LENGUA CASTELLANA

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LENGUA CASTELLANA - LENGUA ESPAÑOLA - LENGUA LATINA
¿Español o castellano? Esa es una cuestión que le trae al alumno del idioma español muchas
dudas. Por detrás de este idioma hay una historia muy interesante y por consiguiente mucho que
saber y aprender. En esta recopilación de datos, este artículo que está bastante completo, intenta
acercar al lector a lo que ha pasado a lo largo de los años con respecto al origen y al lugar de
donde ha surgido la lengua española, además hace referencia a muchas cosas y términos que son
importantes para conocer un poco más de esta historia. Lo que tenemos que hacer es leerlo sin
ningún prejuicio y absorber lo máximo que podamos y tras ello, intentar sacar nuestras propias
conclusiones…
ORIGEN Y NOMBRE
El castellano se originó como un dialecto del latín en las zonas limítrofes entre Cantabria, Burgos,
Álava y La Rioja, provincias del actual norte de España, convirtiéndose en el principal idioma
popular del Reino de Castilla (el idioma oficial era el latín). De allí su nombre original de idioma
castellano, en referencia a la zona geográfica donde se originó. La otra denominación del idioma,
español, procede del latín medieval Hispaniolus o más bien de su forma ultracorrecta Spaniolus
(literalmente: "hispanito", "españolito"), a través del occitano espaignol.
Con la conquista de América, que era una posesión personal del monarca de Castilla, el idioma
castellano se extendió a través de todo el continente, desde California hasta la Tierra del Fuego.
En esa época no existía España como entidad unificada, sino una unión dinástica de varios reinos
y territorios con grados diversos de autonomía: la Corona de Castilla, los reinos y territorios de la
Corona de Aragón y el reino de Navarra.
El original idioma castellano derivó luego en numerosas variantes dialectales que, si bien respetan
el tronco principal, tienen diferencias de pronunciación y vocabulario. A esto hay que agregar la
influencia de los idiomas de las poblaciones nativas de América, como el aimara, náhuatl, guaraní,
chibcha, mapudungun, taíno, maya, y quechua, que hicieron también contribuciones al léxico del
idioma, no sólo en sus zonas de influencia, sino en algunos casos en el léxico global.
Esta lengua también se llama castellano...por ser el nombre de la comunidad lingüística que habló
esta modalidad románica en tiempos medievales: Castilla. Existe alguna polémica en torno a la
denominación del idioma; el término español es relativamente reciente y no es admitido por los
muchos hablantes bilingües del Estado Español, pues entienden que español incluye los términos
valenciano, gallego, catalán y vasco, idiomas a su vez de consideración oficial dentro del territorio
de sus comunidades autónomas respectivas; son esos hablantes bilingües quienes proponen
volver a la denominación más antigua que tuvo la lengua, castellano entendido como ‘lengua de
Castilla’.
En los países hispanoamericanos se ha conservado esta denominación y no plantean dificultad
especial a la hora de entender como sinónimos los términos castellano y español. En los primeros
documentos tras la fundación de la Real Academia Española, sus miembros emplearon por
acuerdo la denominación de lengua española.
Quien mejor ha estudiado esta espinosa cuestión ha sido Amado Alonso en un libro
titulado Castellano, español, idioma nacional. Historia espiritual de tres nombres (1943). Volver a
llamar a este idioma castellano representa una vuelta a los orígenes y quién sabe si no sería dar
satisfacción a los autores iberoamericanos que tanto esfuerzo y estudio le dedicaron, como Andrés
Bello, J. Cuervo o la argentina Mabel Manacorda de Rossetti.
Renunciar al término español plantearía la dificultad de reconocer el carácter oficial de una lengua
que tan abierta ha sido para acoger en su seno influencias y tolerancias que han contribuido a su
condición. Por otro lado, tanto derecho tienen los españoles a nombrar castellano a su lengua
como los argentinos, venezolanos, mexicanos, o panameños de calificarla como argentina,
venezolana, mexicana o panameña, por citar algunos ejemplos. Lo cual podría signifcar el primer
paso para la fragmentación de un idioma, que por número de hablantes ocupa el tercer lugar entre
las lenguas del mundo. En España se hablan además el catalán y el gallego, idiomas de tronco
románico, y el vasco, de origen desconocido.
