José María Arguedas (Peru, 1911

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José María Arguedas (Peru, 1911-1969):
...no tuve más ambición que la de volcar en la corriente de la sabiduría y el arte del
Perú criollo el caudal del arte y la sabiduría de un pueblo al que se consideraba
degenerado, debilitado o “extraño” e “impenetrable” pero que, en realidad, no era
sino lo que llega a ser un gran pueblo oprimido por el desprecio social, la dominación
política y la explotación económica en el propio suelo donde realizó hazañas por las
que la historia lo consideró un gran pueblo: se había convertido en una nación
acorralada, aislada para ser mejor administrada y sobre la cual sólo los acorraladores
hablan mirándola a distancia y con repugnancia o curiosidad (El zorro de arriba y el
zorro de abajo, zit. Urrello: 82)
Parecía que el sol estaba quemando el corazón de los cerros; que estaba secando para siempre los ojos de
la tierra. A ratos se morían los k’erk’ales y las retamas de los montes, se agachaban humildes los grandes
molles y los sauces cabezones de las acequias. [...] El tayta Inti quería, seguro, la muerte de la tierra, miraba
de frente con todas sus fuerzas. Su rabia hacía arder al mundo y hacía llorar a los hombres (Amor mundo,
zit. Urrello: 91)
Bruscamente, del abra en que nace el torrente, salió una luz que nos iluminó por la espalda. Era una
estrella más luminosa y helada que la luna. Cuando cayó la luz en la quebrada, las hojas de las lambras
brillaron como la nieve; los árboles y las yerbas parecían témpanos rígidos; el aire mismo adquirió una
especie de sólida transparencia. Mi corazón latía como dentro de una cavidad luminosa. Con luz
desconocida la estrella siguió creciendo; el camino de tierra blanca ya no era visible sino a lo lejos. Era
como si hubiéramos entrado en un campo de agua que reflejara el brillo de un mundo nevado. (Los ríos
profundos 36)
Debería ser como el gran río: cruzar la tierra, cortar las rocas; pasar, indetenible y tranquilo, entre los
bosques y las montañas; y entrar al mar, acompañado por un gran pueblo de aves que cantarían desde la
altura. [...] ¡Sí! Había que ser como ese río imperturbable y cristalino, como sus aguas vencedoras. ¡Como
tú, río Pachachaca! ¡Hermoso caballo de crin brillante, indetenible y permanente, que marcha por el más
profundo camino terrestre! (Los ríos profundos 71)
Era estático el muro, pero hervía por todas sus líneas y la superficie era cambiante, como la de los ríos en
el verano, que tienen una cima así, hacia el centro del caudal, que es la zona temible, la más poderosa. Los
indios llaman “yawar mayu” a esos ríos turbios, porque muestran con el sol un brillo en movimiento,
semejante al de la sangre. También llaman ‘yawar mayu’ al tiempo violento de las danzas guerreras, al
momento que los bailarines luchan.
- ¡Puk’tik, yawar rumi! [piedra de sangre hirviente] exclamé frente al muro en voz alta.
Y como la calle seguía en silencio, repetí la frase varias veces. (Los ríos profundos 11f.)
-¿Viven adentro del palacio?- volví a preguntarle.
-Una familia noble.
-¿Como el Viejo?
-No. Son nobles, pero también avaros, aunque no como el Viejo. ¡como
el Viejo no! Todos los señores del Cuzco son avaros.
-¿Lo permite el Inca?
-Los incas están muertos.
-Pero no este muro. ¿Por qué no lo devora, si el dueño es avaro? Este
muro puede caminar; podría elevarse a los cielos o avanzar hacia el fin
del mundo y volver. (Los ríos profundos 13)
Parecía cortada en la roca viva. Llamamos roca viva, siempre, a la
bárbara, cubierta de parásitos o de líquenes rojos. Como esa calle hay
paredes que labraron los ríos, y por donde nadie más que el agua
camina, tranquila o violenta. (Los ríos profundos 16)
Hablaba en quechua. Las ces suavísimas del dulce quechua de Abancay
sólo parecían ahora notas de contraste, especialmente escogidas, para
que fuera más duro el golpe de los sonidos guturales que alcanzaban a
todas las paredes de la plaza.
