QUINAS AMARGAS GONZALO HERNANDEZ DE ALBA Capítulo 6 EL SABIO Y EL COMISIONADO Se encuentra en el Diario de Mutis la siguiente anotación redactada como de pasada el 14 de noviembre del temprano año de 1761: Me hizo el favor su Excelencia de incitarme a que saliese a examinar la quina, que decían hallarse tan cerca de Santa Fe, como que no distaba más que un día de camino: distancia entre Santa Fe y la Mesa de Juan Díaz, donde se dice hallarse el árbol. El primero que me dio esta noticia fue don Miguel de Santisteban. Me la confirmó mi criado Carlos, vaquiano de aquel terreno... Respondióme (el virrey) que venía gustoso en ello; y que cuando quisiera diese principio a estas salidas. Reservo la disposición para más adelante, hallándome ahora impedido con algunos graves cuidados1. Las distracciones producidas por el “amargo ejercicio de la medicina”, los viajes motivados por sus obligaciones cortesanas y, luego, por sus empresas mineras impidieron la pronta realización del esperado encuentro con la quina. Varios años más tarde, como que es el 17 de agosto de 1776, se dirigía el naturalista y oráculo del Reino al virrey Manuel Antonio Flórez en los siguientes términos, al resolver una pregunta concreta sobre la posibilidad de la presencia de quinos en el territorio de su jurisdicción y sobre sus supuestos méritos medicinales: Y habiendo practicado desde entonces (la llegada a la Nueva Granada) las más vivas diligencias para descubrirla en estas cercanías, no pude conseguirlo por haber dirigido todas mis excursiones botánicas por fuera de 5 grados de latitud boreal, hasta que en el año de 72, en compañía de don Pedro Ugarte, logré hallarla en el monte de Tena, y al otro siguiente en el de Honda; teniendo entonces el honor de presentarla al Excelentisimo señor don Manuel de Guirior, antecesor de vuestra Excelencia, con el mismo celo que hoy amina a don Sebastián López. Unas cuantas líneas más adelante afirma cómo sus peregrinaciones botánicas le han permitido reconocer tres especies diferentes del género Cinchona en el territorio del virreinato, la roja, la amarilla y la blanca, como él mismo solía denominarlas. Concluye su largo reporte con la siguiente afirmación anticipatoria: Si las experiencias manifestaren, como lo espero, la superioridad de la quina de estas cercanías, ella podrá abastecer a todo el mundo; pues sabiéndola buscar, se hallará sin duda que en todos los suelos en que la naturaleza, siempre fiel a sus producciones, la ha depositado 2. Es ésta la primera noticia que se tiene sobre el descubrimiento de parte de Mutis del precioso árbol en Tena o en la Mesa de Juan Díaz, que viene siendo lo mismo, y es, a la vez, la primera afirmación escrita sobre la intromisión en su vida científica de Sebastián López Ruiz. Detengámonos un poco más en los incidentes del descubrimiento. Durante algún día del mes de octubre de 1772 y al regresar a la capital procedente de las minas del Sapo, en las proximidades de Ibagué, el doctor Mutis descubrió en las estribaciones de los Andes, en la selva de clima medio y húmedo, unos quinos. Curiosamente el hallazgo se realizó prácticamente en las orillas del “camino real” que unía a Santa Fe con Honda, pasando por La Mesa y Tena, que Mutis había recorrido por lo menos en tres oportunidades anteriores. En la primera ocasión no conocía directamente el árbol ni aún se había relacionado con el criollo Santisteban. En las otras dos ya podía distinguir la quina de Loja y ya había enviado las muestras recogidas y procesadas por el quiteño a Suecia y su descripción era conocida por todo el mundo naturalista. Sin embargo, hasta ahora no había podido enfrentarse a un árbol vivo. Este capítulo de la naturaleza, tan importante para un médico, le era esquivo y bien puede ser que aún compartiera la idea de la imposibilidad de su presencia en esta distancia de la línea del ecuador, lo que bien pudo influir en que no otorgara mayor credibilidad a sus primeros informantes, uno docto y otro ignorante, uno un criado y el otro un amigo. Recordemos que su esperanza íntima, su recóndita ilusión, era poder viajar hasta Loja, es factible pensar que ello le impidiera ver con claridad su contorno inmediato que, para expresarlo de alguna manera, lo encegueciera durante cerca de diez años. QUINAS AMARGAS GONZALO HERNANDEZ DE ALBA Dejemos nuevamente que sea el propio Mutis quien nos re-cuerde el notable y tan esperado acontecimiento aduciendo otros elementos que complementan las primeras informaciones. Ahora encontramos al naturalista dando respuesta a una pregunta muy específica que sobre el descubrimiento y su autor le dirigiera el Regente-Visitador Gutiérrez de Piñeres en el año crucial de 1783: Descubrí —claramente le ratifica— por primera vez en el monte de Tena el árbol de la Quina, por las ideas y conocimientos que me habían dado de esta preciosa planta las hojas, flores y frutas secas de la verdadera Quina de Loja, que me regaló a mi primera llegada a esta capital por el año 61, el erudito señor don Miguel de Santisteban, y las mismas que remití al caballero Linneo en el año 64. Sobre el mismo sitio hice al mencionado Ugarte todas las reflexiones oportunas sobre la utilidad del descubrimiento, facilidad de conducción a España, los aumentos del real erario combinados con la utilidad pública, y cuanto pueda pensarse ocurriría en aquel feliz momento a un naturalista inflamado con el entusiasmo de un descubrimiento tan útil3. Tan sólo un año después se le confirma, nuevamente como por casualidad, su primera observación, su muy oportuna visión. “Por abril de 73 —recuerda con claridad—, bajando de esta ciudad (Santa Fe de Bogotá) a la villa de Honda para visitar al Excelentísimo señor Virrey don Manuel de Guirior, la volví a descubrir la salida del monte, en el sitio que llaman Pantanillo, y de vuelta la puse en manos del mismo señor Virrey, quien manifestó su complacencia, deseando trasplantarla al jardín de su palacio en Santa Fe. Traté con su Excelencia sobre las utilidades de aquel descubrimiento. Aún no soñaba con Sebastián López venir a esta ciudad por los asuntos que posteriormente le obligaron a salir de su país a la ciudad de Panamá”4. Según lo expresado en estas dos oportunidades no es posible que quepa la menor de las dudas: finalmente la quina se le acercaba a Mutis, estaba formando parte de su contorno y se mostraba adornando sus recorridos naturales. Ya no había por qué trasladarse hasta una muy lejana comarca para reconocerla, para estudiarla, para difundirla y explotarla. Por fin había logrado interpretar los viejos informes y aplicar