Demócrito I.−Biografía: milesio o abderita,

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Demócrito
I.−Biografía:
Filósofo griego, conocido con el sobrenombre de milesio o abderita, por haber nacido según unos en Mileto,
y, según otros en Abdera ( de Tracia); lo más probable es que nació en esta última, que era colonia de Mileto,
perteneciente a los Jonicos de Teos. Es controvertida la época de su nacimiento; si hay que dar fe a Laercio, el
mismo Demócrito dice de sí, en su Sucinta Descripción del Mundo, que estaba en la flor de sus días, cuando
Anaxágoras ( 500−428 a.c.) ya era entrado en años, llevándole este cuarenta años, y que puso fin a Breve
diacosmus, 730 años después de la destrucción de Troya. Aunque obscura esta fecha, Laercio asegura que
Anaxágoras contaba con veinte años cuando Jerges invadió la Grecia, o sea el año primero de la Olimpiada
75; Apolodro señala el nacimiento de este filósofo en la Olimpiada 80 ( 460 a. c.) y Aristóteles dice que
filosofó después de Anaxágoras; por tanto, bien puede decirse que vino al mundo entre los años 480 y 460
antes de nuestra era. En cuanto a su muerte afirma Diodoro Sículo que alcanzó la edad de noventa y dos años
cuando él contaba con cuarenta y cuatro. Otros le hacen centenario y aun más, y señalan la Olimpiada 104
(361 a.c.) como la época de su muerte. Dan a su padre distintos nombres: Atenócrito, Hegisístrato y
Damasipo. Sus hermanos fueron dos, anteriores a él: Herodoto y Dámaso. Laercio hace mención de una tal
Damaste, hermana de Demócrito. Es fama que su padre poseía pingues riquezas, tanto que dicen que hospedó
a Jerges, al pasar por Abdera, después de la batalla de Salamina( 480). El mismo autor afirma que Jerges dejó
sabios astrólogos para que iniciaran al niño Demócrito en sus artes. Valerio Máximo dice que ofreció alimento
a las tropas de Jerges. De su aserto invoca Laercio, como testigo, Herodoto; el cual, aunque dice que Jerges se
detuvo en Abdera , nada dice de que se hospedase en casa del filósofo. Por lo demás, si Anaxágoras tenia
cuarenta años mas que Demócrito, y contaba aquel veinte cuando el rey Persa volvía de Grecia, es evidente
que no pudo Demócrito aprender de los predichos magos.
Muerto su padre, dividió Demócrito el patrimonio con sus hermanos. La parte que le cupo, que pasaba de 100
talentos, la destinó a sus viajes científicos, de ellos da el mismo filósofo testimonio: De todos los hombres de
mi tiempo soy el que más he recorrido más tierras, he visitado las más apartadas; he conocido gran variedad
de climas; he oído a los hombres más ilustrados; y no he sido superado por ninguno en la composición,
demostrada, de líneas, ni siquiera por los que entre los egipcios son llamados arpedonaptas, entre los que he
vivido cinco años. Valerio Máximo escribe que solo se reservó para sí una porción exigua de su patrimonio y
lo demás lo destinó a su patria. Cicerón, Horacio, Filón y Orígenes dicen que malbarato su hacienda y dejó los
campos incultos. Por lo demás Diógenes L., Demetrio y Antístenes dicen que visitó los sacerdotes egipciacos
para aprender la geometría, y que llegó hasta los caldeos y persas, pasando el mar Rojo; asimismo que tuvo
trato con los judíos y disputó con los etíopes. Lo mismo atestiguan Eliano, Suidas, Asiquio Milesio y
Clemente.
