4. Opinión sobre los judíos galileos[1] En Galilea …había muchos

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4. Opinión sobre los judíos galileos1
En Galilea …había muchos judíos, aunque distribuidos de forma desigual
entre una población gentil o pagana, que predominaba en las grandes ciudades,
mientras que en las pequeñas y en el campo tenía hegemonía la población judía. Lo
que nos interesa ahora es preguntarnos por las características religiosas de esta última
población y, sobre todo, por el concepto que de ella se tenía en los círculos dirigentes
de Jerusalén.
Debemos empezar diciendo que, aun en el aspecto puramente cultural, había una
gran diferencia entre las gentes de Judea, de costumbres ortodoxas y vinculadas más
estrechamente con la ciudad santa, y los judíos galileos, alejados de aquellos
geográficamente y en estrecha relación con los gentiles.
Por de pronto, estas diferencias se percibían hasta en la forma de hablar, en la
lengua. Ello servía para marcar aún más la diferencia y provocaba un cierto desprecio
de los del sur hacia los galileos del norte. El arameo que los judíos galileos hablaban,
tenía no sólo variantes con el de Judea, sino distinta pronunciación y acento. El que lo
hablaba era considerado en Jerusalén como menos culto y mirado con cierta ironía,
siendo a veces objeto de chanzas y de burlas. En los mercados jerosolimitanos se les
decía a los galileos con sentido del humor: Qué quieres, «galileo estúpido, ¿quieres
algo en que montar, algo para beber, algo para vestirte o algo para un sacrificio?» (T.
B. Erub 53b). La razón era que los galileos pronunciaban igual la palabra hamar, que,
según los distintos matices fonéticos, que ellos no sabían distinguir, puede significar:
asno, vino, lana o cordero.
El Talmud recoge la fórmula despectiva «galileo estúpido» y a veces también
simplemente «aldeano», aplicada comúnmente a los judíos de aquella región. Pero no
era sólo lo extraño del dialecto y la bastedad del acento lo que era despreciado por los
judíos de Jerusalén. Los Judíos, ortodoxos tenían en menos a las gentes de Galilea por
su escasa ortodoxia, su relajada interpretación de la Ley y su falta de interés por las
tradiciones cultuales y las reglas de pureza. «Ningún hombre debe casarse con la hija
de uno de esos 'aldeanos' (los galileos), pues son como animales impuros y sus mujeres
como reptiles» (T. B. Pes 49b). […] Y a Yose el Galileo una mujer, a quien para
preguntarle el camino de Lydda dicho personaje daba muchas explicaciones, le
respondió: «Galileo estúpido. Los sabios han dicho: No te enzarces en una
conversación prolongada con una mujer» (T. B. Erud 53b).
Yohanan ben Zakkai, que pasó 18 años de su vida en Galilea, acabó
sentenciando estas palabras: «Galilea, Galilea, tú odias la Torá (Ley)» (T. Shab 15d).
Este concepto peyorativo en que se tenía a los galileos aparece claramente
reflejado en los evangelios. Por lo que se refiere a la lengua es significativa la escena en
la que Pedro, la noche de la Pasión, se estaba calentando en el atrio de la casa de Caifas,
mientras Jesús es sometido a interrogatorio. «También los presentes decían a Pedro: No
hay duda. Tú eres uno de ellos, pues eres galileo» (Mc 14,70), Y el evangelio de Mateo
precisa: «Se te nota en el acento» (Mt 26,73).
J. GONZÁLEZ ECHEGARAY, “Opinión sobre los judíos galileos”, en: Id., Jesús en Galilea. Aproximación
desde la arqueología, Navarra (Verbo Divino 2000), 116-119.
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Por lo que respecta al terreno religioso, son muy elocuentes las frases que
aparecen en el evangelio de Juan. Los judíos, de Jerusalén se escudan en el origen
galileo de Jesús para rechazar su mesianismo, subrayando la imposibilidad de que el
Mesías surja de un ambiente tan heterodoxo: «¿Acaso va a venir el Mesías de Galilea?»
(Jn 7,41). La misma idea aparece expresada en labios de los miembros del sanedrín, que
echan en cara a su colega Nicodemo la simpatía por Jesús: «¿También tú eres de
Galilea? Investiga las escrituras y llegarás a la conclusión de que los profetas jamás
han surgido de Galilea» (Jn7,52).
La conducta seguida por la generalidad de los judíos galileos, que escandalizaba
a los escribas estrictos cumplidores de la Ley, queda bien reflejada en las narraciones
evangélicas. Así, los discípulos de Jesús, que eran judíos normales, no se lavaban las
manos antes de comer, no observaban otras prescripciones de pureza ritual: «Los
fariseos y los escribas le preguntaron: ¿Por qué tus discípulos no proceden conforme a
la tradición de los antepasados, sino que comen con manos impuras?» (Mc 7,5; Mt
15,1-2). Igualmente provocan la repulsa de los fariseos porque arrancaban espigas de los
campos en sábado. Le dicen a Jesús: «¿Te das cuenta de que hacen en sábado lo que no
está permitido?» (Mc 2,24; Mt 12,2; Lc 6,2). Asimismo les echan en cara que no
ayunen los días prescritos (Mt 9,14; Mc 2,18). Por otra parte, es evidente que el
comportamiento de los discípulos no era una excepción, sino lo normal en aquella
sociedad, a excepción de los escribas y fariseos y los discípulos de Juan el Bautista,
como expresamente se dice en los textos aludidos.
Pero no son ya los discípulos, el mismo Jesús es acusado repetidas veces de no
guardar el sábado según la observancia tradicional del judaísmo. Se dice incluso que los
dirigentes de Jerusalén querían matarlo, entre otras cosas, «porque no respetaba el
sábado» (Jn 5,18). Por otra parte le vemos actuando de espaldas a las prescripciones de
pureza legal, puesto que se nos dice expresamente que tocó a un leproso (Mc 1,41), que
aprobó el ser tocado por una mujer con impureza legal a causa de sus hemorragias (Mt
9,20-22; Mc 5,25-34; Lc 8,43-48), que estaba dispuesto a entrar en casa de un gentil (Mt
8,7-8; Lc 7,6-8), o que tocó y, por tanto, se contaminó con varios muertos (Mt 9,23-25;
Mc 5,38-42; Lc 7,14-15; 8,51-55), cuando estas mismas curaciones podría haberlas
realizado sin contacto físico.
Resulta así que tanto las fuentes rabínicas como las evangélicas nos presentan
una visión peculiar de los judíos de Galilea, ostensiblemente distintos de los judíos del
sur hasta por el habla, y poco cumplidores de las minuciosas prescripciones judaicas,
especialmente en materia de purificaciones. Por tanto, eran tenidos en menos, cuando no
despreciados, por las gentes de Jerusalén, que no solamente ponen en duda su
comportamiento ortodoxo, sino incluso su misma cultura, considerándolos como
bárbaros y pueblerinos.
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