OCR Document - Asociación Veteranos de Guerra de Malvinas

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El bautismo de fuego del ARA Santa Fe
*Por Jorge Rafael Bóveda
El Capitán de Corbeta Horacio Alberto Bicain, era un hombre bajo y delgado que en diciembre de 1981 acababa
de cumplir sus 39 años. Tenía pelo enrulado, ojos celestes y una sonrisa a flor de piel que ocultaban la firmeza de su
carácter. Dado su buen desempeño en la Escuela de Guerra la Armada lo designó Comandante de su primer submarino,
el Santa Fe (S21), la más antigua y veterana unidad submarina de nuestra Armada, que ya tenía escrita su "partida de
defunción", pues estaba previsto radiarlo del servicio hacia fines del año siguiente, dada la degradación generalizada de
todos sus sistemas y el precario estado de sus baterías que le permitían pocas horas de inmersión.
Un informe elevado por el Comandante saliente, Capitán de Corbeta Julio Eneas Grosso recomendaba al
comando de la Fuerza utilizar el S-21 con limitaciones y solo por cortos períodos de adiestramiento. Pese a todo Bicain
estaba resuelto a sonsacarle a su primer comando el máximo provecho. Para entonces había acumulado una gran
experiencia en sumergibles de esta clase en los que había prestado servicios en distintos cargos y capacidades,
incluyendo el cargo de jefe de máquinas. Su voz de mando clara y firme ponía en evidencia sus innegables condiciones de
conductor de hombres.
Su segundo al mando era el Capitán de Corbeta Horacio Michelis, un porteño oriundo de Floresta graduado con
honores de la Escuela de Submarinos, que había egresado de la Escuela Naval en el año 1966 (Promoción 94). Era un
hombre alto y fornido dueño de un gran sentido del humor. También era un avezado submarinista, aunque aún no había
cumplido comando. Suele decirse que existen pocas personas que parecen haber nacido para desempeñarse en un
submarino. Michelis era uno de estos hombres. Para él cumplir funciones a bordo era tan natural como respirar y esta era
sin duda una de las causas de su gran ascendiente sobre los hombres. Ellos sabían que él sabía exactamente lo que
estaba haciendo en un submarino, lo que sumado a su constante preocupación por el bienestar de sus subordinados y su
innata habilidad didáctica para todas las cuestiones técnicas, inspiraba gran confianza a sus subordinados. No es de
extrañar entonces que su figura a bordo gozara de una aureola de admiración y respeto pocas veces igualada por otros
oficiales submarinistas. Bicain y Michelis constituían un buen equipo de trabajo que redundó en beneficio de toda la
tripulación.
El Jefe de máquinas e inmersión, teniente de fragata Juan Carlos Segura, próximo a contraer enlace, era la
primera vez que ocupaba ese cargo de gran responsabilidad aunque ya había servido a bordo el año anterior en calidad
de jefe de electricidad y en consecuencia conocía bien el buque. En una breve navegación efectuada en diciembre de
1981 en aguas próximas a la Base Naval de Mar del Plata (con el objeto de transferir el comando de la unidad) demostró
gran aplomo y habilidad bajo una inesperada situación de "emergencia" que los obligó a emerger tras una frustrada
maniobra de inmersión generada por una falla del material en los planos de popa, la que recién fue descubierta en Puerto
Belgrano durante un período de reparaciones en dique seco durante el mes de enero.
Su compañero de promoción, el teniente de fragata Daniel Martín, jefe del departamento armamento, había
egresado en el segundo lugar de la promoción 104 de la Escuela Naval Militar aunque había lucido uniforme casi toda su
vida, pues era egresado del Liceo Naval Almirante Guillermo Brown. Martín era un oficial despierto y sagaz que
desplegaba gran iniciativa profesional en todas sus tareas. Esas cualidades sumadas a su carácter ameno y jovial le
habían ganado con facilidad el respeto de superiores y subordinados. Pese a la importancia de su cargo Martín era
consciente que su función, dado el precario estado del sumergible, era más nominal que real. Recordemos que estos
buques aunque habían sido desplegados con órdenes de operar en el Océano Pacífico durante la crisis con Chile, en
diciembre de 1978, hacía mucho tiempo que no efectuaban lanzamientos con torpedos con cabeza de combate. Su buen
desempeño durante el año anterior le valieron que fuera considerado "indispensable" para la nueva dotación, por lo que
fue retenido a bordo para un segundo año de servicio.
