La ciudadela de la posmodernidad

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SILACC_2008: Simposio Latinoamericano
“CIUDAD Y CULTURA: reflexiones y proyectualidad hoy”
Título: La Ciudadela posmodernidad.
Palabras clave: ciudad, resort, identidad
Autor/es: Tapia Martín, Carlos – Dr. Arquitecto, docente e investigador. Pérez
Humanes, Mariano- Dr. Arquitecto, docente e investigador. Guerra de Hoyos,
Carmen – Dra. Arquitecta, docente e investigadora.
Sesión temática: 2.- Textualidad. Especializaciones urbanas coetáneas.
Institución: Grupo de Investigación Outarquias [HUM853]. Escuela de arquitectura
de Sevilla (España).
E-mail: [email protected], [email protected], [email protected], [email protected]
1-introducción
La palabra “ciudadela” ahora se usa poco.
Muy rara vez se encuentra la expresión “ciudadela del capitalismo”.
Y casi no escriben “ciudadela del fascismo”.
En el mejor de los casos la ciudadela es relacionada con la
película de King Vidor o con la novela de Cronin.
En la Riga de mi infancia, la ciudadela fue una realidad.
Igual que el “castillo” donde vivía el gobernador.
O como la Torre de Pólvora, que fue uno de los lugares más
famosos de la ciudad, con tres balas de piedra insertadas
en su costado.
En la ciudadela se concentraba la administración militar
de la guarnición.
Extracto deYo. Memorias Inmorales, de Sergei Eisenstein.
El proceso de transformación y de construcción del nuevo Dubai es sobradamente conocido
en los ámbitos de estudio que sobre la ciudad se desarrollan en la actualidad, pero habría
que precisar algunas cuestiones que resultan pertinentes para confrontarlo con lo que se
deriva de las imágenes, que vamos a presentar como juego de equivalentes surrealistas que
nos saquen de la narcolepsia por la fascinación de lo posible ya actualizado en realidad.
Con la palabra uncanny, Freud define un sentimiento o sensación que nos desvela algo que
no es nuevo aunque extraño, algo familiar y profundo, arraigado en nuestra mente, pero
reprimido, que su dificultad de afloramiento sólo prueba su represión. Algo que es usado por
el historiador de la arquitectura contemporánea, Anthony Vidler, como apertura a la relación
posible entre lo surreal y lo arquitectónico.
Tal es nuestra intención, recorrer ciudad, por las fronteras conocidas y reprimidas de su
definición, exponiendo para este simposio un pequeño aporte extraído de un estudio más
amplio.
Uncanny, se relaciona con el cine y la literatura de terror como "aquello que te hace sentir
intranquilo en el mundo de tu experiencia habitual". Si bien usaremos el cine inicialmente
como vehículo conductor, no será por mor de series b, sino por la genealógica mirada que
propone la producción fílmica de principios del XX, y concretamente, de la premiada película
“La ciudadela”, de King Vidor. Asalto a las fuerzas de la naturaleza que retardan el “progreso
físico de la raza humana”, que sólo con ironía puede ser transcrito en nuestros días en su
intertextualidad.
Ciudadelas son, para estos
supuestos, como imaginarios,
la zerópolis por excelencia, Las
Vegas, los condados-islas en
Los Ángeles, como el de Clark,
los paraísos fiscales, el G-8, los
clubes
privados,
los
nacionalismos, los ghettos, los
privilegios, las dominaciones,
del orden que sean, que van en
contra de la constitución y
constatación de lo social y lo público, la isla de Tomás Moro “Utopía”, cuya descripción,
como elogio de la locura, abarca desde la quimera descrita por Basílides en forma de cielo
dominante, el de Abraxas, el mayor de los 365 existentes, hasta los oscuros liderazgos de
Amaurota, conocida por su amplio y caudaloso río llamado paradójicamente Anhidro. En lo
que compete a este texto, figurará Abraxas como Las Vegas y Amaurota como Dubai, como
islas de un mismo archipiélago, lejanas entre sí, pero distópicamente cercanas, sin recursos,
mas exhultantes de un exceso vacuo y, sin embargo, plusvalente. Ciudadelas serán los
sitios sitiados de los no-lugares y, en otro sentido, puramente moderno y plenamente
ucrónico, toda naturaleza hostil que haya que combatir.
