SER JUEGO DE LA SEXUALIDAD SOCIAL.

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LA LIBERTAD DE SER DE LA FICCIÓN LITERARIA.
EL JUEGO DE LA SEXUALIDAD COMO UNA CUESTIÓN DE CREATIVIDAD
SOCIAL.
Irantzu Monteano Ganuza
Universidad Pública de Navarra
[email protected]
“Puse mi pluma al servicio de las personas más perseguidas e
incomprendidas en el mundo… Por lo que sé, nunca antes se había
intentado nada así en la ficción”
Radclyffe Hall1-
Abstract: A medida que la modernidad le va tomando el pulso a la civilización
occidental, la cultura propicia un giro en la forma de percibir y construir la realidad que
se desarrolla, predominantemente, en la literatura de ficción. La novela escrita por
mujeres, especialmente, impulsa una nueva narrativa del yo, centrada en la identidad
sexual, que se convierte en parte sustantiva del nuevo individuo.
Este giro amplió la experiencia de ser sujeto, que venía marcada de forma
dicotómica, porque las escritoras reconstruyeron la intimidad como un espacio en el que
poder redefinir las fórmulas de dominio interpersonal, que estaban determinadas por un
sentido dual y constrictivo de la experiencia. En este sentido, la narrativa literaria
propuso, mediante la reformulación del comportamiento entre hombres y mujeres, un
nuevo modelo de sexualidad, que ya no fragmentaba ni determinaba la experiencia, sino
que la diversificaba y la ampliaba, y enriquecía de esta forma la vida social.
1
Souhami, Diana (1999). The Trials of Radclyffe Hall. New York: Doubleday, pp. 181
1
CREATIVIDAD-FICCIÓN- GÉNERO-IDENTIDAD- SEXUALIDAD
F
icción, subjetividad y sexualidad son tres categorías que han creado un
espacio de intersección que resulta revelador para la comprensión del
escenario contemporáneo. Para entenderlo, entonces, es imprescindible
observar el tipo de realidad que marcan las distintas nociones que se forman a partir de
esta relación, tales como el concepto de identidad, la definición de relación
intersubjetiva o la del propio sujeto. Desde esta perspectiva, la posmodernidad se
entenderá peor si no se analiza la realidad social como un cuerpo vivo, en constante
transformación, que está configurada, en gran medida y de forma transversal, por la
relación que se establece entre la percepción del sí mismo dentro de un contexto
determinado y la vivencia corporal de esa percepción, porque la sexualidad, en nuestros
días, aparece como una cualidad o propiedad fundamental de la identidad personal y la
identidad personal como un elemento clave de configuración de la vida social.
La identidad bebe de muchas fuentes para poder configurarse. La diversidad de
referentes identitarios en la actualidad es amplia y es, además, profundamente maleable.
Como civilización, hemos aprendido que la identidad es el resultado de un proceso de
construcción de sentido, en el que no todos los sujetos participamos en términos de
igualdad, por lo que su definición queda sujeta, no sólo a las luchas de poder, sino a un
constante proceso de redefinición de las diversas categorías sociales que intervienen en
ese proceso. Esto le otorga otro sentido al análisis, y también a la construcción, de la
realidad social, al tiempo que nos hace ser testigos de un cambio de significación en el
concepto de identidad, porque si hasta ahora se definía como “aquello que permanece a
pesar de los cambios concretos”, la posmodernidad proporciona un significado
diferente, que tiene que ver con la capacidad de los individuos de proyectarse desde sí
mismos hacia fuera y hacia un proyecto futuro. La identidad, entonces, ya no sólo es lo
que cambia, es también aquello que permite cambiar (en referencia, siempre, a lo que se
nos dijo que debíamos ser o hacer). En este sentido, el asunto de la identidad empuja
todo sistema de reproducción fuera de los anclajes de la tradición y sumerge a cada
2
individuo en una búsqueda permanente de sí mismo, al tiempo que hace de la realidad
social un constante surgimiento de nuevas formas amparadas por la diversidad y por la
posibilidad. Frente a la expresión normativa de la experiencia se extiende la vida en su
capacidad liberadora, que se enriquece y se amplía, convirtiéndose la identidad en un
vehículo para dicha transformación.
Es en el espacio de lo íntimo, por tanto, donde se desarrolla esa vertiente reflexiva
del potencial moderno. La reflexividad permite entrar en la rutina y transformarla2, y el
paso hacia la vida cotidiana como escenario de potencialidades se realiza por una vía
directa desde el ámbito más particular de los sujetos: la propia vida. La intimidad por
tanto se convierte en ariete para el cambio. Tanto a nivel particular como a nivel
institucional, en condiciones de modernidad, la afirmación de la vida más personal y
cotidiana deviene en proyecto particular abierto, que se contrapone al mundo externo y
que abre la posibilidad de nuevas demandas y nuevos retos. Los individuos deciden a la
luz de la pregunta, ¿quién soy yo?, identidad e intimidad, quedan estrechamente
vinculadas en la respuesta.
Los referentes fundamentales para la configuración de la identidad tienen que ver
en la actualidad con los aspectos más personales y/o emocionales de las personas. El
escenario histórico ha reconocido la diversidad de formas en aspectos fundamentales de
la vida afectiva y emocional, y eso ha hecho posible que la sexualidad se sitúe en el
centro del debate social y se convierta en una pieza clave en los procesos de
construcción de sentido de la realidad. La propia sexualidad aparece como propiedad
potencial del individuo y lo hace para cuestionar los límites impuestos a las diversas
manifestaciones sociales, permitiendo la posibilidad de reconocimiento a categorías tan
constrictivas como la identidad de género y la identidad sexual.
