Desde que entrara en vigor la Ley 5/2000, de 12 de Enero, reguladora de la responsabilidad penal de los menores, hemos podido comprobar cómo en la opinión pública existe una evidente sensación de impunidad, y ello motivado por la comisión de diversos delitos muy graves por parte de menores, que han causado una intensa alarma social. Desde distintos sectores se viene acusando a dicha normativa de excesiva benevolencia para con los menores infractores, respecto de los cuales se dice que la Ley no establece la adecuada respuesta penal, además del olvido absoluto de la víctima, a la que en un principio no se le daba ni siquiera la posibilidad de personarse como acusación particular. Debido a tales presiones, la citada Ley ha experimentado desde su promulgación una serie de reformas, cada una de las cuales ha supuesto un progresivo endurecimiento de las condiciones inicialmente previstas. Así, la Ley Orgánica 7/2000, de 22 de diciembre, introdujo modificaciones en materia de delitos de terrorismo cometidos por menores, y ello en razón a la creciente participación de menores en acciones de terrorismo urbano y demás actividades terroristas. En virtud de dicha Ley, se crea el Juzgado Central de Menores, encargado de enjuiciar tales hechos, se prolongan los plazos de internamiento y se introduce la medida de inhabilitación absoluta para los delitos de terrorismo. Posteriormente, la Ley Orgánica 15/2003, de 25 de Noviembre, introduce en el proceso de menores la acusación particular, y en su disposición final segunda se facultaba al Gobierno para que adoptara las medidas necesarias en orden a sancionar más eficazmente y con mayor firmeza los hechos delictivos cometidos por menores que revistan especial gravedad, tales como delitos de homicidio, asesinato, violación y agresiones sexuales violentas. A tal fin, se proponía la posibilidad de prolongar el tiempo de internamiento, su cumplimiento en centros en los que se refuercen las medidas de seguridad impuestas, así como la posibilidad de que el menor, una vez alcanzada la mayoría de edad durante el cumplimiento de las medidas, pase a un centro penitenciario. Todas estas propuestas que, como dije anteriormente, tienden a crear condiciones más severas para el menor infractor, y de forma correlativa van otorgando gradualmente un mayor reconocimiento a favor del perjudicado, cuajan definitivamente en la Ley Orgánica 8/2006, de 4 de Diciembre, que entrará en vigor el próximo 5 de Febrero, y que supone una reforma sustancial, afectando a más de cuarenta artículos. A modo de esquema, la reforma incide en el ámbito de aplicación de la Ley, así como en aspectos sustantivos y procesales, a todos los cuales nos referimos seguidamente. Por lo que se refiere, en primer lugar, al ámbito de aplicación, la Ley 5/2000 lo circunscribía a los menores comprendidos entre 14 y 18 años, si bien preveía la posibilidad de aplicarse a los mayores de 18 y menores de 21, a los que denominaba jóvenes, cuando el hecho cometido no revistiese gravedad, el autor careciese de antecedentes penales y sus circunstancias personales y grado de madurez aconsejasen la aplicación de las disposiciones contenidas en la referida normativa. No obstante, esta previsión legal quedó suspendida hasta Enero de 2003, por la disposición transitoria única de la Ley Orgánica 9/2000, de 22 de Diciembre, antes citada, dada la inexistencia de centros suficientes para la aplicación de las medidas sancionadoras educativas a los jóvenes comprendidos en dicha franja, siendo de nuevo prorrogada su entrada en vigor hasta el año 2007 por la Ley Orgánica 9/2002, de 10 de Diciembre. Pues bien, la reforma que ahora nos ocupa suprime definitivamente la posibilidad de aplicar dicha Ley a los jóvenes, ya que en su artículo 1º dispone que la misma se aplicará, exclusivamente, a los comprendidos entre los 14 y 18 años, de manera que los mayores de esta última edad serán, en todos los casos, responsables conforme al Código Penal de adultos. Sobre la conveniencia de esta modificación, se pueden aducir argumentos a favor y en contra. Así, a favor cabe decir que el sujeto mayor de 18 años es plenamente imputable, responsable de sus actos, y que por tanto no hay razones para excluirle del ámbito de acción del Código Penal de adultos. En tales condiciones, nadie