El Joven Grumete - La Taberna del Puerto

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EL JOVEN GRUMETE
(Esta en una historial real, por ello omito nombres de lugares, barcos y
personajes)
Ésta es la historia de un marino, un niño que a sus nueve años,
allá por el año 1932 empezó a navegar como grumete en una goleta de
cabotaje que navegaba entre rías.
En esa época, los transportes por mar se realizaban íntegramente
a vela, y el trabajo del joven grumetillo consistía en remendar velas y
atender las demandas del patrón. Incluso en los días de calma le
dejaban al timón de la nave en cuanto la tripulación bebía y jugaba a los
naipes.
El patrón, hombre rudo de mar, gran aficionado a los naipes y la
bebida entre otras vicios de buen vivir, era un hombre listo y enseguida
se dio cuenta de que el grumetillo tenía grandes dotes para gobernar el
barco, llevaba mejor que nadie los rumbos, tenía un gran olfato para los
roles y apenas alcanzaba la altura de la rueda. Otro en su caso hubiese
cortado las alas al grumetillo, pero éste al contrario le inculcó todo su
amor por el mar, lo animaba a que aprendiese y compartía con el todos
sus conocimientos.
Hasta que un día, el armador, después de unos interminables días
de juerga y taberna no fue capaz de levantarse del catre. Habló con el
grumete para que patronease la nave hasta el puerto comercial donde
tenían que entregar la mercancía. No eran más de 200 millas pero era
un día de perros. El viento hacía silbar la jarcia como pocas veces lo
había hecho, pero el carguero estaba a la espera de la mercancía y
cuanto más esperase menos dinero recibirían por el flete.
El grumete, que contaba con 10 años de edad y un año de
experiencia, aceptó el reto ante la incapacidad del patrón. Aunque de
corta edad, pero de gran intuición, tenía la suficiente para saber que si
el barco no llegaba con ese flete, sería el último, pues las deudas
embargaban al patrón y amenazaban con acabar con lo único que
quedaba. Se armó de valor haciéndose a la mar, con la única ayuda de
los cuatro marineros, que a pesar de su avanzada edad confiaban más
en el grumete que en sí mismos. Las cosas en el mar estaban feas y
sabían perfectamente que el chico era el más cualificado para conseguir
llevar la goleta a buen puerto.
El chico gobernó la vieja goleta de 26 metros de eslora, con
maestría, y ella orgullosa respondía al saberse bien tratada. Negociaba
las olas y corría el temporal como si se tratase de un auténtico lobo de
mar. La tripulación se alegraba de tenerle al mando, así como de que el
cargamento fuese madera y no café o tabaco como en otras ocasiones,
ya que si ocurría lo peor, en caso de naufragio podrían aferrarse a uno
de los muchos tablones que transportaban como último recurso para
salvar su vida, pero no había que pensar en ello.
El patrón daba órdenes con templanza y gran respeto a sus
compañeros. Incluso se tomó la licencia de tomarse unos tragos de vino
con ellos para sacarse el frío y la humedad del cuerpo debido a los
abundantes rociones y las olas que barrían la cubierta. Los rudos
marineros no se lo podían creer, habían surcado la ría en uno de los
peores días que habían salido a la mar, a las órdenes de un niño que a
duras penas era capaz a mover la rueda del timón.
Se dieron cuenta de que no era necesaria fuerza bruta ni se
necesitaban gritos para navegar bien y rápido. Había nervios entre la
tripulación por el cobro del transporte,
ya que como no estaba el
patrón tenían desconfianza. El chico se hizo cargo de las negociaciones
como había observado en numerosas ocasiones al patrón. Subió al gran
carguero para recibir el cobro ante las miradas atónitas de los mandos y
tripulantes, regresando a la goleta mientras contaba el fajo de billetes,
sin inmutarse por las miradas indiscretas, seguro de sí.
En cuanto la goleta estuvo arranchada, las velas remendadas y
lista para hacerse a la mar, el grumete habló con los tripulantes y les
invitó a que fuesen a la taberna del puerto hasta que el temporal
amainase y en ese tiempo buscar una carga para el retorno al puerto
base. Como después del temporal llega la calma, ésta no se hizo
esperar, partieron con un cargamento de café y azúcar con las primeras
brisas del alba.
Si la ida fue dura por el temporal el regreso no fue mejor, esta vez
debido a las encalmadas. Se pasaron cuatro días con sus cuatro noches
para llegar a puerto, al llegar a éste, el viejo patrón los esperaba
impaciente pero se quedó sorprendido al ver que todos estaban sanos y
salvos.
El grumete hizo entrega del dinero recibido por la carga, pero
antes de ello le dio a cada tripulante su parte, todos quedaron
encantados con su dinero en el bolsillo, desde el patrón al grumete
pasando por los tripulantes, acostumbrados a que en el momento del
cobro el patrón ya se lo hubiese jugado o bebido y no tener nada que
llevarse a casa.
El viejo armador, contagiado por el ambiente que ese día se
respiraba en el barco y a sabiendas de que con las deudas que tenía
pronto se quedaría sin su barco, decidió ponerlo en propiedad del joven
grumete acordando como único pago que en cuanto pudiese seguiría
gobernando la nave. Así se acordó y con toda la legalidad se hizo.