Todo esto amplía enormemente las posibilidades de la vida social. Las
contribuciones del feminismo, las proclamas de la ideología de los movimientos
sociales y las actuales políticas del reconocimiento han reivindicado las múltiples
manifestaciones de las que se calificaban como categorías sociales inmutables, tales
como la raza, la identidad sexual o la de género, y las han catapultado hacia estadios de
emancipación, convirtiendo la deconstrucción de los límites de las mismas en un
ejercicio de autenticidad creativa, sociológicamente hablando. Desde aquí
2
la
Giddens, A. (2008) La transformación de la intimidad. Madrid. Cátedra, pp. 37
3
desnaturalización de lo natural, reconcebido ahora como posibilidad y como
reivindicación y ampliación democrática, aparece también relacionada a la eclosión
emancipadora de la relación entre subjetividad y sexualidad, leída, a su vez, dicha
relación en términos de identidad. La diversidad de formas de ser y de vivir, y su
reclamación, se alzan en este sentido como garantías de una vida, individual y social,
más digna. Identidad e intimidad aparecen por tanto estrechamente vinculadas.
Podría sostenerse, por tanto, que, desde lo más profundo de sus vidas privadas, los
individuos han promovido, de forma inconsciente y cotidiana, una serie de cambios que
no sólo han influido sobre la vida social, sino que la han trascendido y la han
modificado. De ahí, puede subrayarse la importancia de la intimidad en los procesos de
democratización del dominio interpersonal. La reivindicación de un espacio propio tiene
mucho que ver, como reclamación política, con el ascenso de la democracia en el
terreno de lo subjetivo. Y aquí entra el deseo. La reclamación de ciertas maneras de
deseo junto con la superación del concepto de categoría social como algo definitivo, han
desembocado en una estrecha vinculación entre la reivindicación de la identidad en
términos de género, la conducta, el gusto o la experiencia sexual y la creatividad social.
Sexualidad y cambio social van por tanto, de la mano, porque la sexualidad y el cambio
institucional, en su definición más adusta, siguiendo una línea foucaultiana, han
propiciado un tipo de escenario social distinto, abierto a nuevas reclamaciones, y
profundamente plástico.
Es la sexualidad, en una acepción bastante amplia que detallaré más adelante, con
su potencial transformador la que, por lo tanto, nos dirige directamente a esa nueva
narrativa del yo que permite entender la realidad social contemporánea. Esta
formulación que aquí describo es, así, una pauta de seguridad ontológica clave en la
modernidad tardía. A través de la afectividad y de un universo de lo íntimo que se ha
ido fraguando en el espacio privado, la identidad reflexiva que caracteriza al individuo
contemporáneo se ha ido desarrollando en torno a la identidad sexual y la determinación
de los deseos, y al lugar que ocupan esos deseos en la relación con los demás. Esto
tiene, por un lado, una dimensión corporal, porque el reconocimiento de lo que se
quiere implica necesariamente un reconocimiento de lo que se es, y una dimensión
social por otro. Esto, en conjunto, da como resultado la forma en la que, mediante la
intimidad, aprendemos no sólo a relacionarnos con el otro, sino -y sobre todo- a
relacionarnos con nosotros mismos y a adquirir sentido de nuestro propio yo. En este
4
sentido, el deseo conecta con la idea de intensidad, de expresión y de cambio, y la
sexualidad, que históricamente era un tema sin la suficiente relevancia sociológica por
su carácter privado, adquiere en la actualidad distinción teórica, pero también
existencial.
Esta relación, y esto es lo que este artículo pretende revelar, se ha desarrollado en
gran medida a través del protagonismo que le ha otorgado en nuestra cultura la ficción
literaria a la cuestión de la sexualidad, que la ha presentado siempre como un problema
sociológico en torno a la idea de la identidad como realidad social. En este sentido, la
literatura ha cumplido en la historia occidental un papel importante en el proceso de
liberación del individuo y en la apertura del análisis y constitución de la realidad social.
Rescatando, dando protagonismo e incluso inventando escenarios no siempre
representados por el discurso oficial o socialmente dominante, la ficción literaria ha sido
una herramienta de visibilización y normalización de muchas conductas, identidades y
formas de vida estigmatizadas, perseguidas e incluso violentadas. En este sentido, esta
propuesta pretende recuperar el valor de la ficción literaria en el proceso de
configuración de la subjetividad contemporánea, aplicándola en directo a su relación
con la sexualidad, para construir, entre ficción, subjetividad y sexualidad, un espacio de
creatividad social y libertad que ha supuesto, para ciertas categorías de identidad muy
concretas, una forma de superar y revertir los mecanismos de opresión, y de reclamar y
alcanzar cotas superiores de libertad y de reconocimiento.
Partiendo de la premisa de que la sexualidad es actualmente un referente
identitario sin parangón, defiendo que dicha identificación fue propuesta y adquirió
importancia desde la literatura y que, por tanto, el modelo de subjetividad dominante
hoy en nuestro contexto occidental es, en una parte importante, fruto de la ficción
literaria. Partiendo del argumento de que en un momento determinado la creación, en la
novela, del ideal romántico sirvió a las mujeres de fórmula de liberación ficcional, pero
también real, , y de que, de ese modo, la realidad quedó dividida simbólica y
discursivamente en dos, desde la división sexual de la realidad, la propia literatura, se
convertiría, especialmente a finales del siglo XIX y principios del XX, en una poderosa
arma de desestabilización de la realidad oficial; en un arma dinamitadora de las bases
de la cultura patriarcal y heteronormativa. La literatura propuso un tratamiento
reformador de la sexualidad y una revisión del género que debía voltear la opresión a la
que estaban sometidas las víctimas de dichos sistemas, las mujeres y el colectivo
5
homosexual, principalmente. De esa forma, y como una consecuencia de la reflexividad
que se desprende del texto literario, la sexualidad podría venir a ser considerada como
un espacio maleable que brinda al individuo contemporáneo la oportunidad y la libertad
de decidir(se), y que define también lo posible como parte inherente y constitutiva, viva,
de la realidad social.