El guardiamarina Juan José Iglesias con apenas 24 años de edad había finalizado a fines de 1981 la Escuela de
Submarinos egresando en el primer lugar. Como merecido premio a su esfuerzo fue el único de los nuevos submarinistas
en ser destinado a un submarino. De este modo se convirtió en el primer Guardiamarina de la historia de la Fuerza en
tomar el cargo de Jefe de Navegación con esa graduación. Irónicamente la totalidad de su adiestramiento lo había sido en
los nuevos submarinos clase Salta, del tipo 209 alemán, por lo que tuvo que empezar de cero. Aún hoy recuerda con
cierta nostalgia cuando el Capitán Michelis poco antes de irse de licencia, en febrero de 1982, le dijo: "Cuando vuelva en
marzo le vaya tomar examen desde el primer tornillo del periscopio hasta la quilla", ¡tiene treinta días para prepararse!
Iglesias no solo aprobó el examen de sus superiores sino que fue premiado por el propio Comandante con una botella de
"Johnnie Walker" tras realizar con éxito su primera inmersión durante una corta navegación de adiestramiento.
Estos son algunos de los hombres del Santa Fe que les tocó en suerte protagonizar el "bautismo de fuego" del
arma submarina durante la madrugada del 25 de abril de 1982, que pasaría a la historia como el primer combate
aeronaval de todo el conflicto. Fue en esta ocasión en que por primera vez un anticuado helicóptero Wasp de la Royal
Navy les lanzó el primero de varios misiles filoguiados AS-12 que hicieron blanco en la torreta del submarino
atravesándola de lado a lado. Fue la primera acción misilística efectuada por la Marina Real en tiempo de guerra. ¡Habían
comenzado las hostilidades!
Pero todo aquello era aún ajeno a las vivencias del Capitán de Corbeta Horacio Bicain y su tripulación, cuando el
veterano Santa Fe soltó amarras de la Base Naval de Mar del Plata un 16 de abril hacia las 23:30 horas, en la que sería
su segunda y última misión de combate. La primera había sido durante el desembarco de Comandos Anfibios y Buzos
Tácticos el 2 de Abril en las Malvinas. Un sinnúmero de averías producidas durante su participación en esa oportunidad
durante la Operación "Azul-Rosario", habían sido ajustadamente reparadas el día anterior, de modo de completar su alistamiento en el perentorio plazo que se le había otorgado para zarpar.
A poco de iniciado el viaje, mientras esperaban en el antepuerto la entrada de un buque, el submarino
experimentó una falla generalizada en el sistema eléctrico de propulsión que los obligó a permanecer al garete a unas 5
millas de la costa. Recién pudieron ponerse en marcha nuevamente hacia las 05:30 de la madrugada.
La orden de operaciones les imponía desembarcar en el puerto de Grytviken al futuro "Comandante Militar de las
Georgias del Sur", Capitán de Corbeta de Infantería de Marina Luis Lagos, conjuntamente con otros 5 oficiales y 14
hombres, que conformaban un modesto grupo de apoyo de base y unas 6 toneladas de pertrechos de guerra para la
guarnición Argentina que permanecía aislada allí desde el 3 de abril. También podían relevar a todos aquellos hombres
que no estuvieran en condiciones de permanecer en la isla. Cumplida esa tarea debían ocupar un área de patrulla (nombre en código "Carlota") frente a Bahía Cumberland. Adicionalmente, la superioridad dispuso -en virtud de directivas
políticas emanadas de la Junta Militar que la operación se llevara a cabo con prohibición absoluta de usar los torpedos,
salvo para la autodefensa, puesto que se temía que una acción ofensiva pudiera - en esta temprana etapa del conflicto entorpecer las negociaciones de paz que se estaban llevando a cabo entre los beligerantes en los foros internacionales.
