De aceitunas, cuatreros y malos socios

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Resumen de Historia de historias
De aceitunas, cuatreros y malos socios
El doctor Lisandro de La Torre se convirtió en la década del 30 del siglo pasado en un
perseverante y agudo crítico de la realidad económica de esa época. Y es sabido su
empeño por desenmascarar los oscuros negociados de las empresas frigoríficas no
solamente norteamericanas sino especialmente inglesas. No debemos olvidar el famoso
pacto Roca-Runciman por el cual la Argentina aceptó convertirse en algo parecido a una
colonia o, mejor dicho, no parecido sino colonia solamente.
Sus denuncias sobre el proceder fraudulento de las empresas mencionadas lo convirtió
en un temible “denunciador profesional” al extremo que muy acertadamente fuera
calificado de “Fiscal de la República”.
Nada se le escapaba a de la Torre en cuanto fuera denunciar atropellos, fraudes y
negociados en general. Su astucia y agudeza eran particularmente apreciadas.
Esta historia que vamos a contar muestra que Don Lisandro podía ser muy listo y
despierto en temas nacionales e internacionales pero poco o nada veía de sus propios
negocios muchos de los cuales los realizaba en su estancia de Pinas ubicada en el limite
entre Córdoba y La Rioja y a la que accedía todos los veranos desde una estación
ubicada muy cerca de El Milagro, (Estación Comandante Leal) de la que salía un ramal
de ferrocarril construido expresamente para el servicio de Don Lisandro y aunque él era
un denunciador de los abusos de los ferrocarriles ingleses en este caso se trataba de
trenes del Estado. Privilegio que no tenía por qué denunciar, porque el beneficiado
exclusivo era él.
En su estancia de Pinas descansaba de su agitada vida de denunciador en la Capital
Federal, hachando (por lo que le quedó por apodo el “leñador de Pinas”), realizando
tareas rurales, complementada como gran macho que era, con una activa vida sexual
(como quedó registrada en la memoria popular que recordaba lo hacía con cuanta criolla
de buen culo se le ponía a tiro). Lo curioso es que muy tarde comprobaría el Señor
Fiscal que un par de no muy inteligentes paisanos lo remacharon y le dejaron en la boca
el amargo sabor de tener que reconocer que lo habían jodido.
En una correspondencia a un amigo riojano el “leñador de Pinas” se refería al obraje,
nada le salía redondo en sus negocios veraniegos y le comentaba como lo habían
engañado en esto de comprarle leña y no pagarle.
Le hablaba en una de sus últimas cartas de un paisano y su hijo que le carneaban vacas
sin pedirle permiso y por supuesto sin pagarle y comentaba: “Ud. sabe que
desgraciadamente, los cuatreros suelen ser puestos en libertad en cuanto llegan a la
capital.
Le pido quiera informarse en la policía de la llegada de los Oviedo e indicarme lo que
procedería hacer para su castigo”.
Lo que sospechaba de la Torre ocurriría, ocurrió. Es decir se cumplió exactamente con
una de las leyes de Murphy.
Los cuatreros fueron liberados y de la Torre quedó tascando la bronca y al mismo
tiempo comentando que le seguían robando ganado. Es gracioso pensar que el más
grande denunciador de los negociados de los frigoríficos ingleses fuera a su vez
engañado por un par de cuatreros lugareños que lo tuvieron a mal traer durante bastante
tiempo. Y es que él si podía con los cuatreros internacionales.
La correspondencia entre De la Torre y su amigo riojano se prolongará hasta fines del
año 34 en el que éste último fallece. Los temas agropecuarios, para definir la cuestión,
son los que campean en estas cartas amables, confidentes y demostrativas de algunas
facetas del gran tribuno argentino, que tenía en Pinas no solamente un lugar cierto de
descanso para sacarse de encima tanto “splin” y mufa porteña, sino que en Pinas, de la
Torre tenía muchos intereses económicos, sociales y hasta sentimentales.
Un par de años después don Lisandro, alegando según algunos su cansancio moral por
los tiempos corruptos en los que vivía y según otros, algo que no dijo, por una fuerte
frustración amorosa se rajó un tiro en el pecho donde su cansado corazón de
empedernido amante dejó de jugarle malas tretas. Pensamos que más que el cansancio
moral y como correspondía a un romántico de ley, su vida perdió sentido cuando
“alguna vieja le colgó la galleta”. Y entonces recordando que en algún tiempo fue
seguidor del partido de Alem se habrá acordado de aquel viejo lema que decía: “Que se
quiebre pero que no se doble”. Y seguramente a don Lisandro antes que quebrarse se le
dobló. Seguramente sus últimos recuerdos no fueron tanto sobre la naifa que lo dejó
sino sobre los paisanos riojanos que mostraron que el respetado Fiscal podía ser
engañado como una vulgar costurerita.
