Los que no perdonan - Institut Montilivi

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Las causas que motivaron la instauración del régimen republicano
fueron principalmente el agotamiento del sistema político de la
Restauración y la incapacidad de la monarquía de asumir sus
errores durante la Dictadura. A partir de abril de 1931 quedó claro
que el descontento popular iba orientado hacia una respuesta
antimonárquica y pro republicana.
La II República española llegó al poder en abril de 1931. En ello tuvo
mucho que ver la caída de la Dictadura del general Miguel Primo de
Rivera (29 de enero de 1930) que, apoyada por la monarquía, había
tenido un triste final. El rey, Alfonso XIII, estaba más aislado que nunca,
la clase obrera lo consideraba el símbolo de la opresión, la clase media
no le perdonaba los siete años de dictadura, incluso para la clase dirigente la monarquía ya no
representaba una solución de continuidad. El nuevo gobierno presidido por el general Dámaso
Berenguer trataba inútilmente de volver a la situación anterior a la Dictadura, pero era imposible. El
sistema político de la Restauración estaba agotado, gran parte de la opinión pública estaba ya
resueltamente en contra de la monarquía.
En el verano de 1930, con el gobierno en plena crisis, se produjo un pacto de unión entre diversos
sectores del nuevo republicanismo. El así denominado “Pacto de San Sebastián”, clave en el tránsito
de la monarquía a la república y firmado por representantes de las principales fuerzas sociales de
izquierdas posibilitó una futura acción conjunta antimonárquica.
Sus principales integrantes fueron:
- El republicanismo “histórico”, encarnado en la figura de Alejandro Lerroux, fundador del Partido
Radical en 1908.
- La nueva izquierda republicana de Manuel Azaña que junto a Marcelino Domingo y Alvaro
Albornoz, representaba los elementos del radical-socialismo.
- Los socialistas, cuyas principales figuras eran Indalecio Prieto y Fernando de los Ríos. Fue Prieto
quien convenció a los socialistas de que se unieran a las posiciones pro republicanas.
- El catalanismo de izquierdas con figuras como Carrasco Formiguera, Matías Malliol y Jaume
Aiguader.
- El regionalismo gallego, con Casares Quiroga al frente de la ORGA, partido republicano gallego.
- El republicanismo moderado con personajes como Niceto Alcalá Zamora o Miguel Maura. Alcalá
Zamora sería elegido presidente del comité revolucionario creado con la firma del Pacto de San
Sebastián.
Sin embargo, antes de que dicho pacto pudiera plantearse como una verdadera alternativa pacífica al
cambio de sistema, los partidarios más acérrimos de la instauración de la
República intentaron la vía golpista. Estimulada por diversos círculos
militares (la U.M.R. Unión Militar Republicana) la guarnición de Jaca, con el
capitán Fermín Galán y el teniente García Hernández al frente se
sublevaron contra la monarquía y proclamaron la República. Su principal
error estribó en no romper las comunicaciones con Francia, por lo que el
gobierno, enterado del levantamiento, pudo tomar las medidas necesarias
para sofocarlo. Aislados los rebeldes, fueron hechos prisioneros y sus
cabecillas, Galán y García Hernández fueron fusilados. La República
había conseguido así a sus mártires.
La represión no acabó aquí pues todos los firmantes del Pacto de San
Sebastián fueron encarcelados por lo que su reputación aumentó mucho
desde sus celdas. El rey, decidió poner a prueba a la opinión pública
convocando elecciones municipales para el 12 de abril de 1931. la escasa
popularidad de la monarquía quedó patente en la victoria de las
candidaturas republicanas en todas las principales ciudades españolas. Los
datos oficiales señalaron 29.953 concejales monárquicos frente a 8.855
republicanos pero en aquella época los votos de las ciudades eran los que
decidían y éstas habían votado mayoritariamente por la República.
La proclamación de la República fue acogida con euforia por la mayoría de
la población. Para estas multitudes la republica representaba la esperanza
de una nueva España moderna y más justa. Mientras el país celebraba la
proclamación de la República, Alfonso XIII abandonaba palacio por ultima
vez rumbo a un exilio voluntario. Antes de marcharse dejó a los españoles
esta proclama:
"Las elecciones celebradas el domingo, me revelan claramente que no tengo
hoy el amor de mi pueblo [...]. Hallaría medios sobrados para mantener mis
regias prerrogativas, en eficaz forcejeo con quienes las combaten. Pero,
resueltamente, quiero apartarme de cuanto sea lanzar a un compatriota contra otro, en fraticida guerra
civil [...]. Espero conocer la auténtica y adecuada expresión de la conciencia colectiva, y mientras habla
la nación suspendo deliberadamente el ejercicio del poder real y me aparto de España, reconociéndola
como única señora de sus destinos."
