Memorias de un joven onubense. Copyright by José Valencia Martín. Huelva 2009. Es propiedad del autor. Reservados todos los derechos. Queda prohibida cualquier reproducción total o parcial de esta obra. Queda hecho el depósito que marca la ley. MEMORIAS DE UN JOVEN ONUBENSE MEMORIAS DE UN JOVEN ONUBENSE JOSÉ VALENCIA MARTÍN A la mujer que me dio la vida, el ser: mi madre. AVISO DEL AUTOR. TODO LO ESCRITO EN ESTE TEXTO ES CIERTO, REAL, VERÍDICO. SE TRATA DE UNA OBRA AUTOBIOGRÁFICA. MEMORIAS DE UN JOVEN ONUBENSE. José Valencia Martín. Mi padre, José Valencia Japón, era joyero que no relojero, como algunos decían. Tenía un taller de joyería y hacía arreglos y composturas. Era un artesano de la orfebrería; igual te arreglaba una cadena o un anillo que te fabricaba unos pendientes. Murió en marzo de 1.987, mientras yo estaba en Madrid cumpliendo el servicio militar. Y fue un golpe muy duro para toda la familia, en especial para mi madre. Mi padre nació el 28 de febrero de mil novecientos treinta y cuatro en Sevilla, en el viejo barrio de San Bernardo, cerca de la puerta de la Carne. Era el único hijo varón y el más pequeño de cuatro hermanos. Sus hermanas, María, Carmela y Pepa eran todas mayores que él y por este orden. Sus padres fueron Antonio e Isabel, y quedó huérfano de padre muy pronto, al poco tiempo de haber nacido. Al ser el único varón, a la edad de doce o trece años ya empezó a trabajar en lo que podía hasta que entró a trabajar como aprendiz en unos talleres de joyería. Tenía muy buena mano para el dibujo y realizaba algunos de las joyas y piezas que veía en los escaparates de las grandes tiendas de Sevilla. Luego un poco mayor se trasladó a Madrid, a la capital, donde se perfeccionó lo que pudo en la realización de su trabajo como joyero. Allí permaneció durante un par de años y luego regresó a su tierra, aunque se instaló en Huelva, ya que en Sevilla había mucha competencia para instalar un pequeño taller de joyería. Así es que con veinticinco o veintiséis años se trasladó a Huelva y con una pequeña maleta con su ropa y sus cosas se instaló en una pensión de nuestra ciudad. En un principio, estuvo trabajando para el señor Mora sco en un pequeño taller en la plaza de las Monjas, en la acera del Banco de España. Pero este local era muy pequeño e incómodo y al poco tiempo cogió el traspaso de un local antiguo en donde habían estado un par de barberías en los primeros tiempos, primero la de Rafael y luego la de Ricardo, señor éste muy conocido y querido por mi padre y nuestra familia. Este señor le visitaba a menudo y años más tarde supimos que era el barbero que arreglaba a mi abuelo Guillermo. Cuando ya se jubiló, eran muchos los días que tenía su agradable visita hasta que la enfermedad y la edad terminaron con su vida. Querido y añorado amigo Ricardo... Mi madre, Isabel Martín Mojarro, estudió magisterio en su juventud, también llamado “maestro de escuela” en aquél tiempo; pero nunca tuvo la oportunidad de ejercer como tal. Cuando contrajo matrimonio con mi padre, fue ama de casa (o hacía sus labores, como también antes se decía), y madre, que ¡ahí es nada! Mi madre era la segunda hija de mis abuelos Guillermo Martín Muñoz e Isabel Mojarro Ronda. Mi abuelo Guillermo era impresor, encuadernador, fabricante de sellos de caucho y propietario de una imprenta suficientemente conocida en por su trabajo, dedicación y su buen hacer. Mi abuelo era muy alto, con el semblante siempre serio, con mucho carácter, pero a la vez era cariñoso y amable con los suyos. Yo tuve la mala suerte de disfrutar durante pocos años de su querida compañía, ya que murió cuando yo contaba seis o siete años de edad. Sólo recuerdo los paseos con él de la mano por la plaza de las Monjas, y las fiestas de cumpleaños con todos sus nietos. Mi abuela venía de una familia muy numerosa. Fue la segunda de once hermanos, y contaba que el abuelo de su abuelo, tuvo la enorme cantidad de treinta y dos hijos, como resultado de haber contraído matrimonio tres veces. Se supone que tuvo alrededor de diez hijos de cada mujer. Según me decían de pequeño en casa, hubo un tiempo en que todos los Mojarro que había en Huelva eran hermanos, primos, sobrinos, descendientes todos de algunas de las ramas de tan fructífero árbol. Mi abuela también era de estatura alta, delgada y tenía el cabello negro y muy largo en su juventud. Se hacía largas trenzas y se lo recogía en moños o roetes, manteniéndolo largo hasta que mi abuelo le dijo que se lo cortara y ya no lo volvió a tener largo nunca más. Mi abuela era de un carácter afable y cariñoso con sus nietos, y aunque se enfadaba por nuestras travesuras, siempre terminaba haciéndonos un gorro de papel de periódico o una espada de madera o de cartón. Para eso era muy habilidosa y mañosa. Cuando mis abuelos se empezaron a hablar, eran todavía muy jóvenes, tendrían unos dieciséis años cada uno y se llevaron unos cuantos de novios, ya que mi abuelo se fue a servir y le cogió la guerra, llevándose tres largos años en Ceuta, sirviendo a las ordenes del que luego sería caudillo Francisco Franco. “Abueli” como la llamábamos cariñosamente, murió en mil novecientos ochenta y cinco y está enterrada al lado de su amado esposo Guillermo. Mis abuelos paternos fueron otra cosa. A mi abuelo no lo conocí, ya que falleció cuando mi padre tenía dos años de edad. Mi abuela paterna también se llamaba Isabel y tuvo una vida muy difícil para sacar adelante a los cuatro hijos que tenía, tres hembras y un varón, mi padre. Luego la enfermedad se la fue llevando poco a poco. Yo siempre la recuerdo con el semblante serio, pero cariñosa y vestida siempre con el Hábito del Señor, vestido morado y cordón amarillo a la cintura. Hoy esa costumbre casi se ha perdido. Yo nací el once de mayo de mil novecientos sesenta y seis, a eso de las seis o las siete de la mañana y según cuenta mi madre, pesé al nacer cerca de cinco kilos y era rellenito de carnes y con el pelo rubio y muy rizado. Las enfermeras decían a mi madre que si el niño tenía ya dos o tres meses. De aquellos días sólo he mantenido el pelo rubio, porque a lo largo de mi vida he sido un chico delgado. Nací en la clínica de San Vicente, en la plaza de San Pedro de nuestra ciudad, al lado de la Parroquia Mayor del mismo nombre. Es una plaza cuadrada que da al porche de la iglesia, en medio de la cuál hay una estatua del Arcipreste de Huelva; y está toda rodeada de pequeños jardines floreados. También existen alrededor, unos bancos de hierro para sentarse a tomar el sol por las mañanas y a escuchar las campanas, que suenan desde el campanario de la iglesia, por las tardes. Desde que nací, siempre recuerdo a mi lado a mi única hermana, un par de años mayor que yo, Isabel María, y que se alegró con mi nacimiento, y a la que siempre hemos llamado en casa Mimi, pues yo de pequeño no sabía pronunciar bien Isabel Mari, y Mimi se le quedó. Cuando ya nos instalamos en la casa de la plaza de las Monjas, a los cuatro años o así, comencé a ir al colegio. Con anterioridad estuvimos viviendo unos meses en la barriada del Carmen, y también durante un tiempo en la isla chica, en un piso de la calle Beas. Mi hermana iba al colegio del Santo Ángel que está en la calle Puerto, una calle bastante larga y hacia abajo que va desde la plaza de la Palmera hasta la avenida de Alemania, al lado del parque y del muelle. Pero este era un colegio sólo para niñas así es que mi madre no podía llevarme allí. Entonces empecé a ir a un colegio que se llamaba “academia La Milagrosa”, llamado así por su proximidad a la iglesia del mismo nombre que se encuentra bastante cerca, y en donde a la edad de siete años, realicé mi primera comunión como estaba mandado. Este colegio se encontraba en la calle Murillo, como el famoso pintor y era un colegio antiguo y grande. Tenía una puerta marrón que daba a una habitación cuadrada y oscura, con una puerta al fondo que daba a un patio enorme, soleado y con los servicios de las chicas al fondo. A la izquierda se encontraban las clases y al lado los servicios de los chicos. En estas clases impartían la enseñanza la señorita Mari Carmen, que fue mi primera maestra y tutora, mujer gordita, muy agradable y cariñosa conmigo. Aún conservo un libro de los Evangelios que un día me regaló por buen comportamiento y que lleva una dedicatoria de su puño y letra. También daban clases la señorita Paquita y la señorita Margarita. Al entrar en el colegio, estuve en párvulos o preescolar y luego pasé a primero de EGB. Recuerdo que un día que iba al colegio, salí rodando por las escaleras de mi casa que eran largas y angostas, y cuando llegué a la acera de la calle estaba mareado y con un chichón en la cabeza. Casualidad que pasaba entonces por allí la señorita Mari Carmen y al verme llorar, me llevó al colegio y me puso agua fría en la cabeza para que se me bajara el chichote. Recuerdo con alegría el día de mi Primera comunión. Iba vestido con un pantalón color crema y una americana marrón con un dibujo vistoso en el bolsillo superior izquierdo. Iba muy guapo, pero mi gusto y mi deseo hubiera sido ir vestido de almirante, todo de blanco y con unas hombreras doradas con flecos en los hombros, pero costaba mucho y mis padres me dijeron que mi traje era más aprovechable luego. Todavía hoy conservo esa pena en mi alma y me he prometido, que cuando nazca un hijo mío hará la comunión vestido de almirante, si él quiere. Recuerdo también, que el director del colegio, Don Francisco Vizcaíno, hombre bueno y cariñoso con los niños y de carácter agradable, nos ponía a leer en las cartillas de lectura. Yo en muy poco tiempo, pasé de la primera a la última, y a continuación me pasó a la lectura de un libro que tenía que se llamaba “El pájaro verde”. Yo leía todos los días una página y los demás niños todavía iban por las cartillas. Era yo muy rápido leyendo. Quizás de entonces me viene esa gran afición por la lectura que hoy poseo. El colegio tenía unas escaleras, y arriba en el piso superior, había más clases, en las que enseñaban la señorita Pepita y Don Francisco. Mi primer amigo fue Antonio Gil Sanpedro y otro que se apellidaba Madera. Con Antonio, esperaba yo a mi madre todos los días a la salida del colegio y como tardaba mucho en llegar, el me decía sin malicia que mi madre era como una hormiguita, por los pasos tan lentos que daba. También recuerdo a otros amigos de entonces como a Mariano, Juan Urbano,... Luego mi madre quitó a mi hermana del colegio Santo Ángel y la puso conmigo en la Milagrosa, con el fin de no tener que ir a dos sitios distintos a llevarnos todos los días. De cursos superiores y conocidos de mi hermana recuerdo a Cristóbal, que luego fue compañero mío más adelante, a Patiño, que luego sería íntimo amigo mío, a Rafael, etc. Luego, el colegio lo cerraron para derribarlo, ya que estaba viejo y se caía a trozos. En una de las clases del fondo, donde yo daba clases, había una ventana, y algunos días veía pasar por delante de ella a mi padre que iba a hacer algún recado por aquella zona. Mi hermana siempre estuvo dos cursos por encima mío, ya que era mayor que yo, y cuando cerraron el colegio, yo empezaba tercero de EGB y lo hice en la calle San Cristóbal, en una academia que tenía Don Ildefonso Gómez, y dábamos clases en unas habitaciones grandes y muy frías, donde había unos bancos largos que eran para sentarse tres o cuatro niños y donde nos sentábamos ocho o nueve y todos muy apretados. Mi hermana estuvo en la calle Miguel Redondo en el número diez, subiendo unas escaleras, había unas habitaciones muy amplias donde daba clases un joven profesor llamado Don Enrique. Por casualidades de la vida, años después, aquél número diez de la calle y aquél portal, tendría que ver mucho en nuestras vidas, ya que allí vivía un chico que conocimos después y que fue un gran amigo durante toda nuestra vida, me refiero a Juan Carlos de Lara. Yo estuve durante unos dos meses en la calle San Cristóbal, pues mi madre me encontró plaza en el colegio Nacional de Prácticas, la Aneja, cuyo director era Don Manuel del Pino, que ella conocía por haber sido amigo de mi abuelo, aunque mayor que él. Era un hombre seco, flaco y de mal carácter. Gracias a él entré en el colegio en tercer curso y me dio clases un profesor que se llamaba Francisco Barbosa, un señor muy agradable y divertido. Yo era un chico bueno e inteligente y en poco tiempo estuve el primero de la clase. Luego en cuarto tuve a varios profesores como a Nicolás, Manuel, Tomás. En quinto, me dio clases un señor mayor conocido de mi madre, Don Francisco Miralles. Era de la antigua escuela y con otra forma distinta de enseñar. Tenía un cierto grado de rectitud y disciplina en sus clases. Pero llegado el momento, sobre las cinco y media de la tarde, paraba la clase y se dirigía al fondo de la misma, donde teníamos un mueble, y sentándose en la silla que allí había, se disponía a abrir el candado que cerraba una de las puertas y sacaba su botella de litro de coca-cola y se tomaba un vaso de tan burbujeante y gaseoso líquido. Ya refrescada su garganta, se disponía a contarnos algunas de sus viejas historias o alguna de las anécdotas de su vida, que nosotros escuchábamos con la mayor atención y en el mayor silencio posible. Algunos años después y ya jubilado, se le veía pasear a veces del brazo de su querida esposa por las calles de esta Huelva nuestra, siempre vestido con camisa y corbata y tocada con sombrero su pelada cabeza. Unos años después, viudo y sólo, vestido de negro, andaba por las calles como sin saber a donde, con la mirada perdida. Recordado profesor Don Francisco Miralles... Luego tuve un profesor bastante más joven y agradable, llamado Felipe. Primero lo tuve en cuarto, siendo profesor interino y realizando las prácticas. Y luego fue mi tutor en quinto y llegué a tenerle mucho aprecio. Era un chico joven, de unos veintitantos, alto, delgado, con gafas y el pelo un poquitín largo, con una pulsera de cuero en una de sus muñecas y conducía una moto Kawasaki marrón que era la envidia de todos los niños. Luego en séptimo curso, tuve de tutor a Don Serafín, sacerdote y maestro alto y grueso, pero con bastante carácter y a veces hasta con un poco de genio. A veces cuando nos portábamos mal le hacíamos salirse al hombre de sus casillas y nos decía: “me cachis en la pena negra”. También tuve por aquellos años a