principios legales entonces vigentes en las ciencias naturales, como la máxima botánica que, según él mismo, le permitió realizar el descubrimiento de 1772: “Sabiendo muy bien desde mis primeros rudimentos de botánica en Europa que indefectiblemente crecen unas mismas plantas a unas mismas latitudes y elevaciones de suelos en ambos hemisferios”5. Lástima que no hubiera recordado esos principios antes, así se hubiera ahorrado muchos disgustos y mucha tinta. De todas maneras, su sueño inicial parecía adquirir forma y nuestro Sabio había logrado encontrar la mejor de las tarjetas de presentación ante un nuevo virrey con afanes progresistas y había podido abrir la puerta a varias inquietudes colectivas. Todo, en el complejo asunto de las quinas, parecía deslizarse suavemente. Tan sólo hacía falta empinarse un poco más y recoger los frutos del renovado descubrimiento. Pero las cosas de la quina nunca fueron del todo claras ni completamente dulces. Se encuentra tan seguro de la valía y prioridad de su gran descubrimiento, que se atreve, en 1778, a comunicarlo al mundo sabio europeo por intermedio del hijo y heredero científico de Carlos Linneo, en la plena seguridad de que bien pronto habría de difundir tan feliz noticia. Como pretende hacerlo con plena sencillez, con la humildad despreocupada que corresponde a un verdadero investigador y a su investidura sacerdotal, echa mano a un significativo rodeo: Linneo, el hijo, le pregunta por la zona donde se encuentra la planta que su padre nombró en honor del naturalista residente en la Nueva Granada, la muy curiosa Mutisia Clematis, y Mutis le contesta así: “Estoy muy distante del lugar donde se cría la Cinchona oficinal que descubrí en las cercanías de Santa Fe, en donde también se cría la hermosa Mutisia”6. Pero, claro, con esto no era suficiente. Años después y ya en camino hacia la primera de las sedes de la Expedición Botánica, la Mesa de Juan Díaz, en cuya localización no parecen haberse dado coincidencias extrañas, realiza Mutis con su discípulo y ahora segundo botánico Eloy Valenzuela una experiencia semejante a la vivida por él mismo en 1772: lo deja encontrar el árbol dotándolo tan sólo con unas armas parecidas a las que él poseía por entonces. Es el 30 de abril de 1783 cuando, tal QUINAS AMARGAS GONZALO HERNANDEZ DE ALBA como se expresa en su Diario de observaciones, comenzamos a bajar por este fatal camino... Aquí están depositadas admirables producciones medias entre las de tierra fría y caliente, con otras propias de ambos temperamentos. Muchas de ellas tengo ya reconocidas; pero es inagotable este hermoso depósito. El doctor Valenzuela, bien olvidado de los malos pasos, lleva toda su atención fija en los árboles y en las plantas; deseando impacientemente la hora de ver la Quina viva en su suelo nativo. Ya se dejan entender los deseos de un botánico por ver una planta, especialmente ésta tan justamente celebrada. Ya se acercaba el término de nuestros deseos, llegando a Pantano Goloso, donde abundan los Berros. Un poco más abajo logró ver y discerner por sí mismo el árbol de la Quina, por los conocimientos que de esta planta tenía en los ejemplares secos, y logré yo manifestársela en el mismo lugar en que la reconocí desde el año de 72 7. El maestro se entusiasma al poder transmitir sus conocimientos e impresiones al alumno, al ver cómo se reproducen sus experiencias y sus saberes. Por su parte, Valenzuela es mucho, pero mucho más parco en sus impresiones y más lacónico en sus expresiones, se diría que para él las noticias de las quinas neogranadinas eran ya cosa de mera rutina, asunto de todos los días y presencia normal, sobre todo al vivir al lado y bajo la dependencia de Mutis. Actitud que claramente se traduce en las noticias que deja de la experiencia: En el mismo monte se vio la Justicia de encarnado muy subido —asienta en su Diario personal—. Unas Ginandras de hojas plegadas con sus flores blancas abiertas. El Angelito o Lytrum de dos pétalos. El Chite, el Tomatillo de Monte, los Berros de Pantanogoloso, y más abajo el primer árbol de Quina. Cerca vimos dos o tres pájaros casi tan grandes como palomas8. Lo más interesante de esta doble experiencia descansa en la comprobación de la indudable posibilidad de reconocer fácilmente los quinos una vez que se ha logrado observar su representación pictórica y estudiar sus partes más importantes disecadas. Este fue el procedimiento metódico empleado por el propio Mutis y el seguido por sus continuadores y sus pretendidos émulos. Entre la correspondencia oficial recibida por el virrey Flórez se encuentra una denuncia formulada por Sebastián José López en 1774 que al pie de la letra manifiesta: Excelentísimo señor Don Sebastián José López, residente en esta ciudad, con mi mayor veneración parezco ante vuestra Excelencia y digo: que después de haber concluido la latinidad y filosofía, ha sido mi principal aplicación el estudio de la física moderna e Historia Natural. Con ésta he adquirido algunos conocimientos útiles, siendo de la mayor consideración el descubrimiento e indagación que acabo de hacer de la legítima Quina, cuyos importantes usos no sólo por sus positivos efectos en varias enfermedades, si oportunamente se aplica, sino también para muchos tintes, se hace recomendable, resultando de ello no poco provecho para el real erario. Este utilísimo descubrimiento lo ofrezco como fiel vasallo por medio de vuestra Excelencia al arbitrio y disposición de Su Majestad para que se digne dar las providencias que fueren de su real agrado, a fin de que en esta capital se logren copiosas recolecciones de dicha Quina: pues su calidad es tan buena o mejor que la de Loja, Cuenca, Mauci y Chirimbo, parajes de la provincia de Quito, donde se coje, siendo su producción muy abundante cinco leguas o menos de esta capital9. Unas cuantas líneas más adelante se atreve a solicitar un peregrino favor al virrey: Yo por tal la tengo, como también don Miguel Merizalde y su criado, natural aquel de Quito y este de Cuenca; pero vuestra Excelencia si le pareciere conveniente puede mandar al doctor don José Celestino Mutis que haga las experiencias conducentes a su perfecto conocimiento, para lo que podrá contribuir que el botánico de esta calle real haga tintura de la que tengo, después de estar bien seca10. El señor Flórez, ni corto ni perezoso, aprobó el descubrimiento y de inmediato envió las muestras al naturalista Mutis, con lo que se inició el levantamiento de una gran polvareda cientificista en la que lo primera que llama la atención es la ingenuidad, real o supuesta, del denunciante