duda de que las penas previstas en dicho Código resultan absolutamente idóneas para cumplir los fines de prevención general y especial. Sin embargo, y como argumento en contra, cabe manifestar que en muchos casos el joven que se encuentra en la citada franja de edad todavía no ha adquirido la suficiente madurez, por lo que aun siendo plenamente imputable pudiera resultar más beneficioso en orden a la prevención especial, la imposición de medidas y no de penas. En este caso, me atrevería a decir que la decisión del legislador obedece tanto a la falta de medios para la aplicación de medidas a tales jóvenes, como a la presión ejercida por la opinión pública, la cual reclama insistentemente una rebaja de la edad penal. Así, durante la tramitación parlamentaria de la Ley, un grupo político propuso incluso la aplicación de la Ley a los menores de 14 años y mayores de 12 en casos de especial gravedad o multirreincidencia, por lo que quizá ante dicha presión no haya parecido prudente abrir la posibilidad de aplicar la Ley de Menores a mayores de 18 años. Pasando a las reformas operadas en el plano procesal, lo primero que debemos destacar es la ampliación de los derechos de la víctima. Como ya dijimos antes, el perjudicado fue el gran olvidado por la Ley Penal de Menores en su primitiva redacción, ya que no le permitía ni siquiera personarse para ejercitar la acción penal. Esta situación cambia con la Ley Orgánica 15/2003, de 25 de Noviembre, mediante la cual se introduce la figura de la acusación particular en el procedimiento de menores con todos los derechos inherentes a ello, tales como tomar conocimiento de lo actuado, instar la imposición de medidas, proponer pruebas y participar en su práctica, ser oída en los incidentes que se tramiten y en caso de modificación o sustitución de medidas, así como participar en vistas y audiencias. Esto supuso un indudable logro por parte del perjudicado, por cuanto le permitía participar en el proceso penal de menores en las mismas condiciones que en el proceso de adultos. Sin embargo, con la reforma que nos ocupa se produce, a mi juicio, un reconocimiento integral de los derechos de la víctima, y ello en distintos aspectos. Así, en primer lugar, en el art. 4º se dispone que la víctima será inmediatamente informada de su derecho a ser parte en el procedimiento, y desde ese momento podrá tomar conocimiento de lo actuado así como instar la práctica de diligencias. Para garantizar esta posibilidad, el citado precepto establece que tanto el Ministerio Fiscal como el Juez de Menores “velarán en todo momento por la protección de los derechos de las víctimas y de los perjudicados por las infracciones cometidas por los menores”. La modificación tiene mucha más enjundia de lo que, a primera vista parece, pues en la redacción anterior la acusación particular venía únicamente regulada en el art. 25 de la Ley, dentro del título relativo a la instrucción del procedimiento. Con la reforma operada, dicho reconocimiento se produce ya en el art. 4º, incluido a su vez en el Título Primero, referente al ámbito de aplicación de la Ley. Esto supone que la víctima no es sólo una parte procesal a la que se le da la oportunidad de participar en el procedimiento, sino que es un protagonista del proceso penal, uno de los sujetos del mismo, al que se le reconocen y garantizan los derechos que se derivan de su condición, lo que se confirma por la indicación contenida en dicho art. 4º, también novedosa, de que aun cuando la víctima no se muestre como parte, deberá ser notificada de todas las resoluciones que se adopten, incluida la que ponga fin al procedimiento. La plena equiparación entre la acusación particular y la defensa se confirma en los arts. 23 y 24, en los que se establece que el Ministerio Fiscal deberá dar vista del expediente tanto al letrado del menor como a la acusación particular, y que, aun en el caso de que el expediente haya sido declarado secreto, ésta tendrá acceso al mismo para evacuar el trámite de alegaciones. Y, finalmente, también entre las novedades introducidas a favor de la víctima, destaca la incorporación de la medida consistente en la prohibición de aproximación o comunicación, prevista igualmente como medida cautelar. En este sentido, con la anterior regulación se planteó la duda de si