Estrabón escribe que recorrió gran parte del Asia Menor. Tulio que visitó hasta las últimas tierras, y Plinio que
estuvo con los magos de Persia, Arabia, Etiopía y Egipto. El emperador Juliano, en la carta XXXVII, cuenta
que, como en uno de sus viajes visitase Demócrito a Darío, a quien se le había muerto la esposa, pretendiendo
consolarle, prometió le volverla a la vida si le proporcionaba los medios necesarios; uno de los cuales era que
escribiese sobre el túmulo de su esposa los nombres de tres grandes hombres sin pena. Tráese también como
maestro de Demócrito a Leucipo, de quien es tenido como heredero en la doctrina. Se dice en Diógenes que
oyó a Anaxágoras, según unos, y según otros, que por no haberle querido este hospedar le acusó Demócrito de
robar en huertos ajenos. Testifica cierto Demetrio, según Laercio, que, como viniese a Atenas, quiso
despreciando la gloria, ser desconocido, y aunque conoció a Sócrates, el de nadie fue conocido He venido a
Atenas y nadie me ha conocido se dice que dijo de sí. Lo cual confirma Valerio Máximo, que tan lejos estuvo
Demócrito de acusar de ladrón a Anaxágoras, que nos escatimó las alabanzas. Por fin, se tiene por probable
que oyese también a los Pitagóricos, sino al mismo maestro, por lo menos es probable que a Filolao.
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De vuelta de sus viajes, refiere Laercio, que vivió en suma escasez, pues había consumido todas sus riquezas,
tanto, que hubo de ser sustentado por uno de sus hermanos llamado Dámaso. Se cuenta que presentía lo
futuro, y Plinio trae a este propósito dos casos, a la verdad, de ninguna monta. Por esta fama, dice Clemente,
que los abderitas le apellidaban La Sabiduría. Por Suidas sabemos que le fue confiado el supremo mando de
los abderitas, pero se ignora lo que duró su prefectura. Como prohibía la ley que dentro del suelo patrio se
diese sepultura a quien maltrate la hacienda, refiere Antístenes que, para evitar fuese llamado por los
envidiosos a dar cuenta de su proceder, divulgó su Gran Diacosmos, la obra más egregia entre todas las suyas,
con lo cual obtuvo, por plebiscito popular, el premio de 500 talentos, que se le levantaran estatuas de bronce y
que sus funerales y sepelio fueran de cuenta del erario público. Lo restante de su vida lo dedicó al estudio.
Según Petronio, examinó el jugo de todas las hierbas. Cuenta Luciano, del filósofo de Abdiera, que pasaba
días y noches escribiendo escondido dentro de los sepulcros. Después de Octavio Augusto, no son pocos los
que han escrito que Demócrito se reía de todo, de suerte que no se le veía en público sino riendo. De ahí el
proverbio reír como Demócrito. Varias causas se aducen de su voluntaria ceguera. Unos opinan que lo hizo
para vacar más por entero a especular sobre la razón de los objetos naturales: otros, porque temía que su
corazón se le fuese tras lo que sus ojos miraban. Cicerón pone en duda el hecho y Plutarco lo da sin ambages
por falso. Algunos deducen de lo que sintió acerca del matrimonio y la procreación de los hijos, que debió ser
célibe toda su vida. Antonio supone que fue casado, pues como se le preguntase a Demócrito por que había
escogido una mujer tan pequeña refiere que dijo: En la alternativa de escoger un mal, escogí al menor. Ni
dejaron las fábulas de acompañarle hasta en su muerte. Pues como estuviese para expirar, acongojada su
hermana porque si él moría no podría celebrar a Ceres en sus solemnidades, él la animó, como refiere Laercio,
y le mandó traer pan caliente, el cual, como aplicase la nariz, alárgasele la vida durante los tres días de las
fiestas. Otros como Luciano y Lucrecio, afirman que se suicidó; otros, como Ateneo, que murió cuando le
plugo.
II.−Pensamiento Filosófico (Doctrinas):
1. − La más característica en metafísica es el atomismo, del que es como la personificación. Tomó como
principios de todas las cosas el ser, lo lleno, y el no ser o el vacío. El ser consta de los elementos indivisos a
que es forzoso llegar en la división continuada de los cuerpos extensos. El ser es uno en sí y, por sí pero
repetido infinito número de veces. Como los principios de las cosas no pueden proceder de otro, ni en otro
parar; son eternos los átomos, y como son por excelencia lo que es, esto es, lo lleno, y de ningún otro modo lo
que no es, esto es, lo vacío, no pueden dividirse, pues todo lo divisible es divisible precisamente por constar
de vacío y de lleno, del ser y del no ser. Son también inmutables, pues lo lleno nada admite ni emite.