López al solicitar la tercería del propio Mutis. Con tanta denuncia y tanta respuesta pronta principia un embrollo más que llega hasta opacar la compleja historia de la quina y ensombrecer la vida privada y científica de quien se continuaba considerando, especialmente en materia de quinos y de descubrimientos botánicos, como el oráculo indiscutible del Nuevo Reino de Granada. Al mirarlo desde fuera, el alboroto parece ser uno más de esos que se originan en las complejas prelaciones y distinciones que solían gobernar las relaciones entre chapetones y criollos. Un pleito de esos que con tanta QUINAS AMARGAS GONZALO HERNANDEZ DE ALBA frecuencia se daban en la vida cotidiana colonial y que alimentaban a los tribunales coloniales y metropolitanos. Al acercarnos un poco más a los documentos, aun en su expresión externa y presentación formal, es factible darse cuenta de que lo que aquí se está jugando no es exclusivamente el orgullo ni específicamente el renombre de una u otra de las partes. Nuevamente, y con el objeto de poder escuchar imparcialmente el testimonio del injuriado, que sea el propio Mutis quien relate alguno de los incidentes que se produjeron inicialmente y en orden en que se presentaron: De todos estos esfuerzos míos —afirma el Sabio con una claridad no desprovista de orgullo—, dimanó la real cédula de 20 de enero de 1776, para que el Excelentísimo señor don Manuel de Flórez tratase seriamente sobre el establecimiento del estanco de la Quina. Y entonces aprovechándose López de estas noticias, que pudo saberlas en su fuente por hallarse de escribiente en la Secretaría del Virreinato; valiéndose igualmente de la oportunidad de las continuas graves enfermedades del señor Santisteban, que sólo pensaba ya en morir, de mi notorio desinterés a las glorias que se figuraba López y de mi antiguo descubrimiento cuatro años antes vulgarizado en toda esta ciudad, y comenzado a esparcirse por todo el mundo sabio, dio en el raro arbitrio de asegurarse una nueva y decorosa carrera a costa del pequeñísimo trabajo de apropiarse de mi descubrimiento y todas las noticias que pudo recoger fácilmente en los papeles de la Secretaría11. Así, pues, dos grandes equivocaciones cometió inicialmente López Ruiz: solicitar que el mismo Mutis certificara su descubrimiento y pensar que no contestaría. El asunto parece centrarse, por ahora, en un aparentemente exitoso intento de robo intelectual, de un rápido raponazo científico. Actitud ciertamente reprobable que, tal como aduce el propio ofendido, no debiera haber prosperado y que sin embargo evolucionó durante largos años. No puede uno menos que preguntarse: ¿Qué es lo que en realidad se movía en el trasfondo de la disputa de las quinas? No parece haber sido exclusivamente el mérito que entrañaba el descubrimiento del árbol en las cómodas vecindades de la capital de un virreinato. En modo alguno parece estarse jugando el prestigio de Mutis, por otra parte bastante sólido nacional e internacionalmente, como naturalista. Es posible que hubiera pretendido defender, entre otras cosas, su influencia de hombre sabio, el único, ante las autoridades regionales y, en especial, frente al gobierno central peninsular. Por medio de esta discusión es posible que alguien hubiera podido poner en duda su flamante aureola de oráculo que tantos esfuerzos le costó obtener y tantas envidias había logrado despertar, basta con tener en cuenta las influyentes posiciones, tanto religiosas como científicas, que había venido desempeñando desde su llegada al Nuevo Reino, influencia que parecía acrecentarse durante los gobiernos más progresistas e ilustrados, es suficiente con recordar el decidido apoyo que recibió con motivo del peligroso enfrentamiento con los dominicos con motivo de la enseñanza del sistema heliocéntrico en la capital en el cercano año de 1774. Es posible que en el fondo oculto de tan embrollado asunto se hayan expresado otras disputas, se encuentren diferentes prioridades y se haya puesto en duda el valor de otras autoridades. Sea lo que fuere, no se puede olvidar que Mutis se resiente y duele, combate y lucha y, sobre todo, aguarda y no olvida. Cree que en ello se está jugando la honra, el renombre y, lo que es peor, su potencial de credibilidad y de influencia. Sostendrá hasta su muerte, en todos los tonos posibles, frente a todas las autoridades que quisieron escucharlo y ante todos los personajes que pudo encontrar en su camino, que fue él, y tan sólo él, el autor de tal descubrimiento y que en ello nada tuvo que ver el criollo panameño. Mutis no sólo procurará defenderse a sí mismo sino que constantemente habrá de destacar la superioridad terapéutica de la especie de quina que había logrado encontrar en los montes de la Nueva Granada. En tamaña lucha no se encontraba del todo solo, lo acompañaban sus principales alumnos, Francisco Antonio Zea, Francisco José de Caldas y su sobrino Sinforoso; lo secundaban los nuevos botánicos hispánicos, encabezados por el abate Cavanilles. Durante cerca de quince largos años ésta será su principal causa y su más frecuente preocupación. ¿Valía la pena derrochar tantos esfuerzos para enfrentarse a un desconocido escribiente de la QUINAS AMARGAS GONZALO HERNANDEZ DE ALBA secretaría del virreinato? Sebastián José López Ruiz nació en ciudad de Panamá por el año de 1741, nueve años después de Mutis, en el seno de una familia de criollos que tenía como especial timbre de orgullo el ser “descendiente de conquistadores y limpios de toda mala raza, cristianos viejos y de esclarecido nacimiento”12. Ya por esta época el istmo formaba parte importante del virreinato de la Nueva Granada y por tanto era un criollo tan neogranadino como cualquiera de los discípulos privilegiados de Mutis. Realizó sus primeros estudios en Panamá, en el Colegio de San Francisco Javier, donde obtuvo los títulos de Bachiller y de Maestro en Artes. En 1758 pasó a la ciudad de Lima con el objeto de proseguir sus estudios, ya que para los panameños les era más fácil trasladarse a estudiar al Perú, donde existía una universidad aprobada, que hacerlo en Santa Fe. Allí cursó de nuevo Artes y la Universidad de San Marcos le confirió, nuevamente, el grado de Bachiller. Allí estudió jurisprudencia y principios de las ciencias físicas. Por úiltimo se dedicó a la medicina, graduándose en 1764 con una tesis sobre el Bálsamo rubio o peruano13. Existen algunos datos que permiten sospechar que durante su estadía en Lima pudo conocer algunos documentos y ciertos esqueletos de plantas abandonados por Jussieu. Con el título de Profesor de Medicina y el