el psicópata y el nombre del padre

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EL PSICÓPATA Y EL NOMBRE DEL PADRE
Roberto Mazzuca
Comenzaré mi trabajo delimitando los dos términos que componen su título: “psicópata” y “nombre
del padre”.
La categoría clínica de la psicopatía
En nuestros sucesivos encuentros, hemos tenido la oportunidad de cotejar distintas maneras de
definir al psicópata y verificar que la definición de esta categoría clínica no es unívoca sino
heterogénea. Dentro de sus amplios márgenes, sin embargo, hemos acordado en la necesidad de
distinguir por lo menos dos tipos que, en una de las mesas anteriores, el Dr. Eduardo Mata en su
contribución titulada “Neurobiología del psicópata” definió de la siguiente manera. Por una parte, el
antisocial, denominado también sociópata, y caracterizado por sus conductas antisociales,
agresividad, destructividad y falta del control de impulsos. Por otra parte, un grupo cuyos rasgos
distintivos, siempre citando el trabajo mencionado, reúnen la locuacidad, falta de remordimientos o
culpa, afectos superficiales, falta de empatía y renuencia a aceptar responsabilidades. Mata proponía
que este conjunto de rasgos constituye el núcleo de la psicopatía, la cual, en consecuencia, puede o
no estar asociada a lo antisocial. De este modo, podemos distinguir el psicópata propiamente dicho,
o psicópata puro, definido por sus talentos o capacidades, del sociópata definido fundamentalmente
en el eje de la conducta antisocial y la destructividad.
El enfoque psicoanalítico de las psicopatías, cuyo desarrollo me corresponde presentar en esta
mesa, resulta más cercano al primero de estos tipos, es decir, el que denominé psicópata
propiamente dicho y que he caracterizado en nuestros encuentros anteriores por su oposición con el
neurótico, en especial, el obsesivo.
De este modo, se destaca la ausencia de culpabilidad en el psicópata como lo opuesto a la rígida
conciencia moral del neurótico obsesivo, acosado por autorreproches y remordimientos. En el
psicópata, por lo contrario, hay una ausencia de culpabilidad. Por esta razón, tanto el psicópata
como el neurótico conforman una patología de la responsabilidad. En uno por defecto, en el otro por
exceso e inadecuación, en ambos casos hay un déficit en la responsabilidad.
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Para el neurótico la satisfacción pulsional resulta fuertemente inhibida por la eficacia de la represión
y otras vicisitudes pulsionales. El goce neurótico siempre implica un alto grado de sufrimiento y la
satisfacción pulsional termina produciéndose por vías indirectas, sobre todo a través de la
satisfacción del síntoma como retorno de lo reprimido. En el psicópata, por el contrario, es prevalente
la vía del goce y la satisfacción pulsional se obtiene por vías más perentorias, la llamada
impulsividad del psicópata.
Sobre el eje de la demanda, la modalidad neurótica conduce al sujeto a ubicarse en dependencia de
la demanda del Otro. El psicópata, por el contrario, él demanda, impone formas sutiles de exigencia,
incita al otro a la acción.
En cuanto a las modalidades del acto, en el obsesivo predomina la duda, la indecisión, la vacilación
neurótica, que determinan una pobreza en la acción, su postergación o bien a una realización torpe
que marca un fuerte contraste con la habilidad y la seguridad del psicópata en sus acciones.
En cuanto al eje de la angustia y el goce, la angustia es consustancial con la subjetividad neurótica
en contraste con su casi ausencia o bajo nivel en el psicópata que solo se angustia en sus
momentos de crisis, es decir, en que fracasan sus mecanismos psicopáticos. Momentos breves, por
lo general, transición hacia la recuperación de su equilibrio psicopático.
El verdadero psicópata no es el que ejerce una violencia abierta en la persecución de sus metas
inconscientes sino el que la usa en un juego sutil de amenazas y promesas o expectativas a través
del cual logra obtener el consentimiento del otro. En este punto, dos observaciones, aparentemente
contrarias, en cuanto a la existencia o no de empatía con el otro. Por una parte, el psicópata tiene
una empatía muy especial con el otro, que le sirve para detectar sus necesidades sofocadas, sus
debilidades y tentaciones, los lugares de su angustia. Es justamente esta posición de empatía y de
identificación con el otro la que le otorga sus grandes habilidades y su posibilidad de manipulación
del otro. Sin embargo, esta empatía permite tratar al otro como un objeto, mero instrumento para
obtener su propia satisfacción, sin respetar ciertas condiciones de la subjetividad del otro.
Todas estas referencias muestran que la subjetividad psicopática es una forma particular de la
subjetividad perversa.
