaciones al margen de la Ley de Cámaras.
En su apreciación más radical, esta situación pone en tela de juicio el propio presupuesto
de unidad que ha regido la acción política de los empresarios, particularmente a raíz de la
creación del CCE, y pone por tanto en entredicho la legitimidad de esta organización.
Bajo esta premisa, se estaría en la circunstancia de revisar los principios de la acción
colectiva del sector privado.
Otra salida menos drástica, es la reforma a la Ley de Cámaras, en el sentido de suprimir
la obligación de afiliación con el objeto de lograr una mejor representatividad de los
diversos intereses del sector privado. No obstante los antecedentes de las existentes
asociaciones civiles, así como de las asociaciones que gravitan en la Concamin con voz
pero sin voto (en ambos casos su afiliación es voluntaria), con esta medida se corre el
riesgo de una gran dispersión de los intereses empresariales, que previsiblemente tendría
un efecto adverso en el manejo de la toma de decisiones de políticas públicas, aunque
seguramente sería más efectiva su implementación.
En todo caso, la capacidad de acción del CCE y de la COECE parece estar determinada
en el futuro por el modo en que los grupos marginados de empresarios puedan
efectivamente ser reintegrados en la estructura de representación, o al menos en el modo
en que la distancia de éstos respecto a los empresarios más fuertes o privilegiados pueda
atenuarse.
En suma, se requieren cambios en las organizaciones empresariales que permitan la
desarticulación exclusiva de su polo privilegiado, y se requiere una estructura flexible y
ágil, capaz de captar intereses específicos diversos (como los relativos al tamaño y a la
ubicación geográfica de las empresas) y de transformarlos en demandas de más largo
alcance.
CITAS:
[*] Instituto de Investigaciones Sociales, UNAM.
[**] Este texto fue elaborado en base al trabajo: Luna, Matilde y Ricardo Tirado. "El
Consejo Coordinador Empresarial. Una Radiografía", Cuaderno Núm. 1, Facultad de
Ciencias Políticas y Sociales / Instituto de Investigaciones Sociales, UNAM, México (en
prensa).
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