En este sentido, esta propuesta quiere añadir que, a través de la narrativa de
ficción, de la invención y propuesta de nuevas realidades y simbolismos, de identidades
y subjetividades singulares y alternativas, que se articularon en forma de héroes y
heroínas literarias, la literatura ha cumplido un papel muy importante en la
configuración de la alteridad, en la visibilización y normalización de lo anormal y que
vino a convertirse, en el caso concreto de la desestabilización de categorías socialmente
construidas, como son el género y la sexualidad, en una herramienta de ruptura con la
norma, así como también para la aceptación de la realidad social como oportunidad.
Jugando, manipulando los límites y las vigencias y las definiciones oficiales de la
realidad social, la ficción literaria ha inventado y ha ofrecido nuevas expectativas para
las personas, quebrando las distintas definiciones de género y de identidad sexual, y
haciendo posible la reinvención de esa identidad dentro de una dinámica de
configuración de la realidad social que siempre se produce en forma de cambio
permanente.
I.
La escritura como visibilidad
Las múltiples aportaciones que la literatura occidental ha realizado en el campo de
las ciencias sociales han supuesto un aporte sumamente revelador para el hombre y la
mujer de nuestro tiempo. La manifestación de la literatura, especialmente la de la novela
de principios de siglo XX, podría considerarse una revolución a muchos niveles: sembró
los elementos de base de la literatura contemporánea, reivindicó una nueva forma de
experimentar el conocimiento y la vida, y trasformó profundamente las posibilidades
6
vitales del individuo moderno. La literatura contemporánea quedaría marcada por la
eclosión de una nueva narrativa, que, en el fondo, poseía una nueva forma de
narratividad, entendida ésta en términos sociológicos: el tema de la indagación del yo y
de las fuentes de sentido de un nuevo modelo de individualidad se habrían de ir
convirtiendo en la nueva hoja de ruta de la civilización occidental.
Esta nueva concepción de la experiencia revolucionó el lenguaje del arte en
general y el lenguaje de las emociones en particular. La literatura escrita por mujeres, en
concreto, elaboró una interpretación simbólica del mundo a partir de la relación que
establecía entre las emociones del individuo y las cuestiones del entorno más inmediato,
que vino a centrarse en un yo vuelto hacia sí mismo, concebido como experiencia
fundamental y auténtica de la vida. Amigos, amores, amantes, mascotas, vecinos, calles
y, sobre todo, los elementos de la naturaleza y su entorno y los espacios domésticos y
ordinarios, fueron, desde el ámbito del arte, los referentes principales no sólo para
definir y entender quién era el sujeto modelo, sino para sembrar las bases de una ciencia
de la vida cotidiana que alumbraría nuevas formas de vivirse como persona. El yo
aprendería de la vida, de sí mismo, a través del sentimiento y la emoción y de la
relación permanente con la vida, y el mundo ya no estaría por más tiempo sólo ahí
enfrente, enhiesto, fuera de nosotros, sino dentro. La experiencia del cuerpo y de la
singularidad de cada cual se convertirían en los vértices de la experiencia literaria y,
como resultado, también en la experiencia de la vida.
En especial, la aportación, de las autoras femeninas, que surgieron de un silencio
multisecular y vinieron a poblar de forma sorprendente el escenario de la cultura,
aumentó las opciones disponibles en cuanto a la manera de sentir la realidad y, de este
modo, amplió la libertad de la que gozaba el individuo, en especial la libertad de
aquellos sectores sociales más excluidos o menos representados por los modelos
normativamente aceptados. Parto de la tesis de que la singular forma en la que la
historia de ficción se entregó al placer de la narración de la vida cotidiana, tomándola
como verdadera fuente de conocimiento de la experiencia humana, es un aporte que
trasformó no sólo la base de la experiencia sino la del propio conocimiento formal,
porque el tipo de individualidad que fue construido desde la ficción se volcó sobre
aquellos asuntos y temas que tenían que ver, sobre todo, con el mundo de las relaciones
humanas más profundas.
7
Su principal logro, el de la creación de un modelo de individualidad que, por
primera vez en la historia, se cree capaz de cualquier cosa es especialmente significativo
en el terreno de la sexualidad femenina. En la obra de muchas autoras destacadas de la
literatura contemporánea (como puede ser el caso de Virginia Woolf), la sexualidad se
convertiría en un campo de batalla contra el convencionalismo y los límites cerrados de
la realidad social, transformándose para hacer de la experiencia del cuerpo y de la
propia orientación sexual no sólo una ruta de vida válida, como otra opción cualquiera,
sino una experimentación posible, real y socialmente aceptable que cuestionaba y
combatía los modelos vigentes. La inconsciencia sobre el sexo, tema de fondo de una de
las novelas de referencia para escribir este artículo, Orlando, de Virginia Woolf,
proponía una inconsciencia del yo, y, por tanto, una válvula de escape ante las
exigencias de la identidad de género, la cual, a través del germen de la literatura
contemporánea escrita por mujeres, se definiría y concebiría como oprimente. De esta
forma, desde obras reconocidas como puntales de la literatura occidental de principios
del siglo XX que gozaron de autoría femenina, vino a proponerse una mente andrógina,
libre de las marcas sexuales y de género, tomada como el camino hacia la libertad y
hacia una experiencia de vida plena como individuo, sin sellos que limitaran o
definieran de antemano la experiencia de ser persona. El concepto de identidad sufría un
vuelco en su acepción más constrictiva, se estrechaba en directo su identificación con el
espacio más privado de una persona, como lugar de origen y desarrollo, y adquiría, a
través de las historias forjadas en la literatura, esa capacidad de proyección y
reflexividad.