-¡Mánan! ¡Kunankamallan suark’aku...! – decía. (Los ríos profundos 102)
Erzählbände: Agua 1935 (enthält Erzählungen „Agua“, „Los escoleros“ und „Warma Kuyay“), Diamantes y
pedernales 1954, La agonía de Rasu-Niti 1962, Amor mundo y todos los cuentos 1967.
Anthropologische und ethnographische Werke: Algunas observaciones sobre el niño actual y los factores que
modelan su conducta (Lima: Consejo Nacional de Menores, 1966), Apu Inca Atahualpaman: elegía quechua
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anónima (Lima: Juan Mejía Baca y Villanueva, 1955), Bibliografía del folklore peruano (México: Instituto
Panamericano de Geografía e Historia, 1960), Canciones y cuentos del pueblo quechua (Lima: Huascarán,
1949), Cuentos mágicos-realistas y canciones de fiestas tradicionales; folklore del valle del Mantaro, provincias de
Jauja y Concepción (Lima: Editora Médica Peruana, 1953), Dioses y hombres de Huarochirí (Lima: Instituto
de estudios peruanos, 1966), Estudio etnográfico de la Feria de Huancayo (Lima: Oficina Nacional de
Planeamiento y Urbanismo, 1957), Mitos, leyendas y cuentos peruanos (Lima: Ministerio de Educación
Pública, 1947), Poesía quechua (Buenos Aires: Editorial Universitaria de Buenos Aires, 1965) usw.
Yawar Fiesta 1941:
El jirón Bolívar comienza en la Plaza de Armas, sigue derecho tres o cuatro cuadras, cae después de una
quebrada ancha, y termina en la plaza del ayllu de Chaupi [...] pero la Plaza de Armas no está al centro del
pueblo. En un extremo del jirón Bolívar está la plaza de Chaupi, en el otro la plaza de Armas; [...] Por eso,
el jirón Bolívar es como culebra que parte en dos al pueblo; (zit. Castro Klarén: 23)
llegaban a la puna como las granizadas locas, un ratito, hacían su daño y se iban (zit. Castro Klarén: 28f.)
Sprache: Escribí el primer relato en el castellano más correcto y “literario” que podía alcanzar. Leí después
el cuento a algunos de mis amigos en Lima, lo elogiaron. Pero yo detestaba cada vez más aquellas páginas.
¡No, no eran así ni el hombre, ni el pueblo, ni el paisaje que yo quería describir, casi podría decir
denunciar! Bajo el falso lenguaje se mostraba un mundo como inventado, sin médula y sin sangre; un
típico mundo literario, en que la palabra ha consumido a la obra. Mientras en la memoria, en mi interior, el
verdadero tema seguía ardiendo, intocado. Volví a escribir el relato, y comprendí definitivamente que el
castellano no me serviría empleándolo en la forma tradicionalmente literaria. (zit. Castro Klarén: 50)
¿En qué idioma se debía hacer hablar a los indios de la novela? Para el bilingüe, para quien aprendió a
hablar en quechua, resulta imposible, de pronto, hacerlos hablar en castellano; en cambio, quien no los
conoce a través de la niñez, de la experiencia profunda, quizá pueda concebirlos expresándose en
castellano. Yo resolví el problema creándoles un lenguaje castellano especial, que después ha sido
empleado con horrible exageración en trabajos ajenos. (zit. Castro Klarén: 50)
–¡Carago! Pichcachuri va parar juirme. Sempre año tras año, Pichcachuri ganando enjualma, dejando viuda
en plaza grande.
–K’ayau dice va a traer Misitu de Koñani pampa. Se han juramentao dice varayok alcalde para Misitu.
–¡Cojodices! Con diablo es Misitu. Cuando carago trayendo Misitu. Nu’hay K’ari para Misitu de Koñani.