Permanecer indetectado y aprovechar al máximo el factor sorpresa constituían su única posibilidad de éxito.
La primera gran prueba que debieron superar los tripulantes del Santa Fe fue el penoso tránsito en superficie
hacia su remoto objetivo, distante a más de 1.800 millas de su apostadero habitual, en el cual se sucedieron un sinnúmero
de desperfectos y fallas operativas de todo orden, que en un momento dado obligaron al submarino a navegar 15 horas
sobre un solo motor y más tarde otras 60 con solo dos de ellos.
Alrededor del 20 de abril un fuerte temporal del sudoeste los obligó a ir a inmersión, ocasión en que
experimentaron notorias dificultades para hacer snorkel. Al amainar el mal tiempo y salir a superficie comprobaron con
estupor que se habían desprendido varias planchas del recubrimiento de la "torreta" sobre la banda de estribor y que se
había aflojado completamente su parte papel. Estas averías incidieron negativamente en la firma acústica del submarino
con el consecuente aumento del riesgo de ser detectados por el enemigo. Pero aún faltaba lo peor.
Encontrándose a veintitrés horas de Grytviken fueron informados, gracias a la exploración aérea propia, de la
presencia de unidades de superficie enemigas operando 40 millas al norte del objetivo, con la apreciación de que éstas
constituían un grupo de tareas que se aprestaban a ejecutar acciones sobre Grytviken-Leith. Ello coincidía con la
"advertencia confidencial" que el gobierno británico -vía la embajada Suiza- hizo llegar a la Argentina el 23 de abril a las
17:20 (hora local) en el sentido de que cualquier buque de guerra, incluyendo submarinos, buques auxiliares o aviones
militares y civiles que puedan constituir una amenaza o interfieran en la misión de las Fuerzas Armadas Británicas en el
Atlántico Sur encontrarían la respuesta apropiada. Era evidente que se estaba cocinando algo y ese algo era la recaptura
de las Georgias del Sur.
Un análisis retrospectivo de este cambio de escenario parecía aconsejar poner punto final a la misión del Santa
Fe, dada la precariedad de su condición operativa y el escaso rédito que se obtendría, aún en el caso de cumplimentar
exitosamente la operación. No obstante "COFUER8UB" ordenó llevar a cabo la misión "lo antes posible", pues temía la
inminente caída de la plaza. Para la sufrida dotación del 8-21 ello significaba una sola cosa: que deberían burlar una
estrecha red de fragatas antisubmarinas, submarinos nucleares y aviones de exploración enemigos en torno a las
Georgias, todos los cuales habían sido alertados de su presencia en el área.
A partir de ese momento, el Santa Fe asume una derrota directa a Grytviken. El 24 de abril a las 14:00 horas
recaló en el Cabo Buller, un punto notable de la costa noreste de la Isla San Pedro, desde donde comenzaron la
aproximación en inmersión hacia la boca de bahía Cumberland. Emergieron de noche a la altura de Punta Robertson
(Bahía Fortuna) desde donde continuaron barajando la costa, con el deliberado propósito de enmascarar los ruidos
propios con los de las rompientes, ardid que funcionó a la perfección puesto que no fueron detectados.
Sin encontrar oposición alguna en su aproximación, el S-21 detuvo sus motores a 1 milla al sudeste de Punta
Carcelles, en la boca de la Caleta Capitán Vago (bahía Guardia Nacional) hacia las 23:30 del 24 de abril. No se juzgó
prudente amarrar al muelle, por desconocerse las condiciones hidrográficas de la zona y la imposibilidad de contar con la
ayuda del radar, que no discriminaba ningún objeto que estuviera dentro de una milla náutica de distancia.
Con la asistencia de una lancha a motor capturada al British Antarctic Survey, logran desembarcar en poco más
de tres horas: víveres, municiones y armamento para la guarnición Argentina al mando, hasta ese momento, del Teniente
de Navío LM. Guillermo Luna. No obstante la dificultad inicial para establecer enlace con Grytviken, hizo que la maniobra
de descarga se viera sensiblemente demorada, lo que resultaría a la postre el principio del fin del Santa Fe.
