Técnicas de análisis para determinar la existencia de la conducta en los casos de prácticas colusorias Informe final* Abril de 2011 * Preparado por Germán Coloma (Argentina), consultor internacional de la UNCTAD. Esta actividad se realiza dentro del marco del componente regional del Programa COMPAL II. Se agradecen los comentarios a versiones anteriores de Hassan Qaqaya y Pierre Horna (UNCTAD), Pablo Marquez (SIC), Miguel Angel Luque y Hugo Figari (INDECOPI), y participantes de los talleres nacionales efectuados en Bogotá y en Lima en el mes de marzo de 2011. INDICE DE CONTENIDOS I. OBJETIVO .......................................................................................................................................... 3 II. CARACTERIZACIÓN DE LAS PRÁCTICAS COLUSORIAS ................................................ 3 III. TÉCNICAS DE ANÁLISIS ........................................................................................................... 8 III.1. III.2. III.3. III.4. III.5. IV. APLICACIÓN A PRÁCTICAS ESPECÍFICAS ........................................................................30 IV.1. IV.2. IV.3. V. DETECCIÓN DE CARTELES .......................................................................................................... 8 EVIDENCIAS DE COMPORTAMIENTO COLUSORIO .......................................................................14 MARCADORES DE LA COLUSIÓN ................................................................................................17 PRÁCTICAS FACILITADORAS DE LA COLUSIÓN ..........................................................................20 DAÑOS OCASIONADOS POR UN CARTEL .....................................................................................23 ACUERDOS DE PRECIOS .............................................................................................................30 ACUERDOS DE CANTIDADES......................................................................................................33 REPARTOS DE MERCADOS Y COLUSIÓN EN LICITACIONES .........................................................34 ANÁLISIS DE CASOS INTERNACIONALES ..........................................................................37 V.1. V.2. V.3. VI. ESTADOS UNIDOS .........................................................................................................................37 UNIÓN EUROPEA.......................................................................................................................41 AMÉRICA LATINA .....................................................................................................................44 TRATAMIENTO LEGAL Y JURISPRUDENCIAL EN COLOMBIA Y PERÚ....................51 VI.1. COLOMBIA ................................................................................................................................52 VI.1.1. APLICACIÓN DE TÉCNICAS DE ANÁLISIS PARA DETECTAR LA COLUSIÓN EN CASOS DE ACUERDO DE PRECIOS: SIC C/ LUKER Y COMPAÑÍA NACIONAL DE CHOCOLATES ..........................................................52 VI.1.1. APLICACIÓN DE TÉCNICAS DE ANÁLISIS PARA DETECTAR LA COLUSIÓN EN CASOS DE ACUERDO DE CANTIDADES: EL CARTEL DE LAS CEBOLLAS .............................................................................................55 VI.2. PERÚ .........................................................................................................................................56 VI.2.1. APLICACIÓN DE TÉCNICAS DE ANÁLISIS PARA DETECTAR LA COLUSIÓN EN CASOS DE ACUERDO DE PRECIOS: EL CARTEL DEL AZÚCAR ............................................................................................................57 VI.2.2. APLICACIÓN DE TÉCNICAS DE ANÁLISIS PARA DETECTAR LA COLUSIÓN EN CASOS DE ACUERDO DE CANTIDADES: EL CARTEL DE LOS POLLOS .................................................................................................59 VI.3. COMPARACIÓN ENTRE JURISDICCIONES ....................................................................................60 ANEXO: ANTECEDENTES DEL CONSULTOR .................................................................................62 INDICE DE CASOS CITADOS ...............................................................................................................63 REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS .....................................................................................................65 2 I. Objetivo El objeto del presente informe, elaborado a pedido de la UNCTAD y dirigido a las agencias de competencia de Perú y Colombia (INDECOPI y SIC), es mostrar los avances obtenidos en el proyecto denominado “Técnicas de análisis para determinar la existencia de la conducta en los casos de prácticas colusorias”, el cual se focaliza en identificar y capacitar a los funcionarios designados en las más importantes técnicas de análisis de la existencia de la conducta en los casos de prácticas colusorias. Específicamente, el estudio se concentrará en los temas de identificación y explicación de criterios económicos y legales generales para la evaluación de la existencia de prácticas colusorias, y las técnicas de análisis seleccionadas considerarán los desarrollos más importantes de la literatura académica y de las agencias de competencia de mayor prestigio a nivel internacional, así como las dificultades prácticas que podrían enfrentar las agencias de competencia de Perú y Colombia para su utilización. Por esto es que el trabajo contiene también un capítulo de comentarios sobre el tratamiento legal y sobre algunos casos resueltos recientemente en esas dos jurisdicciones. El proyecto contempla además la realización de dos talleres de entrenamiento (uno en Perú y otro en Colombia) para el personal de las agencias de competencia de Perú y Colombia, que se llevarán a cabo en fechas próximas uno del otro, y de manera conjunta con los talleres previstos en otro trabajo similar (sobre abusos de posición de dominio) a cargo del mismo consultor. II. Caracterización de las prácticas colusorias La colusión puede definirse como una situación en la cual una serie de empresas acuerdan no competir entre ellas con el objetivo de incrementar los beneficios conjuntos de todo el grupo. Dicho incremento puede lograrse a través de diferentes instrumentos, pero tiene la característica común de que trae aparejado un aumento en los precios y una reducción en los volúmenes comerciados respecto de los que regirían en una situación en la cual las empresas compitieran entre sí1. A diferencia de los acuerdos que implican algún tipo de integración horizontal, la colusión lisa y llana (también denominada “cartelización”) no tiene en principio ningún tipo de ventaja de eficiencia productiva que pueda relacionarse con un mejor aprovechamiento de los recursos o con el ahorro de costos2. Es probablemente por eso 1 Esta definición es la que aparece en un trabajo nuestro anterior (Coloma, 2009, capítulo 3), del cual hemos tomado también buena parte del análisis que aparece en esta sección. 2 Como toda regla, esta afirmación tiene también sus excepciones, al menos desde el punto de vista teórico. La inexistencia del equilibrio competitivo en mercados que presentan lo que se conoce como “núcleo vacío” (empty core), por ejemplo, ha llevado a ciertos autores a sostener que la colusión puede ser un mecanismo a través del cual mercados que de otro modo vivirían en permanente desequilibrio (con 3 que las prácticas horizontales colusorias son uno de los principales focos de atención de la legislación antitrust en todo el mundo, y una de las principales categorías de actos que la defensa de la competencia disuade. Las tres prácticas colusorias principales son los acuerdos de precios, los acuerdos de cantidades y los repartos de mercados. Los acuerdos de precios son convenios explícitos o implícitos entre competidores dirigidos a fijar de manera conjunta los precios a los cuales los mismos comerciarán sus productos. Dichos acuerdos pueden tener lugar a través de la fijación de precios uniformes entre los competidores o bien a través de la determinación de precios máximos o mínimos que dichas empresas respetarán al comprar o vender bienes o servicios. Un caso especial de esta práctica es el de los acuerdos para cotizar en las licitaciones (bid rigging), en el cual los potenciales competidores convienen las ofertas que se van a presentar en una serie de concursos de precios, estableciendo de antemano quién ganará cada una de las licitaciones acordadas. También entrarían dentro de la categoría de acuerdos de precios la fijación concertada de bonificaciones, descuentos, comisiones u otros elementos auxiliares que hacen a la determinación del precio de compra o venta de un producto. Una alternativa cuyos efectos pueden ser semejantes a los de la concertación de precios es la realización de acuerdos de cuotas o cantidades, a través de los cuales un número de empresas que en principio compiten entre sí convienen limitar su producción a ciertas cantidades preestablecidas o dividirse el mercado de acuerdo a ciertas participaciones fijas. A veces, este tipo de acuerdos toma la forma de un reparto de mercados, por el cual a cada empresa se le asignan ciertos clientes, áreas geográficas o categorías de productos de manera exclusiva, liberándoselos de la competencia con los restantes miembros del acuerdo. Si bien los acuerdos que involucran explícitamente precios, cantidades o porciones del mercado parecen ser en principio fáciles de caracterizar, en la práctica resultan comunes las situaciones en las cuales dichos elementos aparecen en forma velada. Tales son, por ejemplo, los casos de empresas que acuerdan utilizar un representante comercial común, los de asociaciones empresarias que negocian condiciones de compra o venta en representación de sus afiliados, los de entidades que intercambian información sobre precios y cantidades entre competidores, etc. En algunas circunstancias, dichas prácticas tienen efectos nulos o inclusive favorables sobre la competencia; en otras, pueden resultar artilugios para encubrir concertaciones destinadas a restringir dicha competencia. La legislación comparada de defensa de la competencia muestra que existen algunas prácticas concertadas que suelen considerarse como anticompetitivas en sí mismas (per se), en tanto que otras lo son sólo si resulta posible demostrar sus efectos negativos a través del empleo de una regla de la razón. En general, dicha división tiene que ver con lo explícito de la práctica en cuestión, encuadrándose dentro del primer constantes entradas y salidas de empresas, quiebras y reestructuraciones societarias) logren una estructura industrial estable y más eficiente desde cierto punto de vista. Al respecto, la referencia más importante es Telser (1987). 4 grupo a los acuerdos directos sobre precios, cantidades o porciones del mercado, y dentro del segundo a las denominadas “restricciones auxiliares” (ancillary restraints). La división entre restricciones directas y auxiliares y su relación con la anticompetitividad absoluta y con la regla de la razón tuvo su origen en la sentencia que definió el caso norteamericano “EEUU c/ Addyston Pipe y otros” (1898), y se la conoce en la literatura sobre derecho antitrust bajo el nombre de “doctrina de las restricciones auxiliares”3. Otra distinción aplicable a los casos de colusión, que suelen hacer las legislaciones y jurisprudencias de defensa de la competencia, es la que separa los casos de “colusión abierta” (overt collusion) de aquéllos de “colusión encubierta” (covert collusion). Los primeros se refieren a situaciones en las cuales la colusión se manifiesta a través de un acuerdo concreto sobre el cual existen pruebas directas, que muestran la existencia de comunicaciones entre las empresas participantes a través de las cuales las mismas acuerdan no competir en ciertos aspectos. La colusión encubierta, en cambio, tiene lugar cuando el acuerdo no puede probarse de manera directa, sino a través de indicios indirectos (por ejemplo, comunicaciones entre empleados de la misma empresa que hacen referencia a la existencia de acuerdos con competidores, ciertas conductas paralelas que no pueden explicarse razonablemente de no mediar un acuerdo explícito entre los competidores, etc). La distinción jurídica entre colusiones abiertas y encubiertas no debe confundirse con la distinción económica entre colusiones explícitas y tácitas. La colusión tácita consiste en un equilibrio de mercado que se produce cuando varios competidores se comportan “como si estuvieran acordando entre sí”, pero sin que medie comunicación alguna entre ellos. El resultado colusorio surge en este caso simplemente del hecho de que cada empresa, de manera individual, elige fijar un precio o proveer una cantidad o venderle a un grupo de clientes, y dicha decisión es consistente con la que tomaría un cartel formado por varias empresas competidoras para maximizar beneficios conjuntos4. Las decisiones que se toman en una situación de colusión tácita, sin embargo, tienen una lógica de maxmización de los beneficios individuales de cada empresa, y en general se explican por el hecho de que las empresas involucradas están considerando una serie de fenómenos intertemporales (es decir, fenómenos que pueden ocurrir en un momento futuro), entre los cuales está evitar posibles guerras de precios con sus competidores. Es el temor a que dichas guerras de precios (o episodios semejantes) se produzcan lo que lleva a las empresas a tomar decisiones que no necesariamente maximizan sus beneficios en el corto plazo (por ejemplo, lo que las induce a no bajar sus precios en el momento presente, aunque esto pudiera generarles un incremento en su demanda y, por ende, un beneficio positivo). La mayor parte de las doctrinas jurídicas aplicables a los casos de colusión son consistentes con la idea de que la colusión tácita no debe ser considerada una práctica 3 Para una mayor explicación acerca de esta doctrina, véase Sullivan y Harrison (1994), capítulo 4. Para un análisis más pormenorizado de la diferencia entre los modelos económicos de colusión explícita y tácita, véase Whinston (2006), capítulo 2. 4 5 anticompetitiva, y que en cambio la colusión explícita (tanto abierta como encubierta) sí debe serlo. El trabajo más citado al respecto es probablemente el de Turner (1962), que sostiene la idea de que la observación directa de los precios, cantidades y otras variables generadas por el funcionamiento de los mercados no puede ser un elemento válido para probar la existencia de prácticas horizontales colusorias, ya que las mismas siempre son consistentes con algún comportamiento individual racional de las empresas que no implica necesariamente colusión. La colusión tácita, por lo tanto, no podría de este modo distinguirse de alguna forma de competencia en variables distintas del precio, y no habría forma objetiva de probar su ocurrencia en los casos concretos que deben analizarse. En contraposición con esta opinión, sin embargo, se encuentra la corriente doctrinaria originada en el trabajo de Posner (1976), que sostiene que las evidencias de tipo económico pueden ser suficientes para probar la existencia de colusión. Esta afirmación puede interpretarse como equivalente a decir que la colusión tácita también es una conducta anticompetitiva, ya que en ella las empresas están en cierto modo faltando a su “obligación de competir entre ellas”. Para que tenga sentido aplicar este enfoque, sin embargo, resulta necesario confiar en que las evidencias de tipo económico son suficientes para distinguir entre la colusión tácita y las diversas formas posibles de “competencia imperfecta”. Al respecto, Posner sostiene que existen por lo menos doce elementos que pueden usarse para distinguir entre estas dos hipótesis, que a su entender son los siguientes: 1) participaciones de mercado fijas de las empresas en el tiempo; 2) discriminación de precios por parte de varias empresas simultáneamente; 3) mecanismos de intercambio de información de precios entre empresas; 4) variaciones de precios entre regiones no relacionadas con diferencias de costos; 5) cotizaciones idénticas en licitaciones; 6) aumentos de precios coincidentes con la gestación de un acuerdo horizontal; 7) fijación de precios de reventa por parte de todas las empresas de la industria; 8) participaciones de mercado declinantes en el tiempo para los líderes del cartel; 9) lentitud en la forma en la cual los precios reaccionan ante cambios en los costos; 10) demanda elástica a los precios de mercado; 11) tasas de rentabilidad altas para todas las empresas durante un período prolongado; 12) fijación de precios con “fletes fantasma” (basing-point pricing). Tal como hemos mencionado, sin embargo, la idea de que la colusión tácita también puede ser anticompetitiva no ha tenido hasta el momento mayor apoyo ni en la doctrina ni en la jurisprudencia antitrust de ningún país. Es por eso un tema importante definir qué tipo de evidencias deben utilizarse para diferenciar entre una colusión explícita encubierta y una colusión tácita (o una situación sin colusión), y para ello se ha desarrollado un concepto denominado “paralelismo consciente” (conscious parallelism). El paralelismo consciente implica la existencia de un comportamiento paralelo por parte de los competidores de un mercado, en lo que se refiere a sus decisiones de precios, producción o ingreso a ciertos segmentos, que resulta consistente con una hipótesis de colusión encubierta. En la mayoría de los casos, sin embargo, este tipo de 6 comportamiento resulta también congruente con otras hipótesis de comportamiento oligopólico, por lo cual su empleo como elemento preponderante de prueba ha sido discutido y rechazado en numerosos casos. Sin embargo, el paralelismo consciente es considerado en general como un elemento de prueba importante en los casos de colusión encubierta, en especial cuando aparece en conjunción con otros factores adicionales (por ejemplo, restricciones auxiliares, comunicación entre empresas competidoras, documentos referidos a la existencia de acuerdos explícitos, etc) que refuerzan su interpretación como evidencia de comportamiento colusorio. En la última década del siglo XX y lo que va del siglo XXI, numerosos países han intensificado además la aplicación de políticas antitrust que buscan probar la existencia de colusiones encubiertas a través de la obtención de pruebas adicionales de carácter directo (con lo cual en cierto modo transforman los casos en situaciones de colusión abierta). La más importante de dichas políticas es sin duda la que está detrás de los denominados “programas de clemencia” (leniency programs), que consisten en dar incentivos a las empresas para que se declaren culpables de haber incurrido en una conducta colusoria, y brinden pruebas que sirvan para probar de manera directa la ocurrencia de la conducta en cuestión, incriminando así a las restantes empresas del cartel. Dichos incentivos consisten en general en otorgarles inmunidad en los procesos que se llevan a cabo por las conductas en cuestión, o bien en reducirles sustancialmente las sanciones aplicables. En general, estos programas se emplean sólo con la primera empresa del cartel que confiesa su culpabilidad y, a veces, sólo cuando se trata de carteles que no están siendo investigados ya por las agencias antitrust. Desde el punto de vista de su lógica económica, los programas de clemencia han sido analizados como elementos que sirven para volver menos rentable la colusión explícita, y que por ende disuaden a las empresas de formar carteles. Según cuál sea la situación de la que se parte, puede obtenerse el resultado de que es mejor o peor limitar su uso al caso de la primera empresa que confiesa su culpabilidad, y lo mismo vale para la evaluación de la conveniencia de usar programas de clemencia en investigaciones que ya comenzaron y respecto de las cuales existen otras pruebas directas o indirectas de colusión. En general, sin embargo, la literatura económica sobre los efectos de los programas de clemencia coincide en que los mismos reducen el número de carteles rentables. No obstante, los programas de clemencia pueden generar también el efecto perjudicial de volver más sólidos los carteles que todavía subsisten, al crear la posibilidad de que las empresas usen dichos programas como una amenaza para aquellas otras empresas que estén pensando en desviarse del acuerdo colusorio5. Otro tema que suele cobrar relevancia adicional en el encuadramiento jurídico de los casos de colusión es la acción de las cámaras y asociaciones empresarias y profesionales. Este tipo de instituciones, cuyo objetivo principal es asumir la representación de un sector en sus reclamos y negociaciones con el gobierno y con los sindicatos de trabajadores, así como propender al mejoramiento de las actividades a las que se dedican sus miembros, suele servir en ciertas circunstancias como el instrumento 5 Para un análisis más pormenorizado de todos estos temas, véase Spagnolo (2008). 7 más eficaz (y, a veces, indispensable) para llevar a cabo prácticas de carácter colusorio. Así, ciertos acuerdos de precios y cantidades o repartos de mercados pueden surgir de disposiciones emanadas de una cámara o asociación empresaria o profesional, la cual puede tener también la función de “vigilante del cartel”, detectando los incumplimientos y sancionando a las empresas o profesionales que se apartan del acuerdo colusorio prescripto. Las asociaciones pueden cumplir también un papel menos activo pero igualmente importante, como lo es el de facilitar la comunicación entre las empresas de un sector y la de difundir los acuerdos entre ellas6. El empleo de cámaras y asociaciones para llevar a cabo acuerdos colusorios tiene sin embargo el inconveniente (que para las autoridades de defensa de la competencia deviene en ventaja) de volver explícitas y abiertas colusiones que en otro contexto quedarían encubiertas. Esto hace que muchos casos de colusión en distintos países hayan implicado sanciones a cámaras y asociaciones empresarias y profesionales, y que parte de los recursos de las agencias antitrust se dedique al monitoreo de este tipo de instituciones. La institucionalización de las concertaciones a través de cámaras y asociaciones, sin embargo, ha implicado también históricamente una cierta legalización de la colusión, ya que muchas veces este tipo de entidades cuenta con la protección de alguna norma específica, emanada de algún poder del estado, que le permite fijar honorarios mínimos, zonificar actividades, establecer barreras artificiales de entrada al mercado y efectuar otras actividades que pueden limitar indirectamente la competencia, tales como disponer paros, lock-outs o boicots. III. Técnicas de análisis III.1. Detección de carteles Si bien la principal forma de detectar carteles en la práctica antitrust es a través de evidencias directas sobre la existencia de los mismos (es decir, documentos que prueban la existencia de colusión, documentos que hacen referencia a la existencia de una práctica colusiva, testimonios de personas sobre dicha existencia, denuncias de empresas afectadas por la misma, etc), el análisis económico también puede ayudar en la tarea a través de una serie de métodos basados en información disponible sobre el tema. Al igual que para el caso de los abusos de posición de dominio, los principales métodos empíricos a utilizar en este tipo de situaciones se basan alternativamente en el empleo de ecuaciones de precios en forma reducida (reduced-form price equations) y de estimaciones estructurales de modelos, que contrastan explicaciones colusivas con explicaciones competitivas. El primer grupo es el que abarca las técnicas empíricas en las cuales se utilizan regresiones estadísticas del tipo de la que aparece en la siguiente 6 En ese sentido, resulta ilustrativo señalar que el artículo 101 del Tratado sobre el Funcionamiento de la Unión Europea equipara explícitamente a las conductas colusorias que provienen de acuerdos entre empresas con aquéllas que se originan en decisiones de cámaras y asociaciones empresarias. 