El nombre del padre
El significante del nombre del padre y la operación de la metáfora paterna forman parte de los
conceptos psicoanalíticos forjados por Jacques Lacan en la primera parte de su enseñanza para
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recuperar, pero al mismo tiempo renovar y actualizar, la teoría del Edipo propuesta originalmente
por Freud. Cumple el propósito, entre otros, de separar la función paterna de la persona que la
ejerce, ya que el nombre del padre constituye una función simbólica como representante de la ley y
en este sentido introduce una distancia, una diferencia con el agente que la encarna y la ejerce. De
este modo, en una familia puede existir o faltar la persona del padre, pero lo decisivo no es esto sino
si en ella se cumple o no, si tiene vigencia o no, la función paterna. Esta manera de concebir las
cosas resulta especialmente importante en la actualidad en que las formas familiares presentan una
amplia variedad. En un grupo familiar aparentemente monoparental la función paterna puede ser
cumplida, por ejemplo, por la abuela. Otro ejemplo son las parejas homosexuales donde hay dos
padres o dos madres y, sin embargo, la distribución de funciones entre ambos se ejerce de tal
manera que opera la función del nombre del padre y la metáfora paterna.
En los conceptos lacanianos no solamente se diferencia el nombre del padre, como padre simbólico,
del padre real, sino también una tercera forma, la del padre imaginario, conformado
fundamentalmente por las fantasías o fantasmas. Hay ciertas etapas del desarrollo, especialmente
en el varón, que requieren la intervención del fantasma del padre castrador, un padre al que se teme.
Cuando esta función falta es común que sea el origen de fobias infantiles u otras patologías. Como
Freud ya lo había mostrado, muchas zoofobias: el miedo a los perros o, como el famoso caso de
Juanito, el miedo a los caballos, constituyen un síntoma que sustituye y compensa la carencia
paterna.
El padre real, entonces, no coincide con el padre imaginario constituido en los fantasmas del niño.
Tampoco coincide con el padre simbólico. El padre real, es decir, quien en la realidad ejerce la
función paterna, sea o no el padre biológico, sea o no la figura del padre en el sentido sociológico, en
los casos normales conserva cierta distancia con nombre del padre: lo representa pero no se
confunde con él. Cuando el padre real se identifica totalmente con el nombre del padre se pueden
introducir grandes perturbaciones en el desarrollo, que en los casos más graves pueden llegar a la
psicosis. El nombre del padre representa la ley. La función del padre real no es representar la ley
sino articular el deseo del sujeto con la ley. Servir de apoyo y estímulo al hijo de modo que su deseo
se despliegue en formas aceptables de transgresión a la ley. La aplicación de la ley no puede ser
automática y ciega, sino admitir excepciones y tener en cuenta el caso particular.
El psicópata y el nombre del padre
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La existencia del nombre del padre o su ausencia constituyen en la clínica lacaniana la frontera que
separa la neurosis y la perversión, de un lado, de la psicosis, del otro lado. La clínica de la psicosis
es una clínica de la ausencia del nombre del padre.
Si la psicopatía es una de las formas de la subjetividad perversa, como afirmamos más arriba, se
debe concluir que su clínica se desarrolla, a la inversa de la psicosis, con la existencia del nombre
del padre. Es decir, corresponde no a una ausencia sino a una perturbación de la función paterna.
Para mostrarlo de una manera que sea breve, como lo requiere el desarrollo de esta mesa, usaré
como referencia una película que presenta la ventaja de ser seguramente conocida por muchos de
ustedes: “Atrápame si puedes” del director Steven Spielberg. Dado que se trata de una ficción, tiene
solamente una finalidad ilustrativa. Aunque en este caso, la referencia a un hecho real proporciona
cierta verosimilitud. No es inusual recurrir al cine o la literatura para ilustrar las formas de la
subjetividad. Por mi parte, ya lo hice en otra ocasión, con otra película, en una de las mesas
anteriores de esta serie.
En primer lugar, resulta bastante claro que las características del protagonista coinciden casi rasgo
por rasgo con las que hemos definido para el psicópata propiamente dicho. Su capacidad de
simulación, y especialmente su habilidad en la manipulación del otro, le permiten representar por
largos periodos, primero, el papel de copiloto de una famosa aerolínea; luego, ejercer como médico
pediatra en una clínica; y, finalmente, obtener la habilitación de una matrícula como abogado para
ejercer como parte del personal de la fiscalía, llegando casi hasta casarse con la hija de su jefe.
Simultáneamente despliega una actividad para obtener dinero de los bancos de manera fraudulenta.
Este talento para captar la atención y la confianza del otro no se reduce a una cantidad limitada de
casos sino que se ejerce con mujeres y hombres, adultos y niños, empleados y profesionales, en
ámbitos con pautas rígidas como suelen ser los bancarios, médicos o judiciales.