Por eso mismo, se puede afirmar que identidad y sexualidad comienzan a
construir ese espacio de intersección al que me refería en la introducción y que la
sexualidad, en concreto, se vuelve un arma poderosa de reivindicación social y de
cambio. La exigencia de una relación distinta entre la mente y el cuerpo propició la
construcción de una identidad sexual que cabe concebir como liberadora. Y, así, autoras
como Virginia Woolf, Katherine Mansfield, Collette y la larga tradición literaria que
ellas inaugurarían, y que se desarrollaría a lo largo de todo el siglo XX, hicieron del
tema de la sexualidad algo abierto y transformable, además de un tema recurrente en la
ficción, que vendría a reclamar una de las máximas imprescindibles de nuestro tiempo
en la lucha por el reconocimiento: que la sexualidad ya no encerraba a nadie en un único
patrón de ser: el heterosexual. La sexualidad fue la llave que abría la puerta del poder
8
ser y dotó, en especial, a las mujeres, , al menos en el plano ideal, de infinitas
posibilidades, no sólo la del matrimonio con un varón. De esta forma, y a partir del
juego de identidades que marcaría el carácter de estas novelas, la escritora de ficción
introdujo, con una creatividad revolucionaria, personajes y temáticas ambiguas,
homosexuales y transexuales, que, desde ese momento, comenzarían a invadir el arte y
la cultura contemporáneas. Este trasfondo temático sería inspirador para la literatura
feminista de prácticamente todo el siglo XX, y ficción, subjetividad y sexualidad
forjaban así un espacio común que serviría para trastocar los límites, en apariencia
inamovibles, de las definiciones y relaciones sociales.
II.
La escritura o la ruptura de la heterosexualidad como norma
Las escritoras que han sido estudiadas para escribir este artículo fueron en su
conjunto mujeres adelantadas a su tiempo, que, a lo largo de sus vidas y especialmente a
través de la escritura, se rebelaron, de forma muy personal, contra las conveniencias
sociales. Haciendo gala siempre de un feminismo muy temprano, la intensidad con la
que escribieron sobre sus experiencias acerca de la vida cotidiana significó un nuevo
sentido del concepto de intimidad, una categoría nueva para el ser humano moderno en
general y una válvula de escape para las mujeres de su tiempo en particular. Sus
personales concepciones de la vida, según las cuales los pequeños detalles y los
momentos privados se alzaban como fuentes de sentido también válidas, supusieron una
trasgresión del orden de género establecido y una ampliación del espectro de las
posibilidades reservadas para las mujeres. En el curso de esa eclosión de la novela
femenina que aconteció principalmente entre 1910 y 1930, las novelistas transformaron
la forma de ver y vivir la realidad en su propia forma intimista de escribir, modificando
el modo de percibir y valorar la vida cotidiana,. Los diminutos detalles cotidianos, más
propios del ambiente femenino y/o de lo privado, del hogar y de la emoción, cobraron
importancia y se alzaron también como referentes de una vida dotada de sentido. Así
mismo, al tomar presencia y valor las cuestiones fundamentales con las que la
9
modernidad había encarado sus vidas, sus protagonistas, las mujeres, ,reafirmaron su
valor social dejando de ser el sujeto secundario de la historia.
Observando y trasmitiendo siempre, en consecuencia, la realidad desde una
misma hacia el mundo, crearon un código de conducta propio, que reivindicaba como
universal el derecho a vivir y definir la vida de manera individual y con completa
libertad creativa. Las escritoras pertenecientes al periodo tomado aquí como referencia
fueron mujeres que quisieron ser, ante todo, libres. Llevaron esa intensidad y esa
libertad a todos los terrenos de la vida social e individual y reivindicaron su
independencia y su personal forma de vivir, también en la sexualidad. La gran mayoría
de escritoras experimentarían con la sexualidad de muy diversas maneras, no sólo en la
ficción, sino en sus propias vidas personales. Sin patrones de conducta definidos de
antemano, demostraron la necesidad de libertad y de ruptura de los límites establecidos,
que fueron siempre para ellas una máxima de vida y de desarrollo personal. En este
sentido, desde la novela escrita por mujeres se sembraron las bases para una
emancipación femenina que repercutiría en la concepción de la sexualidad como algo
libre, contribuyendo también a la quiebra de la heterosexualidad como norma. Las
temáticas alternativas, los personajes liminares y las tramas poco convencionales
provocaron, por tanto, que el comportamiento sexual superase ciertas convenciones
morales de la época, haciendo de él una fuente de rebeldía y una clave de reivindicación
de la libertad personal y de vida digna. La homosexualidad como escenario literario,
que muchas de ellas extrapolaron a sus propias biografías, se confeccionaría en cierto
modo como una rebelión contra la sociedad de su tiempo, haciendo de la sexualidad una
cuestión de opción personal, una reclamación de libertad y la llave hacia la superación
de las definiciones sociales inmutables y constrictivas.
10
III.
La escritura o la trasgresión del orden patriarcal: Radclyffe Hall y El pozo
de la soledad
A pesar de la atmósfera represora y del conservadurismo burgués de estos
primeros años del siglo XX, muchas escritoras se pronunciaron públicamente desde la
literatura a favor de las relaciones amorosas entre mujeres. La reivindicación de otra
forma de sentir, de otra forma de amar y relacionarse se erigió en este sentido como otra
forma de construir, entender y reproducir la realidad social. Las primeras décadas de
este siglo fueron uno de los primeros periodos históricos en los que la homosexualidad
comenzó a ser socialmente analizada, y la literatura en torno al asunto produjo una
significativa floración de obras que alimentarían el debate. En el periodo comprendido
entre 1910 y 1930 se inicio, desde la narrativa de ficción, un importante proceso de
visibilización, que vino a desarmar el género al tratarlo como una categoría socialmente
construida y no natural. Fueron narradas las formas alternativas de ser hombre y de ser
mujer que, en la forma de la ficción, inventaron y subrayaron la defensa de nuevos
modos de relacionarse y amar(se), lo cual contribuyó a la apertura de un margen de
libertad significativo para el público homosexual, especialmente el femenino.