8 ecuación: N Pi i ik X k i Di (1) ; k 1 en la cual Pi es el precio del producto bajo análisis, Xk es cada una de las N variables exógenas que explican las variaciones de Pi y que no tienen que ver con la existencia de colusión, Di es una variable dummy que indica la presencia de ciertas observaciones en las cuales se sospecha que puede existir colusión, y αi, βik y γi, son los parámetros a estimar. Dentro del grupo de variables exógenas que explican las variaciones de Pi que no tienen que ver con la existencia de colusión aparecen ciertos conceptos ligados con el costo de provisión del producto que se está analizando, como son los precios de los principales insumos necesarios para proveer el producto en cuestión. Dentro de ese grupo pueden aparecer también variables relacionadas con factores que mueven la demanda del bien (por ejemplo, variables dummy de tipo estacional o de tendencia) e, inclusive, variables relacionadas con la concentración del mercado como el índice de Herfindahl y Hirschman (HHI) o el market share de las empresas participantes en el mercado. Para casos particulares en los cuales existe una estimación objetiva y relativamente simple del costo marginal de provisión del bien bajo estudio (por ejemplo, casos de mercados de distribución o reventa de un producto, en los cuales el costo marginal puede aproximarse a través del precio mayorista Ri del producto en cuestión), el método de ecuaciones de precios en forma reducida puede sofisticarse un poco más utilizando como variable dependiente al margen entre precio minorista y precio mayorista (en vez de utilizar directamente al precio). Una forma simple de detectar la presencia de un cartel en ese tipo de contextos es estimar una ecuación como la siguiente: Pi Ri i i si Pi (2) ; en la cual si mide la participación de mercado de la empresa a la cual corresponde la observación de que se trate. Los parámetros αi y βi que surgen de la estimación de la ecuación 2 tienen en este caso una interpretación que se relaciona con la elasticidad-precio promedio de la demanda del producto que se está analizando y con el grado de colusión existente en el mercado bajo estudio. Esto se debe a que, si tomamos como hipótesis alternativas de comportamiento del mercado a la colusión y a la competencia oligopólica, el valor del margen entre precio y costo marginal (que en este caso estamos aproximando a través del margen entre Pi y Ri) debe alternativamente igualarse con: Pi Ri s i Pi / i / (3) ; 9 para el caso de un oligopolio competitivo, y con: Pi Ri 1 Pi / i / (4) ; para el caso de un oligopolio perfectamente colusivo (donde ηi es la elasticidad-precio de la demanda del producto bajo análisis). Si consideramos a la colusión como un fenómeno que puede medirse en grados que van desde una situación de ejercicio total del poder de mercado conjunto hasta una situación de colusión inexistente, y que dichos grados pueden aproximarse a través de un parámetro θi que toma un valor igual a uno para el caso de colusión perfecta y un valor igual a cero para el caso de competencia oligopólica (ausencia de colusión), las ecuaciones (3) y (4) pueden integrarse en una única ecuación del siguiente tipo: Pi Ri 1 i i si Pi / i / / i / (5) ; que es virtualmente idéntica a la ecuación 2 escrita anteriormente7. La única diferencia entre las ecuaciones 2 y 5 es la forma en la cual están expresados sus parámetros, que en la ecuación 2 son los coeficientes directos de estimación y en la ecuación 5 son dos conceptos que subyacen detrás del modelo teórico que se está testeando. Pero si se conocen los valores de αi y βi que surgen del análisis de regresión de la ecuación 2, entonces los valores estimados para ηi y para θi no serán otra cosa que: / i / 1 i i i ; i i i (6) ; y dichos valores podrán ser testeados en cuanto a su valor esperado y a su significación estadística. En particular, podrá considerarse que existe evidencia de colusión si θi es significativamente distinto de cero (y, en particular, si no es significativamente distinto de uno). La lógica de la metodología descrita en los párrafos anteriores descansa esencialmente sobre la idea de que la hipótesis competitiva contra la cual se compara la hipótesis colusoria que se está analizando sigue un modelo de competencia oligopólica que en la literatura económica se conoce bajo el nombre de “modelo de Cournot”8. Si se quieren explorar otras alternativas posibles a este modelo para conceptualizar la interacción de las empresas en una situación competitiva, se vuelve necesario complejizar la estimación, pasando de metodologías como la descrita en la cual se emplean “formas reducidas” a otras en las cuales lo que se intenta hacer es una “estimación estructural de oferta y demanda” para el mercado bajo análisis. Nótese que el parámetro θi que aparece en las ecuaciones 5 y 6 es un ejemplo de 7 Esta relación, y su utilización en la implementación empírica de modelos de detección de carteles, fue propuesta originalmente por Clarke, Davis y Waterson (1984). 8 Para un análisis de este tema, véase Coloma (2005), capítulo 3. 10 lo que en la economía de la organización industrial empírica se conoce como un “parámetro de conducta”. En dichas ecuaciones, el parámetro en cuestión aparece como resultado de una estimación de una ecuación de precios (o mejor dicho, de márgenes) en forma reducida, pero el mismo es susceptible de aparecer también como resultado de una estimación estructural de oferta y demanda del mercado que estamos analizando. A efectos de ilustrar una situación como ésa, supongamos que estamos en presencia de un mercado para el cual contamos con una base de datos de precios y cantidades comerciadas a lo largo del tiempo (datos de series de tiempo), o bien que dicha información aparece discriminada también por sub-mercados geográficamente localizados en los cuales operan básicamente las mismas empresas (datos en panel). Supongamos también que para cada observación se cuenta con datos acerca de ciertas variables ligadas con la demanda (por ejemplo, ingreso por habitante, población, precios de bienes complementarios o sustitutos, variables dummy que miden la estacionalidad, etc) y de otras variables ligadas con los costos de los oferentes (por ejemplo, precios de los insumos, capacidad instalada, variables dummy que miden la localización o las diferencias de productividad, etc). Así presentados los datos, uno de los objetivos de las estimaciones de oferta y demanda es estimar las siguientes ecuaciones de precio de demanda y costo marginal: N Pi i ik X k i Qi (7) ; k 1 M Cmi i ih Z h (8) ; h 1 donde Xk son variables que inciden sobre la demanda del bien bajo análisis, Zh son variables que inciden sobre el costo de provisión de dicho bien, Qi es la cantidad comerciada en el mercado, Cmi es el costo marginal, y αi, βik, γi, δi y λih son los parámetros a estimar. Si en un modelo como éste queremos contrastar una hipótesis de comportamiento competitivo con otra hipótesis de comportamiento colusivo, la forma más directa de llevar a cabo dicha contrastación es definir primero el concepto de ingreso marginal (Imi) correspondiente a cada hipótesis. En el caso de la competencia, puede suponerse en principio que dicho concepto se iguala con el precio (Pi), en tanto que en una situación de colusión perfecta el ingreso marginal será equivalente al de un monopolista que abasteciera todo el mercado, y sería por lo tanto igual a: Ιmi Pi i Qi (9) . Si ahora suponemos que un cartel intentará maximizar sus beneficios igualando su ingreso marginal con su costo marginal, entonces resulta posible combinar las ecuaciones 8 y 9, y escribir una sola ecuación de precio de oferta bajo colusión perfecta que será la siguiente: 11 M Pi i ih Z h i Qi (10) . h 1 Alternativamente, la función de precio de oferta bajo competencia perfecta será idéntica a la función de costo marginal, y podrá por lo tanto escribirse como: M Pi i ih Z h (11) . h 1 Al igual que lo que hicimos anteriormente con las ecuaciones 3 y 4, las ecuaciones 10 y 11 pueden combinarse en una única expresión a través del empleo de un parámetro de conducta (θi), y escribirse de la siguiente manera: M Pi i ih Z h i i Qi (12) ; h 1 y dicha ecuación puede estimarse de manera simultánea con la correspondiente función de precio de demanda que surge de la ecuación 7. Los coeficientes obtenidos podrán a su vez ser testeados en cuanto a su valor esperado y a su significación estadística, siendo en este caso evidencia de colusión que el parámetro θi sea significativamente distinto de cero (y, en particular, que no sea significativamente distinto de uno)9. Con una metodología como la expuesta es en principio posible contrastar cualquier hipótesis competitiva con cualquier hipótesis colusiva para mercados de productos homogéneos. Esto se debe a que los distintos modelos teóricos desarrollados para tales mercados tienen implícito un cierto valor esperado del parámetro de conducta θi, que puede ser “θi = 0” (competencia perfecta), “θi = HHI” (oligopolio de Cournot), “θi = sD” (liderazgo de precios, donde sD es el market share de la empresa dominante), “θi = 1” (colusión perfecta), etc. Como ilustración de esto, considérese la siguiente estimación de oferta y demanda que hemos llevado a cabo para el mercado argentino de tereftalato de polietileno (PET), que es un insumo petroquímico que se utiliza fundamentalmente para la elaboración de botellas de plástico. Para este caso, hemos utilizado datos mensuales del período 2002-2004, y hemos especificado a la demanda y a la oferta del siguiente modo: vtas+import = α1 + α2*inv + α3*ver + α4*emi(-1) + α5*pmerc(-1) (13) ; pprod = β1 + β2*pins(-1) + β3*(vtas+export) -(θ/α5)*(vtas+import) (14) ; donde “vtas” es la cantidad vendida por el único oferente local del producto, “export” son las exportaciones de dicho oferente local a otros países, “import” son las importaciones de PET de otros países hacia la Argentina, “inv” y “ver” son dos variables dummy de tipo estacional correspondientes a los meses de invierno y de verano, “emi” es un estimador mensual industrial que intenta medir la evolución del ingreso de los compradores de PET, “pins” es el precio del principal insumo que se utiliza en la elaboración del PET (etilenglicol), “pmerc” es el precio promedio de venta del PET en el 9 Para una explicación más detallada de este método, véase Coloma (2005), capítulo 11. 12 mercado argentino, “pprod” es el precio de venta del PET del oferente local en el mercado argentino, y “α1”, “α2”, “α3”, “α4”, “α5”, “β1”, “β2”, “β3” y “θ” son los parámetros a estimar (entre los cuales “θ” es el parámetro de conducta). Los resultados que se obtuvieron de estimar estas ecuaciones usando un método de mínimos cuadrados en tres etapas (en el cual se consideraron a “vtas”, “export”, “import”, “pmerc” y “pprod” como variables endógenas) fueron los siguientes: vtas+import = -754,7 - 2066*inv + 3491*ver + 343,3*emi(-1) - 16447*pmerc(-1) (15) ; pprod = 0,344 + 1,219*pins(-1) + 0,0001*(vtas+export) +(0,1816/16447)*(vtas+import) (16) ; surgiendo como elemento de juicio más importante de esta estimación la idea de que el parámetro de conducta “θ” tomaba un valor estimado de 0,1816, que no era significativamente distinto de cero al 10%. La conclusión principal de estos números, por lo tanto, es que el mercado analizado no parece presentar evidencias de colusión, ya que no puede rechazarse la hipótesis de que “θ = 0” y de que, por lo tanto, el mercado es perfectamente competitivo. Si se evalúan otras hipótesis alternativas, sin embargo, los resultados nos muestran que tampoco puede rechazarse una hipótesis de competencia imperfecta intermedia entre la competencia perfecta y el oligopolio de Cournot, pero que sí puede rechazarse al oligopolio de Cournot como tal y también a la colusión perfecta10. Todo lo expuesto hasta aquí en esta sección se refiere a la posibilidad de detectar carteles en mercados de productos relativamente homogéneos. Si en vez de un producto homogéneo estamos ante el caso de un mercado con productos diferenciados, la situación se complejiza significativamente, y pasa a tener mucha importancia el tipo de diferenciación de productos que se esté analizando. Las técnicas de estimación de parámetros de conducta deben entonces adaptarse a contextos en los cuales el poder de mercado no proviene solamente de que la competencia o la colusión sean más o menos imperfectas, sino también del grado de sustitución entre las variedades del producto considerado, que puede generar que cada empresa tenga cierto poder de mercado basado en cuán particular sea la variedad del producto que ofrece (en relación a las restantes variedades). Si bien los resultados de la teoría de la colusión no son tan concluyentes para los casos de productos diferenciados como lo son para los casos de productos homogéneos, la literatura sobre organización industrial ha llegado a algunas conclusiones más o menos generales. La primera es que, normalmente, sostener la colusión es más difícil si un producto es diferenciado que si es homogéneo, y que dicha dificultad es creciente al incrementarse el grado de diferenciación. La segunda es que la colusión genera un incentivo para que las empresas reduzcan el grado de diferenciación de sus productos 10 Para el caso del oligopolio de Cournot, por ejemplo, se llevó a cabo un test de Wald que dio que la probabilidad de que dicha hipótesis fuera cierta era de solo un 0,3%, en tanto que el mismo test para la colusión perfecta arrojó una probabilidad totalmente insignificante (indistinguible de 0%). 13 respecto al que elegirían en una situación más competitiva. La tercera es que, si resulta posible discriminar precios entre los clientes, entonces la colusión entre empresas que proveen productos diferenciados puede ser relativamente más sencilla, y no ser tan importante el grado de diferenciación entre los productos respecto de los cuales se está estableciendo la colusión11. III.2. Evidencias de comportamiento colusorio Los métodos reseñados en la sección anterior, basados esencialmente en regresiones de ecuaciones de precios en forma reducida o en regresiones de tipo estructural de oferta y demanda, son en cierto sentido los métodos estadísticamente más eficientes para detectar la existencia de colusión, puesto que hacen uso de la información disponible de un modo que se basa de manera directa en la teoría económica. Los mismos, sin embargo, se hallan sujetos a críticas que tienen que ver con su incapacidad intrínseca para distinguir entre la colusión y otros fenómenos semejantes que en general quedan fuera del alcance de las normas antitrust, y por ese hecho es que muchas veces su aplicabilidad queda limitada en casos en los cuales no es posible combinarlos con otro tipo de evidencia (más directa) sobre la existencia de prácticas colusorias. La principal crítica sobre la aplicabilidad de los métodos reseñados en la sección anterior, en especial de los que estiman parámetros de conducta, es la que tiene que ver con la imposibilidad que dichos métodos tienen de distinguir entre casos de colusión explícita y casos de colusión tácita, y también con la dificultad que los mismos presentan muchas veces para distinguir entre casos de “colusión imperfecta” y casos de “competencia imperfecta”. Respecto del primero de dichos puntos, diremos que el mismo representa una distinción de escasa importancia desde el punto de vista puramente económico, pero que suele ser crucial desde el punto de vista jurídico. En efecto, tal como hemos mencionado en el capítulo II del presente informe, la colusión tácita no es en general considerada como una conducta anticompetitiva sancionable a través de las normas de defensa de la competencia, en tanto que la colusión explícita sí lo es. En lo que se refiere a la dificultad de los métodos basados en la estimación de parámetros de conducta para distinguir entre situaciones de colusión imperfecta y situaciones de competencia imperfecta, la misma ha sido desarrollada de manera muy completa en un artículo de Corts (1999), que analiza de manera pormenorizada cómo funciona la mecánica interna de los métodos económetricos utilizados. De dicho artículo surge claramente la idea de que, si bien es razonable afirmar que los métodos de estimación de parámetros de conducta son buenos para inferir la existencia de colusión (explícita o tácita) cuando llegan a la conclusión de que el parámetro θi estimado no es significativamente distinto de uno, no son en cambio útiles para descartar la existencia de colusión (ni tampoco para inferirla) cuando llegan a la conclusión de que el 11 Para tener un panorama más claro respecto de estos resultados, véase Ross (1992), Jehiel (1992) y Colombo (2010). 14 parámetro en cuestión es significativamente distinto tanto de cero como de uno. A fin de ilustrar el problema, supongamos un caso en el cual una estimación estructural de oferta y demanda de un mercado con tres empresas nos da como resultado un parámetro θi cuyo valor esperado es 0,46. Este valor es consistente con el que le correspondería a un oligopolio competitivo en el cual las empresas compitieran fundamentalmente en cantidades (o en capacidad instalada, o en publicidad) y en el cual los market shares de las tres empresas del mercado fueran el 60%, el 30% y el 10%, respectivamente12. Sin embargo, el caso en cuestión podría ser también el de un mercado en el cual las tres empresas debieran competir fundamentalmente a través de la variable precio y en el que, como consecuencia de un pacto colusorio, hubieran acordado fijar un margen entre precio y costo marginal igual al 46% del que regiría en un caso de monopolio o de colusión perfecta. La diferencia entre las dos situaciones es muy grande en términos de aplicación de las normas antitrust, ya que en un caso se trata de una conducta que no es sancionable (y que, antes bien, surge del comportamiento competitivo del mercado) y, en el otro, se trata de una práctica que encuadra directamente como una infracción a cualquier ley de defensa de la competencia del mundo. Por esa y otras críticas a su aplicabilidad práctica, los métodos de estimación de parámetros de conducta no son comúnmente empleados como elemento único o principal para decidir acerca de la existencia de un cartel, y suelen ser complementados con otros análisis, más parciales pero también más específicos, que buscan determinar la existencia de conductas colusorias particulares. Dichos análisis son los que Whinston (2006) denomina “evidencias de comportamiento” (behavioral evidence). A efectos de llevar a cabo estos análisis, sin embargo, resulta necesario tener cierta información específica sobre el caso en cuestión, que sugiera que la colusión es más factible en cierto entorno (o en cierto grupo de empresas) y no en otro. Utilizando esa información es posible hallar evidencia de que cierto grupo de empresas llevó a cabo una práctica colusoria (por ejemplo, se puso de acuerdo para cotizar un precio elevado en cierto grupo de licitaciones) cuando en otras circunstancias las mismas empresas (u otras equivalentes) adoptaban un comportamiento muy diferente (por ejemplo, cotizaban precios más bajos). Un ejemplo de este tipo de análisis es el llevado a cabo por Porter y Zona (1999) para un caso estadounidense de colusión entre proveedores de leche para los comedores de escuelas primarias en el estado de Ohio, en el cual los proveedores acusados de coludir ofertaban precios para la leche que en vez de aumentar disminuían conforme cotizaban en zonas más alejadas de sus centros de distribución del producto. Este comportamiento contrastaba con el de otros proveedores que actuaban de manera competitiva, que ofrecían precios más bajos para las escuelas más cercanas a sus centros de distribución y más altos para las escuelas más alejadas. En el caso de los proveedores que formaban parte del cartel, en cambio, su comportamiento se explicaba porque los Esto se debe a que, en ese tipo de mercados, el valor del parámetro de conducta θi debería ser idéntico al del índice de concentración de Herfindahl y Hischman, que para los market shares expuestos adopta justamente un valor igual a 0,46. 12 15 precios que les cobraban a las escuelas más cercanas eran justamente precios de tipo monopólico, en tanto que cuando se presentaban a licitaciones en lugares más alejados seguían un comportamiento de carácter competitivo. Otra ilustración de evidencias de comportamiento basadas en la contrastación de variables bajo hipótesis competitivas y colusorias es la que se desprende de la teoría de Rotemberg y Saloner (1986) sobre colusión en períodos de recesión y guerras de precios en períodos de expansión o boom. Según dicha teoría, la colusión es más fácil de implementar en períodos de recesión porque las empresas tienen incentivos a no reducir los precios cuando las condiciones de mercado hacen que sea más difícil captar nuevos clientes. Por el contrario, en períodos de expansión de la demanda las empresas tienen incentivos a adoptar estrategias de precios más agresivas para captar nuevos clientes, y esto hace que sea más difícil acordar precios elevados con sus competidores. Si efectivamente se verifica que en épocas recesivas las empresas tienden a no reducir sus precios y dejar que el ajuste se haga a través de una caída en sus cantidades y, en cambio, en épocas de expansión los precios tienden a bajar (y las cantidades a incrementarse de manera más que proporcional), esto puede operar como una evidencia de un comportamiento colusorio en épocas de recesión. Dicho comportamiento contrasta con el esperable para un mercado que opera de manera competitiva en los dos estadios analizados, ya que en dicho caso tanto los precios como las cantidades deberían reducirse en los períodos de recesión y aumentar en los períodos de expansión. Una evidencia que es utilizada a veces como indicativa de la existencia de comportamiento colusorio es la que se obtiene a través de la correlación entre los precios de las empresas supuestamente involucradas en un cartel. Esta es una técnica relativamente fácil de implementar, pero que tiene el problema de que puede confundir casos de colusión con casos en los cuales lo que existe es simplemente un grado muy alto de sustitución entre los productos involucrados. Es por eso que la correlación de precios también es muy utilizada por la literatura antitrust para la definición de mercados relevantes, y cuando se lleva a cabo dicho análisis una alta correlación de precios es tomada como indicio de que los productos pertenecen a un mismo mercado (más que como indicio de que las empresas que los proveen están coludiendo entre sí)13. Es por eso que para la elaboración de tests empíricos de colusión la correlación de precios no parece ser un elemento demasiado preciso de análisis. Sí puede ser en cambio una técnica útil para detectar evidencias de colusión el análisis del coeficiente de variación de los precios en un mercado, tal como lo sugieren Abrantes y otros (2006). Estos autores proponen un test que se basa en la idea según la cual una situación de colusión suele generar una varianza mucho más baja de los precios de un mercado que una situación alternativa de competencia, sobre todo si se la compara con el nivel de precios vigente. Para analizar dicha situación, lo que hacen es calcular el correspondiente coeficiente de variación (es decir, el cociente entre la varianza de los precios y su valor promedio en cada momento del tiempo) y analizar la evolución del mismo. Lo esperable en una situación colusiva es que dicho coeficiente de variación sea 13 Para una explicación de este tema, véase Forni (2004), o Davis y Garcés (2010), capítulo 4. 