Boletín Litúrgico san Pío X 16 TEOLOGÍA DEL AÑO LITÚRGICO Pbro. Dr. Roberto Russo 2 La celebración de la eucaristía y la liturgia de las horas, de cada día y de cada fiesta, se realizan mediante lecturas y oraciones que varían a lo largo del año, según un ordenamiento llamado año litúrgico. Todo en la liturgia se celebra y se vive en el marco del año litúrgico, el cual es por así decir la estructura portadora de todo el misterio del culto cristiano. La categoría de tiempo tiene una gran importancia para la liturgia, que sólo es posible porque se realiza en un determinado momento. Del mismo modo que no podría realizarse sin la otra coordenada que llamamos espacio. Espacio y tiempo son dos dimensiones que pertenecen a la condición histórica de la liturgia, es decir, a su realidad humana y simbólica. Espacio y tiempo son elementos constitutivos dela celebración, son las coordenadas de la celebración. Es necesario comenzar por la teología del tiempo, enfocada desde una perspectiva litúrgica. Vamos a hablar del tiempo como historia de salvación, es decir, de la salvación, de la acción de Dios que salva, en el curso de la historia humana. El tiempo como ámbito en que se realiza la salvación. “En el cristianismo el tiempo tiene una importancia fundamental. Dentro de su dimensión se crea el mundo, en su interior se desarrolla la historia de la 3 salvación, que tiene su culmen en la « plenitud de los tiempos » de la Encarnación y su término en el retorno glorioso del Hijo de Dios al final de los tiempos. En Jesucristo, Verbo encarnado, el tiempo llega a ser una dimensión de Dios, que en sí mismo es eterno. Con la venida de Cristo se inician los «últimos tiempos» (cf. Hb 1, 2), la «última hora» (cf. 1 Jn 2, 18), se inicia el tiempo de la Iglesia que durará hasta la Parusía. De esta relación de Dios con el tiempo nace el deber de santificarlo. Es lo que se hace, por ejemplo, cuando se dedican a Dios determinados tiempos, días o semanas, como ya sucedía en la religión de la Antigua Alianza, y sigue sucediendo, aunque de un modo nuevo, en el cristianismo. En la liturgia de la Vigilia pascual el celebrante, mientras bendice el cirio que simboliza a Cristo resucitado, proclama: «Cristo ayer y hoy, principio y fin, Alfa y Omega. Suyo es el tiempo y la eternidad. A El la gloria y el poder por los siglos de los siglos». Pronuncia estas palabras grabando sobre el cirio la cifra del año en que se celebra la Pascua. El significado del rito es claro: evidencia que Cristo es el Señor del tiempo, su principio y su cumplimiento; cada año, cada día y cada momento son abarcados por su Encarnación y Resurrección, para de este modo encontrarse de nuevo en la «plenitud de los tiempos». Por ello también la Iglesia vive y celebra la liturgia a lo largo del año. El año solar está así traspasado por el año litúrgico, que en cierto sentido reproduce todo el misterio de la Encarnación y de la Redención, 4 comenzando por el primer Domingo de Adviento y concluyendo en la solemnidad de Cristo, Rey y Señor del universo y de la historia. Cada domingo recuerda el día de la resurrección del Señor. ” (JUAN PABLO II, Carta apostólica Tertio millennio adveniente [10 de noviembre de 1994] como preparación del Jubileo del año 2000, n. 10). 1. Tiempo e Historia de salvación La historia de la salvación es la revelación y narración de las maravillas que Dios ha obrado para salvar al hombre. Israel vive la misma historia que los demás pueblos, pero la vive de un modo distinto que la hace salvífica: descubre en ellas las actuaciones de Dios y se esfuerza encaminar en su presencia. Esta salvación, tiene dos características: la universalidad: “Dios quiere que todos los hombres se salven”, alcanza a todos los hombres de cualquier época y de cualquier condición; la historicidad: la acción salvadora de Dios se ha llevado a cabo gradualmente en la sucesión del tiempo, asumiendo las limitaciones y contingencias de la historia humana. 1.1 La salvación y sus fases Tenemos las siguientes etapas: (comentrio de SC 5-6) (La obra de la salvación realizada por Cristo) 5 5. Dios, que quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad (1 Tim 2,4), habiendo hablado antiguamente en muchas ocasiones de diferentes maneras a nuestros padres por medio de los profetas (Hb 1,1), cuando llegó la plenitud de los tiempos, envió a su Hijo, el Verbo hecho carne, ungido por el Espíritu Santo, para evangelizar a los pobres y curar a los contritos de corazón, como “médico corporal y espiritual”, Mediador entre Dios y los hombres. En efecto, su humanidad, unida a la persona del Verbo, fue instrumento de nuestra salvación. Por esto, en Cristo “se realizó plenamente nuestra reconciliación y se nos dio la plenitud del culto divino”. Esta obra de la redención humana y de la perfecta glorificación de Dios, preparada por las maravillas que Dios obró en el pueblo de la Antigua Alianza, Cristo el Señor la realizó plenamente por el misterio pascual de su bienaventurada pasión, resurrección de entre los muertos y gloriosa ascensión. Por este misterio, “con su muerte destruyó nuestra muerte y con su resurrección restauró nuestra vida”. Pues del costado de Cristo dormido en la cruz nació el sacramento admirable de la Iglesia entera. (La obra de la salvación, continuada por la Iglesia, se realiza en la liturgia) 6. Por esta razón, así como Cristo fue enviado por el Padre, El a su vez envió a los Apóstoles, llenos del Espíritu Santo. No sólo los envió a predicar el Evangelio a toda criatura y a anunciar que el Hijo de Dios, con su muerte y 6 resurrección, nos libró del poder de Satanás y de la muerte y nos condujo al reino del Padre, sino también a realizar la obra de salvación que proclamaban mediante el sacrificio y los sacramentos, en torno a los cuales gira toda la vida litúrgica. Y así, por el bautismo los hombres son injertados en el misterio pascual de Jesucristo: mueren con El, son sepultados con El y resucitan con El; reciben el espíritu de adopción de hijos, por el que clamamos: Abba! ¡Padre! (Rm 8,15), y se convierten así en los verdaderos adoradores que busca el Padre. Asimismo, cuantas veces comen la cena del Señor, proclaman su muerte hasta que vuelva. Por eso el día mismo de Pentecostés, en que la iglesia se manifestó al mundo, los que recibieron la palabra de Pedro fueron bautizados. Y con perseverancia escucharon la enseñanza de los Apóstoles, se reunían en la fracción del pan y en la oración..., alababan a Dios, gozando de la estima general del pueblo (Hch 2,41-42.47). Desde entonces, la Iglesia nunca ha dejado de reunirse para celebrar el misterio pascual: leyendo cuanto a él se refiere en toda la Escritura, en la cual "se hacen de nuevo presentes la victoria y el triunfo de su muerte", y dando gracias al mismo tiempo a Dios por el don inefable (2 Cor 9,15) en Cristo Jesús, para alabar su gloria (Ef 1,12) por la fuerza del Espíritu Santo. (SC 5-6). – – Etapa primera: preparación, anuncio, profecía de la salvación. Etapa segunda: realidad plenitud, cumplimiento de la salvación. El misterio pascual de Cristo: acontecimiento único (porque no pasa), real (histórico), singular (permanentemente presente), permanece (cf. CEC 1085). 