nombramiento de Protomédico en el bolsillo pasó a Cuzco, donde ejerció la profesión durante dos años. Fue trasladado a la ciudad de Panamá, 1767, donde presentó un Informe sobre la costumbre de enterrar cadáveres en las iglesias y la necesidad de creación de un cementerio público. Durante su permanencia en la provincia exploró algunas de sus regiones y descubrió algunas minas de azogue. A fines del año se lo encuentra en la pequeña y fría capital del virreinato. El médico Román Cancino, fundador de la cátedra de medicina en el Colegio del Rosario, acababa de fallecer y el rector rosarista le ofreció el nombramiento, que no aceptó por no tener asignación algunal4. Es entonces cuando el virrey Messía de la Zerda lo nombró en la Secretaría del virreinato. En su casa de habitación dictaba clases particulares de matemáticas y francés con algún éxito social, ya que entre sus alumnos se encontraba el prometedor joven santafereño Antonio Nariño15. En 1773 regresa a Panamá y sostiene una cierta relación epistolar con el médico Mutis en torno a sus pretensiones de obtener el nombramiento de Protomédico de la provincia, lo que no logra, como tampoco puede responder a las preguntas botánicas que desde Santa Fe se le formulan. De regreso a la capital ocupa su antiguo encargo, luego de un doloroso período de desempleo, y en 1774 afirma haber descubierto, por sus propios medios y en función de sus propios conocimientos, la quina en la Hacienda de Tena, antigua propiedad de la por entonces extinguida Compañía de Jesús. El método que empleó para su reconocimiento fue el mismo que usó Mutis y que experimentó Valenzuela: recordó las características generales de la quina de Loja que había visto en los esqueletos de la colección abandonada por el malogrado Jussieu en Lima y tan sólo tuvo necesidad de comparar lo que veía con lo que recordaba. Animado por su celo patriótico, aspirando al mismo tiempo a distinguirse en el Real servicio, presentó judicialmente en 1776 este importante descubrimiento, ofreciéndolo con generosidad a Su Majestad por medio del Virrey don Manuel Antonio Flórez. Este gobernante apreció este descubrimiento y el celo de su autor, y habiéndose seguido expediente y celebrado varias Juntas de Tribunales acerca de su importancia, y después de un maduro examen, e informes favorables, en carta de 15 de octubre de 1776, dio cuenta a Su Majestad de los méritos y particular servicio de López Ruiz, según sostiene, amparado por datos del Archivo General de Indias, su biógrafo Juan Antonio Susto16. Se hizo acompañar la carta del virrey con cuatro cajones de quina destinados a la Botica Real, con el objeto de que las muestras fueran sometidas a los más exigentes análisis y pruebas médicas. De ello se encargaron Casimiro Gómez Ortega y Antonio Pallau, catedráticos del Real Jardín Botánico, quienes la encontraron de la mejor calidad y recomendaron premios e insinuaron reconocimientos. Ahora la vida parece habérsele cambiado. Ya no figura como un QUINAS AMARGAS GONZALO HERNANDEZ DE ALBA desconocido escribiente sin futuro, sino como un naturalista recién comprendido y valorado. Nadie, por lo pronto, se atreve a disputarle su naciente gloria. Viaja por primera vez a la península y se asienta en la corte madrileña. Traduce en 1778 la monografía de De la Condamine sobre la quinquina, en la que se la presenta en los términos del superado sistema de Tournefort, a la que le agrega algunas notas y ciertas noticias relativas a su abundancia y especies legítimas del género. Tiene la oportunidad de ponerse en contacto con los naturalistas de la Expedición Botánica al Perú y Chile y establece con ellos y con Gómez Ortega una especie de alianza quinífora. Viajó a Francia y cosechó honores, no era para menos. Subió tanto y tan pronto, que llegó a ser nombrado miembro de la Real Academia Médica Matricense y de la Real Sociedad Médica de París, convirtiéndose en el primer neogranadino en ostentar tan significativas distinciones. Como si esto fuera poco, así rabiaran sus más lejanos opositores, consiguió ser nombrado, por influencia de Gómez Ortega, Botánico de Real Orden. Luego de recibir tantos reconocimientos regresó, cargado de libros, a la Nueva Granada investido con el pomposo y difícil encargo de Comisionado de la Quina y Jefe de su Estanco y Exportación, lo que le proporcionaba la nada despreciable suma de 2.000 doblones anuales. La gloria trae sinsabores y los reconocimientos reales, también. Estando en Madrid se encontró con que Mutis había hecho petición de la confirmación del título de descubridor de la quina neogranadina, lo que dio origen oficial al pleito que estamos rastreando. Su opositor interpreta así las acciones emprendidas por él en Madrid: En España, y después a su vuelta, condecorado con el título de Botánico, con el sueldo competente y libros para dedicarse al estudio de su nueva profesión, debió hacer muchos progresos en el desempeño de su obligación, en utilidad y gloria de la nación, y en un país que convida a cualquier naturalista para inmortalizar su nombre. Sus correspondencias con los botánicos de Madrid y los viajeros del Perú depondrán de sus adelantamientos. De aquellos sospecho y de estos tengo por cierto que no se hallan ni medianamente satisfechos de su instrucción y cultura17. Pese a los constantes juicios negativos de Mutis, quien debía tener sus razones y sus argumentos, durante su permanencia en Madrid López Ruiz no perdió del todo el tiempo y sus esfuerzos. Tanto se movió, tanto habló, siempre en compañía de Gómez Ortega, que logró convencer a las autoridades sobre la trascendencia de su descubrimiento y no propiamente en los secos términos de un frío informe científico, ni echando mano a los humanitarios de un médico sino, más bien, en relación directa con unos bien concretos y sugestivos cálculos económicos. Más aún, todo parecía señalar que López había llegado con sus noticias en el momento indicado. La incontrolada explotación y tala de los quinos de la provincia de Loja, que duraba ya cerca de cien años, había producido no sólo una merma en la producción de la apetecida cascarilla sino, lo que era peor, había desencadenado una completa devastación de los buscados árboles. Entre tanto las necesidades y el mercado europeo de la corteza se encontraban en plena alza. El gobierno español, único poseedor de la materia prima, tenía que hacer algo, las existencias mermaban continuamente en los depósitos peninsulares y los pocos embarques que llegaban no eran del todo confiables, ya que los extractores recurrían a una socorrida mezcla de cortezas y a la