16 bajo, y que en cambio se incremente violentamente cuando la colusión se rompa (es decir, en una guerra de precios). III.3. Marcadores de la colusión En su artículo de reseña sobre técnicas de detección de carteles, Harrington (2008) hace referencia a una serie de factores a los que denomina “marcadores de la colusión” (collusive markers). En rigor, la lista más exhaustiva de estos marcadores sugeridos por la literatura antitrust es probablemente la elaborada por Posner (1976), que hemos mencionado en el capítulo II del presente informe. Harrington, sin embargo, hace hincapié en cinco casos particulares de marcadores colusorios, y elabora en base a ellos los siguientes principios de evaluación de la colusión: 1) Bajo ciertas condiciones, los precios y las cantidades se encuentran negativamente correlacionados bajo colusión y positivamente correlacionados bajo competencia, por lo cual la correlación entre los movimientos de precios y de cantidades puede ser utilizada como una evidencia a favor o en contra de la existencia de la colusión. Este principio surge de la idea de que, en general, la colusión es más sencilla de instrumentar en períodos de recesión o de demanda baja que en períodos de expansión o de demanda alta. Esta idea se origina en el artículo de Rotemberg y Saloner mencionado en la sección anterior, y también aparece en otros trabajos tales como el de Haltiwanger y Harrington (1991), en los cuales la demanda sigue un ciclo determinístico por el cual a una etapa de recesión sigue una de expansión y viceversa. Al ser más fácil de sostener la colusión en un período de demanda baja, lo que este marcador predice es que en dichas épocas las empresas tenderán a no reducir sus precios, y que esto repercutirá en una reducción de la cantidad demandada que será más fuerte que la regiría si los precios también bajaran. Por el contrario, en períodos de demanda alta los miembros de un cartel no querrán incrementar el precio hasta el máximo posible que les permita un acuerdo monopólico, y esto tendrá como efecto un incremento de la cantidad mayor que el que se produciría en una situación de monopolio. Esto último se debe a que, cuanto mayor es el precio, también resulta mayor el incentivo para que las empresas se desvíen de un acuerdo colusorio. Por el contrario, si observamos el comportamiento de un mercado competitivo a lo largo de un ciclo de demanda en el cual se intercalan períodos de demanda alta y períodos de demanda baja, lo esperable es que los precios disminuyan en las épocas de demanda baja y aumenten en las de demanda alta, en consonancia con las disminuciones y aumentos de las cantidades. Por ello es que una correlación positiva a lo largo del tiempo entre precios y cantidades de equilibrio puede ser vista como un indicio de comportamiento competitivo, en tanto que una correlación negativa entre dichas variables puede en ciertos casos ser un indicio de colusión. Nótese sin embargo que este marcador de la colusión solo procede si estamos analizando observaciones para las cuales los principales shocks que experimenta el mercado son shocks de demanda y no de oferta. El supuesto básico detrás de esto es por lo tanto que la oferta permanece dada y que tiene cierta pendiente positiva, lo cual lleva 17 a que en una situación competitiva un shock de demanda positivo incremente tanto el precio como la cantidad de equilibrio y un shock de demanda negativo reduzca tanto el precio como la cantidad de equilbirio. Bajo colusión imperfecta, en cambio, los precios tienden a no bajar ante un shock de demanda negativo (porque la colusión trata de sostenerlos altos) y a no subir ante un shock de demanda positivo (porque este tipo de shocks es precisamente el que desata las posibles “guerras de precios” entre los miembros del cartel), y eso es lo que genera una correlación negativa entre precio y cantidad. Si los principales shocks bajo análisis fueran de oferta y no de demanda, en cambio, la correlación negativa entre precio y cantidad aparecería tanto en situaciones de tipo competitivo como en situación de colusión. 2) Bajo ciertas condiciones, la varianza de la variable precio es menor en situaciones de colusión y mayor en situaciones de competencia, por lo cual dicha varianza puede ser utilizada como una evidencia a favor o en contra de la existencia de colusión. La lógica de este principio tiene que ver con la dificultad inherente de convenir un precio colusorio entre las empresas que llevan a cabo una colusión explícita. Sea cual fuere la circunstancia en la cual la colusión está teniendo lugar, pero sobre todo si ocurre en un contexto en el cual la colusión está prohibida, es siempre más fácil que el acuerdo sea sobre un mínimo número de variables y esté sujeto a pocos cambios a lo largo del tiempo. Dado eso, las empresas preferirán acordar en principio un único precio y no modificarlo, sobre todo si las modificaciones en cuestión se basan en fluctuaciones de costos difíciles de observar y que se supone que pueden revertirse en un tiempo corto. Todo esto hace que en un equilibro colusorio resulte esperable que haya una varianza de precios mucho menor que la que se espera en un equilibrio competitivo, en el cual las empresas tenderán a modificar unilateralmente sus precios cada vez que experimenten una variación más o menos significativa de sus propios costos. Este principio rige básicamente para casos de colusión que se instrumentan a través de acuerdos de precios. 3) Bajo ciertas condiciones, los precios de las distintas empresas están más correlacionados entre sí (y de manera positiva) en situaciones de colusión que en situaciones de competencia, por lo cual dicha correlación puede ser utilizada como una evidencia a favor o en contra de la existencia de colusión. Este marcador de la colusión tiene una larga tradición en el análisis antitrust, en especial en el que se basa en el concepto del “paralelismo de precios”. La idea es que, en muchos casos, la forma de instrumentar un acuerdo colusorio consiste en convenir que todas las empresas miembros de un cartel incrementarán sus precios de manera simultánea, y esto generará un movimiento de dichos precios diferente al esperable en un contexto competitivo. Esto puede ser un elemento útil en ciertos casos para probar la creación de un cartel (cuando se sospecha que la misma tuvo lugar en cierto momento del tiempo), pero no parece ser demasiado significativo como evidencia de comportamiento colusorio en una situación en la cual debe tratar de contrastarse su posible existencia contra la de una situación alternativa de competencia. De hecho, Buccirossi (2006) ha demostrado que, en general, el comportamiento paralelo es más esperable bajo competencia que bajo colusión en situaciones en las cuales existen shocks de costos. Esto se debe a que, bajo la mayor parte de los modelos de competencia 18 imperfecta, el precio de equilibrio de cada empresa depende tanto de sus costos como de los costos de sus competidores, y esto induce cierta correlación positiva de precios. Por el contrario, si los precios se determinan resolviendo un problema de maximización conjunta de los beneficios de un cartel, cada precio depende de factores de demanda y de los costos individuales de cada empresa (y no de los costos de las demás empresas). Por ello, si se producen shocks de costos que afectan de manera diferencial a cada empresa, todas las empresas en un contexto competitivo tenderán a acomodar sus precios en el mismo sentido, en tanto que en un contexto colusorio puede llegar a darse que sólo algunas empresas ajusten sus precios y otras no. 4) Bajo ciertas condiciones, las participaciones de mercado de las empresas son más estables en el tiempo en situaciones de colusión que en situaciones de competencia, por lo cual dicha estabilidad puede ser utilizada como una evidencia a favor o en contra de la existencia de colusión. Este principio es en cierto modo paralelo al principio 2 mencionado más arriba, para los casos en los cuales lo que un cartel acuerda son cantidades o cuotas de mercado, en vez de acordar precios. Sus implicancias, sin embargo, también se extienden a otras clases de colusión (repartos de mercados, colusión en licitaciones, etc.), sobre todo en circunstancias en las cuales el cartel no puede instrumentar mecanismos para llevar a cabo transferencias entre sus miembros. En estos casos, el mantener participaciones de mercado relativamente estables sirve esencialmente como una manera de asegurar que los miembros del cartel obtengan cierta recompensa más o menos previsible por su participación en el cartel en cuestión, y que esto los incentive a permanecer dentro de un acuerdo colusorio en vez de desviarse del mismo. 5) Bajo ciertas condiciones, las participaciones de mercado de las empresas están más negativamente correlacionadas en el tiempo en situaciones de colusión que en situaciones de competencia, por lo cual dicha correlación puede ser utilizada como una evidencia a favor o en contra de la existencia de colusión. A pesar de lo expresado en relación con el principio anterior, en ciertos casos la colusión puede implicar participaciones de mercado que se van modificando en el tiempo. Esto ocurre esencialmente cuando dichas participaciones son variables que surgen como resultado de acordar alguna otra variable (por ejemplo, el precio o los clientes que van a comprarle a cada empresa). En dichos casos, los carteles pueden tener necesidad de instrumentar “mecanismos compensatorios” para favorecer a empresas que han obtenido menos beneficios en un período. Dichos mecanismos pueden implicar que dichas empresas sean acreedoras al derecho de tener un market share mayor en el siguiente período, con lo cual lo que se observa es una correlación negativa en el tiempo entre las participaciones de mercado. Una empresa que incrementó su participación de mercado en un período tendrá una reducción de la misma en el período siguiente, al tiempo que una que redujo su participación en un período tendrá un aumento en el período siguiente. Esta relación negativa no resulta esperable en la mayoría de los equilibrios competitivos, en los cuales o bien la correlación resultará nula o bien resultará positiva (por factores ligados con los costos individuales de las empresas o con la inercia de la demanda). Considerando un horizonte de más largo plazo, sin embargo, 19 esta rotación de market shares debería llevar a una tendencia de cuotas de mercado más estable que en un contexto competitivo, tal cual establece el principio 4 mencionado más arriba. III.4. Prácticas facilitadoras de la colusión Un grupo particular de hechos que pueden ser considerados en ciertos casos como evidencias de la existencia de colusión es el que aparece englobado dentro del concepto de “prácticas facilitadoras de la colusión” (facilitating practices). Siguiendo a Buccirossi (2008), diremos que las mismas consisten en conductas que hacen que el equilibrio prevaleciente en un mercado sea menos competitivo, ya sea porque las empresas consiguen moverse hacia un equilibrio estático con precios más altos o porque les permite pasar de un equilibrio estático más competitivo a un equilibrio dinámico más colusivo. Bajo esta definición, entonces, una práctica facilitadora puede consistir en una conducta que las empresas adoptan unilateralmente (pero que, tomada en su conjunto, facilita que el equilibrio del mercado sea menos competitivo) o bien en una conducta concertada entre las empresas (que, sin ser colusoria en sí, crea condiciones favorables para la colusión explícita o tácita). En su artículo acerca de las prácticas facilitadoras de la colusión, Hay (2005) sostiene que en ciertos casos de conducta paralela entre empresas que operan en el mismo mercado es posible encontrar situaciones en las cuales no existe un verdadero acuerdo colusivo explícito, pero en las que también se observa que la conducta paralela no es solamente el resultado de una interdependencia oligopolística. Es en esos casos en los cuales corresponde analizar si no existen también otras conductas (que son las prácticas facilitadoras) que no serían normalmente consideradas como anticompetitivas por ellas mismas, pero que un contexto de coordinación oligopolística sí pueden ser consideradas ilegales porque facilitan que el mercado se aparte del equilibrio competitivo al cual debería tender. Dentro del grupo de conductas unilaterales que pueden entrar en la categoría de prácticas facilitadoras, las más mencionadas por la literatura antitrust son la fijación de precios de reventa (resale price maintenance) y las políticas de mejor precio (best price) y de “cliente más favorecido” (most-favored customer). Dentro del grupo de conductas concertadas, por su parte, las prácticas facilitadoras más habituales son el intercambio de información y los acuerdos de integración parcial (entre los que se incuyen los llamados “partial ownership agreements”). En lo que respecta a la fijación de precios de reventa, su principal efecto sobre la colusión tiene que ver con el hecho de que, cuando esta conducta sirve para eliminar la discrecionalidad de los revendedores en la fijación de los precios, hace que sea más sencillo monitorear los precios que rigen en determinado mercado. También puede ocurrir que en el mercado sea más fácil observar los precios de venta al público que los precios de venta mayorista, y que por eso sea más simple coludir en aquéllos que en éstos. A través de la fijación de precios de reventa, entonces, 20 los productores de un mercado pueden pactar entre ellos precios que son más observables y que ellos mismos fijan, y esto puede resultar más efectivo como elemento a tener en cuenta para monitorear una situación de colusión explícita o tácita. En su artículo sobre colusión y fijación de precios de reventa, Jullien y Rey (2007) señalan que la fijación de precios de reventa es una práctica facilitadora de la colusión porque permite coordinar de manera más rápida los precios entre las empresas y detectar de manera más simple los posibles desvíos de la colusión por parte de las mismas. Estos autores, sin embargo, señalan que típicamente la fijación de precios de reventa reduce los beneficios totales de un cartel (puesto que impide llevar a cabo ciertos ajustes geográficamente localizados y ciertas discriminaciones de precios que pueden incrementar los beneficios) y que esto puede implicar en ciertos casos un aumento en los beneficios que obtienen las empresas por desviarse de un acuerdo colusivo (que vuelve menos estable a la situación de colusión). La fijación de precios de reventa puede en ciertos casos ser también un mecanismo para facilitar o imponer la colusión entre revendedores de un mismo bien, cuando es aplicada por el proveedor monopolista mayorista del mismo. En este caso, sin embargo, su efecto anticompetitivo tiene más bien que ver con un abuso explotativo de la posición de dominio de dicho proveedor en el mercado mayorista, más que con una situación colusiva en el mercado minorista en el cual se impone la restricción en cuestión. Por supuesto, la fijación de precios de reventa puede tener además explicaciones que no tengan nada que ver con la colusión, como por ejemplo las relacionadas con la solución de problemas de doble marginalización entre productores y distribuidores, el incentivo para que los revendedores de un producto lleven a cabo acciones tendientes a incrementar la demanda del mismo, etc. En lo que se refiere a las políticas de mejor precio, diremos, siguiendo a Buccirossi (2008), que las mismas pueden facilitar la colusión cuando sirven como un elemento que ayuda en el monitoreo de un acuerdo de precios. En efecto, si una empresa promete cobrar siempre un precio menor al de sus competidoras si los clientes le demuestran la existencia de dicho precio menor, tal información es de gran utilidad para controlar el cumplimiento de un acuerdo de precios pre-existente, y su posesión puede llevar a disuadir a los competidores de cobrar precios menores a fin de evitar la ruptura de la colusión explícita o tácita que esté teniendo lugar. En el caso de las políticas de cliente más favorecido, en cambio, el posible efecto anticompetitivo viene a través de la disuasión de que una misma empresa baje sus propios precios, ya que una reducción selectiva a cierto cliente pasa a generarle la obligación de aplicar idéntica reducción a todos los otros clientes que se la soliciten. Esto puede ser en ciertas circunstancias excepcionales una práctica facilitadora de la colusión, sobre todo cuando la forma habitual para una empresa de desviarse de un acuerdo colusorio es a través de reducciones de precios selectivas a ciertos clientes. Las prácticas facilitadoras de la colusión que consisten en conductas concertadas entre un grupo de empresas competidoras, por su parte, tienen la particularidad de que no sólo pueden ser analizadas como evidencias de la existencia de un cartel sino que 21 también, en ciertos casos, pueden ser sancionadas como conductas anticompetitivas por su propia naturaleza. En este último caso, su análisis entra dentro del concepto más amplio de “acuerdo de colaboración entre competidores”, cuya evaluación puede llevarse a cabo utilizando las reglas generales de apreciación de conductas que por un lado pueden tener ciertas ventajas de eficiencia pero por otro pueden generar una reducción de la competencia entre las partes involucradas. En sus pautas para la evaluación de actos de colaboración entre competidores, por ejemplo, las agencias antitrust estadounidenses sostienen que, para que una conducta de este tipo sea analizada siguiendo estos preceptos, debe implicar al mismo tiempo cierta integración económica y cierta ganancia de eficiencia productiva14. La metodología de análisis de los acuerdos de colaboración entre competidores de las agencias antitrust estadounidenses parte de la consideración por separado de los “beneficios procompetitivos” y de los “daños anticompetitivos” del acuerdo en cuestión. En el primero de tales grupos se ubican las ganancias de eficiencia originadas en el aprovechamiento conjunto de los activos disponibles, en la división de tareas entre las empresas que colaboran entre sí, en la obtención de economías de escala o de alcance, etc. Estos factores pueden resultar procompetitivos cuando son susceptibles de generar reducciones de precios, incrementos de calidad o aparición de nuevos productos en el mercado. En lo que se refiere a los potenciales daños anticompetitivos, los mismos surgen de la potencialidad de los acuerdos para incrementar la capacidad o los incentivos de las empresas para que éstas aumenten sus precios o reduzcan la cantidad, la calidad, el servicio o el nivel de innovación de sus productos por debajo de lo que prevalecería en una situación sin acuerdo. La relación entre beneficios procompetitivos y daños anticompetitivos permite clasificar a este tipo de prácticas concertadas en tres grupos: a) Acuerdos que llevan a cabo empresas que no tienen poder de mercado: no son objetados por entenderse que los mismos no tienen capacidad de generar daños anticompetitivos; b) Acuerdos que traen aparejados daños anticompetitivos evidentes (reales o potenciales) y no generan beneficios procompetitivos: son objetados sin necesidad de efectuar un estudio de mercado detallado; c) Acuerdos que no entran en ninguna de las dos categorías anteriores: son objeto de un estudio de mercado detallado antes de definir si van a ser objetados o no. En el caso de los acuerdos que terminan siendo objeto de un estudio de mercado detallado para determinar su posible carácter anticompetitivo, las pautas sobre colaboración entre competidores de las agencias antitrust de EEUU analizan primero la naturaleza del acuerdo y del daño anticompetitivo que el mismo puede generar, abocándose luego a la definición de los mercados relevantes sobre los cuales tiene efecto el acuerdo. Una vez definidos dichos mercados, las pautas pasan a considerar tres elementos que hacen a la evaluación de la magnitud de los posibles daños anticompetitivos que el acuerdo puede generar. Estos son las participaciones de mercado de las empresas implicadas (y, en general, la concentración de los mercados afectados 14 Véase DOJ-FTC (2000). 22 por el acuerdo), los factores que hacen a la capacidad y a los incentivos de los participantes en el acuerdo para competir entre sí (duración del acuerdo, exclusividad, control sobre los activos, intereses financieros cruzados, intercambio de información), y la factibilidad de que puedan ingresar nuevos competidores al mercado que no estén dentro del acuerdo de colaboración bajo análisis. El paso siguiente es evaluar los potenciales beneficios procompetitivos de la colaboración, y sólo se lleva a cabo si las agencias de defensa de la competencia “... concluyen que el acuerdo ha causado, o es probable que cause, daño anticompetitivo”. Tales beneficios consisten en ganancias de eficiencia que la colaboración genera, las cuales deben ser verificables (es decir, probables y objetivamente cuantificables) y potencialmente procompetitivas (es decir, con capacidad para generar beneficios a los consumidores). Las mismas deben ser además consecuencia directa del acuerdo bajo análisis y no susceptibles de ser alcanzadas a través de alternativas sustancialmente menos restrictivas que dicho acuerdo. De la consideración conjunta de los daños anticompetitivos y los beneficios procompetitivos de un acto de colaboración entre competidores se llega por último a una apreciación del efecto competitivo global del acto en cuestión. Este genera la opinión final de las agencias estadounidenses sobre el caso, la cual representa necesariamente un “juicio aproximado” sobre el tema, que puede ser alterado por medio de propuestas de modificación del acuerdo bajo análisis. Dos tipos de conductas concertadas entre competidores que pueden ser consideradas en general como procompetitivas son la producción de información que las empresas requieren para la toma de decisiones individuales respecto de variables competitivas (por ejemplo, precios) y la realización de publicidades en común. Sobre la primera de ellas, De León (2004) afirma sin embargo que en ciertos casos, si el comportamiento de las empresas se coordina o la libertad de éstas queda limitada, entonces puede configurarse una restricción a la competencia. Lo mismo puede afirmarse del tema de la publicidad conjunta, que puede ser considerada como facilitadora de la colusión cuando constituye un mecanismo para poner en práctica otro tipo de acuerdos restrictivos de la competencia. III.5. Daños ocasionados por un cartel Las técnicas reseñadas en las secciones anteriores del presente capítulo tienen que ver en general con la utilización del análisis económico para determinar la existencia de prácticas colusorias o de prácticas facilitadoras de la colusión. En la descripción de dichas técnicas, sin embargo, hemos visto que las mismas están sujetas a numerosos problemas y dudas en cuanto a su aplicabilidad, tanto en lo referido a su capacidad para identificar conductas verdaderamente colusorias (y para distinguir entre éstas y conductas no colusorias) como en su dificultad de implementación. Es por eso que, en general, la literatura jurídica sobre defensa de la competencia sostiene que el análisis económico no debería ser la única forma de probar la existencia de una conducta colusoria y que, antes bien, el principal elemento para determinar la existencia de colusión tiene que ser alguna evidencia directa que pueda luego complementarse con 23 evidencia económica (indirecta) adicional15. Las técnicas vistas en las secciones anteriores, sin embargo, pueden ser muy útiles para casos en los cuales no existan elementos suficientes para probar la existencia de colusión y, antes bien, lo que se quiere es descartar la hipótesis colusiva a favor de una hipótesis competitiva. En casos como esos, por ejemplo, la estimación de parámetros de conducta que no sean significativamente distintos de cero puede servir como prueba indirecta de ausencia de colusión, lo mismo que la existencia de un alto coeficiente de variación entre los precios de las distintas empresas de un mercado o algún otro resultado que vaya en contra de lo predicho por alguno de los marcadores de la colusión sugeridos por Posner (1976) o, más recientemente, por Harrington (2008). Otro tema en el cual el análisis económico puede ser de ayuda en casos de colusión es el que tiene que ver con la estimación de los daños ocasionados por un cartel. La literatura sobre estos temas ha sido desarrollada mayoritariamente pensando en casos en los cuales estos daños se estiman con el objetivo de calcular indemnizaciones para los damnificados por el comportamiento colusorio, pero sus métodos pueden también aplicarse para el cálculo de multas al cartel en cuestión. Las técnicas para el cálculo de daños ocasionados por un cartel pueden basarse en distintos tipos de información. En un informe elaborado por Oxera (2009) para la Comisión Europea, los autores del mismo distinguen tres tipos de enfoques, basados esencialmente en comparaciones de valores de variables, modelos financieros y modelos de organización industrial. En el primero de tales grupos ubican a su vez a los estudios basados en datos de otros mercados (yardstick approach), a los basados en datos del mismo mercado en distintos momentos del tiempo (benchmark approach) y a los estudios basados en diferencias entre los datos de distintos mercados y de distintos momentos (difference-in-differences approach). En cuanto a los enfoques basados en modelos financieros, el informe de Oxera distingue entre los estudios basados en el desempeño financiero de las empresas (como pueden serlo los denominados “estudios de eventos”) y los basados en herramientas financieras como pueden ser los métodos de cálculo de valores presentes netos (de los flujos de fondos de las empresas con y sin conductas colusorias). Por último, los modelos de organización industrial son aquellos que estiman sistemas de ecuaciones estructurales de oferta y demanda para inferir el grado de competencia en un mercado, y son similares a los que reseñamos en la sección III.1. De todos esos métodos, los que tienen un uso mayor son los que se encuentran dentro del enfoque de yardsticks y del enfoque de benchmarks. Rubinfeld (2009), por ejemplo, menciona a esos dos enfoques como las formas principales de calcular los sobreprecios (overcharges) atribuibles a los carteles, y distingue entre ellos dos metodologías: la que emplea variables dummy para las observaciones correspondientes a situaciones de colusión; y la que sólo utiliza en principio observaciones no colusorias y 15 Sobre este punto, sin embargo, debe notarse la disidencia doctrinaria de Posner (1976), citada en el capítulo anterior, que sostiene que la colusión sí puede caracterizarse de manera completa a través de evidencias de tipo económico. 