7 – Etapa tercera: permanencia, actualización, escatología. La Iglesia prolonga y actualiza en el tiempo la salvación, mediante la predicación de la buena noticia y la vida litúrgica. En esta nueva etapa la salvación la salvación no se comunica a través de la humanidad de Jesús, sino que el modo es a través de los signos que, como prolongación en el tiempo de la carne del Verbo, contienen su potencia divina. 1.2 El Misterio Pascual: clave de la salvación en la historia Dios para salvar al hombre, ha actuado dentro del tiempo y a través de la historia. A pesar que él está fuera de ésta y por encima del tiempo, ha querido encontrarse con el hombre en el mismo marco donde se desenvuelve su vida. Dios ha actuado en momentos salvíficos deliberadamente: kairós (= tiempos oportunos y favorables). El tiempo verdadero es el chrónos (= período) escenario de los acontecimientos salvíficos que lo convierten en kairós o historia de salvación. Entre todos los kairoi salvíficos hay uno que está en el centro, el kairós por excelencia, fundamental es Jesús y su vida histórica, con el cual el tiempo alcanzó su plenitud en cuanto a su dimensión salvífica. Los kairoi tienen un valor único, no se repetirán, por ser históricos, aún cuando su valor sea decisivo para siempre. Cada uno de ellos tiene su propia incidencia en la historia de la salvación, pero ninguno como el acontecimiento central de la plenitud de los tiempos. 8 1.2.1 El Misterio pascual «ephápax» de la salvación Todos los kairoi, entonces, tienen una característica, el ser ephapax (ápax = una sola vez; ephapax = de una vez por todas), término que se refiere a cada momento de la historia de la salvación y que caracteriza, sobre todo, al acontecimiento central de esta historia. Por tanto, la vida histórica de Jesús y sobre todo, como hemos dicho, el misterio pascual de su pasión, muerte y resurrección han sido algo temporalmente único, ocurrido una sola vez y de una vez para siempre. 1.2.2 Después del «ephápax» el «hosákis» El kairós irrepetible ha de actualizarse, para que cada generación y cada hombre tenga acceso a la salvación y ésta siga siendo viva y eficaz en la historia. Si la historia sigue su curso y si le hombre, debe ser salvado en el tiempo en que su existencia se desenvuelve, ¿de qué manera actualizar la salvación cumplida en Cristo, de forma que produzcan nuevos kairoí para cada generación y para cada hombre que viene a este mundo? ¿cómo accede el hombre a la corriente salvífica de la historia, de una vez que ésta ha alcanzado su cumplimiento en los acontecimientos ocurridos una vez para siempre (ephápax)? La respuesta está en injertarse al pueblo de Dios, que es portador de las bendiciones y promesas hechas por Dios a los Padres y que abarca a la historia entera. El es expresión de la continuidad de la historia de la salvación tiene una dimensión 9 universalista (cf. Rm 4 y 9; Gal 3-4: Pablo muestra cómo por la fe los creyentes son hechos hijos de Abrahán). Pero, como dijimos, de lo que se trata es de pertenecer a la corriente que brota del amor del Padre Dios y que se ha revelado en toda su plenitud en el Hijo Jesucristo. Los hombres son salvados en la medida en que son introducidos en esta corriente del amor divino que les hace hijos de Dios y herederos con Cristo. Entramos en esta corriente salvífica por la filiación divina que el Espíritu Santo realiza en nosotros, a través de la misión de la Iglesia, que se cumple por medio de la evangelización y la liturgia. Esta salvación es histórica y escatológica, tiene una dimensión personal y comunitaria y el hombre alcanza la salvación en la medida en que se inserta en la generación de los que se salvan: la Iglesia de Cristo. La Iglesia anuncia la salvación cumplida en Cristo y la realiza mediante los sacramentos y la liturgia. Anuncio del evangelio y bautismo, fe y sacramentos -a los que se unen inseparablemente el servicio y la caridad- constituyen los nuevos acontecimientos de la salvación en la historia. Estos nuevos momentos salvíficos o kairoí, por su relación con el grande y definitivo kairós son actualizaciones aquí y ahora del misterio pascual que realizó la salvación del mundo. El ephápax, lo que ocurrió una sola vez y para siempre es irrepetible. Pero su eficacia o incidencia en la historia de la salvación permanece en la corriente o línea salvífica que sigue su curso hasta la consumación final. Lo que hace falta es ponerse en contacto con esa corriente de forma constante, para 10 que la existencia de cada uno sea verdaderamente historia de salvación. ¿De qué manera? Es necesario apreciar y comprender otra categoría temporal de singular importancia, es el hosákis, cuyo sentido aparece claramente en estos dos textos: uno bíblico y otro litúrgico: Cuantas veces comen este pan y beben el cáliz, anuncian la muerte del Señor hasta que vuelva (1Cor 11,26). Cada vez que celebramos este memorial del sacrificio de Cristo se realiza la obra de nuestra redención (Or. sobre las ofrendas del Dom. II del Tiempo Ordinario). De acuerdo al primer texto, el acontecimiento de la entrega que hace Jesús de su cuerpo o persona por los suyos, y de su sangre como signo de la nueva alianza para remisión de los pecados (Mt 26,28), realizado en la cruz una sola vez y para siempre es perpetuado en la proclamación de la Cena realizada por los discípulos cuantas veces se reúnan para comer el pan y beber el cáliz. Es decir, el kairós de la ofrenda de Cristo al Padre en el Espíritu (Hb 9,14) es actualizado en los repetidos y diferentes momentos -nuevos kairoí-, en los que los discípulos cumplen el mandato de Jesús de celebrar su memorial. Idéntica realidad se contempla en la oración sobre las ofrendas que hemos citado; siempre que (= quoties, en el texto latino original), o cada vez que, celebramos en el tiempo el sacrificio redentor de Jesús mediante los gestos y palabras del memorial, se actualiza (= exercetur). 11 El ephapax se actualiza de este modo: cada vez (hosakis) se conmemora o re-presenta el acontecimiento salvífico (kairós) supremo de Cristo, se realiza la salvación en el aquí y ahora del hombre. 