El despegue rapaz de Los aguiluchos: una páginas rezagadas de Leopoldo Marechal Mariel Rabasa Universidad Nacional del Sur Leopoldo Marechal (1900-1970) escribe Los aguiluchos en 1922, pero a pesar de la fecha de su publicación, creemos que este poemario debe quedar definitivamente incluido en el mapa de la lírica de fines del siglo XIX. Para nuestro análisis tendremos en cuenta lo que dice María Pilar Pueyo Casaus en su trabajo “Nihilismo/Vitalidad en el decadentismo europeo y modernismo hispánico (final siglo XIX - principios XX)” en torno de la relación entre el nihilismo y el vitalismo como dos polos: “uno, el de la melancolía, hastío hermano del nihilismo de Shopenhauer. El otro, opuesto, sería una corriente de grandiosa afirmación de vitalidad que parte de Wagner” y que, “por un mecanismo compensatorio, un polo pide el otro. Es como si el ser entero buscase salir de su pozo de negatividad y se lanzase a esa desbordante afirmación de vida y plenitud” (Pueyo Casaus, 457). El nihilismo de Shopenhauer (1788-1860) se traduce en una suerte de sombras, de negatividad y de tristezas; y debemos destacar en este sentido, la voluntad infinita que vive en el hombre la cual le produce gran insatisfacción y dolor. Se trata en definitiva del fundamento filosófico de “l’ennui”, es decir, de la anulación de la voluntad de vivir tal como se presenta en algunos segmentos de la producción lírica de los poetas franceses (Charles Baudelaire, Stéphane Mallarmé, Paul Verlaine), italianos (Gabriele D’Annunzio), o españoles (Ramón María del Valle Inclán). Esto es, en parte, constatable en este poemario de Leopoldo Marechal, no como un rasgo exclusivo en su devenir vital sino como uno de los pasos necesarios para alcanzar la libertad del ser y su ascenso en plenitud. La presencia del “l’ennui” obedece a distintas causas: teológicas, filosóficas, políticas, morales, sociales, existenciales…. Podríamos apuntar respecto de Marechal algunos ejemplos que plasman este sentimiento de angustia y tristeza: “Es la bruja Tristeza, la sutil tejedora que se viene de lejos sin que nadie la invoque” (Marechal, 24) “alondra que a veces muerta parece que se despierta cantando angustias de ayer” (Marechal, 75) “A veces me pregunto: ¿Qué hará la grey humana, si algún día descubre con angustia que ya no tiene que alcanzar más nada?” ( Marechal, 80) Para relacionarlo específicamente con alguno de los poetas del XIX, podemos citar a Baudelaire, quien evidencia la angustia y la desesperanza en su poema “ Spleen”, poema LXXVI, de Las flores del mal de 1861: “Rien n’égale en longueuer les boiteuses journées, quand sous les lourds flocons des neigeuses années L’ennui, fruit de la morne incuriosité, Prend les proportions de l’immortalité» (78) En la parte III del poema que abre el libro, “Poema de los aguiluchos”, se observa el estado de derrota en el alma del poeta, quien por momentos no lucha, no se advierte una capacidad de confianza, ésta más bien ha sido vencida por la angustia y llora en su impotencia. Son significativas expresiones como: “ en la sombra me hundí”, “en antros y en tinieblas”, “en el fondo”, “nebulosas”, “ciegan”, “inmutable”, “reseco”y “oscuridad”, y la sensación de avalancha que puede arrastrarlo en su caída: “…Pero angustiado siento/ como se ríe a veces la bruja Realidad”. (En este sentido: Cfr. Baudelaire, poema LXXX: “morne esprit, autrefois amoureux de la lutte ……..résigne-toi, mon coeur…. Esprit vaincu, fourbu! Pour toi vieux maraudeur L’amour n’a Pólux de gout, non plus que la dispute; Le Printemps adorable a perdu son odeur! Et le Temps m’engloutit minute par minute, …….. Avalanche, veux-tu m’emporter dans ta chute?” (81).) Sin embargo Marechal busca un Ideal, quiere elaborar un mundo de belleza con su poesía quien al igual que Mallarmé en el poema “Le Guignon”: “des mendieurs d’azur le pied dans nos chemins ………………………………. ………………………………… mordant au