mi primer profesor de inglés, a don Marino, hombre simpático y con exquisita dedicación por enseñarnos el idioma. Luego, D. Luis, D. Jesús, D. Gregorio, D. Marcelo, D. José, fueron los profesores que me dieron clase esos años hasta terminar la EGB, después de terminar el octavo curso con Don José Baena como tutor. Por aquél tiempo, con unos trece años, comencé a fumar mi primer cigarrillo que le quitaba a mi padre, y empezábamos a tener un cierto interés por las personas del sexo contrario al nuestro. Aunque el colegio era mixto, las clases no lo eran y disfrutábamos en el patio o a la salida, viendo a esas sonrientes mujercitas que enseñaban sus blancas piernas bajo sus faldas escolares y algunas se ponían coloradas cuando nos fijábamos en las incipientes redondeces de sus jóvenes cuerpos. Durante esos años de colegio, disfrutábamos de algunas excursiones para visitar algunos lugares relacionados con los temas que estábamos estudiando. Visitamos Niebla y lo pasamos muy bien, subiendo por sus escarpadas escaleras de piedra hacia sus murallas y contemplábamos la majestuosidad de sus torres y almenas. Bollullos del Condado y sus bodegas fue otro de aquellos lugares que visitábamos durante todo el día, desde la mañana hasta el atardecer, y tomábamos un almuerzo campestre donde nos cogiera. La Rábida, La Antilla, Moguer, con sus universalmente conocidos Juan Ramón y Platero. Aquellas excursiones de un día, acompañados siempre por algún profesor, culminaron con el esperado viaje de fin de curso que realizamos en octavo a Palma de Mallorca. Aquello fue otra cosa. El viaje en barco desde Valencia, la llegada a su playa, al Arenal, el puerto de Mallorca, la estancia en un gran hotel, la visita a la catedral de Palma, a las formidables cuevas del Drach, visita a la Calobra, a Manacor y a su fábrica de perlas, al castillo medieval de Bellver, a Inca y a su fábrica de calzado; pero sobre todo disfrutábamos de un poco de libertad respecto a nuestros padres y profesores. En definitiva fue un maravilloso viaje y aunque sufrí algunas heridas en el rostro como consecuencia de un desafortunado accidente, nunca podré olvidar aquella maravillosa excursión a Mallorca. Tanto es así que prometí que algún día volvería a aquella tierra. Gracias al viaje pudimos conocer increíbles paisajes, gentes de otros lugares, otras situaciones y vivencias con nuestros compañeros, que luego en la madurez se recuerdan con alegría y melancolía. Pude descubrir la amistad en todo su significado y agradecí la desinteresada ayuda de unos compañeros como Luis Zapata Tobarra, Cayetano González y otros de aquellos años que ya no volvieron jamás. Desde que comencé a ir al colegio con cuatro o cinco años, empecé a sentir como el comienzo de una enfermedad infantil que algunos médicos llaman como “el miedo al colegio”. Pero en mi caso era todo lo contrario, porque a mí el colegio me gustaba, pero algunos días llegaba al colegio mareado y con nauseas. Algunos días se me pasaba y otros tenía que volver a casa a media mañana. Esto fue así durante años, y sufría numerosos ataques de jaqueca que me hacían imposible el estar de pié y estudiar como cualquier niño. Por eso eran muchos los días que regresaba del colegio más temprano, y me tenía que acostar boca abajo y esperar a que se pasase. Mis padres me llevaron a un gran número de médicos y especialistas, oculistas, de medicina general, naturistas de Huelva y Sevilla. Me realizaron algunos electroencefalogramas y demás análisis y comprobaciones, pero los resultados seguían siendo negativos. Nadie encontraba motivos de aquellos ataques, dolores de cabeza y nauseas. Para probar, llevé un régimen de comidas propio de los vegetarianos durante un tiempo, por si era de la alimentación, pero nada. Al final los médicos les dijeron a mis padres que mis males eran de origen nervioso y psicológico, y que con los años y el crecimiento y desarrollo se irían extinguiendo. Debido a todos estos problemas, mi crecimiento y desarrollo había sufrido un discreto retraso y a la edad de catorce años, mi cuerpo seguía siendo el de un niño. No sé si como consecuencia de todo esto, pero yo fue creciendo con timidez y en silencio. Era un niño bueno y callado, listo e inteligente, pero sin dar muchos problemas a mis padres. A parte de mi afición y locura por los coches, mis ratos de juegos los pasaba solo, ya que mi hermana no era mi compañera de juegos, no participaba mucho que digamos. Pero yo solo me bastaba. Tenía gran imaginación y lo mismo jugaba a los vaqueros que era un domador de circo, o un espadachín o mosquetero; que era un pirata o bucanero, con ojo tapado y todo. Cuando más disfrutaba de los juegos era cuando recibíamos en casa la visita de nuestras primas, las tres hijas de mi tío Guillermo, el único hermano de mi madre. Sus hijas son Isabel, Magdalena y Rocío. Esta última, la más pequeña es de mi edad y juntos disfrutábamos de los juegos una enormidad. Yo a veces también jugaba con mi hermana, pero tenía que ser a las cocinitas, a las mariquititas, al elástico o a la comba; juegos de niña, porque ella no quería jugar a la pelota o a juegos de niños. Así, yo aprendí a jugar al “teje” al elástico y cuando ella jugaba en la plaza de las Monjas con sus amigas, les preguntaba si yo podía jugar, que lo hacía muy bien. Y era verdad. Otro de los juegos a los que nos gustaba jugar a los dos era a las oficinas o a las tiendas. Otras veces se metía uno de los dos dentro de una tela grande que tenía mi abuela, y el otro la cerraba como si fuera un saco y se paseaba por la casa tirando del otro, y éste tenía que ir adivinando por donde estaba pasando. Le llamábamos a esto el juego del saco. Cuando terminé la EGB me inscribí en el Instituto de Bachillerato La Rábida, en el Conquero. Allí realizó sus estudios mi madre y allí lo hicimos mi hermana y yo. Durante todos estos años he vivido siempre en la plaza de las Monjas, en el número tres. Con doce o trece años, conocí jugando en la plaza a un chico muy majo, Ricardo. Era madrileño y venía a Huelva a pasar los veranos a casa de sus tíos que vivían en la plaza de las Monjas, arriba del Banco de España ya que su tío era el director del mismo por aquellos años. Ricardo era un chico simpático, alegre y enseguida congeniamos. Nos conocimos de jugar en la plaza y un día me llevó a casa de sus tíos. Era una casa inmensa. Algunas veces también íbamos a mi casa. Y todos los años por Navidad, volvía a casa de sus tíos. Y la noche de fin de año, la gente tira cohetes para festejarlo y toda la gente que vive en la plaza, supongo que pasará lo mismo en otras zonas de Huelva-, sale a los balcones y azoteas; y un año la familia de Ricardo y la nuestra salimos al balcón a ver los cohetes y por casualidad nos vimos y nos saludamos con la mano. Luego nos reíamos mucho cada vez que lo recordábamos. Cuando ya nos hicimos mayores dejamos de vernos. El no tenía padres y vivía en Madrid en un colegio interno durante todo el año, a excepción de los períodos de vacaciones que venía a Huelva. Algunas veces nos escribimos pero no fue muy amplia la correspondencia que mantuvimos. Como su tío se jubiló, dejó de ser director del banco y se marchó de aquella magnífica casa. Y ya no volví a ver a Ricardo hasta pasados unos años, que coincidimos en un partido de futbito en el instituto. Los sábados por la tarde íbamos a jugar unos cuantos amigos y un día me lo encontré allí, que lo había llevado un amigo común. Me alegró verlo, ya mayor, pero nuestra amistad de antaño ya se había perdido. Según me contó, estaba en el castilla club de fútbol, pero por lo que supe no destacó mucho. De todos los amigos y conocidos del colegio que eran muchos, Jose Pablo Vázquez, Willy Robles, Juan Carlos Toscano, Juan Ramón, Gonzalo, Cristóbal, Diego, Zanoletty, Martagón, Miguel Ángel Cornejo, Pepe Gallardo, Jesús Fuentes, Navarro, Juan Carlos Baz, y un largo etcétera de nombres que vienen a mi memoria, tan sólo a unos pocos volví a ver al entrar en el instituto. Por eso la amistad con todos ellos se fue perdiendo poco a poco. De los años del colegio, también recuerdo los viajes que hacíamos mi familia con un hombre que conocía mi padre, Agustín; que se había salido de cura y que conocía toda la provincia y era muy simpático. El nos llevaba en su viejo coche y nos iba contando algo de todos los lugares por donde pasábamos, y luego llenábamos la barriga en algún parador o fonda de los caminos. Mi padre nunca tuvo carnet de conducir; decía que le daba mucho miedo por su carácter. Decía que tendría que pelearse con todos los conductores, pero le gustaba viajar en coche y conocer los pueblos y la provincia de Huelva. Decía que cuando yo tuviera la edad, sacaría el carnet y compraría un coche para que yo le llevara por ahí, de paseo. Desde pequeño, cuando tenía ocho o nueve años, mi padre comenzó a llevarnos de veraneo durante el mes de julio. Cerraba el taller de joyería y nos marchábamos a Punta Umbría, a disfrutar de un mes de vacaciones en esta maravillosa playa. Mi madre desde muy pequeña iba con mis abuelos y mi tío Guillermo, pero entonces la comunicación de Huelva con Punta Umbría era muy distinta. No había carreteras y había que ir en canoa que tardaba mucho. Entonces las calles del pueblo no tenían acera ni estaban asfaltadas, solo arena y más arena por todo el pueblo. No existía tampoco agua corriente, y ésta la vendían unos hombres que iban montados en unos borricos y llevaban el preciado líquido en unos botijos colgados a los lados de los animales en unas angarillas. Pero a pesar de todo esto, mi madre disfrutaba mucho en aquél tiempo y se quedaba con mis abuelos y mi tío en una casa que ellos conocían en donde se alquilaban habitaciones, llamada Bella Aurora. Allí vivía una familia y poco a poco fueron haciendo amistad con ellos. Amistad que duraría durante toda la vida. La dueña de la casa se llamaba Aurora y su marido se llamaba Miguel. Sus hijos, Ana y Anacleto eran muy simpáticos y cariñosos y han seguido manteniendo una gran amistad con mi madre y mi tío. Yo los conocí cuando empecé a ir a Punta Umbría. A Aurora no porque había muerto con anterioridad, pero sí a Miguel, su marido y a sus hijos, ya mayores, Anita y Anacleto. Después la familia fue creciendo y Anacleto se casó, y junto a su esposa, sus hijos, sus cuñadas y sus maridos con sus hijos, aquella casa se fue llenando de gente agradable y simpática. Cuando mi hermana y yo íbamos con mis padres, Bella Aurora ya no era como lo había sido anteriormente. Ya no alquilaban habitaciones, sólo vivía allí la familia y aunque conservaba el antiguo edificio, había ido sufriendo modificaciones con el paso de los años. Anacleto con su esposa Merchi y sus hijos Jose Miguel y Ana María, han sido amigos nuestros desde entonces y aún hoy lo son. Ambos ya están casados, a falta de un hermano que tuvieron después llamado Javier. Cuando nosotros comenzamos a ir a Punta Umbría, nos quedábamos en casa de un señor llamado Juanito “el de la luz”, por lo visto era electricista o algo parecido y alquilaba habitaciones parecidos a los apartamentos de hoy día, y allí estuvimos pasando el mes de julio durante unos años seguidos. Esta casa estaba cerca del muelle de las canoas y de la plaza Pérez Pastor, al doblar una esquina a la derecha, andando por la calle Ancha. Luego nos fuimos de alquiler a una casita pequeña en una calle cerca del mercado, que tenía poco espacio y de noche el techo se llenaba de cucarachas. Después, otro año, nos cambiamos a la calle Yola y ocupamos un chalet pequeñito algo mejor que la anterior. Esta pertenecía a Juanito Carbajosa y era muy coqueta, con su marquesina y todo. Luego, volvimos a cambiarnos y nos mudamos a la plaza Pérez Pastor, a un edificio alto que se decía era de mantequerías. Allí en el cuarto piso, estuvimos veraneando durante cinco o seis años seguidos. Era muy espacioso y confortable y tenía una vista maravillosa de la ría y de la llegada de la canoa al muelle, procedente de Huelva. Por las noches dábamos paseos por la ría y alguna que otra noche íbamos al “sombrero de Manolo” a comernos un pollo frito o al bar “Los Tarantos”, propiedad de Juan, un señor amigo de mi padre que cocinaba muy bien y era muy agradable. Aquél era nuestro bar preferido y eran muchas las noches que allí pasábamos muy buenos ratos. A veces, ya tarde, Juan cerraba las puertas al público y nos quedábamos dentro un rato más con Juan y su familia. Con su mujer, Chary, tenían varios hijos, creo que tres chicos y una chica; no recuerdo muy bien, pero sí a uno de sus hijos, a Manolito, que era un chico tranquilo y muy hablador. Por aquellos años, mi abuela nos acompañaba en nuestro veraneo en Punta Umbría, ya que en agosto o septiembre pasaba unos días con mi tío Guillermo y mi tía Quili en el Rompido. Mi tía, según cuenta mi madre, fue la persona que me vio nacer y siempre me mostró mucho cariño y aprecio. Yo siempre le decía a mi madre que yo quería mucho a mi tía Quili y ella me decía que me marchara con ella. Después mis padres compraron un piso en la calle ancha, pero tan solo lo ocupamos un par de años. Mi padre ya no quería venir a la playa y mi madre no quería venir sola con nosotros. Así que lo vendieron. A nosotros, a mi hermana y a mí nos dio mucha pena, pero como siempre, los mayores hacen lo que les parece sin contar con los pequeños, pues eso. Había que aguantarse. De los años en que íbamos a veranear a Punta Umbría, recuerdo la amistad que hicimos con la familia Rebola, la familia del Río, etc. De la familia Rebola y en especial de sus hijos nos hicimos muy amigos. Su padre, Miguel, era amigo de mi padre y junto con Cinta, su señora lo pasaban bien juntos. Sus hijos, Miguel, Cinta y Juan y nosotros nos hicimos pronto amigos. Yo sobre todo de Miguel y Juan; y a lo largo de estos años, mi amistad con ellos ha ido creciendo y manteniéndose viva. Luego, llegaba el verano y tan sólo íbamos con mi madre algún día de diario entre semana a comer y a darnos un bañito a la playa. Uno de aquellos años de Mantequerías, recuerdo que nos dijo mi padre que íbamos a recibir la visita de una familia de Sevilla. Miguel era un señor muy amigo de mi padre desde la infancia. Estaba casado con Quini, una señora muy agradable, estupenda y tenían el matrimonio dos hijos. La hija mayor, Loly, tenía mi edad y pronto se hizo amiga de mi hermana. Su