Si bien Virginia Woolf reescribió la sexualidad a partir de formas divergentes de
sentir el propio cuerpo y rompió la heterosexualidad como norma, también en este
periodo, Radclyffe Hall (1880-1943), escritora y poetisa británica hizo su particular y
todavía más arriesgada aportación a la visibilización del lesbianismo. Esta autora
presentó a alguna de sus protagonistas de una existencia explícitamente lesbiana y, a
través de la ficción defendió, sin remilgos, la homosexualidad como algo natural y
socialmente legítimo. Además, mediante su propia biografía, de la que fue muy
protagonista y que estuvo repleta de amantes femeninas que nunca ocultó, jugó con su
cuerpo y su propia imagen, en lo que ella denominaría permanentemente la “inversión
congénita” del género, con la que intentó reinventar su propia identidad normalizando el
travestismo; una postura vital que inundaría su ficción y que se ramificaría a muchos
ámbitos de la vida social del momento.
1928 será un año clave para el asunto que aquí nos compete, pues se publican
media docena de libros que trataban directamente el tema del lesbianismo: El hotel, de
Elizabeth Bowen, Orlando de Virginia Woolf, la novela satírica Mujeres
11
extraordinarias, escrita por Compton Mackenzie, y El almanaque de las mujeres, de la
escritora americana Djuna Barnes, un libro mucho más explícito y controvertido que El
pozo de la soledad, y que, sin embargo, no desencadenaría tanto revuelo. La década de
1920 fue, por tanto, un momento singularmente favorable para la normalización de la
homosexualidad, y las voces que la reivindicarían se sumaron, dentro del movimiento
modernista, a una subcultura que denunció y rechazó la hipocresía de la conservadora
moral burguesa, machista y heterosexual, y cuyo germen habitaría las novelas de Hall.
En este momento preciso, la autora británica publicará El pozo de la soledad, su obra de
ficción más reseñable tras Adam’s Beer (1926) que le granjeó el reconocimiento del
público y de la crítica.
Esta segunda novela es una obra de temática clara y abiertamente lésbica. Narra la
historia de Stephen Gordon, una lesbiana masculina que, como Hall misma, y desde una
edad muy temprana, se identifica como invertida. El término, muy generalizado en la
época como consecuencia de la amplia influencia que había adquirido la sexología, lo
utilizará la autora como una reivindicación identitaria alternativa, a la que le imponen su
sexo y su género. El escenario de intersección entre ficción, subjetividad y sexualidad
vuelve a hacerse explícito como un lugar desde el que separarse de la tradición, derrocar
viejas fantasías y reinventar, con ese carácter reflexivo que defendemos en tiempos de
modernidad, la realidad social de forma permanente. En este sentido, y a pesar de que
Gordon define su actitud hacia su propia sexualidad como angustiosa, de soledad y de
no aceptación, su intención al elaborar esta historia era la de presentar al lesbianismo
como algo natural, tratando de inculcar al lector una mayor tolerancia a este modo
“también humano de amar”, y de visibilizar una práctica y una forma de vivir, y de ser,
tremendamente estigmatizada en la época.
No eres ni antinatural, ni abominable, ni estás loca; eres
tan parte de eso que se denomina naturaleza como cualquier
otra criatura; simplemente eres un ser todavía no explicado,
alguien que todavía no ha conquistado su lugar en la creación.”
—
Radclyffe Hall, El pozo de la soledad
El resultado de su empresa, sin embargo, fue bien distinto a la intención que
perseguía. Aunque el libro no contiene sexo explícito, fue objeto de una severa condena
12
por obscenidad, tanto en el Reino Unido como en los Estados Unidos, pues, según sus
detractores, defendía en su obra incondicionalmente y de forma antinatural el derecho a
explicitar el deseo sexual de su heroína, una lesbiana masculina. Scotland Yard
quemaría durante el verano de 1928 todas las copias de esta novela, que fue considerada
escabrosa. James Douglas, editor del diario inglés Sunday Express, llegó a afirmar que
“Preferiría darle a un chico o a una chica saludable una botella de ácido prúsico antes
que publicar esta novela”. Hall sufriría la recriminación de la censura, que trató de hacer
desaparecer El pozo de la soledad del circuito comercial, sometiendo a su autora a un
juicio legal, y a la detracción feroz del público en general, a pesar de que la crítica
literaria elogió la calidad del relato.
Era la primera vez que la voz de una mujer se alzaba para reclamar la legitimidad
de un discurso sexual propio. Radclyffe había pretendido hablar en nombre de una
minoría marginada para establecer una forma de entendimiento con la sociedad y eso,
dados los valores de la época, era una cuestión que trascendía los límites que la
medicina, la sexología y la moral victoriana estaban dispuestas a tolerar. El
reconocimiento de un tipo de deseo sexual específicamente femenino y no heterosexual
en una obra, que tal y como se subrayó en su momento, poseía rigor moral y se dirigía
al gran público, supuso un escándalo. Aquí, el poder del deseo personal, que se
materializa a través de la sexualidad en nuevas formas de relación intersubjetiva,
aparece, con claridad, como una herramienta de ruptura de la realidad social como
realidad inmutable, y que trata de ampliar la percepción que los individuos tienen de sí
mismos, de sus horizontes y de la propia realidad social.