se podía establecer cautelarmente el alejamiento del menor con respecto a la víctima o sus familiares. Esta cuestión reviste gran importancia, por cuanto no son pocos los casos en los que los menores protagonizan conductas de maltrato en el ámbito familiar, por lo que se plantea si, en estos supuestos, pueden aplicarse los arts. 13, 544 bis y ter, de la Ley de Enjuiciamiento Criminal, en los que como sabemos, se prevé la posibilidad de acordar cautelarmente, como medida protectora de la víctima, la prohibición de que el imputado se acerque a ella o a sus familiares. Esta duda fue resuelta por la Fiscalía General del Estado en su Consulta 3/2004, de 26 de Noviembre, en la que se declaró que si bien los citados preceptos de la Ley Procesal Penal no son aplicables al procedimiento de menores, sin embargo, es posible acordar de forma cautelar el alejamiento dentro de la medida de libertad vigilada, la cual ofrece un amplio abanico de conductas a seguir por el infractor, entre la cuales se encuentra la de prohibición de acudir a determinados lugares. Esta solución, sin embargo, no resulta plenamente satisfactoria, ya que la propia Fiscalía declaró en dicha Consulta que la imposición del alejamiento no podrá privar a la medida de libertad vigilada de su esencia educativa, por lo que puede ocurrir que, aun siendo necesaria la protección de la víctima, sin embargo las especiales circunstancias del menor infractor no aconsejen la imposición de tal medida. Pues bien, este inconveniente queda totalmente resuelto con la reforma, en la que la citada medida de alejamiento se reconoce de forma expresa e individualizada, por lo que podrá imponerse con independencia de que concurran en el menor circunstancias que hagan procedente la libertad vigilada. Durante la tramitación parlamentaria, algunos grupos se opusieron a la introducción de dicha medida, aduciendo que la misma podía afectar al proceso de socialización del menor al separarle de su entorno familiar. Sin embargo, considero que dichos riesgos quedan asegurados con la previsión que se hace en la Ley, en el sentido de que cuando la citada medida implique la imposibilidad del menor de continuar viviendo con sus padres, tutores o guardadores, la correspondiente entidad de protección deberá promover las medidas de protección pertinentes. Una vez vistos los derechos que se conceden a la víctima, pasamos a los que corresponden al menor infractor, y en este sentido la reforma únicamente hace referencia a un aspecto, pero de gran importancia. El mismo se encuentra en el art. 17, en el que se declara que el menor detenido tendrá derecho a entrevistarse privadamente con su Letrado antes de prestar declaración. Esto supone un notorio avance, pues en la redacción anterior no se contenía previsión alguna al respecto, y por tanto, era de aplicación supletoria la Ley de Enjuiciamiento Criminal, en cuyo art. 520 se establece que la entrevista con el abogado sólo puede realizarse una vez terminada la correspondiente diligencia. De esta forma, se impedía al menor contar con el adecuado asesoramiento letrado en su primera declaración, lo cual podía evitarse –y de hecho así viene haciéndose en la práctica- renunciando a declarar en dependencias policiales y sí hacerlo ante la autoridad judicial, en cuyo caso tras dicha diligencia es posible la entrevista con el letrado y, por tanto, la declaración ante el Juez se puede realizar con el oportuno asesoramiento previo. Frente a las dudas que tal previsión legal ha suscitado en orden a la posible vulneración del derecho de defensa, el Tribunal Constitucional, en diversas resoluciones, ha declarado que tal violación no se produce por cuanto el derecho a la asistencia letrada previsto en el citado precepto tiene como finalidad garantizar el respeto de todos los derechos del detenido, hacer las observaciones que estime oportunas y denunciar, en su caso, los comportamientos policiales que pudieran resultar lesivos para tales derechos. Según el citado Tribunal, todas estas garantías pueden ser cumplidas sin necesidad de celebrar la entrevista previa, añadiéndose además, que en tales momentos el afectado no es todavía imputado o acusado, sino solo un detenido, por lo que la imposibilidad de entrevistarse con su abogado con carácter previo a su primera declaración