La Bruja Aguja

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La Bruja Aguja
(Ana María Güiraldes)
En el pueblo de los brujos vivía Aguja, una
bruja común y corriente. Usaba escoba para
viajar, un gato negro en el hombro y sabía
dos palabras mágicas que siempre le daban
resultado. Pero también tenía un problema:
su nariz. Era tan larga que podía oler lo que
cocinaban los topos en el fondo de la tierra.
Por eso un día decidió hacerse la cirugía
estética. Buscó en la guía de teléfono la
dirección del doctor Bello y le pidió hora.
- Mañana a las doce del día- le dijo la
secretaria.
La bruja Aguja casi no pudo dormir. Y al
otro día, a las doce en punto, estaba sentada
en la sala de espera del consultorio del
doctor Bello.
- Que pase la señorita bruja Aguja- dijo la
voz del doctor Bello por el citófono.
Un minuto después, Aguja estaba tendida
en una camilla y tapada entera con una
sábana blanca, que tenía un agujero por
donde asomaba su nariz de diez
centímetros.
- ¿Cómo la quiere?- preguntó el doctor
Bello.
- La quiero como así y como asá, como que
sí y como que no- dijo la bruja por debajo
de la sábana.
- Perfecto- dijo el doctor Bello.
Y ¡plim!, la bruja sintió un pinchazo y la
nariz se le quedó dormida. Luego escuchó
unos ruidos, ¡plaf, crash!, de serruchos y
martillos. No habían pasado ni diez
minutos, cuando sintió que la destapaban.
- Listo. Vuelva en dos semanas para sacarle
las vendas- dijo el doctor Bello, mientras
guardaba el serrucho y el martillo.
La bruja se fue a su casa con un kilo de
vendas en la nariz y tan mareada, que tuvo
que poner piloto automático a la escoba
para no chocar contra los árboles.
Y se encerró en su casa para que nadie la
viera.
A los quince días la bruja Aguja regresó a
la consulta. El médico le pasó un espejo y
comenzó a sacarle las vendas. Pam, pam,
pam, latía el corazón de la bruja mientras
esperaba con el espejo frente a su cara.
Hasta que… ¡oooh!... vio su nueva nariz.
Era como así y como asá, como que sí y
como que no. Era coquetona y simpaticona,
era respingada y arremangada, era fantabulo-villosa. Apenas llegó a su casa y se
bajó de la escoba, con la frente en alto para
que todos la vieran algo extraño sucedió: el
gato salió disparado, maullando de terror;
los vecinos brujos cerraron sus ventanas y
comenzaron a salir por las chimeneas
humos negros, mientras se escuchaban unos
conjuros terribles. La bruja gritaba:
- ¿Qué pasa? ¿Qué están haciendo?
- ¡No queremos hadas en nuestro pueblo!
¡Fuera de aquí!- ordenaban los vecinos.
- ¡No soy hada, soy la bruja Aguja!- insistía
ella.
- ¡Sólo las hadas tienen esas narices
ridículas! La bruja Aguja tiene una hermosa
nariz de diez centímetros de largo!respondían los vecinos en coro.
- ¡Pero si soy yo!- lloraba la bruja,
tocándose con la punta de un dedo su nariz
respingada.
- ¡Ándate al país de las hadas, tú no eres
nuestra querida bruja Aguja, aunque te
vistas como ella!- respondieron los vecinos
a través de las ventanas.
- ¡No soy hada!- insistió la bruja Aguja.
- ¡Eres un hada!- declararon los vecinos. Y
¡zuun!, lanzaron más humo negro por las
chimeneas.
La bruja Aguja, llorando, se subió de nuevo
a la escoba y voló hacia el consultorio. Se
tendió en la camilla y le dijo al doctor
Bello:
- Quiero una nariz como así y como asá,
como que sí y como que no- dijo.
- Perfecto- respondió el doctor.
¡Pilm, la anestesia! ¡Plaf, crunch, el martillo
y el serrucho! ¡Y listo!
La bruja regresó callada a la casa, entró por
la ventana y se quedó quince días en cama,
tapada con las frazadas para que no la viera
ni el gato.
Y una tarde se escuchó en el pueblo:
- ¡Regresó la bruja Aguja!
- ¡Aguja, tanto tiempo!
- ¡Miau, miau, miau!
La bruja Aguja sonrió feliz. Y nunca se vio
tan hermosa con su nariz de diez
centímetros, esa que podía oler el cariño de
sus amigos aunque estuviera a mil
kilómetros de distancia.
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