1.3 El tiempo litúrgico: actualización de la salvación En la celebración litúrgica se hace presente y actual en el tiempo (= en un lenguaje de los Padres y de la liturgia es: representado, presencializado), hoy, aquí y ahora, el Misterio Pascual que en su dimensión histórica ocurrió en aquel tiempo (bajo el poder del Poncio Pilato) una vez para siempre. Los tiempos de la celebración, en el ámbito de la liturgia cristiana, son verdaderos kairoí o tiempos de gracia y de salvación en los que acontece verdaderamente el misterio de Cristo Señor en la historia. En este sentido los tiempos litúrgicos son unos peculiares signos litúrgicos, son ámbitos de la presencia y de la acción de Cristo en la historia humana. Los tiempos litúrgicos son el marco de la presencia actual de la salvación en el aquí y ahora de la existencia de los hombres. La liturgia presencializa, hace presentes los misterios de la vida de Jesús en el tiempo que ha seguido a su glorificación, una vez que el Señor resucitado ha vencido las leyes y limitaciones del tiempo. El misterio pascual, kairós supremos y central de la historia de la salvación, es irrepetible, pero debido a su poder de 12 presencia y de eficacia salvífica metahistórica, se actualiza y cumple de nuevo la salvación cada vez que es conmemorado y representado por la palabra y el sacramento. 1.3.1 El tiempo en la liturgia La liturgia cristiana es la presencia de la salvación que se realizó en el tiempo y que debe seguir realizándose en la historia de los hombres. La liturgia hace que el tiempo reciba un significado particular: es signo de Cristo y de su obra redentora que beneficia a todos los hombres. La peculiaridad de los tiempos de la celebración en el ámbito de la liturgia consiste no sólo en haber asumido el susbstrato sagrado cósmico y el significado memorial e histórico de las fiestas en la Biblia sino, sobre todo, en la referencia al misterio de Cristo como acontecimiento central y como objeto esencial de toda fiesta o momento celebrativo. El concilio Vaticano lo expresó de esta manera: “La santa madre Iglesia considera deber suyo celebrar con un sagrado recuerdo, en días determinados a través del año, la obra salvífica de su divino Esposo. Cada semana, en el día que llamó "del Señor", conmemora su resurrección, que una vez al año celebra también, junto con su santa pasión, en la máxima solemnidad de la Pascua. Además, en el círculo del año desarrolla todo el misterio de Cristo, desde la Encarnación y la Navidad hasta la 13 Ascensión, Pentecostés y la expectativa de la dichosa esperanza y venida del Señor. Conmemorando así los misterios de la redención, abre las riquezas del poder santificador y de los méritos de su Señor, de tal manera que, en cierto modo, se hacen presentes en todo tiempo y para que puedan los fieles ponerse en contacto con ellos y llenarse de la gracia de la salvación” (SC 102). Análisis de SC 102. Palabras claves: Iglesia, celebrar, recuerdo, días determinados, obra salvífica, semana, día «del Señor», una vez al año, Pascua, círculo del año. 1.3.2 Los diferentes ritmos de la liturgia De acuerdo SC 102 se habla de una estructura del tiempo en la liturgia o de las distintas divisiones que la liturgia ha establecido a lo largo del año, para distribuir las conmemoraciones del misterio de Cristo y de la salvación. Esta necesidad de la estructura organizativa del tiempo que concreta en la práctica la relación historia de la salvación y tiempo, o tiempo y liturgia- es lo que denominamos calendario litúrgico. El actual Calendario litúrgico de la Liturgia Romana fue promulgado el 21 de marzo de 1969, mediante el Decreto Anni liturgico ordinatione [= Notitiae 5 (1969) 163-164)]. Con el calendario se publicaron las Normas universales sobre el año litúrgico y el calendario (= NUALC), que pueden verse al comienzo de las ediciones del Misal Romano. 14 Pero, una cosa es la necesidad de una estructura organizativa del tiempo, es decir la necesidad de un calendario, y otra el valor en sí de esta estructura al servicio de la salvación. Por tanto, ni el ritmo semanal o anual de las celebraciones, ni los días de las fiestas, ni ningún otro tiempo de la liturgia tienen valor absoluto como si fueran unos tiempos sagrados dotados de un poder salvífico como en la concepción religiosa fuera del de la Biblia. No es el tiempo litúrgico por sí sólo, lo que es signo de salvación y presencia del misterio de Cristo en el tiempo, sino el tiempo litúrgico en la medida en que el creyente lo vive como tiempo de gracia y de salvación (cf. 2 Cor 6,2). Ante los tiempos litúrgicos no estamos como ante los sacramentos que poseen una eficacia ex opero operato, sino ante unos signos que tienen también valor sacramental y salvífico en virtud de su institución por la Iglesia que, unida a Cristo. concreta los medios y los modos de hacer presente la salvación en el tiempo. a) El ritmo diario La estructura del tiempo en la liturgia se asienta, en primer lugar, sobre el día, la unidad fundamental de todas las ordenaciones rítmicas del tiempo. Además existe un ritmo semanal, apoyado fundamentalmente en el domingo, un ritmo anual que gira en torno a la Pascua, pero que comprende varios ciclos y diversas celebraciones festivas o conmemoraciones que se insertan en él. Cada día es santificado por las celebraciones litúrgicas del Pueblo de Dios, principalmente por el sacrificio eucarístico y por el Oficio Divino. El día litúrgico 15 comienza a medianoche y se extiende hasta la medianoche siguiente. Pero la celebración del domingo comienza ya en la tarde del día precedente (NUALC 3). El día litúrgico es medido desde las 0 horas hasta las 23h 59' 59'' de cada jornada. Es la forma moderna de la antigua costumbre greco-romana de medir el día de medianoche a medianoche. No obstante los domingos y solemnidades se cuentan desde la tarde precedente, reminiscencia del modo judío de señalar el comienzo del día (cfr.: Gn 1,5). De aquí las I Vísperas y las Vigilias. Comienzo y duración del día litúrgico. Caso del domingo y las solemnidades. El centro del día la celebración eucarística. b) El ritmo semanal El segundo gran ritmo que marca la vida litúrgica es el semanal: En el primer día de cada semana, llamado día del Señor o domingo, la Iglesia, según una tradición apostólica que tiene sus orígenes en el mismo día de la resurrección de Cristo, celebra el misterio pascual" (NUALC 4). La semana es el período de siete día, que tiene su origen en el calendario lunar (= división del tiempo basado en las fases de la luna). La semana equivale a una fase distinta y a la cuarta parte del mes lunar. La semana judía. Los días de la semana judía no poseen nombres especiales, son numerados de manera consecutiva: 16 primer día (nuestro domingo); segundo día (nuestro lunes). Sólo el viernes, día que precede al sábado tiene un nombre especial: en griego: paraskeué (día de preparación) o prosábbaton (día anterior al sábado). La semana greco-romana. Semana en latín: hebdomada (= grupo de siete). Es la semana planetaria. En la antigüedad se conocían