no afecta al derecho de defensa contemplado en el art. 24.2 de la Constitución, el cual, se dice, solo rige cuando el proceso penal está en marcha lo que no sucede todavía en esos momentos. Esta interpretación es discutible, pues modestamente entiendo que, desde el momento en que una persona es detenida, el procedimiento está en marcha y se dirige contra aquella, y ello se infiere a partir de la interpretación que la propia jurisprudencia ha efectuado al respecto. Así, en relación a la atenuante de confesión de la infracción –el antiguo arrepentimiento espontáneo-, que como sabemos requiere que se produzca antes de que el culpable sepa que el procedimiento se dirige contra él, la jurisprudencia, de forma unánime, ha declarado que se considera iniciado el procedimiento con la investigación policial. Por su parte, en materia de prescripción y a efectos de interrupción de la misma, por el Tribunal Supremo se viene estimando de forma también unánime que la simple presentación de denuncia o querella implica que el procedimiento se dirige contra el culpable y que, por ello, se interrumpe la prescripción. De acuerdo con lo expuesto, resulta sorprendente que cuando se trata de perjudicar al imputado se considere iniciado el procedimiento con las primeras diligencias policiales, y en cambio, a efectos de reconocimiento de derechos, no, por lo que estimo que desde el momento de la detención el afectado está sufriendo un procedimiento penal y, por tanto, el derecho de defensa debe regir con toda su intensidad, permitiendo la entrevista letrada antes de la declaración. Por lo demás, ya la Fiscalía General del Estado, en su Consulta 2/2005, de 12 de Junio, se expresó en los términos de la actual regulación, por lo que la novedad que en este aspecto introduce la reforma debe ser valorada positivamente, y esperemos que sea tenida en cuenta en futuras reformas de la Ley de Enjuiciamiento Criminal para su aplicación a los adultos. En lo que concierne a las medidas cautelares, las novedades más importantes ya han sido adelantadas, en el sentido de que se introduce de forma expresa la prohibición de aproximarse o comunicarse con la víctima y familiares. Además, se incluye la protección de los bienes de la víctima como presupuesto para su establecimiento. Aparte de ello, se introducen varias novedades. La primera se refiere a la legitimación para solicitar la imposición de alguna de tales medidas, y que en la anterior redacción quedaba reservada únicamente al Ministerio Fiscal, mientras que con la reforma se extiende igualmente a la acusación particular, siendo esta otra manifestación de la ampliación del reconocimiento de derechos que, como ya indicamos antes, obtiene el perjudicado. Por otra parte y con respecto a la medida cautelar de internamiento, desaparece la alarma social como factor a tener en cuenta para su establecimiento, en total coherencia con la reforma operada en la Ley de Enjuiciamiento Criminal en materia de prisión preventiva, que igualmente eliminó dicha circunstancia. Igualmente, se añaden como factores a tener en cuenta para la imposición de la medida cautelar de internamiento, el “peligro cierto de fuga”y que el menor “haya cometido con anterioridad otros hechos graves de la misma naturaleza”, lo que supone, indudablemente, una restricción en las posibilidades de adopción de tal medida respecto a la regulación anterior. En efecto, con anterioridad a la reforma, para valorar la procedencia de acordar el internamiento cautelar bastaba con tomar en consideración la gravedad de los hechos y su repercusión social, así como las circunstancias personales y sociales del menor, con lo cual, en principio, dicha medida podía imponerse en todos los supuestos en que el hecho imputado revistiese cierta gravedad. Distintamente, en la regulación actual será necesario ponderar si existe un riesgo cierto, es decir, una posibilidad rayana en la certeza de que el menor se sustraerá a la acción de la justicia así como si cuenta con antecedentes por hechos de la misma naturaleza, por lo que en estas condiciones la posibilidad de acordar el internamiento como medida cautelar es mucho más reducida. No obstante, como contrapartida, se incrementa el plazo máximo de duración del internamiento cautelar, que hasta entonces estaba limitado a 3 