Las raíces del cielo de Romain Gary: una defensa de la naturaleza y de los hombres Florencia M. Ferrer de Álvarez Universidad Nacional de Córdoba Exactamente 140 años han pasado desde que el biólogo alemán Ernst Haeckel utilizara por primera vez, en 1.868, el término ecología , y desde entonces hasta hoy no ha dejado de desarrollarse y crecer el interés por esta rama de la ciencia que estudia la relación de los organismos con su medio. Nos interesa aludir aquí, particularmente, a uno de sus campos específicos de estudio, cual es el de la ecología humana, que puede definirse como “el estudio de la forma y el desenvolvimiento de la comunidad en la población humana”, y que se concentra “en las interdependencias humanas que se desarrollan en la acción y reacción de una población con su habitat” (1). Precisamente, en relación a la interacción del hombre con su entorno debe vincularse la aparición de “uno de los fenómenos más específicos del último cuarto del siglo XX” (2), los movimientos “ecologistas”, quienes, más allá de las denuncias y advertencias de los científicos, son los que …están creando un estado de opinión mundial y van perfilando una nueva conciencia acerca de nuestro destino. El objetivo ecologista de defensa de la naturaleza y de lucha por la calidad de la vida, aún cuando no implique una opción política partidista, es una opción política en el sentido que presupone un determinado tipo de sociedad y un determinado sistema de valores, que haría posible que el hombre viviese en armonía y comunicación con la naturaleza y con los otros hombres. (3) Según este criterio, cualquier acción en defensa de la naturaleza está inextricablemente ligada a una acción en defensa de valores humanos, y no puede concebirse la una sin la otra. En esta línea puede inscribirse, de alguna manera como un manifiesto ecologista “avant la lettre”, la novela del escritor francés Romain Gary, Las raíces del cielo, premio Goncourt 1.956, libro que, al decir de su autor, trata del problema, “esencial para nosotros”, de la protección de la naturaleza, “empresa inconmensurable” que sólo podrá lograrse combinando “un prodigioso esfuerzo de nuestro carácter” y nuestra capacidad de fraternidad. La novela desarrolla, en la forma de un relato enmarcado, la historia de Morel, narrada por Saint-Denis, guardián de las grandes manadas africanas, al sacerdote jesuita Tassin, durante toda una noche de un día indeterminado de 1.953. Al largo relato se le irán sumando los recuerdos, evocados, de distintos personajes que, de un modo u otro, fueron partícipes o testigos de los acontecimientos, así como reproducciones de interrogatorios, titulares o artículos periodísticos, documentos, o bien escenas intercaladas con personajes de distintas partes del mundo que, sin intervenir en los sucesos, de una u otra manera se ven afectados por ellos. De esta manera, se va armando una especie de “relato coral”, en el que la figura del protagonista va configurándose a partir de distintas perspectivas y puntos de vista. En un principio, la aventura de Morel aparece como la empresa individual, solitaria, de un hombre del que se sabe poco y nada; sólo que es francés, que dice ser dentista y anda con una cartera llena de papeles que pretende hacer firmar a la gente: es una petición al gobierno para que prohíba la caza del elefante. La gente tiene distintas opiniones sobre él: para algunos es un loco inofensivo, para otros, un anarquista; hay quien lo considera agente secreto; otros, ven en su persona un peligro porque es un idealista (o, peor aún, un humanista). Lo único cierto es que es un hombre que “en la soledad, ha llegado más lejos que nadie” y que sólo tiene una convicción: hay que defender a los elefantes, porque los hombres necesitan de ellos. Su vida entera está dedicada a los elefantes: vive entre ellos, los sigue, los estudia, los admira…Incluso llega a confesar: “si he de serle sincero, daría cualquier cosa por convertirme en un elefante”. Los sufrimientos infligidos a estos animales lo llenan de angustia, así como las dimensiones de la matanza:¡treinta mil elefantes anuales! De tal manera se ha identificado con ellos, que los indígenas de la región le han