CONDICIONES PARA ASCENDER* Se queja usted, mí excelente amigo, de que más de una vez se le ha olvidado en las promociones judiciales. Ve usted en ello una injusticia. Y a fe que de su punto de mira tiene toda la razón. Reúne usted cualidades no comunes y de alto valor psicológico y humano. La independencia de su carácter, la integridad de su conducta, su inteligencía inquietamente observadora y afanosa por mejorarse, su ilustración en disciplinas orgánicamente asimiladas, su espíritu de trabajo y de consagración en sus funciones; todo eso, y mucho más que omito, le da títulos a consideración tan destacada como la de la situación que la sustenta. Pero me temo que en ella no se tenga sino un solo aspecto del asunto. Usted no ignora que forma parte de un medio social, que, y ello es ley de cualquier ambiente, tiende a crearse una psicología propia y a modelar, en su virtud, la de cada uno de sus miembros según los círculos de las respectivas actividades. Ni tampoco desconoce que el determinismo humano halla en el correspondiente medio, en forma oculta y subconsciente, y pese a nuestra subjetiva convicción de que obramos con toda libertad, la más fuerte suma de factores. No le niego que hay vigorosas individualidades que sacuden en más de un sentido, la sugestión de su medio al cual se sobreponen, al extremo de que algunas veces lo modifican y cambian. Tal o cual personaje de la moda, de las letras o de la política, por ejemplo, pueden imponer por su acción personal un nuevo vestido, otro gusto literario o la individualidad de un político como olvidado y hasta denigrado. No se lo niego. Pero no cabe asignarle sino el muy relativo valor de cosa excepcional que en entraña. Lo cierto es que lo común de los mortales, prácticamente todos nosotros, resultamos esclavos de nuestro ambiente: comemos, vestimos, nos distraemos, trabajamos y en general nos comportamos según lo corriente y usual. Y usted sabe que lo usual y lo corriente no son sino traducción de la ley del medio. De ahí que los gobernantes, que son quienes más reatos sufren del ambiente, vengan a tener como prefijada su línea de conducta. El funcionario que pretendiese hacer frente a su medio se encontraría con la opuesta suma de fuerzas, intereses económicos y financieros influencias políticas, para limitar la cita a lo más notorio, que le han dado posición y preeminencia, y tendría que desandar camino. Y no hay nada más conservador que el conjunto de tales fuerzas, precisamente porque son generales y porque, en tal virtud, son fruto y expresión del mismo ambiente. Pues bien, yo quiero saber si usted, con todas sus virtudes de primera agua, no resulta pugnando contra su medio. Estoy poco menos que seguro de la afirmativa. Desde luego, su retraído aislamiento si le unge de austeridad le sustrae vinculaciones y simpatías. No pertenece a clubes, no asiste a reuniones, no visita, no se pone en contacto con las gentes, no se hace ver ni se actualiza Todo eso puede ser muy bueno para su personal educación, para su disciplina intelectual para su trabajo y para que su espíritu se haga más y más propio e individual, pero es bien malo para su ascenso, que es lo que en el caso interesa. No provocando ocasión para que le recuerden, y aún sin provocarla no aprovechando de las oportunidades al efecto, no puede quejarse de que no le tengan presente y hasta le olviden. Y cuidado, porque a poco que exagere usted la nota, lo menos que van a pensar las gentes, y entre éstas los encargados de su eventual ascenso, será que usted es un raro o un vanidoso, cuando no un tonto o un loco. Esa es la ley fundamental de cualquier medio: quien vive en un ambiente, o se adapta a su medio o se excluye de él... Pretender alterarlo es tarea vana, por lo menos en la inmensa mayoría de los supuestos. Adáptese usted a su medio, y verá cómo las cosas habrán de cambiar, como comprenderá que en su actual situación hay mucho que le es imputable. Le son indispensables al efecto dos órdenes de condiciones: de un lado las negativas, que le lleven a perder sus actuales maneras de ser, que no le hacen actual y simpático, de otro lado, que es el más importante aunque sea correlativo del anterior, las positivas de los hábitos que debe contraer, fomentar y mantener. Y permítame una sucinta y deficiente exposición de