meses, prorrogable por otros 3, mientras que con la reforma se amplía a 6 meses, también prorrogables por 3, por lo que la duración máxima de dicha medida pasa de 6 a 9 meses. Finalmente, para terminar con las modificaciones de mayor calado operadas en el ámbito procesal, procede referirse a la responsabilidad civil derivada de los hechos penales cometidos por menores, y al respecto podemos decir que constituye una de las materias que mayores cambios ha operado con la reforma. Como sabemos, en la anterior regulación la responsabilidad civil se tramitaba en una pieza separada del expediente penal, la cual se iniciaba mediante un escrito en el que los perjudicados indicaban a las personas que consideraban responsables civiles de los hechos cometidos por el menor, y posteriormente tenían que presentar una demanda en la que se contenían sus concretas pretensiones. De dicha demanda se daba traslado al menor imputado así como a sus progenitores, a fin de que la contestasen en el plazo de diez días, efectuado lo cual se convocaba a una vista en la que, tras la práctica de las pruebas que propusieran las partes, se dictaba sentencia sobre la base de los hechos declarados probados en el procedimiento penal. La citada regulación de la responsabilidad civil era, evidentemente, defectuosa, pues suponía un doble procedimiento para la reclamación de unas pretensiones que se derivaban del mismo hecho. Además, se planteaban dudas en relación a si en todo lo referente a la práctica de pruebas regían las normas de la Ley de Enjuiciamiento Civil, de la Ley de Enjuiciamiento Criminal. Pues bien, tales inconvenientes vienen acertadamente soslayados por la reforma, a través de la cual, aunque se mantiene la pieza separada de responsabilidad civil, sin embargo se dispone que las reclamaciones por tal concepto se ventilarán junto con las pretensiones penales. Para ello, el art. 64 establece que, abierta la pieza de responsabilidad civil, se comunicará a los posibles perjudicados su derecho a mostrarse parte en la misma, y una vez personados y admitida su personación por el Juez de menores, tras la conclusión de la instrucción del expediente y la presentación del escrito de alegaciones por el Ministerio Fiscal, se les dará traslado a ellos para que, a su vez, presenten escrito solicitando el abono de la responsabilidad civil. Correlativamente a ello, en el acto de la audiencia comparecen los actores civiles, y se practicará la prueba relativa a la responsabilidad civil, resolviéndose sobre tal extremo en la sentencia que ponga fin al procedimiento. De esta forma, se produce una unificación de ambas pretensiones, y entiendo que ya no hay duda de que la normativa aplicable en materia de prueba es la contenida en la Ley de Enjuiciamiento Criminal y no en la Ley Procesal Civil, por cuanto la tramitación se efectúa en el seno de un procedimiento penal. Una vez vistas las reformas de índole procesal, abordamos las que se han producido en el aspecto sustantivo, y al respecto todas ellas se refieren a las medidas a imponer como consecuencia de la comisión de algún hecho previsto como delito o falta. Como sabemos, en el procedimiento de menores las consecuencias jurídicas de la realización de una conducta delictiva no recibe la denominación de “penas”, que solo están previstas para los adultos, sino la de “medidas”. Pues bien, en este ámbito lo primero que debemos destacar es que la reforma añade un párrafo 4º al art. 7, en el que establece la posibilidad de imponer una o varias medidas, con independencia de que se trate de uno o más hechos, con lo cual, aunque el menor haya cometido una sola infracción, podrá ser objeto de varias medidas, si bien las mismas no podrán ser de la misma naturaleza. Esta novedad fue duramente criticada por varios grupos políticos durante el debate parlamentario, sobre la base de que implicaba una exasperación de la responsabilidad del menor. Asimismo, también en el citado artículo 7, se establece una nueva medida, en concreto, la “prohibición de aproximarse o comunicarse con la víctima o con aquellos de sus familiares u otras personas que determine el Juez”, medida ésta claramente orientada la protección de la víctima, tal y como ya vimos con anterioridad. También han experimentado ciertas modificaciones las reglas para la aplicación