dado el nombre de UbabaGiva, que quería decir “el antepasado de los elefantes”; otros lo han bautizado “el orgulloso”, por alusión “a aquel elefante que vive solo, portador, por lo general, de una herida secreta y que acaba por hacerse malo y rencoroso hasta el extremo de atacarle a uno”(4) . En general, la gente lo juzga sin conocerlo y sin comprenderlo; algunos, como el padre Fargue, agobiado por las desgracias, la miseria, las enfermedades que sufren los indígenas, no puede entender que se ocupe de los elefantes, olvidando, a su entender, a los hombres. La única que llega a comprender cabalmente la magnitud de su dolor, de su impotencia, y su necesidad de amistad, es Minna, la joven alemana llegada al África en busca de calor, compañía y consuelo. A ella será a quien confiese Morel, por primera vez, el significado último de su lucha por los elefantes, al relatarle que, durante su cautiverio en un campo de concentración alemán, contrajo una deuda con los elefantes, y que ahora se limita a pagarla. Esto sucedió porque, en los momentos de mayor desesperación, cuando él y sus compañeros sentían que las paredes los iban a aplastar, pensaban en las manadas de elefantes en libertad, y ese esfuerzo los mantenía vivos: …cuando nos dejaban solos, medio muertos, apretábamos los dientes, sonreíamos y, con los ojos cerrados, seguíamos viendo a nuestros elefantes que lo arrasaban todo a su paso y a quienes nada podía detener, y casi oíamos la tierra que temblaba bajo el peso de aquella libertad prodigiosa, y el viento de la libertad nos llenaba los pulmones(5). Los elefantes adquieren así una primera dimensión simbólica, que llena de sentido la lucha de Morel, al convertirse en paradigmas de la idea de libertad. Esta imagen poderosa contrasta con la visión de los indígenas africanos, que no comprenden la cruzada del francés, porque para ellos el elefante sólo es carne, mucha carne, imprescindible para su supervivencia, y la idea de la belleza del elefante sólo puede provenir de un europeo harto, de un burgués. Evidentemente, Morel comprende esta postura, pero no deja de dolerle la hostilidad de algunos indígenas, porque siempre ha insistido en sus proclamas en la necesidad impostergable de elevar el nivel de vida del indígena africano; eso forma parte de su combate y es lo primero que hay que hacer para conseguir salvar a los “gigantes amenazados”. En su esquema, la preocupación por la naturaleza está ligada indisolublemente a la promoción del ser humano. A partir del encuentro de Morel con Minna comienzan a darse los primeros pasos de una aventura que luego se convertirá en leyenda. Morel rompe la petición y los acontecimientos se precipitan: cazadores son atacados, comerciantes son azotados y sus almacenes incendiados, una dama de la sociedad que ama la caza es castigada públicamente, etc. Muchos de los atacados, extrañamente, se niegan a denunciar a Morel, y algunos se sienten incluso, en cierto modo, cercanos a sus sentimientos. Esta situación se relaciona, ciertamente, con el papel jugado por los medios de información, que cada vez más se ocupan de registrar sus acciones y alimentar el interés de la gente. Los titulares y artículos dedicados a Morel se multiplican: “El hombre que ha cambiado de campo”, “El último bandido honorable”, “treinta mil elefantes exterminados”,etc. Conocedor del enorme poder de la prensa, Morel ve con agrado esta situación: aunque se tergiversen sus dichos y sus acciones, lo esencial es que su mensaje se difunda: …era preciso que la opinión pública supiera que en este siglo de escepticismo y de aceptación, existían hombres que seguían luchando por el honor de tal título y para dar a sus confusas esperanzas un nuevo impulso (6). Justamente, más y más hombres comienzan a sentirse conmovidos en lo más íntimo de sus corazones por el combate del francés, y le encuentran un nuevo sobrenombre, “el esperado”, porque encarna a una nueva especie de hombre, surgida victoriosamente del fondo de la ignominia, que se asume como una respuesta a las aspiraciones más íntimas de sus corazones, de tal manera que alguien llega a decir: “si Morel no existiese, habría que inventarlo”, porque en definitiva se trata