citron d’or de l’idéal amer. ………………………… o mort le Seúl baiser aux bouches taciturnes!” (11-12) ve el sufrimiento en la tierra y el infortunio, pero el corazón siempre añorando lo infinito, la Belleza, lo Absoluto. El final del poema de Marechal es significativo: “ Y se fueron. La aurora desmayó en sus topacios como desmaya un río sobre la mar. El sol Era un disco de cobre que arrojó a los espacios el atleta divino…su fecundo calor ………………….. despertó las montañas ateridas; con sueño se despojaron los bosques temblorosos; el mar encrespó sus oleajes, juvenil y risueño y la dinamia eterna dio su grito inmortal…” (Marechal, 8) Existe en Marechal, como en los poetas del siglo XIX francés, una explosión de vida en la Naturaleza, la inmensa savia revitaliza todo y el poeta es quien vaga triste por el cielo. El paisaje se esgrime como una fuerza exultante y el primero de los poemas que tratamos del autor argentino se inicia con el surgimiento del nuevo día que deja atrás a “los genios nocturnos”. Pero mediando el poema se refleja el contraste de ese inicio con la tristeza de la “terrible jornada” que se vive. La oposición está dada por el vuelo de los dos aguiluchos: “Con los ojos cansados de mirar un abismo Que no rinde a la aurora su densa oscuridad, Pasó el otro: volaba concentrado en sí mismo Y era firme su vuelo sobre la inmensidad”. (Marechal, 5) El vuelo de los aguiluchos por el cielo azul. En los poetas de fines del XIX, el cielo y el azul son los símbolos dobles de la Belleza, el Ideal y a la vez el recuerdo de la voz de Dios. En Marechal leemos: ”Yo subí a lo más hondo del azul”, “Yo he cruzado el azul”. Siempre es la fuente de la inquietud, la búsqueda de lo Absoluto, el ideal, la llamada de la trascendencia. Es decir, el paso superior en profundidad es que la angustia existencial, el sentimiento de melancolía, alcanza una dimensión metafísica plena y consciente traspasando la barrera de lo meramente psicológico y vivencial. Siguiendo con la simbología de los colores, existe por parte de los poetas franceses de fines del XIX, una manifiesta y bien definida preferencia por la temblorosa media luz, en muchos casos luz crepuscular, adecuada al marco de ese sentimiento de difusa melancolía (e.g. Verlaine. Cfr. Ferreres: 1975, quien analiza minuciosamente los elementos tomados del poeta francés) Y esto también es notorio en los modernistas españoles, es la hora predilecta: esos ocasos de luces inciertas. No cabe duda que hay consonancia con los sombríos estados de conciencia. En Marechal, no es el atardecer con sus luces difusas, sino el amanecer, pero con características similares en uno de los sentidos, el que nos ocupa en este apartado, el del nihilismo (veremos su resignificación un poco más adelante): “¡Y fue al romper la aurora! Por sobre las montañas, como un gran ostracismo de visiones extrañas que de la noche emergen, iniciaron sus rutas. Se encendía el levante con la luz matutina, los valles despertaban envueltos en neblina Y los genios nocturnos asaltaron las grutas.” (Marechal, 3) Digamos que si bien se trata del amanecer y por tanto podríamos suponer que no es tan desesperanzado, el paisaje aún muestra los vestigios de la noche con gran carga semántica sombría en sus expresiones. Por momentos la tristeza va desmoronando el alma del poeta (sobre todo en la tercera parte), en el que se deja traslucir un malestar espiritual de no se sabe qué, sí angustia, pero indefinida. La huella de Shopenhauer es clara en el sentido de la anulación de la voluntad de vivir. Estéticamente, en la expresión sincera y bella de esos estados del alma, los escritores de fines del siglo XIX consiguieron logros muy afortunados. Las ansias de infinito, les hacen encontrar, por momentos, vacíos a pesar de los logros brillantes o placenteros de la vida. Es esto lo que Marechal ha plasmado promediando el primero de los poemas: “……………Yo bendigo la vida porque