estas últimas, que son las decisivas. Ante todo tenga amigos. Hágase miembro de círculos, de todos los que pueda, y concurra a ellos tomando buena parte en las consiguientes actividades. Cumpla con la repetida visita, así activa como pasivamente. No deje de enviar tarjetas de felicitación a cualquier persona conocida con motivos de * ALFREDO COLMO, La Justicia (Buenos Aires: Abeledo Perrot, 1957), págs. 185-195. aniversarios, de viajes o de cualquier otra circunstancia halagadora. Asista a reuniones y festivales, sobre todo si son oficiales: allí tendrá cómo encontrarse con una serie de personas cuya relación conviene conservar, refrescar e intensificar. Por sobre todo, no se haga de enemigos. Usted conoce el dicho, de que no hay enemigo pequeño. Es una gran verdad: donde y cuando menos espere puede hallarse con cualquier “venticello” lanzado por el enemigo más insignificante, que luego se propaga con inexorable multiplicidad. Si alguna vez le toca intervenir en una situación en que pueda resultar perjudicando a una persona cuya vinculación le conviene, procure excusarse. De suerte usted se va a crear un enemigo, tanto más encarnizado cuanto más se considere éste, por ser su íntimo o ser un personaje, con título para una decisión favorable El condiscípulo de largos años, el compañero de juventud, el político influyente tienen una singular noción de amistad: creen que ésta es para ellos como una esclavitud y una obsecuencia. Cuando juzgan impersonalmente distinguen entre lo justo y lo injusto, como llegan a grandes pontificales sobre derecho y el resto. Cuando están ellos de por medio ya no hay sino una sola cosa justa: la de ellos. En vano les probaría usted con ciento y una razón lo objetivamente justo de su resolución: usted se debía a ellos porque son amigos o personajes. Su decisión adversa no se la perdonarán jamás. Psicología así puede ser poco triste. Pero es la real, y no será usted, ni nadie como usted, quien la podrá mejorar ni alterar. Y dentro de los amigos, cultive la relación de los grandes, de los que mañana podrán darle una buena mano. Cortéjelos. No les escatime el elogio. Hágales comprender que usted ve en ellos fautores de excelentes iniciativas y entidades de gran poder. Sea complaciente con ellos hasta donde se lo permitan las conveniencias. Cuando se hallen así halagados por la lisonja, que distinguen, cuando le vean a usted amable y pequeño hasta la humildad ante ellos, cuando se sientan canonizados por usted como superhombre, puede estar seguro que ya le responden y pertenecen. También es de toda conveniencia una adecuada y, si prefiere, una delicada reclame. Recuerde, por ejemplo, las iniciaciones de D'Annunzio y de Barrés. entre otras. Procure, entonces que con cualquier motivo y en toda oportunidad se repita y difunda su nombre y su actuación en este o aquel hecho o mérito que le concierna, y tendrá usted una actualización recordativa de primer orden. De otra parte, hacer amigos y despertar simpatías suponen psicología y conducta adecuadas. Comulgue usted sin temor, con los lugares comunes. Diga, por ejemplo, que nuestros códigos, leyes e instituciones son los mejores, no deje de aludir al sistema de nuestro derecho, haga resaltar la previsión jurídica del legislador, canonice la tradición, hable con profundo respeto de nuestra jurisprudencia, inspírese en las fuentes legislativas, aunque éstas correspondan a siglos atrás, apéguese a los precedentes, no interprete ni aplique la ley sino en conformidad con los cánones del romanismo y con las palabras de los textos; haga todo eso en sus funciones, y no romperá en nada con el ambiente ni resultará malquistándose con nadie, por más que en algún caso haya de protestar su conciencia. Dentro de ello, recurra a un lenguaje esotérico, de términos técnicos, de tono sobriamente severo y que resulte más o menos enigmático y con oportunos salpicados de alguna cita en latín; y no tardará en forjarse una reputación de excelente magistrado y de consumado Jurista. Y si a ello agrega un apuesto continente de palabras siempre amables y de sonrisa en todos los momentos, la afabilidad y tolerancia estarán con usted. No se figura todo lo que puede este capital psicológico: observe en su derredor, y hallará más de una persona que goza de lisonjera consideración en todas