siete planetas. los cuales estaban relacionados con los poderes divinos, eran llamados con los nombres de los dioses y reverenciados de acuerdo a ello. Eran: Saturno, Sol, Luna, Marte, Mercurio, Júpiter, Venus. Es un enigma la secuencia de los planetas en la semana planetaria y las razones por las cuales difiere de la secuencia científica de la misma. La semana comenzaba por el sábado. La semana cristiana. La semana de siete días actualmente utilizada es una mezcla de la semana judía y de la planetaria. Los nombres de los días de la semana siguen llevando los de las siete deidades: dies solis, dies lunae, dies martis, dies mercurii, dies jovis, dies veneris, dies saturni. En las lenguas germánicas y románicas encontramos influencias judías: sábado (alemán: samstag). En términos generales la estructura de la semana cristiana corresponde a la de la semana judía. La asimilación de la semana planetaria fue un desarrollo secundario. La liturgia tiene en cuenta el ritmo de la semana, pero llama por su nombre solamente al Domingo (Dominica) -como primer día de la semana- y al Sábado (= Sabbato) -como último día-. A los demás días los designa como feriae -feria II, el lunes, feria III, el martes; etc. Feriae quiere decir día de fiesta. Para la liturgia todo día es festivo, desde el punto de vista de la 17 santificación del tiempo por la presencia permanente de Cristo resucitado en su Iglesia (cfr.: Mt 28,30). c) El ritmo anual El año es otra de las divisiones primarias del tiempo y tiene su fundamento en los fenómenos del sol y de la luna. De allí que el año puede ser lunar o solar, según se tengan en cuenta, para fijar la duración, los ciclos de la luna o la evolución del sol. El año lunar comprende doce períodos de lunaciones completas y tiene una duración exacta de: 354 días 8h 45''. El año solar tiene una duración de 365 días 5h 48' 46''. Estas fracciones que faltan para llegar a seis horas, y por tanto, a una cuarta parte del día, han dado lugar a los años bisiestos de 366 días cada cuatro años. Para medir el año y los meses con la mayor precisión posible, se han inventado muchos sistemas. Los más importantes han sido el sistema juliano (Julio César año 45 AC) y el sistema gregoriano (Gregorio XIII en 1582) aceptado por los protestantes pero no por las iglesias orientales. El año litúrgico como unidad celebrativa tiene su centro en la solemnidad de la Pascua. Han existido problemas para su fijación. Primero fue con el fin de celebrarla en domingo y no en el mismo día que los judíos: 14 de Nisán. Luego dificultades para hacer los cálculos. Según el concilio de Nicea, la Pascua ha de celebrarse el domingo siguiente al plenilunio de primavera. 18 Puede oscilar entre el 22 de marzo y el 25 de abril. La fiesta de la Pascua mueve consigo todo el ciclo pascual: la Cuaresma, el Triduo Pascual, la Cincuentena Pascual, y algunas solemnidades del Señor, como Santísima Trinidad, Cuerpo y sangre de Cristo, el Corazón de Jesús. Ocupando un segundo epicentro en el año se encuentra la solemnidad del Nacimiento del Señor, fiesta fija: 25 de diciembre. La precede el tiempo de Adviento y la siguen las solemnidades y los demás días que componen el ciclo de Navidad-Epifanía. Después de la Pascua, la Navidad es la máxima solemnidad cristiana En el curso del año se inscribían también las cuatro Témporas, días penitenciales ligados a las cuatro estaciones, instituidos por el papa Siricio (384-399). Actualmente han quedado reducidas a unos días de petición y de acción de gracias, cuya fijación corresponde a las Conferencias episcopales. La estructura fundamental del año litúrgico es el Propio del Tiempo, que comprende los citados ciclos de Pascua y de Navidad más el llamado Tiempo ordinario. En él celebramos los misterios del Señor: Durante el curso del año, la Iglesia conmemora todo el misterio de Cristo, desde la Encarnación hasta el día de Pentecostés y la expectación de la venida del Señor (SC 102). El año tiene el misterio de Cristo desplegado en cada uno de sus aspectos. Pero también se inscriben en el mismo círculo 19 del año las conmemoraciones de la Virgen María y de los Santos, testigos del misterio pascual cumplido en sus vidas (cf.: SC 103-104 y NUAL 8-14). 1.3.3 Carácter sacramental del tiempo litúrgico El tiempo litúrgico es un signo que pone de manifiesto una potencialidad de salvación para el creyente, aunque sea solamente como marco significativo en el que se realizan las celebraciones litúrgicas. El tiempo litúrgico, como signo sacramental portador de salvación, posee una cierta eficacia en razón de su institución por la Iglesia, que se sirve de estos y de otros signos para hacer patente y cercana la presencia salvadora de su Señor. Al decir: «signo sacramental portador de salvación» no estamos dando a esta expresión el mismo valor que si se tratara de los sacramentos, los cuales son eficaces en virtud de la institución de Cristo, y en el más alto grado de eficacia (ex opero operato). Sin embargo los tiempos litúrgicos son verdaderos signos, que poseen una cierta eficacia en razón de su institución por la Iglesia, la cual actúa a través de ellos con la potencia salvífica recibida de Cristo (ex opere operantis Ecclesiae). a) Del tiempo cósmico al tiempo sagrado El tiempo es la medida de todas las cosas en cuanto a su duración. El tiempo cósmico es homogéneo, marcado por el ritmo y la alternancia, señalado por cronómetros o la posición de los astros. En el reloj todas las horas son iguales, en el calendario no hay distinción entre los días y los meses. Es el resultado de una observación y de un cálculo, es el tiempo matemático. 20 Pero para el hombre, el tiempo posee dimensiones diferentes, teniendo cada instante un valor exclusivo y propio. Distingue porciones de tiempo en que sucede algo de aquellas en las que no sucede nada. Hay días que al hombre le resultarán favorables o fastos, y otros días le serán nefastos. Aparece así la idea del tiempo sagrado frente al tiempo ordinario o profano. Uno y otro no se salen del tiempo cósmico, pero se tiene la impresión de que el tiempo sagrado es un espacio, un paréntesis. Es como una inmersión en la eternidad. Es una hierofanía (manifestación de lo divino o trascendente) de la actividad divina. Supone una interpretación religiosa del tiempo cósmico, interpretación ligada: a la evolución cíclica de la naturaleza, a partir de la significación mítica del nacer y renacer de la naturaleza en la primavera; y al recuerdo de determinados hechos históricos o legendarios. Así surgen los calendarios que recogían los tiempos favorables para las actividades del hombre (agricultura). Es reversible, circular, recuperable cada vez con su carga idéntica de poder y de hierofanía. Es el continuo retorno del tiempo cósmico inicial. b) Del tiempo