(zit. Castro Klarén: 51)
Los ríos profundos 1958:
Mi padre lo odiaba. Había trabajado como escribiente en las haciendas del Viejo. “Desde las cumbres
grita, con voz de condenado, advirtiendo a sus indios que él está en todas partes. Almacena las frutas de
las huertas, y las deja pudrir; [...] ¡Irá al infierno!”, decía de él mi padre. (7)
Yo quedé fuera del círculo, mirándolos, como quien contempla pasar la creciente de esos ríos andinos de
régimen imprevisible; tan secos, tan pedregosos, tan humildes y vacíos durante años, y en algún verano
entoldado, al precipitarse las nubes, se hinchan de un agua salpicante, y se hacen profundos; detienen al
transeúnte, despiertan en su corazón y su mente meditaciones y temores desconocidos. (114)
La base de sus cabellos era casi negra, semejante a la vellosidad de ciertas arañas que atraviesan lentamente
los caminos después de las lluvias torrenciales. Entre el color de la raíz de sus cabellos y sus lunares había
una especie de indefinible pero clara identidad. Y sus ojos parecían de color negro a causa del mismo
inexplicable misterio de su sangre. (80)
-Puede que Dios viva mejor en esta plaza, porque es el centro del
mundo, elegida por el Inca. No es cierto que la tierra sea redonda. Es
larga: acuérdate, hijo, que hemos andado siempre a lo ancho o a lo
largo del mundo. (15f.)
Había visto el Cuzco. [...] La voz extensa de la gran campana, los
‘amarus’ del palacio de Huayna Capac me acompañaban aún.
Estábamos en el centro del mundo. (22)
Caminé frente al muro, piedra tras piedra. Me alejaba unos pasos, lo
contemplaba y volvía a acercarme. Toqué las piedras con mis manos; seguí la línea ondulante,
imprevisible, como la de los ríos, en que se juntan los bloques de roca. En la oscura calle, en el silencio, el
muro parecía vivo; sobre la palma de mis manos llameaba la juntura de la piedra que había tocado. (11)
Se llama tankayllu al tábano zumbador e inofensivo que vuela en el campo libando flores. El tankayllu
aparece en abril, pero en los campos regados se le puede ver en otros meses del año. Agita sus alas con
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una velocidad alocada, para elevar su pesado cuerpo, su vientre excesivo. Los niños lo persiguen y le dan
caza. Su alargado y oscuro cuerpo termina en una especie de aguijón que no sólo es inofensivo, sino dulce.
Los niños le dan caza para beber la miel en que está untado ese falso aguijón. Al tankayllu no se le puede
dar la caza fácilmente, pues vuela alto, buscando la flor de los arbustos. Su color es raro, tabaco oscuro; en
el vientre lleva unas rayas brillantes; y como el ruido de sus alas es intenso, demasiado fuerte para su
pequeña figura, los indios creen que el tankayllu tiene en su cuerpo algo más que su sola vida. ¿Por qué
lleva miel en el tapón del vientre? ¿Por qué sus pequeñas y endebles alas mueven el viento hasta agitarlo y
cambiarlo? ¿Cómo es que el aire sopla sobre el rostro de quien lo mira cuando pasa el tankayllu? Su
pequeño cuerpo no puede darle tanto aliento. Él remueve el aire, zumba como un ser grande; su cuerpo
afelpado desaparece en la luz, elevándose perpendicularmente. No, no es un ser malvado; los niños que
beben su miel sienten en el corazón, durante toda la vida, como el roce de un tibio aliento que los protege
contra el rencor y la melancolía. Pero los indios no consideran al tankayllu una criatura de Dios como
todos los insectos comunes; temen que sea un réprobo. Alguna vez los misioneros debieron predicar
contra él y otros seres privilegiados. (72f.)
Entonces, mientras temblaba de vergüenza, vino a mi memoria, como un relámpago, la imagen del Apu
K’arwarasu. Y le hablé a él, como se encomendaban los escolares de mi aldea nativa, cuando tenían que
luchar o competir en carreras y en pruebas de valor.
-¡Sólo tú, Apú y el Markask’a! –le dije-. ¡Apu K’arwarasu, a ti voy a dedicarte mi pelea! Mándame tu
killincho1 para que me vigile, para que me chille desde lo alto. [...]