las esferas, simplemente porque jamás tienen una palabra salida de tono y todo lo comentan con el simple subrayado de una sonrisa que, tal la flor que perfuma la mano de quien la troncha, se posa como una ostensible caricia sobre las cosas más fuertes y hasta inconvenientes, y les permite soslayar, en casos extremos sus intenciones más aviesas y sus mismos sosquines. No dejé reaccionar a su amor propio, que le tildarán de vanidoso y petulante. Procure ceder siempre ante los poderosos: ya le llegará, en todo caso, la ocasión de poder hallarse usted en lo inverso de la situación. En cambio, no teng a mayor consideración con sus subordinados: ante ellos sea inflexible y haga valer la majestad de los reglamentos y de cualesquier otras disposiciones obligatorias. La plástica ductilidad de su espíritu sabrá distinguir entre lo que así podría perjudicarle y lo que le reportaría una ventaja. La línea recta es la más corta, verdad es, pero en matemáticas. En la conducta humana juega otro elemento que las matemáticas desconocen. En ella la línea recta sería también la más corta pero no la más eficiente: el rodeo, el circunloquio, la espera, el disimulo y todo el resto no serán garantía de brevedad pero resultan patente de éxito. Y debe tener usted la religión del éxito. Vuelva a leer al respecto una de las interesantes paradojas de Max Nordau: el éxito, sobre todo de quien sube, habrá de inspirarle consideración, menos como premio que como legítimo y bien ganado título. Me permito repetírselo: las reacciones de su amor propio le harían daño. No comprometa, así, opinión en nada, si no es en último extremo. Navegue a dos aguas: las sibilas no echaban mano de otro recurso, y sin embargo eran objeto hasta de veneración. Quedará usted como un término medio, verdad es. Pero es que precisamente de eso se trata. Lo medio no es alto, pero guarda equidistancia. Por lo mismo es punto de convergencia. Quien está en lo medio se halla a igual distancia de todo y de todos y aúna o centraliza los extremos más remotos. Y aquí me anticipo a sus principales objeciones. Poca importancia tiene la del temperamento. Este es educable, como todo. Y cabalmente le estoy como dictando las normas de la educación que le hace falta. De otra parte, si esa vida de amigos y círculos le va a restar tiempo para su tarea, no es menos verdad que le va a dar algo que hoy no tiene: simpatías, auspicios y protecciones para ascensos que no ha logrado. Su trabajo podrá retardarse y desmejorarse, pero eso es secundario. Desde luego estaría usted dentro de lo regular: sus colegas lo tienen más retardado y generalmente más desmejorado. Después, no tiene usted por qué sacrificársele: la vida no es sólo trabajo, y entraña exigencias que no es dable descuidar. Queda la parte moral: poco digno es ceder ante algunos pedidos o frente a ciertas personas, y es hasta indigno transigir sobre puntos de conciencia. Es su gran argumento. Lo reconozco. Pero de dos cosas una: o quiere el ascenso o prefiere su personalidad. Si lo primero, no haga valer lo segundo. Las individualidades fuertes u originales poco dicen en lo social, al menos en principio. Recuerde, para citar cosas grandes, los Presidentes de los Estados Unidos o de Francia, y es observación que ha hecho Bryce con respecto a los primeros, y hallará que en la gran mayoría de los casos se ha tratado de personalidades que se diría incoloras, desteñidas y secundarias. Vaya usted más cerca y recorra nuestra administración en cualquiera de sus aspectos, y encontrará una larga teoría de altos funcionarios que no tienen otro capital que el que dejo reseñado: se han hecho de amigos en toda forma, han conseguido simpatías y protecciones de positiva virtualidad, y les ha sobrado cualquier otro título de alta consagración intelectual y moral para ascensos y posiciones que usted con todos sus superior merecimientos no tiene ni está en vías de tener. Si después de esto concluye usted diciéndome. que renuncia cualquier ascenso en semejantes condiciones, y por el precio de su dignidad de hombre, yo le tributo mis grandes plácemes en un efusivo y cordial abrazo: sacrificar la personalidad por un puesto, sea éste cual fuere, es pagar demasiado caro un arrepentimiento, es afrontar vencido de antemano el eterno interrogante de la propia conciencia.