sagrado al tiempo históricosalvífico En la historia de Israel se produjo un cambio en la concepción del tiempo sagrado. No sólo en cuanto a la salvación del hombre, sino sobre todo en el modo como se concibe la realización de la salvación en él. 21 La Pascua: de fiesta natural (primavera) a la conmemoración de un acontecimiento histórico (liberación de Egipto por parte de Dios). Se ha superado la idea del tiempo cíclico, el eterno retorno del tiempo cósmico inicial. El Dios de Israel se manifiesta en la historia, en el curso del tiempo. El tiempo sagrado no es ya una hierofanía repetida, sino una teofanía, un signo de la acción personal de Dios en favor de su pueblo. Hay una concepción lineal del tiempo y no circular. Para la Biblia, el tiempo es el ámbito de la actuación de Dios en favor de su pueblo. Este tiempo bíblico lleva al hombre hacia adelante, hacia el futuro. Hay una evocación, una promesa y profecía. El tiempo histórico es un tiempo histórico salvífico. El tiempo ya no es un Crónos, sino un Kairós. El tiempo histórico salvífico es una línea continua en la que cada acontecimiento engloba el pasado y el futuro, pero no en cuanto retorno mítico a los orígenes, sino en cuanto cumplimiento, y a la vez, promesa nueva de ulteriores perfeccionamientos: anuncio y cumplimiento; promesa y realidad; profecía y verificación c) Del tiempo histórico-salvífico al tiempo litúrgico El tiempo litúrgico es la ritualización del tiempo histórico salvífico, más aún, la continuación de la historia de la salvación manifestada en las intervenciones divinas. El acontecimiento de la salvación que ha dado lugar al tiempo sagrado, no es sólo objeto de recuerdo o de mera evocación, sino 22 también de actualización en el tiempo litúrgico. De aquí que el tiempo litúrgico es memorial eficaz y presencia de la acción salvadora de Dios, a diferencia del tiempo sagrado natural que es sólo retorno mítico a los orígenes, imitación ilusionada del hacer divino para volver a empezar. El tiempo litúrgico prolonga la secuencia de hechos de salvación. En el tiempo litúrgico es imposible la vuelta atrás, porque el rito aunque actualiza un acontecimiento de salvación pasado, en realidad mira sólo al presente y al futuro. Los tiempos litúrgicos de Israel desembocan en el acontecimiento Cristo y en los tiempos litúrgicos cristianos. La vida histórica de Jesús, presencia en el tiempo y en la historia del que está fuera del tiempo y por encima de la historia, resultó perfecto cumplimiento de cuanto anunciaban, prefiguraban y significaban las fiestas y los tiempos litúrgicos de Israel. Jesús es el verdadero Señor del tiempo, como el protagonista de los tiempos sagrados bíblicos. Los tiempos litúrgicos cristianos ya no son figura o profecía de lo que ha de cumplirse, porque el cumplimiento ya ha tenido lugar, especialmente en la Pascua del Señor, sino que son proclamación de cuanto ha ocurrido en/con Cristo de una vez para siempre, de una vez por todas (= ephápax). La liturgia siempre interpreta la historia de la salvación a la luz de Cristo y de la Pascua, y por eso ve en el AT el «tipo» y la «figura» de la realidad perfecta que ha venido después. El centro y el objeto de la celebración del tiempo en la liturgia cristiana es el misterio de Cristo. 23 El tiempo litúrgico cristiano se apoya en la ciclicidad del tiempo cósmico, lo mismo que el tiempo sagrado natural y el bíblico. Pero no descansa sobre esta ciclicidad, sino que la supera; apoyándose no en la naturaleza, en los astros o en la vegetación, sino en la historia. Por eso asume también el tiempo histórico-salvífico y se apoya en la estructura festiva del calendario litúrgico hebreo, en la medida que este desemboca en Cristo y es perfeccionado por El. De este modo hace la síntesis entre el movimiento circular del tiempo sagrado natural y el avance de la historia de la salvación, actualizada en el tiempo litúrgico bíblico. El tiempo litúrgico cristiano pertenece a la última etapa de la historia de la salvación; y es por tanto, un medio más para hacer realidad la salvación en la historia. Los tiempos litúrgicos son tiempos significativos, tienen un valor simbólico y referencial al misterio de Cristo, acontecimiento salvador que convirtió en kairós de gracia y salvación la historia humana. En este sentido, los tiempos litúrgicos son unos peculiares signos litúrgicos, cuya eficacia depende de que sean guardados y celebrados. Es decir, los tiempos litúrgicos deben ser observados en cuanto tales, no como simples días carentes de sentido, sino como ámbitos de la presencia y acción de Cristo en la historia humana. Todo signo litúrgico tiene una dimensión demostrativa de la realidad sagrada e invisible (gracia santificante y el culto a Dios) y al mismo tiempo una dimensión profética y prefigurativa de lo que está por venir, de la gloria que un día ha de manifestarse y el culto que tiene lugar e la Jerusalén 24 celestial. El tiempo no está exento de estas dimensiones. Más aún, las pone de relieve, si cabe, con mayor fuerza y claridad, puesto que se inscriben en la dinámica de la historia de la salvación, cuyo desarrollo lineal, siempre en avance, se caracteriza precisamente por la conjunción de estas dos dimensiones en un presente de gracia y salvación. El tiempo litúrgico es, por consiguiente, un tiempo representativo y no sólo simbólico de los tiempos, de los kairoi, en que tuvieron lugar los acontecimientos de la salvación, especialmente la vida histórica de Jesús y su misterio pascual. Los tiempos litúrgicos son el marco de la presencia actual de la salvación en el aquí y ahora de la existencia de los hombre. No son mera evocación de los acontecimientos de la vida de Jesús, como ejemplos morales a imitar. La liturgia representa, o mejor dicho, presencializa, hace presente, de otra manera. La liturgia hace presente los misterios de la vida de Jesús en el tiempo que ha seguido a su glorificación, una vez que ya no está sometido a las leyes y a las limitaciones del tiempo. Esta es precisamente la función de los tiempos litúrgicos y su valor representativo y significante: ser nuevos kairoi de la salvación mediante la presencia de los misterios de Cristo en la celebración de los mismos. Esto lo recordaba ya Pío XII en la encíclica Mediator Dei (1947): “El año litúrgico..., no es una representación fría e inerte de hechos que pertenecen a tiempos pasados, ni un simple y desnudo recuerdo de épocas pretéritas; sino más 25 bien es Cristo mismo, que persevera en su Iglesia siempre y que prosigue aquel camino de inmensa misericordia que inició en esta vida mortal cuando psaba haciendo el bien (Hch 10, 38), con el fin de que las almas humanas se pongan en contacto con sus misterios y por ellos en cierto modo vivan. Estos misterios que están presentes y obran