hermano, Miguelín, era algunos años más pequeño que yo, pero llegamos a hacernos grandes amigos y a querernos mucho. A partir de entonces, casi todos los veranos nos veíamos, aunque sólo fuese un sábado para comer o un domingo, pero se acercaban a Huelva a menudo para visitarnos. Otras veces, las menos, íbamos nosotros a Sevilla. Siempre, desde entonces, nos escribíamos o nos llamábamos por teléfono si tardábamos en vernos por asuntos familiares o laborales. Un año estuvieron viviendo en Huelva, porque Miguel pidió traslado a una oficina de la empresa aquí, pero se fueron al siguiente año otra vez para Sevilla. Ya Loly contrajo matrimonio hace unos años y es madre de un niño precioso. Miguel continúa todavía soltero y es un brillante licenciado en química por la universidad de Granada. Supongo que también se casará pronto. Su padre, hace ya años que padece una grave enfermedad que lo tiene postrado en casa, sin salir y casi sin vivir. Nuestros encuentros se han ido distanciando y nuestra irrompible amistad se ha ido desmoronando poco a poco debido al pasar de los años sin vernos. Lástima. Esas son las cosas de la vida y de la distancia... Con catorce años comencé primero de BUP en el Instituto Nacional de Bachillerato La Rábida. Fue la primera vez desde la infancia que disfrutaba de la compañía del otro sexo en la clase. Por eso estaba nervioso y deseoso de que empezara el curso. En primero de BUP yo era el más bajo de la clase, junto con otro compañero, y se metían con nosotros por ello. Allí comencé a fijarme en las mujeres un poco más, a conocerlas un poco; aunque a mí siempre me han gustado e interesado las mujeres. Pero esto ya era distinto. El roce diario y la continua comunicación con aquellos seres tan bellos de la naturaleza era algo extraordinario y estaba muy a gusto. En esos días surgió en mí el primer amor. Era la primera vez que sentía que una mujer me gustaba de verdad. Mi profesora de Historia en primero fue Doña Carmen Gutiérrez, señora castellana, de Valladolid, recta, seria, con disciplina, pero agradable y simpática a veces; otras hasta con un poco de humor. Nos colocó en clase por orden alfabético en los bancos y una vez al mes cambiaba la primera fila por la última, para conocer mejor a todos los alumnos. Mi tutor fue Don Juan de la Fuente, el profesor de lengua, hombre agradable y simpático. Alicia Menéndez nos daba inglés y Carmiña Lecuona, una mujer canaria y muy simpática, nos daba Ciencias Naturales. Explicaba con mucha gracia y sensibilidad, y nos llamaba “mis niños”. Pedro Bolaños, que en paz descanse, fue nuestro profesor de Matemáticas, hombre joven pero serio y muy temido por el gran número de suspensos que otorgaba al alumnado. Diseño, nos daba un señor muy serio y alto con barba, Emilio San Martín, y que sabía mucho de su asignatura, la cuál nos explicaba con gran interés y dedicación. Quería hacer de nosotros grandes artistas del diseño. Luego teníamos Educación Física y nos la daba Manolo Andivia, un chico joven, bajito y regordito pero muy simpático. Y por último nuestro profesor de religión. Era un sacerdote un poco mayor y serio, Don Rosendo Álvarez Gastón, pero que nos impartía las enseñanzas sobre Cristo, la Biblia y la religión de una manera llana y sencilla, distraída y edificante, en mi modesta opinión. El curso de segundo de BUP lo dimos en otro aula, nos subieron arriba del todo, al “palomar”, como así le decían a la clase que habían construido después del último piso, casi pegado al tejado. La clase era semicircular y allí estábamos como en el cielo, rodeados de palomas y sin ser molestados por los ruidos de clases cercanas. Del primer curso recuerdo nombres como Juan José Borrero, Vicente Muñoz, Juan Salvador Domínguez, Jose Antonio Paisal, Miguel Lérida, Román Jesús López; y otros que venían del colegio Nacional de Prácticas como Jose Pablo Vázquez, Miguel Ángel Cornejo, etc. También recuerdo a algunas compañeras como a Inés María, Ana Rodríguez, Eva María Hernando. En el palomar nuestro tutor fue Marcelo, el profesor de literatura. Hombre muy agradable y simpático, con un profundo sentido del humor, y con un más que temido “dolor de estómago”, que le incitaba a poner exámenes. Matemáticas nos dio Fernanda; Geografía Ana María Nogales, la señora del profesor de lengua de primero; Latín, que era el primer año que aprendíamos esa asignatura, nos daba Blanca de la Concha; inglés Alicia y diseño el mismo que en primero. Física y química Paco Ramos; educación Física Pepín, y en religión continuó con nosotros Don Rosendo. Las clases con las que más disfrutábamos eran con literatura, física y química y educación física, porque el profesor a veces nos dejaba jugar un partido de fútbol en vez de dar la clase. Del curso anterior había unos cuantos alumnos que ya conocíamos, pero la mayoría venían de otra clase de primero y de fuera del instituto. Recuerdo de ese año algunos nombres como Jose Antonio Bonaño, Juan Peguero, Vicente Pérez, Eugenio Jiménez, Alejandro Font, Paco Salguero, Paisal, Lérida y otros. De las féminas recuerdo a Rocío Martín, Eva Hernando, Maria José Simó, Mari Carmen Vélez, Fernanda, Ana Delgado, Manoli Jiménez, y otras. En este año, mi interés por la tal Eva, originado en el curso anterior, se fue enfriando, apareciendo en el escenario de mis sentimientos otras dos chicas, Maria José y Mari Carmen, que eran amigas y venían de otra clase de primero, y congeniamos pronto. A lo largo del curso, nuestra amistad se fue haciendo más fuerte y mis gustos se fueron definiendo. En mi corazón, Eva dejó paso a Mari Carmen, sentimiento que se fue haciendo cada vez más profundo y sincero. Como anécdotas y recuerdos del curso, tengo que apuntar las deliciosas guerras de tizas que tenían lugar entre clase y clase, y la elección de Miss y Mister del curso, hecho que tuvo lugar con la colaboración de Marcelo, con el mejor ambiente posible y pasamos un rato agradable y distendido. De las chicas creo que elegimos, los varones, a Fernanda y de los chicos os podéis imaginar a quién eligieron las féminas. ¡Pues a un servidor!, pero yo creo que la elección tuvo su punto de picaresca y de ironía. También son de mención las broncas entre Bonaño y “la corín”, en las que hubo algún que otro disgusto de tipo físico. Durante este curso, el número de mis amigos se vio incrementado por la inclusión entre ellos de Juan Carlos de Lara y de Rafael Bravo, que aunque estaban en un curso superior, la amistad fue creciendo entre nosotros. A Rafael le extirparon un quiste no recuerdo en que sitio y fue ingresado en una clínica cercana al instituto, la que frecuentábamos todos los días Juan Carlos y yo para visitar a nuestro común amigo. Ese fue el comienzo de la amistad entre Juan Carlos y yo. Ese fue el punto de arranque de una gran amistad entre los tres. El año siguiente, en tercero, la cosa fue distinta. Conocimos a muchos alumnos nuevos y a algunos profesores también. Como fue el caso de Carmen Contreras, la profesora de latín de ese curso; Margarita Montesinos, la profesora de griego; Benito Hernández, el profesor de Filosofía; Pepe Doménech, el profesor de inglés y los demás que ya conocíamos, Marcelo, Carmen Gutiérrez y Don Rosendo, también Emilio y Andivia. En este curso debo destacar mi amistad con Jaime Gálvez y mi reencuentro con otros compañeros de primero como Juan José Borrero y otros. De entre las chicas que fueron compañeras ese curso recuerdo a Pilar Báez, Chary, Margarita Toscano, Inmaculada Trigueros, Maria José, Mari Carmen, Estrella Molina, Francisca Domínguez, Mari Carmen Martínez y otras. Mis anhelos por la compañía y amistad de Mari Carmen fueron aumentando pero no mejoraron en el sentido apetecido. Durante ese curso me apunté por deseo de mis amigos Juan Carlos y Rafael, en la tuna del instituto que se había formado el año anterior. También en ese curso visité al oculista por falta de visión en clase, repercutió en mi fisonomía, ya que desde entonces el uso de mis lentes se ha hecho necesario e indisoluble con mi persona. También es de reseñar el aumento considerable de mi estatura, como consecuencia de unos días de enfermedad, sufriendo la tortura de la gripe y las molestias de la fiebre. El resultado fue que mi físico sufrió un cambio importante y mi hasta entonces menguada estatura se vio beneficiada con unos centímetros de más. Durante ese verano, mis salidas con Juan Carlos y Rafael se fueron incrementando y empezamos a salir con otros amigos y conocidos, terminando por formar una pequeña pandilla, entre los que estaban Cristóbal, Luisa, Cinta, Olga y otras. Ese año también fue importante por la excursión a Granada que realizamos con el instituto durante cuatro días en febrero, con la compañía de otra de las clases de tercero. El viaje fue estupendo y también la relación con los compañeros y compañeras. Visitamos la Alhambra, Sierra Nevada, el Generalife y la ciudad, con su centro bullicioso y sus calles llenas de jóvenes deseosos de divertirse. Nuestro hotel estaba en el centro y las visitas a los pubs y discotecas cercanas fueron varias durante los días que estuvimos allí. También recuerdo las reuniones clandestinas que tenían lugar en las habitaciones de las chicas, en alguna de las cuales nos reuníamos un gran número de compañeros y compañeras a conversar y a tomar alguna bebida, hasta altas horas de la noche. También son de mención los asaltos y visitas de Jaime a la habitación de su amada entonces, Sarita. Durante este año, también tuve la suerte de conocer a otros amigos como a Manuel Fernández Patiño, a Juan Vizcaya y a alguno más; alumnos que lo eran también del instituto pero que no habíamos coincidido en ningún curso. Empezamos a conocernos por asistir a los mismos partidos y jugar juntos alguno. Siendo ya amigos, eran muchas las tardes que pasábamos con otras reuniones de amigos en los billares “Gálvez”, que estaban en la calle Rico de Huelva y que fue centro de numerosas reuniones de jóvenes durante esos años. Siendo éste un local pequeño, era grande el número de jóvenes que allí se reunían para verse, quedar y charlar o para luego ir a otros sitios. Allí dentro disfrutábamos de innumerables partidos de futbolín, partidas de billar y de ping pong. Con los mencionados Juan y Manolo y varios amigos más, se formó una reunión bastante grande, que se reunía los fines de semana para salir. Algunos pertenecían a la tuna, como Manolo, Juan, Pepe Rorru, Pons, y otros no; como Alberto Balbuena y Juan Antonio Obel. A éste último lo conocí un año por carnaval, cuando todos íbamos disfrazados y nos encontramos con tres señores, amigos de algunos de nuestros amigos, que iban disfrazados de igual forma. Eran Paco Mesa, Pepe Anillo y Juan Antonio Obel. A Obel, yo lo conocía de oídas, de escuchárselo nombrar a Patiño o a otros. Y a raíz de esto nos hicimos grandes amigos. De por aquellas fechas es mi primera salida con una chica de la reunión de Juan Carlos y Rafael. Se llamaba Luisa y era la hermana de una de nuestras amigas. Pero la cosa duró poco y fue una de las típicas salidas de juventud, un ligue que me salió sin pensarlo siquiera. De los ratos que pasábamos en los billares, recuerdo las charlas que teníamos con Jesús Romero, o con Paco Vasallo y también las broncas que nos echaba el “lejía” el hombre encargado de cuidar el local, que atendía el cambio y que se metía con todas las chicas que iban por allí. Siempre con su gorrilla y su palo. A veces nos contaba que había sido legionario y que tenía en su espalda las cicatrices de varios balazos sufridos en tiempo de guerra. Años más tarde y cerrado ya aquél local, se estuvo comentando entre el círculo de amigos, la muerte del “lejía”, al que todo el mundo recordaba con cariño, y entre los que estábamos nosotros, por supuesto. Por aquellos años, mis salidas tenían lugar con dos grupos de amigos distintos. Por un lado, salía con el grupo de Patiño, Obel, Vizcaya, Miguel Rebola, Pepe Rorru, Manolo Cromi, Reme, Chary, Alberto; un grupo que casi siempre nos reuníamos en la Palmera y allí nos llevábamos un buen rato hasta que llegaban los últimos de la reunión, entre los que se encontraba Patiño. El otro grupo era el que formábamos Rafael, Juan Carlos y yo. Nos reuníamos casi todas las tardes durante el verano y empezábamos a caminar y caminar, mientras hablábamos de nuestras cosas y nos contábamos los últimos cuchicheos sobre las chicas que conocíamos. Uno de los temas sobre el que nos gustaba hablar era sobre la muerte, el más allá, la reencarnación, los espíritus y sobre todo el espiritismo. También hablábamos a veces sobre los OVNIS y algún que otro tema de interés o de actualidad, pero sobre todo del espiritismo. Como consecuencia de esto, comenzamos a reunirnos en casa de alguno de los tres, y a tener sesiones de espiritismo semanales; a veces las grabábamos en cinta de casette para luego escucharlas con tranquilidad y escuchar los sonidos que aparecían en ellas después de grabarlas y que no se oían durante las sesiones. Eran los viernes cuando nos reuníamos ya oscurecido y nos sentábamos alrededor de una mesita, y delante de aquellas letras puestas boca abajo en forma de círculo. Aquello era lo más emocionante. A veces, a nuestras salidas se unían otros amigos comunes, Cristóbal, Ana, Mari Carmen Pulgarín y mi hermana; que salía a veces con nosotros. Esta chica. Mari Carmen, se hizo bastante amiga de Rafael y de Cristóbal, pero éste último se sentía bastante perseguido por ella. A tanto llegó la cosa, que él nos dijo que no saldría más si ella lo hacía. Decidimos decírselo a ella y elegimos a Rafael para eso. La conocía un poco más y por ser hombre discreto y de sabias palabras. Nosotros cambiábamos el punto de reunión, pero no se sabe cómo nos encontraba. Juan Carlos y yo pensamos en gastarle una pequeña broma para ver que consecuencias tenía la cosa, y así lo planeamos. Compramos en un puesto de chucherías y caramelos algunas de ellas y las rellenamos con picante para que al comerlo le picara la boca. Al día siguiente cuando íbamos por la calle con toda la reunión, nos paramos a comprar en un quiosco y a ella le dimos lo preparado. Pero ella tan tranquila mientras comía y comía. Ya al rato comenzó a decir que aquello no estaba bueno, que tenía un sabor como agrio y entonces nosotros le contamos la verdad mientras nos tronchábamos de risa. La cosa es que no le sentó