MEDITACIÓN 75 MUERTE DE MARÍA. 1. ° Realidad de su muerte.- María murió en realidad, aunque no estaba sujeta a la muerte. Ésta es castigo del pecado, y, por lo mismo, no pudo ser castigo del alma santísima y purísima de María. Ella no tuvo ni pecado original..., ni actual..., ni mancha de la más pequeña imperfección. No obstante, Dios quiso que muriera..., para imitar así a su Hijo, que también murió...; para aumentar aún más sus merecimientos, pasando por esa humillación tan terrible y repugnante que no había merecido...; sobre todo para servirnos de ejemplo y consuelo en nuestra muerte. Fue muy conveniente que Cristo muriera para satisfacer abundantemente por nosotros..., para vencer con su muerte la muerte del pecado..., para demostrarnos que era verdadero hombre, igual que nosotros, capaz de sufrir..., de sentir..., de padecer..., de morir como los demás..., para experimentar en sí, las angustias de la muerte, y servirnos de admirable ejemplo de fortaleza y paciencia en nuestra agonía. Por tanto, si fue conveniente que Cristo muriera, ¿no lo había .de ser también que muriera su Madre?... Si muere el Redentor, ¿no había de morir la Corredentora? Piensa ante esta realidad de la muerte de María, la realidad de la tuya... Tú sí que realmente tienes que morir..., necesariamente tienes que morir..., pues si la muerte entró en el mundo por el pecado..., tus pecados han merecido mil muertes... Con ella debes satisfacer lo que ofendiste a Dios pecando... 2. ° Muerte de amor.- María murió de amor. Esta fue su enfermedad de toda su vida. Santa Teresa de Jesús moría, porque no moría de amor... La Beata Imelda murió en un éxtasis amoroso... Y así otros santos, no pudiendo resistir la fuerza del fuego del amor que les abrasaba, tuvieron que morir..., pues ¿qué pasaría en la Virgen?... Lo admirable es que viviera... Eso era un milagro continuo... Pues naturalmente, debía morir. ¿No has visto árboles cargados de fruto que no pueden sostenerlo?... Así fue la Santísima Virgen..., árbol riquísimo que no pudo sostener el fruto de aquella preciosísima alma que, cargada desde el primer instante de la plenitud de la gracia, fue creciendo y aumentando sin cesar, ni un solo momento de su vida... ¿Cómo pudo aquel cuerpo, aunque tan puro..., tan santo..., tan inmaculado..., sostener aquella alma que ya, desde su misma concepción, se elevaba con fuerza irresistible hacia el Cielo? Además de esto, ¿cuál sería la dulcísima y a la vez violentísima fuerza con que Jesús atraería al alma de su Madre?... y ¿cuál el anhelo de esta blanquísima paloma por volar a su Jesús? No hay duda que para Ella se escribieron aquellas palabras: « ¡Ay! y cuánto se prolonga mi destierro... Por cuánto tiempo he vivido con los moradores de Cedar y ha estado mi alma peregrinando en esta vida»... Otras veces, con más ardor que David, exclamaría: «Como el ciervo corre a la fuente de las aguas, así mi alma te desea a Ti, mi Dios... ¿Cuándo será que venga y me presente delante de Ti?»... En fin, hablando con los ángeles les diría aquello del Cantar de los Cantares: 1 «Conjúroos, moradores de la celestial Jerusalén, que si encontráis a mi Amado le digáis que estoy enferma de amor»... Y así se fue encendiendo por momentos, cada vez más, aquel volcán que ardía en su alma, hasta llegar a consumirla y abrasarla por completo... ¿No te da envidia?... ¿Por qué no amar así a tu Dios?... ¿Por qué no dejarte abrasar por Él, si Él quiere encender en tu alma este divino fuego?... ¡Qué vergüenza pensar que todo depende de ti..., que la culpa de que así no sea, está en ti... y sólo en ti... 3. ° Agonía dulcísima.- Dios ya no pudo resistir más, y decidió condescender a estos amorosos anhelos. Según la tradición, envió al ángel San Gabriel con este anuncio dulcísimo: «Dios te salve, la llena de gracia, mucho más que en el día de la Anunciación... el Señor ha escuchado tus vivas ansias y me manda decirte que te dispongas a dejar la tierra, porque quiere ya coronarte en el Cielo... Ea, prepárate y date prisa porque todos los ángeles suspiran por tener en su compañía a su Reina y Señora.» Contempla de nuevo a la humildísima Virgen al escuchar esta embajada... Otra vez se postra en tierra..., otra vez repite: «He aquí la esclava del Señor, hágase en mí su deseo.» Ahora mira al discípulo amado... Se ha dado cuenta de que María se va al Cielo..., no puede ni pensarlo... ¿Qué va a hacer si le quitan aquella joya?... Acostumbrado a aquellas miradas maternales..., a aquellos mimos amorosísimos..., ¿cómo va a vivir?... Difícil es comprender cuál sería su dolor... Él, que la había recibido como un tesoro en el Calvario... y que como un avaro la había guardado con tanta solicitud..., con cuidados y desvelos diarios... y ahora, la muerte, ¿todo se lo iba a arrebatar? Añade a esto el dolor de los demás Apóstoles y discípulos..., el de los cristianos todos y, en particular, el de las piadosas y santas mujeres en cuya compañía había vivido. Triste, muy triste y espantosa, fue para todos esta agonía... Sólo para Ella fue dulcísima... y procuraría endulzársela a los demás, diciéndoles: «No lloréis, porque os conviene que yo me vaya, para atenderos desde el Cielo... Yo estaré con vosotros hasta la consumación de los siglos»... ¡Qué promesa tan dulce para nosotros!, y ¡cuánta verdad es que María está siempre con nosotros!... 4. ° Muerte felicísima.- La Iglesia no se entristece..., ni celebra exequias en este aniversario de la muerte de María. Se viste de gozo y alegría y celebra con gran solemnidad esta muerte como una magnífica fiesta... Es preciosa la muerte de los santos, dicen las Sagradas Escrituras. Pues, ¿qué diremos de la de María? San Juan Damasceno dice que el mismo Cristo la dio la última Comunión, diciéndola: «Recibe, Señora y Madre mía, de mis manos el Cuerpo que tú me diste y que en tu preciosísimo seno se formó»... Y que la Virgen, respondería: «Hijo mío, en tus manos encomiendo mi espíritu»... Y el Señor, entonces, hizo salir a aquella benditísima alma de su cuerpo... y la tomó en sus manos, mientras la regalaba con aquellas palabras: «Ven, hermosa mía, paloma mía, ven, que ya pasó el invierno de este valle de lágrimas; ven del Líbano y serás coronada.» Así murió María..., como únicamente podía morir..., con la muerte del amor, de la que, como dice San 2 Francisco de Sales, «murieran los ángeles si éstos fueran mortales». ¿Quién nos diera una muerte semejante?... No olvides que la muerte es imagen de la vida. Quieres morir corno María..., pero, ¿vives como Ella?... De su parte no te faltará ayuda y protección...; que no falte de la tuya, la devoción constante y verdadera a la Virgen, que te asegure una santa y dulce muerte. Pídeselo así diariamente con gran fervor a tu querida Madre... 3