Empecé a darme ánimos, a levantar mi coraje, dirigiéndome a la gran montaña, de la misma manera como
los indios en mi aldea se encomendaban, antes de lanzarse en la plaza contra los toros bravos, enjalmados
de cóndores.
El K’arwarasu es el Apu, el dios regional de mi aldea nativa. Tiene tres cumbres nevadas que se levantan
sobre una cadena de montañas de roca negra. Le rodean varios lagos en que viven garzas de plumaje
rosado. El cernícalo es el símbolo del K’arwarasu. Los indios dicen que en los días de Cuaresma sale como
un ave de fuego, desde la cima más alta, y da caza a los cóndores, que les rompe el lomo, los hace gemir y
los humilla. Vuela, brillando, relampagueando sobre los sembrados por las estancias de ganado, y luego se
hunde en la nieve.
Los indios invocan al K’arwarasu únicamente en los grandes peligros. Apenas pronuncian su nombre el
temor a la muerte desaparece. (89f.)
El canto del zumbayllu se internaba en el oído, avivaba en la memoria la imagen de los ríos, de los árboles
negros que cuelgan en las paredes de los abismos.
Miré el rostro de Antero. Ningún niño contempla un juguete de ese modo. ¿Qué semejanza había, qué
corriente, entre el mundo de los valles profundos y el cuerpo de ese pequeño juguete móvil, casi proteico,
que escarbaba cantando la arena en la que el sol parecía disuelto? [...]
Esa púa y los ojos, abiertos con clavo ardiendo, de bordes negros que aún olían a carbón, daban al trompo
un aspecto irreal. Para mí era un ser nuevo, una aparición en el mundo hostil, un lazo que me unía a ese
patio odiado, a ese valle doliente, al Colegio. (77f., vgl. a. 97)
-Si lo hago bailar, y soplo su canto hacia la dirección de Chalhuanca, ¿llegaría hasta los oídos de mi padre?
–pregunté al Markask’a.
-¡Llega, hermano! Para él no hay distancia. Enantes subió al sol. Es mentira que en el sol florezca el
pisonay. ¡Creencias de los indios! El sol es un astro candente, ¿no es cierto? ¿Qué flor puede haber? Pero
el canto no se quema ni se hiela. ¡Un layk’a winku con púa de naranjo, bien encordelado! Tú le hablas
primero en uno de sus ojos, le das tu encargo, le orientas al camino, y después cuando está cantando
soplas despacio hacia la dirección que quieres; y sigues dándole tu encargo. Y el zumbayllu canta al oído de
quien te espera. (130)
...era el muro quien imponía silencio; y si alguien hubiera cantado con hermosa voz, allí, las piedras
habrían repetido con tono perfecto, idéntico, la música. (17)
-¡El Viejo está aquí! –dijo– ¡El Anticristo! (18)
Yo esperé que apareciera un huayronk’o y le escupiera sangre en la frente, porque estos insectos voladores
son mensajeros del demonio o la maldición de los santos. (23)
Quizá en el camino encontraría a la fiebre, subiendo la cuesta. Vendría disfrazada de vieja, a pie o a
caballo. Ya yo lo sabía. Estaba en disposición de acabar con ella. La bajaría del caballo lanzándole una
piedra en la que hubiera escupido en cruz; y si venía a pie, la agarraría por la manta larga que lleva flotante
al viento. Rezando el Yayayku2 apretaría su garganta del gusano y la tumbaría sin soltarla. (244)
1
Cernícalo
2
El Padrenuestro
4
Los condenados no tienen sosiego... No pueden encontrar siquiera quien los queme. Porque si alguien,
con maña, los acorrala en una tienda o en una cancha de paredes altas, pueden quemarlos, rodeándolos,
con fuego de chamizo o con kerosene. Pero hay que ser santo para acorralar a un condenado. Arden
como cerdos, gritando, pidiendo auxilio, tiritando; hasta las piedras, dice, se rajan cuando les atraviesa el
gruñido de los condenados que arden. Y si oyen tocar quena en ese instante, así, llameando, bailan triste.