La semejanza que pide Demócrito para sus átomos no es tal que destruya la diferencia entre forma y
magnitud, y como de estas hace depender la infinita variedad de las cosas, admite que son infinitos. Pueden
muy bien dos átomos de la misma forma ser diferentes en la extensión; el uno mayor que el otro: estos
difieren en magnitud. Según Epicuro, podían también diferir en el peso. Aunque los átomos, para Demócrito,
son por sí inmutables, pero de hecho se mueven por el vacío, tanto que a este moverse, juntarse y separarse los
unos de los otros se debe que las cosas nazcan, perezcan, se muden, aumenten o disminuyan. Si no hubiera
movimiento alguno, quedaría el universo siempre en el mismo estado, en perpetua parálisis. Ahora bien: ¿ de
dónde les viene a los átomos el movimiento? ¿ Del concurso fortuito de unos átomos con otros? Nada menos
conforme a la naturaleza del átomo. En su teoría todo lo encadena la necesidad, y como nota Stobeo, podía
decir Demócrito, que nada se hace al acaso, sino que todo tiene su causa o razón de ser. Esta, para Demócrito,
era, en el movimiento, el impulso. Tres géneros de movimiento distinguió: el movimiento por impulso, la
oscilación y la circunvección o en torbellino. La causa del primer movimiento de los átomos hay que buscarla
fuera de ellos; se mueven porque son impulsados. Pero, ¿cuál es la causa primera de este impulso? Para él, ni
se puede encontrar, ni aún siquiera la hay. Algunos han dicho que la causa del movimiento era el peso. Pero
ello no parece aveniarse con la naturaleza del átomo. Para el átomo no existe lo pesado o lo ligero. Esto nace
de la combinación en proporciones desiguales de lo lleno y el vacío, o del ser y del no ser. La fuerza por la
cual se mueven todas las cosas, fuera de los elementos o átomos de éstas, hay que buscarla.
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2. − En consonancia con estas doctrinas defiende Demócrito, en cosmología que nada nace ni nada perece. El
nacer o perecer de las cosas, como se ha dicho, no es más que el juntarse o separarse de los átomos por el
movimiento: los desemejantes se separan entre sí, los que entre sí se equilibran quedan en medio del
torbellino, en que todo se agita. Por el contrario, los más ligeros son rechazados por los más pesados,
extendiéndose en derredor de la parte media y sólida, al modo de una membrana continuamente agitada, y que
va siendo más tenue y sutil a medida que se separa del centro. De los átomos que sin cesar van añadiéndose a
ésta inmensa mole, unos van a parar en el medio, y de estos se forma la tierra; otros fuera y son arrastrados
por el turbión giratorio: de éstos se forman el cielo, el fuego y el aire. Con todo, algunos de estos átomos se
congloban en moles más densas, las cuales al principio son líquidas; con el roce del aire y con la celeridad con
que son agitadas van secándose, y por fin llegan a inflamarse; he ahí las estrellas. A las veces, con el ímpetu
del viento se desgajan partes de la tierra, que ruedan al profundo, de donde nacen las aguas. La tierra, pues,
está en medio, fija e inmóvil, aunque en el principio vagaba en el torbellino, del que es el centro; a su
alrededor se mueve todo lo demás.
3. − En psicología, para Demócrito el hombre no es más que un conjunto de átomos, pues tanto el cuerpo
como el alma se componen sencillamente de átomos. Los átomos del alma son más sutiles y redondeados. Dos
son las propiedades del alma: el vivir y el pensar:
a.) El cuerpo vive tanto cuanto en él moran los átomos del alma; salidos éstos, muere. Cuando sale sólo una
parte de ellos; viene el sueño; si la parte es mayor, semeja el cuerpo estar muerto, hasta rehacerse con la
respiración, de los daños del alma. Con la muerte, el alma se disipa por el aire; no es, por consiguiente,
inmortal, aunque sus elementos son eternos.
b.) El pensamiento no es más que un cambio de los átomos del alma puestos en movimiento por la emanación
de los cuerpos. El pensamiento tiene dos elementos: uno dentro de nosotros y otro fuera. El color, el calor, lo
dulce, lo amargo no están en los objetos. Son formas del pensamiento: es el elemento que está en nosotros.