Como dice Menéndez Pidal "la base del idioma es el latín vulgar, propagado en España desde
fines del siglo III a.C., que se impuso a las lenguas ibéricas" y al vasco, caso de no ser una de
ellas.
De este substrato ibérico procede una serie de elementos léxicos autónomos conservados hasta
nuestros días y que en algunos casos el latín asimiló, como: cervesia > cerveza, braca > braga,
camisia > camisa, lancea > lanza.
Otros autores atribuyen a la entonación ibérica la peculiar manera de entonar y emitir el latín tardío
en el norte peninsular, que sería el origen de una serie de cambios en las fronteras silábicas y en la
evolución peculiar del sistema consonántico.
Otro elemento conformador del léxico en el español es el griego, puesto que en las costas
mediterráneas hubo una importante colonización griega desde el siglo VII a.C.; como, por otro lado,
esta lengua también influyó en el latín, voces helénicas han entrado en el español en diferentes
momentos históricos. Por ejemplo, los términos huérfano, escuela, cuerda, gobernar, colpar y
golpar (verbos antiguos origen del moderno golpear), púrpura (que en castellano antiguo fue
pórpola y polba) proceden de épocas muy antiguas, así como los topónimos Denia, Calpe.
A partir del renacimiento siempre que se ha necesitado producir términos nuevos en español se ha
empleado el inventario de las raíces griegas para crear palabras, como, por ejemplo, telemática, de
reciente creación, o helicóptero.
Entre los siglos III y VI entraron los germanismos y su grueso lo hizo a través del latín por su
contacto con los pueblos bárbaros muy romanizados entre los siglos III y V. Forman parte de este
cuerpo léxico guerra, heraldo, robar, ganar, guiar, guisa (compárese con la raíz germánica de wais
y way), guarecer y burgo, que significaba 'castillo' y después pasó a ser sinónimo de 'ciudad', tan
presente en los topónimos europeos como en las tierras de Castilla, lo que explica Edimburgo,
Estrasburgo y Rotemburgo junto a Burgos, Burguillo, Burguete, o burgués y burguesía, términos
que entraron en la lengua tardíamente.
Hay además numerosos patronímicos y sus apellidos correspondientes de origen germánico:
Ramiro, Ramírez, Rosendo, Gonzalo, Bermudo, Elvira, Alfonso. Poseían una declinación especial
para los nombres de varón en -a, -anis, o -an, de donde surgen Favila, Froilán, Fernán, e incluso
sacristán.
Junto a estos elementos lingüísticos también hay que tener en cuenta al vasco, idioma cuyo origen
se desconoce, aunque hay varias teorías al respecto. Algunos de sus hábitos articulatorios y
ciertas particularidades gramaticales ejercieron poderosa influencia en la conformación del
castellano por dos motivos: el condado de Castilla se fundó en un territorio de influencia vasca,
entre Cantabria y el norte de León; junto a eso, las tierras que los castellanos iban ganando a los
árabes se repoblaban con vascos, que, lógicamente, llevaron sus hábitos lingüísticos y, además,
ocuparon puestos preeminentes en la corte castellana hasta el siglo XIV. Del substrato vasco
proceden dos fenómenos fonéticos que serán característicos del castellano.
La introducción del sufijo -rro, presente en los vocablos carro, cerro, cazurro, guijarro, pizarra,
llevaba consigo un fonema extravagante y ajeno al latín y a todas las lenguas románicas, que es,
sin embargo, uno de los rasgos definidores del sistema fonético español; se trata del fonema ápicoalveolar vibrante múltiple de la (r).
La otra herencia del vasco consiste en que ante la imposibilidad de pronunciar una f en posición
inicial, las palabras latinas que empezaban por ese fonema lo sustituyeron en épocas tempranas
por una aspiración, representada por una h en la escritura, que con el tiempo se perdió: así del
latín farina > harina en castellano, pero farina en catalán, italiano y provenzal, fariña en gallego,
farinha en portugués, farine en francés y faina en rumano; en vasco es irin.
La lengua árabe fue decisiva en la configuración de las lenguas de España, y el español es una de
ellas, pues en la península se asienta durante ocho siglos la dominación de este pueblo. Durante
tan larga estancia hubo muchos momentos de convivencia y entendimiento. Los cristianos
comprendieron muy pronto que los conquistadores no sólo eran superiores desde el punto de vista
militar, sino también en cultura y refinamiento.