La república quedó instaurada inmediatamente y a ojos de la opinión mundial pudo considerarse como
un maravilloso ejemplo de civismo y madurez política. Su primer jefe de gobierno fue Alcalá Zamora,
pero en el nuevo gabinete ya podía identificarse un alto componente de miembros de corte anticlerical
o que ejercían profesiones liberales, representantes de la Institución Libre de Enseñanza. Los más
destacados ministros de ese primer gobierno republicano eran Miguel Maura (Gobernación),
Fernando de los Ríos (Justicia), Casares Quiroga (Marina), Alvaro de Albornoz (Fomento),
Marcelino Domingo (Educación) y Manuel Azaña (Guerra).
Nada más formarse este nuevo gobierno la República tuvo su primera dificultad ante la reaparición con
fuerza del catalanismo político, que debía su fuerza a una combinación de la expansión económica
catalana y su renacimiento literario (Jocs Florals). Desde el balcón de la Generalitat su principal líder,
Francesc Macià, proclamó la Republica Catalana. Varios ministros viajaron rápidamente de Madrid a
Barcelona para persuadir a Macià de que abandonara su idea y se mostrara favorable a la adopción
de un estatuto de autonomía promulgado por las Cortes, a lo que accedió.
Sin embargo, menos de un mes después de la proclamación de la República (11 de mayo de 1931), el
anticlericalismo que ésta había desatado se convirtió en violencia callejera. Después de un
enfrentamiento entre monárquicos y republicanos el día anterior, los partidarios de la República
prendieron fuego a seis iglesias en Madrid. La policía republicana no hizo nada para impedir la quema
de los conventos. Manuel Azaña, futuro presidente de la República, dijo ese día: “Todos los conventos
de Madrid no valen la vida de un republicano”. Los católicos practicantes no olvidaron ni perdonaron
esta actitud de las autoridades, los republicanos por su parte, promulgaron una Ley de Defensa de la
República.
El 28 de junio de 1931 se celebraron elecciones con un notable índice de participación que superaba el
70%. El sistema electoral, que primaba las mayorías otorgó un rotundo triunfo al Gobierno provisional
formado tras las elecciones de abril y dio el siguiente resultado en escaños:
FORMACIONES CENTRO-IZQ.
PSOE
P. R. RADICAL-SOCIALISTA
ESQUERRA CATALANA
ACCIÓN REPUBLICANA
ORGA (Nacionalistas gallegos)
AGRUP. AL SERVICIO DE LA REP.
FEDERALES
ESC.
117
59
32
27
16
14
14
FORMACIONES CENTRO-DER.
PARTIDO RADICAL
PARTIDOS MONÁRQUICOS
P. REPUBLICANO CONSERVADOR
PARTIDO AGRARIO
VASCONAVARROS
LLIGA REGIONALISTA
OTROS PARTIDOS CENTRO-DER.
ESC
93
36
27
26
14
3
6
Las elecciones dieron la mayoría de los escaños a los socialistas y republicanos, los partidos que
pertenecían a la izquierda y al centro. Manuel Azaña, fue elegido nuevo jefe de gobierno.
Las elecciones de junio de 1931 habían dado el poder a la coalición de republicanos de
izquierdas y socialistas. Durante dos años, hasta fines de 1933, el nuevo gobierno dirigido por
Manuel Azaña intentó encontrar solución a los principales problemas que aquejaban al país. Sin
embargo la tarea resultó mucho más complicada de lo previsto pues se agrandó la separación
entre derechas, que creían que las reformas eran demasiado radicales y atrevidas, e izquierdas
que creían que eran demasiado moderadas y lentas.
EL PROBLEMA DE LA IGLESIA
La iglesia luchaba por conservar sus privilegios ante las reformas republicanas,
contaba con el apoyo de los poderosos y la fe muchos humildes pero era también
el blanco del odio de todos aquellos que la consideraban la aliada del poder, la
defensora del inmovilismo. En el otoño de 1931 las Cortes prepararon un
anteproyecto de Constitución que pretendía acabar con el enorme poder de la
Iglesia. El artículo 26, uno de los más importantes, separaba Iglesia y Estado. Para
mayor confusión y crispación de los sectores conservadores, el 13 de octubre de
1931 Manuel Azaña declaró que: “España ha dejado de ser católica”, mensaje que
la Iglesia interpretó mal. Azaña había querido decir que España ya no era un país
de corte clerical pero la frase fue sacada de su contexto y le valió el odio y la
enemistad de los sectores conservadores. Las cláusulas anticlericales de la nueva
Constitución se debatieron agriamente en las Cortes pero, al haber mayoría
republicano-socialista en el consistorio, todas las medidas salieron adelante y la Constitución se
promulgó en diciembre de 1931.