Fuera está, por decirlo así, la materia, camino llano para llegar al escepticismo, que es donde para toda
filosofía materialista.
4. − En teodicea, según la teoría de Demócrito, no cabe duda un Dios autor y conservador del mundo. La
causa primera, o no la alcanzamos, o mejor, no existe. Una ciega e ineluctable necesidad, nacida de un
impulso, lo rige todo. Demócrito se esfuerza por encontrar una explicación a la creencia en la Divinidad,
común en todos los pueblos. Dice que eso es una creación vulgar nacida del error, y el miedo al estampido del
trueno o del fulgurar del relámpago.
5. − En ética, aparte un sinnúmero de apotemas y máximas morales que se le atribuyen, razona
científicamente su doctrina en consonancia con su sistema atómico. Hay, en nuestro conocimiento, dos
elementos, uno interno, otro externo; uno de los sentidos, otro de la razón: la verdad moral arrancará de
aquellos, mas no bastan, como quiera que a las veces testifican cosas contrarias de una misma cosa. Con todo,
aunque lo que sentimos no existe en la realidad, sino en la apariencia; de suerte que no podemos estar ciertos
de la realidad objetiva de lo que sentimos, sino conjeturarla; con todo, en eso que sentimos va implícita la
verdad, que escapa a solos los sentidos, y, por consiguiente, hay que proceder más allá en la investigación
para llegar a poseerla. Ahora bien, como el sumo bien, del mismo modo que la verdad, es algo eterno y
constante, no lo hemos de buscar en los sentidos, como tampoco ellos por sí solos nos podían poner en
posesión de la verdad, y lo mismo dígase de un bien real. Los placeres de los sentidos son breves y tornadizos,
no pueden, por tanto, ponernos en contacto del sumo bien; éste debe hallarse en la profunda paz y firmeza
estable del espíritu; no hay que apasionarse por nada, mantenerse tan lejos del temor como de la esperanza,
estar dispuesto a todo evento, de suerte que nada nos sorprenda ni altere; huir todas las causas de
intranquilidad, y en primer lugar el matrimonio; adóptense enhorabuena hijos, mas no se procreen; tales son,
entre otras, las reglas de conducta que nada distan de las de Epicúreo. Añade en cambio, Demócrito que se
halla en concreto la dicha suprema dejando de un lado los deleites sensibles, en la contemplación de los
movimientos, formas y composiciones de los átomos y del vacío, ambos eternos. Siguió en su filosofía un
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camino medio entre los jonios y los cleáticos; tomó de ambos lo positivo, sosteniendo contra los primeros que
no son los sentidos las únicas fuentes de verdad, y contra los segundos, que existía lo múltiple, el movimiento,
la generación y la corrupción.
Empédocles
I.− Biografía:
Filósofo griego, nacido en Girgenti (Agrigentum) de la Sicilia. Es casi nada lo que de su vida se conoce, a
pesar de su reputación en la historia de la filosofía. Se puede asegurar que floreció hacia mediados del siglo V
a. C, debiéndose entonces decir que nació a principios del mismo, y aún se señala el año 408 o el 483 a. c.