del todo mal la broma. Por aquél tiempo tenían lugar las fiestas de fin de año que hacíamos en casa de la abuela de una de nuestras amigas, y allí junto con la bebida, algo para picar, la música y con la llegada de la noche, disfrutábamos del momento y de los bailes lentos que nos pegábamos con las chicas de la reunión, algo que estábamos esperando durante toda la noche. A veces había algún que otro abuso de situación con alguien, pero poca cosa. Con la tuna salíamos algunas veces, siempre de noche y siendo fin de semana. Quedábamos sobre las once de la noche en una cafetería y mientras esperábamos la llegada de todos los componentes, tomábamos la primera copa. La tuna la formábamos unos veinte chicos de entre diecisiete a veinte años, y casi todos pertenecíamos al instituto. Pepe Rorru, Eugenio, Antonio, Fidel, Pons, Pepe Jesús, Pepe Guerra, Manolo Feria, Dávila, Manolo “el flauta”, Chávez, “el picha”, Manolo Patiño, Juan Vizcaya, Rafael Bravo, Juan Carlos Lara y su hermano Manolo y un servidor. Cuando ya estábamos todos, nos dirigíamos a casa de las chicas con las que teníamos concertada cita, y si no pues íbamos a la aventura, que alguna caería. También íbamos por los bares y cafeterías, alegrando a la gente y siempre tocando y cantando por la calle. En un par de ocasiones asistímos a un programa de radio que se emitía en directo, y cantábamos y hablábamos de la tuna, que ya comenzaba a ser conocida en toda Huelva. Pero la actuación más decisiva, fue la que tuvo lugar en la discoteca Borsalino, que era un local pequeño del centro de Huelva y que se llenó de gente joven, sobre todo de chicas, grandes y mayores que habían acudido a disfrutar de la tuna y de sus canciones. Aquello fue inolvidable. También eran numerosas las bodas a las que asistíamos, también otros actos como la apertura del curso académico y otros, siempre procurando amenizar y agradar; amén de sacar algún beneficio en metálico dentro de lo posible. Aquella fue para mí una época inolvidable, y de la que guardo un gratísimo y nostálgico recuerdo, como supongo que también les sucederá a mis amigos y coetáneos. Por ese tiempo, a nuestro amigo Rafael se le presentó la oportunidad de realizar un viaje cultural y con intercambio a Estados Unidos con el instituto, y decidió aprovechar la inmejorable ocasión de que disponía y realizar tan maravilloso viaje. Momento que también aprovechamos Juan Carlos y yo para gastarle una broma a nuestro querido amigo. Estando todo arreglado para el viaje, sólo esperaba por carta la confirmación de la chica americana en donde iba a quedarse a vivir, para comunicarle que no había ningún problema y que lo esperaban en la fecha acordada. Pero la carta que nuestro amigo recibió, no fue otra que una preparada por nosotros, le metimos dentro una foto de una amiga alemana de mi hermana, le pusimos en el sobre unos sellos usados de Estados Unidos que le dieron a Juan Carlos, e imitando el matasellado, le escribimos en un no muy buen español, contándole que había un problema, que en su casa había un enfermo con algo muy contagioso y que él tenía que alojarse en otro lugar costeándoselo de su bolsillo y que lo sentía mucho. Aquello fue una auténtica bomba. Enseguida intentó hablar con el instituto y la profesora encargada, para solucionar tan inesperado contratiempo. Y cuando le dijimos que habíamos sido nosotros los bromistas, al principio se enfadó un poco pero luego lo aceptó de buen grado y se rió bastante con nosotros. No así lo vio su familia. Su padre y hermanos lo aceptaron como una muy buena broma, pero su madre sufrió un berrinche y nos tuvo prohibida la entrada en su casa durante mucho tiempo. A los dos o tres meses de aquello ya nos atrevimos a subir a su casa a buscarle y todo estaba ya perdonado. Cada vez que nos acordábamos de aquello nos reíamos durante un buen rato. Como consecuencia de mi amistad con Rafael y a su asidua visita a mi casa, resultó que comenzó a salir con mi hermana, situación que era muy agradable para mí. Estaba encantado con la idea de tenerlo como cuñado y que fuera miembro de la familia. Pero aquello sólo duró unos meses y se fue acabando poco a poco. Mi hermana hasta entonces, no había tenido un novio, y ahora había roto con Rafael. Mi amigo quedó fulminado y de verdad le costó bastante tiempo, hasta años para poder superarlo, ya que él estaba súper enamorado de ella y en su casa ya le veían casado con ella. Pero el continuó con su carrera de biología y allí en Sevilla, en la facultad, encontró a la que posteriormente sería su esposa, Pepi, una chica también de Huelva y la que un tiempo después le daría un par de hijos hermosos. Algún tiempo después mi hermana tuvo otro novio, Eugenio, pero después de tres años la relación terminó. Mientras tanto, yo había empezado COU y me iba bien. El curso anterior, tercero, no acabó del todo bien, ya que me quedaron tres asignaturas para el verano y tenía que aprobar al menos una para poder pasar a COU, si no, tenía decidido alistarme voluntario para realizar el servicio militar por la cruz roja del mar. Ya tenía en casa los papeles firmados para entregarlos, pero gracias a Dios, la cosa salió bien y aprobé dos de las tres asignaturas que tenía. Así pues, pasé a COU y mi amistad con Maria José y Mari Carmen, aunque me relacionaba con otras compañeras, continuaba. Conocí a algunas chicas nuevas, a Isa, con la que estuve a punto de vivir un romance, y que no sucedió; quizás por mi falta de atención o mi poca autoestima en aquellos momentos. No podía pensar en gustarle a nadie hasta ese punto. Quizás las circunstancias y la casualidad hicieron que aquello no tuviese lugar. Por el contrario, durante aquél curso, se prodigaron las salidas con la tuna, y también seguía saliendo con mis amigos Rafael y Juan Carlos. También salía algunos fines de semana con Obel, Patiño y compañía. Durante aquél curso, tuvimos nuevos profesores, Don Manuel Sánchez Tello nos enseñó latín, Mari Cruz del Castillo nos dio historia, Jose Antonio Carballar nos impartió literatura, Amparo Romero nos dio lengua; y de los años anteriores teníamos a Pepe Doménech en inglés, a Benito y a Marga. De entre las nuevas compañeras, recuerdo a Isabel María Figuereo, a Maria Gracia, a Mari Carmen Abril, a “Chespir”; y a algunas compañeras del curso anterior como Maria José y Mari Carmen, Estrella, Sara, Eloisa. De los compañeros recuerdo a Jesús Rodríguez, a Benito Jiménez, a Alejandro Allepuz, a Pepe Toruño, a José Domingo y a mi compañero Ángel Rodríguez, un chico amigo de Obel, de Trigueros, que era repetidor y con el que pasaba muy buenos ratos y con el que me reía mucho en clase, cuando podía. De aquél curso, los mejores días fueron los que pasamos en la excursión de fín de curso y que realizamos por votación mayoritaria a Mallorca. De nuevo, por que yo estuve allí durante la EGB. Fue una excursión maravillosa, empezando por el viaje en barco desde Valencia, un barco precioso de varias cubiertas, con piscina, bares y discoteca. Resulta que sólo había camarotes para las chicas y como salíamos de noche, pues tuvimos que dormir en los sillones de la disco o en las sillas de los salones de pasajeros que eran bastante incómodas. La cosa fue que a media noche nos introdujimos furtivamente en el camarote de unas de las compañeras muy amigas, y allí en tan poco espacio nos repartimos los dos o tres que íbamos y como pudimos descansamos. A la mañana siguiente, el profesor que iba avisando a los camarotes de las chicas se quedó perplejo al ver salir del camarote a dos chicas y a tres chicos. Luego, por la mañana llegamos al Arenal y de allí nos llevaron al hotel. A parte de un par de días de visitas a lugares típicos y a la catedral, los demás días íbamos por libre y por donde queríamos, y las noches las pasábamos casi todas en ir conociendo las discotecas más famosas de la isla; Riu Palace, Kiss, y otras. Verdaderamente fue un viaje inolvidable en todos los sentidos. El regreso lo hicimos todos cargados con las maletas y con las voluminosas cajas de las conocidas ensaimadas mallorquinas que les llevábamos a nuestros familiares. Desde que era muy pequeño, creció en mí al igual que a muchos chicos, la afición por las maquinitas de marcianitos, y visitábamos los salones de la capital con asiduidad. Había uno en el centro, en la esquina de la calle Miguel Redondo, llamado por todos los chicos como el “Momo” y era raro los días que no se veía siempre abarrotado de chicos y grandes disfrutando de los juegos. Todos solíamos ir por allí, Juan Carlos que vivía en la misma calle, pero más arriba, Manolo Patiño que vivía en la calle Alfonso XII, y yo que vivía en la Plaza de las Monjas. También visitábamos otros salones de maquinitas de la ciudad que existían por aquél entonces como “los pijas”, que aún hoy permanecen en funcionamiento, y el subterráneo. Mi amigo Juan Carlos lleva en la sangre la vena poética, la sangre de artista; su padre es un poeta reconocido nacional e internacionalmente, ha conseguido grandes premios y ha participado en innumerables certámenes poéticos; de ahí el interés de su hijo por tan bello arte, el de escribir poemas. Juan Carlos, cuando así lo creyó oportuno, a finales de 1.985, publicó su primer libro de poemas, con el que deleitó a un gran número de amigos y aficionados a la poesía, y al que tituló”Caminero del aire”. Tuve que agradecerle sinceramente la dedicatoria que escribió para mí y mi familia en el ejemplar con el que amablemente nos obsequió. Yo por mi parte, y en compañía de todos nuestros amigos, asistí en el salón de la Casa de la Cultura de Huelva a la presentación que él mismo hizo de su libro, y durante la cuál aplaudimos en varios momentos ante la lectura de algunos de sus poemas. El libro era un ejemplar con poco lomo y con el título impreso en grandes letras negras que destacaban sobre el color amarillo pálido de la cubierta del mismo. También son de mención los dibujos que el autor realizó de su puño y con los que obsequió a todos sus lectores. En el interior podía verse una foto suya, realizada en los años mozos de su juventud. Juan Carlos con todo el sentimiento, dedicó el libro a su querida abuela, que según el mismo nos contaba, había llorado una tarde leyendo los poemas que su nieto había escrito. Juan Carlos nos dio una breve explicación del sentido del libro, y nos contaba que el motivo era el de plasmar sus recuerdos, los que entonces tenía de su niñez ya pasada. Cuando mi abuela Isabel murió en el año 1.985, su casa quedó sola, que no vacía, y como seguíamos pagando el alquiler, pues decidimos mantenerla durante un tiempo. Así, algunas habitaciones servían de desahogo de mi casa y en ellas guardábamos muchas cosas, pero sobre todo, mi padre la mantuvo por mí, porque a mi me seguía gustando ir a casa de abueli y permanecer allí horas y horas. Me encantaba aquella paz y aquella tranquilidad, y a veces, en medio del silencio, podía sentir la presencia de los seres queridos que allí habían vivido durante largos años, mi abuelo y mi abuela. La casa ya estaba un poco más vacía que cuando vivía mi abuela, porque muchos de sus enseres y muebles habían ido desapareciendo. Así, el antiguo comedor era mi habitación, mi sala de estar, allí tenía la cama mueble en la que dormía de pequeño en mi casa, tenía una mesa camilla con su brasero, un televisor, el equipo de música, la máquina de escribir y todo aquello con lo que llenaba mis ratos de ocio, que pasaban, tranquilos, en aquella casa. Allí nos reuníamos mis amigos Patiño, Jose Javier y Obel. Allí jugábamos a las cartas por las tardes-noches y oíamos música. También charlábamos de nuestras cosas, y aquél era el centro de nuestras reuniones, nuestro cuartel general. En otra de las habitaciones, al fondo, en la que había sido el dormitorio de matrimonio de mis abuelos, allí hacía tiempo que habíamos colocado una mesa de ping pong que habíamos construido para la ocasión con un tablero de madera. En aquella, disfrutábamos de numerosos partidos por las tardes con la asistencia de Patiño, Obel, Jose Javier, Juan Carlos y su hermano Manolo. Nos pasábamos muchas tardes de verano jugando a numerosos partidos de ping pong. En otra de las habitaciones, grande y espaciosa donde mi abuela tuvo su cocina, pusimos colgada de una de las paredes una canasta de baloncesto, y cuando nos reuníamos cuatro o cinco de los amigos, jugábamos allí nuestros partidillos. Por todo esto, mis amigos decían que aquella casa era el polideportivo Pepe Valencia. Allí era también donde tenían lugar muchos viernes, las reuniones espiritistas con Juan Carlos y Rafael. También algunas tardes recibía la visita de este otro amigo, Jose Javier de la Torre, Jota Jota para los amigos, y que no teniendo ocupación alguna en aquellos días, pues se venía a casa de mi abuela, donde hablábamos sobre nuestros incipientes amores y sobre otros temas interesantes. Otras veces me acercaba con él a saludar a mi prima Magdita, que entonces trabajaba en una ortopedia que estaba en la calle Plácido Bañuelos. Cuando murió mi abuelo Guillermo Martín Muñoz, mi tío Guillermo se hizo cargo de la dirección de la imprenta, ocupación que antes realizaba mi abuelo; y yo desde pequeño iba por las tardes en verano a entretenerme viendo trabajar a los hombres porque en casa me aburría mucho, sobre todo en verano, y allí me lo pasaba bien, aprendiendo cosas sobre la impresión, la encuadernación, la composición de textos con aquellas tantas letras tan diminutas. Bajaba como a las cuatro de la tarde, y aunque los hombres terminaban su jornada de trabajo a las seis y media, yo me quedaba en la tienda, que era una papelería, y como también me gustaba atender a los clientes, pues me quedaba hasta que cerraban o me aburría y me marchaba. En el taller, en la imprenta, conocía de muy pequeño a todos los hombres, ya que la mayoría entraron cuando mi madre era joven y todos me conocían de haberme visto con muy pocos años. Allí estaba Contreras, contando sus divertidos chistes, intercalando hojas de colores, y con su peculiar manera de ser. A su lado, el primo de mi madre y de mi tío, Manolo Riquelme, que era el encuadernador, hombre muy simpático y bromista, al que mi abuelo enseñó muy joven el oficio. Este hombre nos gastaba bromas a mi hermana y a mí, y nos hacía trucos con las agujas de coser y con los dedos de la mano, haciendo como que se