de las medidas, previstas en el art. 9. Así, en primer lugar, se amplía el catálogo de medidas susceptibles de ser aplicables en caso de faltas, frente a las cuales se podrán imponer, aparte de las ya previstas –amonestación, permanencia de fin de semana, prestaciones en beneficio de la comunidad y privación del permiso de conducir u otras licencias administrativas-, la medida de libertad vigilada, la realización de tareas socio-educativas y la prohibición de aproximarse a la víctima o sus familiares. Por otra parte, también se han modificado los presupuestos para la aplicación de la medida de internamiento en régimen cerrado. Así, en la anterior regulación la imposición de dicha medida estaba justificada solo cuando en la ejecución de los hechos se hubiera empleado violencia o intimidación en las personas o grave riesgo para su vida o integridad. Distintamente, la reforma establece que dicha medida podrá imponerse en todos los delitos graves, los menos graves en cuya ejecución se haya empleado violencia o intimidación o grave riesgo para las personas, así como cuando se cometieren en grupo, o actuaran al servicio de una banda, organización o asociación, incluso transitoria, que se dedicare a la realización de tales actividades. Esto supone una evidente ampliación, pues mientras en la anterior regulación el internamiento en régimen cerrado solo podía imponerse cuando se hubiese producido violencia, intimidación o riesgo para la vida o integridad de las personas, con la reforma es posible imponer dicha medida, aparte de en los citados casos, en todos los delitos graves así como cuando se actúe conjuntamente. De esta forma, por ejemplo, el acceso carnal con una persona menor de trece años sin violencia ni intimidación, que constituye un abuso sexual agravado previsto en el art. 182 del CP, puede motivar un internamiento en régimen cerrado ya que la pena asignada es de 4 a 10 años de prisión, y por tanto, si se imponen más de 5 tiene la consideración de pena grave. En la anterior regulación no sería posible. Asimismo, la comisión de unos simples daños por valor de 500 euros, sin ningún tipo de violencia o intimidación ni riesgo para los demás, si se cometen por varios menores actuando en grupo, serían susceptibles de ser castigados con la referida medida de internamiento en régimen cerrado. Esta última previsión de actuación en grupo, como supuesto para la aplicación del internamiento en régimen cerrado es contraria al precipicio de proporcionalidad, ya que permite la imposición de tan gravosa medida con solo acreditar que los menores actuaron juntos, con independencia de la gravedad del hecho cometido. En este sentido, durante el debate parlamentario uno de los grupos solicitó la supresión de tal referencia, aduciendo que la actividad grupal es natural y frecuente en los jóvenes, sin que tenga nada que ver con la organización delictiva que parece perseguir el precepto. Tanto esta novedad como la anteriormente vista, relativa a la ampliación de las medidas a imponer en caso de simples faltas, constituyen una clara manifestación de la tendencia a endurecer la respuesta penal frente a hechos delictivos cometidos por menores, ampliamente reclamada por la sociedad tal y como vimos al principio. Finalmente, para concluir con las novedades introducidas en materia de medidas, tenemos que referirnos a los supuestos de pluralidad de infracciones. Al respecto, la regulación anterior en sus arts. 11 y 12, distinguía entre supuestos de concurso real de delitos concurso ideal o medial y delito continuado. Para los supuestos de concurso real, establecía que se podía imponer una o varias medidas con arreglo a los criterios establecidos en los arts. 7.3 y 9, es decir, gravedad de los hechos y circunstancias personales del menor. En cambio, en los casos de concurso ideal o medial solo podía imponerse una medida para cuya aplicación se tendría en cuenta la más grave de las infracciones cometidas. Y para el delito continuado, también se impondría una sola medida en su máxima extensión, tomando como referencia el más grave de los hechos cometidos, salvo que el interés del menor aconsejara imponerla en una extensión inferior. Frente a ello, la reforma confiere nueva redacción al art. 11, en el sentido de efectuar un tratamiento uniforme para todos