24 luego proyecta los resultados obtenidos para dichas observaciones, aplicándolos a las observaciones colusorias (forecasting approach). Tanto en uno como en otro método, lo que se busca es obtener valores para la variable de interés que correspondan a las observaciones colusorias, pero que sean representativas de la situación alternativa que se hubiera dado en ausencia de la colusión. Cuando la variable de interés es el precio, como es generalmente el caso, se dice que los precios alternativos así calculados son los que habrían regido “si no hubiera habido colusión” (but-for prices). Para que cualquiera de estos métodos pueda aplicarse resulta necesario contar con observaciones colusorias y con observaciones no colusorias. En el enfoque de yardsticks, las observaciones no colusorias corresponden típicamente a otros mercados similares al que se está analizando en los que se sabe que no ha habido colusión. En el enfoque de benchmarks (también llamado “antes y después”), las observaciones no colusorias son en cambio observaciones que corresponden al mismo mercado en el que operó el cartel, pero referidas a momentos anteriores o posteriores al de colusión. Tanto en el enfoque de yardsticks como en el de benchmarks, la estimación típica que se lleva a cabo es a través de la regresión de una ecuación de precios en forma reducida que, en la metodología que utiliza variables dummy, tiene una especificación como la siguiente: N Pi i ik X k i Di (17) . k 1 Tal como puede observarse, dicha especificación es idéntica a la que utilizamos en la sección III.1 al referirnos a los métodos para la detección de carteles. La única diferencia que tiene su uso en este caso es que ahora se supone que se está trabajando con una base de datos acerca de la cual se sabe cuáles son las observaciones generadas bajo un régimen de colusión y cuáles no, sea porque unas pertenecen a un mercado y otras a otro, o porque unas pertenecen a un período de tiempo determinado y otras a otro. El valor del parámetro γi, por lo tanto, es una medida del sobreprecio atribuible a la colusión, puesto que en este contexto la variable Di es una variable dummy que toma un valor igual a uno para las observaciones colusorias y un valor igual a cero para las observaciones no colusorias. En el caso de las metodologías basadas en observaciones no colusorias que son luego utilizadas para proyectar los precios alternativos en situaciones de colusión, la ecuación 13 se modifica porque en principio se quita de la base de datos a las observaciones colusorias, con lo cual lo que se estima es ahora la siguiente ecuación: N Pi i ik X k (18) ; k 1 procediéndose luego a utilizar los parámetros estimados a través de la misma para calcular los precios alternativos (aplicando dichos parámetros a las observaciones colusorias). Con esto lo que se obtiene son but-for prices que denotaremos como Bi, con 25 lo cual el monto total de los sobrecargos puede calcularse a través de la siguiente fórmula: T Oi Pi Bi Qi (19) ; t 1 donde T es el número de períodos que dura la colusión (o, alternativamente, el número de observaciones colusivas), y Qi son las cantidades comerciadas. En su artículo sobre estimación de sobrecargos en casos de colusión, Nieberding (2006) propone por su parte una técnica que puede aplicarse tanto a la metodología basada en variables dummy como a la basada en valores proyectados, y que consiste en incorporar un modelo de corrección de errores que tiene en cuenta el modelo estructural de oferta y demanda subyacente en cualquier estimación de una ecuación de precios en forma reducida. Dicho modelo sirve además para eliminar posibles casos de “no estacionalidad” (nonstationarity) y de “desequilibrios de corto plazo” que pueden aparecer en los datos que se están utilizando, y esto se hace re-escribiendo las ecuaciones de precios como ecuaciones en diferencias, e incorporando además variables rezagadas. Con estas correcciones, lo que se termina estimando en la metodología que utiliza variables dummy es la siguiente ecuación: N Pi i ik X k (t 1) i Pi (t 1) i Pi (t 1) i Di (20) ; k 1 donde ΔPi es la diferencia entre el precio en el período “t” y el período inmediatamente anterior, Pi(t-1) es el valor de Pi en el período inmediatamente anterior, ΔPi(t-1) es la diferencia entre el precio en el período “t-1” y el período inmediatamente anterior, y Xk(t1) son los valores de las variables independientes de la regresión rezagados un período. Por supuesto, si en vez de utilizarse la metodología de las variables dummy se emplea el forcasting approach, entonces la ecuación 20 pasa a escribirse como: N Pi i ik X k (t 1) i Pi (t 1) i Pi (t 1) (21) ; k 1 y su estimación se lleva a cabo utilizando solamente las observaciones no colusorias. La causa por la cual, en el método de Nieberding, las ecuaciones 17 y 18 se transforman en las ecuaciones 20 y 21 es que el modelo de corrección de errores que dicho autor utiliza es el siguiente: Pi i Pi (t 1) i Pi (t 1) Pi (et 1) (22) ; donde Pei(t-1) es el valor esperado de Pi(t-1) (que a su vez se estima como una función lineal de Xk(t-1)). Todos los métodos de estimación de daños reseñados hasta aquí parten de la base de que se cuenta con información acerca de precios correspondiente a observaciones en las cuales la colusión estuvo vigente y que, adicionalmente, se tiene también 26 información referida a observaciones en las cuales la colusión no existió. Es posible, sin embargo, que en algunos casos sólo se cuente con información de precios generados por una práctica colusoria (y no exista por lo tanto, ningún benchmark o yardstick más competitivo) o, inversamente, que sólo se cuente con información generada por un proceso competitivo y no por una práctica colusoria. Esta última situación puede darse en un caso en el cual una práctica colusoria se haya llevado a cabo pero que, por alguna razón, no haya podido ser instrumentada en la práctica (por ejemplo, porque se la detectó antes de que comenzara a tener efectos en el mercado). La estimación de daños en situaciones en las cuales no resulta posible comparar datos generados en situaciones competitivas y colusivas es en principio más difícil que la que se puede hacer cuando dicha comparación es factible. Existe sin embargo una literatura sobre métodos indirectos o “prospectivos” para el cálculo de daños que puede ser de utilidad en este tema. Dicha literatura ha sido desarrollada mayormente para casos de evaluación antitrust de fusiones y adquisiciones16, pero la misma también puede ser aplicada a casos de colusión, ya que de hecho el principal efecto anticompetitivo de una fusión es en esencia similar al efecto anticompetitivo que tendría un cartel que operara en los mismos mercados. La esencia de los métodos prospectivos para calcular los daños de un cartel consiste en esencia en estimar cuál podría haber sido el precio bajo colusión en un mercado en el cual rigió una situación más competitiva, o bien en estimar cuál podría haber sido el precio en una situación más competitiva en un mercado en el cual rigió una situación de colusión. En ambos casos, por lo tanto, lo esencial es estimar un diferencial de precios entre una situación y la otra, teniendo información referida a solo uno de los casos en cuestión. Para poder llevar a cabo dicha estimación, es importante tener información sobre la pendiente o bien la elasticidad de la demanda del bien bajo análisis (o, por lo menos, un supuesto de trabajo sobre alguno de estos parámetros). Si contamos con información acerca de la pendiente de la función de precio de demanda (γ), entonces podemos expresar al precio del producto bajo análisis (P) a través de la siguiente ecuación: P Cm Q (23) ; donde Cm es el costo marginal, Q es la cantidad total comerciada y θ es el “parámetro de conducta” del mercado (que es igual a cero en una situación de competencia perfecta y a uno en una situación de colusión perfecta). Si queremos comparar una situación más competitiva con una situación de colusión, la diferencia entre los precios vigentes se explicará fundamentalmente por la existencia de un parámetro de conducta distinto, que será mayor para una situación de colusión (θK) y menor para una situación más competitiva (θC). La diferencia de precios (ΔP) entre ambos casos, por lo tanto, puede expresarse del siguiente modo: P PK PC (K C ) Q 16 (24) ; Para una buena reseña de este tema, véase Pautler (2001). 27 y será mayor o menor según lo sea el valor de la cantidad comerciada, la pendiente de la función de precio de demanda y la diferencia entre los parámetros de conducta bajo colusión y bajo competencia. Respecto de este último punto, un caso extremo es aquel en el cual “θK = 1” y “θC = 0”, pero según el tipo de colusión y de competencia que se esté analizando puede darse que los parámetros a utilizar sean diferentes. En un caso en el cual la situación de competencia de la que se parte no es perfecta sino oligopólica, por ejemplo, puede ser conveniente definir “θC = HHI” (donde HHI es el índice de Herfindahl y Hirschman, que es igual a un promedio ponderado de las participaciones de las empresas que operan en el mercado). Del mismo modo, en un caso en el cual la colusión no sea perfecta sino imperfecta, puede ser conveniente definir “θK < 1” (aunque, por definición, siempre deberá darse que “θK > θC”). Otra forma alternativa de estimar ΔP cuando sólo se tienen datos respecto del precio en situación de competencia (PC), es la que parte de reexpresar la ecuación 23 en términos de elasticidad de la demanda. En efecto, sabiendo que la elasticidad de la demanda (η) se relaciona con la pendiente de la función de precio de demanda (γ) a través de la siguiente expresión: 1 P Q (25) ; resulta posible re-escribir la ecuación 23 del siguiente modo: P Cm / / P Cm / / (26) ; y re-expresar a su vez a la ecuación 24 de la siguiente manera: P PK PC PC (K C ) / / K (27) ; lo cual es una manera de aproximar el incremento de precios esperado inducido por la colusión en un caso en el cual solo se tiene información sobre PC y no sobre PK. Si, inversamente, lo que se posee es información sobre PK y no sobre PC (porque, por ejemplo, se está analizando un caso de colusión que viene desde mucho tiempo atrás y no se tienen datos de períodos o contextos no colusorios), la ecuación 27 puede reescribirse del siguiente modo: P PK PC PK (K C ) / / C (28) ; donde θK y θC siguen siendo los parámetros de conducta correspondientes a una situación colusoria y a una situación competitiva, y η es la elasticidad-precio de la demanda del mercado bajo análisis. Otro aporte interesante de la literatura económica sobre estimación de los daños ocasionados por un cartel es un artículo de Anderson, Bolema y Geckil (2007). Dichos 28 autores, después de reseñar las principales contribuciones sobre el tema, concluyen su trabajo con una serie de recomendaciones que deberían tenerse en cuenta en estos casos, y que son las siguientes: 1) Es esencial llevar a cabo primero un análisis económico de la industria de que se trata el caso. 2) El análisis empírico requiere además de una identificación restringida y precisa del mercado relevante y de los productos afectados. 3) La identificación de los daños debe hacerse de manera separada del estándar legal que se utilice luego para calcular las indemnizaciones correspondientes (o, eventualmente, las multas a aplicar). 4) La identificación de los daños debe hacerse de manera consistente con el objetivo a medir (por ejemplo, los beneficios anticompetitivos obtenidos, el perjuicio generado a los consumidores, etc). 5) En base a esto, debe luego analizarse si los daños calculados son efectivamente compatibles con el concepto de daño indemnizable (o, eventualmente, de multa apicable). 6) La técnica de estimación utilizada debe ser semejante a la que se usa para calcular daños en otros tipos de casos (por ejemplo, casos de accidentes o de incumplimientos contractuales). 7) El análisis debe especificar las limitaciones existentes en términos de datos disponibles y de supuestos utilizados. 8) El análisis de daños debe hacerse una vez que la colusión está adecuadamente probada, sea a través de evidencias directas o de estimaciones económicas anteriores. La literatura antitrust sobre daños generados por los carteles tiene también una serie de aportes sobre casos particulares en los cuales diversos autores han hecho estimaciones sobre el monto de los mismos. La reseña más comprensiva de estos estudios es probablemente la llevada a cabo por Connor (2005), quien señala que, de la revisión de 674 casos de carteles en los cuales se han estimado daños, los mismos han generado en promedio sobreprecios del 49%. Dichos sobreprecios, además, son en general mayores para los llamados “carteles internacionales” (es decir, los que operan en varios lugares a la vez y típicamente involucran empresas de distintos países) que para los carteles puramente locales, no existiendo en cambio una diferencia estadísticamente significativa entre los sobreprecios fijados por los “carteles legales” (es decir, por los que están exentos de cumplir con las normas de defensa de la competencia en virtud de alguna norma en particular) y los fijados por los “carteles ilegales” (es decir, los que sí están en infracción de alguna norma antitrust y son por lo tanto penalizados por la aplicación de dicha norma). Una última aclaración que corresponde hacer acerca del tema de la estimación de daños ocasionados por un cartel tiene que ver con su posible uso para la determinación de multas en casos de defensa de la competencia. Dicho uso aparece previsto en numerosas normas antitrust, coexistiendo en general con otros métodos más simples que se basan en variables más fácilmente observables como pueden ser las ventas o los activos de las empresas involucradas en los carteles. Una buena guía de la práctica 29 internacional sobre el tema es la que aparece en un documento de la agencia de competencia de Gran Bretaña (OFT, 2004), en el cual se establecen una serie de pasos para la fijación de las multas. Dichos pasos consisten esencialmente en partir del “valor monetario relevante” (relevant turnover) de las empresas implicadas en la infracción que se está analizando, y proceder luego a realizar ajustes relacionados con la duración de la práctica anticompetitiva, con otros factores agravantes tales como el hecho de que la empresa multada haya sido la instigadora de una conducta o que haya reincidido en la misma, con otros factores atenuantes tales como el hecho de que la empresa multada haya recibido presiones o tuviera incertidumbre acerca de la ilegalidad de su conducta, y –para el caso de prácticas colusorias– con la posible cooperación de la empresa involucrada en un programa de clemencia. IV. Aplicación a prácticas específicas En el presente capítulo intentaremos dar algunos lineamientos para la aplicación de las técnicas de análisis descriptas en el capítulo III a las diferentes prácticas colusorias específicas descriptas en el capítulo II. Por ello el presente capítulo se dividirá en tres secciones, que corresponden a los acuerdos de precios, a los acuerdos de cantidades, y a los repartos de mercados y acuerdos de posturas en licitaciones. En cada una de dichas secciones haremos referencia a las principales técnicas aplicables a las prácticas en cuestión. IV.1. Acuerdos de precios Los acuerdos de precios son probablemente las prácticas colusorias para las cuales más se ajustan las técnicas de detección de carteles vistas en el capítulo III. Esto se debe a que, al ser acuerdos en los cuales la variable de referencia es el precio, son los que más se adaptan a los métodos que utilizan como variable dependiente a los precios de los productos en los cuales se sospecha una situación de cartelización. Las técnicas de análisis a utilizar en casos de acuerdos de precios difieren un tanto si lo que se está analizando es un supuesto acuerdo para el cual se sospecha que el mismo rigió durante un período determinado de tiempo que para el caso en el cual se está analizando si en determinado mercado existe una colusión que viene dándose desde un período indeterminado de tiempo. En la primera de tales circunstancias, se puede aprovechar la información que se posee respecto de períodos de tiempo en los cuales se supone que no rigió ningún acuerdo colusorio, en tanto que en la segunda, todas las observaciones que se tienen son, en principio, sospechosas de colusión. Para el caso de acuerdos de precios respecto de los cuales existe un período en el cual se cree que el acuerdo rigió y otro período en el cual se cree (o se sabe) que el mismo no tuvo lugar, la principal técnica de análisis es la que hemos reseñado en la sección III.1, que utiliza al precio bajo análisis como variable dependiente e incorpora 30 como variable independiente a una variable dummy referida a las observaciones correspondientes al período en el cual se sospecha que existe colusión. En la aplicación de esta técnica es sin embargo importante utilizar otras variables independientes que sean capaces de captar fenómenos que influyen sobre los precios de mercado y que no estén relacionadas con un acuerdo colusorio, como lo son –muy especialmente– los precios de los insumos que se utilizan para producir y vender el producto en cuestión (o los precios mayoristas de dicho producto, si lo que se está analizando es un posible acuerdo de precios entre distribuidores o revendedores). Entre dichas variables independientes podrían también incorporarse indicadores relacionados con la concentración del mercado o con las participaciones de mercado de las empresas, ya que los mismos suelen tener una correlación positiva con los precios aun en los casos en los cuales no existen acuerdos colusorios, y pueden servir por lo tanto para controlar por factores relativos a la estrategia de precios de las empresas más allá de posibles pactos entre ellas. Otro punto que es importante tener en cuenta cuando se analizan acuerdos de precios es si se está trabajando con la hipótesis de que el acuerdo en cuestión es un “acuerdo de precio fijo” (por el cual todas las empresas del cartel deberían cobrar el mismo precio) o si, por el contrario, lo que se presupone es que las empresas han acordado una cierta estructura de precios o un cierto incremento porcentual de sus precios, pero sin que se fije un precio fijo e idéntico para todas ellas. La lógica de una u otra hipótesis tiene que ver fundamentalmente con el carácter homogéneo o diferenciado del producto que se esté analizando, así como también con la existencia de distintas versiones del mismo producto o distintas modalidades de venta (en puerta de fábrica, a domicilio, en locales específicos de cada marca, en locales en los que se venden múltipls marcas, etc). Si existen ciertas características del producto que sirvan claramente para definir la diferenciación, entonces las mismas pueden ser utilizadas como variables explicativas del precio del producto, y servir para controlar por factores que expliquen cierta variación en los precios además de la colusión. Además, si lo que se sospecha es un acuerdo de precios por el cual las empresas establecen ciertos porcentajes de incremento o de margen sobre los costos, entonces puede ser útil utilizar una regresión logarítmica de precios en vez de una regresión lineal, ya que en la misma el coeficiente de una variable dummy correspondiente al período de supuesta colusión puede leerse como una estimación del porcentaje de incremento de precios inducido por dicha colusión. Finalmente, si estamos en presencia de un caso de posible colusión en el cual no se sabe a ciencia cierta cuándo podría haber comenzado el acuerdo de precios (y, antes bien, se sospecha que todo el período respecto del cual se poseen datos podría ser considerado como integrante del período colusorio), entonces la técnica básica que debería utilizarse sería la de los parámetros de conducta, que también hemos desarrollado en la sección III.1. En este caso, el enfoque empírico consiste esencialmente en un test que busca determinar si los precios que se observan se explican mejor a través de una hipótesis colusoria o de una hipótesis competitiva, y la sofisticación del análisis dependerá esencialmente de los datos que se dispongan, y de la 31 posibilidad de encarar estimaciones separadas de oferta y demanda. Cabe recordar, sin embargo, que en estos casos los métodos empíricos son más útiles para descartar hipótesis colusorias que para comprobarlas, ya que –tal como hemos visto en el capítulo anterior– existen numerosos casos en los cuales no es posible distinguir entre situaciones de colusión imperfecta y situaciones de competencia imperfecta, dándose además el hecho general de que esta clase de métodos empíricos no son normalmente capaces de diferenciar entre situaciones de colusión explícita y situaciones de colusión tácita. Una técnica adicional para el estudio de casos de supuestos acuerdos de precios, a la cual hemos hecho referencia en la sección III.2, es el análisis del coeficiente de variación de los precios. En los casos de acuerdos respecto de los cuales se tiene definido una ventana temporal más o menos precisa, la forma más útil de aplicar este método es comparar los correspondientes coeficientes (que surgen de hacer el cociente entre la varianza y la media de los precios observados) en los períodos supuestamente colusivos y no colusivos, esperando hallar un coeficiente mucho mayor en los últimos que en los primeros. Según el caso de que se trate, puede ser aquí útil utilizar los márgenes precio/costo en vez de los precios, ya que en rigor son esos últimos los que suelen quedar fijos en un acuerdo de precios. Otra posibilidad que puede llevarse a cabo en algunos casos es comparar los coeficientes de variación de los precios de venta con los coeficientes de variación de los precios de compra (o de los precios de los insumos), esperando hallar valores menores en los precios de venta en virtud de la existencia de acuerdos colusivos cuya variable de referencia es el precio, y que por lo tanto no son capaces de ajustar de manera rápida los cambios que se producen en los costos17. Otro método sugerido por la literatura para determinar la posible existencia de colusión en casos en los cuales no existen evidencias directas de acuerdo de precios es el propuesto por Kamerschen y Morgan (2004) en un trabajo destinado a analizar la posible existencia de colusión en mercados estadounidenses de asfalto líquido. Dichos autores proponen un método en dos etapas. La primera de tales etapas se refiere a la determinación de la existencia de factores condicionales que pueden influenciar la presencia de colusión, entre los cuales los autores señalan la cantidad y distribución de compradores y vendedores, la elasticidad de la demanda del producto, el grado de homogeneidad del mismo, las condiciones de entrada, la naturaleza de la competencia habitual en el mercado, la existencia de integración vertical, la incidencia de los costos fijos en la industria, la importancia de los costos de transporte, la importancia de las importaciones, etc. La segunda etapa, en cambio, es la que tiene que ver con la recopilación de “evidencia circunstancial de comportamiento colusivo”, y ahí el foco es determinar si existen elementos tales como estabilidad de los market shares, tasas de beneficio extraordinarias, capacidad excedente generalizada en las empresas que operan en el mercado, mecanismos de intercambio de información, discriminación de precios, escasa reacción de los precios a cambios en los costos variables y la existencia de una empresa líder de precios. El método prevé que, si de la primera etapa surge como conclusión la alta probabilidad de que en el mercado se produzca colusión, corresponde 17 Sobre este tema, véase también Athey, Bagwell y Sanchirico (2004). 