LA GUERRA DE CRIMEA Y LA ENFERMERÍA

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La Jornada Semanal, domingo 16 de febrero del 2003
núm. 415
Marcelo Crespo y Germán Gómez
Crimea: mucho más que una guerra
más
Guerra de Crimea (1853/56): Francia,
Inglaterra, y los reinos de Cerdeña y
Piamonte acuden en ayuda de Turquía para
enfrentar a Rusia. Intentan impedir así la
expansión de la influencia rusa en Medio
Oriente a costa del ya agonizante Imperio
Otomano.
Esta guerra no fue una guerra más. Causa
de innovaciones de todo tipo, su relato está minado de hitos históricos y
científicos y, en la misma medida, de historias personales. Muchas de las cuales
no sólo merecen ser contadas, sino rescatadas del olvido.
El peso que tuvo esta guerra, por ejemplo, en el desarrollo de la medicina y la
enfermería moderna es fundacional. Ochenta por ciento de las bajas, es decir
750 mil, fueron debidas a problemas de logística y mala administración de los
recursos que las diferentes fuerzas poseían para atender a sus heridos y
enfermos. El ejército más incompetente en estos menesteres fue el inglés.
Paradójicamente, Inglaterra encarnaba a la sociedad material y
tecnológicamente "más avanzada" de su tiempo. Al abordar esta arista de la
guerra de Crimea, surge el nombre de Florence Nightingale como la responsable
de la mejoría en la organización de los hospitales de campaña británicos. En
cambio, es difícil encontrar bibliografía que haga el debido reconocimiento a la
labor y los logros de otra enfermera: Mary Jane Seacole.
"Madre" Seacole, como sería llamada por las tropas británicas, nació en
Kingston, Jamaica, en 1805. Era hija de un soldado escocés destacado en la isla
y de una mujer negra liberta. La madre de Mary Grant, que tal fue su nombre de
soltera, era una habilidosa y reconocida curandera de la ciudad de Kingston.
También fue dueña de una hostería dedicada a la atención de soldados inválidos
y sus familias.
Debido a la profesión de su madre, Mary tuvo asiduo contacto con la medicina
de su época. A los doce años ya la ayudaba en la atención y cuidado de sus
pacientes. En 1836 contrajo matrimonio con Edwin Horatio Seacole. Enviudó
meses más tarde. Poco después abrió su propia hostería, dedicada también a
atender enfermos e inválidos. Rápidamente cosechó excelente reputación como
enfermera. En 1850 el cólera fustigó a la isla de Jamaica, cobrando cerca de 31
mil vidas. Mary Seacole trabajó incansablemente al lado de los doctores de la
isla como una suerte de enfermera practicante. Esto le brindó la posibilidad de
obtener información de primera mano acerca de la naturaleza del cólera.
No mucho después de terminado este episodio, viajó a Panamá para visitar a su
hermano. Una vez acomodada en la ciudad de Cruces no debió esperar
demasiado para verse otra vez en medio de una epidemia. Nuevamente fue la
lucha contra el cólera la que requirió sus servicios. Finalizada su labor en
Panamá, se convenció de que el cólera era contagioso, idea no compartida por
la medicina de su época. Gracias a su vasta experiencia en la lucha contra
enfermedades tropicales (fiebre amarilla, disentería, etcétera) había llegado a la
conclusión de que la higiene y ventilación de los ambientes, junto con la buena
alimentación de los enfermos, eran factores decisivos en el éxito del tratamiento
de las enfermedades. Aunque suene extraño, estas cuestiones no eran
comúnmente aceptadas por los parámetros médicos de la época.
La historia se repetirá una y otra vez. Al decir de varias fuentes, Mary Jane
Seacole encarnaba una de las personalidades más autorizadas y capacitadas en
la lucha contra epidemias de enfermedades tropicales.
En 1854 las primeras noticias sobre la guerra de Crimea arriban a Jamaica. Este
conflicto tiene especial interés para Seacole, no sólo por involucrar a la Inglaterra
de la cual se sentía parte, sino también porque "sus chicos", como ella llamaba a
los soldados de la corona destacados en Jamaica, habían sido llevados a esa
guerra. Y las noticias no son buenas, para nada.