En segundo lugar, es también ostensible, no la ausencia del padre, a quien el sujeto ama
profundamente, sino el déficit en el ejercicio de la función paterna. Se lo ve en la figura del padre, no
tanto por ser impotente y fracasado, constelación que muchas veces condiciona la formación de una
neurosis, sino por la aplicación caprichosa y falseada de la ley. Es el padre quien lo introduce en la
simulación y en la fascinación por los uniformes. Le permite al hijo faltar al colegio para que éste,
vestido con el uniforme de chofer, forme parte de la escenificación con que intenta presentarse como
un personaje importante ante el gerente del banco del que pretende obtener dinero en préstamo.
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También le regala al hijo los primeros cheques con que éste comenzará su actividad delictiva,
llevando a la culminación de una manera exitosa el estilo en que el padre ha fracasado.
Otro ejemplo del déficit en la función del padre es su posición frente a la conducta del hijo cuando
éste es expulsado del colegio por simular y sustituir durante un tiempo la actividad de un profesor.
No sólo no lo reprende ni sanciona sino que se hace su cómplice y se divierte con la proeza del hijo.
La función paterna tampoco es ejercida correctamente por la madre, quien intenta sobornar con
dinero al hijo para ocultar al marido la relación con su amante. Operación que repite más adelante
cuando intenta infructuosamente anular con dinero la defraudación que éste ha cometido.
El guión cinematográfico ubica el nombre del padre en el personaje del policía que lo persigue hasta
atraparlo. Sin duda, porque representa la ley, pero no sólo por eso. Por esta sola función se hubiera
convertido en un perseguidor, no en un padre. Hay que subrayar ante todo el modo en que lo hace,
con ahínco y persistencia, pero no exento de torpezas y fracasos. No sólo intenta no dejarse engañar
y hacer a su vez uso del engaño, sino que busca registrar las aficiones, gustos y también las
carencias del otro, sobre todo después de inferir que se trata casi de un niño. Por ejemplo, al advertir
que el llamado en la noche de Navidad procede del sentimiento de soledad que embarga a su
perseguido.
Sin embargo, lo decisivo es que su misión no termina cuando el sujeto resulta por fin apresado,
juzgado y encarcelado. Dedica otros cuatro años a obtener su liberación y armar un dispositivo
donde el sujeto pueda, bajo su custodia, mostrar y aplicar en un trabajo regular las mismas aptitudes
que lo llevaron a delinquir. A lo largo de esta segunda etapa de su intervención no actúa nunca por
imposición. Aunque propone elecciones forzadas, deja siempre un margen para la decisión del
sujeto. Se lo ve bien en su modo de actuar cuando pareciera que el protagonista va a recaer en sus
prácticas de fuga y simulación: lo deja partir sin otro control que la declaración, pronunciada de
manera explícita, de que espera de su protegido la decisión de volver.
El guionista muestra en la escena final un sujeto aplicando de manera orgullosa su saber y sus
habilidades delictivas, pero esta vez en el consentimiento a su nueva ocupación de contribuir al
sistema establecido. Si esto es mejor o peor, es una apreciación que queda fuera de nuestra tarea.
Pero debemos notar que no nos encontramos con un sujeto deprimido ni arrepentido, sino
disfrutando del ejercicio de su talento delictivo en su nueva formación sustitutiva. En este momento
se comprueba que el policía no se ha limitado a representar la ley sino a articular el deseo y el goce
con ella.
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Epílogo
Podemos verificar de esta manera que, en coincidencia con las hipótesis formuladas por Hugo
Marietán, la conducta psicopática se despliega fuera de la familia. Con los padres es un hijo tierno y
amante, en especial con el padre. Resulta claro que ha asumido los ideales narcisistas del padre y,
más tarde, ante su fracaso, se propone rescatarlo de la humillación y devolverle lo que ha perdido
para reparar de esta manera el narcisismo herido del padre.
La otra coincidencia radica en la profunda perturbación del funcionamiento de la familia del
psicópata. A diferencia del policía que, más de una vez, lo exhorta a detenerse, el padre guarda
silencio cuando el hijo le pide que le ordene parar. Es una de las escenas más impactantes de todo
el film: el hijo pidiendo la palabra del padre que ponga un punto de detención a su acción, y éste
callando. Podríamos ubicarla en contraposición a una escena de otra película, también muy
conocida, en que el sujeto demanda, en este caso al padrino, que le dé la orden. Son dos ejemplos
contrapuestos, pero en ambos el nombre del padre funciona como soporte de la conducta delictiva,
en un caso por defecto, en el otro por exceso. En el primero, falta la palabra que detenga; en el
último, es otorgada la palabra que autoriza la acción.
Buenos Aires, octubre de 2005, Congreso Internacional de Psiquiatría, Asociación Argentina
de Psiquiatras: Mesa: El Sol Negro: un psicópata en la familia
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