De su organización social y política se aceptaron la función y la denominación de atalayas,
alcaldes, robdas o rondas, alguaciles, almonedas, almacenes. Aprendieron a contar y medir con
ceros, quilates, quintales, fanegas y arrobas; aprendieron de sus alfayates (hoy sastres), alfareros,
albañiles que construían zaguanes, alcantarillas o azoteas y cultivaron albaricoques, acelgas o
algarrobas que cuidaban y regaban por medio de acequias, aljibes, albuferas, norias y azadones.
Influyeron en la pronunciación de la s- inicial latina en j- como en jabón del latín 'saponem'.
Añadieron el sufijo -í en la formación de los adjetivos y nombres como jabalí, marroquí, magrebí,
alfonsí o carmesí. Se arabizaron numerosos topónimos como por ejemplo Zaragoza de
"Caesara(u)gusta", o Baza de "Basti". No podría entenderse correctamente la evolución de la
lengua y la cultura de la península sin conceder al árabe y su influencia el lugar que le
corresponde.
POLÉMICA EN TORNO A ESPAÑOL O CASTELLANO
La polémica en torno a los términos "español" y "castellano" consiste en decidir si, dado el uso
histórico de los dos términos, resulta más adecuado llamar a la lengua hablada en la mayor parte
de América Latina y la península ibérica "español", o bien, "castellano".
INTRODUCCIÓN
Aunque la introducción del idioma en los países conquistados fue previa a la existencia de España
como Estado moderno, el Diccionario de Lengua Española de la Real Academia Española de la
Lengua, da castellano y español como sinónimos. La denominación español fue predominando en
la península ibérica a partir de la unificación de los reinos de España durante el reinado de Carlos I
de España en el siglo XVI.
La denominación castellano es más frecuente en Sudamérica y península ibérica, mientras que en
Centroamérica, México y Colombia es más frecuente el término español, si bien cuesta discernir si
la respuesta es condicionada por la pregunta, pues la denominación de castellano es más
frecuente en contextos de oficialidad, y el término español es más frecuente en la denominación
espontánea.
En España a menudo se usa el término español al referirse a la lengua en contraposición a
lenguas extranjeras, y castellano con relación a otras lenguas que también son españolas. Este es
el uso que recomienda Manuel Seco en su Diccionario de dudas y dificultades del castellano. La
Constitución Española de 1978, en su artículo tercero, utiliza la denominación castellano para la
lengua, diferenciándola de las otras lenguas españolas:
El castellano es la lengua española oficial del Estado. (...) Las demás lenguas españolas serán
también oficiales en las respectivas Comunidades Autónomas...
Se arguye que el resto de lenguas habladas en España, como el euskera, el catalán o el gallego,
también son españolas, y que los casos del alemán en Alemania y del francés en Francia surgen
de una centralización lingüística con orígenes completamente diferentes a los del castellano en
España.
Por el contrario, hay quienes argumentan que el término español hace referencia a la lengua oficial
del Estado español, mientras que un idioma como el gallego hace referencia a la lengua propia de
Galicia. El hecho de que provincias como La Coruña sean gallegas y españolas a la vez, son la
base de la llamada cooficialidad de los idiomas español y gallego.
Otros autores afirman que aunque el castellano medieval se vio influido en su evolución por otras
lenguas peninsulares, los cambios no fueron significativos. En base a esto se propone como
denominación correcta el término castellano, pues es el idioma que surgió en Castilla y después se
extendió por todo el territorio español por la supremacía política del Reino de Castilla sobre los
demás reinos peninsulares. Estos autores suelen poner como ejemplo que en el Reino Unido y
otros países angloparlantes el idioma se denomina inglés (y no británico), pues es originario de
Inglaterra, aunque éste caso no es enteramente extrapolable a nuestra lengua pues el término
castellano no encuentra eco en otras lenguas como sí lo halla el inglés (y ente caso el término
español).
Después que España perdiera sus últimas colonias americanas, algunos intelectuales americanos
siguieron empleando el término "América Española", en las primeras décadas del siglo XX. Aunque
esto causó rechazo en algunos sectores sociales, todos los países de habla castellana denominan
oficialmente española a su lengua , como lo evidencian sus afiliaciones a la Asociación de
Academias de la Lengua Española.