Los republicanos y socialistas en el gobierno estaban decididos a reducir el poder de la Iglesia. A lo
largo de 1932 y 1933 la República se dedicó en cuerpo y alma a la promulgación de leyes destinadas a
acabar con la influencia de la Iglesia en la sociedad. Disolución de la Compañía de Jesús y
confiscación de sus bienes; matrimonio civil, divorcio y secularización de cementerios; prohibición de la
enseñanza a las órdenes religiosas. La Iglesia mantenía su control sobre la educación. En un pais
donde casi la mitad de la población era analfabeta la republica tenia que romper el control de la iglesia
para crear un moderno sistema de enseñanza laica. Los proyectos iniciales se vieron frenados por falta
de presupuestos, a pesar de ello, en dos años se crearon más de 13.000 nuevas escuelas. Pero
habría sido más prudente que la República no hubiera atacado las órdenes religiosas, que ya
disponían de buenos colegios. El cierre de los mismos planteó graves problemas de ubicación de
nuevos alumnos.
EL PROBLEMA SOCIAL
El problema social que envolvía a la República giraba en torno a los dos grandes
sindicatos anarquista y socialista. El movimiento anarquista constituía la oposición mas
violenta a la República. En el resto de Europa el anarquismo como fenómeno de masas
había desaparecido después de la I guerra mundial, en España siguió creciendo,
especialmente en Andalucía y Cataluña agrupado en torno a una organización
anarcosindicalista, la Confederación Nacional del Trabajo (CNT), que ya en 1920 tenia 700.000
militantes. Su objetivo final era la total emancipación de los trabajadores, su instrumento, la huelga
revolucionaria. Los anarquistas se oponían a la republica por principios, rechazaban cualquier tipo de
gobierno y luchaban por una sociedad libre e igualitaria, sin dios, sin amos y sin propiedad privada.
Dentro del anarquismo, sin embargo, existían diversas corrientes que dividían el movimiento. Los
puristas sólo se conformaban con una revolución social completa. Los moderados, con Angel Pestaña
y Juan Peiró al frente, aunque seguían los mismo objetivos creían que era necesario conseguir alguna
concesión por parte del gobierno que mejorara la mala situación de los obreros. Entre los puristas más
radicalizados había lideres como Buenaventura Durruti y Francisco Ascaso que se unieron a la FAI
(Federación Anarquista Ibérica), fundada en 1927 y cuyo objetivo era oponerse al revisionismo
anarquista.
El movimiento socialista obtuvo un fuerte impulso durante los años de la I Guerra Mundial que habían
dado a España una mayor prosperidad económica y gran conciencia política. En 1920, su sindicato, la
UGT (Unión General de Trabajadores) tenía 200.000 miembros. No es de extrañar pues que su
principal dirigente en 1931, Francisco Largo Caballero, fuera nombrado Ministro de Trabajo durante
el primer gobierno de la República ya que la UGT no había sido siquiera ilegalizada durante la
Dictadura.
EL PROBLEMA REGIONAL
El clima de libertad provocado por la proclamación de la República daba nuevos nuevos impulsos al
regionalismo. Histórica y culturalmente Cataluña y el País Vasco eran las dos regiones más claramente
diferenciadas de resto de España. Eran las regiones más industrializadas y prósperas desde mitades
del siglo XIX. La nueva Constitución republicana mencionaba la posibilidad de conceder la autonomía
a aquellas regiones que lo solicitasen. Atendiendo a las crecientes demandas del catalanismo político,
la República accedió a que se celebrase un plebiscito en Cataluña para otorgar a dicha región su
anhelado estatuto de autonomía. El resultado fue
abrumadoramente favorable (592.961 votos a favor y sólo
3.276 en contra). En el verano de 1932, el estatuto catalán
se convirtió en ley y se constituyó un nuevo gobierno
catalán, la Generalitat. El catalán y el castellano serían las
lenguas oficiales.
El País Vasco también realizaba esfuerzos parecidos en
busca de un mayor autogobierno pero aquí los problemas
eran más difíciles de superar. La profunda confesionalidad
del principal partido autonomista, el PNV, chocaba con un
gobierno republicano de corte anticlerical. Ello sólo sirvió
para posponer la promulgación del estatuto hasta octubre
de 1936, cuando en plena guerra civil, la cuestión se
transformó en una simple necesidad política. Además hubo otros intentos de autonomía en Galicia,
Valencia e incluso en diversas provincias castellanas pero no tuvieron tiempo de promulgarse.
EL PROBLEMA MILITAR
Frente a las aspiraciones autonomistas de algunas regiones españolas, el Ejército se mostró como la
institución mas ofendida por las pretendidas reformas republicanas. Muchos militares del ejercito
estaban alarmados ante la perspectiva de autonomías regionales. La unidad de la patria les
obsesionaba. España había perdido todas sus
colonias de ultramar. En los años 20, las guerra de
Marruecos amenazaban sus ultimas posesiones.
La República se proponía modernizar este ejercito
anticuado y con exceso de oficiales (uno por cada
nueve soldados). El Ejército veía las reformas
republicanas con profunda desconfianza, pero era
el proyectado estatuto de autonomía catalán lo que
los militares conservadores consideraban como la
amenaza mas inmediata.