Pero al consumirse ya, de sus cenizas una paloma se levanta. ¡Cuántos condenados sufrirán para siempre
su castigo! En cuatro patas galopan en las cordilleras, pasan los nevados, entran a las lagunas; bajan
también a los valles, pero poco. (zit. Castro Klarén: 108)
Ese metal era del tiempo de los incas. Fueron, quizá, trozos del Sol de Inti Cancha o de las paredes del
templo, o de los ídolos. (19)
Yo sabía que cuando el trono de ese Crucificado aparecía en la puerta de la catedral, todos los indios del
Cuzco lanzaban un alarido que hacía estremecer la ciudad, y cubrían, después, las andas del Señor y las
calles y caminos, de flores de ñujchu, que es roja y débil.
El rostro del Crucificado era casi negro, desencajado, como el del pongo. Durante las procesiones, con sus
brazos extendidos, las heridas profundas, y sus cabellos caídos a un lado, como una mancha negra, a la luz
de la plaza, con la catedral, las montañas o las calles ondulantes, detrás, avanzaba ahondando las
aflicciones de los sufrientes, mostrándose como el que más padece, sin cesar. [...] Renegrido, padeciendo,
el Señor tenía un silencio que no apaciguaba. Hacía sufrir; en la catedral tan vasta, entre las llamas de las
velas y el resplandor del día que llegaba tan atenuado, el rostro del Cristo creaba sufrimiento, lo extendía a
las paredes, a las bóvedas y columnas. Yo esperaba que de ellas brotaran lágrimas. (24f.)
La voz de la campana resurgía. Y me pareció ver, frente a mí, la imagen de mis protectores, los alcaldes
indios: don Maywa y don Víctor Pusa, rezando arrodillados delante de la fachada de la iglesia de adobes,
blanqueada, de mi aldea, mientras la luz del crepúsculo no resplandecía, sino cantaba. (17)
recibiría la corriente poderosa y triste que golpea a los niños, cuando deben enfrentarse solos a un mundo
cargado de monstruos y de fuego, y de grandes ríos que cantan con la música más hermosa al chocar
contra las piedras y las islas. (44)
Parecía que habíamos caído, como en las leyendas, a alguna ciudad escondida en el centro de una
montaña, debajo de los mantos de hielo inapagables que nos enviaban luz a través de las rocas. (24)
El sexto 1961: Ya en la celda, tomé mi ejemplar de ‘El Quijote’ y busqué el pasaje que prefería... Me senté y
volví a leer el pasaje. Voy a llevárselo al piurano –pensé-. El lo entenderá. Le leeré ‘El Quijote’;
todo el libro... (zit. Urrello: 166)
Todas las sangres 1964:
La desigualdad como motor de lucha y de ascenso... Mi hermano pretende apagar el fuego
sagrado, que hizo de él un hombre respetado, obedecido y temido, el eje sobre el que gira la
sociedad: la aspiración a la grandeza individual que él, ahora que es medio indio, llama
ambición. (zit. Urrello: 172)
un sonido de grandes torrentes que sacudía el subsuelo como que si las montañas empezara a
caminar... como si un río subterráneo empezara su creciente (zit. Urrello: 170)
El zorro de arriba y el zorro de abajo 1971 (posthum)
como un ‘agua’ de fondo, un espejo de azogue común que refleje cada cosa como diferente,
pero con lo que en su naturaleza tiene de vibramiento, de salvación y nacimiento común. (zit.
Urrello: 185)
Verwendete Literatur:
Arguedas, José María (1987): Los ríos profundos. Madrid: Alianza Editorial. (=El Libro de bolsillo; 835) (GRHAT/11/ARG/5a)
Arguedas, José María (19682): Todas las sangres. Buenos Aires: Losada. (=Novelistas de nuestra época) (GRHAT/11/ARG/2)
Castro Klarén, Sara (1973): El mundo mágico de José María Arguedas. Lima: Instituto de Estudios Peruanos
(GR-HAL/11/ARG/6)
Urrello, Antonio (1974): José María Arguedas: El nuevo rostro del indio. Una estructura mítico-poética. Lima: Juan
Mejía Baca. (GR-HAL/11/ARG/3).
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