productiva confusión con otros productos vegetales. Todo esto sin tener en cuenta el contrabando, las explotaciones no autorizadas y otros engaños de todos los días. En Madrid y en Cádiz, centro de acopio peninsular, no se sabía qué camino coger, qué medidas correctivas tomar. Lo único que parecía claro era que la humanidad no podía vivir sin la quina, que el imperio inglés la exigía en sus colonias y que las cortes europeas, lo mismo que sus farmacias, pedían y exigían envíos de quina. El médico panameño proporcionó, así de pronto, la solución mágica, la más sencilla y, sobre todo, la menos costosa. Por ahí estaba, cerca de los caminos reales, en las proximidades de un gran río y de un importante puerto, la quina de la Nueva Granada. Ello y sus influencias, claro, le valieron el nombramiento, los libros, el sueldo, muchos aplausos y algunos enemigos más. Lástima grande que entre tanto alboroto no se hubieran recordado de la existencia de ciertos informes y algunas denuncias que desde hacía años se encontraban durmiendo en los anaqueles de alguna de las QUINAS AMARGAS GONZALO HERNANDEZ DE ALBA dependencias oficiales. En la tantas veces recordada Representación hecha a su Majestad Carlos III de mayo de 1763, de nuevo enviada a la corte al año siguiente, en la que expone Mutis su proyecto del establecimiento de una Historia Natural de América, uno de los puntales esenciales de su argumentación lo constituye “la utilísima quina, tesoro concedido únicamente a los dominios de Vuestra Majestad”. Señalaba por entonces el joven médico el estado de constante depredación de los quinares y la latente amenaza que gravitaba sobre su explotación. Sabía muy bien que sus quejas, denuncias y premoniciones no eran del todo nuevas, que hacía cerca de treinta años que se las había presentado ante las más altas autoridades y que prácticamente estuvo lista la creación de una cierta estructura ordenadora de su extracción. Por ese entonces ya había tenido la oportunidad de conocer el proyecto presentado por Miguel de Santisteban a su regreso de la región quinífera de Quito. Pero, como de costumbre, nada se había hecho y “aún subsisten las causas de los males que amenazan en perjuicio de la causa pública”18. Ya desde entonces se atrevía Mutis a proponer la creación de un cierto monopolio, en palabras de la época un estanco, oficial de la quina que de alguna manera imitará al establecido con tanto éxito por los holandeses para la explotación y comercio de la canela de Ceilán. En 1778 y con motivo del “descubrimiento” denunciado por López Ruiz, de nuevo Mutis ofrece su proyecto salvador de centralización de la explotación y comercialización de la quina, pero ahora lo hace ante el virrey Flórez. Aclara sus primitivas intenciones y profundiza en el tema al afirmar: Como en la representación que hice a su Majestad en el año de 63, tuviese por uno de sus principales objetos la administración de la Quina por cuenta de la Real Hacienda, después de bien meditado este utilísimo proyecto con el erudito señor Santisteban, que diez años antes había presentado lo mismo y en el de 73, ambos de común acuerdo al Excelentísimo señor Guirior, antecesor de vuestra Excelencia, ofreciéndome entonces a proponer el modo de cultivar, disponer y remitir este precioso ramo de comercio, tal vez más ventajoso para la España que el de la canela para los holandeses: interesó mi cuidado desde entonces todo lo que tenía relación con el asunto 19. No se sabe bien qué pudo resultar de los deseos y la buena voluntad de Mutis de redactar unas instrucciones sobre la mejor recolección, embalaje y envío de las Cinchonas. Puede ser algo más que una coincidencia el encontrar que en ese mismo año de 1773 dos funcionarios de la Real Botica de Madrid, Manuel González Garrido y Diego López Mancera, redactan y distribuyen, en cumplimiento de ciertas órdenes superiores tendientes a obtener para el rey el mejor de los productos, una Instrucción para escoger la quina de calidad, con la que se pretendía solucionar las consecuencias producidas por una mala recolección, un empaque defectuoso y un deficiente transporte20. Coincidencia que indica, entre otras cosas no fáciles de probar, la presencia de una seria preocupación ante todo lo que habían venido denunciando Mutis y Santisteban. Más aún, desde ese mismo año las autoridades competentes ordenaron incrementar los seguimientos médicos que era necesario realizar con todos los envíos de quina que lograban llegar hasta la metrópoli antes de poder ser entregados a su distribución nacional e internacional21. Desde entonces se afirmó la práctica de someter a un tratamiento experimental a algunos enfermos internados en los hospitales de caridad de Madrid con el objeto de verificar la eficacia terapéutica de la quina recién llegada o de la que se encontraba almacenada durante mucho tiempo en la Real Botica o en los almacenes de Cádiz. Mutis conocía bien y en forma directa el éxito alcanzado en las colonias hispanoamericanas con los estancos de tabaco, aguardiente de caña y naipes. Sabía del papel que estos monopolios oficiales jugaban en las siempre flacas rentas del virreinato. Se encontraba enterado de que en estos casos el Estado se había convertido en el único comprador y por consiguiente en el único vendedor de estos productos y que sus oportunas ganancias se producían en función directa de la diferencia entre el precio de compra y el de venta. Había observado cómo desde la perspectiva monopolista y, por ende, centralista, se podía más QUINAS AMARGAS GONZALO HERNANDEZ DE ALBA fácilmente regular las zonas de explotación, su localización geográfica y extensión, las épocas del año en que se podían realizar las cosechas, la cantidad del producto que podía ser recogido y los costos de ciertos insumos como el transporte y los jornales. No se le podía escapar que sólo con un bien establecido monopolio era posible llegar a imponer severas penas económicas y carcelarias a los infractores de las normas oficiales. Su conocimiento de la vida y la administración colonial le indicaban que lo que se requería para alcanzar estos fines no era otra cosa que una determinación política de parte de la Corona, única autoridad suprema que podía pasar por encima de otros intereses no necesariamente mezquinos. Presentía que una medida de esta clase habría de ser bien acogida por los compradores internacional cansados de tanto engaño y de tanta incertidumbre. Además una política económica de este tipo habría de facilitar el manejo interno, el propiamente hispánico, de la quina al impedir ciertos manejos poco