Continuando la estela de Woolf, Radclyffe Hall quiso realizar un tratamiento
reformador de la sexualidad y una revisión del género que revertiese la opresión a la que
estaban sometidas las víctimas del sistema patriarcal y heteronormativo, mujeres y
colectivo homosexual, principalmente. El libro fue escrito intencionadamente para
revisar una cuestión social; quería convertirse en una llamada contra la incomprensión y
la intolerancia. De este modo, y al amparo del incipiente clima cultural que, dentro de
los círculos cada vez más prominentes de la subcultura homosexual y del modernismo,
germinaba en aquel momento, la novela removió los diferentes discursos de la época y
sirvió como una luminosa inspiración, no sólo en ese momento sino también después,
para las generaciones y los estudios de etapas posteriores. Esta obra de Hall alimentaría
–y aún hoy alimenta-- el debate sobre el impacto social de la visibilización de la
13
homosexualidad. El pozo de la soledad contribuyó sobremanera a la normalización de
las lesbianas en la cultura británica y norteamericana, y ha sido, durante décadas, la obra
más conocida de temática lésbica en inglés para muchas jóvenes lesbianas: uno de los
referentes fundamentales sobre homosexualidad femenina, e incluso el único recurso de
información explícita acerca del lesbianismo.
Radclyffe Hall dio, por tanto, uno de los primeros pasos importantes en el proceso
de visibilización del lesbianismo, así como en el proceso de liberación de las mujeres, y
contribuyó a reescribir la historia de las lesbianas. A través de El pozo de la
soledad convirtió, por primera vez, el lesbianismo en un tema de conversación común e
invitó a toda la cultura occidental a la reflexión sobre ciertas categorías y realidades que
se daban como inmutables; la de mujer, la de mujer deseante y la de mujer lesbiana. De
este modo, la escritora británica vino a erigirse en el rostro público de la inversión
sexual y en un icono lésbico importante, y ha pasado a la historia por dinamitar las
bases de la cultura patriarcal y heternormativa y por reivindicar, de forma honesta y
rigurosa, dignidad y reconocimiento para las lesbianas, como otra parte viva de la
realidad social. Una vez más, la literatura se nos muestra en su potencial trasformador,
reinventando la definición de la identidad como concepto y haciendo de la sexualidad
un espacio de autocomprensión y de autodefinición personal y particular, como partes,
también constitutivas, de la realidad social y sus sentidos.
IV.
La escritura o la libertad de ser mujer: Jea Rhys y Ancho mar de los
Sargazos
Jean Rhys fue una escritora de origen antillano que a los dieciséis años se afincó
en Inglaterra. Su producción literaria, limitada por una existencia marcada por el
alcoholismo y el desarraigo, se vio revalorada a finales del año 1960 cuando una
editorial le devolvió el favor del gran público. Ancho mar de los Sargazos fue aplaudida
especialmente por la segunda ola del feminismo, ya que incluía elementos que en ese
14
momento resultaban clave para la academia feminista, tales como la reivindicación de
una identidad de mujer alternativa al modelo dominante o como la incorporación de
elementos simbólicos que, a partir de entonces, resultarían básicos para entender mejor
tanto la identidad como la sexualidad femenina. Sin embargo, hasta la publicación de
esta última novela, Rhys no fue considerada una novelista de importancia. Su obra,
escrita principalmente durante las décadas de 1920 y 1930, ha sido releída en los
últimos tiempos bajo una perspectiva diferente, lo cual ha significado, además del
reconocimiento que Jean Rhys no recibió en vida, un vuelco para la relación entre
literatura y género. En su intensa y original narrativa, el espacio en el que interactúan
ficción, subjetividad y sexualidad alcanza su máxima expresión, provocando que las
determinaciones que empezaban a surgir de esta relación a tres vinieran a formar parte
incontenible del discurso de la academia.
Ancho mar de los Sargazos está catalogada como su mejor obra. Fue aplaudida
especialmente por la segunda ola del feminismo, ya que incluía elementos que, en ese
momento, resultaban clave para la academia feminista: la reflexión sobre la identidad en
general, y sobre la identidad de mujer en particular, como una realidad diversa y
compleja. Éstos fueron los temas fundamentales de las obras de Rhys y, a su vez, fueron
los asuntos clave del resurgir del movimiento feminista como movimiento social. Ella, a
través de su ficción, mostró una forma de ser mujer alternativa a la tradicional, que
amplió la definición de qué es ser mujer y enriqueció el debate teórico de la época. Las
mujeres de Rhys son mujeres llenas de recovecos internos, no por complejos, menos
bellos o reveladores. De esta forma, enfocando el interés sobre esferas más íntimas de la
persona, como son el amor y la relación de pareja, la familia, el deseo, la necesidad de
reconocimiento a nivel intersubjetivo, la realidad de las colonias europeas en escenarios
de emancipación… la autora centró la atención en el tema de la identidad como una
cuestión de integridad, tema nuclear de los movimientos sociales de los años 60 y
también de la teoría social posterior a la época. La mujer que propone Rhys en sus
novelas, pero que resulta especialmente significativa en Ancho mar de los Sargazos, es
una mujer desarraigada que no encuentra su anclaje vital salvo en su identidad de mujer,
cuyo sentido queda estrechamente relacionado con el entorno natural y que reivindica,
con un profundo sentimiento de dignidad, el reconocimiento de los otros.
De talante vanguardista, la novela aparece escrita en tres partes, en las que se van
intercalando las voces de los dos protagonistas principales. Cuenta la historia de
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Antoinette Cosway, la Bertha Mason de Jane Eyre, que aparece como personaje central
y protagonista en ambas novelas, la primera esposa de Rochester, representada por
Charlotte Brontë como la loca que vivía escondida en Thornfield Hall, uno de los
escenarios principales de Jane Eyre, estableciendo así un puente permanente con la
novela de Charlotte Brontë. Este puente es uno de los atractivos primordiales de la obra.
La conexión entre la novela de Rhys y la de Charlotte Brontë es constante y establece
un juego narrativo y simbólico profundamente interesante, tanto desde el punto de vista
literario como analítico, incluidas en este punto tanto la crítica literaria en general como
la crítica literaria feminista en particular. Si bien es cierto que ambas pueden leerse de
forma independiente, la relectura de Jane Eyre tras haberse aproximado a Ancho mar de
los Sargazos amplía intensamente la comprensión simbólica de ciertos elementos
narrativos de la primera, al tiempo que se consigue una aproximación mucho más
reflexiva al personaje de Antoinette Cosway.