junta la indócil solidez del basalto con la fragilidad de la rama florida. Yo subí a lo más hondo del azul; pero luego descendí a las llanuras donde el río resbala: “ (Marechal, 6) Como vemos el poeta no se libra en su obra de ráfagas de tristeza. Parece claro que Marechal hace notar que su condición de poeta, de soñador, es generadora de dolor y melancolía. No es una tristeza localizable en el orden moral como consecuencia de una determinada actitud sino que tiene una raíz más honda, de índole metafísica pues parte de la condición de ser poeta. Un alma que nace inclinada al ensueño encontrará ya ese vacío y melancolía en el punto de partida como resultado del choque con la realidad. En ese vacío que produce la vida del placer de los sentidos, encontramos un matiz sugerente en el no saber por qué, la imprecisión de una pena inexplicable de gran eficacia poética. Esto es reconocer que la verdad del hombre no le satisface, entonces se refugia en la poesía y eso causa el dolor y la pena por el choque con la frustración de lo real. De los franceses, Mallarmé y Verlaine también están en esta línea. Quizás sea en Marechal la voluntad de afirmación la que acallará esta angustia latente. Analizaremos a continuación la otra cara de la moneda: junto a la tristeza heredada del nihilismo de Shopenhauer, se presenta una explosión de vitalidad y optimismo, que además de ser una característica poética de Marechal, puede pensarse conectada a dos grandes figuras: Wagner y Nietzsche. “A simple vista podría parecer inexplicable la existencia de estos dos polos opuestos (…) pero la verdad psicológica es que estas dos posturas extremas están muy cercanas. Parece como si una generara inevitablemente la otra.” (p. 475). En palabras de Leopoldo Marechal: “¿Fue el gesto de lo bajo que soñaba en la altura Y en un impulso enorme coronó sus anhelos?” (Marechal, 4) Es decir que ese nihilismo profundo conduce por antítesis a un esfuerzo gigante por remontarse a la altura: “Yo no sé; pero en todo lo terreno palpita ese afán incansable de subir.” “……………….Hay en todo un deseo dormido, cual una margarita que en el pantano sueña ser el alma del lodo…” (Marechal, 4) Esta vitalidad wagneriana de afirmación de fe en la humanidad se traduce como una esperanza de valores del espíritu humano. El carácter sagrado, divino y del mito en el que Wagner veía la materia ideal del poeta (tengamos en cuenta que Wagner (1813-1883) inspiró y conformó muchas de las creaciones líricas del XIX europeo). Es la afirmación rotunda de la vida y la respuesta contundente ante la fugacidad de las cosas. Esto en Marechal se nos muestra en relación con los seres de la naturaleza, fugaces, fugitivos, incitando a abrazar el retazo de vida disponible apasionadamente, beber la vida a grandes sorbos: “El primero [de los aguiluchos] pasó con la vista serena del ideal que todo lo comprende y lo escala…” (Marechal, 3) como una forma de abarcar el mundo en su totalidad. Por su parte Nietzsche en Ecce homo de 1888, en el poema “A la melancolía”, dice: “Alabándote incliné la cabeza sentado en un tronco como un anacoreta. Así me contemplaste ayer, como otras muchas veces bajo los matinales rayos del cálido sol: Ávido el buitre graznaba en el valle soñándome carroña sobre madera muerta ¡Te equivocaste, pájaro desvastador, aunque momificado descansara en mi leño! No viste mi mirada llena de placer pasear en derredor altiva y ufana; y que cuando insidiosa no mira a tus alturas extinta para las nubes más lejanas se hunde en lo más profundo de sí misma para radiante iluminar el abismo del ser” Evidentemente Nietzsche aquí destaca la voluntad de vivir, de emerger por encima de la angustia, opuesta a la negación de Shopenhauer. Por su parte, el comienzo del poema de Marechal dice: “¡Poderosa visión! Su cabeza de nieve erguía el monte azul y en el púrpura leve Que ya ardía en los cielos inundaba sus crestas: Abajo, en los abismos, el fuego que devora y en los suaves declives las húmedas florestas despertando a la aurora.” “Pasaron: sus plumajes con la luz eran rojos; a sus pies parecían fugitivos los montes y una sed imperiosa de ensanchar horizontes asomaba a sus ojos…” (Marechal, 3) Nietzsche proclama la plena libertad para el hombre, sin dependencia ni condicionamientos. Debe estar libre como un pájaro para conseguir sus fines, como lo afirma Marechal en los siguientes versos: “es un sabio el que ríe y es un cuerdo el que espera”. Es la valoración del hombre por sí mismo, es confianza y proclamación de sus posibilidades. Es en el fondo la idea del hombre dentro de esta corriente de vitalidad y autoafirmación del yo. Ahora esta proclamación encierra una inmensa angustia interior (por eso hablamos de dos caras de una misma moneda, en apariencia antagónicas) que intenta dominar. De modo que lo que Marechal muestra es el esfuerzo que representa sacar vida de la muerte y construir de las cenizas algo nuevo: “Habló el último: acaso fue la esperanza nueva que nutre de auroras y de contradicción. Y dijo “Vibra en todos una luz que se eleva por sobre los peldaños de tanta desazón” ………………………. “¿Por qué llorar entonces, oh, mis almas contritas? ¿Por qué colmar la angustia sublime de vivir? ¡Hachadme esos espinos, cogedme margaritas y aprended en las fuentes a llorar y a reír!” ……………………….. “…………………………………el mar encrespó sus oleajes, juvenil y risueño y la dinamia eterna dio su grito inmortal…” (Marechal, 7-8) La expresión “esperanza nueva” es clave ya que conlleva una firme decisión para conseguir la meta propuesta. La palabra con la que culmina el poema, “inmortal”, significa sus ansias sin límites que encuentran eco y adecuada correspondencia en la inmensidad del mar. El cielo surcado por los aguiluchos primero, el mar ahora, es decir, los espacios infinitos, son el cauce adecuado para la creación de valores del hombre que ha de ser ilimitada. En conclusión: nihilismo y vitalismo son los polos opuestos de un mecanismo pendular; en este caso se trata del nihilismo y el vitalismo, los cuales aparecen compensados como si uno generara inevitablemente el otro. Resulta esto de tal modo en esta primera colección lírica de Marechal que el ser busca salir de su pozo de negatividad para lanzarse a la desbordante afirmación de vida y plenitud. En el viaje de los aguiluchos por el cielo inmenso subyacen las ansias de infinito, un deseo de acción, de vitalidad, de ascender. De modo que podemos afirmar que el autor se mueve en el mismo contexto ideológico en que se inscriben los poetas europeos de fines del siglo XIX. En definitiva Leopoldo Marechal, un virtuoso de las formas, que por negarse a ornamentar un vacío se vuelve hacia las necrópolis de la cultura y reviste de palabras osamentas ilustres. Bibliografía AAVV (1991) Significado y función del mito clásico en Adán Buenosayres de Leopoldo Marechal, Universidad Nacional del Comahue, Argentina Andrés, Alfredo (1968), Palabras con Leopoldo Marechal, Buenos Aires, Carlos Pérez Editor. Baudelaire, Charles, (1958) , Les fleurs du mal, París, Colin. Coulson, Graciela (1974), Marechal, la pasión metafísica, Buenos Aires, Fernando García Cambeiro Editor. Homenaje a Leopoldo Marechal, (1971), Universidad Católica de Córdoba, Argentina. Ferrere, Rafael (1975) Verlaine y los modernistas españoles, Gredos, Madrid. Mallarmé, Stephane (1926), Poésies, París, Gallimard. Marechal, Leopoldo (1998), “Los aguiluchos, 1922”, en Obras Completas I. La poesía, Buenos Aires, Perfil Libros. Nietszche, Federico (2001) Ecce Homo, Madrid, Alianza. Pueyo Casaus, María Pilar, (2003) “Nihilismo/Vitalidad en el decadentismo europeo y modernismo hispánico (final siglo XIX-principios XX)” en Cuadernos para la Investigación de la Literatura Hispánica, Fundación Universitaria Española, Seminario “Menéndez Pelayo”, Nro. 28, Madrid, (pp.457-508)