ALGUNAS RAZONES DE LA CONTROVERSIA
La controversia trasciende el debate méramente académico o de adecuación terminológica, ya que
con cierta frecuencia el debate se ha mezclado con intencionalidades políticas de dos tipos:
Dentro de España, ciertos sectores nacionalistas y/o regionalistas han preferido el término
castellano por entender que todas las lenguas de España son autóctonas de un cierto territorio que
es subparte del territorio español. Sin embargo, en los últimos tiempos puede percibirse también
una tendencia a utilizar el término español por parte de estos sectores, para reforzar la idea de que
los territorios como Cataluña o Euskadi no forman parte de España. En contraposición, el
españolismo, defiende mayoritariamente el término español para señalar la preeminencia o
naturalidad de describir a la lengua como forma predominante de comunicación en España.
En tiempos de la dictadura de Primo de Rivera se produce un apropiamiento del término español al
mismo tiempo que se fijan cánones de corrección basados en el uso castellano (y concretamente
burgalés) para evitar la centrifugación patente en las hablas periféricas (bable, andaluz,
panocho...). Más tarde durante la dictadura de Franco se reforzará la identificación del español con
la indisolubilidad de la patria.
En América latina, se ha llegado a considerar que el uso del término español era una forma de
subordinación cultural a España.
PREFERENCIAS DE USO - Las academias de la lengua
Las Academias de la Lengua de los países en los que el término castellano es usado
corrientemente (como Chile, o Argentina) han adoptado la denominación de idioma español. Para
estas academias, que fijan el vocabulario oficial de su país, el término es de origen filológico y no
tiene connotaciones políticas. Por ejemplo, según la Academia Argentina de Letras:
En el uso general las denominaciones «castellano» y «español» son equivalentes. No obstante, es
preferible, en razón de una más adecuada precisión terminológica, reservar el tradicional nombre
de «castellano» para referirse al dialecto de Castilla anterior a la unificación, y llamar «español» como internacionalmente se hace- a la lengua que desde entonces lleva en sí, junto al viejo tronco,
los múltiples aportes que otros pueblos de España y de América han dado al «castellano»
Por su parte la Asociación de Academias de la Lengua Española mediante su publicación, el
Diccionario panhispánico de dudasha dicho:
Para designar la lengua común de España y de muchas naciones de América, y que también se
habla como propia en otras partes del mundo, son válidos los términos castellano y español. La
polémica sobre cuál de estas denominaciones resulta más apropiada está hoy superada.
HISTORIA
La historia del idioma castellano comienza con el latín vulgar del Imperio Romano. Específicamente
tiene su origen en el latín vulgar presente en la zona central del norte de Hispania. Tras la caída
del Imperio Romano en el siglo V la influencia del latín culto en la gente común fue disminuyendo
paulatinamente. El latín hablado de entonces fue el fermento de las variedades romances
hispánicas, entre ellas el castellano, origen a su vez (al menos en la proporción mayor), de las
variedades que constituyen la lengua española. En el siglo VIII, la invasión musulmana de la
Península Ibérica hace que se formen dos zonas bien diferenciadas. En Al-Ándalus, se hablarán
los dialectos romances englobados con el término mozárabe, además de las lenguas de la minoría
alóctona (árabe y bereber). Mientras, en la zona en que se forman los reinos cristianos, desde
pocos años después del inicio de la dominación musulmana, comenzará una evolución divergente,
en la que surgen varias modalidades romances; la catalana, la aragonesa, la asturiano-leonesa y la
gallega, además de la castellana.
El dialecto castellano primigenio se originó en el condado medieval de Castilla (oriente de
Santander y norte de Burgos), con influencias vascas e idioma germánico-visigodo. Se extendió al
sur de la península gracias a la Reconquista. En el siglo XV, durante el proceso de unificación
española de sus reinos, Antonio de Nebrija publica en Salamanca su Grammatica. Es el primer
tratado de gramática de la lengua castellana, y también primero de una lengua vulgar europea. Los
textos más antiguos que se conocen en castellano son las Glosas Emilianenses, escritas por
monjes vascos tal y como lo demuestran las anotaciones en los márgenes, que se conservan en el
Monasterio de Yuso, en San Millán de la Cogolla (Logroño), localidad considerada centro medieval
de cultura.