pinchaba y se atravesaba la mano. A mí me decía que yo no era hijo de mis padres, que era un gitanillo y que me paseaba con un burrito con mis padres gitanos por la plaza de San Pedro y que allí me vieron mis padres y me cambiaron por un botijo o me compraron por unas pesetas. Yo me lo creía todo y luego iba a mi madre y le decía que yo era gitano y ella me lo desmentía todo riéndose. Enfrente de Manolo Riquelme, trabajaba Paco “el sordo” apodado así debido a su deficiencia física, pero era muy buena persona y al que todos llegaron a apreciar mucho, sobre todo por su gran profesionalidad y su buen hacer. En el medio del taller y trabajando en unas máquinas grandes de impresión, estaban Joaquín, que luego dejó el trabajo y se hizo cargo de un taxi; y Miguel, joven muy simpático y trabajador. También en otras máquinas más pequeñas estaba Raposo, el más viejo de todos, llevaba allí casi toda la vida y tenía un gran sentido del humor. Hoy, deseando que descanse en paz, lo hago vivo de nuevo en mi recuerdo, y parece que lo oigo hablar con esa voz ronca y con esos labios apretados. A su lado trabajaba Lorenzo, al que una vez cuando yo era muy pequeño vi cogerse una mano con la máquina de imprimir tarjetas de visita, y también se dedicó al taxi hace años. En las cajas de las letras para componer los textos, estaban Julián y Aurelio, éste último yerno de Riquelme, y ambos hombres trabajadores y simpáticos y que me dejaban a veces participar y ayudar en sus labores de composición, siempre que mi tío no estaba, si no me decía chillando que los entretenía. Allí mismo y en una máquina hacían la fundición de caucho con el que luego fabricaban los sellos de caucho, máquina con la que me quemé en el brazo por pasar rozando muy cerca de ella. Arriba y en la oficina, estaba Gregorio, Goyo, hombre ya mayor que se fue de la imprenta mucho antes del cierre de la misma y al que sustituyó Juan María, chico joven y agradable. También trabajaban en el taller los hermanos Ramos, y con el pequeño, con Juan, era con el que yo pasaba más tiempo, quizás por la proximidad de nuestras edades. En el laboratorio fotográfico estaba Alonso, señor muy serio y siempre enfrascado en su trabajo, con sus líquidos y en la oscuridad, y con sus fotos de señoras pegadas en las paredes de aquél cuartillo oscuro, en lo alto de la empinada escalerilla de hierro, en la trastienda. En la tienda, en la papelería trabajaban Jose Luis Zarra, compartiendo oficio con García, y al que luego sustituyó un joven, Toscano, que también era árbitro de fútbol, como algunos de los trabajadores del taller como Joaquín o Ramos. Después de muchos años, aún recuerdo con pena y con nostalgia aquellos años que pasé deseando que algún día, pudiera yo hacerme cargo del negocio y del trabajo de aquellos hombres y de la imprenta de mi familia, deseo que nunca se viera cumplido debido a las circunstancias de la vida. Desde muy pequeño, apareció en mí la afición por la fotografía. Cuando éramos pequeños, era mi padre, el que con su cámara de fotos disfrutaba haciéndonos fotos por allí por donde íbamos, ya fuera en Huelva en la Ciudad Deportiva, en el parque, o fuera, en la provincia. Pasados ya unos años, la máquina de mi padre pasó a mis manos y ya con doce o trece años, tiraba yo mis carretes por aquellos lugares que visitábamos en las excursiones anteriormente mencionadas. Ya de mayor he mantenido mi afición y son muchos los álbumes que conservo con todos los recuerdos de aquellos años. Más tarde, y bajo el asesoramiento de mi tío Guillermo, fui aumentado mis conocimientos sobre el tema y adquirí otros nuevos sobre el revelado y el positivado de las copias. Afición ésta que aún conservo y practico, y a veces son varias las horas que paso en el laboratorio de mi casa, ampliando y disfrutando de tan interesante proceso y de la magia de la fotografía. Cuando terminé COU en el instituto, tuve que examinarme de una asignatura que me había quedado en septiembre, y luego de selectividad para poder entrar en la universidad; pero no aprobé ese año y tuve que esperar al siguiente en junio para volver a intentarlo. Por lo tanto ese año no pude pedir prórroga de estudios para la mili y al siguiente año, en mayo de 1.986 me marché a cumplir el servicio militar obligatorio. Por aquél tiempo, mi padre había hablado con un amigo y entré a trabajar en una gestoría con un graduado social, sin sueldo y por hacer algo y aprender alguna cosa mientras me tenía que ir a la mili. Allí estuve durante unos meses, hasta que tuve que marcharme por problemas de inspección de trabajo. Allí aprendí bastante sobre los contratos de trabajo, las nóminas y los seguros sociales; y fue por entonces cuando empecé a escribir mis primeros versos, quizás influenciado sin saberlo por mi amistad con Juan Carlos Lara y por su poesía, que leía bastante a menudo. Quizás había llegado el momento de liberar y sacar al poeta que yo llevaba dentro. También por aquél tiempo, comencé a salir los fines de semana con Mari Carmen Vélez, con Maria José Simó, con su hermano Ignacio y con otros amigos y amigas. Mis sentimientos hacia ella eran más fuertes que nunca, hasta el punto que fue ella mi musa, gracias a la cuál pude reflejar aquellos sentimientos en mi poesía. Luego mi musa se marchó a Toledo a trabajar, dejó los estudios de Historia que había comenzado y continuaron mi desesperación y mi desengaño amoroso, paliado un poco por la abundante correspondencia que recibía de ella desde que se fue, durante largo tiempo. Aquellos primeros versos, como digo, son estos que aquí les muestro ahora, y que expresan todos mis sentimientos de entonces: ¡Ay, mi amor! mi gran tesoro, y cuánto a ti te quiero, con tus hilos de fino oro sin tu querer yo me hielo. Mi fe en tí montañas mueve, cuando a tí te veo, nuestro amor nunca se empaña, dulces notas de solfeo. ¡Ay! amigo, compañero, cuánta pena y qué dolor, desde hace mucho tiempo, alberga mi corazón. Una mujer no me quiere, ¡qué sin sabor es la vida!, cuando más feliz te hayas, acaba y muere tu dicha. Mi tranquilo cuarto, aquél en cuyo tranquilo ambiente mi amor a tí te dediqué, ¡siempre lo tuve presente! Aquél mi tranquilo cuarto, escena y telón de amores, de tí, amor, quedé harto, y dejé estos sinsabores. Después de marcharse Mari Carmen para Toledo, empecé a salir con Obel, los dos solos, y a veces, salía también con Rafael y Juan Carlos, con los que seguí manteniendo estupendas relaciones. Habíamos formado un trío estupendo, maravilloso, y lo pasábamos fenomenal los tres; y empezamos a frecuentar la compañía de otras amistades, de Cristóbal y sus amigas. Cristóbal siempre había estado muy bien relacionado y rodeado de muchas chicas y chicos. Seguro que era por su gran simpatía. Entonces empezamos a salir con esta reunión y conocimos a Laura, Alfonso, Enrique, Agustín, Pepi, Lucía, Peris, Manolo, Lola y Joaquín. La cosa es que yo comencé a salir con una de aquellas chicas, con Lucía, después de mucho pedirle consejo a mi amigo Juan Carlos; y aún lo hacía cuando a finales del mes de mayo de 1.986 me marché a la mili. Mi padre me decía que vaya momento para echarme novia, pero yo le decía que en el amor no hay momentos buenos ni malos para enamorarse, no hay tiempo escogido de antemano, al menos no por nosotros. Me tocó hacer la mili en Madrid, en caballería. ¡Hala, a la capital! Qué mejor lugar para hacer este servicio a la patria de uno. Así es que, con mi petate al hombro, cogí el tren llamado “el borreguero” sobre el veintinueve de mayo, a las once de la noche, y entre abrazos de mi familia, salí hacia Madrid y llegamos por la mañana, a eso de las ocho a la estación de Chamartín. En Madrid permanecimos juntos el grupo de chavales que veníamos de Huelva, aunque de distintos lugares de la provincia, y pasamos el día viendo algo de la ciudad. Luego, a la tarde, nos llevaron en camiones a Colmenar Viejo, que era el Centro de Instrucción de Reclutas. Un lugar en la sierra de Madrid y con muy bajas temperaturas. Allí por la mañana nos pelaron casi a rape, nos vacunaron por el sistema de pistolas y nos dieron ropas y ya empezamos a ser reclutas, con aquél miedo en el cuerpo y aquél apocamiento. Hablábamos en susurros, sin elevar la voz, no fuera a molestar a algún mando, y a todo el mundo que veíamos con galones les saludábamos no fuera que... Enseguida empezaron a instruirnos un poco en lo necesario para poder jurar bandera. Allí estuvimos sólo durante dos semanas y después de hacernos un test, nos mandaron a otros cuarteles de Madrid. En Colmenar conocí y me hice amigo de tres chicos. Uno al que llamábamos cariñosamente “El ubrique” era un chico de Ubrique muy simpático, otro era “el moco”, también era de Cádiz y el tercero no recuerdo. A mí me mandaron a Campamento, a la carretera de Retamares, a Boadilla del Monte, al cuartel llamado Villaviciosa Catorce, cuartel de Caballería y perteneciente a la División Acorazada Brunete número uno. Allí estaba sirviendo el hermano de mi amigo Patiño, Félix, y me alegré bastante de conocer a alguien allí. Cuando llegamos nos pusieron a todos los reclutas en el patio de armas, a unos setecientos u ochocientos, todos con aquella cara de miedo, de ese miedo metido en el cuerpo. Me destinaron en un primer momento al primer escuadrón, con el cordón de color rojo, y allí empezaron a hacerme alguna que otra novatada sin importancia. Al poco tiempo me pasaron al segundo escuadrón, con el cordón verde, y el que sería al final mi escuadrón durante toda la mili. Allí nos metieron a ochenta o noventa reclutas, y aunque había once o doce veteranos, eran ellos los que manejaban el cotarro. Nos enseñaron a desfilar, a manejar el Cetme, hacíamos gimnasia, y todo lo necesario para jurar bandera. Cuando juramos bandera, a mediados de julio, nos dieron una semana de permiso, que disfrutamos de lo lindo en nuestros hogares, y ya éramos soldados. Juramos bandera en Colmenar Viejo, con otros cuarteles, vestidos de bonito y súper brillantes y acicalados. Fuimos uno de los mejores cuarteles que desfilaron. Y aunque las gradas estaban repletas de familiares y amigos, allí no se encontraba nadie de mi familia. Yo ya sabía este hecho, y por más que miraba y miraba yo sabía que no vería a nadie, porque mi padre no había querido hacer ese viaje para eso, aunque sí mi madre y hermana. Luego, después de regresar del permiso, nos destinaron a distintas ocupaciones según los trabajos que cada uno tenía en la vida civil y los estudios que uno poseía. A mí me hicieron pruebas de mecanografía y aunque me pasé unos meses como explorador de VEC, dando algún que otro barrigazo, luego me pasaron a la oficina del escuadrón. Los Vecs, eran unos vehículos de exploración y combate. Todo pintado de verde, como un tanque pero mas pequeño y más rápido, pues alcanzaba unos 90 km. por carretera. En la oficina estaba a las órdenes del Brigada Monago. Hombre de un carácter serio y un poco gruñón. De los primeros amigos que tuve recuerdo a Zambrano Carballar el “babucha” como nos decíamos uno al otro, un chico de Jerez muy cachondo; también a Teófilo Viejo Carrero, de La Pesga (Cáceres) y a Carmelo Valderrama Capiscol, de Jaén. Con estos dos últimos salía de paseo a Madrid y tomábamos nuestras litronas por el parque del Retiro, donde conocimos a tres chicas, y comíamos barato en el bar “los cubatas” en Campamento. Cuando salíamos de paseo, íbamos a cambiarnos de ropa a un bar de Campamento que tenía unas taquillas para guardar la ropa, y ya vestidos de paisano podíamos disfrutar de las pocas horas de libertad que teníamos para pasear por Madrid. Allí en Campamento éramos asiduos de una discoteca que se llamaba “Reflejos” y que abría por las tardes y donde permanecíamos hasta la hora de volver al cuartel; allí se acercaban muchas chicas para conocer y bailar con los soldados. Mientras estuve en la oficina del escuadrón, conocí a Francisco Abril, chico murciano y simpático, con el que también salía a veces, en especial recuerdo un domingo que fuimos a la Casa de Campo y con el que estoy en una foto que nos hicieron en la entrada y que conservo con cariño. En el escuadrón, a parte del Brigada Monago, estaban los cabos primeros profesionales Blanco y Guindal; los sargentos también profesionales Alfayate, Serrano, Barrientos, Nacimiento, Soto; los sargentos de IMEC Fraile y Martínez y el sargento primero Juárez, que era de la sección de carros y los tenientes Beneitez y Mitge, que formaban el conjunto de mandos del escuadrón. Por ese tiempo el escuadrón no tenía capitán, pues su capitán era el capitán Beneitez, hermano del teniente Beneitez, y estaba fuera realizando un curso para ascender a comandante. Por eso el mando del escuadrón estaba a cargo del teniente Beneitez. Durante el tiempo que estuve de explorador realicé el curso para ascender a cabo, hecho que sucedió sin ningún problema; y cuando había salida al campo con los Vecs, hacía la función de jefe de vehículo, al ser la más alta graduación entre la tripulación del mismo. En la oficina del escuadrón estuve durante tres o cuatro meses, y me hice muy amigo de algunos compañeros, entre los que recuerdo al mencionado Abril, al furriel Emilio Cantó, al armero Manuel Becerra, al canario Afonso García, al conductor de carros Cartas García -chico éste que cantaba muy bien por Molina-, a Tomás Montero, a Verdúguez, a Vacas, y a alguno más que se me han ido olvidando. El armero era un chico mayor, de veintiocho años, arquitecto y que hacía solo seis meses de mili por la edad, y que cuando llegó al cuartel venía con una pierna rota desde Colmenar Viejo, que se la había fracturado al saltar la pista americana. Y cuando llegó al escuadrón no hablaba con nadie y yo empecé a entablar conversación hasta que nos hicimos amigos, y al ser mayor me contaba mucho de su experiencia en la vida. Tal amistad cogimos que me propuso a mí como su sustituto en la armería, al ser yo un chico serio y responsable y sobre todo amigo suyo. Me preguntó si a mí me interesaba y yo le contesté que sí. Así es que el teniente Beneitez me llamó un día y me nombró armero del escuadrón, relevándome de mi destino en la oficina. En la armería se estaba bien, y como a mí siempre me habían gustado las armas me encontraba muy a gusto con el nuevo destino. Allí tenía siempre todas las armas en perfecto estado de revista y tuve que ponerme a las órdenes del