Aristóteles afirma que murió a los sesenta años. Era de noble familia del partido democrático de su ciudad,
habiendo contribuido su padre, talvez en la mocedad del filósofo, a la caída del tirano Trasideo. Gomperz se
complace en buscar razones explicativas de un rasgo famoso de su vida, que sería haber renunciado la corona
real, que dicen le ofrecían sus compatriotas; y las halla en lo instable que hubiera sido su trono y en otro
imperio más extenso y más seguro que aspiraba a ejercer en las almas mediante su saber y elocuencia,
contentándose en lo político con ser el primero entre los iguales que gobernasen democráticamente a su
pueblo. Aún así, su influjo, que parece haberle granjeado los honores de la divinidad, fue efímero, yendo a
morir desterrado en el Peloponesio. Se forjó la fábula de haberse arrojado en el Etna, y aún la de haber sido
llevado al cielo como en un carro de fuego. Se creyó ver en el a un taumaturgo, un profeta; y él fomentaba
esta exageración de su pueblo afirmando su imperio sobre las tempestades, y sorprendiendo con algunas curas
debidas a sus para entonces vastísimos conocimientos. No se conocen sus maestros inmediatos, y se ha creído,
sin fundamento cierto, en que emprendió viajes al Asia y al Egipto en busca de la sabiduría. Cuanto a lo que
prueban los cinco centenares de versos que de sus obras no quedan, hay que decir que con haber conocido
Empédocles las teologías del orfismo, del pitagorismo y de Xenófanes, con la metafísica de Parménides, y la
física de este último con la de Heráclito, tenía los elementos necesarios para sus construcciones, sin recurrir a
lejanas tierras. La parte que corresponde al orfismo y al pitagorismo es el elemento religioso innegable en su
sistema. No tiene empero, contacto con la parte científica propiamente dicha de la filosofía pitagórica, como
se echa de ver desde el momento que se advierte que en Empédocles nada representan los números, a los que
reconocían un valor tan misterioso los secuaces de aquella escuela. Ni aún para su física le sirvieron de gran
cosa los números. Más filosófico fue el influjo que sobre él ejerció la escuela eleática. Xenófanes con su
monoteísmo y Parménides con el ser uno que comprende la realidad entera, y la negación de posibilidad del
principio y fin de las cosas, sin que por esto hayamos de colocarlo al estilo de Ritter entre los eleatas. La
extensión de sus conocimientos independientes de los que componen el círculo harto reducido del eleatismo, y
lo divergentes de sus características afirmaciones con respecto a las de los filósofos de Elea, no permiten
incluirlo dentro de los límites de la misma escuela. Además, mayor dependencia científica tiene con respecto a
Heráclito que a los eleatas, y nadie dice que componga con éste una escuela. Solo son reminiscencias de sus
lecturas y tendencias comunes lo que le liga con sus antepasados que mas contribuyeron a la formación de su
espíritu. Por la misma razón de no copiar ni siquiera las líneas generales de los sistemas de los filósofos más
antiguos, no le cuadra la denominación que algunos le dan de ecléctico. No floreó, tomando lo mejor o que le
pareció tal entre lo que se había dicho, depositado como materiales de acarreo más o menos artificiosamente
reunidos en su mente, sino que en todo lo que como filósofo trata, imprimió el sello de su personalidad
dejando apenas conocer sus procedencia, aunque sean gravísimos los lunares que dejó en el sistema
ontológico integral que quiso dar a luz.
II.− Pensamiento Filosófico:
Los autores antiguos que fragmentariamente nos legaron la tradición de sus ideas, son muchísimos; por
ejemplo, Aristóteles, Platón, Teofrasto, Simplicio, Sexto Empírico, Laercio, Plutarco y las fuentes tal vez hoy
perdidas de que estos se servían. De ellos se deduce: 1) La metafísica y teodicea de Empédocles; 2) Su
cosmogonía y cosmología; 3) La psicología; 4) La fisiología y 5) La física.
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1. − Van juntos en él de la manera que en Parménides la ontología y la doctrina acerca de la divinidad, pero
sin los dejos panteístas que en aquel. No concibe ni afirma la creación propiamente dicha, pero pone muy de
relieve la posibilidad de la producción de nuevos individuos, y la desaparición de los que fueron. Diríase en
ocasiones que apunta de propósito a refutar las teorías del maestro, mas tampoco levanta bandera en contra
sino que se explica de modo distinto, admitiendo una individualidad como extrínseca al ser, el cual en alguna
manera ( no bien definida ni definible) supone formar una sola cosa en el conjunto de la realidad. La
multiplicidad sale únicamente de la mezcla o separación. Así que para Empédocles el principio del ser era
solo una combinación o una disociación de lo ya existente, y en este último caso también tenía lugar la
destrucción del ser que se disociaba; siendo por esto en su sistema de alguna manera impropias las palabras
comienzo y fin de las cosas. Nada nacía en él, ni nada moría. Es verdad que la lógica sufre en este juego de
palabras en que se habla de unidad absoluta de ser y al mismo tiempo de análisis y de síntesis, hechos
imposibles sin multiplicidad; pero analizan la metafísica de Empédocles se ve que no sospechó siquiera esta
obvia dificultad de su doctrina, sino que repetía como un postulado, lo uno sale de lo múltiple, y de lo múltiple
lo uno, sin que se pueda ahora definir la razón formal que le hacía hablar de lo uno y de lo múltiple. Por otra
parte, toda su ciencia descansa en la afirmación de la pluralidad de elementos, como vamos a ver. También su
teología parece suponer esta diversificación de entidades, pues al lado de un ser que parece simplicísimo en el
momento en que se llama Spherus, en cuanto se prescinde del mundo sensible, y de sus perennes evoluciones,
y que aún para Aristóteles fue el Dios trascendental; admite este filósofo un politeísmo o más bien un
polidaimonismo, que se halla en la base de la psicología. Porque su verdadero Dios era un ser invisible,
inaccesible, muy independiente de las formas de la materia y de todas las imperfecciones humanas; es decir,
que su teodicea no contenía nada de antropomorfismo. Sus invocaciones a las divinidades parecen un recurso
poético que nada contradice al sistema metafísico.