claros de ciertos intermediarios asentados en las colonias y localizados en la metrópoli. En la Relación informativa práctica de la quina de la ciudad de Loja, redactada por pedido de las autoridades virreinales en 1753 por Santisteban, se destacan una serie de factores que, por su vigencia y permanencia, se volverán a encontrar en más de un memorial de la época y en especial en aquellos que concluyen con la recomendación del establecimiento del estanco de la cascarilla. De todos ellos vale la pena destacar dos que permiten ir circunscribiendo las dimensiones reales del problema que se estaba enfrentando. En primer lugar, la sobrevivencia de la inveterada costumbre de mezclar la buena quina, la oficinalis, con otras variedades ordinarias o, lo que era peor, con otros productos de parecidas características externas pero sin ninguna virtud médica. Señala el quiteño funcionario en Santa Fe el gran lucro, el desmedido enriquecimiento, obtenido por comerciantes extranjeros, en especial de origen inglés, que solían comprarla a precios irrisoriamente bajos en Panamá y Portobelo, para revenderla a precios alarmantemente altos en cualquiera de los puertos de Europa. Por ello, concluye la relación, era del todo recomendable la toma de dos determinaciones concomitantes que no les supieron bien a muchas personas: establecer el estanco de la quina de Loja y de la que se pudiera encontrar en la provincia de Quito y exigir que toda la que se tratara de exportar fuera detenidamente examinada y sometida a comprobaciones en la capital del virreinato, en la propia ciudad de Santa Fe. Lo que implicaba que Cartagena de Indias habría de convertirse en el puerto de acopio de la quina en detrimento de Panamá, Portobelo y sus múltiples intereses. Tal vez por ello mismo la idea no prosperó. En oficio del 7 de septiembre de 1773, según reproduce Ernesto Restrepo Tirado en un ensayo archivístico que logra aclarar muchos elementos confusos de nuestra primera historia de la quina, Julián Arriaga comunicó al Consejo de Indias que cuando el marqués de Villar estuvo de virrey en la Nueva Granada propuso al rey el establecimiento del estanco de la quina quiteña. Proyecto que logró contar con el apoyo de dos de sus sucesores, Messía de la Zerda y Guirior. Oportunamente consultado el Fiscal del Perú presentó una larga exposición sobre las ventajas y los posibles inconvenientes de una disposición semejante. Según su punto de vista se presentaban dos factores que hacían viable y hasta recomendable la propuesta. La autoridad de tres magistrados de semejante clase y el considerar que los extranjeros compraban el artículo a ínfimo precio y se los vendían a ellos mismos y a todos los europeos a otro exorbitante... sacando inmensas ganancias de un fruto con que el Autor de la naturaleza quiso por su inescrutable providencia enriquecer a nuestros soberanos22. Carlos III, que ya contaba con un dictamen positivo de su Contaduría General, solicitó el criterio de dos de sus virreyes e hizo celebrar una Junta de Tribunales en la que se llegó a la conclusión de que dicho estanco era necesario y se convino conceder dos meses de plazo a los comerciantes españoles con el objeto de que pudieran deshacerse de la quina de Loja que por entonces tuvieran en su poder, en el entendimiento de que la que se les encontrara pasado ese QUINAS AMARGAS GONZALO HERNANDEZ DE ALBA término serían tomadas en decomiso. Finalmente se había logrado establecer una política que habría de redundar en beneficio para la Corona y los consumidores, para los enfermos y las arcas españolas. Tal parecería que se había hecho caso a los repetidos conceptos de Mutis y que sus reflexiones no habían pasado del todo inadvertidas. En especial aquellas que se referían al impacto que en el extranjero produciría el control sobre la producción y distribución de la corteza. Las que de nuevo recoge en una larga carta dirigida al virrey Flórez en 1778: Si en Europa se solicita, se pide y ardientemente se desea Quina legítima, reciente y escogida, administrando este ramo por cuenta de la Real Hacienda, la que debe depositarse en las factorías y remitirse a España, ha de ser verdadera y buena Quina. La industria de los extranjeros no tardaría en descubrir nuestra equivocación, como la han publicado hasta infamarla con el título de ambición, en varias ocasiones, y cuando había menos motivo de queja. Comunicado este género por una sola mano, y cerradas las puertas al contrabando, se harían exquisitos exámenes por los medios mencionados sin perdonar el más ligero defecto, no siendo tan fácil engañar su sagacidad como nuestra buena fe. Y una vez descubierta nuestra equivocación, ¿quién detendría sus justos clamores llevados hasta los pies del trono?23. De nuevo aparece aquello que bien se podría denominar el complejo Masson de Morvilliers que de alguna manera envuelve a la cultura y a la práctica ilustrada española: el sacrosanto temor a la crítica externa y como respuesta inmediata la acentuación aparentemente positiva de algunas apariencias externas. Mientras se sucedía este ir y venir de recomendaciones, ese flujo de diagnósticos y esa afirmación de órdenes se descubrió la presencia de quinos en las montañas de la Nueva Granada. La primera de las consecuencias que se produjo al divulgarse la noticia del aparentemente feliz hallazgo fue la suspensión del monopolio de la quina de Loja, ya que su argumento principal se había derrumbado: la notoria y significativa escasez de árboles en los dominios de la Corona española. Ahora y en forma indirecta los bosquecillos de quinos se multiplicaban, aparecían nuevas variedades y el futuro inmediato no podía menos que ser altamente prometedor. En el virreinato de la Nueva Granada había de sobra quina para el rey. La disputa de prelaciones entre Mutis y López Ruiz adquiría un nuevo sentido y una significación más amplia. ¿Quién debería establecer las pautas fundamentales para proteger y encauzar su exportación? ¿Qué intereses eran los que iban a primar, los de los comerciantes, los de la Corona o los de la humanidad? Lo de las “quinas para el rey” no era una mera frase cortesana que adornaba las notas de remisión y de pedido de la costosa corteza. No puede sólo considerársela como una exigencia médica de que la mejor, más selecta y más activa de las quinas debía separarse para el consumo de su Majestad y la real familia en caso, Dios no lo quiera, de que un mal bicho los picara. En ella se estaba expresando una imperativa necesidad diplomática y, más aún, simbolizaba uno de esos gestos de aproximación entre iguales, de preocupada