sargento Alfayate, que era el sargento armero. Un tipo buena persona pero un poco demasiado nervioso y preocupado por todo. Estuve de armero durante otros tres o cuatro meses y pasé las maniobras de tiro como nuevo armero, estando a cargo de la distribución de los proyectiles y obuses para los carros y los Vecs. Luego me destinaron a las oficinas del Grupo Ligero donde todo el día pasaban por los pasillos comandantes, tenientes coroneles y capitanes del cuartel. Allí estaba a las ordenes del Brigada Gil, y tenía a mi cargo la confección de las nóminas para que la tropa pudiera cobrar, y también la lista de altas y bajas de los soldados del cuartel. También hacía diariamente la lista de cocina, de los soldados y mandos que iban a comer cada día en el cuartel. Ya después de la muerte de mi padre sufrida el catorce de marzo de mil novecientos ochenta y siete, los últimos meses fueron bastante duros y con el ánimo muy por los suelos, y tuve que agradecer mucho la compañía y la atención de mis amigos y compañeros. De las últimas remesas de reclutas había conocido a Enrique, un chico madrileño que habían elegido para trabajar en la oficina y al que tuvimos que enseñarle nosotros. También conocí al “Huelva”, un chaval que llegó desde La Redondela, un pueblo de la provincia, cerca de Isla Cristina, y con el que hice gran amistad. Se apellidaba Rivera y de nombre Francisco, como el torero. Enseguida lo ascendieron a cabo por la necesidad que de ellos había, y estuvo al mando de un Vec. y con él pasé algunas noches de maniobras charlando y calentándonos del frío como podíamos. Una noche casi se nos metió en la tienda una vaca, pasamos un gran susto y estuvimos a punto de pegarle un tiro. Durante la mili mantuve la relación con mi novia, con la que me escribía a menudo. También recibía cartas de mi familia y amigos, de Rafael y de Juan Carlos. Allí continué ejercitando mi vena poética y escribí algunos versos inspirados por la lejanía y la soledad. De aquél tiempo y de aquellos momentos son estos versos: Los días sin ti se acaban. Irán pasando y pasando, los días se acabarán, igual que acaban las tristes hojas de mi soledad. Los días sin ti se acaban, y van pasando y pasando, igual que se acaba un jazmín, y yo me voy marchitando. El mundo sin ti se acaba, ya no vivo sin tu querer, yo pensé que tú me amabas, pero no volví a renacer. De ti me marcho sin ver, la belleza de este mundo, y si quererme no quieres, no viviré ni un segundo. Luz y mañana en mi yo. Una de mis soledades. Claridad y destemplanza. Iba a ti sin pensármelo. ¡Ay!, si me quisieras, ¡anda! En una tarde de otoño, cuando las teclas sonaban, en una tarde de otoño, en sueños que imaginé, mi boca a ti te besaba. En una tarde preciosa, llena de luz y de sol, sintiendo cerca mi pena, y acabándose mi sueño, las teclas callaban mi amor. En una mañana helada, de un enero cualquiera, en una mañana sin sol, todo lleno de tristezas, necesito de tu amor. Necesito de tu amor. En una mañana helada tengo roto el corazón. Mis pies parecen escarcha, mi alma quiere tu calor. Y con este frío inmenso estoy escribiendo versos, dando calor a mi mano. Versos para una canción, canción de todo un año. A veces pienso mi vida, si no es verdad mi Lucía, porqué odiaré esta vida. Será la causa el tiempo, será quizás la desdicha. A veces pienso Lucía, porqué esta dolida vida tiene que ser solo así, cuando yo quiero de veras, tan solo irme de aquí. Y aquí acabo por hoy estos versos de tristezas, versos de hoy y de siempre. Versos que tal vez mañana nunca leerá la gente. A mi querida Lucía, que en estos momentos de soledad, y con un frío terrible, añoro y quiero más que nunca. ¡Ah!, eterno amor mío, qué solo aquí me encuentro, y en mi hondo pensamiento, me paro, pienso y digo: a ti te quiero, Lucía. Y es mi soledad, como un mal terrible, y es mi falta de ti como un gran volcán rojo, rojo de amor por ti. Hoy eres tú mi furia salvaje de sentidos. Hoy eres tú mi amor, mi volcán encendido. Hoy muero por ti. Esta tarde soleada me siento triste y solo, con el sol cubriendo mis humedecidas niñas, me estoy volviendo loco. Humedecidas lágrimas de amor lloran mis ojos, lágrimas de deseo y de tenerte poco, así llora mi alma. De entonces son también estos versos que le dediqué a mi gran amigo (entonces) Becerra, que me hizo pasar muy buenos ratos, que me enseñó mucho de la vida y al que siempre recordaré como a mi hermano mayor. Si tú te marchas mi amigo, si tú me dejas aquí, si tú te marchas mi amigo de la forma en que has venido, siempre me acordaré de ti. En aquellas tardes, solas, que pasábamos los dos, juntos dábamos paseos saliera o no el sol, y luego hablábamos de Amor. Durante el tiempo que pasé en compañía de Becerra, disfrutamos de varios fines de semana en Madrid, visitando lugares, paseando y admirando las bellísimas y artísticas construcciones de sus edificios y plazas. También aproveché las excursiones que programaba el cuartel los domingos, y me apunté a varias, visitando en una ocasión El Escorial y el Valle de los Caídos, y en otra Aranjuez y el Palacio de la Granja. Al visitar Aranjuez, vino a mi memoria la extraordinaria música del maestro Rodrigo y supe cuán fácil era comprender lo que sentía el maestro al ver tanta belleza, escuchando el Concierto de Aranjuez. Mientras estaba en la mili y antes de la muerte de mi padre, yo seguía pensando en matricularme en la facultad de derecho en Sevilla, porque entonces no se podía estudiar en Huelva, que era lo que quería hacer cuando terminé COU y me fui a la mili. Pero ahora era distinto y tenía que empezar a trabajar, ya que era el hombre de la casa. Así es que cuando terminé el servicio militar, abrimos entre mi madre y yo, un pequeño negocio, en el local en donde mi padre tenía el taller de joyería, un comercio para venta de prensa, revistas y golosinas. Era lo único que se nos ocurrió para intentarlo. Permanecía abierto desde las ocho y media de la mañana hasta las nueve de la noche. Nos turnábamos mi madre y yo para comer; y así estuvimos durante siete años. Durante estos años, mis relaciones con mi novia se fueron deteriorando poco a poco, con el paso del tiempo, hasta sufrir una ruptura en la navidad del noventa y dos, después de seis años de noviazgo. Las situaciones y las circunstancias de nuestras vidas podían ser las desencadenantes de los hechos. Quizás el trabajo que yo tenía también ayudó un poco a empeorar la relación, e incluso la cantidad de horas que permanecíamos juntos durante todos los días. Y las semanas y los meses... Quizás mi carácter y también el suyo estaban sufriendo algunos cambios, quizás era la edad y el momento en que la persona va forjando su personalidad, y a la vez va acabando con todo lo anterior. Eran momentos difíciles, y de vez en cuando estallaba alguna tormenta, pero las últimas tuvieron un desenlace fatal para la relación entre ambos y nuestra continuidad como pareja. Mientras, yo había seguido manteniendo buenas relaciones con mis amigos. Cuando venía de la mili con permiso, siempre veía a Patiño, a Juan Carlos, a Rafael si no estaba en Sevilla, y a Obel. Más de tarde en tarde a Jota Jota. Así es que cuando me quedé solo intenté reanudar un poco mis salidas con los amigos y comencé a salir de nuevo con mi amigo Obel, que tenía una reunión de amigos y amigas con los que salía los fines de semana. Entre tanto, mi amigo Juan Carlos Lara había terminado la carrera de Historia del Arte en la Universidad de la Rábida, en Huelva y ya era licenciado, examinándose poco después de las oposiciones para obtener plaza como profesor de institutos. Consiguió plaza a la primera; y mientras, había conocido por medio de mi novia a una chica con la que había empezado a salir, Pepita Virella, y con la que mantenía muy buenas relaciones. Rafael, a su vez había empezado a salir con su compañera de estudios en la carrera de biológicas, Pepi Alfaro, y cuando ambos terminaron sus carreras ya estaban saliendo como pareja, contrayendo matrimonio al poco tiempo, e instalándose en Sevilla en un piso de alquiler. Tenían una beca de investigación en la universidad y estuvieron en Sevilla durante un año y unos meses. Luego Rafael pensó en solicitar una beca de investigación para marcharse a Japón y allí completar sus estudios, hecho que consiguió enseguida, por lo que junto a su esposa y con su primer hijo varón, Pablo, se marcho a Japón. Durante su estancia en Japón, que fueron siete largos años, falleció su padre y también tuvo un segundo hijo varón, Sergio. Cuando regresó de Japón, lo hizo con el título de Doctor en Biología y poseía un Master. También había publicado diversos artículos en revistas especializadas. Durante todo este tiempo, mi hermana dejó de opositar a la Administración del Estado, a la Seguridad Social, y a los Bancos y se marchó a Sevilla a comenzar los estudios de periodismo, que luego continuó en Madrid a partir del segundo curso, ciudad en donde permaneció durante varios años. Terminó la carrera de periodismo después de seis duros y largos años, y aunque es licenciada, su ocupación laboral dista mucho de ser la deseada. En Madrid continuó su vida, trabajando y viviendo. En vacaciones veía a su familia que nunca la olvidaba y a su querida Huelva natal. Después realizó los estudios de grafología para completar su formación. Hoy también es perito calígrafa. También mi amigo Obel había comenzado a trabajar de cartero por contrato en Correos, y se presentaba todos los años a las oposiciones para obtener una plaza en propiedad, y la consiguió en las del año mil novecientos noventa y cinco. Así es que comencé a salir con la reunión de mi amigo Obel; y al principio hablaba poco con los chicos y chicas que la formaban, pero poco a poco los fui conociendo y ellos a mí. Rocío Fortes, Mari Ángeles Garrido, Mari Ángeles Seara, Luisa, Chachy, Inma Orta, Jose Antonio Moya y Mané. Estos eran los chicos y chicas con los que salía mi amigo Obel desde hacía unos años y que luego llegarían a ser también amigos míos. Luego también se unió otro Jose Antonio, el hermano de Inma. Yo había realizado unos exámenes para opositar a una plaza de conserje de colegios por el Ayuntamiento de la ciudad, y entré de interino en un colegio de la barriada onubense de las Colonias, en el colegio Roque Barcia que estaba en la calle Oviedo. Entré en Febrero del noventa y dos como portero mantenedor del colegio en sustitución por jubilación del que había entonces, un señor mayor llamado Juan. Allí estuve durante quince meses, y me acoplé bastante bien al trabajo, a los niños y niñas del colegio, a los padres y madres, a los profesores y a la directora, cumpliendo a la perfección mis obligaciones laborales, dentro de lo posible. Poco a poco fui recibiendo aprecio y cariño por parte de los niños y de algunas madres y padres. Los profesores me veían como a un compañero más y eran simpáticos y amables conmigo. Allí estaban Marisa, la directora; Jose Antonio, el Jefe de estudios; Antonia, Chary, Loly, Lina, Alfredo, Katy, Charo, Estrella e Isabel. En cuanto a relaciones con chicas, tuve una que duró unos cuatro o cinco meses con una de mis primas carnales, con Rocío, pero tal y como empezó acabó, y sólo seguimos siendo primos y nada más. Duró poco debido a la incompatibilidad de caracteres y al lazo familiar que nos unía, que más bien pienso yo que nos desunía. Pero ambos lo recordamos con cariño y como una etapa más en nuestras vidas. Desde los catorce años o así, comencé a escribir lo más importante que me iba sucediendo, o lo que yo creía más importante de lo que me pasaba. Era como si yo le fuera contando a alguien, a mí mismo mis vivencias... Durante el tiempo que estuve de conserje en el colegio, mi vena poética continuó desarrollándose muy poco a poco, y eran contadísimas las ocasiones en que escribía algo. De aquellos días son estos versos; casi sin forma, inciertos, como más libres. Sobre nenúfares al viento, voy cabalgando. Por las olas del mar, un velero navegando. Sobre las altas nubes, va un pájaro volando. Y en tus lindos ojos, morena, me estoy mirando. Comenzaba a nacer en mí el interés por una amiga de la reunión con la que salía, y como consecuencia, nacieron estos otros versos, expresando lo que sentía por ella en esos momentos. Es mediodía. La luna brilla en lo alto del manzano. Me estoy volviendo loco. Tu amor me está matando. Tengo sed de tu boca y de tus ojos. El sol me está quemando. Me derrito con tus besos y tu llanto. Como no podía aguantar más, terminé por escribirle a esta chica una carta declarándole mi amor, (la segunda que escribo en mi vida de este tipo), expresándole con la mayor sinceridad posible mis sentimientos. Haciéndole ver la claridad de mis intenciones y mi amor por ella. Pero no obtuve respuesta alguna. Solo miradas de vez en cuando, y un poco más de amistad si cabe, pero nada más. Quizás debí insistir un poco más pero no lo hice... Debido a mi desengaño amoroso y a lo que seguía sintiendo por ella, continué escribiendo estos versos románticos, sinceros... A ti te quiero, morena. Mientras brillaba la luna, tus ojos lloran de pena, tus tiernos labios de espuma. Brilla la luna. Tus ojos pena. Te quiero morena, como a ninguna. María de los Ángeles, bonito nombre es el tuyo, que como un leve murmullo, llegaste para mirarme. María, guapa, morena, mujer del todo elegante, que por detrás y delante, rezuma un alma serena. María de mis amores, mi jarrón de las mil flores, María no te demores. Tus ojos negros, oscuros, tu color pálido, suave, y es seguro que tú sabes, que mi amor por ti es puro. Tus andares lentos, finos, cual si de Ana Bolena, y no tenerte es mi pena, que no me quieras mi sino. María de mis amores, mi jarrón de las mil flores, María, no te demores. El veinticinco de abril de mil novecientos noventa y tres, se casó mi amigo Jose Javier de la Torre con su novia de siempre, Dolo, en el Santuario de Nuestra Señora de la Cinta, en Huelva, a las seis y media de la tarde y fue una ceremonia y una boda bonita. En esos días, yo continué saliendo con la reunión de Obel, y empezó a salir con nosotros un par de chicas que conocimos en la discoteca, se llamaban Cinta y Soraya. La cosa es que pasados los días de conocernos un poco, comencé a interesarme un poco por una de ellas y yo veía que yo también le interesaba, aunque fuera solo un poco. La entrada de esas dos chicas en