2. − Que fuese el Spherus en cuanto daba origen al mundo no está puesto en claro. Hubo un tiempo que parece
debe repetirse periódicamente como las transmigraciones de que hablaremos, en el que solo existía un ser así
denominado, pero al lado de él había la materia innominada, diríase el caos. La unificación en el Spherus
había tenido lugar y lo tendrá de nuevo por una fuerza que se llama amor. No se entiende el modo, pero es lo
cierto que aquella unidad se deshizo un día por una virtud contraria que se ingirió en el todo absoluto, y se
llamó por ende discordia, el principio de destrucción o de envidia. Comenzóse así la diferenciación de los
seres y la producción del mundo: aunque no fue la discordia quien lo produjo, que es un elemento destructor.
Lo que sucedió fue que en virtud de la desaparición de la primera unidad, surgieron los cuatros componentes
substanciales de este mundo, que aunque irreductiblemente distintos ( y aquí flaquea su metafísica de la
unidad eleática), por la fuerza del amor empiezan a combinarse.
Siendo los cuatro elementos el aire, el fuego, la tierra y el agua, formando primero una especie de torbellino,
empieza a desprenderse el aire que lo envolverá todo, formando como la superficie superior del conjunto
concebido cual una inmensa esfera. Síguele en orden de procedencia de fuego, que por su carácter también ira
a ocupar la parte superior; pero sin poder traspasar los límites del aire queda envuelto por él mismo, que en
parte rechazado, se descompone la esfera en dos hemisferios, en el uno de los cuales ha de quedar el fuego,
llenando el otro el aire, desalojado del primero. De este choque del aire y del fuego ha resultado el
movimiento del cielo con todos los cuerpos que lo adornan. La tierra aparece, al par como simple, como
compuesto de cuanto en ella se encuentra, fuera del agua, que se desprendió de la misma forma por cierta
presión que los cielos con su movimiento ejercieron sobre ella. Empédocles se propone explicar porqué la
tierra no descansando sino sobre el aire o el fuego no se cae. En principio es magnífica su concepción, pues se
apoya en la rapidez del movimiento de cuanto la rodea. Como el agua de un recipiente que gira
rapidísimamente que no necesita apoyarse en el fondo para o caerse, así se sostiene la tierra. Pero es
inconcebible casi como Empédocles no vio que al mismo tiempo que ponía tan claro ejemplo negaba la
posibilidad de su aplicación, ya que la base en su sistema del mundo es la absoluta inmovilidad de la tierra. La
luz es la manifestación del fuego, cuyos rayos se condensan en el cuerpo del sol concebido a la manera de un
enorme lente o espejo. La sucesión de los días y las noches resulta de la alternada aparición sobre la tierra,
cuya forma asemejaba un disco de los dos hemisferios celestes el del fuego y el del aire. Las estrellas fijas
estarán clavadas en la bóveda celeste, concebida al efecto cristalizada. Los eclipses de sol los explicaba por la
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interposición de la luna, que quedaba de nosotros a la tercera parte de la distancia que aquél.