La llamada “Ley Azaña” admitía el retiro, con el sueldo íntegro, de todos los generales y oficiales que
no quisiesen prestar juramento de fidelidad a la República. Frente a las pretensiones de la República el
Ejército respondió con las armas. El 10 de agosto de 1932 el general José Sanjurjo, que había
declarado su lealtad al nuevo gobierno en 1931, se levantó contra la República en Sevilla. El golpe de
Sanjurjo fracasó pero ejemplificaba el creciente descontento dentro del seno de las fuerzas armadas.
Sanjurjo fue encarcelado, su rebelión se había demostrado prematura porque los grupos sociales que
pudieran haberla apoyado aún no estaban lo suficientemente unidos para oponerse a la República.
EL PROBLEMA AGRARIO
Los campesinos de toda España esperaban que la llegada de la República representara el fin de todos
sus problemas. El problema agrario era uno de los más complicados, no olvidemos que la agricultura
en los años 30 era el principal sector de la economía del país. Los trabajadores del campo, mal
pagados y mal alimentados esperaban que las prometidas reformas fueran drásticas e inmediatas.
Andalucía era una región de profundos contrastes sociales y económicos, de latifundios y de grandes
terratenientes. Estas desigualdades alimentaban el resentimiento de mas de 700.000 jornaleros que
vivían en la miseria. Las tensiones en la España rural representaban una de las mas graves amenazas
para la nueva República. Pero la reforma agraria de 1932, una ley complicada y cautelosa, solo sirvió
para desilusionar a muchos jornaleros e irritar a los terratenientes. Los jornaleros querían apoderarse
de las tierras que la República dudaba en entregarles. Pronto se comprobó que la reforma era
prácticamente imposible, al menos en un tan corto espacio de tiempo. Se creó un Instituto de Reforma
Agraria que pudiera controlar dicho plan pero, a pesar de todos los esfuerzos, frente a los 60.000
campesinos asentados en nuevas tierras que anualmente la Reforma había proyectado, después de
dos años de actuación sólo 12.000 estaban
realmente en dicha situación.
Entre los propietarios y terratenientes empezó a
cundir la alarma, entre los campesinos la desilusión
ante la lentitud de la Reforma Agraria. El hambre y
la miseria creaban las condiciones ideales para la
violencia revolucionaria. Los pueblos de
Castilblanco, Arnedo y Casas Viejas se convirtieron
en exponentes claros de esa violencia. En
Castilblanco (Badajoz) estalló una huelga general
el 31 de diciembre de 1931. Al intentar disolverla,
los campesinos reaccionaron violentamente
matando a cuatro números de la Guardia Civil. En
Arnedo (La Rioja), murieron siete trabajadores y quedaron heridos treinta más al disolverse a disparos
de la Guardia Civil la manifestación que se celebraba ante la casa consistorial del pueblo.
Las consecuencias políticas fueron importantes. Ante la dureza de las medidas tomadas por la Guardia
Civil fue destituido su director, el general Sanjurjo, que unos meses después se levantaría contra la
República. Sin embargo, el episodio de violencia definitivo se produjo a principios de 1933 en Casas
Viejas (Cádiz). Agotada allí la paciencia tras la lentitud de la Reforma Agraria los campesinos, tras
declarar el comunismo libertario, asaltaron el cuartel de la Guardia Civil, asesinando a varios de sus
números. La llegada de refuerzos permitió reprimir el levantamiento duramente. Las autoridades
republicanas fueron acusadas de haber organizado la matanza. Escándalos como el de Casas viejas,
la lentitud de las reformas y el creciente desempleo impulsaron a los socialistas a abandonar un
gobierno Azaña desprestigiado. La crisis desembocó en las elecciones de 1933.
El fracaso que supuso el gobierno Azaña hizo posible que tras las elecciones de noviembre de
1933 la República, proclamada por una base social-izquierdista, girara a la derecha. Ello se
debió básicamente a la disconformidad que el pueblo español mostró con la labor realizada por
la República hasta ese momento, promoviendo un amplio abstencionismo electoral de
izquierdas. Empezaba de esta manera el periodo llamado "La República de centro-derecha".
Frente a la nueva convocatoria de elecciones en noviembre de 1933, la derecha se preparaba para la
toma del poder. En 1931 sus principales candidaturas habían sido barridas debido fundamentalmente a
su falta de unidad en un sistema electoral que primaba las coaliciones. Ahora sus esperanzas se
centraban en una nueva coalición, la CEDA (Confederación Española de Derechas Autónomas). La
CEDA fue el primer partido católico de masas en España y su líder era José María Gil Robles. La
izquierda se lanzó a la campaña en defensa de las realizaciones de su gobierno, pero, como ya en
1931 le había ocurrido a la derecha, esta vez acudían desunidas. No es de extrañar pues el resultado
que arrojaron los comicios que traducido en escaños fue el siguiente:
FORMACIONES CENTRO-IZQ.
PSOE
ESQUERRA CATALANA
IZQUIERDA REPUBLICANA
PARTIDO RADICAL-SOCIALISTA
FEDERALES
PARTIDO COMUNISTA
OTROS PARTIDOS CENTRO-IZQ.
ESC.