la reunión, revolucionó un poco a la gente, tanto a las chicas como a los chicos. El hecho es que comenzamos a salir juntos, Cinta y yo, y al principio fue todo bien, pero la cosa fue de más a menos, y la relación solo duró un par de meses. En aquellos días sufrí la extirpación de un tatuaje que tenía en el brazo izquierdo desde la mili, con el nombre de mi antigua novia, me cojieron seis o siete puntos, y como no iba a estar toda la vida con él, pues decidí quitármelo. ¡Qué locuras se hacen en la mili! Cosas de chiquillos. También, mientras trabajaba en el colegio, iba por las tardes a la tienda, para que mi madre descansara, ya que tuvimos que cambiar los turnos, ella abría por las mañanas y yo iba por las tardes, a eso de las seis. Ahora, cada vez que mi hermana venía de Madrid, salía con nosotros, yo le presenté a toda la reunión y pronto hizo buenas migas. También supo de mis relaciones anteriores con Rocío, y con Cinta. Cuando ella no estaba, siempre me preguntaban todos por ella, cómo estaba y cuándo venía. También por aquellos días, se casó mi gran amigo Juan Carlos Lara, con la que había sido su única novia, con Pepita Virella. Contrajeron sagrado matrimonio el día catorce de agosto de mil novecientos noventa y tres, y también en el Santuario de Nuestra Señora de la Cinta de Huelva. Yo asistí con mi madre y un grupo de amigos, Manolo Patiño y su novia Nieves, Juan Vizcaya y otros. Juan Vizcaya empezó a salir con una chica al mismo tiempo que Manolo Patiño con la suya, con Ana, pero después de varios años de relaciones se separaron por problemas personales y sentimentales. Luego Juan empezó a salir con otra chica que había conocido años atrás, y también al cabo de un tiempo, rompieron sus relaciones, por lo que en ese momento, Juan asistió a la boda de nuestro amigo sólo, al igual que yo, sin novia. Estaba entonces un poco triste y pasando un mal momento al tener todavía muy cercano la ruptura con su novia. Mi amigo Obel, desde hacía unos cuantos años andaba detrás de una de las chicas de la reunión, pero ella no le hacía demasiado caso, aún después de haberle pedido para salir dos o tres veces. Yo, después de la ruptura con mi antigua novia, empecé a vivir mi segunda juventud, ya que la primera la pasé al lado de ella, y no era lo mismo; salía muy poco y siempre con ella. Pero ahora era distinto. Salía con la reunión, íbamos donde se terciaba, disfrutábamos de los momentos todo lo que podíamos, conociendo a todas las chicas que podíamos, que en eso mi amigo Obel era un genio. Sabíamos a la hora en que salíamos, pero nunca la de regreso, que a veces eran las seis o las siete de la mañana. Mi madre se empezó a acostumbrar un poco de mis salidas y mis llegadas tarde, pero ¡que le íbamos a hacer! También empecé a trabar amistad con otros amigos de Obel de siempre, con Adolfo, Juan Luis y Cristóbal (otro Cristóbal). Nos reuníamos los sábados a mediodía a tomar una cerveza y a charlar, y desde que yo comencé a salir con Obel, salíamos el y yo todos los días de la semana por la noche a tomar una cerveza y a dar una vuelta, a despejarnos de lo realizado durante el día y a comentar alguna cosa, a respirar el aire de la noche. Luego se nos fue uniendo Adolfo, Cristóbal y Juan Luis, que aunque éste tenía novia, Amalia, cuando la dejaba en casa, algunos días se pasaba a estar un rato con nosotros. Eso eran los días de diario. Los fines de semana Juan Luis salía con Amalia, y nosotros con la reunión a la que ya se había unido Adolfo. Salíamos por Huelva, por Pablo Rada, la Palmera, La Merced, y si era verano, luego nos íbamos a la playa, a Punta Umbría, a Mazagón, a ver el ambiente. Algunos amigos de la reunión veraneaban en Punta pero venían a Huelva para salir, o nos acercábamos nosotros hasta allá. Visitábamos Mataslacañas, Isla Antilla, y las ferias de los pueblos en verano, el Rompido, Moguer, Cartaya. También realizamos en verano varios viajes de fin de semana con la reunión a Portugal, al Algarbe, visitando Albufeira, Tavira, Villamoura, Portimao, Faro; también visitamos en Jerez el aguapark llamado “Acuacherry”. La cosa era disfrutar al máximo del verano y de la juventud y las ganas que teníamos. Cada vez que un amigo o amiga cumplía años, lo celebrábamos en algún sitio, nos poníamos de acuerdo los demás y le comprábamos algún regalo y el anfitrión invitaba a los amigos a una copa de champán, haciendo entre todos que el chico o la chica que cumplía años pasara una velada estupenda en compañía de sus amigos. Una vez lo celebramos en la Merced, otra en la playa y la mayoría de las veces en la Punta del Sebo, al lado del monumento a Colón, haciéndole partícipe de nuestras fiestas de cumpleaños. A principios del año mil novecientos noventa y cuatro, comencé a asistir a una academia para aprender contabilidad e informática, por consejo de mi buen amigo Patiño. Por otro lado, había conocido por mediación de una amiga a una chica llamada Marisa, con la que salía a menudo a tomar café y a pasear, haciéndonos pronto muy amigos. Pero de pronto hubo una ruptura en nuestra amistad, motivada por la insistencia de esta chica a salir conmigo, en llamarme para salir, en verme en definitiva. Por lo visto quería de mí algo más que amistad, algo que yo no podía darle. Yo comencé a darle largas y a no coger sus llamadas, y terminó dejándome de hablar, hecho que por otra parte la perjudicó más a ella. Me la encontraba en la discoteca cuando iba con mis amigos y entonces ella no dejaba de mirarme y mirarme, y cuando yo lo hacía quitaba rápidamente la vista de mí. No se puede ser demasiado bueno con las chicas, porque luego se creen lo que no es y es un problema. Y con las que verdaderamente te gustan de verdad no sucede nunca nada de nada. Que lata. Recibía por esos días algunas cartas de mi hermana desde Madrid, muy bonitas y sinceras, y que siempre yo recibía y leía con cariño y alegría. Comencé a salir con unos compañeros de la academia y formamos un grupito pequeño, con lo que dejé de salir un poco con la otra reunión. Aquello iba siendo ya muy monótono, y nunca sucedía nada nuevo, ni se conocía a nadie. Estaba un pelin agobiado por eso y el conocer a gente nueva me alegró mucho. Comenzamos como digo a salir, y enseguida empezó a gustarme una compañera de la academia, Blanca, que también estaba en ese grupito, y que salíamos los fines de semana. También con Jose Luis, Candy, y otras veces con Manuela, Antonio y demás compañeros. Al poco tiempo le hice saber a esta chica que me gustaba, pero me dio calabazas, alegando que no nos conocíamos bien, que más para adelante ya se vería, pero nada. Continuamos saliendo como amigos con el grupito; y entonces yo le escribí unos versos, aprovechando mi vena poética, versos que le gustaron mucho y que ahora recuerdo. A BLANQUI. ¡Qué blanca tiene la falda la mujer que va a bailar! ¡Ay mujer, que te la ensucias de polvo al taconear! ¡Qué suenan, mujer, tus manos para repiquetear! ¡Ay mujer, si con tus bailes yo me voy a enamorar! ¡Qué lindos tiene los ojos, será de tanto mirar! ¡Ay mujer, que maravilla si me pudieras amar! Esta chica nos presentó a una amiga suya, Rosibel, una chica hondureña muy simpática y agradable. Nos reíamos mucho con ella por su acento centroamericano y empezó a salir con nosotros. Salíamos a comer por ahí con el grupo algunos domingos, y por la noche los fines de semana a tomar unas copas y a dar una vuelta. Entonces comenzamos a ser asiduos de un par de locales, de un bar que tenían los amigos de Blanca, y de otro local donde se escuchaban sevillanas y se cantaba algo de flamenco y rumbas. Pero llegó a hacerse cansado el ir siempre a esos sitios. El grupo empezó a disgregarse un poco, debido a la variedad de gustos que teníamos cada uno sobre dónde ir a tomar una copa. Yo me lo pasaba bien con Rosi, que empezó a interesarme un poco por su simpatía y sinceridad, por lo agradable que era estar con ella y escucharla hablar. Luego junto con Blanca íbamos a la disco y terminábamos bailando juntos Rosi y yo; y lo pasábamos muy bien. A veces la dejaba en casa, la acompañaba paseando a su casa, y empezamos a gustarnos. La cosa es que un poco en secreto comenzó a tirarme los tejos y yo como la otra chica no me hacía ningún caso pues me dejé llevar un poco por la situación tan cómoda que tenía, y al final acabó gustándome de verdad y empezamos a salir en serio. Poco a poco nuestra relación se fue haciendo más sincera, y mis sentimientos hacia Rosi eran más fuertes y puros que nunca. Por tal motivo me vi en la obligación de hacérselo saber todo a ella por medio de estos versos que le escribí y que le gustaron mucho: Un segundito no más. Y una mirada a tus ojos, que te expresa con sonrojo, que te quiero de verdad. Un segundo te miré, y te hablé ayer en la plaza. Y tú sabes lo que pasa: ¡Que siempre en ti pensaré! Y quiero mirarte a solas y escuchar tu caracola que es tu tierno corazón. Y quiero besar tus labios y poder verte a diario y darte todo mi amor. Y también la regalé con este otro soneto que brotó de lo más hondo de mi corazón: Los martes y los jueves te veré, en la plaza del pueblo a mediodía, y al tener tu cara junto a la mía, tus cálidos labios te besaré. Y te digo te quiero y te amaré, y te muestro el amor que yo escondía, y tú serás mujer, la amada mía, que algún día en brazos te llevaré. Despertarás mi amor cada mañana asomada a la luz de mi ventana, abierta para ti eternamente. Y olerás el perfume de mi cuerpo y el agua de las lluvias de este invierno que oiremos sentados bajo el puente. Continuaba recibiendo de vez en cuando alguna carta de mi amigo Rafael y su familia desde Japón, contándome como le iba por allí. Al final Jose Luis dejó de salir con nosotros y Candy salía poco, así es que terminamos por salir los dos solos. Los amigos empezaron a sospechar algo y al final les dimos la buena noticia de que estábamos saliendo juntos desde hacía un mes más o menos. Ya Blanca le había dicho a Rosi que iba a conocer a algún chico español y que no se iba a marchar a su país y que se iba a casar con él. Por lo visto Blanca había acertado de momento y continuamos saliendo juntos y conociéndonos poquito a poco. Mi madre fue conociendo a Rosi día a día y le cayó muy bien. El día veintiséis de junio de mil novecientos noventa y cuatro, se casó Antonio Rodés, un conocido desde pequeño, y asistimos los tres a la ceremonia, Rosi, mi madre y yo. Y allí le presenté a Rosi los conocidos. También mi hermana la conoció por Navidad, y luego recibí carta de ella en enero del siguiente año contándome lo contenta que estaba con nuestra relación, y lo bien que le había caído Rosi. Mi madre y yo decidimos aprovechar una oferta que nos hizo Macipan, y mi madre le traspasó a ellos el local y se quedó como empleada fija en el despacho de pan que pusieron en el local una vez arreglado, pintado y decorado para la ocasión. Al poco tiempo, a este señor de Macipan le hizo falta un repartidor para unas horas por la mañana y me ofreció a mí el puesto. En unos meses me hizo un contrato y empecé a trabajar las ocho horas de una jornada completa, y además dos o tres algunas tardes. El tiempo fue pasando, mi relación con Rosi avanzando poco a poco, y el día 23 de Marzo de mil novecientos noventa y cinco, jueves, fue quizás el día más feliz y más importante de mi vida. Rosi y yo nos convertimos en marido y mujer (después de once meses de relaciones) contrayendo matrimonio civil en el Juzgado de Huelva, sobre la una del mediodía y bajo la presencia de familiares y amigos. Solo echamos en falta a la familia de Rosi, sobre todo ella, ya que no habían podido venir desde tan lejos. Pero sobre todo, fue un día de nervios y de alegría. Yo invité a mis amigos íntimos presentes aquí en Huelva, porque otro estaba en Japón, que era Rafael y familia; y asistieron Manolo Patiño, Juan Antonio Obel y Juan Carlos Lara y señora (Pepita), que estaba embarazada, esperando una niña que luego se llamó María y que fue una niña preciosa. Nosotros nos alegramos un montón por ello. La ceremonia fue corta pero intensa, muy emocionante, y la Juez que nos casó era muy simpática, portándose estupendamente, quizás debido también a su avanzado embarazo. Estuvieron presentes además de mi hermana y mi madre, mis primas Isabelita y su marido Julio, con su hijo Guillermo; Magdita y Antonio con sus hijas Marta y Paloma; y Rocío, que entonces continuaba soltera y sin compromiso. También estaban mi tía Quili y mi tío Guillermo; mis tíos de Sevilla, María, la única hermana soltera de mi padre, mi tía Carmela y Paco, y mi prima Pepi con sus hijas y otra que también estaba esperando. Su marido faltó por cuestiones de trabajo. También supimos disculpar la ausencia de mi primo Francisco Manuel y familia, y de Mari Carmen y la suya, que no pudieron eludir sus obligaciones. También disculpamos a mi tía Pepa y Antonio por enfermedad de ésta. También echamos en falta a alguien de la familia Merino de Sevilla, pero también andaban de males. Luego estuvieron tíos y primos de mi madre, las hijas de Manolo Riquelme y Mercedita, Merchi y Beli; Adelita Herrero; y la madre de Juan Carlos, Pepita; y Don Rafael García. También asistió mi amigo Jota Jota y Dolo y algunas personas más que no recuerdo. Luego mi madre dio un almuerzo exclusivamente para la familia (al que asistieron Patiño, Obel y Juan Carlos y Pepita). También asistieron a la boda la señora y el señor donde vivía Rosi, Soraya y su marido, y la niña Saioa. Ninguno de los amigos de Rosi tuvieron el detalle de acercarse ni siquiera un momento, ni Blanca, ni Antonio, ni Urbano, ni Jose y Antonio. Recibimos enormidad de regalos y dinero; y después de disfrutar de un estupendo almuerzo en la Hostería de la Rábida, y de hacernos numerosas fotos y videos, salimos por la mañana en autobús y en compañía de mi hermana para Madrid a disfrutar de una semana de estancia en dos de los mejores hoteles de la ciudad, para realizar nuestro viaje de novios. Allí visitamos el parque del Retiro, el Escorial, el Valle de los Caídos, el Museo de Cera, la Plaza Mayor (donde nos hicieron unas caricaturas que conservamos), con sus cuevas y bares típicos; la Casa de Campo. Disfrutamos de los viajes en metro y en definitiva de la magnífica capital de nuestra España. Cuando regresamos del viaje de novios que realizamos por Madrid, que lo pasamos estupendamente, yo continué