También debería ser entendido como insular, aislante y encerrado, lo genérico, en el
contexto de Koolhaas, como un paradigma para el epítome de esta ponencia. Eisenstein se
dio cuenta: no se habla de la ciudadela del capitalismo. El imperio-ciudadela, del que luego
hablaremos, no como territorio y orden mundial, sino condición, por la que los que están
fuera están obligados a asaltarla y a los de dentro a defenderla. La ciudad, así planteada,
pone sus ojos en la construcción de sus fronteras y en el fortalecimiento de los acuerdos con
los de su misma suerte. El joven Marx escribió sobre el hombre genérico, antes que el
arquitecto holandés, como recuerda Edgar Morin a propósito de la enunciación de sus tres
principios de esperanza en la desesperanza del habitar la tierra como construcción, como
construcción de plenitud arquitectónica. El horizonte que apunta Morin atiende a la
disolución de los límites de lo que comprende la ciudadela. Es auténticamente
heideggeriano, en tanto que horizonte, según Félix Duque, ya que designa el acto de
inscribir dentro de unos límites, lo que cerca, una clausura respecto al entorno. Pero lejos de
constituir forma, la ciudad genérica, Amaurota, o figuradamente, Dubai, es una implantación
cainita, que literalmente vaga por la tierra estéril, como condena, pero a pesar de ello, fija un
espacio y lo cerca, para irradiar desde allí su dominación. No es un lugar, sino un punto
desde el que vigilar y dominar. Hoy lo llamaríamos un… resort. Ni se está, ni se puede
abandonar, no tiene dimensión ni identidad.
Es en la elaboración del mundo objetivo, dice el Marx del empeño en la noción de trabajo,
en donde el hombre se afirma existentemente como un ser genérico. Y sigue: “esta
producción es su vida genérica activa. Mediante ella aparece la naturaleza como su obra y
su realidad. El objeto del trabajo es por eso la objetivación de la vida genérica del hombre,
pues éste se desdobla no sólo intelectualmente, como en la conciencia, sino activa y
realmente, y se contempla a sí mismo en un mundo creado por él”.
Lo genérico viene a señalar la capacidad del hombre por generar y regenerar, generarse y
regenerarse, pero que en boca de Marx, deviene en denuncia, por su tendencia a
insensibilizarse, a esclerotizarse, a aletargarse. Conviene precisar, que sólo la presencia del
arte, que sólo puede ser creadora por definición, o no sería posible nombrarlo como tal,
acude a sacar de la patología autohipnótica los procesos inerciales de la producción. Ella, y
las revoluciones, que ya advirtió Augé que eran los primeros y más importantes no-lugares,
no alcanzables y echando la vista atrás, imposibles de considerar como conseguidas
ninguna de ellas en la historia.
Éste es el hombre genérico, su ontología: extrañeza y sobrepujanza, como lo define Duque,
respecto al mundo, trascendencia y reflexividad, pero siempre por doblegar el mundo, su
naturaleza, la del propio hombre, como construcción, definición y cuidado de sí, y la de su
entorno, natural y social, si aún hay alguien que sepa distinguirlas. Y de su ontología, su
metafísica, determinable por los principios de la arquitectura, como sistemas de inmunidad y
doblegado de las impenitentes fuerzas descontroladas de la naturaleza. Cercar, asaltar,
ampliar el horizonte.
2-objetivos del trabajo
La ciudadela de la posmodernidad: diagnóstico para Dubai (aunque podría ser su matriz,
Las Vegas, o tantas otras en el golfo pérsico o en el resto del globo).