58
23
7
3
2
1
6
FORMACIONES CENTRO-DER.
CEDA
PARTIDO RADICAL
PARTIDO AGRARIO
PARTIDOS MONÁRQUICOS
LLIGA REGIONALISTA
FALANGE ESPAÑOLA
OTROS PARTIDOS CENTRO-DER.
ESC
113
80
39
32
24
2
96
La CEDA se convirtió en el principal partido de las Cortes y Gil Robles en el ídolo de la España
conservadora. Entre los diputados elegidos se podía apreciar tanto a derecha como a izquierda
representantes del extremismo político. José Antonio Primo de Rivera (hijo del dictador) y Francisco
Moreno Herrera obtuvieron acta por Falange Española, partido fundado por José Antonio hacía pocos
meses. Del otro lado Cayetano Bolívar fue el primer representante del PCE (Partido Comunista de
España) en las Cortes. La aparición en dicha cámara de dos representantes
falangistas y un comunista fue la primera advertencia de que la sociedad española
estaba entrando en una espiral de radicalización. La República dio un giro a la
derecha, el proceso de reformas quedó paralizado. La izquierda estaba alarmada,
convencida que detrás de Gil Robles se escondía la amenaza del fascismo. En 1934
el fascismo se extendía por Europa, las dictaduras reemplazaban a las democracias
parlamentarias. Los socialistas españoles temían que lo mismo ocurriera en España si
la CEDA ocupaba el poder. Para calmarles se formó un gobierno de centro dirigido por
el jefe del Partido Radical, Alejandro Lerroux. Gil Robles y la CEDA lo apoyaban
pero no entraron a formar parte del mismo, a pesar de que era el partido más votado.
Esperaba la ocasión más propicia para hacerse con el poder. Mientras tanto, la
sustitución de las escuelas religiosas por las laicas se pospuso, la Reforma Agraria se
abandonó en gran medida, y se produjo una amplia amnistía política hacia los
conspiradores de 1932.
La situación fue tornándose cada vez más confusa. Ante las vacilaciones del presidente de la
República en promulgar la ley que perdonaba a Sanjurjo y los conspiradores de 1932, Lerroux dimitió
en mayo de 1934 siendo sustituido por otro radical, Ricardo Samper, que contaba con muchos menos
apoyos en las Cortes. Ante la debilidad del gobierno, el 4 de octubre Gil Robles retiró el apoyo de la
CEDA a Samper que dimitió. Alcalá Zamora no hizo otra cosa que volver a encomendar su formación
a Lerroux, pero ahora Gil Robles exigió que tres de sus partidarios de la CEDA entraran como
ministros. Este hecho fue suficiente para que los socialistas, que seguían creyendo que Gil Robles era
“otro Mussolini”, se levantaran contra el poder constitucional.
En Madrid la UGT declaró la huelga general, en Barcelona, el presidente de la Generalitat Lluís
Companys, juzgando erróneamente la situación, proclamó el “Estado Catalán”. Pero la rebelión fue
aplastada con la misma rapidez con la que había empezado. El movimiento revolucionario fracasó en
todo el país con una excepción: Asturias. Las guarniciones en Asturias se vieron impotentes para
frenar una ofensiva revolucionaria que produjo violentos combates.
Todas las ciudades y pueblos de la cuenca minera quedaron
sometidos a un comité revolucionario, que al mismo tiempo que
reorganizaba la zona tenía que ocuparse de la lucha. El gobierno,
decidido a acabar con la rebelión tuvo que llamar a la Península a
las tropas coloniales, los moros y la Legión. Los generales Manuel
Goded y Francisco Franco coordinaron la ofensiva desde Madrid.
La Legión y los moros consiguieron un éxito casi inmediato.
Apoyados por la aviación liberaron Oviedo, Gijón cayó el 10 de
octubre y en 15 días la rebelión se podía dar por sofocada. El líder
socialista de la revolución Ramón González Peña renunció a
seguir dirigiéndola, Belarmino Tomás, líder de los mineros, aceptó la derrota pero no renunció a
comentar que el haber quedado la revolución reducida sólo al foco de Asturias había sido la clave del
fracaso.
Casi 2.000 personas murieron en la revolución asturiana, algunas ejecutadas sin previo juicio, miles de
republicanos y socialistas en toda España fueron encarcelados. La rebelión había fracasado
principalmente por su falta de cohesión, pero la izquierda había aprendido una valiosa lección. Durante
los dos años siguientes el deseo de amnistía para sus compañeros encarcelados contribuyó a forjar la
alianza de la izquierda.