constantemente, no en la forma incierta y oscura de que hablan algunos escritores modernos, sino porque, como enseña la doctrina católica y según la sentencia de los doctores de la Iglesia, son eximios ejemplos de perfección cristiana y fuentes de gracia divina por los méritos y oraciones de Jesucristo y perduran en nosotros por sus efectos, siendo cada uno de ellos, según su propia índole, causa de nuestra salvación” (MD 205). Es una lástima que el Papa dejara reducida la eficacia de la salvación de los misterios de la vida de Cristo a través del año litúrgico a la pervivencia en nosotros de su virtud santificadora y a su condición de ejemplos ilustres de perfección cristiana. El concilio Vaticano II es más explícito: Conmemorando así los misterios de la redención (en el círculo del año), (la Iglesia) abre las riquezas del poder santificador y de los méritos de su Señor, de tal manera que, en cierto modo, se hacen presentes en todo tiempo y para que puedan los fieles ponerse en contacto con ellos y llenarse de la gracia de la salvación (SC 102). 26 Por lo tanto, el acontecimiento de salvación ocurrido una sola vez y para siempre, puede hacerse presente en su eficacia y virtualidad todas las veces que dicho acontecimiento sea celebrado y actualizado. El tiempo aquel de salvación ya no puede repetirse, quedó atrás para siempre, pero el acto salvador de lo divino en el tiempo puede de nuevo situarse en las coordenadas donde transcurre la existencia de los hombres, es decir, en la historia, y convertir a ésta en historia de salvación. Los tiempos litúrgicos son una síntesis de la historia dela salvación. En ellos se funden el pasado, el futuro y el presente, pero siempre en la esperanza y en la presencia redentora del misterio pascual de Jesucristo. 2. El año litúrgico: es el misterio de Cristo El año litúrgico debe ser considerado como una verdadera liturgia, es decir, el conjunto de los momentos salvíficos, celebrados ritualmente por la Iglesia sobre todo mediante la eucaristía, como memorial de los acontecimientos con los que se realizó en la historia el misterio de la salvación. Por tanto, hay que hacer del año litúrgico una lectura ante toda teológica. 2.1 La celebración del misterio de Cristo en el tiempo El año litúrgico “es la celebración-actualización del misterio de Cristo en el tiempo; es la presencia, en un modo sacramental-ritual, del misterio de Cristo en el espacio de un 27 año.” 1 El año litúrgico celebra la obra salvadora de Cristo en el tiempo. Por ello el año litúrgico no puede reducirse a un simple calendario de días y meses a los que están vinculadas las celebraciones religiosas. El componente de tiempo es especialmente importante en la celebración del misterio de Cristo en el año litúrgico. En efecto, para el cristiano el tiempo es la categoría dentro de la cual se realiza la salvación. La liturgia, vista como la continuación de la intervención de Dios que salva a través de signos rituales, prolonga y actualiza, mediante la celebración, las riquezas salvíficas del Señor. Por ello el año litúrgico no es una serie de ideas o una sucesión de fiestas más o menos importantes, sino que es una Persona, Jesucristo. La salvación realizada por él “principalmente por el misterio pascual de su bienaventurada pasión, de su resurrección de entre los muertos y de su gloriosa ascensión (SC 5), es ofrecida y comunicada en las diversas acciones sacramentales que caracterizan el dinamismo del calendario cristiano. La historia de la salvación que continúa en el hoy de la Iglesia constituye, por tanto, el elemento vertebrador del año litúrgico. Si la historia de la salvación se concibe como una línea recta que se desarrolla teniendo a Cristo como un punto fijo que orienta toda la historia anterior y posterior a él, la celebración litúrgica de la Iglesia se puede ver como un momento de esa historia, es decir, un momento de contenido histórico salvífico en forma ritual. En efecto, el año litúrgico en sus fiestas celebra sólo y siempre el misterio de Cristo como 1 M. AUGÈ, Liturgia. Historia. Celebración. Teología. Espiritualidad, Biblioteca Litúrgica 4, Ed. Centre de Pastoral Litúrgica, Barcelona 1995, 208. 28 centro de la historia salvífica. Nuestro tiempo en la celebración litúrgica adquiere el valor de kairos, de espacio o momento de salvación. Este concepto está expresamente afirmado en las Praenotanda de las Misas de la Virgen María: Después de la gloriosa ascensión de Cristo al cielo, la obra de la salvación continúa realizándose sobre todo en la celebración de la liturgia, la cual es considerada no sin razón el momento último de la historia de la salvación. 2 El año litúrgico es una de las formas, y no la menos importante, a través de la cual Cristo sigue actuando ininterrumpidamente en el tiempo y nosotros podemos entrar en contacto con todos y cada uno de los acontecimientos salvíficos de su existencia histórica, los cuales son para nosotros fuente y causa de la vida divina y de la gracia. Tenemos pues dos aspectos a considerar: la presencia del Señor en sus misterios en el año litúrgico; y la conformación sacramental a Cristo. 2.2 Presencia del Señor en sus misterios en el año litúrgico La salvación, realizada por Dios en la historia, se hace presente y eficaz para los hombres de todos los tiempos y de todos los espacios. La salvación realizada por Dios mediante el acontecimiento de la Pascua de Cristo, acontecimiento 2 Misas de la Virgen María I Misal, Coeditories litúrgicos, Barcelona 1987, Orientaciones generales11. 29 histórico único e irrepetible, realizado una vez por todos, una vez para siempre (Hb 10,10.12.14), será perpetuado cada vez que celebramos, hacemos un memorial (hebreo: zikkaron; griego: anamnesis). Cristo ha querido que sus discípulos de todos los tiempos hicieran “memorial” perpetuo de él (1 Cor 11,25) para actuar en el “hoy” la misma realidad salvífica cumplida por Él en el tiempo pasado. 2.2.1 Celebración que actualiza los misterios de Cristo Desde el punto de vista teológico es la actualización, es decir, un acto con que se hace actual, presente, lo que por sí pertenece al pasado. Desde el momento en que se excluye la repetición del acontecimiento y también la anulación del tiempo, de la distancia temporal (Cristo que muere aquí, ahora, en cada celebración; como si ya no existiera diferencia entre “ahora” y “entonces”), evidentemente estamos delante de un tipo de presencia particular que no puede ser histórica. Los Padres de la Iglesia hablan de presencia in mysterio. “El verdadero año litúrgico es Cristo mismo que, siendo luz sin ocaso, Rey eterno y universal (1 Tim 1, 17), continúa a hacerse presente en el tiempo de peregrinación de la Iglesia y a darle ánimo, re-proponiéndole, para que viva, la riqueza de sus misterios. Cristo se nos revela visiblemente a nosotros en sus misterios que ha confiado a su Iglesia. Por esto, san Ambrosio, dirigiéndose a Cristo, exclama: ‘Yo te encuentro en tus misterios’. ” 3 3 P. GIGLIOLI, «Cristo è il vero Anno Liturgico», en: Celebrare il mistero della salvezza I: L’Anno Litugico, Centro di Azione Liturgica (ed), Ed. Liturgiche, Roma 1998, 30. 