Quienes están refiriéndose a nuestro tiempo como atesorador de polinaturalezas y, al punto,
tolerante y renovador de las connotaciones que la discursividad ha mantenido fuera de la
propia experiencia y del desarrollo de los procesos vitales en sus entornos, conciben como
vía necesaria de iniciar el camino del remedio de los fracasos de la modernidad, junto con la
constitución de ese nuevo entendimiento del mundo, insisten en que se debe trabajar el
territorio como islas. Ello permite numerosas ventajas, entre las que se encuentra el tener en
condición de la máxima relevancia la atmósfera circundante, aunque nosotros no
propondremos este ejemplo como tal literalidad ni pertinencia. Sin embargo, los perfilados
orográficos y los contorneados edilicios, nos dan el juego necesario para construir nuestra
argumentación.
El sustrato sobre el que se efectúa la operación era un pequeño asentamiento, cuya
implantación en una de las rutas comerciales de la antigüedad había decaído en un poblado
de pastores hasta el descubrimiento de los recursos petrolíferos, que lo convierte
repentinamente en sede de representaciones de empresas comerciales internacionales. Al
no tener la infraestructura técnico-productiva ni social para abastecer al coloso inmobiliario,
se genera un mecanismo de inmigración y de importación de materiales y de personas
desde diferentes partes del planeta en apenas poco más de una treintena de años.
Las clases trabajadoras de inmigrantes están social, jurídica y culturalmente separadas de la
población autóctona, generando una serie de conflictos en cuanto a demanda de derechos.
Además, el crecimiento se ha ido acelerando convirtiendo en obsoletas algunas de las
infraestructuras
originalmente
planeadas,
o complejizando
los flujos
mediante
la
superposición de nuevas ofertas de actividades y la densificación de las mismas por el éxito
de demanda. El mal funcionamiento, la congestión urbana, empiezan a amenazar las
condiciones paradisíacas anunciadas. Otra de las claves que se publicitan pero que son
altamente cuestionables es la sostenibilidad ambiental de la transformación territorial, que
plantea problemas a fauna y flora marinas autóctonas.
Dubai como fenómeno se ha constituido en modelo para un buen número de lugares que
ven en este tipo de operaciones la oportunidad de incorporarse del tirón a una civilización
global, de situarse en el mundo conocido, esta vez, constituyéndose en destino en un lugar
de la red de lugares de los media. La profesión y los medios de comunicación disciplinares
han recogido abundantemente información de los diferentes proyectos, así como
discusiones sobre su operatividad o su validez.
Pero, ¿por qué esta evidencia de diagnóstico?, podría preguntarse alguien. ¿Por qué dejar
aflorar la apariencia de esa conciencia de denuncia no implicativa, ni demandante de
participación?
No somos tan ingenuos, pero tampoco tan cínicos como para no decir lo que lo visible, como
mácula que enfoca y ciega, aún en la tormenta que vela y desvela, debe aportar.
Lipovestky refresca la memoria de quienes seguían, al dictado de la moda, ciegos –es la
palabra por él usada- al hecho de que la perspectiva subversivo-radical se convertía ella
misma en una moda para uso de la clase intelectual.
No hay otro fundamento argumental a la vista: el devenir moda de nuestras sociedades –ese
nuestras en sentido amplio, descarado y descarnado- se equipara a la institucionalización
del consumo, la invención globalizante de necesidades artificiales y la normalización e
hipercontrol de la vida privada, que se dispone como íntima en el fluir como imágenes que
violan ese interior.
La sociedad de consumo supone programación de lo cotidiano, y sigue Lipovestky: te da la
solución para generar el problema, que acude desesperadamente a reiterar la solución.
Cada resquicio donde pueda darse vida para uno o vida en conjunto, es manipulado. A
cambio, eso sí, la tranquilidad de saberse felices inmersos en el mar de la ilusión. Como el
propio lema de la Nueva Dubai: “Ciudades del mundo, uníos a nosotros en
bluecomunities.org”. Mientras podáis pagar, faltaría añadir. Si ya en los años sesenta se
denunciaba y condenaban las apariencias en todas las esferas de lo común y lo identitario,
ahora no podemos sino decir lo que el ojo no quiere, porque no sabe ya, ver. En aquel
entonces, en aquellos gloriosos sesentas, Debord desenmascaró la neurosis sistemática del
espectáculo, Lefebvre hablaba sin reparos de la sociedad terrorista, Baudrillard polemizaba
con el fetichismo que sigue hoy vigente, y cada rascacielos que toca el cielo de Dubai es un
subrayado a esta cuestión de dominación, de supremacía social, de condicionamiento de la
existencia, con lo que el diagnóstico del que partíamos no puede sino ser la constatación del
abismo sin barandillas que encandila mirar.