Pero antes el gobierno debía quedar desprestigiado. El castigo a los rebeldes de 1934 suscitó las
primeras divisiones en el seno del gobierno de centro-derecha. Gil Robles y la CEDA eran partidarios
de la aplicación de varias penas de muerte. Alcalá Zamora les recordó las medidas de gracia
impuestas a los conspiradores de 1932 y no las ejecutó por lo que los ministros de la CEDA retiraron el
apoyo al gobierno radical de Lerroux aunque en marzo de 1935 se vió obligado a incluir cinco nuevos
ministros de dicha formación y con Gil Robles al frente del Ministerio de la Guerra. Pero en octubre de
1935 el gabinete se hundió debido al escándalo del “estraperlo” en el que Lerroux quedó bastante mal
parado. El Partido Radical se desmoronó y el 4 de enero de 1936 el presidente de la República tuvo
que disolver por segunda vez las Cortes. Las nuevas elecciones quedaron fijadas para el 16 de
febrero.
A finales de 1935 empezó a gestarse una gran coalición de partidos de izquierdas que se
preparaba para las elecciones de febrero de 1936 y que poco más tarde se conocería como
Frente Popular. El pacto entre republicanos y socialistas pretendía un programa reformista pero
desde la derecha se identificó como un pacto revolucionario. El llamado Frente Nacional o de
Orden se creó para oponer sus intereses a los de las izquierdas en las elecciones más reñidas
que hasta entonces había vivido España.
La larga campaña electoral que tuvo lugar entre el 4 de enero y el 16 de febrero de 1936 se prometía
como una de las más duras de la historia de España. La unidad de las izquierdas quedó plasmada en
el Frente Popular, la coalición izquierdista formada ante las elecciones de 1936 propuesta por el
Partido Comunista. Además los anarquistas, aunque no entraron a formar parte del Frente Popular por
negarse ideológicamente a colaborar con un sistema democrático, apoyaron las candidaturas para la
liberación de los presos políticos. Oponiéndose a ellos se formó el llamado Frente Nacional o de Orden
cuya cabeza más visible era la CEDA de Gil Robles que lanzó una agresiva campaña electoral
presentándose como la última y única alternativa de defensa ante una inevitable revolución
bolchevique. Su fotografía de jefe miraba retadoramente desde los carteles situados en la Puerta del
Sol madrileña. Dentro de esa coalición derechista quedó fuera la Falange porque no hubo
entendimiento entre José Antonio Primo de Rivera y Gil Robles. Este hecho, de relativa poca
importancia, marcaría el desarrollo posterior de la guerra civil.
Entre estas dos formaciones se contaban los diferentes partidos de centro. Entre ellos estaban el
Partido Radical de Lerroux, la Lliga, los progresistas (partidarios de Alcalá Zamora) y el nuevo Partido
del Centro de Manuel Portela Valladares, así como el PNV que aún dudaba en unirse más
claramente con derechas o izquierdas.
España acudió a las urnas el 16 de febrero. Unos 34.000
guardias civiles y 17.000 guardias de asalto garantizaron el
orden. Los resultados, dados a conocer el 20 de febrero,
fueron los siguientes en lo que refiere a bloques nacionales:
Electores..................13.553.710
Votantes.....................9.683.335 (71,4%)
Frente Popular............4.654.116 (34,3%)
Frente Nacional..........4.503.505 (33,2%)
Centro y vascos.............525.714 (5,4%)
Es imposible dar cifras de votos por partidos puesto que los
electores votaron a alianzas y no a partidos aislados. Pero las principales formaciones se repartieron
los escaños de la siguiente manera:
FORMACIONES CENTRO-IZQ.
ESC
FORMACIONES CENTRO-DER.
ESC
PSOE
88
CEDA
101
IZQUIERDA REPUBLICANA
79
PARTIDO DEL CENTRO
21
UNIÓN REPUBLICANA
34
COMUNIÓN TRADICIONALISTA
15
ESQUERRA CATALANA
22
RENOVACIÓN ESPAÑOLA
13
PARTIDO COMUNISTA
14
LLIGA REGIONALISTA
12
ACCIÓ CATALANA
5
PARTIDO AGRARIO
11
ORGA (Nacionalistas gallegos)
3
PARTIDO RADICAL
9
OTROS PARTIDOS CENTRO-IZQ.
18
OTROS PARTIDOS CENTRO-DER.
28
Vistos los resultados el Frente Popular obtuvo una ajustada victoria. El
entusiasmo de sus partidarios fue ilimitado. Una gran multitud se dirigió al
Ministerio de la Gobernación en Madrid con una única palabra: ¡Amnistía!. Un
partido por encima de todos había experimentado un mayor crecimiento tras
conocerse los resultados de las elecciones. Era el PCE (Partido Comunista
de España). Este partido nació tras una escisión del PSOE en 1920. Al
proclamarse la República contaba con alrededor de 3.000 militantes, cifra
bastante modesta. En 1933 obtuvo su primer representante en Cortes y tras
las elecciones de febrero de 1936 obtuvo 14 diputados. En Oviedo, una de
sus principales dirigentes, diputado por Asturias, Dolores Ubárruri “La
Pasionaria” abrió las cárceles donde se alojaban gran parte de los
revolucionarios de 1934. Pero los socialistas se negaron a formar parte del
nuevo gobierno, simplemente lo apoyaron débilmente, y los políticos
republicanos quedaron irremisiblemente atrapados entre el pánico de los
conservadores y las nuevas esperanzas de la clase trabajadora. Las huelgas y las invasiones de tierra
aumentaron, los conflictos sociales y laborales amenazaban más que nunca el orden constitucional.