los citados supuestos, es decir, concurso real, ideal, medial, y delito continuado, disponiendo que en todos estos casos se podrán aplicar una o varias medidas tomando como referencia la infracción más grave, considerando igualmente el interés del menor así como la naturaleza y el número de infracciones. En todos estos casos, cuando las distintas infracciones que se imputan al menor se estén tramitando en distintos procedimientos, el último juez sentenciador será el competente para establecer la medida o medidas que deberá cumplir el menor por el conjunto de los hechos. En consecuencia, cuando las distintas infracciones que se imputen a un menor se encuentren vinculadas por alguno de los citados criterios, todas ellas se acumularán y recibirán una respuesta única. En cambio, cuando un menor sea responsable de diversas infracciones entre las que no exista conexidad, y por tanto, no puedan ser reconducidas a los supuestos de concurso ni de delito continuado, se procederá a la refundición, tal y como establece los arts. 11.3, 12 y 47 de la Ley reformada. En estos casos, el juez competente de la refundición será el primero que dictó sentencia firme en la que impuso alguna de las medidas, para lo cual el último juez sentenciador, en cuanto tenga conocimiento de la existencia de otras medidas pendientes de ejecución por sentencia firme, remitirá testimonio al primero, el cual, repito, pasará a ser el competente para la refundición con exclusión de todos los órganos judiciales que hubieren intervenido posteriormente. La regla que atribuye la competencia para la refundición al primer juez sentenciador y no al último, como sucede para los adultos, responde a las enmiendas formuladas por varios grupos parlamentarios que subrayaron la conveniencia de que la ejecución de las diversas medidas se llevara a cabo por un solo órgano judicial, a fin de garantizar la estabilidad en el seguimiento de la evolución del menor. Y a tal efecto, manifestaron que el primer juez sentenciador era el más idóneo, pues si dicha atribución se diera al último, como se proponía en el proyecto de Ley, se produciría un continuo cambio en el juez de referencia para el menor, desestabilizando así todo el proceso de ejecución de las medidas sucesivas. Respecto del modo de proceder en la refundición, el art. 47 distingue según que las distintas medidas impuestas sean de distinta o de la misma naturaleza. En el primer caso, si no fuera posible el cumplimiento simultáneo, se establecerá de forma sucesiva. Así, por ejemplo, la medida de internamiento en régimen cerrado no puede cumplirse al mismo tiempo que la permanencia de fin de semana. Y si las medidas impuestas fuesen de la misma naturaleza, entonces se efectúa la refundición propiamente dicha, para lo cual se realizará la suma aritmética de la duración de las distintas medidas hasta el límite del doble de la más grave. Así, por ejemplo, un menor a quien se han impuesto cuatro medidas de libertad vigilada de 1 año de duración cada una, sólo cumplirá 2, es decir, el doble de la más grave. Este sistema es muy parecido al previsto para los adultos en el art. 988 de la Ley de Enjuiciamiento Criminal, según el cual las distintas penas se sumarán hasta el límite del triple de la más grave. Estas son, a grandes rasgos, las novedades más importantes que trae consigo la reciente reforma de la Ley Reguladora de la Responsabilidad Penal de los Menores. En términos generales, creo de debe ser valorada en sentido positivo, ya que si bien se caracteriza por un endurecimiento de la respuesta penal frente a los hechos delictivos cometidos por menores, sin embargo, al mismo tiempo consolida y acentúa algunas de sus garantías. De esta forma, entiendo que el legislador ha conseguido un cierto equilibrio entre las demandas de la sociedad en general, por cuanto reconoce al perjudicado el derecho a ser parte en el procedimiento y ejercitar las acciones pertinentes, aunque poniendo cuidado en no olvidar el interés del menor infractor, al que la ley otorga una especial atención. Evidentemente, será la aplicación diaria de la Ley la que nos mostrará sus aciertos y errores, pero no debemos dejar de considerar que la prevención de los delitos, sobre todo en los menores, no es solo una cuestión penal sino, sobre todo, social y educativa.