Así, ser moderno es vivir una vida de paradoja y contradicciones. Mirar con deseo lo que te
atrapa, es vivir la vida conservadora de un revolucionario permanente. Sí, ello puede
hacerse hoy: a la vez, vitales ante las nuevas posibilidades de experiencia y aventura,
aunque acaezcan allá donde se producen hoy las realidades, más allá de ellas,
atemorizados ante las profundidades nihilistas, de vacío, ansiosos por crear mediante la
confianza en la técnica y asirnos a algo real aun cuando todo se desvanezca, según decía
Berman.
No hace mucho, una conocida nos decía que su abuela temía por su familia. Sus nietas no
debían salir a la calle. El espacio público no era seguro. La mujer mantenía la profunda
convicción de que los romanos atacarían la ciudad. Ello era seguro, pues había sido
difundido por la televisión. Las tres claves, confianza en el progreso, a través de la verdad
inequívoca de la técnica, caricatura de la sociedad, como en Lévinas, transformando la obra
en mito, que acompasa su existencia al ritmo de 24 fotogramas por segundo, y riesgo
continuado aun cuando no haya motivos reales para ello.
Si observan las imágenes, las nuevas ciudades-insulae, rompiendo de forma diádica en red
las tesis constructivistas de burbujas incomunicadas spenglerianas, surgen desde esa
figuración de ocupación del territorio con un primer destino de defensa militar, que muta a
organización civil de cardo-decumano. La ciudad aquí, no hace sino reafirmar la cuestión del
surgimiento de las periferias –y, por tanto, del centro, pues sólo cuando aparece uno acaece
el otro- donde lo físico no será sino una más de las cuestiones de territorialización. La
ocupación social y espacial del territorio propende a entender que ciudad equivale a mundo,
como es ya un apotegma de nuestro tiempo. Y, ligado al riesgo, lo que no está dentro, es un
peligro potencial. No es de extrañar que tras el cambio de paradigma que supuso el golpe a
las torres gemelas de Nueva York, el entonces secretario de estado, se asesorara, de
cineastas e historiadores, para concluir en que el modelo a seguir es del imperio romano.
Ciudadanos, los de dentro, con derechos. Bárbaros, los de fuera, los que hay que civilizar.
En ese sentido, el Imperio no es algo premoderno, como podríamos suponer y con ello
contravenir nuestro argumento, sino paramoderno en el sentido de Augé. El aborto de la
modernidad, lo paramoderno, no es en ningún caso su futuro y no depende de ninguna de
las tres figuras de la sobremodernidad: individuo, tiempo y espacio. Ese fracaso, malogro o
frustración, según Heidegger, tiene forma de ciudadela, de forma que sirva de refugio contra
la naturaleza (las tormentas de arena, sin ir más lejos), elevar su nivel técnico (lo que lo hará
fuerte y comparable por su imagen a otras ciudadelas, a las que arrebatará su identidad, y
dispondrá la suficiente energía como para poder asaltar el exterior y convencerlo de su
error, es decir, el dominio y control del mundo.
El argumento del que partir para distinguir una racionalidad que ahora se debe a lo
complejo, pese a tratar de mantenerse en lo simplificado lo sitúa Escohotado en nuestra
propia civilización, que, una vez que se siente sostenida tras sociedades militares, la
ciudadela de Eisenstein, muta naturalmente a sociedades comerciales. De las jerarquías a
las voluntariedades –o creencia firme en ellas, que acaba siendo lo mismo- con una alta
movilidad social mediando entre ambos polos.