Desde la derecha Gil Robles había caído en desgracia, las esperanzas de la España conservadora se
centraban ahora en un nuevo y carismático líder, José Calvo Sotelo. Para un numero creciente de
partidarios de la derecha, y tal y como había ocurrido antes con la izquierda, el juego parlamentario
había resultado un doloroso desengaño. La creciente polarización de la sociedad española se reflejó
primero en su juventud. Unos 15.000 militantes de las juventudes de la CEDA abandonaron el partido y
se unieron a un movimiento más combativo, la Falange, que como ya hemos visto, había sido fundada
por José Antonio Primo de Rivera en 1933.
En 1934, junto a Ramiro Ledesma Ramos y Onésimo Redondo, fundadores de las JONS (Juntas
Ofensivas Nacional Sindicalistas) había negociado su fusión con la
Falange. El nuevo partido, Falange Española y de las JONS,
empezó a existir el 13 de febrero de 1934 adoptando el símbolo del
yugo y las flechas. Sin embargo, la Falange fue siempre un partido
minoritario hasta el extremo de que al concurrir en solitario a las
elecciones de 1936 se quedó fuera del juego parlamentario sin
obtener ni un solo escaño. Debido a ello en marzo de 1936, ante la
creciente espiral de violencia impulsada por la Falange, José
Antonio, privado de inmunidad parlamentaria, fue detenido y las
oficinas de Falange clausuradas. Aún así la violencia callejera y los
crímenes políticos siguieron en aumento tanto por parte de la
izquierda como de la derecha.
El presidente de la República pidió nuevamente a Manuel Azaña que formara gobierno. Pero nada
podía ya detener las pasiones políticas. En la ciudad los puños y las pistolas habían reemplazado al
debate político, en el campo la violencia se había convertido en el último recurso para escapar de la
pobreza. En Extremadura la paciencia de los jornaleros extremeños se había agotado. En un solo día,
el 25 de marzo de 1936, unos 60.000 jornaleros ocuparon casi 3.000 fincas. Los terratenientes ya no
temían sólo por sus posesiones sino por sus vidas. El descontento popular tenia el signo opuesto en
Navarra, el feudo carlista de campesinos profundamente conservadores estaban dispuestos a
defender Dios, Patria y Rey hasta la muerte. Los carlistas se habían rebelado contra la onarquía liberal
en el siglo XIX, ahora se disponían a enfrentarse a una República que consideraban roja y atea. Para
un número creciente de militares el golpe de estado era la única forma posible de restablecer el orden.
Advertido de las conspiraciones militares, el gobierno decidió enviar a los generales mas abiertamente
derechistas lejos de la Península. El general Franco fue enviado a las islas Canarias, el general Mola
fue únicamente trasladado a Pamplona donde se convirtió en el “Director”, el cerebro del complot.
A principios de abril se originó una polémica constitucional sobre la cuestión de la presidencia de la
República. La Constitución establecía la posibilidad de deponer a su presidente (Alcalá Zamora) dado
que había disuelto las Cortes en dos ocasiones. Dimitido éste, Manuel Azaña fue el único candidato a
ocupar su puesto que estaban dispuestos a votar las izquierdas. La jefatura del gobierno pasó a otro
republicano, Santiago Casares Quiroga. El 1 de mayo de 1936 se celebraron en España los
tradicionales desfiles conmemorativos de la fiesta de los
trabajadores. Las manifestaciones sindicales tenían por
objeto demostrar a los enemigos de la República el
poder de la izquierda. Durante esa jornada, los discursos
inflamados del líder socialista Francisco Largo
Caballero contribuyeron a la radicalización de las
masas. Largo Caballero, apodado “el Lenin español” se
había convertido poco a poco en un líder revolucionario.
Durante esta manifestación cundió además el rumor
infundado de que unas monjas habían dado caramelos
envenenados a unos niños. Grupos de manifestantes
atacaron y prendieron fuego a un convento. Las
autoridades republicanas se mostraron nuevamente
impotentes ante la ira anticlerical de algunos sectores de la sociedad.
También en mayo los anarquistas celebraron su congreso anual en Zaragoza. El
congreso exigió esfuerzos para acabar con la división interna y para concertar una
alianza con la UGT pero a nadie se le ocurrió preparar la actuación ante el
creciente peligro de un golpe de estado que sobrevolaba el país. No hubo pues
ningún acuerdo sobre el futuro armamento de las milicias o sobre la organización
de un ejército revolucionario.