A partir de esta novela de Rhys, no sólo se leería de una forma alternativa toda la
narrativa de la autora, sino que también Jane Eyre podría reinterpretarse, estableciendo
como caldo de cultivo elementos que desde la teoría feminista resultaban reveladores
para el estudio de las relaciones de género, en especial, el tema del peso de los sistemas
de dominación y de la realidad instituida sobre el desarrollo de la identidad individual;
más concretamente, el del patriarcado sobre la identidad de mujer, y las respuestas
individuales ante la opresión como problema estructural, pero también como
movimiento emancipador.
El libro de Jean Rhys supone, en este caso, una relectura, tanto de la locura como
elemento narrativo, como del personaje creado por Charlotte Brontë en Jane Eyre. La
creación de Antoinette es una reinterpretación de ese mismo personaje, que la autora
antillana trata de definir con más entidad. Mediante el uso de la locura como elemento
simbólico y narrativo, Rhys define la desviación de Antoinette, más como una
consecuencia de circunstancias personales y estructurales que como una característica
endógena, y pone así de manifiesto el peso de lo inmutable de la realidad social sobre
aquellas subjetividades que precisan de un escenario alternativo, demandan otras
respuestas y plantean nuevos retos. La locura que caracteriza a la protagonista es
relevante en el análisis simbólico de ambas novelas, porque, en este sentido, representa
una respuesta a la necesidad de reafirmación de la identidad que hace la protagonista,
16
pero que es presentada, en lugar de como problema individual, como la consecuencia de
desajustes estructurales.
En Ancho mar de los Sargazos, Antoinette no es capaz de encontrar su lugar en un
escenario de fronteras muy concretas, en el que las existentes normas de ser y de
convivir son muy constrictivas y la obligan a aplacar, de forma inútil, su verdadera
naturaleza, emocionalmente activa y muy ligada a una sexualidad viva, intensa, que el
libro presenta como una válvula de escape y de liberación. La pregunta de “¿quién soy
yo?” planea constante sobre la novela y lo hace aferrándose a la sexualidad como
referente de un modo muy consistente. Así, la locura de Antoinette no es sino una
respuesta desesperada a una situación límite, que pone de manifiesto lo perjudicial que
resultaba, en especial para las mujeres, la represión de los propios deseos. Apasionada,
enamorada pero no correspondida, hija de criollos en un contexto postcolonial, el
espacio histórico en el que es obligada a vivir, y que viene a hacerse explícito (y a
imponer su discurso) a través de su matrimonio con Rochester, determina su frustración,
marcada por dos máximas. La primera, la de la difícil convivencia entre blancos y
negros en un mundo post-esclavista que comienza a abrirse, pero que continúa
dominado por las potencias europeas y, la segunda, la que plantea que la razón ha de
dominar a la pasión.
Ambas tensiones plantean un reto importante al desarrollo de la personalidad de la
protagonista, pues la dominan y la escinden. En esta línea, Jean Rhys trata de denunciar
la imposición de un mundo blanco y racional sobre otro diverso y emocional, y analiza
las repercusiones de estos procesos en el sentido distorsionado que las personas adoptan
de sí mismas, poniendo de manifiesto las consecuencias negativas que crea el
aplacamiento sistemático de las emociones más profundas del ser humano, en especial,
de las emociones de las mujeres. En este sentido, Jean Rhys, al igual que las escritoras
de los años 20, rescata la relevancia de lo íntimo en los procesos de definición de la
realidad, sólo que ella va más allá, y busca en lo más profundo del alma humana. La
constante falta de dominio de Antoinette sobre sí misma y sobre sus sentimientos afecta
a sus estados emocionales de forma intensa, influyendo también a la propia progresión
de Rochester como individuo, pero, por supuesto, impactando con fuerza sobre la
construcción de la identidad de la protagonista como tarea imposible, que ella vive de
forma muy corporal. En su ficción, el deseo es, por tanto, una poderosa arma de
construcción de la realidad, que queda, directamente vinculada, a la experiencia de la
17
sexualidad. Esta situación de permanente frustración y de falta de libertad trasforma a
Antoinette en un ser incomprensible para los demás, y en una desconocida para sí
misma. La situación puede definirse como alienante para la protagonista, lo que evoca,
en la novela de Rhys, la necesidad de considerar la locura como un instrumento de
autoexpresión y de autoafirmación personal, más que tratarla, con un enfoque
funcionalista, como una desviación.
En este sentido, Rhys construye uno de los personajes femeninos más desgarrados
y fascinantes de la literatura del siglo XX, evocando, con brillante maestría literaria, el
fondo y la naturaleza de los sentimientos humanos, y queriendo mostrar la locura de
Antoinette más como una consecuencia de circunstancias apremiantes de frustración y
desarraigo, como resultado de los sistemas de dominación patriarcal y de raza, que
como fruto de la enajenación mental sobrevenida o de la propia genética,. Influida por
los avances de la crítica feminista, Antoinette Cosway es presentada en Ancho mar de
los Sargazos no como la loca fantasmagórica del desván de Thornfield Hall, sino como
una mujer destrozada por la vida y por sus propios miedos, que trata, mediante su
locura, de ampliar los límites del sentido de (su) realidad. Quiere concebirse como un
sujeto autónomo y coherente en una realidad carente de referentes identitarios. Y el
hecho de intentar encontrarse a sí misma sin reventar en pedazos dentro de una relación
de opresión y de no-reconocimiento la convierte en una mujer vulnerable, hipersensible
y emocionalmente inestable, que busca, mediante hechos desesperados, tomar la palabra
para contarnos quién es y de dónde viene. El proceso de reconstrucción de sí misma que
vive nos explica, muy gráficamente, ese sentido de identidad que he querido remarcar
en este texto. La locura es para la autora la última alternativa para que la protagonista
pueda alcanzar cotas más elevadas de expresión y de construcción de su espacio vital,
para que se dote de cierta narratividad, se haga oír y, por tanto, pueda hacerse
consciente de su lugar en el mundo.