Si en el tiempo de Heidegger, por su formulación de espacio, donde cada cosa ocupa su
lugar, donde no hay extensión, sino verdad presente y no instalada -como en los griegos-,
los términos ciudad y periferia debieron repensarse, ahora, ciudad, define el escenario,
frágil, de las nuevas complejidades sociales, que se saltan los muros de los límites
impuestos y sus ocupantes se convierten en seres de una diferente y aún no bien
comprendida delimitación territorial, como flujos, derivas, ocupaciones, usurpaciones,
avatares, persistencias y resistencias, éstas casi surreales, perplejidades, expatriaciones,
extrañamientos y desarraigos, encuentros y generación de conectividades y otros habitus
como dirían Bourdieu o Luis Castro.
La
imagen-ciudadela,
por
clausurar su corto imaginario
si se hace por lo histórico, no
se
hace
presente
por
singularidades o vuelta a la
desintegración feudal, sino
que su figura se hace forma
estable en el estar en el
mundo en tanto que resume
las
prescripciones
de
nuestros supuestos, en un
planeta que a la vuelta de
medio siglo contará con 3200
millones
de
personas
viviendo en 438 ciudades-regiones que progresarán al ritmo del temor de sus propios
romanos.
No es de extrañar que la primera ucronía (utopía en el tiempo) fuera escrita por Tito Livio en
uno de sus capítulos de la Historia de Roma desde su fundación, en la que relata una
hipotética guerra entre el imperio de Alejandro Magno y Roma en el siglo IV a. C. Falso
contexto verdadero, por el que es factible sujetar una ficción que es fundadamente plausible
y fundible con otros ámbitos y cuotas de realidad.
La ciudadela sería el mejor nombre que de momento podemos dar a los cambios
sustanciales que se han desatado en las organizaciones políticas, estatales y sociales. Ya
no desde ellas a la forma de la ciudad, sino que su atribución proviene de la imagen de la
forma de la ciudad, con nuevas organizaciones sociales que se nos antojan inéditas en
territorios con alta densidad demográfica, donde los procesos físicos están llamados a ser
entendidos de otras maneras, casi desterrando las definiciones que hasta hace poco
funcionaban.
3-metodología
Al modo en que Latour,
Michael Lynch y KnorrCetina deciden en los años
70
desentrañar
antropológicamente grupos
exóticos ubicados no en la
periferia de las culturas
occidentales,
habían
como
hecho
lo
los
antropólogos clásicos cien
años atrás, sino ubicados,
contrariamente,
en
el
centro de la reformulación
del
mundo
moderno,
nuestros ejemplos dirigen
la
atención
en
lo
contradictorio
de
la
operación
Hermes-
del
Koolhaas, o de Dubai en
su
conjunto,
por
ser
mediador del mundo moderno en tanto que lo condena, paradójicamente, traduciendo lo que
por la arquitectura signa lo social, lo productivo, lo político, etc. Nunca el pensamiento
aristotélico ha tenido tanta figuración. Si para Aristóteles se confundía el mapa con el
territorio, las palabras con las realidades, podemos decir que Dubai-Amaurota manipula la
realidad trastocando paroxísticamente su mapa. La tecnología ha cambiado el territorio,
indiferente a la denuncia de Baudrillard que percibe que ella misma, de paroxismo se ha
convertido en parodia. Puede verse en el mapa del mundo como islas a la venta, el ridículo
de la dominación de la última frontera y de la última reserva, los fondos marinos.
La imagen ciudadela como postura irónica cuando toda imagen ocurre contra cualquier
acontecimiento. Está ahí para ser su sustituto. Cuando no hay realidad sino imagen, resort
en vez de autoorganización social, conjuramos esa emergencia cuando no hay destino sino
fascinarse por el abismo. Tal vez acabar con la imagen delirante de NY abismada por la falta
del agua de uno de sus ríos (anhidro) de L. Woods permita comprender la gravedad con que
estas operaciones arquitectónicas nos llevan a reafirmar tozudamente como premisa la
advertencia del fotograma de Vidor, aunque ello debiera ser entendido contrariamente en la
medida de una nueva alianza estar en el mundo-habitarlo.
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