Entretanto el 25 de mayo, el general Mola desde Pamplona dio un plan
estratégico detallado sobre la preparación del alzamiento. Lo firmaba con el
sobrenombre de “El Director”. Dos días después entró en contacto desde la cárcel
Modelo de Madrid con José Antonio, el líder de la Falange, que inicialmente no
estuvo completamente de acuerdo con el desarrollo del plan. El 5 de junio, José
Antonio fue trasladado a la cárcel de Alicante pero para entonces ya había
aceptado la idea de que era inevitable un golpe militar y que la Falange debía
participar en él. En consecuencia prometió que 4.000 falangistas prestarían ayuda al golpe. A finales
de junio lo único que faltaba para fijar la fecha del alzamiento era el acuerdo con los carlistas. Tantos
éstos como los falangistas estaban planteando muchas exigencias al general Mola, que veía
indispensable para el triunfo contar con el apoyo civil de estos grupos. Los carlistas estaban
obsesionados por los colores de la bandera bajo la cual se sublevarían, los falangistas planteaban
problemas de autoridad. El 7 de julio de 1936, como cada año, se celebraron las fiestas de San Fermín
en Pamplona, Mola aprovechó la ocasión para dejar completamente zanjada la cuestión. Escribió a
Manuel Fal Conde, dirigente carlista, prometiéndole que resolvería la cuestión de la bandera después
del levantamiento. Por su parte, José Antonio, que inicialmente había criticado el carácter
conservador del plan de Mola, se mostraba ahora más dispuesto a apoyarlo.
Mola decidió que había llegado el momento. Desde las Canarias el general Franco se comunicó con el
cerebro de la conspiración a pesar de que aún no estaba seguro de que hubiera llegado el momento
propicio para el levantamiento. Pese a todo el plan para trasladar a Franco a Marruecos para ponerse
al frente de la rebelión en la zona siguió adelante. El contacto de Mola en Londres, corresponsal del
diario monárquico ABC, había alquilado un avión de transporte “Dragon Rapide” y localizó en el
aeropuerto de Croydon a un piloto independiente, el capitán Bebb que se mostró dispuesto a cooperar.
Bebb despegó de Croydon el 11 de julio, y un día después hizo escala en Casablanca, en el
Marruecos francés. Esa noche en Madrid, iba a desencadenarse la tragedia.
El teniente de la Guardia de Asalto José Castillo salía de su
casa para empezar su servicio. Castillo, que el día anterior había
reprimido con dureza una manifestación monárquica, ya había
recibido amenazas de muerte de la ultraderecha. Fue muerto a
tiros por cuatro hombres armados que escaparon. Los
camaradas del teniente muerto, indignados, exigieron de las
autoridades una lista de sospechosos a los que detener. También
pidieron medidas contra la Falange, aunque nunca quedó claro
que los asesinos fueran falangistas. Entre los que clamaban
venganza estaba un capitán de la Guardia Civil, Fernando
Condés, íntimo amigo de Castillo. Alguien sugirió que fueran a
la casa del líder de la CEDA José María Gil Robles, pero éste se
encontraba ausente de vacaciones por lo que finalmente se
decidió ir al domicilio del diputado conservador José Calvo
Sotelo. Hacía las tres de la mañana del 13 de julio Calvo Sotelo
fue convencido por Condés y otros para que les acompañara a la
comisaría, a pesar de que su inmunidad parlamentaria le eximía
de ser detenido. El coche arrancó y a unos 200 metros de su
casa, Luis Cuenca, un joven socialista que iba sentado a su lado
le disparó dos tiros en la nuca. Calvo Sotelo fue asesinado a
pesar de que las autoridades republicanas no habían ordenado
su detención. Pero inevitablemente se culpó al gobierno de su
muerte, al fin y al cabo, Calvo Sotelo había sido asesinado bajo la custodia de la policía republicana.
La clase media española quedó paralizada por este cruel asesinato y ello proporcionó a los golpistas
gran apoyo popular en un momento decisivo. El 14 de julio Bebb despegó de Casablanca rumbo a las
Canarias. Poco a poco se estaban concretando todos los aspectos del golpe.
Mientras tanto la izquierda se preparaba para el golpe que se avecinaba. Los socialistas seguían
divididos, todavía se negaban a formar parte del gobierno, para ellos la República ya no representaba
los valores que habían posibilitado su proclamación. Pero su movimiento juvenil si parecía más
concienciado de la gravedad de la situación y a finales de junio llegó la tan esperada fusión entre los
movimientos juveniles socialistas y comunistas que dio lugar a las JSU (Juventudes Socialistas
Unificadas) formada en su mayoría por dirigentes socialistas (como Santiago Carrillo) pero cuya línea
política era comunista. El gobierno republicano con Casares Quiroga al frente parecía no tomarse
totalmente en serio la situación. Diversos políticos de izquierda visitaron al jefe de gobierno rogándole
que hiciera todo lo posible para evitar cualquier intentona del gobierno, incluso le pidieron que
repartiera armas al pueblo, pero Casares, temeroso de perder su última posibilidad de mantener el
orden se negaba constantemente limitándose a decir que estaba seguro de que no ocurriría nada y de
que un levantamiento militar estaba condenado al fracaso. El 17 de julio de 1936 nada podía salvar ya
a España de una guerra civil.
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