32 pasar a la segunda etapa. Si en esta última, a su vez, se verifican simultáneamente varios de los elementos que hacen a la “evidencia circunstancial” mencionada y se tiene asimismo algún otro elemento documental o testimonial adicional que va en el mismo sentido, entonces el acuerdo de precios bajo análisis podrá considerarse como probado. IV.2. Acuerdos de cantidades En ciertos casos de colusión, la práctica bajo análisis es un posible acuerdo de cantidades o de cuotas de mercado, en vez de ser un acuerdo de precios. Desde el punto de vista de sus efectos económicos esperados, dicho acuerdo es en principio equivalente a un acuerdo de precios, ya que, dada una determinada función de demanda en un mercado, una reducción coordinada de las cantidades ofrecidas debería inducir un aumento en el precio de equilibrio, del mismo modo que un aumento coordinado en el precio de oferta debería inducir una reducción en la cantidad de equilibrio. La equivalencia mencionada en el párrafo anterior hace que, en principio, las técnicas de detección de carteles vistas en el capítulo III sirvan no sólo para los casos de acuerdos de precios sino también para los de acuerdos de cantidades. Sin embargo, cuando se sospecha que la práctica colusoria bajo análisis ha tomado la forma de un acuerdo de cantidades y no de un acuerdo de precios, resulta posible relevar ciertos aspectos específicos que permiten encontrar algunas evidencias diferentes a los casos de acuerdos de precios. La principal diferencia que debería encontrarse entre una colusión basada en precios y otra basada en cantidades tiene que ver con el coeficiente de variación de una y otra variable. Así como en la sección anterior vimos que un acuerdo en precios debería generar un coeficiente de variación menor en el precio que una situación sin acuerdo de precios, en un acuerdo de cantidades resultaría esperable observar un coeficiente de variación menor a lo largo del tiempo entre las cantidades provistas por cada empresa o bien, si el acuerdo tiene más bien que ver con cuotas de mercado, entre los market shares de cada empresa. Esta característica de estabilidad de market shares en el tiempo es, por lo tanto, la principal variable a observar como evidencia económica de un acuerdo de cantidades. La estabilidad de los market shares, sin embargo, es una característica que no es privativa de las situaciones de colusión, sino que también puede darse en casos de mercados competitivos. Esto ocurre, por ejemplo, en situaciones en las cuales la demanda experimenta un incremento y las empresas tienden a operar en posiciones cercanas al máximo de su capacidad instalada. En este caso la estabilidad de las cuotas de mercado se debe más bien al hecho de que las mismas quedan determinadas por las participaciones de las empresas en la capacidad instalada de la industria, más que a la existencia de un supuesto acuerdo de cuotas. Un elemento útil como evidencia económica de un supuesto acuerdo de cuotas es, por lo tanto, observar si la estabilidad de los market shares se mantiene cuando se analizan distintas divisiones entre las cuales puede repartirse el mercado. Si, por 33 ejemplo, los market shares a nivel global son estables en el tiempo pero a nivel de las distintas provincias o jurisdicciones se observan variaciones importantes entre las cuotas de mercado de las empresas, esto puede ser considerado como una evidencia que va en contra de un supuesto acuerdo de cantidades, ya que puede revelar que, aun en una situación en la cual las cantidades totales que las empresas proveen se mantienen más o menos estables (por ejemplo, por la existencia de restricciones de capacidad) existe sin embargo una competencia importante por captar clientes en los distintos mercados locales en los cuales las empresas compiten entre sí. La división geográfica puede ser también útil cuando lo que se sospecha es un acuerdo de cantidades que afecta un mercado local y no otros. Si se detecta, por ejemplo, que en dicho mercado los market shares de las empresas permanecen mucho más estables que en otros mercados, esto podrá considerarse como una evidencia de colusión a través de un acuerdo de cantidades que afecta el mercado en cuestión, cuyo comportamiento es de este modo diferente al que se verifica en otros mercados. Este tipo de evidencia, sin embargo, debería resultar complementaria a otros análisis a efectuar. Entre ellos podría mencionarse alguna comparación de precios medios entre el mercado supuestamente colusorio y los otros mercados (de la cual debería surgir que el precio medio es mayor en el mercado supuestamente colusorio) e, idealmente, alguna otra evidencia más directa (por ejemplo, comunicaciones entre las empresas, o comunicaciones entre miembros de la misma empresa que hagan referencia a la existencia de un acuerdo de cuotas en la zona geográfica analizada). IV.3. Repartos de mercados y colusión en licitaciones La tercera forma alternativa de colusión, además de los acuerdos de precios y cantidades, consiste en el reparto de clientes entre las empresas que operan en un mercado. Dicho reparto puede llevarse a cabo de diferentes maneras, siendo las dos más habituales la división geográfica y los acuerdos de colusión en licitaciones. Los acuerdos geográficos consisten esencialmente en definir áreas geográficas de venta exclusiva por parte de cada una de las empresas que estén llevando a cabo la práctica colusoria, lo cual en los hechos implica que los clientes ubicados en dichas áreas geográficas sólo tendrán la opción de adquirirle el producto a un único vendedor (en vez de poder optar entre todas las empresas del mercado). En el caso de las colusiones en licitaciones, lo que ocurre es que las empresas oferentes se dividen de antemano los clientes, y sólo se presentan con ofertas competitivas aquellas empresas a las cuales se les ha asignado el cliente en cuestión. La principal característica que debería encontrarse en una situación de reparto de mercados es la inexistencia de ventas por parte de empresas que podrían ofrecer sus productos y que, sin embargo, no los ofrecen. Esto se verifica esencialmente a través de la comparación de las ventas de las distintas empresas en los distintos segmentos en los cuales se puede subdividir al mercado (y entre los cuales se sospecha que se produce el reparto de mercados). Si, adicionalmente, se tiene una referencia temporal a partir de la cual se cree que comenzó la práctica colusoria bajo análisis, debería además verificarse 34 que zonas en las cuales había varias empresas que vendían el producto en determinado momento se convirtieron posteriormente en zonas monopolizadas por alguna empresa y que, del mismo modo, otras zonas resultaron monopolizadas por otras empresas distintas. El reparto de mercados, sin embargo, no debe confundirse con la existencia de cierta competencia espacial entre empresas ubicadas en diferentes lugares geográficos. Si, por características propias de una actividad, se verifica que cada empresa tiende a realizar la mayor parte de sus ventas en zonas relativamente cercanas a su ubicación geográfica, el principal elemento a analizar para evaluar la posible existencia de un reparto de clientes tiene que ver con el comportamiento del mercado en áreas en las cuales existe cierta equidistancia entre los oferentes. En dichas áreas, lo esperable en una situación de competencia sería encontrar más de un vendedor, y market shares no estables a lo largo del tiempo. En una situación de reparto de mercados, en cambio, lo que uno esperaría sería hallar un pase relativamente abrupto entre un monopolio y otro, sin que existan áreas en las cuales varias empresas ofrecen el producto. Los repartos geográficos de mercados que tienen el carácter de prácticas colusorias no deben sin embargo ser confundidos con la práctica vertical de asignación de clientes exclusivos (o exclusividad territorial) a distintos distribuidores. Si, por ejemplo, se verifica que cierto producto es vendido por determinado distribuidor de manera exclusiva en una ciudad y por otro en otra, pero se verifica también que en cada una de dichas ciudades dicho producto compite con otros productos de otras marcas (provistos por otros distribuidores), lo que tenemos es en rigor un caso de integración vertical parcial entre productors y distribuidores que no implica reparto de mercados sino especialización de los distribuidores en determinada marca. Esto, en principio, no tiene carácter anticompetitivo sino que inclusive puede ser una señal de una mayor competencia entre marcas. Los casos de colusión en licitaciones, por su parte, representan un tipo particular de reparto de mercados, en el cual el reparto tiene lugar a través de un mecanismo por el cual las empresas se ponen de acuerdo respecto de qué licitaciones va a ganar cada una. Dicho acuerdo puede materializarse a través de un procedimiento por el cual la empresa asignada para ganar una licitación es la única que se presenta a la misma, o a través de un procedimiento en el cual otras empresas también se presentan a la licitación, pero cotizando precios superiores a fin de que la ganadora sea precisamente la empresa previamente definida a través del acuerdo. La detección de la colusión en ambos casos debe seguir procedimientos analíticos un tanto diferentes, ya que en la primera circunstancia sólo se tienen datos respecto de las empresas ganadoras y de las ofertas presentadas por ellas, y en la segunda pueden llegar a tenerse también datos acerca de las empresas que han perdido las licitaciones. En el trabajo de Porter y Zona (1999), mencionado en la sección III.2, los autores sugieren diferentes técnicas para obtener evidencia empírica en uno y otro caso. Una de las alternativas es analizar el comportamiento de las empresas en términos de la probabilidad de cotizar en una licitación, como función de la distancia entre la 35 localización geográfica de la empresa cotizante y el punto de entrega del producto (que, en el caso del artículo mencionado, era leche destinada a escuelas primarias). El comportamiento esperado en un contexto competitivo es que la probabilidad de cotizar disminuya conforme aumenta la distancia, por lo cual hallar que la probabilidad aumenta en vez de disminuir puede ser en este caso evidencia de comportamiento colusivo. Para llevar a cabo esta técnica, lo más aconsejable es utilizar un procedimiento de regresión de tipo probit o logit, en el cual la variable dependiente (cotizar o no en una licitación) es una variable dummy que puede adoptar un valor igual a 0 o a 1. En tal caso, la regresión a llevarse a cabo debería tener una forma como la siguiente: M Ci h X h D i (29) ; h 1 donde Ci es la variable dependiente, Di es la distancia entre la localización geográfica de la empresa cotizante y el punto de entrega del producto, Xh son otras variables competitivas que podrían influir sobre la decisión de cotizar o no en determinadas licitaciones (por ejemplo, volumen de la licitación, porcentaje de las ventas del proveedor en la zona de influencia, características del proveedor, etc), y α, βh y γ son los coeficientes a estimar. El resultado de este análisis se refuerza si el mismo puede llevarse a cabo de manera paralela para un grupo de observaciones respecto de las cuales se sospecha que no existe colusión, contrastando el comportamiento de uno y otro grupo de empresas o de observaciones. En tal caso, el modelo probit o logit a estimar debería seguir una forma como la siguiente: M Ci h X h Di Carti Di Carti (30) ; h 1 donde Carti es una variable dummy que indica si la observación corresponde a una empresa y a un período en el cual se sospecha que hubo colusión, y δ y θ son coeficientes. Bajo una especificación como esta, un indicio de colusión sería que γ tuviera un valor negativo (es decir, que a mayor distancia, fuera menor la probabilidad de cotizar), que δ tuviera un valor positivo, y que θ fuera positivo (o no significativamente distinto de cero). Para los casos en los cuales se tiene información tanto de licitaciones ganadas como de licitaciones perdidas por las distintas empresas, puede llegar a resultar más útil emplear un procedimiento similar, pero tomar como variable dependiente al monto cotizado (o al precio cotizado, según el ítem de que se trate). En ese caso las variables independientes pueden tener que ver con distintos elementos que hagan al costo o, inclusive, al número de empresas que se presentan en la licitación, pudiendo incluirse también la variable de distancia entre localización de la empresa y el punto de entrega del producto. Bajo una hipótesis competitiva, lo esperable que es que el precio cotizado disminuya cuando aumenta el número de empresas que cotizan, y aumente cuando aumenta la distancia, por lo cual encontrar coeficientes significativos que tengan los 36 signos contrarios puede ser interpretado como una evidencia de la existencia de colusión. V. Análisis de casos internacionales V.1. Estados Unidos En los Estados Unidos, la principal norma aplicable a los casos de colusión es el artículo 1 de la ley Sherman (1890), que penaliza los “contratos, combinaciones en forma de trusts o conspiraciones que restrinjan el comercio”. En ciertas circunstancias resulta también aplicable el artículo 5 de la ley de creación de la Comisión Federal de Comercio (FTC Act), que declara ilegales los “métodos desleales de competencia en el comercio o que afectan el comercio”. La aplicación de la ley Sherman a casos de colusión tiene una larga historia en la jurisprudencia norteamericana. Uno de los primeros casos de importancia fue “EEUU c/ Trans-Missouri Freight Association” (1897), en el cual la Corte Suprema estadounidense sancionó a un grupo de dieciocho ferrocarriles por fijar en forma conjunta los precios de sus fletes. Con esta sentencia se inició la tendencia a sancionar los acuerdos colusorios como prácticas anticompetitivas en sí mismas, y quedó asimismo en claro que la ley antitrust también era aplicable a industrias sometidas a algún tipo de regulación (siempre que la práctica bajo análisis fuera el resultado de la acción de las empresas y no de la regulación en sí). El caso “EEUU c/ Addyston Pipe y otros” (1898), por su parte, sirvió para precisar aún más las situaciones en las que correspondía aplicar el criterio de anticompetitividad per se. La sentencia de la cámara de apelaciones, que terminó con la condena de un reparto de mercados que establecía monopolios locales para seis productores importantes de cañerías de hierro, distinguió así los acuerdos cuyo objeto era restringir la competencia (como el que tenía lugar en el caso bajo análisis) de aquéllos en los cuales la restricción a la competencia era un elemento auxiliar que ayudaba a conseguir otro objetivo diferente (por ejemplo, una mejora en el sistema de distribución, la provisión de un nuevo servicio conjunto, etc). A partir de entonces los tribunales estadounidenses empezaron a condenar sin admitir defensas todos aquellos acuerdos que establecían una colusión lisa y llana, admitiendo el empleo de la regla de la razón sólo en aquellos casos en los que pudiera interpretarse que la restricción horizontal bajo análisis fuera auxiliar a algún otro objetivo legítimo. Más cerca en el tiempo, en las décadas de 1970 y 1980, tuvieron lugar en Estados Unidos una serie de casos en los cuales se puso en duda el carácter principal o auxiliar de ciertas restricciones horizontales a la competencia18. Uno de ellos fue “CBS c/ BMI y ASCAP” (1979), en el cual una compañía discográfica denunció a las dos principales asociaciones de autores y compositores (American Society of Composers, Authors and Publishers, y Broadcast Music Incorporated) por comercializar de manera conjunta los derechos de autor de todas las obras que representaban. El negarse a vender los derechos 18 Para un análisis más completo de este tema, véase Areeda y Kaplow (1997), capítulo 2. 37 de las distintas obras individualmente fue interpretado por el denunciante como un comportamiento colusorio por parte de los miembros de cada una de las asociaciones, cuyo objetivo era manipular los precios de mercado. En su sentencia absolutoria de ASCAP y BMI, sin embargo, la Corte Suprema interpretó que la restricción horizontal atacada era auxiliar al objetivo principal de permitir el ejercicio de los derechos de autor por parte de sus dueños, que era lo que justificaba la existencia en sí de las asociaciones de autores y compositores. Dicha restricción auxiliar, además, se consideró razonable, ya que permitía una mayor integración del mercado y un ahorro de costos en la negociación y en el control del uso de las composiciones musicales. Un criterio semejante al del caso BMI fue el que la Corte Suprema de EEUU aplicó en el caso más reciente de “Dagher c/ Texaco y Shell” (2006), en el cual dos empresas petroleras (Texaco y Shell) que operaban conjuntamente una refinería, de nombre Equilon, fueron acusadas de acuerdo de precios porque Equilon fijaba el mismo precio para el combustible que se vendía con la marca Shell y con la marca Texaco. Por considerar que el emprendimiento conjunto entre Shell y Texaco no era en este caso anticompetitivo per se, la Corte Suprema norteamericana entendió aquí que el caso debía ser analizado siguiendo la regla de la razón. Además, por interpretar que en esta situación no habría habido efectos anticompetitivos si Equilon hubiera decidido vender su producto utilizando una única marca, consideró que tampoco los había por el hecho de vender el combustible con dos marcas distintas, ni por el de fijar el mismo precio para esas dos marcas19. La regla de la razón también fue aplicada por la Corte Suprema de EEUU en el caso “Universidad de Oklahoma y otros c/ NCAA” (1984), con la diferencia de que aquí su aplicación llevó a una sanción y no a un sobreseimiento. En efecto, en ese caso lo que se analizó fue una restricción impuesta por la asociación que nuclea a los departamentos de deportes de las universidades (NCAA) respecto de la comercialización de los derechos de transmisión de los partidos de fútbol universitario norteamericano, y se entendió que la misma era auxiliar al objetivo principal de la asociación, que era el de proveer un producto (el campeonato universitario de fútbol norteamericano) que no podía existir sin un ente que coordinara las actividades de las universidades participantes. La prohibición impuesta por la NCAA para que las universidades vendieran los derechos de transmisión de sus partidos de manera independiente, sin embargo, se consideró irrazonable, puesto que generaba un perjuicio para los consumidores del producto y no se veía compensada por ninguna ventaja de eficiencia20. La jurisprudencia estadounidense ha desarrollado también ciertos criterios generales para evaluar los casos de colusiones encubiertas, en especial en presencia de paralelismo consciente. La idea básica al respecto es que el comportamiento paralelo de varios competidores no resulta en sí mismo evidencia concluyente de colusión, pero sí es un elemento que contribuye a inferir la existencia de dicha conducta cuando aparece conjuntamente con otras evidencias indirectas. Esta doctrina, conocida bajo la 19 20 Para un análisis más extenso de este caso, véase Elhauge y Geradin (2007), capítulo 2. Para un análisis económico de los argumentos utilizados en el caso NCAA, véase Horowitz (1994). 38 denominación de “paralelismo plus”, se ha ido desarrollando como corolario de diversos casos evaluados por la Corte Suprema y por otros tribunales inferiores. El primero de ellos fue “EEUU c/ Interstate Circuit y otros” (1939), en el cual los ocho distribuidores más grandes de películas cinematográficas (Metro, Fox, Warner, RKO, Paramount, Columbia, Universal y United Artists) fueron sancionados por un comportamiento paralelo que involucraba también a una cadena de cines del estado de Texas (Interstate Circuit). La conducta analizada implicaba un pedido de Interstate Circuit de que los distribuidores no le cedieran sus películas a ninguna cadena de cines que cobrara menos de 25 centavos la entrada, y el comportamiento paralelo de los distribuidores acatando dicha sugerencia21. La doctrina del paralelismo plus tuvo también aplicación en casos en los cuales se interpretó que la verificación de un comportamiento paralelo no bastaba para probar la existencia de colusión. Dichos casos sirvieron para reafirmar la teoría de que la fijación oligopólica de los precios (en la cual cada empresa tiene en cuenta la posible reacción de las demás pero no existe un acuerdo entre ellas para determinar precios o cuotas de mercado) no implica una infracción a las leyes antitrust. El más citado de dichos casos es probablemente “Theatre Enterprises c/ Paramount y otros” (1954), en el cual la Corte Suprema estadounidense consideró que la actitud conjunta de los distribuidores cinematográficos de estrenar sus películas en los cines del centro de la ciudad de Baltimore y ceder los filmes a los cines de los suburbios sólo después de que bajaban de cartel en las salas céntricas no era una evidencia suficiente de colusión, sino que podía explicarse como una política racional de competidores que actuaban en el mercado de manera independiente22. El caso más reciente de paralelismo que llegó a la Corte Suprema de EEUU, y que se resolvió de manera semejante al de Theatre Enterprises, fue “Towmbly c/ Bell Atlantic y otros” (2007). En dicho caso, un grupo de empresas proveedoras de servicios de telefonía fija fue acusado de colusión por haberse repartido entre ellas los mercados de manera geográfica, y virtualmente el único elemento de prueba disponible era el paralelismo de conductas que estas empresas exhibían luego del proceso de desregulación de las telecomunicaciones que había tenido lugar en los Estados Unidos a partir de 1996. En efecto, lo que se veía era que cada una de las empresas, a pesar de estar autorizada a ofrecer sus servicios en diferentes áreas geográficas, sólo se introducía 21 Otro caso antiguo pero importante de sanción de una colusión encubierta con paralelismo consciente fue “EEUU c/ American Tobacco y otros” (1946), en el cual los tres mayores productores estadounidenses de cigarrillos (American Tobacco, Reynolds, y Ligett & Myers) fueron condenados por un acuerdo de precios que se infería de su comportamiento paralelo respecto de sus principales marcas. 22 Más fuerte aún resultó la sentencia que cerró el caso “EEUU c/ Pfizer y otros” (1973), en el cual un tribunal federal de primera instancia decidió no sancionar a un conjunto de laboratorios que elaboraban tetraciclina (que es un antibiótico cuyo costo de producción apenas excedía los $3, y se vendía al por mayor a más de $30 por caja) y que habían mantenido precios virtualmente idénticos durante siete años. En dicho caso los laboratorios sostuvieron explícitamente que cada uno de ellos fijaba sus precios teniendo en cuenta los precios de los demás, pero afirmaron que dicha política no implicaba concertación alguna sino una estrategia comercial que le convenía individualmente a cada uno, dado el tipo de competencia que regía en el mercado en cuestión. 