3. − La composición del hombre ofrece en Empédocles una complicación semejante a la de su cosmogonía
por el hecho de introducir en la constitución del mismo aquellos espíritus llamados demonios, dioses o
semidioses entre los griegos, prescindiendo ahora de su origen de que también prescinde Empédocles, aunque
no parecen eternos en su sistema. Especies de ángeles caídos condenados a perpetuas transmigraciones, sin
precisar la culpa, porque fueron a esto destinados por una voluntad tan invencible como desconocida. El
cuerpo en que habitan no es solo el del hombre, sino de cualquier animal o planta. De aquí la prohibición del
uso de la carne y de matar los animales. Aunque con alguna inconsecuencia, permite el de los vegetales. Esta
alma está sujeta a un ciclo determinado de incorporaciones en periodos ciertos de duración obscura parta el
lector de Empédocles. Disputase si es de diez mil a treinta mil años, siendo la última cifra la más probable.
Este sería un periodo de renovación universal, en que todas las cosas volverían a su primitivo origen con un
perpetuo devenir. Así se entrelazan la cosmogonía y la psicología en Empédocles. Mas al lado de esta alma
que parece unida a sus cuerpos sucesivos muy accidentalmente, existe para el filósofo otra inferior que es
sobre todo el fundamento de nuestras sensaciones, que muy claramente se confunde con la sangre, si no con
toda, al menos con una porción de la misma, la que se halla junto al corazón. Esta es al parecer, el alma por
antonomasia para Empédocles, y los filósofos que de él trataron le atribuyeron esta opinión, callando muy a
menudo la otra del espíritu igualmente innegable. Pero la teoría del conocimiento en Empédocles se concibe
mejor incluyendo ambos elementos, el del alma corpórea, que por emanaciones de pequeñas partículas
concordantes con lo externo, lo percibiese, y del alma, espíritu capaz por su naturaleza de la verdad, para cuya
consecución, invocaba el filósofo el auxilio de los dioses. Pues nótese que Empédocles enseña que el hombre
es capaz de alcanzar una ciencia integral digna de este nombre, que abarque lo físico y lo suprasensible.
4. − La fisiología de Empédocles sorprende por encontrarse en él claramente indicado el problema de la
evolución, hasta poder ser tenido sin exageración por precursor de Darwin. Nos habla, pues, de un origen
casual de los organismos, tanto plantas como animales, incluso el cuerpo del hombre. Es muy imperfecta la
concepción sin duda suponer que por la fuerza ignorada del amor se uniesen miembros salidos de la tierra sin
ley ni rumbo fijo, es decir, sin finalidad. A lo que se añade para la semejanza con el darwinismo que también
vislumbraba ya aquél algo de selección natural y supervivencia de los más fuertes, es decir, de los que acaso
resultaban de agregaciones de miembros no monstruosas. Discurría, además, mucho sobre la diferenciación de
los sexos.
5. − En la consideración del mundo físico exponía la variedad de los seres que lo componen, dando pie al
postulado monístico del atomismo, de que parece precursor; pero conservándose muy separado de él. Un
principio atomista ponía al defender que en sus múltiples composiciones los cuatro elementos, no sufrían
alguna intrínseca variación, principio que ( cambiada la materia en los cuerpos elementales de la química
moderna) es tan seguido como todos saben. Es, además, gloria de Empédocles que los cuatro elementos por él
puestos se conservasen durante dos mil años con la mejor reputación de los sabios. Su diferencia, pues, con
respecto al antiguo atomismo, consistía en que a diferencia de la unidad de materia postulada por aquél, ponía
la diversidad irreducible, que tampoco reducía a simples diferencias accidentales en la forma de los átomos de
que aun no nos habla. Su mejor adivinación en el orden experimental es la negación de que la luz solar se
propague hasta nosotros instantáneamente. Juntaba, además, Empédocles al cultivo intenso de la filosofía y de
las ciencias, el de la retórica y la poesía. Cuanto a lo primero es considerado como uno de los padres de la
elocuencia. Que fuese poeta lo negó Aristóteles, fundado en una definición que él mismo a−priori adelantara,
que requiere el carácter imitativo en toda verdadera poesía. Mas las dotes de inspiración y entusiasmo que
resaltan en los versos de Empédocles le aseguran para siempre el dictado de poeta, al mismo tiempo que por
los mismos queda atestiguado su genio filosófico. Se atribuyó falsamente a Empédocles una obra sobre los
cinco elementos de los que el primero era la divinidad. Traída del Oriente a España, fue traducida en el siglo
X por la escuela de Córdoba.
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