Cuando la historia argentina cambió su rumbo
Una de las batallas más controvertidas que ha causado una serie de interpretaciones de
parte de todos los historiadores que han hablado de esos tiempos fue la Batalla de Pavón
a fines de 1861 y que con el triunfo de Bartolomé Mitre ante Urquiza comenzó el
desbarranco del ideario federal que terminaría poco más de una década posterior con el
asesinato de Urquiza en su palacio de San José y el posterior levantamiento en armas de
su sobrino Ricardo López Jordan.
La batalla de Pavón siempre se vio envuelta en una serie de cuestiones de por qué este
encuentro bélico de tanta significación pues le permitió a Buenos Aires imponer en
definitiva su política a todo el país tuvo el inesperado final que todo hacia suponer no lo
tendría. De los jefes de ambos ejércitos encontrados, indudablemente el que tenía más
capacidad estratégica y experiencia era Urquiza pues a lo largo de su historia había
logrado importantes éxitos en esto de dar batalla, cosa que para nada había hecho Mitre
que no solamente había sido vencido tiempo antes en la batalla de Cepeda sino que
pocos años después y en la cruenta guerra del Paraguay y especialmente en cómo llevó
a la muerte a miles de soldados argentinos en Curupaity donde los paraguayos
masacraron a los regimientos argentinos, perdiendo ellos apenas unos pocos hombres y
demostrando que Mitre además de meter al país en una guerra inútil e incalificable no
tenía la más mínima idea de estrategia militar y que lo único que le cupo es hacer lo que
hizo dejar en manos de los brasileños la prosecución de la guerra hasta su definitivo
final.
Lo curioso de todo es que algunos historiadores explican el final de esta batalla
esgrimiendo toda suerte de explicaciones y razones: unos afirmaron que la retirada
cuando todo mostraba que la batalla la había ganado Urquiza se debió a una profunda
reflexión del caudillo entrerriano pensando que la lucha fratricida no tenia sentido de ser
continuada; otros expresaron que había entre ambos generales una suerte de pacto entre
”hermanos masónicos” y que todo ya se había derimido antes de la batalla; otros
historiadores han hablado de mala comunicación entre las distintas fuerzas de Urquiza y
así hasta el hartazgo. Lo cierto es que en un momento determinado de la misma. Mitre
se retiró del campo de batalla para embarcarse en un vapor ubicado en el Río Paraná que
lo llevaría de vuelta a Buenos Aires, pues daba por hecho que la batalla se había
perdido, algo que para nada creían los jefes del ejercito de Urquiza que estaban
convencidos del triunfo total.
Hasta ahí lo que cuentan los historiadores y las crónicas de esos y posteriores tiempos
pues ante la sorpresa de todos primero de sus seguidores y luego de los supuestamente
vencidos Urquiza, en un momento determinado abandonó el campo de batalla, dejó a
todos sus soldados sin jefatura y se marchó con un grupo de su estado mayor y de
soldados hacia el norte buscando cruzar el Paraná y volverse a Entre Ríos. En definitiva
le dejó o mejor le brindó o regaló el triunfo a su adversario que a partir de allí aplicaría
a rajatabla el plan de exterminio del régimen federal en el interior del país, a sangre y
fuego teniendo entre sus tantos objetivos prioritarios la destrucción del federalismo
riojano y de su jefe Peñaloza, además de proclamarse poco tiempo después el tercer
presidente constitucional argentino.
El que realmente pensamos habla claro y concreto sobre las razones que tuvo Urquiza
para alejarse del campo de batalla y darle la victoria a su adversario es el santafesino
José Luis Busaniche que en su monumental e inacabada obra “Historia argentina”
cuenta que preguntando alguien tiempo después a Urquiza las verdaderas razones que
tuvo para hacer lo que hizo, cambiando con su decisión totalmente el rumbo de nuestra
historia, contestó muy concretamente: “Me dolían las almorranas (hemorroides
vulgarmente).
La curiosa explicación de Urquiza citada por uno de los más serios historiadores
argentinos la pensamos válida pues nadie lo obligaba al prócer entrerriano a decir lo que
dijo explicando de esa manera que uno de los hitos de nuestra historia que marcó el
cambio de 180º de la misma se debía a esa causa realmente dolorosa quizá pero
realmente ridícula.
Aunque observando no solamente nuestra historia sino la del mundo en general creemos
que muchos hechos qué marcaron momentos fundamentales de la misma tuvieron
razones tan validas o estupidas como las que citamos.
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