Para compensar el tiempo perdido el Comandante Argentino no tenia otro recurso que asumir un riesgo
calculado: alejarse de la embocadura de bahía Cumberland a máxima velocidad navegando en superficie, pues solo así
conseguiría alcanzar la seguridad que proporcionan para un submarino las aguas abiertas.
Bicain era plenamente conciente que las chances de salir indemne de aquella trampa eran minúsculas, pues
intuía que el enemigo estaba pisándole los talones. Y no se equivocaba.
Conforme pasaban las horas el cerco enemigo en torno a las islas se hacia cada vez más estrecho. Dos
submarinos nucleares de ataque patrullaban las rutas de aproximación a la isla desde hacía varios días: el primero (HMS
Conqueror) la costa Norte y Noreste hasta la boca de la bahía Cumberland y el segundo (HMS Spartan) debió encargarse
de la costa Oeste y la Sur de la Isla San Pedro. A esas poderosas plataformas antisubmarinas se sumaban seis
helicópteros embarcados en los distintos buques de la fuerza naval que los buscan en distintos puntos de la isla, pues el
Comandante británico aún ignoraba el paradero del S-21, que en los hechos ya había logrado traspasar sus defensas.
Pero la buena estrella del "Santa Fe" estaba a punto de extinguirse.
Hacia las 05.55 de aquél domingo 25 de abril, momentos antes de ir a inmersión, el vigía de estribor, cabo
Felman, estaba recostado sobre la vela mirando hacia popa con la vista clavada en el horizonte cuando ve atónito un
helicóptero descolgarse de una nube a unos 600 metros del barco desplazándose a gran velocidad en dirección al
submarino. i Helicóptero a popa! Se oyó enseguida el grito de alarma por el difusor de órdenes. Tres pares de ojos
convergen sobre el aparato que ya realiza su aproximación final a muy baja altura por la aleta de babor del submarino. La
guardia de navegación se descuelga enseguida por la escalerilla del puente con la intención de buscar refugio en el
interior del casco resistente, pero encuentran la escotilla herméticamente cerrada, como consecuencia de la condición de
clausura que se había impuesto segundos antes al divisarse la aeronave. Electrizados los tres hombres regresan al
puente, a tiempo para observar como el aparato sobrevuela el submarino describiendo un giro cerrado a babor.
Bajo cubierta el Comandante ordena ¡todo timón a estribor! con la esperanza de eludir las bombas de profundidad que acababa de arrojar el enemigo. Casi enseguida, dos violentas explosiones hicieron rugir el océano, haciendo
temblar al submarino. El ARA "Santa Fe" quedó momentáneamente a oscuras y sin propulsión. Pero la confusión duro
poco pues el personal de máquinas logró en un abrir y cerrar de ojos encender los dieseis y con ellos restablecer la luz
eléctrica en todo el submarino.
Todavía conmovido por las explosiones Bicain subió al puente para evaluar los daños y apreciar visualmente la
situación táctica del submarino. Mientras meditaba su próximo paso observó como el buque describía un elegante
semicírculo a estribor. Tras relevar a la guardia de navegación, ordenándoles cubrir sus puestos de combate bajo cubierta,
inspeccionó visual mente la estructura del casco y constató que las cargas de profundidad habían detonado a la altura de
la vela en el sector del casco reforzado (de una pulgada de espesor) averiando los tanques de lastre.
El enorme helicóptero Wessex 3 que los había atacado hacía un momento, inició un vuelo estacionario a unas
400 yardas del submarino, por la amura de estribor, arriando el sonar para desalentar cualquier tentativa de sumergirse.
Imprevistamente el inglés abrió el fuego con una violenta y certera lluvia de proyectiles, que obligó al
Comandante a buscar protección arrojándose al suelo. Por fortuna la mayor parte de los disparos hizo blanco en el sector
de los mástiles (léase periscopios). El cabo Felman -que había descendido a control para ocupar su lugar como "planero" solicitó autorización al jefe de inmersión para responder el fuego con armas automáticas. En pocos instantes se forma,
espontáneamente, un grupo de tiradores voluntarios armados con fusiles. Cinco hombres se apiñan como pueden en los
reducidos espacios de la vela, tomando posiciones para repeler el próximo ataque. Paralelamente se establece una
cadena de hombres desde el cuarto de torpedos de popa hasta el puente, para buscar y pasar la munición.