En Crimea surgen los primeros corresponsales de guerra de la historia. Sus
despachos de prensa informan que los principales problemas de las tropas
británicas no estaban sólo en el frente de batalla, sino de este lado de las líneas
enemigas: en los hospitales.
Con casi cincuenta años de edad, Seacole
entiende que tiene que ir a esa guerra. Sin
dilaciones, viaja a Londres para ofrecer sus
servicios como enfermera voluntaria.
Consigo llevaba las mejores cartas de
recomendación firmadas por distintos
médicos militares. Primero solicita una
entrevista al Ministerio de Guerra, luego a otras dependencias de gobierno, y
finalmente a la misma Florence Nightingale, que a la sazón se encontraba
reclutando al cuerpo de enfermería que partiría hacia Crimea. De todas estas
instancias obtuvo la misma respuesta: no necesitaban sus servicios.
Para tomar real dimensión de cuán prejuiciada era esta actitud basta citar a
Trevor Royle, que en su libro Crimea (St. Martin’s Press, 2000) sostiene que de
acuerdo a las propias palabras de Nightingale, el cuerpo de enfermeras que
lograría reclutar estaba lejos de destilar excelencia y abnegación, dado que sólo
pocas estaban alfabetizadas y muchas otras eran propensas a emborracharse.
Más aún, y de acuerdo con el mismo Royle, el primer contingente de enfermeras
que partió junto Nightingale no superaba las treinta y ocho almas, mientras que
del lado francés, por cada división se disponía de cuarenta y seis doctores y 104
enfermeras.
Seacole no vacila: decide financiar su propia campaña sanitaria en Crimea.
Logra hacerse de un buen stock de comida y medicamentos y, sin demoras
innecesarias, zarpa hacia Turquía.
A poco de llegar instala una hostería a dos millas de Balaclava. "El hotel
británico", se llamó. En la planta baja funcionaban un bar y una despensa y los
pisos superiores fungían como hospital. El bar y la despensa le posibilitaban
financiar sus servicios de enfermería.
El nombre de "Madre Seacole" se haría rápidamente popular entre las tropas
británicas, sobre todo al ser vista en el frente de batalla atendiendo a los heridos
mientras el enfrentamiento continuaba. Infinidad de bajas eran producto del
traslado de los heridos a los hospitales de Balaclava, dado que las condiciones
de transporte eran extremadamente precarias.
Trevor Royle sostiene: "Atender a los enfermos y heridos en un hospital de
campaña era una cosa: proveer cuidado inmediato en el campo de batalla era
otra muy diferente. Y respecto a esto, los franceses habían llegado a Crimea
totalmente preparados. Sus ambulancias conducidas por soldados rasos eran
infinitamente superiores."
El abrupto fin de la guerra en marzo de 1856
dejó a Seacole con grandes cantidades de
aprovisionamientos que debió malvender
para regresar a Inglaterra. Una vez en
Londres tuvo que declararse en bancarrota.
Su reconocida labor para con los soldados
no sirvió para que ayuda alguna le llegara del
gobierno británico. Y a pesar del respaldo
que recibió de oficiales y soldados que
habían aprendido a quererla y valorarla, solamente logró salir de su pobreza
gracias a la publicación de su autobiografía: Las extraordinarias aventuras de la
señora Seacole en lejanas tierras.
Antes de morir, en 1881, había logrado granjearse cierto reconocimiento. Prueba
de esto son las medallas que le fueron otorgadas por distintas potencias
beligerantes en la guerra de Crimea. Pero eso quedó enterrado por la arena de
los tiempos. La memoria historiográfica posee los mismos prejuicios que sufriera
Mary Seacole en vida. Bibliotecas enteras ignoran la labor de esta enfermera. Ni
siquiera la voluminosa y minuciosa obra sobre el género femenino Historia de las
mujeres, dirigida por los historiadores franceses George Duby y Michelle Perrot,
hace mención alguna de la señora Seacole.
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