de resistir contra la degradación de la idea de belleza, y los elefantes forman parte de ese combate, porque los hombres mueren por conservar cierta belleza de la vida, aunque esa idea, y aún la de la libertad, sean anacrónicas. De esta manera, los elefantes adquieren un segundo significado simbólico, encarnando la idea de la belleza natural de la tierra y de una lucha que el hombre quiere seguir librando. Mientras tanto, la aventura que comenzó como individual se ha transformado en un proyecto grupal. Además de Minna, que ha abandonado todo para acompañar a Morel, también están con él otros personajes, con distintas motivaciones y sentimientos. Uno de ellos es Idriss, rastreador legendario ; otro es Forsythe, antiguo combatiente de Vietnam rechazado como traidor en su país por haber denunciado prácticas deshonrosas del ejército; también se encuentra allí Habib, comerciante de armas, pero fundamentalmente mercenario; Waïtiri, antiguo diputado de la etnia oulé, quien, al igual que Habib, desprecia a Morel y sólo está con él porque le conviene a sus fines revolucionarios; Karotoro, un ladrón; posteriormente se les unirá Fields, fotógrafo obsesionado por lograr el reportaje de su vida. Entre todos ellos, sobresale la figura de Peer Qvist, naturalista danés que funciona como el complemento científico de Morel, si bien también él es un activista, que ha luchado toda su vida por la preservación de la naturaleza y en contra de la explotación del hombre: Cuántas luchas, cuántos esfuerzos…y siempre todo estaba por hacer, por defender, todas aquellas raíces vivas;…infinitas en su variedad y en su belleza, y algunas profundamente arraigadas en el alma humana, una aspiración incesante y atormentada hacia lo alto y hacia delante, una necesidad infinita, una sed, un presentimiento del más allá,…se convierte en una necesidad de dignidad. Libertad, igualdad, fraternidad, dignidad…No hay raíces más profundas y, sin embargo, más amenazadas. (7) Esta idea de Qvist, tomada del Islam, de “las raíces del cielo”, se relaciona con las de Morel, quien cree que no vale la pena defender a los hombres y a los animales por separado, sino que ambas luchas son, inexorablemente, la misma. Continuando con su batalla, Morel va a presentar un “Comunicado del Comité mundial para la Defensa de los Elefantes, que resume sus ideas principales. En él, comienza por hacerse responsable de los castigos a los cazadores, traficantes, etc. (por una amarga ironía, reconoce en uno de ellos al compañero que, en prisión, sostenía viva su esperanza invocando a los elefantes); recuerda que no tiene, en absoluto, carácter político, y que las cuestiones de ideología, doctrina, partido, raza, clase o nación le son absolutamente ajenas; afirma que persigue tan sólo una obra humanitaria; se dirige únicamente a los sentimientos de dignidad de cada uno , sin otra aspiración que la protección de la naturaleza; quiere llamar la atención de la opinión pública mundial sobre los trabajos de la conferencia sobre la fauna y flora africanas, y se compromete a suspender su actividad cuando se tomen las disposiciones que él propone. Este comunicado resume la esencia de sus ideas y aspiraciones como defensor de la naturaleza, pero su autor es consciente de que una simple idea humanitaria, de dignidad, de generosidad, no iría muy lejos; por eso no le molestan los malentendidos y se deja, en cierta forma, “usar” por los revolucionarios: porque sabe que desde el instante en que amenaza en transformarse en una idea política, las autoridades se ven obligadas a tomarlas en serio. Por otra parte, Morel termina por reconocer que él también tiene un programa político: elevar el nivel de vida de los negros de África, meta que, automáticamente, forma parte de la protección de la naturaleza; lo uno va con lo otro. Mientras tanto, Morel sigue sumando adeptos a su causa. Ante las noticias que prevén su inminente detención, algunos fingen no haber recibido las órdenes, otros se cuadran a su paso. En todo el mundo se está pendiente de los acontecimientos: así, dos traductores en Moscú añoran ver elefantes en libertad; los enfermos de un sanatorio de tuberculosos empeoran ante la falta de noticias; un