Este es el giro más interesante de la obra de Rhys, que la hace una de las obras
más señaladas de la literatura del siglo XX: la autora, a través de la interpretación y
comprensión del personaje de Antoinette, revierte el silencio y alienación de un
personaje, en teoría secundario, para mostrar y describir muchas claves del proceso
moderno de construcción de la subjetividad femenina; algo que tiene un fuerte
componente corporal y está en relación directa con los procesos de configuración de la
identidad de género. Así, para Rhys, la locura es, socialmente hablando, más una forma
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de rebelión que una desviación funcional,. La frustración generada por los deseos no
cumplidos se convierte así en motor de los individuos y, a través de esta novela, se
demuestra que la necesidad de considerar el deseo de cada cual como movimiento de
articulación (fundamental) de la vida personal, y la imposibilidad de manifestarlo es
considerada una alienación. La importancia de recuperar el testimonio de los individuos
de segunda que genera el discurso de la época, para considerarlos víctimas del sistema
más que elementos pervertidores del orden, , pone de manifiesto no sólo la necesidad de
la reflexividad en los procesos de presentación de la propia identidad, sino el carácter
apremiante del recuso a la reflexividad en general para la interpretación y la
construcción de los procesos sociales, especialmente de aquellos protagonizados por
identidades con un déficit de representación.
A través del ejemplo de Antoinette, por tanto, se recalca la importancia de la voz y
la historia propias a la hora de dotar a los individuos de nombre, origen y pertenencia y
un lugar con sentido en el mundo acordes con sus querencias. Al hilo, he de subrayar
que, en Ancho mar de los Sargazos, esto se hace especialmente evidente en el caso de la
mujer, pues su argumento cuestiona el papel tradicional asignado a la misma, y la
determinación del mismo por variables biológicas y sexuales. Dentro del contexto de las
relaciones interpersonales, la naturaleza contractual de los matrimonios de conveniencia
y la opresión que acarreaba para las mujeres, la obra define la situación de las mujeres
de la época como oprimente mediante el ejemplo de Antoinette. En la novela se
establece, en este sentido, un sibilino pero sutil símil con la estructura del sistema de
razas, en una crítica doble a los sistemas de dominación principales del siglo XIX. Y
así, una vez más, la literatura escrita por mujeres –en este caso en la pluma de Jean
Rhys- manifiesta la función alienante y cosificadora, no sólo del concepto tradicional
del amor burgués con respecto al ideal de mujer, sino la del matrimonio convencional
puesto al servicio del desarrollo del sistema y la economía capitalistas.
Que la novela se ubique dentro del escenario natural del Caribe, cuyo fondo
reivindicativo del amor romántico (libre y correspondido) forma un compendio
imprescindible en el proceso de desarrollo de la identidad femenina, no es, por tanto,
casual. Esta contextualización de la historia representa, a través de esa naturaleza
salvaje, encarnada en la personalidad y sexualidad inquietas de Antoinette (los guiños
entre ambas realidades son permanentes), la urgencia de des-normalización de las
relaciones entre hombres y mujeres y la búsqueda de alternativas que tratan de
19
fundamentarse en formas más libres y descuidadas de vivir el amor y de sentir el
cuerpo, como un camino de liberación y construcción personal satisfactoria,
especialmente para las mujeres. Los contextos salvajes a los que tan unida se siente
Antoinette no son más que el reflejo de su propia naturaleza indómita, una vivencia de
su propio cuerpo alternativa que busca desplegarse más allá de los límites que dicta la
realidad social, que sometía a las mujeres al poder y potestad de sus maridos y las
obligaba a renunciar a sus propios deseos y proyectos de vida independientes. El cuadro
natural de la Martinica en el que se desarrolla la acción de Ancho mar de los Sargazos
es, por tanto, el símbolo de un escenario nuevo, que la autora propone; una naturaleza
virgen que se desarrolla al margen del cuadro del discurso racionalista occidental. En
este sentido, la construcción de este entorno natural y la defensa de la legitimidad de sus
imágenes es también un alegato a favor de aquellas naturalezas que no acaban de
encajar en el molde del modelo dominante. La necesidad desesperada de Antoinette,
como personalidad oprimida, es un símbolo de la resistencia de aquellas etnias frente a
un mundo occidental que trata de imponerse sobre el resto del planeta.
En consecuencia, y teniendo en cuenta la defensa que hace del derecho de las
mujeres a definir en qué lugar quieren estar ante el mundo, Ancho mar de los Sargazos
es un testimonio en contra de todo sistema de dominación, por lo que de traumático
tiene para sus víctimas, con tres líneas principales de argumentación. La primera, la
especial relación que mantiene la protagonista entre los dos mundos a los que pertenece;
que marca la lucha de los pueblos colonizados por declarar su autonomía. La segunda,
los problemas de identidad que presentan aquellos individuos que se encuentran en
medio de dos escenarios de referentes identitarios opuestos; en este caso el de una mujer
mitad negra, mitad blanca. Y, la tercera y última, la relación de Antoinette con
Rochester, que marca la lucha por la liberación de aquellas subjetividades que se hallan
oprimidas por otras subjetividades dominantes. Éste será el tema principal de la novela
de Jean Rhys: la rebelión de las mujeres frente a los hombres y la de un mundo diverso
frente
a
la
homogeneización
discriminatoria
del
hombre
blanco
con referencia a los patrones dominantes de ser y existir. En última instancia, otro
ejemplo que nos permite analizar las particulares implicaciones entre literatura,
subjetividad y sexualidad. La reformulación de ésta última es para Rhys, sin duda, una
estrategia eficaz a la hora de cuestionar los modelos normativizados y proponer a los
individuos nuevas rutas de comprensión y construcción de la realidad social.
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