30 La liturgia es el principal medio de la presencia del Señor en su Iglesia (cf. SC 7). Pero Cristo no sólo se hace presente con su poder de salvación en la Palabra y en los sacramentos, especialmente en la Eucaristía, sino que también lo hace en cada uno de los misterios que la Iglesia celebra en el año litúrgico (cf. SC 102). Esta presencia no es meramente subjetiva y limitada a la contemplación reflexiva y afectiva de los aspectos del misterio de Cristo que se van conmemorando, sino que entraña una cierta eficacia salvífica objetiva: “Al conmemorar así los misterios de la redención, (la Iglesia) abre las riquezas del poder santificador y de los méritos de su Señor, de tal manera que, en cierto modo, se hacen presentes en todo tiempo y para que puedan los fieles ponerse en contacto con ellos y llenarse de la gracia de la salvación” (SC 102). Del texto conciliar emerge que el año litúrgico viene visto como un recuerdo o memoria de los misterios de la redención; y además que hay alguna presencia de estos misterios para que los fieles al ponerse en contacto con ellos se llenen de la gracia de la salvación. Estos misterios de la vida histórica de Cristo, recordados en el año litúrgico, no están puestos para la meditación, o simples ejemplos a imitar, sino como signos eficaces de salvación realizados por el Cristo histórico y ahora presentes en el hoy de la celebración del año litúrgico, no en su materialidad histórica que pertenece a un tiempo pasado, sino en su eficacia salvífica. Podemos decir: no se trata de la presencia del hecho en su espesor histórico, sino de la presencia de aquella realidad 31 salvífica que Dios ha querido comunicar al mundo mediante le evento. Este contenido salvífico es llamado por san León Magno virtus operis (el poder de la obra de la salvación). La celebración, al actualizar los acontecimientos salvíficos haciéndolos presentes para quienes los celebran, produce una cierta contemporaneidad del acontecimiento celebrado. ¿Cómo lo consigue? Fundiendo en la dimensión de eternidad el pasado, el presente y el futuro. Es decir, haciendo confluir los tiempos de la celebración con el tiempo metahistórico y eterno de Dios, en el que está Cristo glorioso, Señor de la historia, “el mismo ayer, hoy y siempre” (Hb 13,8; cf. Ap 1,18; etc.). Cristo, nuestro Sumo Sacerdote y Mediador, sigue “actuando en el tiempo” a través de la acción ritual de la Iglesia, haciendo partícipes a los hombres de la oblación de su Sacrificio redentor y de su perenne intercesión ante el Padre por nosotros (cf. Jn 14,16; 1 Jn 2,1-2; etc.). La liturgia no reproduce nunca el entorno social, cultural o histórico de los acontecimientos que celebra, ni recrea las circunstancias temporales y locales en las que se produjeron –esto sería convertir la liturgia en teatro-, sino que hace presente aquello que constituye el valor trascendente y metahistórico del misterio de Cristo, para hacerse contemporáneo de los hombres de todos los tiempos y de todos los lugares. El Señor resucitado se hace presente en el aquí y ahora de la celebración, es decir, en el tiempo de los hombres. Es esta presencia de Cristo y de su misterio pascual en el tiempo lo que convierte a los distintos tiempos celebrativos en signos eficaces de la salvación. 32 Por eso la pasión, muerte y resurrección del Señor no se actualizan en la liturgia tan sólo en su ejemplaridad espiritual y moral, sino en su entidad suprahistórica y eterna. Cada vez que se celebra el memorial de la pasión muerte y resurrección, no se repite físicamente el sacrificio de la cruz, ocurrido una sola vez para siempre (cf. Rm 6,10; Hb 7,27), sino que se efectúa una nueva actuación o inclusión de dicho acontecimiento en la vida de los hombres, es decir, en el tiempo. En efecto, 4 “el Misterio pascual de Cristo se celebra, no se repite; son las celebraciones las que se repiten” (CEC 1104). Las fiestas y los tiempos litúrgicos no son aniversarios de los hechos de la vida histórica de Jesús, sino «presencia in mysterio», es decir, en la acción ritual y en todos los signos litúrgicos. Los hechos y palabras realizados por Cristo en su existencia terrena ya no vuelven a producirse, pero en cuanto acciones del Verbo encarnado son acontecimientos salvíficos (kairoi) actuales y eficaces para quienes los celebran. Por esto el año litúrgico no es “una representación fría e inerte de hechos que pertenecen a tiempos pasados, ni un simple y desnudo recuerdo de épocas pretéritas; sino más bien es Cristo mismo, que persevera en su Iglesia siempre y que prosigue aquel camino de inmensa misericordia que inició en esta vida mortal cuando pasaba haciendo el bien (Hch 10, 38), con el fin de que las almas humanas se pongan en contacto con sus misterios y por ellos en cierto modo vivan” (MD n. 205). 4 R RUSSO, El Jubileo, tiempo de celebración, en: Soleriana 13 (2000/1) 10-12. 33 A través de la liturgia, entendiendo por ella no sólo los sacramentos sino también los tiempos litúrgicos y las fiestas, los fieles alcanzan el poder santificado y los méritos que se encierran en los misterios de Cristo, como si los “tocaran” (cf. Lc 6,19;Mc 5, 28-30). Los “días determinados” del año litúrgico (cf. SC 102; 105) son signos sagrados que están inundados de la presencia del Señor. Esta presencia es más intensa en los momentos de la celebración que santifican el tiempo, es decir, la eucaristía y la liturgia de las horas, pero colma y santifica la totalidad del tiempo festivo. 2.2.2 El “hoy” litúrgico Los misterios de la salvación “recordados” en el Año litúrgico son signos eficaces de salvación realizados por el Cristo histórico y ahora presentes en el «hoy» de la salvación del año litúrgico, no en su materialidad histórica que pertenece a un pasado irrepetible, sino en su eficacia salvífica. La presencia y acción del Espíritu Santo en la liturgia hace actualizar lo que se celebra. Estamos frente a una categoría de la teología litúrgica: el “hoy” litúrgico: Él (Espíritu Santo) hace actualmente presente (hodie) y eficaz el misterio de la salvación realizado de una vez para siempre.” 5 Cuando Jesús en la sinagoga de Nazaret (Lc 4, 16-21) concluida la lectura del texto de Isaías (Is 61,1-2) comenta el 5 Comisión Litúrgica del Comité Central del Gran Jubileo del Año 2000, Ven, Espíritu Santo. Materiales litúrgicos para 1998, Oficina del Libro, Buenos Aires 1997, n. 9. 