joven a quien el médico comunica la muerte de su mujer pide ver el diario para saber que alguien sigue luchando… En el fondo, y Morel es consciente de eso, cada uno asocia los elefantes a lo que le interesa, pero lo importante es que creen en él: …era para ellos el héroe de una causa que nada tenía que ver con las naciones y con las ideologías políticas,…que les llegaba a lo más hondo de ellos mismos,…sobre todo, tal vez porque soñaban todos más o menos confusamente en poder salir un día vencedores de la dificultad de ser hombres. Exigían un margen de humanidad. Creían en ella. (8) Los elefantes adquieren así un simbolismo más: el de ese “margen de humanidad” que el hombre no quiere perder. Sin embargo, los elefantes van a ser víctimas de otra terrible masacre, esta vez perpetrada por Waïtiri, el revolucionario oulé que, furioso porque la leyenda de Morel opaca sus esfuerzos por lograr la independencia de su pueblo, decide acabar con esa leyenda y encarga al Joven Yussef la ejecución de Morel .La masacre de cientos de animales, sin embargo, no abate tanto a Morel como las noticias del fracaso de la conferencia. La llegada del reportero Fields salva providencialmente la vida de Morel, quien, aunque está convencido de que ningún tribunal lo condenaría, decide internarse para siempre en la selva, a fin de mantener intacta la leyenda para los que necesiten creerle vivo. Los compañeros que habían sido fieles a Morel toman distintos caminos. Peer Qvist vuelve a Dinamarca, convencido de que la mejor forma de ayudar al francés era aprovechar la simpatía popular para estimular la protección de la naturaleza y el respeto del “margen de humanidad” que reclamaba; Minna, después de haber seguido a Morel hasta el final, es sometida a un proceso en el que, a semejanza de El extranjero de Camus, es juzgada no tanto por haber llevado armas a Morel cuanto por haberse prostituido durante la guerra, y posteriormente se casará con Forsythe, convertido ahora, por obra y gracia de la prensa de su país, en un hijo pródigo. Morel, por su parte, se internará para siempre en la selva, sabiendo que la gente necesita que la animen, que la mantengan despierta, que no le permitan caer en el “no hay nada que hacer”, y mientras se transforma para siempre en leyenda va recordando el más duro combate de su vida, el episodio de los abejorros, ocurrido en el campo de concentración, que fue el detonante de toda su lucha. Cuando en medio de los trabajos forzados da la vuelta un abejorro caído, este simple gesto se transforma en una proclama de libertad y una profesión de fe , en una provocación escandalosa en un hombre reducido a cero: le devuelve su dignidad y el desafío de ser hombre. De esta manera, vemos cómo, en esta novela, la preocupación por la conservación de la naturaleza está indisolublemente ligada a los valores más caros al ser humano. La ecología humana se enlaza con la idea de la libertad, de la dignidad, de la belleza ,y en el reconocimiento de que los hombres, a lo largo del tiempo, han luchado y “sacrificado lo mejor de sí mismos” por conservar estos valores. Citando las palabras del autor: Creo en la libertad individual, en el respeto de los derechos del hombre. Puede que sean elefantes, mis ideas, anticuados o anacrónicos, embarazosos supervivientes de una época geológica superada: la del humanismo. Pero no creo que sea así, porque confío n el progreso, y el progreso contiene, si es auténtico, condiciones necesarias y suficientes para la supervivencia. También es posible que me equivoque y que esta creencia no sea otra cosa que una trampa tendida por mi propio instinto de conservación. En este caso, me gustaría desaparecer con los elefantes. Pero no sin haberlos defendido hasta el fin…, y ninguna impostura, ninguna teoría, ninguna dialéctica, ningún camuflaje ideológico será capaz de hacerme olvidar su soberana simplicidad. Bibliografía Gary, Romain, Las raíces del cielo. Barcelona: G.P., 1960. Ander-Egg, Ezequiel, El desafío ecológico. Bs.As.: Humanitas, 1982. Hawley, Amos, Ecología humana. Madrid: Tecnos, 1966. Notas 1)Hawley, p.80-84 2)Ander-Egg, p.148 3)Ib,p.147 4)Gary, p.37 5)Ib,p.53 6)Ib, p.365 7)Ib,p.243 8)Ib,p.328 9)Ib,p.9