Con 10 años era propietario de una robusta goleta, y además
tenía lo más parecido a un padre que hubiese soñado nunca. Se
sucedieron los años y las cosas no fueron mal, hasta que un día después
de una larga jornada de taberna el viejo armador ya nunca mas se
levantó del catre. El chico lloró su muerte, pero la vida sigue y la goleta
siguió surcando los mares, los tiempos cambiaban a gran velocidad y
no corrían buenos tiempos para el cabotaje a vela. Los vapores y los
barcos con motores diesel estaban relegando a los barcos de vela que
eran mucho más lentos. Cada vez había menos transportes hasta que un
día fondeó en la ensenada y ya no volvió a levar su ancla.
Allí se quedó soñando con los buenos tiempos, aquellos tiempos
en los que se escondían entre la carga café, tabaco o azúcar, tiempos en
los que ganaban dinero a manos llenas. El joven incluso se interesó por
la compra de un barco a motor, pero para entonces ya se habían
establecido empresas a las que no les interesaba competencia y no hubo
ningún banco ni aval para poder realizar la compra; aunque en el fondo
no le importaba demasiado, pues su navegar era con el viento y su
motor las velas.
Después de vender la goleta a cambio de un pasaje a la isla de
Cuba, se fue justo antes de que cortasen por el pie los dos mástiles y
toda la jarcia y convirtiesen la robusta goleta en un esperpento de barco
pesquero. El grumete como era trabajador, hizo fortuna en La Habana
pero siempre tuvo la ilusión de regresar a su tierra y así lo hizo,
fundando aquí una empresa que en estos días es ya una gran empresa a
cargo de sus herederos. Estando el joven marino ya retirado de sus
labores empresariales, se dedica a viajar e incluso se toma la licencia de
acudir a las regatas en su barco velero, muchas veces en solitario y
como buen marino disfrutando del mar.
Veraneando en una localidad costera vio algo que le dejó
descolocado, pero un brillo especial iluminó sus ojos. El hombre se pasó
la semana que le quedaba de estancia en la villa sin conciliar el sueño
con una sensación de embriaguez que no le dejaba prestar atención a
nada. Ya de regreso en su domicilio le comentó a su hijo lo que le
parecía haber visto y éste sin dudarlo un segundo, se desplazó al lugar
comprobando que el padre estaba muy cuerdo y tenía todos sus
sentidos a pleno rendimiento.
Las formas la delataban, las había visto en aquellas viejas fotos
que tantas veces le había enseñado su padre. Al retirar basura, entre
bidones oxidados y aceite quemado empezaron a sobresalir maderas,
eran las maderas de aquel amor de su padre, del que tantas y tantas
historias le había contado.
Desde allí la primera llamada fue a su hermano, confirmando lo
que su padre había visto y que aunque difícil y costoso se podría
recuperar. Decidieron comprar lo que quedaba de la robusta goleta. El
resto de la semana fue una frenética busca de papeleos y dueños que en
principio no aparecían y que luego al ver dinero todos querían ser
propietarios. Al fin se consiguió ultimar la compra y la goleta tomó
rumbo a su anterior puerto base.
Esta vez desvencijada y con la ayuda de una grúa y una góndola
que la condujo a lo que será su nuevo hogar.
La llevaron a un astillero con carpinteros de rivera de los que
pocos quedan, allí le curaron las heridas más grandes, le colocaron
algunas tablas sólo con la intención de dar un poco de formas y
maquillaje para presentárselo a su ya anciano padre en su 83
cumpleaños.
El padre, al ver su regalo de cumpleaños no pudo hacer otra cosa
que llorar de alegría, los ojos emanaban una luz especial. Por un
instante, volvió a ser aquel grumete de 10 años que en su día condujo la
nave a buen puerto. Lo siguiente fue decir a sus hijos que había que
empezar la restauración cuanto antes, porque no sabía cuanto tiempo
podría quedarle a é, pero que quería volver a gobernar ese barco, otra
vez, y muchas millas.
La goleta, así como su patrón, resurgieron de sus cenizas. La
majestuosa goleta está volviendo a adoptar sus formas. Lo que antes
eran bodegas ahora se convierten en lujosos camarotes de teca y caoba
y su patrón con la ilusión y fuerza de vivir superó una grave enfermedad
que apuntaba a acabar con sus días. El joven grumete rescató a la
goleta, y ella lo rescató a él.
Ahora todos los días acude al astillero a supervisar la restauración
de su barco con mas ilusión que nunca y a pesar de sus años, parece el
más joven de los que allí trabajan, porque las ilusiones y las metas dan
vida, rejuvenecen, está en todo momento soñando con surcar los mares
de nuevo, pronto, cada vez que tengo el placer de hablar con él, me
cuenta de concentraciones de barcos clásicos por lejanos mares, sus
proyectos y travesías que tiene sobre su mesa de cartas.
Sobretodo se le ve orgulloso pero a su vez preocupado de que no
se le escape ni un detalle, y como buen patrón supervisando hasta el
último clavo con el que visten su embarcación.
Yo, desde fuera lo veo y sueño con que algún día pueda llegar a
formar parte de la tripulación de esta goleta, poder acompañar a este
afortunado patrón al que la vida le brinda una segunda oportunidad,
para poder vivir ahora a sus años, la niñez que por circunstancias en
otra época no tuvo, y me ilusiono con que algún día mi hijo me haga un
regalo como el que ese padre recibió de sus hijos, un regalo de mar y de
vida.
Fin.
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