Algunas de las características distintivas de la fonología incluyen la lenición (latín vita - castellano
vida, latín lupus - castellano lobo), la diptongación en los casos fonéticamente breves de la E y la O
(latín terra - castellano - tierra, latín novum - castellano nuevo), y la palatalización (latín annum castellano año). Algunas de estas características están también presentes en otras lenguas
romances.
DIALECTOS DEL CASTELLANO
Como todas las lenguas ampliamente difundidas el español está sujeto a variaciones regionales y
sociolingüísticas. No obstante a pesar de esa heterogeneidad el grado de variación no es muy
grande y sólo raramente hay interrupciones de mutua ininteligibilidad, Las dificultades nacen con
los criollos basados en el español de Filipinas y Colombia y con el judeo-español, la lengua
hablada por las comunidades sefarditas expulsadas de España en 1492. El sefardí tiene fama de
haber preservado numerosas características del siglo XV, pero tal afirmación es exagerada; es
vedad que ciertas peculiaridades fonéticas, como la preservación de la /f-/ inicial es un elemento
arcaico, pero esa lengua también ha evolucionado extensamente en su morfología y ha asimilado
gran número de préstamos léxicos. La figura inferior muestra la distinción dialectal en México.
Entre las variedades dialectales españolas del romance tenemos el asturiano-leonés, cuyos límites
no coinciden ni con los antiguo reino de León ni con la actual provincia de León. Entre algunas
características que lo acercan al gallego-portugués destacan: ou < au, al- + consonante (cousa,
touro, outro); se conserva f- (filo, farina); se pierde toda -n- intervocálica, como raa < rana; la l pasa
a r después de consonante sorda, como praza < platea. Una variedad parecida al leonés pero que
apunta al gallego-portugés es el mirandés, hablado en Miranda do Douro, en Portugal.
Otro dialecto importante es el aragonés, que en parte se funda históricamente en el antiguo reino
de Aragón y Navarra, pero que recibió gran influencia del castellano. Hoy se habla en la provincia
de Huesca, al pie de los Pirineos.
El extremeño, ligado históricamente con el asturiano-leonés, se habla en una región septentrional
de Extremadura.
Aparte de estas lenguas que tienen personalidad propia, las hablas dialectales del castellano se
pueden clasificar en dos grupos: las septentrionales y las meridionales, comprendiendo éstas al
murciano, al andaluz y al canario, hablados en Murcia, Andalucía y Canarias, respectivamente.
Los dialectos septentrionales se caracterizan por ser más conservadores y abarcan las tierras
castellanas y las que ocuparon los dialectos históricos del latín, como el aragonés y el asturianoleonés. En el habla de las tierras donde nació el castellano encontramos una serie de rasgos
dialectales, como el uso del leísmo (le como complemento directo: Este piso ya le vimos), laísmo y
loísmo (la y lo como complemento indirecto: La dije que no viniera); pronunciación de la d final
como z: Madriz; aparición de una s en la segunda persona del singular del pretérito imperfecto:
vinistes; uso del infinitivo para la segunda persona del plural del imperativo: ¡Traerme algo!. Hacia
el este (La Rioja, Navarra y Aragón) hay una influencia de la huella aragonesa, como el uso de
pronombres precedidos de preposición: con tú, con mí; el uso del diminutivo -ico: pajarico;
abundante uso de pues. Hacia el oeste (León, Zamora y Salamanca) hay huellas del leonés, como
la tendencia a cerrar las vocales finales: otru; diminutivos en -ín, -ina: niñín, niñina; uso del
indefinido en el vez del perfecto compuesto: hoy fui a tu casa.
Los dialectos meridionales se caracterizan por ser más evolucionados en su pronunciación y por
rasgos fonéticos muy marcados. En esta región dialectal se hallan el andaluz, el extremeño, el
canario y el murciano. Las principales características de estos dialectos son: confusión de r y l en
posición final de sílaba o palabra: arta, cuelpo y otras se pierden, como españó; seseo
(pronunciación de la z o la c ante e o i como s: sielo; ceceo (pronunciación de la s como z: zerio;
pérdida de la d y de la n intervocálicas o ante r: cansao, mare; yeísmo con distintas
pronunciaciones: yuvia.
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