cortesía entre hermanos. Es frecuente encontrar en los archivos constantes solicitudes de las reales casas europeas, en especial de las católicas, y, desde luego, de los pontífices solicitando el envío de remesas de quina, las que, claro, se multiplicaban en épocas de epidemias de tercianas y otras fiebres recurrentes. El tesoro de las quinas reales solía tener otros destinos más caritativos y menos mundanos; el monarca español, como preocupado padre por la salud de sus hijos, solía hacer graciosas donaciones de sus reservas de quina existentes en la Real Botica a los hospitales de caridad y a ciertas comunidades religiosas dedicadas a la atención de una más sana vida y una mejor muerte de enfermos sin recursos económicos. Igualmente se las distribuía por cuenta del rey, y previa aprobación de las autoridades competentes, a las poblaciones y aldeas que se veían acosadas por las enfermedades. El marqués de Valdecazana, Sumiller de Corps y por tanto encargado de la Real Botica, informa en 1785 sobre las existencias de quinas a Carlos III en los siguientes términos: Que ha muchos años que acostumbra Vuestra Majestad regalar a las cortes extranjeras Quina selecta de la primera suerte gastándose en ello trece o catorce arrobas; y que dejando en esta clase en QUINAS AMARGAS GONZALO HERNANDEZ DE ALBA almacenes doscientas arrobas para estos fines, habrá un repuesto de diez o más años, que podrá remplazarse con la Quina sucesiva... para que no falte este género aunque sobrevenga una guerra... Para limosnas al Hospital General y conventos a quienes socorre Vuestra Majestad, dice que bastará un repuesto de cien arrobas, mediante que su gasto anual asciende a veinte arrobas poco más o menos24. Estas también eran razones de peso para, primero, inclinar la balanza hacia el estanco y, luego, para alegrarse por la presencia de los dichosos árboles en otras regiones del Imperio y crear un cargo más en la bien poblada burocracia colonial. Como buen y leal súbdito español, Mutis acata el nombramiento conferido a López Ruiz como Comisionado y, por tanto máxima autoridad, de la quina en todo el virreinato. ¿Quién era él para discutir las reales órdenes? Pero en tanto que oráculo de un perdido reino colonial que de pronto se encuentra con un tesoro, se propuso conservarlo y, de ser posible, acrecentarlo y por ello se convirtió, no sin cierto gusto íntimo, en un constante vigilante del funcionario. ¿Quién era el discutible panameño para opinar sobre las quinas? Se erige en acucioso observador de todas sus acciones, en vigía de todas sus omisiones, en analista de todos sus proyectos, ya que “cualquier descuido del comisionado, o cualquier condescendencia de mi parte, puede producir fatales consecuencias en perjuicio de la salud pública, y en detrimento de la Real Hacienda”25. En otras oportunidades sus comentarios son más mordaces, más picantes como que con ellos lo que pretende es ponerlo en ridículo al mostrar alguna de sus bobadas científicas. Tal es, entre otras —escribe a Gutiérrez de Piñeres en 1783—, según consta en su primera representación, la equivocación de haber oído López que en Tena el árbol de quina lo llaman Aliso y su cáscara servía para tintes; y oyendo por otra parte que en Tunja, Sogamoso y Tenjo y aún en esta capital abundan los Alisos, y su cáscara sirve para teñir y se destinan estos árboles para leña, infirió, sin más examen, que en estos lugares se quemaba mucha Quina. Tan lejos está de ser el Aliso Quina, que justamente con la cáscara del Aliso se falsifica la Quina de Loja, como lo advierte M. de la Condamine en su memoria26. La supuesta gracia de la equivocación descansaba en el hecho conocido de muchos de que el propio López Ruiz se ufanaba de haber sido el traductor del folleto del científico francés. Como ésta fueron muchas las insinuaciones, directas e indirectas, que el Sabio le endilgó, todas dirigidas a demoler su poco cimentada fama de conocedor de quinas y otros asuntos de ciencias naturales. Con la llegada al triple poder colonial —civil, militar y religioso— de don Antonio Caballero y Góngora las cosas para el sacerdote naturalista principiaron a cambiar favorablemente y no sólo por el establecimiento de la soñada empresa de investigación naturalista. No es exagerado afirmar que el Arzobispo adopta a Mutis, lo ampara en su palacio de Santa Fe y prácticamente lo convierte en su asesor de cabecera. No se puede olvidar que cuando se traslada a la capital desde las minas del Sapo, a principios del año 82, Mutis se encontraba fuertemente endeudado y el futuro Jefe supo darle la mano, con lo que se ganó no sólo su gratitud sino su decidido apoyo y entrega. Fueron estos años, 1782-1789, los más fecundos del naturalista durante su larga permanencia en la Nueva Granada; significaron su momento de máxima influencia, de mayor crédito científico, social y político; no es que los anteriores no lo hubieran sido, es que desde ahora todos sus méritos y todas sus posibilidades parecían aflorar al mismo tiempo. El discutido Arzobispo-Virrey alcanzó esta doble dignidad en calidad de interino en el mes de junio de 1782. Meses antes de recibir el nombramiento en propiedad solicitó a Mutis la elaboración de un detallado informe sobre su viejo proyecto de constituir una Historia Natural y sobre las acciones que había logrado emprender solitariamente para obtener su establecimiento, así como una reseña sobre su importancia y posible futuro. El 27 de marzo de 1783 el naturalista se dirige al funcionario narrándole de nuevo, pero ahora por escrito, sus luchas, contándole sus sinsabores, reseñándole sus esperanzas y comprometiéndose a realizar todo lo posible para lograr la cristalización de sus sueños. Entre tanto plan y tanto proyecto se QUINAS AMARGAS GONZALO HERNANDEZ DE ALBA destaca su aspiración de desarrollar positivamente el establecimiento de la quina, de poner todos sus haberes, luces y experiencia a su servicio y engrandecimiento. Se compromete por anticipado a no continuar trabajando solo, a coordinar sus acciones futuras con los naturalistas de Madrid, con los profesores del Real Jardín Botánico, y con los miembros de la expedición al Perú y Chile, con Ruiz y Pavón. Con tal de que se logre pronto una “mejor dirección y desempeño del comisionado don Sebastián López” todo parece ser válido27. Caballero y Góngora trasladó de imediato toda esta información que ya conocía directamente al todopoderoso José de Gálvez, Ministro de Indias, buen conocedor de las colonias y de sus requerimientos comprensivos y de sus exigencias explicativas. En una extensa carta