34 texto, dice: “Hoy se cumple ante ustedes esta Escritura” (Lc 4,21), nos está mostrando como el texto del profeta se cumple realiza lo que dice- y es actual -tiene una dinámica para hoy-. Lo que sucedió in illo tempore, sucede también hoy. El in illo tempore (en aquel tiempo) se hace hodie (hoy) e hic et nunc (aquí y ahora). El semel (una vez) se convierte en quotiescumque feceritis (cuantas veces lo hiciereis). San Agustín, en sus sermones de Pascua, lo dice repetidamente: “Lo que la realidad indica que tuvo lugar una sola vez, eso mismo renueva la solemnidad para que lo celebren con repetida frecuencia los corazones piadosos (quod semel factum in rebus veritas indicat, hoc saepius celebrandm in cordibus piis sollemnitasa renovat)... La Pascua tuvo lugar una sola vez, y no va a volver a darse: según la solemnidad (celebración litúrgica), en cambio, cada año decimos que la Pascua ha de llegar. A esto se refiere la solemnidad tan resplandeciente de esta noche (noctis huius tam praeclara sollemnitas), en la que, manteniéndonos en vela, en cierto modo actuamos, mediante el resto del pensamiento, la resurrección del Señor (resurrectionem Domini per cogitationis reliquias operemur), que, mediante el pensamiento, confesamos con mayor verdad que tuvo lugar una sola vez”. 6 La liturgia gravita en torno al hoy, al presente, a la actualidad. Por eso, la dimensión principal del tiempo litúrgico 6 SAN AGUSTÍN, Sermón 220. 35 no es el pasado ni el futuro, es el presente, el aquí y ahora de la salvación. Es lo que la liturgia ora cantando en determinadas fiestas litúrgicas, 7 especialmente en los tiempos fuertes: Hoy nos ha nacido un niño que se llamará Dios poderoso. Aleluya. (Liturgia de las Horas, ant. 3, laudes de la Natividad del Señor) Engendrado antes de la aurora de los siglos, el Señor, nuestro Salvador, hoy se ha manifestado al mundo. (Liturgia de las Horas, ant 1, laudes de la Epifanía del Señor). Una peculiaridad de la liturgia romana es la repetición del hodie en una misma antífona: Hoy ha nacido Jesucristo; hoy ha aparecido el Salvador; hoy en la tierra cantan los ángeles; se alegran los arcángeles; hoy saltan de gozo los justos, diciendo: “Gloria a Dios en el cielo”. (Liturgia de las Horas, ant. Magnificat de las II vísperas de la Natividad del Señor). Veneramos este día santo, honrado con tres prodigios: hoy la estrella condujo a los magos al pesebre; hoy el agua se convirtió en vino en las bodas de Caná; hoy Cristo fue bautizado por Juan en el Jordán, para Cf. J. PINELL, L’”hodie” festivo negli antifonari latini, en: Rivista Liturgica 61 (1974) 579-592, a quien sigo en este apartado; R. LEIKAM, Las antífonas “Hodie”: la espera, el cumplimiento, la escatología, en: Ecclesia Orans 16 (1999/1) 79-97. 7 36 salvarnos. Aleluya. (Liturgia de las Horas, Ant. Magnificat de las II vísperas de la Epifanía del Señor). El hoy litúrgico nos muestra que: i) el misterio celebrado se hace presente en la celebración; ii) el “hoy” es un verdadero “kairós” de salvación. Para Dios cada tiempo es un hoy. Para el cristiano, el hoy de la celebración eclesial es la ocasión privilegiada para introducirnos en el “hoy” de Dios, y por lo tanto para alcanzar la salvación. Haciendo eco de la doctrina de los misterios de Odo Casel el Concilio afirma valientemente: 8 “Al conmemorar así los misterios de la redención, la Iglesia abre la riqueza de las virtudes y de los méritos de su Señor, de modo que se los hace presentes en cierto modo, durante todo tiempo, a los fieles para que los alcancen y se llenen de la gracia de la salvación” (SC 1012). No nos dedicamos a celebrar “aniversarios” de hechos pasados, por importantes que hayan sido. Es lo que el Catecismo afirma de la liturgia en general: “Cuando la Iglesia celebra el Misterio de Cristo, hay una palabra que jalona su oración: ¡hoy!, como eco de la oración que le enseñó el Señor (Mt 6,11) y de la llamada del Espíritu Santo (Hb 3,7-4,11; Sal 95,7). Este hoy del Dios vivo al que el hombre está llamado a entrar, es la Cf. O. CASEL, “Hodie”, en: El año litúrgico (teología y pastoral) = Cuadernos Phase 14, Centre de Pastoral Litúrgica, Barcelona 1990, 5-9. 8 37 hora de la Pascua de Jesús que es el eje de toda la historia humana y la guía” (CEC 1165). La liturgia no celebra aniversarios. Hace presente el acontecimiento. O mejor, deja que Cristo lo haga presente, y dispone a todos a acogerlo de nuevo. 9 2.2.3 Configuración a Cristo La celebración de los misterios de la salvación en el año litúrgico conduce también a una configuración a Cristo, a la imitación de Cristo. Ahora bien, la imitación (mimesis) no debe entenderse tan sólo en sentido moral, como reproducción de las actitudes y sentimientos del Hijos de Dios (cf Flp 2,5-8), sino en el plano ontológico y sacramental de la asimilación y configuración del hombre a Cristo (cf. Rom 8,29; Flp 3,10; Ef 4,24). Esta asimilación es un proceso que comienza en los sacramentos de la Iniciación cristiana y que va desarrollándose mediante la penitencia y la eucaristía hasta que llegue la hora del tránsito del cristiano de este mundo al Padre, restaurada ya plenamente en él la imagen y semejanza divina con la que fue creado (cf. Gn 1,26-27); Col 3,10). Al celebrar los distintos aspectos del misterio de Cristo en el año litúrgico, el cristiano reconoce en su propia existencia la vida del Hijo de Dios que le ha hecho renacer con él, vivire en él, padecer, morir, resucitar e incluso estar sentado con él en los cielos (Cf. Rom 6,3-4; 8,17; Ef 2,5-6). Cada uno de los acontecimientos de la vida de Cristo desplegados en el año litúrgico, a la vez que se hacen presentes y operantes en la vida 9 Cf. J. ALDAZÁBAL, El Triduo Pascal, Biblioteca Litúrgica 8, Centre de Pastoral Litúrgica, Barcelona1998, 44-50. 38 de los bautizados, son el paradigma y la referencia de cuanto sucede en aquellos que han sido incorporados sacramentalmente a Cristo y hechos miembros de su cuerpo. El año litúrgico, con su secuencia de tiempos y de fiestas, revela y permite vivir esa realidad místicamente: “La celebración del año litúrgico tiene una peculiar fuerza y eficacia sacramental para alimentar la vida cristiana... Con razón, al celebrar el misterio del Nacimiento de Cristo y su manifestación en el mundo, pedimos “poder transformarnos interiormente a imagen de aquel que hemos conocido semejante a nosotros en su humanidad”; y mientras renovamos la Pascua de Cristo, suplicamos a Dios que los que han renacido con Cristo sean fieles durante su vida a la fe que han recibido en el sacramento” Pablo VI: Motu proprio Misterii Paschalis I (11 de febrero 1969). CONCLUSIÓN “El Año Litúrgico es el medio a través del cual la Iglesia es visitada por su Esposo que en el Espíritu Santo cada año ofrece a su amada luz y amor” (Dom PROSPERO GUÉRANGER (1805-1875): El Año Litúrgico (9 vols. 1841/66).