39 de manera marginal en las zonas que habían sido tradicionalmente monopolizadas por otras empresas, y en cambio buscaba muy fuertemente mantener su posición en las áreas en las cuales ella había sido la monopolista. Sin embargo, por la ausencia de otros elementos de prueba (directos o indirectos) que mostraran la existencia de colusión explícita, la Corte Suprema de EEUU consideró que en este caso no estaba acreditada la comisión de un acto violatorio de las leyes antitrust, debido a que no existían “hechos que sugirieran la existencia de un acuerdo” y a que el mercado partía de una situación en la cual los antiguos monopolistas de cada área geográfica veían natural tratar de conservar su posición en su segmento tradicional, “esperando que sus vecinos hicieran lo mismo”. Otro tema que en su momento generó cierta controversia en Estados Unidos fue la tipificación de las restricciones horizontales impuestas entre empresas controladas por el mismo grupo económico. La solución al tema llegó con la sentencia de la Corte Suprema en el caso “Copperweld c/ Independence Tube” (1984), en la cual quedó firmemente establecido que una empresa controlante y otra controlada eran una sola entidad, incapaz de coludir y por lo tanto de violar el artículo 1 de la ley Sherman. Esta interpretación se conoce a partir de entonces como “doctrina Copperweld”, y ha hecho que todos los casos subsiguientes que implicaban concertaciones dentro de un mismo grupo económico fueran tratados como conductas unilaterales. La aplicación de sanciones por prácticas colusorias imputables a cámaras y asociaciones empresarias tiene una larga historia en la jurisprudencia estadounidense, que se remonta al caso ya mencionado de Trans-Missouri. En cambio, la aplicación de las leyes antitrust a asociaciones profesionales resulta bastante más reciente. El caso líder sobre este tema fue “Goldfarb c/ Virginia State Bar” (1975), en el cual la Corte Suprema condenó a la asociación de abogados del estado de Virginia por fijar aranceles mínimos para sus asociados por tareas de intermediación en la compraventa de inmuebles, y controlar el cumplimiento de dichos mínimos a través de sanciones de su tribunal de ética. Similar criterio se adoptó en “EEUU c/ National Society of Professional Engineers” (1978), que fue un caso en el cual la entidad que nuclea a los ingenieros de Estados Unidos fue condenada por establecer normas de ética que prohibían a sus asociados participar en licitaciones competitivas y que establecían la obligación de cobrar ciertos aranceles fijados por la propia asociación. Un cambio muy importante que tuvo lugar en la aplicación del derecho antitrust estadounidense a partir de la década de 1990 fue la implementación de políticas de clemencia, en especial a partir del programa para empresas aplicado por el Departamento de Justicia desde 1993. Como consecuencia de este programa se incrementó de manera muy fuerte la actividad relacionada con el seguimiento de carteles internacionales, y esto devino además en un aumento notable del monto de las multas pagadas por las empresas implicadas. Tres grandes casos se destacan en este punto. El primero de ellos fue “EEUU c/ ADM y otros” (1996), y se trató de una concertación entre los cinco mayores productores mundiales de lisina, que es un aditivo utilizado en la 40 producción de alimentos para el ganado 23 . La misma consistía en un acuerdo que establecía los precios que cada compañía cobraba en distintas regiones del mundo y asignaba volúmenes de venta entre ellas, y cuyo efecto fue incrementar los precios del producto alrededor del 70% en pocos meses. El caso concluyó con una sentencia de prisión para tres personas y multas por un total de U$S 91,5 millones. Esto implicó un cambio sustancial en el nivel de las multas, las cuales por primera vez en la historia superaron el límite de los U$S 10 millones24. El siguiente caso importante de sanción a un cartel internacional es “EEUU c/ UCAR y otros” (1998), referido al mercado de los electrodos de grafito. En este caso el acuerdo implicaba no sólo la fijación de precios y el reparto del mercado, sino que también incluía provisiones relativas al intercambio de información, la reducción de la capacidad instalada de producción y la obstaculización del acceso de competidores del cartel a cierta tecnología de producción. Cuatro empresas fueron multadas por un total de U$S 283,5 millones y hubo además dos personas que terminaron con condenas de prisión. Por último, “EEUU c/ Hoffmann-La Roche y otros” (1999) finalizó con un nivel de multas de U$S 875 millones (incluyendo una multa de U$S 500 millones para la principal empresa involucrada, Hoffmann-La Roche) y penas de prisión para cinco personas, como consecuencia de un caso de colusión entre los principales productores mundiales de vitaminas. El mismo sancionó un acuerdo que comprendía precios, cantidades y división de la clientela por parte de siete laboratorios internacionales. V.2. Unión Europea La jurisprudencia europea sobre casos que involucran conductas de tipo colusorio ha tendido a seguir la práctica norteamericana de sancionar sin mayores excepciones todos los acuerdos de precios y cuotas, así como los repartos horizontales de mercados. La fundamentación de dichas sanciones, sin embargo, no se ha basado en la aplicación de reglas per se, sino más bien en el encuadramiento de las prácticas colusorias dentro del apartado 1 del artículo 101 del Tratado sobre el Funcionamiento de la Unión Europea, y en el hecho de que las mismas no cumplen con las condiciones de eximición previstas en el apartado 3 de dicho artículo25. El primer caso de colusión abierta que llegó al Tribunal de Justicia de la Unión Europea fue “Comisión Europea c/ Boheringer Mannheim y otros” (1970) y se refería a un cartel destinado a fijar precios, cuotas de compra de insumos y zonas de venta en el 23 Para un análisis más detallado de este caso, véase Connor (2003). Ese es el límite máximo que establece la ley Sherman para situaciones en las cuales no puede estimarse objetivamente el daño ocasionado. La provisión alternativa utilizada en este caso y otros posteriores permite imponer multas de hasta dos veces la ganancia ilícita del cartel o dos veces las pérdidas sufridas por las víctimas. Véase US Department of Justice (1999). 25 Este artículo es idéntico al que originalmente se conocía como artículo 85 del Tratado de Roma (1957), y que luego pasó a ser conocido como artículo 81 del Tratado de la Comunidad Europea (1999). Su denominación actual corresponde a la versión del tratado vigente desde mayo de 2008. 24 41 mercado de quinina, que es un producto químico que se utiliza en la industria farmacéutica. Este cartel de la quinina estaba instrumentado a través de acuerdos explícitos entre empresas de Francia, Alemania y Holanda, que rigieron durante un período de siete años entre 1958 y 1965. El mismo fue sancionado por la Comisión Europea con importantes multas, las cuales fueron confirmadas en su mayor parte por el Tribunal de Justicia. Idéntico criterio se adoptó unos años después en “Comisión Europea c/ Suiker Unie y otros” (1976), en el cual fueron multados los miembros de un cartel del azúcar que involucraba a la mayoría de los productores importantes de Francia, Bélgica, Holanda, Italia y Alemania. Si bien algunos de los acuerdos que habían tenido lugar en el marco de este cartel se hallaban amparados por políticas nacionales y europeas de protección a la actividad azucarera, la Comisión Europea halló que en este caso los productores involucrados habían concertado numerosas prácticas que limitaban aún más la poca competencia existente, y que implicaban esencialmente un reparto de los mercados nacionales entre las empresas de cada país y sendos acuerdos de precios dentro de cada mercado nacional. El paralelismo de precios como evidencia de una concertación también ha aparecido en la jurisprudencia europea en una serie de casos. Así, en “Comisión Europea c/ ICI y otros” (1972), las principales empresas europeas productoras de colorantes fueron sancionadas en base a una serie de conductas paralelas que involucraron aumentos de precios idénticos y simultáneos durante un período de cuatro años. Dichos aumentos habían implicado además un intercambio de información entre las empresas, y ese intercambio fue considerado clave como elemento adicional constitutivo de una práctica colusoria, puesto que representaba “... una forma de coordinación ... que sustituía los riesgos de la competencia por la coordinación entre competidores”. Pero la doctrina de que la conducta paralela no basta por sí sola para inferir la existencia de un acuerdo también tiene su lugar en la experiencia europea, como lo demuestra el caso “Comisión Europea c/ Ahlstrom y otros” (1993), en el cual el Tribunal de Justicia de la Unión Europea revocó una decisión de la Comisión Europea condenando a un grupo de productores de pulpa de madera para fabricar papel. En dicho caso, cuya primera resolución tuvo lugar en 1984, cuarenta y dos empresas habían sido acusadas de colusión en virtud de que todas ellas utilizaban el mismo método de cotizar precios (por períodos trimestrales, en dólares estadounidenses y sin ofrecer bonificaciones ni descuentos). En su sentencia, el Tribunal de Justicia concluyó que este hecho no bastaba para constituir una práctica concertada, en virtud de que el mismo podía tener su origen en particularidades propias del mercado en cuestión (caracterizado por relaciones de largo plazo entre compradores y vendedores, y diferenciación de productos)26. La jurisprudencia europea tiene también un caso en el cual se ha fijado el principio según el cual no es posible condenar por una práctica horizontal concertada a un conjunto de empresas que pertenece al mismo grupo económico. Dicho caso, denominado “Vilho Europe c/ Parker Pen” (1996), se refiere a una situación análoga a la 26 Para un análisis económico de los argumentos utilizados por la Comisión Europea y por el Tribunal de Justicia en este caso, véase Motta (2004), capítulo 4. 42 que originó en Estados Unidos la doctrina Copperweld. En él, el Tribunal de Justicia de la Unión Europea concluyó, de manera coincidente con lo que habían decidido la Comisión Europea y el tribunal de primera instancia, que no era posible considerar que las compañías subsidiarias de la empresa Parker Pen, dedicada a la fabricación y venta de lapiceras, pudieran ser culpables de un reparto horizontal de mercados, cuando lo que hacían no era otra cosa que implementar la decisión de su sociedad controlante de organizar la distribución de su producto en distintos países de Europa. Siguiendo la tendencia iniciada por las autoridades estadounidenses de defensa de la competencia, la Unión Europea ha registrado en los últimos años un aumento significativo de las multas impuestas a las empresas halladas culpables de prácticas horizontales colusorias. Al respecto es ilustrativo lo que expresa el informe anual de competencia del año 2001 (Comisión Europea, 2001), en el cual se registró lo que en su momento fue un récord de multas impuestas a un conjunto de carteles de distintas actividades. A partir del año 2002, dicho aumento se potenció como consecuencia de un incremento muy significativo en el número de casos por cartelización, originado en buena medida por la implementación de la política de clemencia establecida en ese año por la Comisión Europea27. Hasta fines del año 2008, la multa más elevada fijada por las autoridades europeas para una sola empresa era de 479 millones de euros, en tanto que la multa más alta para un cartel como un todo ascendía a 992 millones de euros. Ambas multas corresponden al mismo caso: “Comisión Europea c/ ThyssenKrupp y otros” (2007), referido a un cartel de empresas dedicadas a la provisión de ascensores y escaleras mecánicas, que operaba en Alemania, Bélgica, Holanda y Luxemburgo. Las empresas en cuestión (ThyssenKrupp, Otis, Schindler y Kone) fueron multadas porque, en cada uno de esos cuatro países, habían establecido un sistema de reparto de clientes por el cual definían previamente quién iba a ganar las grandes licitaciones de ascensores y escaleras mecánicas, así como también los proyectos para la venta e instalación de nuevos equipos, y acordaban no competir entre sí por los contratos de mantenimiento de los ascensores y escaleras mecánicas (tanto nuevos como en funcionamiento) 28. Si bien este caso no se inició a través del programa de clemencia de la Unión Europea sino que comenzó como una investigación de oficio, durante su transcurso hubo varios implicados que solicitaron acogerse a dicho programa, y que brindaron evidencias directas de colusión que sirvieron para probar de manera acabada las conductas objetadas29. 27 De la información que aparece en el sitio de internet de la Comisión Europea, por ejemplo, puede extraerse el dato de que el récord de multas establecido en el año 2001 (que era de mil millones de euros) fue superado en el año 2006 (1846 millones de euros), y nuevamente en el año 2007 (3338 millones de euros). Entre los casos que finalizaron en esos años pueden citarse “Comisión Europea c/ Arkema y otros” (2006), “Comisión Europea c/ Eni y otros” (2006), “Comisión Europea c/ Siemens y otros” (2007) y “Comisión Europea c/ Pilkington y otros” (2007). 28 En el caso de Holanda también resultó multada Mitsubishi, que no operaba en los otros tres países bajo análisis. 29 Para un análisis más extenso de este caso, véase Whish (2009), capítulo 13. 43 V.3. América Latina De la experiencia latinoamericana sobre casos de sanción por prácticas colusorias, en este apartado reseñaremos una serie de procesos que tuvieron lugar en México, Brasil y la Argentina. Como se verá, en la resolución de los mismos se han seguido en general las líneas conceptuales elaboradas con anterioridad en los Estados Unidos y en la Unión Europea, si bien en algunos casos han aparecido algunas soluciones levemente diferentes. Por ejemplo, en México, la aplicación de la ley antitrust a casos de prácticas colusorias se inició con el caso “CFC c/ Canalava y Anilpe” (1993), que fue un proceso en el cual la Cámara Nacional de la Industria de Lavanderías (Canalava) y la Asociación Nacional de Industriales de Limpieza Profesional (Anilpe) fueron sancionadas por fijar precios para los servicios que prestaban sus asociados (lavanderías y tintorerías) y contribuir a la uniformidad de los mismos. Idéntica situación aconteció en “CFC c/ Canacar” (1995), en el cual se sancionó a la Cámara Nacional de Autotransportes de Carga por elaborar y distribuir una guía de precios para los servicios de transporte de carga por parte de sus miembros, en la cual se establecía expresamente el propósito de fijar precios mínimos para la prestación de dichos servicios30. En su artículo sobre la política mexicana de defensa de la competencia, Pérez Miranda (2000) destaca otros tres casos de aplicación de la ley federal de competencia a la sanción de acuerdos de precios resueltos en la última década del siglo XX. Tales son “CFC c/ Asociación Mexicana de Agentes de Carga” (1996), “CFC c/ Alianza Nacional de Transportadores de Servicios de Turismo” (1997) y “Fábrica de Hielo y Cámaras de Refrigeración c/ Antartic y otros” (1997). Este último caso tuvo la particularidad de que el acuerdo de precios celebrado por tres productores de hielo de la ciudad de Puebla tenía por objetivo contrarrestar una política de precios bajos de otros dos productores. Si bien la práctica en cuestión fue sancionada como anticompetitiva per se, no puede decirse que se tratara de una conducta propiamente colusoria, sino más bien de una práctica horizontal concertada de naturaleza exclusoria. En lo que va del siglo XXI, la CFC ha seguido analizando una serie de casos en los que se cuestionaron conductas relacionadas con acuerdos de precios. Uno de ellos fue “CFC c/ LATEX y otros” (2004), en el cual lo que se investigó fue un aumento de precios simultáneo e idéntico por parte de los únicos cuatro laboratorios de México que efectuaban análisis fitosanitarios de las importaciones de papas provenientes de Estados Unidos. Si bien en este caso sólo se contaba con pruebas indirectas de un paralelismo de conductas, las partes en cierto modo reconocieron la ilegalidad de su proceder, y el caso terminó con un compromiso de los laboratorios de establecer precios en función de sus También sentó jurisprudencia el caso “CFC c/ Banamex y otros” (1994), en el que se sancionó a un conjunto de entidades financieras por coordinar sus posturas en varias subastas de títulos públicos realizadas por el gobierno mexicano. 30 44 costos y de no incurrir en prácticas que implicaran concertación de precios. En “SDE c/ Canacintra y otros” (2005), por su parte, lo que sancionó fue una colusión abierta entre varias empresas y asociaciones de empresas para concertar los precios de venta al público de las tortillas de maíz en el estado de Durango. En lo que se refiere a repartos de mercados, merece destacarse por su importancia el caso “CFC c/ Distribuidora de Combustóleo y otros” (1997), en el cual se multó a un grupo de transportistas y distribuidores de hidrocarburos por dividirse geográficamente el mercado y limitar concertadamente la oferta de sus servicios. En esta concertación participaba también la empresa refinadora Pemex, que aceptaba pasivamente la existencia del acuerdo y en cierto modo actuaba controlando su cumplimiento. Si bien Pemex no fue multada, sí se le ordenó que cesara dicho comportamiento. El caso fue también importante porque se distinguió entre el carácter paraestatal de Pemex como monopolista legal de ciertos segmentos del mercado petrolero y su participación en otros segmentos como oferente desregulado y sujeto a las normas generales de la ley federal de competencia económica. Otra sanción de la CFC por reparto de mercados es la que aparece en “Tortillerías San Antonio c/ Canaco” (2000), en el cual la multada es la Cámara Nacional de Comercio del municipio de Angostura (Sinaloa) por establecer un esquema de reparto de mercados entre sus asociados en lo que se refiere a la instalación de comercios dedicados a la venta de tortillas. El reparto en cuestión se hallaba tácitamente convalidado por la autoridad municipal, la cual había delegado el tema en una comisión en la cual participaba directamente la asociación empresaria sancionada. La práctica objetada en este caso no era únicamente colusoria sino que también tenía elementos exclusorios, dados por el hecho de que el denunciado aprovechaba su posición para impedir el acceso al mercado de nuevos competidores31. Al igual que en México, país en el cual la colusión lisa y llana es considerada una práctica monopólica absoluta que no puede exculparse por la aplicación de la regla de la razón, en Brasil las autoridades de defensa de la competencia también han seguido en general el criterio norteamericano de considerar a dicha conducta como una infracción per se. Así, en “Elmo c/ Sindicato de Empresas de Seguridad y Vigilancia” (1992), el Consejo Administrativo de Defensa Económica (CADE) sancionó un acuerdo entre empresas para uniformar conductas y fijar una tabla de precios mínimos y consideró “... irrelevante si los precios acordados son justos o abusivos o si tienen por objeto prevenir prácticas predatorias”. Del mismo modo, en “CADE c/ Empel y otros” (1988), la misma autoridad antitrust consideró que la celebración de un contrato de cooperación entre competidores para limitar la producción y fijar precios configuraba un abuso de poder económico, “... independientemente de la dimensión de las empresas cartelizadas”. Sin 31 En rigor, este caso fue el primero de una lista relativamente larga de procedimientos por temas parecidos en diferentes lugares de México. En el año 2004, por ejemplo, hubo tres casos similares: “CFC c/ Unión de Tortillerías y Molinos de Temixco”, “CFC c/ Unión de Molinos y Tortillerías de Salvador Alvarado”, y “Vendedores de Angostura c/ Unión de Vendedores Ambulantes de Angostura”. Al respecto, véase Comisión Federal de Competencia (2004), capítulo 2. 45 embargo, al igual que en Estados Unidos y en la Unión Europea, ha habido en Brasil una serie de casos en los cuales la hipótesis de colusión resultó descartada por falta de pruebas concretas, dando lugar a la interpretación de que el simple paralelismo en las conductas no basta para configurar una práctica colusoria. Son ejemplos de esto el caso “Codima c/ Ibemep y otros” (1990), en el cual fueron denunciados varios productores de material eléctrico pesado, y el caso “Asbeg c/ Sitran y otros” (1988), en el cual varias empresas de limpieza fueron acusadas de concertar sus posturas en una serie de licitaciones públicas. Los casos citados en el párrafo anterior corresponden a la época en la cual regía en Brasil la anterior ley de defensa de la competencia (ley 4137, del año 1962). De entre los casos resueltos a partir de la sanción de la actual ley de competencia (ley 8884, del año 1994) cabe mencionar a “CIEFAS c/ SINDILAC y otros” (1998), en el cual una serie de asociaciones de laboratorios de análisis clínicos y hospitales privados de los estados de Río Grande do Sul, Matto Grosso y Alagoas fueron sancionados por elaborar tablas de precios mínimos para sus respectivos servicios, en situaciones en las cuales dichas tablas eran luego aplicadas por la generalidad de los prestadores de una determinada actividad y zona geográfica. Otro caso de colusión que se considera muy significativo en la experiencia antitrust brasileña es “SDE c/ CSN, Usiminas y Cosipa” (1999), que se originó en un procedimiento de oficio de la Secretaría de Derecho Económico (SDE). Dicho caso implicó una sanción de multa para los tres únicos productores brasileños de aceros planos por concertación de precios, que ascendió a un total de 58 millones de reales. Las conductas sancionadas por la decisión del CADE consistieron en dos acuerdos para reajustar los precios de los aceros planos que tuvieron lugar respectivamente en julio de 1996 y en abril de 1997. Tales acuerdos no pudieron ser probados de manera directa, pero sí lo fueron (a criterio del CADE) de manera indirecta a través de la actitud de las empresas involucradas en una reunión efectuada en el Instituto Brasileño de la Siderurgia en julio de 1996, y a través de una conducta caracterizada como “paralelismo de precios”. Una de las características más salientes de la legislación brasileña aplicable al tema de las prácticas horizontales colusorias es que Brasil es virtualmente el único país latinoamericano que ha incorporado a su ley de competencia la posibilidad de celebrar acuerdos de clemencia entre las agencias antitrust y los miembros de un cartel (artículo 35 de la ley 8884, modificado por la ley 10.149). En el caso brasileño dicha posibilidad apareció explícitamente a través de una reforma a la ley de defensa del orden económico que se hizo en el año 2000, y desde el año 2003 han comenzado a celebrarse este tipo de acuerdos entre algunas empresas y la Secretaría de Derecho Económico 32 . De los asuntos finalizados hasta fines del año 2008 en los que los acuerdos de clemencia tuvieron un papel importante se destaca el de “SDE c/ Assevirgs y otros” (2007), que fue justamente el caso en el cual se celebró el primer acuerdo de clemencia (cuyos signatarios fueron la SDE y la empresa Vigilância Antares). En ese caso, uno de los 32 Para una referencia más detallada acerca del programa brasileño de clemencia, véase Secretaria de Direito Econômico (2008). 46 integrantes de un cartel de empresas de vigilancia del estado de Río Grande do Sul aportó evidencias que permitieron probar la existencia de acuerdos colusorios para repartirse las licitaciones celebradas por la Superintendencia de Ingresos Públicos de Río Grande do Sul y por la Secretaría Municipal de Salud de Porto Alegre, y el proceso terminó con multas por un total de 40 millones de reales para cinco empresas33. Otros casos de sanción por prácticas horizontales colusorias resueltos en Brasil en lo que va del siglo XXI son “SDE c/ Estaleiro Ilha y Eisa” (2001), “Unimed da Baixada Santista c/ Unimed de Santos” (2001), “Estado de Santa Catarina c/ Sindicato del Comercio Minorista de Combustibles Minerales de Florianópolis” (2002) y “SDE c/ Sindiposto y otros” (2002). En el primero de dichos casos los denunciados fueron multados por concertar posturas en una serie de licitaciones públicas del gobierno nacional brasileño, en tanto que el segundo caso se trató de una situación de colusión en la provisión de servicios médicos. La entidad sancionada en este último episodio era una cooperativa que nucleaba a numerosos profesionales médicos, a la cual se le imputó una conducta que involucraba fijación de precios, reparto de mercados y prácticas tendientes a excluir a otros profesionales del mercado o impedirles su acceso al mismo. Por la multa establecida (127 mil reales), este caso fue el más importante de los sancionados en el año 2001 contra entidades médicas y hospitalarias, pero en ese mismo año hubo otros once casos similares que terminaron con multas contra las asociaciones denunciadas34. Otros tres casos brasileños recientes de sanción por cartelización son “SDE c/ Varig, TAM y Vasp” (2004), “SDE c/ Sindipedras y otros” (2005) y “SDE c/ HoffmannLa Roche y otros” (2007). El primero de ellos finalizó con una multa contra las tres empresas aéreas que cubrían la ruta San Pablo-Río de Janeiro, por acordar los precios y otras condiciones comerciales de sus pasajes. El segundo involucró a 18 proveedores de piedras para la industria de la construcción (britas) y a la asociación que las nucleaba (Sindipedras) por prácticas de fijación de precios, reparto de mercados y acuerdos para cotizar en licitaciones, y culminó con una multa que ascendió a un total de 33 millones de reales. El último de los casos mencionados, finalmente, se refiere al mercado de vitaminas y es en cierto modo una consecuencia de las sanciones que las mismas empresas imputadas (Hoffmann-La Roche, Basf y Aventis) habían sufrido en casos similares en Estados Unidos y Europa. Como dichas conductas habían tenido repercusión mundial y habían generado también daños a la competencia y perjuicios al orden económico en Brasil, el CADE entendió que correspondía la aplicación de multas por dichos daños y perjuicios, que ascendieron a un total de 18 millones de reales. En lo que se refiere a la experiencia de la República Argentina, cabe mencionar que la legislación vigente en dicho país (ley 25.156, del año 1999) exige que, para que una conducta anticompetitiva sea sancionable, la misma debe originar un perjuicio real o potencial al interés económico general, y esto se interpreta en la práctica como un requisito de aplicabilidad de la regla de la razón a todas las conductas violatorias de la competencia. Pero aunque la legislación argentina no tipifica prácticas anticompetitivas 33 34 Para un análisis de este caso, véase Lubambo (2008). Al respecto, véase Conselho Administrativo de Defesa Econômica (2001), páginas 131-140. 