remisoria y laudatoria el funcionario colonial agregaba los siguientes conceptos: Entre sus apreciables descubrimientos no es el menor el de la Quina de estas inmediaciones. Y siendo éste un asunto de tan distinguido mérito, que ha promovido siempre más por amor al real servicio y bien de la humanidad que por fines particulares, llevó pacientemente la injusticia de verse desapropiado delante de vuestra Excelencia, siendo el mencionado Mutis su verdadero descubridor... consolándose con la justicia que le ha hecho el público bien instruido en el asunto. No dudo de que con sus conocimientos podrá desempeñar lo que ofrece sobre el importante ramo de la Quina28. No habría de pasar mucho tiempo sin que se conociera en Santa Fe el resultado de estas gestiones. Por lo pronto el Arzobispo-Virrey comunica a la corte, en carta del 31 de marzo de 1783, la creación provisional de la Expedición Botánica y el encargo de Director que recibió Mutis. El ilustrado Regente Visitador Juan Gutiérrez de Piñeres, antiguo primer asistente del peruano Pablo de Olavide en la colonización de la Sierra Morena, como afirma en su Relación de méritos escrita en 178129, no tardó en terciar en el asunto. Inicia una investigación, recibe declaraciones de Mutis y, presu-miblemente, de López y se forma su propio juicio. Se ha sugerido que se encontraba parcializado, que en él influían dos hechos: el ser gaditano y el tener en baja estima a los criollos. Todo puede ser posible especialmente en las vecindades de los años comuneros. De todas maneras expresó el resultado de sus investigaciones en una carta del 31 de marzo de 1783 dirigida al ministro Gálvez. En esta nota, muy reservada, le informa sobre lo improporcionado que considera al médico López Ruiz, para el buen desempeño de la comisión que se le había conferido. Sólo, según él, hay una persona que pueda realizarla con seguridades de éxito: el reconocido internacionalmente José Celestino Mutis. Con este espaldarazo, bien significativo por cierto, no se acabaron las cosas. En el mismo correo en que llegó la real cédula firmada el 6 de septiembre de 1783 por Carlos III y su ministro Gálvez, en la que se ratificaba la disposición de Caballero por la que se creaba la Expedición Botánica y se oficializaban los nombramientos de los encargados, venía una lacónica y perentoria Real Orden por medio de la cual se removía a López Ruiz de su empleo. Las razones eran tan claras como la conclusión y dan la impresión de que no se tuvieron en cuenta tanto sus acciones y omisiones como Comisionado de la quina como las mentiras continuadas y las afirmaciones descabelladas sobre su aparente hallazgo en Tena. López Ruiz no había procedido como un buen hidalgo ni como un orgulloso descendiente de conquistadores y por ello “se le declara falso descubridor de la Quina”30. Todo aparece tan claro ahora para las máximas autoridades españolas, que “no se le admite recurso alguno” y se le condena, además de la pérdida de los 2.000 pesos anuales, a que “no se le conceda permiso para volver a España”31. Parecía que finalmente se había hecho justicia y que el honor se había restablecido de una vez por todas. Desde ese 6 de septiembre, la orden fue firmada el mismo día que la real cédula, lo que le proporciona un cierto sabor complementario, la quina de la Nueva Granada tenía un padre conocido y responsable. Con lo que no contaban las autoridades era con que el criollo era tan terco como un gaditano. QUINAS AMARGAS GONZALO HERNANDEZ DE ALBA Entre las múltiples cosas que unían al Arzobispo-Virrey al doctor Mutis se destacan, en palabras del Director de la Botánica dirigidas a Casimiro Gómez Ortega en 1784: Sus inflamados deseos por el rápido progreso de esta ciencia, por el esplendor y aumento del Real Jardín Botánico y Gabinete de esa Corte, los testifican no sólo las varias comisiones y aun los altos pensamientos con que suele anticipar los míos, sino las extraordinarias demostraciones de tomar sus viajes y paseos en estas inmediaciones, ¡con el determinado fin de ver las plantas y determinadamente la Quina!32. Fueron este afán curioso, esta constante y cada vez más acentuada preocupación los que determinaron el lugar de asiento inicial de la expedición en La Mesa y luego en Mariquita, en plena región quinífora una y la otra en sus cercanías inmediatas y en las proximidades del puerto fluvial de Honda. El amor por la quina del Arzobispo-Virrey Caballero inclinó las labores de la Expedición hacia su búsqueda en otras regiones del virreinato. Así, los viajes de exploración de los comisionados tenían un objetivo fundamental: encontrar los árboles, recoger muestras y remitirlas de inmediato a la sede para que Mutis pudiera definir su presencia y, de ser positiva, catalogar su especie. Al seguir el derrotero geográfico de los cada vez más frecuentes descubrimientos de los quinos es posible anotar los siguientes hitos. En 1784 Antonio de la Torre la descubre en el vecino valle de Fusagasugá. Un poco más tarde la encuentra en las regiones de Pagüey, Valunda e Icononzo. Entre tanto el doctor Eloy Valenzuela identifica en Mariquita una nueva especie que cree ser de la mejor clase, al menos igual a la de Loja, puesto que parece ser una de las oficinales. Se la descubre en 1785 en la región de Ocaña, en Simití y Guamocó. Fray Diego García, el más destacado de los viajeros comisionados, la encuentra en varias regiones del país, en Cocotama, Santa Marta, Valledupar y en La Plata. Lo que hace escribir al, por otras razones, discutible y poco caritativo capuchino Joaquín de Finestrad: Es tan abundante (la quina) a la que los naturales llaman cascarilla, que se contempla capaz de abastecer a toda la Europa, según los últimos descubrimientos y observaciones del P. Fr. Diego García, natural de Cartagena, religioso del seráfico padre San Francisco y comisionado por el Exmo. Arzobispo-Virrey en asuntos de historia botánica y natural33. Hay que recordar que muchos años antes el siempre presente Santisteban la había encontrado en la zona cercana a Popayán. En dos años el mapa tradicional de la quina quedaba establecido y se podía concluir que se la encontraba prácticamente en todas las selvas húmedas de clima medio de la Nueva Granada. El virreinato bien podía ufanarse de ser el más grande depósito de quinos del Nuevo Mundo. Desde ahora la nueva riqueza podía competir con el tesoro tradicionalmente encontrado en su territorio, el oro, y con el nuevo metal precioso del Chocó, la platina, el oro viche. Aún faltaban por darse algunos pasos para poder establecer su explotación y recoger las ganancias.