trabajando en la empresa Macipan durante un año más o menos. Y Rosi siguió trabajando en casa de la señora. Ese mismo año, hacia octubre, Rosi cumplió su deseo de volver a su tierra, a Honduras, aunque solo fuera para un mes y aunque tuviera que viajar sola, pues yo no podía ir por el trabajo. Desde hacía mucho tiempo tenía la necesidad de volver a su casa y de ver a su familia, después de estar unos cuantos años sin verlos. Por eso, salió de viaje el día cuatro de octubre de mil novecientos noventa y cinco, el mismo año de nuestra boda. Allí estuvo disfrutando durante un muy corto mes de su madre, hermanos y sobrinos, como así de sus amigos y conocidos; contándoles a todos lo referente a nosotros, a nuestra boda y enseñándoles las fotos y videos que llevaba. Por lo tanto ya me conoce toda mi familia de allá por medio de las fotos, pero todavía no en persona; aunque sí por medio del teléfono. Unos días antes del viaje a Honduras, tuvimos que ir Rosi y yo a Madrid en un viaje relámpago en el Ave para arreglar los papeles del visado para poder pernoctar en Miami, por ser de los Estados Unidos. Como consecuencia de mi soledad durante ese mes del viaje a Honduras de Rosi, mis manos y mi corazón volvieron a unirse para escribir unos versos que expresaban todo lo que sentía en aquellos momentos: Cada noche que pasa y que te busco en el jardín alegre de la cama, cada noche que paso sin tu embrujo, sin tus besos, amor, en la mañana. Cada noche te miro y no te encuentro, y te busco en el mar de tu sonrisa, si me hablas o es mi pensamiento y le pregunto al aire, al sol, la brisa. Las noches sin ti se me hacen eternas, y el día que tu vuelvas, amor mío, en esa noche estrellada y serena, regresarán las aguas a su río. Y ese día habrá un fulgor en el cielo. Y volverás a tu casa que es Huelva, y daremos al mundo un fruto nuevo, que crezca y se haga grande en esta tierra. Y también este otro soneto nacido de los mas hondo de mi alma: Te marchaste el cuatro de madrugada y me dejaste sólo y con dolor, con tu aroma de mujer en la almohada con el último beso y con tu amor. Y volverás una tarde aún lejana de aquella tierra tuya tan querida, que espero conocer tal vez mañana, y vivir junto a ti, toda la vida. Y aquí estarás, amor, que yo te quiero. Y aquí estaré, mi amor, tu compañero, deseando mirarte cada día. Y juntos marcharemos poco a poco, en este mundo que está un poco loco, disfrutando de nuestra compañía. De la empresa Macipán salí por motivos personales y profesionales, y me fui al paro como le corresponde a todo buen hijo de vecino. Cobré el paro durante cuatro meses, o el subsidio de desempleo como se llamó después. Y luego solicité la ayuda y la estuve cobrando durante dieciocho meses. Mientras, me preparé las oposiciones a Correos que salían todos los años, y para lo cual mi amigo Obel me dejó el temario que a él ya no le hacía falta. El caso es que, de aprobar las oposiciones nada de nada. Continué buscando trabajo pero sin resultado positivo. Nosotros continuamos saliendo con la reunión de Obel y nuestra, ya que todo el mundo conocía a Rosi y ella caía muy bien a todos. Esa Navidad lo pasamos muy bien, en compañía de todos nuestros amigos, y para la noche de fin de año preparamos en casa de Macu, una de nuestras amigas, una fiesta que resultó estupenda y nos divertimos mucho, para festejar la llegada del nuevo año. Luego, en enero de mil novecientos noventa y siete, comencé a trabajar en el Patronato de Deportes del Excelentísimo Ayuntamiento de Huelva, y me llamaron del INEM para trabajar por Colaboración Social. A la gente que estaba cobrando el paro o la ayuda, le ofrecían un puesto de trabajo acomodado a su perfil profesional y dependiente de la Administración Local. Así es que me contrataron por un mes, cobrando la mitad del sueldo que los demás empleados y además seguía cobrando la ayuda. Entre una cosa y otra sacaba un sueldo para llevar a casa. Desempeñaba mis funciones laborales en el Polideportivo Andrés Estrada de nuestra ciudad, el Pabellón municipal de deportes y también en el polideportivo Diego Lobato del barrio de Santa Marta; llamado así en memoria de un compañero de trabajo del mismo, que había fallecido en accidente de circulación hacía unos años. Mis obligaciones en el puesto de trabajo no requerían de mucha fuerza y no presentaban ninguna dificultad. Pronto me acomodé al trabajo y al horario. Allí se tenían dos turnos de trabajo, mañana y tarde-noche. Mi trabajo consistía en mantener limpias las instalaciones, la zona exterior del polideportivo, el cuidado y riego de los jardines, el acondicionamiento y mantenimiento de las pistas interiores para la práctica de los distintos deportes, mantenimiento de los gimnasios para la práctica del ballet, aeróbic, bádminton, etc., y de la sala de pesas; así como la limpieza y mantenimiento de la piscina y del mecanismo de filtrado del agua, etc. Allí estuve a las ordenes del señor director de las instalaciones, Don José Vallés, y también del señor Don Rafael Márquez, encargado y jefe de mantenimiento. Conocí a todos los compañeros entre los que recuerdo a Pedro, Manolo, Juan Mario, Pepón, Pablo, Miguel, Antonio, Carmen, y otros. Como mi comportamiento y rendimiento parecía ser el apetecido, me fueron renovando todos los meses. Y así permanecí en el puesto de trabajo hasta mitad de diciembre, que causé baja porque en enero del noventa y ocho dejaba de cobrar la ayuda y éste era requisito indispensable para trabajar por colaboración social; según la ley existente al respecto. El caso es que me vi de nuevo como en situaciones anteriores, pero esta vez empeorada por el motivo de no tener ningún ingreso que llevar a casa. Me encontraba con una mano delante y otra detrás, como se suele decir, pero no me desanimé demasiado. Ya el año anterior había realizado un curso de Formación profesional ocupacional para los parados, dependiendo de la Junta de Andalucía, llamado Técnico de audio-video, de 400 horas de duración y realizado en el centro Lazareto de nuestra ciudad, y perteneciente al Excelentísimo Ayuntamiento de Huelva. Por lo tanto cuando me vi de nuevo sin trabajo solicité varios cursos para así poder aumentar mis conocimientos y capacidades para encontrar un puesto de trabajo. Mientras tanto, sobre la misma fecha del viaje de Rosi a Honduras, tuvimos la grata noticia de que nuestro amigo Obel, mi amigo de tantos años, se había echado novia formal. ¡Qué alegría nos dio! Yo lo supe primero y se lo comuniqué a Rosi por teléfono mientras estaba allá. Se llamaba Inmaculada Sartou y era una chica muy sencilla y trabajadora, y llevaban un par de meses saliendo y hablándose. Digo yo que alguna cosa se contarían... También en nuestra reunión habian sucedido algunos cambios. Unos amigos de Obel y también míos, Juan Vizcaya y Juan Peguero (éste último compañero mío en el instituto), se habían sumado durante el verano a la reunión. También algunas chicas que habían conocido, así se vio incrementada en su personal. Además de los miembros más antiguos, Mané, Jose A. Moya, Jose A. Orta, Inma, Luisa y Mari Ángeles, ahora se habían sumado estos dos juanes y algunas chicas como Paqui, Olga, Pepa y Macu, que era una antigua amiga de Obel y conocida mía. Con el paso del tiempo, de esta nueva reunión de personas, había salido alguna que otra pareja. A la nuestra, la mía y de Rosi, había que sumar la de Antonio Fernández y Mari Ángeles, amigos nuestros que salían de vez en cuando; y ahora las nuevas parejas como eran la de Jose Antonio Orta y Olga, y al poco tiempo la de su hermana Inma con otro chico que se había unido a la reunión hacía muy poco tiempo, Luis. La última pareja tardó bastante en formarse, se decía que por bastante indecisión de alguno de los dos; pero al fín se formó entre Juan Vizcaya y Mari Ángeles. Por todo esto, ahora la reunión se había convertido en una reunión de parejas, aunque aún había miembros sin ella. Menos Mané, Luisa, Macu y Jose A. Moya, los demás comenzaron a separarse poco a poco. Si tengo que decir que mi hermana Isabel cada vez que venía de Madrid de vacaciones se sumaba al grupo. También hay que hacer mención de otra Mari Ángeles que se había sumado durante este pasado verano. Otra Mari Ángeles más. De los cursos que había solicitado últimamente, tuve la suerte de que me aceptaran para realizar uno sobre Aplicaciones Informáticas Administrativas y lo realicé en IFES, que significa Instituto de Formación y Estudios Sociales. Era un curso de 300 horas de duración y en él se aprendía a confeccionar nóminas y seguros sociales por ordenador. Nuestro amigo Juan Vizcaya después de romper con su última novia, empezó a trabajar en una empresa de construcción de carreteras y estuvo durante seis o siete años trabajando en Málaga, Córdoba y Sevilla. Luego se vino para Huelva y comenzó a trabajar en otra empresa de construcción ya que había adquirido una gran experiencia como topógrafo y encargado y jefe de obra. A Obel, después de aprobar las oposiciones de correos lo destinaron a Cartaya durante un año y luego pidió el traslado a Huelva y se lo concedieron enseguida. Ya sus amigos Juan Luis, Adolfo y Jose Luis se habían ido casando con sus respectivas novias, claro. Por otro lado mi hermana en Madrid había terminado los estudios de grafología y al no tener trabajo decidió regresar a Huelva, por lo visto definitivamente. Poco a poco las parejas de la reunión que se habían formado se iban haciendo cada vez menos visibles, salíamos pocas veces todos juntos y era normal. Solo en ocasiones como el cumpleaños de alguno o fines de semana en el Rocío en casa de Inma la novia de Obel, o en el campo, lograba reunirnos a todos. También Juan Peguero había comenzado hacía tiempo una relación con una chica que empezó a salir con la reunión, Rosa; una chica rubita y graciosa. Mi amigo Patiño cuando terminó el BUP aunque tarde, realizó los estudios de administrativo en la Rábida y luego la carrera de Graduado Social que terminó enseguida. Al poco tiempo puso una oficina, como una gestoría, pero debido a las condiciones laborales y a la gran competencia existente tuvo que desistir de ello. Su novia Nieves, después de realizar sus estudios de farmacia en Sevilla durante varios años, se encontró como tantos otros sin la posibilidad de trabajar, por lo que decidió abrir una parafarmacia, la primera en Huelva, en una calle del centro de la ciudad. Al poco tiempo ambos decidieron que ya era el momento, y que después de quince años de noviazgo podían contraer matrimonio. Ya habían comprado un piso y tenían muchos deseos de hacerlo. Así es que el día 30 de Mayo de mil novecientos noventa y ocho se casaron en la iglesia de la Concepción de Huelva Manuel Fernández Patiño y María de las Nieves Rodríguez Escobar. Un par de años antes, mi prima Rocío también se había casado con un chico que conocía desde muchos años atrás, Jose María, y el treinta de Marzo de mil novecientos noventa y seis se casaron en la parroquia Nuestra Señora Estrella del Mar, y ya son padres de una niña preciosa llamada Mari Paz. Luego de terminar el curso de nóminas que realicé, estuve trabajando durante tres meses como jardinero en una empresa particular, y a la vez realizando un curso a distancia de Visitador Médico. Enseguida también realicé otro curso, éste de Iniciación al Sector Forestal, impartido por Egmasa y realizado en Palos, en la casa de la cultura Vicente Aleixandre de la localidad. Durante todo este tiempo, he vuelto en un par de ocasiones a tomar de nuevo la pluma y a escribir algunos versos que mi mano ha querido escribir: Estoy sumido en la inconsciencia y no se me ocurre que decirte. Abro la boca y de mis labios no brotan las palabras como ayer. Me faltan las fuerzas, las ganas de seguir escribiendo en el papel. Es tarde, ya ha oscurecido, igual que se apagó nuestro querer. Comienza a caminar y abre tu luz a la mañana. El agua brota de tu manantial y yo la bebo, aprisa, con ansiedad. Tu cuerpo aún dormido, está caliente y deseoso de caricias. Por eso ¡vuelve! , regresa de nuevo al hueco templado de mi calma. Te espero en la esquina como ayer, igual que aquél día de tu santo, sonreías feliz y de un gran salto, trepaste a lo alto de mi frente. Nos unimos en el nido, ya en febrero, esperando la llegada del verano, y anduvimos cogidos de la mano, hasta la puerta de la iglesia y sin sombrero. Dulce sabor tengo en la boca después de probar alguna fruta, de esas de tu bosque casi oculto, que con el agua y esta primavera han madurado y ya están casi a punto. Mirarte. Mirarte y no verte, vida mía. No verte y amarte, y quererte, vida mía. Y decirte que te quiero, y quererte, vida mía. Allá en el firmamento hay una estrella con tu nombre escrito en letras de fuego, nombre que te nombrar mis labios secos como tierra en que cae una centella. Y que alumbra, los surcos de mi alma rasgada de dolor y de fatigas, por el rencor y el odio ya marchita, con la luz y el calor de una gran llama. Ilumina la tierra de los padres que te vieron nacer aquella tarde, arada con amor y con trabajo, aquellos nuevos frutos ya crecían frescos y ricos en sabiduría, recogidos a mano y a destajo. Durante este año mil novecientos noventa y ocho, tuvimos que soportar la pérdida de algunos seres queridos para todos nosotros, como fue la muerte de mi querida tía Pepa Valencia, la cual después de sufrir durante años el martirio de la enfermedad, tuvo a bien llevarse el Señor consigo el día diecinueve de agosto a los sesenta y seis años. Otro ser que se marchó en este año fue nuestro querido amigo Roberto Trigueros, al que apreciábamos muchísimo por su bondad y simpatía, y aún siendo todavía un chico joven se marchó de nuestro lado. También hacer una breve recordatoria del primo Laurín Escobar, el hijo de Manolo Riquelme y Mercedita que también murió en este año. Descansen todos en la Paz del Señor. En este año mil novecientos noventa y ocho, también tuvo lugar la esperadísima boda de nuestro gran amigo Juan Antonio Obel Pérez e Inmaculada Sartou en Bollullos Par del Condado, de la provincia de Huelva. Boda que se celebró el día diez de octubre y después de disfrutar de una bonita ceremonia, de un estupendo banquete de bodas y de una agradable velada nocturna, se marcharon en viaje de novios durante una semana a Cancún, a la playa de ese Méjico lindo que cantaba el olvidado Jorge Negrete...