47 per se, la jurisprudencia que se ha ido desarrollando en una serie de casos concretos muestra una tendencia bastante clara a sancionar todas aquellas prácticas horizontales concertadas que han sido suficientemente probadas y representan casos de colusión abierta. La jurisprudencia de la Comisión Nacional de Defensa de la Competencia de la Argentina (CNDC) sobre colusión abierta ha sido elaborada en una serie de casos que involucraron, entre otros, al mercado de producción y comercialización de arena, al mercado de fraccionamiento de gas licuado y al mercado de producción y comercialización de oxígeno líquido. En el primero de dichos mercados, la ley argentina de competencia tuvo su aplicación inicial en “Silos Areneros de Buenos Aires c/ Arenera Argentina y otros” (1986), en el cual la conducta analizada fue una concertación entre las empresas productoras de arena del área de Buenos Aires que contaba con el apoyo de entidades sindicales que nucleaban a los conductores navales que efectuaban el transporte de la arena. En este caso la concertación tenía lugar a través del establecimiento de cupos de producción para las distintas empresas, los cuales se determinaban en el seno de una comisión integrada por las empresas areneras y los sindicatos. De la investigación realizada surgió que la concertación pactada había regido efectivamente entre 1982 y 1985, y que el efecto de la misma sobre el mercado había sido una disminución del promedio de viajes realizados por los buques areneros y un aumento del precio de la arena. Ante estas evidencias, tanto las empresas como los sindicatos involucrados recibieron como sanción una multa, que resultó más elevada para las empresas areneras y más baja para los sindicatos de conductores navales. En lo que se refiere al gas licuado, el principal caso argentino de sanción a un cartel por prácticas horizontales colusorias es “Lara Gas y otros c/ Agip y otros” (1993), en el cual el conjunto de los fraccionadores de gas licuado de petróleo (GLP) que manejaban el 85% de la oferta total de dicho producto fue hallado culpable de acordar entre sí las condiciones de venta del bien, tanto en lo que se refería a clientela como a precios. En este caso, la concertación tenía lugar a través de la Cámara de Empresas Argentinas de Gas Licuado (CEAGL), que había organizado un servicio de información, control e inspecciones del acuerdo colusorio. Dicho acuerdo implicaba tanto la existencia de un paralelismo de precios liderado aparentemente por las cuatro empresas más grandes (Agip, Algas, Autogas y Argón) como un reparto de clientes, instrumentado a través de un sistema de clearing de envases entre empresas y de normas de conducta que llevaban a los fraccionadores involucrados a negarse a venderle GLP a clientes de otros fraccionadores. Las sanciones aconsejadas por la CNDC y luego ratificadas por el Secretario de Comercio y por los tribunales de apelación que analizaron el caso (que llegó hasta la Corte Suprema de Justicia de la Nación) fueron multas para las empresas involucradas y para la CEAGL, graduadas en base al número de hechos ilícitos cometidos por cada una, así como también una orden de cese del reparto de clientes instrumentado por el cartel. El último caso importante de colusión abierta sancionado por la autoridad antitrust argentina es “CNDC c/ Air Liquide y otros” (2005), que se refiere a una 48 concertación entre las principales empresas productoras de oxígeno líquido de la Argentina para repartirse clientes, en especial en lo referido a los hospitales públicos del área de Buenos Aires durante el período 1997-2002. El caso comenzó en base a información suministrada por las autoridades sanitarias de la Capital Federal, pero luego continuó con una serie de audiencias testimoniales y allanamientos de los cuales surgieron pruebas documentales que revelaban la existencia de numerosas situaciones en las cuales las empresas involucradas (Air Liquide, Praxair, AGA e Indura) pactaban entre sí para no ofertar (o para cotizar precios superiores) en diversas licitaciones organizadas por diferentes hospitales, con el objetivo de no competir entre ellas y repartirse los clientes. Si bien el caso del oxígeno líquido comenzó como una investigación limitada a la zona de Buenos Aires y sus alrededores, de la evidencia recolectada surgió que algunos de los episodios habían tenido lugar fuera de esa área, por lo cual se interpretó que se trataba de una conducta de alcance nacional. También se vio que, si bien la misma no implicaba una cartelización absoluta (en el sentido de que las empresas denunciadas adoptaban en otros segmentos conductas que podían considerarse competitivas), la colusión se extendía también a situaciones que involucraban sanatorios privados y no sólo hospitales públicos. Debido al carácter relativamente extendido de la práctica y a la existencia de numerosas pruebas que la acreditaban, este caso terminó con una sanción muy importante en términos del monto de las multas fijadas por el Secretario de Coordinación Técnica, que entre las cuatro empresas involucradas sumó más de 70 millones de pesos. Así como la jurisprudencia de la CNDC resulta bastante homogénea cuando se trata de casos de colusión abierta, surge también de ella la conclusión relativamente clara de que, en los casos en los que se invocan colusiones encubiertas, el paralelismo de precios no basta para probar por sí sólo una práctica horizontal sancionable. El precedente más importante en este punto es “Secretaría de Energía c/ YPF, Esso y Shell” (1994), en el cual la autoridad energética nacional denunció a los tres refinadores de petróleo más grandes del país por actitudes concertadas en sus políticas de precios, ya que ninguno de ellos había disminuido sus precios al público cuando el precio del petróleo crudo había bajado y los tres habían trasladado de manera total un incremento en el impuesto a la transferencia de combustibles. Del dictamen de la CNDC surge sin embargo que, en el caso analizado, no se advierte que las variaciones de precios de las tres empresas denunciadas hayan tenido un grado de concordancia y simultaneidad que prueben una actitud concertada. Esto último justifica la recomendación de concluir las actuaciones sin sancionar a los denunciados, si bien el dictamen contiene un consejo general dirigido a la Secretaría de Energía para la adopción de medidas estructurales tendientes a incrementar la competencia en el mercado de combustibles líquidos. Un caso más reciente de supuesta colusión encubierta que también terminó sin sanción es “Aviabue c/ American Airlines y otros” (2001), en el cual la Asociación de Agencias de Viajes de Buenos Aires denunció a tres líneas aéreas (American Airlines, United Airlines y British Airways) por concertar una baja en las comisiones que les pagaban a las agencias de viajes por sus servicios de venta de pasajes. El argumento utilizado en este caso por la autoridad antitrust argentina para aceptar las explicaciones 49 de las empresas denunciadas fue que, mientras American Airlines y United Airlines operaban en las rutas que conectaban a la Argentina con Estados Unidos, British Airways lo hacía en una ruta que unía a la Argentina con Europa. Esto llevaba a que no tuviera sentido que esta última línea aérea concertara con las otras dos, cuando claramente no lo estaba haciendo con sus competidores más directos (que eran Aerolíneas Argentinas y las aerolíneas de los países europeos). Asimismo, tampoco resultaba razonable suponer que la actitud de American Airlines y United Airlines fuera producto de una concertación en la cual participara British Airways y no las restantes empresas que cubrían las rutas entre la Argentina y Estados Unidos, ya que dicha concertación habría carecido completamente de efectividad para restringir la competencia. Un último factor que contribuyó a cerrar el caso sin sanción, además, fue que la reducción en las comisiones no tuvo ningún efecto visible sobre el comportamiento del mercado aéreo en sí, el cual parecía hallarse en una época en la cual la intensidad de la competencia entre las empresas estaba aumentando en vez de disminuir. Tampoco finalizó con una sanción el caso “Cámara de Producción de Calzado c/ Exolgan y otros” (2003), en el cual una asociación que nucleaba a las principales empresas productoras e importadoras de calzado denunció una supuesta colusión entre los concesionarios de las terminales del puerto de Buenos Aires, que se materializaba a través del cobro de una tarifa homogénea. Para aceptar las explicaciones de las empresas denunciadas, la CNDC ponderó el hecho de que dicha tarifa homogénea era en rigor la tarifa máxima autorizada por Administración General de Puertos. Que todas las empresas estuvieran cobrando dicha tarifa máxima, por lo tanto, no implicaba en este caso una concertación sino simplemente la aceptación de que esa tarifa era la que resultaba individualmente más conveniente dada la existencia de una regulación específica por parte de la autoridad pública. La jurisprudencia argentina sobre casos de colusión encubierta, sin embargo, tiene también un antecedente reciente en el cual el paralelismo de conductas fue sancionado con multas muy elevadas, en virtud de que el mismo se presentó en una situación en la cual existía un número importante de evidencias indirectas que convencieron a las autoridades antitrust de que la colusión analizada era real y había tenido efectos sobre el mercado. El caso en cuestión es “CNDC c/ Loma Negra y otros” (2007), y se refiere al funcionamiento del mercado nacional de producción y comercialización de cemento durante el período 1981-1999. Este caso comenzó a raíz de la publicación de un artículo periodístico en el que se denunciaba la existencia de un acuerdo global de cuotas de mercado entre todas las empresas cementeras que operaban en la República Argentina (Loma Negra, Juan Minetti, Cementos Avellaneda, Cementos San Martín y Petroquímica Comodoro Rivadavia). En un principio, se partió del análisis de las pruebas que había utilizado el artículo periodístico en cuestión, pero la autenticidad de las mismas fue rápidamente puesta en duda y lo que la CNDC hizo entonces fue buscar pruebas indirectas que avalaran o desmintieran lo que el artículo periodístico afirmaba. Luego de una larga investigación, terminó concluyendo que existía un fuerte paralelismo de conductas que resultaba consistente con lo que el 50 artículo decía en lo referido a las cuotas de mercado de las empresas a nivel nacional, y comprobó también la veracidad de ciertos episodios puntuales de supuesta concertación de precios entre algunas empresas en algunas ciudades de la Argentina. El elemento de prueba más importante que se utilizó para complementar las evidencias de paralelismo, sin embargo, no surgió de la investigación original sino del análisis posterior de un sistema de información que era operado por la Asociación de Fabricantes de Cemento Pórtland (AFCP), que es una entidad que nuclea a todas las empresas denunciadas. Dicha asociación llevaba una información sumamente detallada de la producción y las ventas por ciudad de cada una de las empresas, que podía servir tanto para facilitar la colusión tácita entre las firmas como para monitorear el cumplimiento de pactos explícitos entre ellas. Con la evidencia de la existencia de este sistema, y de numerosas comunicaciones que hacían referencia a su uso para “intercambiar información competitivamente sensible”, la CNDC consideró probada la existencia de colusión entre las empresas involucradas, y aconsejó la aplicación de multas para dichas empresas y para la AFCP. La importancia del caso del cemento en la aplicación de la ley de defensa de la competencia radica además en el monto de las multas aplicadas (más de 300 millones de pesos en total), que lo convierte en el caso récord dentro de la jurisprudencia antitrust argentina. Cabe destacar, además, que dichas multas fueron confirmadas casi en su totalidad por la Cámara Nacional Penal Económica, que sólo las redujo de un monto de $309 millones a uno de $308 millones. También es interesante mencionar que se trata del primer caso en el cual las multas fueron calculadas aplicando el concepto de “beneficio ilícito obtenido”, sin que fuera posible calcular dicho beneficio ilícito de manera directa35. Lo que la CNDC hizo, en cambio, fue estimar que el beneficio ilícito correspondiente al caso no podía haber sido inferior al 1% de la facturación actualizada de las empresas involucradas durante el período analizado de 18 años, y aplicó ese monto para calcular las multas. VI. Tratamiento legal y jurisprudencial en Colombia y Perú En este último capítulo de nuestro informe efectuaremos una serie de comentarios acerca del tratamiento legal de las prácticas colusorias, y de algunos casos recientes resueltos por las autoridades de competencia de Colombia y Perú. Dichos comentarios tendrán esencialmente que ver con lo que establecen las normas de competencia 35 En algunos casos anteriores el concepto de beneficio ilícito obtenido había sido utilizado para calcular multas por infracciones a la ley de defensa de la competencia, pero siempre en situaciones en las cuales dicho beneficio ilícito podía ser estimado de manera directa (por ejemplo, a través de una medida del sobreprecio cobrado por las empresas imputadas). 51 aplicables para dichos casos, con la naturaleza de los mismos y con las técnicas de análisis utilizadas para su resolución. VI.1. Colombia La ley colombiana de competencia (ley 155, del año 1959) es la más antigua de las que se encuentran actualmente vigentes en América Latina. La forma en la cual están establecidas en su texto las prohibiciones a la prácticas anticompetitivas, sin embargo, ha sido precisada de manera más reciente a través del decreto 2153 (del año 1992), el cual distingue entre “acuerdos contrarios a la libre competencia”, “actos contrarios a la libre competencia” y “abusos de posición dominante” (artículo 44). De acuerdo a dicha clasificación, las prácticas colusorias entran dentro del concepto de acuerdos contrarios a la libre competencia, apareciendo varios ejemplos de ellas en el artículo 47 del decreto 2153/1992. Entre los mismos puede señalarse a los acuerdos de precios (inciso 1), repartos de mercados (inciso 3), asignación de cuotas de producción (inciso 4), y colusión en licitaciones (inciso 9). El caso reciente sobre prácticas colusorias que ha tenido una importancia mayor dentro de la jurisprudencia colombiana sobre competencia es sin duda “SIC c/ Luker y Compañía Nacional de Chocolates” (2009), referido a un acuerdo de precios. Otro caso de interés, que también analizaremos en el presente capítulo, tuvo que ver con un acuerdo de cantidades en el mercado de un producto agrícola (cebollas), y es el caso “SIC c/ Camargo Montaña y otros” (2008). VI.1.1. Aplicación de técnicas de análisis para detectar la colusión en casos de acuerdo de precios: SIC c/ Luker y Compañía Nacional de Chocolates El caso contra Nacional y Luker es ilustrativo de una situación típica de colusión encubierta en la cual no existen pruebas directas de la existencia de un cartel, pero en el que la autoridad de competencia sí cuenta con datos acerca de un comportamiento conscientemente paralelo entre las empresas involucradas en la práctica bajo análisis, así como también ciertas pruebas indirectas que ayudan a configurar la práctica que se está analizando. En este caso en particular, la principal conducta bajo estudio es un supuesto acuerdo de precios en el mercado mayorista de cacao, en el cual Nacional y Luker son los dos mayores compradores (con un market share del 55% y del 32%, respectivamente). El acuerdo en cuestión, por lo tanto, sería entonces un acuerdo de fijación de precios de compra y no de precios de venta. La principal evidencia indirecta con la cual contaba la Superintendencia de Industria y Comercio de Colombia (SIC) eran una serie de memorandos internos de las dos compañías implicadas en los cuales dichas empresas fijaban los precios de compra del cacao en el mercado mayorista. Dichos memorandos eran siete para el caso de la Compañía Nacional y siete para el caso de Luker, y tenían la particularidad de que se 52 emitían en las mismas fechas (entre enero de 2005 y enero de 2006) y establecían precios de compra idénticos. Nótese que los memorandos mencionados no son una prueba directa de colusión porque no implican una comunicación entre las empresas involucradas, sino que son instrucciones enviadas separadamente por los directivos de cada una de dichas empresas a las unidades encargadas de efectuar las compras de cacao. El hecho de que las fechas y los precios coincidan de manera exacta, sin embargo, puede tomarse como una fuerte presunción de la existencia de comunicación entre las empresas, y ser considerada de ese modo como una prueba indirecta de colusión. El otro elemento de suma importancia como prueba en este caso son los precios efectivos de compra de cacao por parte de Nacional y Luker que rigieron durante el período analizado (enero 2005-febrero 2006). Dichos precios son llamativamente iguales para las dos empresas, y tienen lugar en un contexto en el cual existen movimientos de un mes a otro que pueden llegar a ser de casi el 10%. Los precios en cuestión, además, son distintos de otras series que ambas empresas podrían haber tomado de referencia (como, por ejemplo, el precio internacional del cacao en la Bolsa de Nueva York), si bien es cierto que sus movimientos tendenciales son similares. El caso del cartel del cacao representa un ejemplo interesante de análisis de competencia porque en él juega un papel importante la evidencia económica, y por eso vale la pena detenerse un poco en las técnicas de análisis utilizadas por la SIC. Lo que la autoridad colombiana de competencia hizo en primer lugar es elaborar una serie mensual detallada de los precios de las dos compañías, que resulta clave como elemento para observar el paralelismo casi total de los precios. Dicho paralelismo sigue siendo asimismo casi idéntico cuando las series se analizan en términos semanales en vez de mensuales. Un segundo elemento importante del análisis cuantitativo de la SIC es la contrastación entre las series de precios de compra del cacao por parte de Nacional y Luker y la serie de precios internacionales del cacao en Nueva York. De la misma surge que, si bien las tendencias son similares, los movimientos y los valores absolutos son diferentes, por lo cual la SIC llega a la conclusión de que el precio de cada una de las compañías involucradas en este caso (Nacional y Luker) en un predictor mucho mejor del precio de la otra compañía que el precio internacional del cacao. Esto es un elemento muy importante como evidencia económica de la colusión, ya que una hipótesis no colusoria implicaría en este caso sostener que la semejanza entre las series de precios se debe no a una comunicación entre las empresas sino al hecho de que ambos precios están influidos por la misma variable exógena (que en este caso sería el precio internacional del cacao). Si esto fuera así, sin embargo, lo esperable sería que cada serie de precios individual estuviera mejor explicada por el comportamiento del precio internacional que por el comportamiento del precio de su competidor, hecho que no parece ser así en este caso. La técnica utilizada por la SIC para distinguir entre la hipótesis colusoria 53 (acuerdo de precios entre Nacional y Luker) y la competitiva (comportamiento tomador del precio internacional por parte de ambas empresas) consiste esencialmente en calcular los coeficientes de correlación entre las tres series de precios. Dicho coeficiente de correlación es considerablemente más alto entre los precios de compra del cacao por parte de Nacional y Luker (0,997, en una escala en la cual el valor máximo posible es 1) que el que existe entre el precio de Nacional y el precio internacional de Nueva York (0,878) y que el que existe entre el precio de Luker y el precio internacional (0,897). La SIC llevó a cabo además un análisis del paralelismo de los precios de Nacional y Luker en los mercados de los principales productos que dichas empresas elaboran utilizando como insumo al cacao. Tales productos son la cocoa para uso doméstico, el chocolate de mesa con azúcar y el chocolate de mesa amargo. En este caso, dichos precios no podían compararse con ninguna información que surgiera de una prueba documental semejante a los memorandos referidos a los precios de compra del cacao, ni tampoco con un precio internacional equivalente, pero sí eran contrastables entre sí. El resultado de la contrastación fue, una vez más, que los precios en cuestión eran virtualmente idénticos para Nacional y Luker, pero con una diferencia muy importante respecto de los precios mayoristas del cacao. Dicha diferencia era que, en el período bajo análisis, los precios de lista de estos bienes no habían variado en absoluto, salvo para uno solo de esos productos (chocolate amargo) y para uno solo de los oferentes (Luker), y solamente en el período septiembre-noviembre de 2005 (en el cual ese producto se había vendido un 20% más barato, para volver inmediatamente después a su precio anterior). Tomando en cuenta de manera conjunta los elementos de prueba reseñados en los párrafos anteriores, la autoridad colombiana de competencia llegó a la conclusión de que la conducta colusoria de acuerdo de precios entre Nacional y Luker se hallaba configurada, imponiéndole a cada una de las empresas involucradas una multa de 745 millones de pesos colombianos (equivalentes aproximadamente a unos U$S 400.000). Nuestra evaluación respecto de la forma en que la SIC llevó a cabo la prueba de las conductas en este caso es en general positiva. Por un lado, quedó claro que existía evidencia documental indirecta de colusión (los memorandos de Nacional y Luker), que los precios que aparecían en dicha evidencia documental se habían efectivizado en la práctica, y que dichos precios efectivos presentaban un paralelismo impactante. Por otro lado, quedó también claro que la hipótesis colusoria era una explicación mucho más consistente que una explicación alternativa por la cual los precios de Nacional y Luker estaban relacionados entre sí a través de una tercera variable exógena (el precio internacional del cacao), ya que la correlación entre dichos precios era mucho mayor que la que podía establecerse entre cada uno de ellos y la variable que supuestamente los explicaba. Para completar su análisis, sin embargo, la autoridad colombiana de competencia podría haber recurrido a algunos elementos adicionales que nos parece que hubieran podido reforzar sus conclusiones. En primer lugar, habría sido útil calcular no sólo la correlación entre los precios (de Nacional, de Luker y de la Bolsa de Nueva York) sino 54 también la correlación entre las variaciones de precios de las mismas series a lo largo del tiempo. Estas correlaciones entre variaciones son en general una mejor medida del paralelismo que la simple correlación entre los valores absolutos de las series. En segundo lugar, hubiera sido muy positivo contrastar el comportamiento colusorio hallado en el período bajo estudio con comportamientos no colusorios verificados en otros períodos (idealmente anteriores, pero también posteriores al inicio del caso, por ejemplo, en los años 2007 y 2008). De haber utilizado información de esos otros períodos, la SIC habría podido calcular ciertos indicadores (por ejemplo, el coeficiente de variación de los precios en períodos colusorios y no colusorios) que habrían sido útiles para evaluar la existencia de colusión. Dicha información también habría servido para estimar los daños generados por el acuerdo de precios, y esto se podría haber utilizado como elemento adicional para graduar las multas. El daño generado por la conducta colusoria sancionada también podría haberse estimado utilizando los precios de cada una de las empresas involucradas versus el precio internacional del cacao. Estas diferencias podrían haber servido también para graduar las multas, en conjunción con las cantidades compradas por cada empresa. En este último punto llama un tanto la atención que las dos compañías hayan terminado sancionadas con la misma multa, cuando una de ellas (Nacional) tenía una participación de mercado que era un 70% más alta que la otra (Luker)36. Un último elemento de análisis que nos parece que también podría haber servido para complementar el caso es el que se refiere a los precios de los productos elaborados por Nacional y Luker. Tal como vimos en los párrafos anteriores, dichos precios fueron analizados por la SIC, pero sólo en lo que se refiere a los precios de lista. Nos parece que quizás habría podido obtenerse información más útil si se hubieran relevado también los precios mayoristas efectivos de la cocoa, el chocolate con azúcar y el chocolate amargo, y, quizás, también los precios efectivos de venta al público de dichos productos (por lo menos en algún canal de venta representativo, como pueden ser los supermercados). VI.1.1. Aplicación de técnicas de análisis para detectar la colusión en casos de acuerdo de cantidades: el cartel de las cebollas El caso del cartel de las cebollas se refiere a un acuerdo colusorio celebrado por los principales productores de cebolla larga del municipio de Aquitania (que concentra la mayor parte de la producción de ese producto que se consume en la zona de Bogotá y otras ciudades importantes de Colombia) para restringir la oferta de cebollas y lograr de ese modo un incremento del precio de mercado de dicho producto. Aparentemente, el acuerdo consistía en el establecimiento de ciertos puestos de control o “retén”, en los 36 De hecho, Luker terminó abonando una multa mayor que Nacional, ya que su representante legal también fue multado en casi 112 millones de pesos colombianos, situación que no se extendió al representante legal de la Compañía Nacional de Chocolates. 