Todavía no se habían repuesto del primer ataque cuando la oscura silueta de un helicóptero Sea Lynx se colgó
literalmente de la popa dejando caer un torpedo antisubmarino. Quienes estaban en ese momento en el puente ven
atónitos al terrible artefacto zambullirse en el mar. La distancia es tan corta que ya no cabe intentar maniobra alguna para
evitar el peligro. Todos miran petrificados la muerte inevitable que se dirige hacia ellos. El enemigo aprovecha la confusión
abriendo el fuego sobre la vela, obligando a nuestros hombres a buscar refugio en el reducido espacio del puente, el que
ofrece poco o ningún resguardo puesto que está diseñado sólo para darle al submarino un perfil hidrodinámica a los
mástiles. El improvisado grupo de fusileros, devuelve el saludo con una fuerte granizada de metal, que obliga al
helicóptero a mantener una respetuosa distancia. Pasan segundos interminables sin que se produzca ninguna detonación,
por lo que concluyen que a tan poca profundidad el torpedo no ha tenido tiempo de armarse o en todo caso estaba
defectuoso. Sea como fuere celebraron estar aún con vida, ¡y a flote!
Los primeros informes de las averías que llegan a control indican que el "valvulón" había sido dañado aunque ello
no pudo verificarse fehacientemente. Un rápido vistazo a los instrumentos reveló también que varios manómetros habían
perdido sus manecillas: el de profundidad es una de las víctimas. El tablero de aberturas del casco, el sistema de
comunicaciones internas y las alarmas también están fuera de servicio. Este penoso cuadro comprometía la seguridad del
buque en caso de ir a inmersión, por lo que Bicain decide permanecer en superficie y revertir su curso hacia la costa más
próxima (Punta Larsen) distante a solo 5 millas. Tras analizar su situación táctica, concluyó que lo mejor sería replegarse
hacia Grytviken a máxima velocidad, pues allí nuestras tropas contaban con armamento suficiente para conjurar el peligro
de un nuevo ataque aéreo.
A partir de ese instante comenzó una frenética carrera contra reloj para alcanzar la seguridad de la Caleta
Capitán Vago, siempre bajo el nutrido fuego de los helicópteros enemigos que se relevaban unos a otros para rematarlo,
utilizando misiles filoguiados AS-12 y torpedos antisubmarinos MK-46. Ello sin contar los aproximadamente 1.600 disparos
de armas automáticas que se calcula recibió el submarino durante su repligue hacia Grytviken. El grupo de fusileros al
mando del cabo Felman, logró rechazar gallardamente uno tras otro los sucesivos ataques de la aviación enemiga.
Apenas cinco hombres con armas automáticas separan al Santa Fe de una muerte segura, en las gélidas aguas de la
bahía Guardia Nacional. Uno de estos bravos marinos, el Cabo Segundo Alberto Macias, sufrió durante uno de los
ataques la amputación traumática de su pierna derecha a la altura de la rodilla cuando un misil enemigo perforó el
recubrimiento de fibra de vidrio de la vela, atravesándola de lado a lado como si fuera de cartón.
El calvario del S-21 concluyó hacia las 7:30 de aquella espléndida mañana de domingo cuando Bicain, asediado
por el fuego de metralla enemigo se ve forzado a atracar al muelle de la base científica utilizando el periscopio y logrando
poner a salvo a toda la tripulación, incluyendo a su único herido en combate. La enseña celeste y blanca aún flameaba
orgullosa al tope del mástil de la Isla San Pedro.
Concluido el conflicto un autor británico, que participó activamente en la contienda bélica y que más tarde volcó al
papel sus experiencias de guerra le dedico al buque un apropiado epitafio: "el Santa Fe cayó en el cumplimiento del deber,
haciendo su parte en la historia con estilo y arrojo".
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