55 cuales los productores dejaban parte de su producción, la cual era luego eliminada. Dichos puestos habían sido establecidos como consecuencia de un acuerdo llevado a cabo en reuniones previas en las cuales habían participado los productores involucrados. En el caso bajo análisis, la SIC logró recopilar evidencias directas que mostraban que el acuerdo había tenido lugar, que se había llevado a cabo a través de la implementación de los puestos de control, y que los productores involucrados habían participado en el mismo. También se pudo determinar de manera fehaciente las fechas en las cuales tales hechos habían ocurrido, así como la duración temporal de los efectos del acuerdo. Por todo ello la SIC dispuso sancionar a los productores involucrados con sendas multas, las cuales fueron graduadas en base al volumen de cebolla larga vendido por cada uno. Dada la existencia de pruebas directas concluyentes, en este caso la resolución de la SIC nos parece totalmente acertada, en virtud de que sin duda nos hallamos ante un caso en el cual existió un acuerdo explícito de reducción de cantidades de naturaleza netamente colusoria. La única sugerencia que tenemos para agregar tiene que ver con el cálculo de las multas, para el cual podría haberse empleado como alternativa una estimación del beneficio ilícito obtenido, haciendo una cuenta que estimase cuál habría sido el but-for price si el acuerdo en cuestión no hubiera tenido lugar. VI.2. Perú La actual ley peruana de represión de conductas anticompetitivas (decreto legislativo 1034, del año 2008) sigue la línea jurisprudencial estadounidense según la cual algunas conductas son ilegales per se, en tanto que otras se juzgan ilegales a través del empleo de una regla de la razón. El primero de tales grupos es pasible de lo que la ley peruana denomina “prohibición absoluta” (artículo 8), y en tal caso la infracción a la ley se verifica simplemente a través de la prueba de la existencia de la conducta. En el caso de las conductas cuya ilegalidad depende del empleo de la regla de la razón, en cambio, lo que se establece es una “prohibición relativa” (artículo 9), y en tal caso la infracción a la ley se verifica cuando se prueba la existencia de la conducta y, además, que “esta tiene, o podría tener, efectos negativos para la competencia y el bienestar de los consumidores”. Las prácticas colusorias más importantes entran en el derecho antitrust peruano dentro de la categoría de las prohibiciones absolutas. Tales son las que consisten en fijar precios u otras condiciones comerciales o de servicio, limitar la producción o las ventas (en particular por medio de cuotas), repartirse clientes, proveedores o zonas geográficas, y establecer posturas o abstenciones en licitaciones u otras formas de contratación semejantes (artículo 11, decreto legislativo 1034). La ley peruana menciona además la posible existencia de otras “prácticas colusorias horizontales” (por ejemplo, concertaciones horizontales acerca de la calidad de los productos, de discriminaciones de precios, de ventas atadas, de sistemas de distribución exclusiva), pero aclara que las 56 mismas no son objeto de prohibición absoluta sino relativa (es decir, sujetas a la regla de la razón)37. En lo que se refiere a la jurisprudencia peruana reciente sobre prácticas colusorias, en este apartado nos concentraremos en analizar el caso “CLC c/ APPAB y otros” (2009), el cual se refiere a una supuesta concertación para elevar el precio del azúcar en el mercado mayorista peruano. Por su importancia dentro de la jurisprudencia antitrust peruana haremos también referencia al caso “CLC c/ APA y otros” (1997), que trata sobre un episodio de colusión en el mercado de carne de pollo, y cuya resolución terminó siendo refrendada por la corte suprema del Perú. VI.2.1. Aplicación de técnicas de análisis para detectar la colusión en casos de acuerdo de precios: el cartel del azúcar En el caso referido al mercado del azúcar, los hechos investigados tuvieron que ver esencialmente con un alza aparentemente injustificada de los precios de ese producto ocurrido a comienzos del año 2006, e involucró a diez empresas azucareras peruanas y a la asociación que las nuclea (conocida como Asociación Peruana de Productores de Azúcar y Biocombustibles, APPAB). El caso se originó en la publicación de diversas informaciones periodísticas que responsabilizaban a los productores de azúcar del alza repentina del precio de dicho producto, y fue iniciado de oficio por la Comisión de Defensa de la Libre Competencia (CLC) del INDECOPI. De la recopilación de evidencias sobre la conducta, sin embargo, no surgieron pruebas documentales directas de la existencia de un acuerdo colusorio, y la única prueba indirecta que se halló fue una presentación elaborada supuestamente por la APPAB para una reunión de países productores de azúcar del año 2005, en la cual se mencionaban algunas ideas sobre un acuerdo restrictivo de la competencia entre empresas de países de la región andina. La mayor parte de la evidencia de este caso, por lo tanto, tuvo carácter económico, y lo que el INDECOPI procuró hacer fue hallar argumentos a favor y en contra respecto del probable origen colusivo del alza del precio del azúcar analizada. Finalmente, luego de que la Secretaría Técnica de la CLC del INDECOPI elaborara un informe recomendando declarar infundado el procedimiento llevado a cabo, el caso se cerró sin sanción. El caso del supuesto cartel azucarero peruano representa por lo tanto un ejemplo interesante del uso del análisis económico para cerrar un caso, en el cual no existen pruebas directas ni evidencia documental indirecta de carácter concluyente, sin sancionar a los presuntos responsables. Para ello, lo que el INDECOPI hizo fue esencialmente contrastar la explicación colusoria del alza de precios observada con una La ley peruana usa también la expresión “prácticas colusorias verticales” para referirse a conductas tales como acuerdos de precios de reventa o contratos de distribución exclusiva entre proveedores y distribuidores. Estas conductas no son nunca objeto de una prohibición absoluta sino que se analizan a través de la regla de la razón. 37 57 hipótesis de carácter competitivo, basada en la idea de que la oferta de azúcar había disminuido por cuestiones ajenas a las empresas imputadas, y que eso había sido la principal causa del incremento de precios. Los principales procedimientos utilizados por la Secretaría Técnica de la CLC consistieron en analizar la relación existente entre el precio del azúcar y el nivel de producción de la misma, y entre ésta y una serie de factores (principalmente de tipo climático) que pueden considerarse como especialmente responsables de cambios en el nivel de producción. La conclusión a la que se llegó fue que, efectivamente, el incremento de precios del año 2006 obecedía esencialmente a una reducción de la producción peruana de azúcar ocurrida durante el año 2005 (y, en menor medida, durante el año 2004), y que dicha reducción se encontraba mayormente explicada por factores climáticos (esencialmente, la sequía). Otros dos elementos de análisis que se tuvieron en cuenta para descartar la hipótesis colusiva fueron la baja correlación existente entre los valores de producción de los distintos ingenios azucareros (lo que va en contra de una hipótesis de acuerdo de cuotas de mercado), y la existencia de un incremento considerable en los volúmenes importados de azúcar, y en el número de empresas que efectuaron importaciones de azúcar durante el año 2006 (que pasó de 40 a 52 empresas). Este último elemento fue considerado importante para descartar una hipótesis que parecía surgir de la única prueba documental hallada (la presentación de la APPAB en la reunión de países productores de azúcar del año 2005), según la cual la práctica colusoria podía tener como elemento importante un plan para limitar las importaciones de azúcar de otros países. Nuestra evaluación respecto de la forma en que la CLC llevó a cabo la prueba de las conductas en este caso nos lleva a concluir que, en general, la misma resultó adecuada. En un mercado en el cual se supone que los principales factores que deben impactar sobre el precio del producto analizado son los que desplazan a las funciones de oferta y demanda del mismo, resulta sumamente importante que se distinga a dichos factores de otros (supuestamente colusivos) que pueden impactar en el precio de manera diferente. Así, por ejemplo, la inclusión de factores relacionados con la estacionalidad de la producción del azúcar y con factores climáticos que afectan su oferta representa un elemento muy importante que la CLC tuvo adecuadamente en cuenta en su análisis. También es importante que se haya estudiado el comportamiento de las importaciones como elemento para paliar la escasez de la oferta, y que se haya utilizado dicho comportamiento para descartar la implementación del mecanismo supuestamente colusivo que parecía desprenderse de la única prueba documental disponible en el caso. Para complementar un poco más el análisis, quizás podría haber sido de utilidad analizar un poco el coeficiente de variación de los precios y de las cantidades comerciadas por los distintos ingenios azucareros implicados durante el período de supuesta colusión y durante períodos anteriores o posteriores (por ejemplo, durante los años 2004 y 2007), pero de cualquier modo creemos que el análisis complementario efectuado respecto de la ausencia de correlación entre las cantidades ofrecidas por los 58 distintos ingenios ha servido adecuadamente para terminar de descartar la hipótesis colusoria en este caso. VI.2.2. Aplicación de técnicas de análisis para detectar la colusión en casos de acuerdo de cantidades: el cartel de los pollos El caso del cartel de los pollos (CLC c/ APA y otros) se inició a consecuencia de sospechas que el INDECOPI tenía respecto de acuerdos entre los principales productores de pollo del Perú tendientes a sostener artificialmente alto el precio de dicho producto. Dichos acuerdos se materializaron principalmente a través de la asociación que nuclea a los principales productores (denominada Asociación Peruana de Avicultura, o APA), a través de la cual se establecieron una serie de convenios, básicamente relacionados con restricciones concertadas de la oferta de pollos vivos. Como consecuencia de la investigación del INDECOPI, se encontró también que un grupo de empresas imputadas habían conformado a su vez una alianza entre ellas (denominada “Alianza Estratégica Avícola” o “Intento de Fusión Avícola”) que era a su vez responsable de una serie de prácticas colusorias adicionales, relacionadas principalmente con acuerdos respecto del precio de venta de la carne de pollo. Este caso tuvo la particularidad de que en el transcurso de la investigación aparecieron una serie de pruebas directas de las prácticas colusorias, principalmente de carácter documental. Dichas pruebas surgen de diversas fuentes, que en general son las empresas imputadas en el caso y la propia APA. También tuvo relevancia como prueba documental un trabajo de consultoría encargado por la Alianza Estratégica Avícola, en el cual aparecen una serie de objetivos y de posibles acciones a encarar que implican la realización de prácticas colusorias. Dada la existencia de pruebas docuementales directas e indirectas, en este caso el INDECOPI utilizó la evidencia económica como un modo de comprobar el alcance y los efectos de las conductas analizadas, si bien las mismas (por se consideradas anticompetitivas per se en la legislación peruana) eran susceptibles de ser sancionadas por su sola ocurrencia. El análisis económico sirvió sin embargo para graduar la responsabilidad de las empresas implicadas, que fueron categorizadas en tres grupos. Por un lado, hubo empresas que participaron de la concertación encabezada por la APA pero no participaron de la Alianza Estratégica Avícola. Un segundo grupo es el de las empresas que participaron en la concertación y además formaron parte de la Alianza Estratégica Avícola. Un tercer grupo, por último, es el constituido por las empresas que fueron consideradas como líderes del cartel, tanto para el caso de la colusión básica como para el de la llevada a cabo por la Alianza Estratégica Avícola. Un punto de interés en la resolución de este caso es el de la fijación de las multas a pagar por parte de las empresas imputadas. Dichas multas fueron fijadas en todos los casos como porcentajes de las ventas de las empresas en el período en el cual se produjeron las prácticas colusorias analizadas (mayo 1995-julio 1996), y resultaron ser iguales al 5% de las ventas para los tres líderes de la Alianza Estratégica Avícola 59 (Molinos Mayo, San Fernando y Los Huertos), del 3% para una empresa que fue considerada como líder de la concertación de la APA pero que no participó en la Alianza Estratégica Avícola (Redondos SA), del 4% para los participantes de la Alianza Estratégica Avícola considerados “no líderes” (Corporación Ganadera y Granjas Avivet), y del 2% para otras 14 empresas que solo participaron en los acuerdos efectuados a través de la APA. La propia APA, adicionalmente, fue objeto de una multa, la cual se determinó en base a los límites establecidos por la legislación antitrust peruana, sin relacionarla con niveles de venta o de ingresos. Nuestra evaluación respecto de la forma en que el INDECOPI resolvió este caso nos lleva a concluir que, en general, la misma resultó adecuada. Esto se convalida además por el hecho de que el caso fue luego apelado, y que las distintas instancias de apelación encontraron razonable el resultado obtenido en primera instancia. Un punto que quizás podría haber sido de interés incluir es un cálculo del daño basado en el diferencial de precios de los pollos durante el período en el cual tuvo lugar la colusión, para lo cual podría haber sido de utilidad emplear algunas de las técnicas reseñadas en la sección III.5 del presente informe. Dicho daño podría haber sido empleado luego en la graduación de las multas, como complemento del criterio básico utilizado relativo a la facturación total de las empresas implicadas y a su diferente responsabilidad según hayan sido o no líderes de la colusión y según haya participado o no en la Alianza Estratégica Avícola. VI.3. Comparación entre jurisdicciones La principal diferencia que existe entre el tratamiento que le da la legislación colombiana al tema de las prácticas colusorias y el que le da la legislación peruana a dicho tema tiene que ver con el empleo de reglas per se y de reglas de la razón. En el caso peruano, el decreto legislativo 1034 establece una subdivisión tajante entre conductas sujetas a un régimen de prohibición absoluta (artículo 8) y conductas sujetas a un régimen de prohibición relativa (artículo 9), y las formas más típicas de colusión explícita entran dentro del primero de tales regímenes (artículo 11), que las considera ilícitas per se. En el caso colombiano, por el contrario, la legislación vigente no establece ninguna división entre conductas anticompetitivas per se y otras conductas que deban evaluarse utilizando la regla de la razón. Las prácticas colusorias entran en dicha legislación dentro del concepto de “acuerdos contrarios a la libre competencia” (decreto 2153/1992, artículo 47), junto con otras conductas que no implican colusión y que virtualmente en ninguna otra legislación del mundo se consideran prácticas monopólicas absolutas. Esto hace que, en principio, en los casos de prácticas colusivas, al igual que el resto de los casos colombianos de defensa de la competencia, deba demostrarse la existencia de un perjuicio a la competencia y al funcionamiento del mercado originado en la práctica bajo análisis. 60 A pesar de que la diferencia entre seguir una regla per se o una regla de la razón puede ser importante en muchos casos antitrust, es raro que lo sea en casos de colusión lisa y llana, ya que en los mismos el perjuicio al funcionamiento del mercado surge de manera más o menos evidente por el hecho de que las conductas analizadas casi siempre implican un aumento en los precios a pagar por los compradores del bien o servicio de que se trate y una reducción de las cantidades38. Por ello, nos parece que la mayor parte de las técnicas de análisis explicadas en el presente trabajo, así como las ideas generales que surgen de la jurisprudencia internacional, son aplicables tanto a Colombia como a Perú. Entendemos por ello que las técnicas de análisis desarrolladas por nosotros en los capítulos III y IV del presente informe pueden por lo tanto aplicarse en forma indistinta en todos los casos colombianos y peruanos reseñados en el presente capítulo. Nótese que en ese sentido el caso “SIC c/ Luker y Compañía Nacional de Chocolates” (2009), analizado en la sección VI.1.1 del presente informe, representa una excepción, puesto que se trata de un caso de colusión entre compradores y no entre vendedores. 38 61 Anexo: Antecedentes del consultor Germán Coloma es graduado de la Universidad Nacional de La Plata y del Instituto Torcuato Di Tella (Buenos Aires, Argentina), y Doctor en Economía por la Universidad de California, Los Angeles (UCLA). Actualmente se desempeña como Profesor Titular con dedicación exclusiva en la Universidad del CEMA (Buenos Aires, Argentina) y Director de la Maestría en Evaluación de Proyectos que dicha universidad organiza conjuntamente con el Instituto Tecnológico de Buenos Aires (ITBA). También ha ejercido la docencia en la Universidad de Buenos Aires, la Universidad Nacional de La Plata, la Universidad de San Andrés y la UCLA. En estas actividades ha dictado y dicta cursos de microeconomía, organización industrial, análisis económico del derecho, defensa de la competencia y economía de los servicios públicos, entre otros, y ha dirigido cuatro tesis de licenciatura, treinta y ocho tesis de maestría, y cuatro tesis doctorales. Asimismo, el Dr. Coloma ha sido consultor de numerosas empresas y organismos sobre temas de defensa de la competencia y regulación de servicios públicos, en algunos casos como economista afiliado a la consultora LECG, LLC. Entre los organismos en los que el Dr. Coloma ha sido consultor pueden mencionarse a la UNCTAD, el PNUD, la Comisión Nacional de Defensa de la Competencia de la Argentina (CNDC), la Unidad Reguladora de Servicios de Comunicaciones de Uruguay (URSEC), la Autoridad de Protección del Consumidor y Defensa de la Competencia de Panamá, la Superintendencia de Industria y Comercio de Colombia (SIC), el Organismo de Supervisión de la Inversión en Energía y Minería del Perú (OSINERGMIN), y la Procuración del Tesoro de la Nación Argentina (PTN). También ha sido economista jefe de la CNDC, e investigador del Instituto para el Desarrollo Industrial de la Fundación Unión Industrial Argentina. Germán Coloma tiene también numerosas publicaciones académicas en los campos en los que se ha especializado. Entre ellas se destacan 22 artículos en revistas internacionales con referato (Berkeley Electronic Journal of Theoretical Economics, Cuadernos de Economía, Desarrollo Económico, Económica, El Trimestre Económico, Empirical Economics, Estudios de Economía, Icfai Journal of Mergers and Acquisitions, International Journal of Business and Economics, International Journal of the Economics of Business, International Review of Law and Economics, Journal of Applied Economics, Journal of Competition Law and Economics, Journal of Economic Dynamics and Control, Journal of Sports Economics, Problemas del Desarrollo, Review of Applied Economics, Review of Industrial Organization, Review of Law and Economics, Revista de Análisis Económico, Telecommunications Policy) y tres libros (Análisis económico del derecho, 2001; Economía de la organización industrial, 2005; y Defensa de la competencia, 2da edición, 2009). 62 Indice de casos citados Estados Unidos CBS c/ BMI y ASCAP (1979), 441 US 1, SCt Copperweld c/ Independence Tube (1984), 467 US 752, SCt Dagher c/ Texaco y Shell (2006), 126 SCt 1276 EEUU c/ Addyston Pipe y otros (1898), 85 Fed 271, 6th Cir EEUU c/ ADM y otros (1996), 96-CR-640, ND Ill EEUU c/ American Tobacco y otros (1946), 328 US 781, SCt EEUU c/ Hoffmann-La Roche y otros (1999), 99-CR-184, ND Tex EEUU c/ Interstate Circuit y otros (1939), 306 US 208, SCt EEUU c/ National Society of Professional Engineers (1978), 435 US 679, SCt EEUU c/ Pfizer y otros (1973), 367 FSupp 91 EEUU c/ Trans-Missouri Freight Association (1897), 166 US 290, SCt EEUU c/ UCAR y otros (1998), 98-CR-177, ED Pa Goldfarb c/ Virginia State Bar (1975), 421 US 773, SCt Theatre Enterprises c/ Paramount y otros (1954), 346 US 537, SCt Towmbly c/ Bell Atlantic y otros (2007), 127 SCt 1955 Universidad de Oklahoma y otros c/ NCAA (1984), 468 US 85, SCt Unión Europea Comisión Europea c/ Ahlstrom y otros (1993), 4 CMLR 407, ECJ Comisión Europea c/ Arkema y otros (2006), COMP/38.620, ECom Comisión Europea c/ Boheringer Mannheim y otros (1970), ECR 769, ECJ Comisión Europea c/ Eni y otros (2006), COMP/38.638, ECom Comisión Europea c/ ICI y otros (1972), CMLR 577, ECJ Comisión Europea c/ Pilkington y otros (2007), COMP/39.165, ECom Comisión Europea c/ Siemens y otros (2007), COMP/38.899, ECom Comisión Europea c/ Suiker Unie y otros (1976), 1 CMLR 295, ECJ Comisión Europea c/ ThyssenKrupp y otros (2007), COMP/38.823, ECom Vilho Europe c/ Parker Pen (1996), ECR I-5457, ECJ México CFC c/ Alianza Nacional de Transportadores de Servicios de Turismo (1997), Expte IO-39/97, CFC CFC c/ Asociación Mexicana de Agentes de Carga (1996), Expte IO-21/94, CFC CFC c/ Banamex y otros (1994), Expte IO-06/94, CFC CFC c/ Canacar (1995), Expte IO-19/94, CFC CFC c/ Canalava y Anilpe (1993), Expte IO-05/93, CFC CFC c/ Distribuidora de Combustóleo y otros (1997), CFC, 30-4-1997 CFC c/ LATEX y otros (2004), Expte IO-09/03, CFC 63 CFC c/ Unión de Molinos y Tortillerías de Salvador Alvarado (2004), Expte IP-09/04, CFC CFC c/ Unión de Tortillerías y Molinos de Temixco (2004), Expte IO-12/03, CFC Fábrica de Hielo y Cámaras de Refrigeración c/ Antartic y otros (1997), Expte IO-23/97, CFC SDE c/ Canacintra y otros (2005), Expte DE-11/04, CFC Tortillerías San Antonio c/ Canaco (2000), Expte DE-46/99, CFC Vendedores de Angostura c/ Unión de Vendedores Ambulantes de Angostura (2004), Expte DE-04/03, CFC Brasil Asbeg c/ Sitran y otros (1988), DS 25, CADE CADE c/ Empel y otros (1988), PA 85, CADE CIEFAS c/ SINDILAC y otros (1998), PA 11521/94-11, CADE Codima c/ Ibemep y otros (1990), PA 19, CADE Elmo c/ Sindicato de Empresas de Seguridad y Vigilancia (1992), PA 109/88, CADE Estado de Santa Catarina c/ Sindicato del Comercio Minorista de Combustibles Minerales de Florianópolis (2002), PA 2299/00-18, CADE SDE c/ Assevirgs y otros (2007), PA 1826/03-10, CADE SDE c/ CSN, Usiminas y Cosipa (1999), PA 15337/97-48, CADE SDE c/ Estaleiro Ilha y Eisa (2001), PA 9118/98-26, CADE SDE c/ Hoffmann-La Roche y otros (2007), PA 4599/99-18, CADE SDE c/ Sindipedras y otros (2005), PA 2127/02-14, CADE SDE c/ Sindiposto y otros (2002), PA 4712/00-89, CADE SDE c/ Varig, TAM y Vasp (2004), PA 677/99-70, CADE Unimed da Baixada Santista c/ Unimed de Santos (2001), PA 9124/98-29, CADE Argentina Aviabue c/ American Airlines y otros (2001), Res 115/01, SDC Cámara de Producción de Calzado c/ Exolgan y otros (2003), Dictamen 441, CNDC CNDC c/ Air Liquide y otros (2005), Res 119/05, SCT CNDC c/ Loma Negra y otros (2007), CNPE, Sala B, 26-8-2008 Lara Gas y otros c/ Agip y otros (1993), CSJN, 23-11-1993 Secretaría de Energía c/ YPF, Esso y Shell (1994), Res 99/94, SCom Silos Areneros de Buenos Aires c/ Arenera Argentina y otros (1986), Res 442/86, SCom Colombia SIC c/ Camargo Montaña y otros (2008), Res 39869/2008, SIC. 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