San Antonio Gianelli nació en Cereta, Italia

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ANTONIO GIANELLI, “UN CRISTIANO DE SU TIEMPO”
San A. M. Gianelli nació y vivió en el amanecer de una situación cultural y social de la que
nosotros vemos el ocaso bastante confuso.
Teniendo en cuenta que la revolución Francesa señaló el inicio explosivo de la gran cultura
iluminista que dominó, más o menos, los últimos dos siglos de nuestra civilización, podemos recoger un primer dato interesante.
Gianelli nace algunos días antes de la toma de la Bastilla, y mientras prueba a dar sus primeros pasos alrededor de su casa nativa de Cerreta, pequeña aldea perdida entre los Apeninos
Lígures, en el vecino reino de Francia, transformado en República, se iban sucediendo trágicos
acontecimientos que culminaron con la proclamación de la diosa razón y la muerte de muchos Sacerdotes y cristianos comprometidos.
La Revolución de 1789 fue ciertamente un fenómeno mucho más complejo y no privado de
grandes intuiciones, reconocidas y aprovechadas por todos en sus aspectos positivos, para el progreso de la humanidad.
Hablamos de estos episodios de crueldad porque fueron tal vez los que mayormente impresionaron la fantasía del pequeño Antonio, cuando con las sandalias al hombro para no gastarlas,
iba al vecino pueblo de Castello -una hora de camino para ir y otra para volver- para frecuentar la
escuela de don Arbasetto que, sin duda comunicaría a sus pequeños oyentes, las noticias dramáticas provenientes de la otra ladera de los Alpes.
Gianelli fue ordenado Sacerdote en 1812, dos años antes del Congreso de Viena, que dio
inicio a la restauración post-napoleónica.
Esto quiere decir que su formación Sacerdotal transcurrió paralelamente a aquel período
tumultuoso y confuso, no sólo para la Iglesia, sino para toda Italia y en especial para el Vaticano,
con el Papa Pío VII.
La formación de Gianelli, se desarrolló al alba de una nueva época. Ante este mundo nuevo
y ante sus nuevas exigencias, se desarrollarán las estrategias pastorales y antes aún, la espiritualidad sacerdotal de San Antonio Gianelli. No es raro encontrar entre sus escritos esta expresión:
"después de los franceses..." que hace alusión a este mundo a esta cultura, a esta sociedad nueva
que la breve dominación napoleónica había hecho nacer también en tierras lígures.
Antes de examinar algunos puntos concretos, es necesario que tratemos de poner en evidencia las características principales de la cultura y de la situación social que se determinó después de la revolución francesa. Ella, como ya lo dijimos, había inaugurado una época y una civilización. Del fin de esta civilización, nosotros tal vez, estamos entreviendo los primeros síntomas,
pero todavía y por muchos aspectos, estamos bajo su influencia.
Nos detenemos a considerar algunos fenómenos culturales típicos del "mundo moderno", tal
como fue dado a luz en ese parto iluminista de hace dos siglos. Consideraremos los más significativos en sí mismos y los más pertinentes en relación al problema de la evangelización: la del tiempo
de Gianelli y la de nuestros tiempos, que no por casualidad son denominados con la ambigua expresión de "post-modernos".
Nos encontramos ante un fenómeno que lleva consigo, por los menos, tres grandes consecuencias para la misión evangelizadora:
•
en primer lugar, será cada vez más necesario, para la fe, ser capaz de entrar en diálogo y
responder adecuadamente, a la razón que la interroga y la contesta, desde posiciones de rechazo
de la fe
•
en segundo lugar, de la "razón moderna" nació un impulso irresistible que favoreció el robustecimiento del sentido crítico y el aumento de la exigencia de sólidas convicciones personales.
La fe no podrá ya apelar a la fuerza y a la sabiduría de la autoridad (religiosa, política o cultural)
sino que tendrá que hacerlo a través de la paciencia, exhibiendo argumentos persuasivos en su
favor.
•
en los casos, donde esto sea posible y ante todo el que lo pida, la fe tendrá que estar cada
vez más, en grado de "dar razones" de la esperanza y de la caridad que la acompañan.
La independencia de la razón humana de la revelación y de la fe, se manifiesta también
como fenómeno que acompaña una reivindicación de independencia mucho más amplia. Ella se
refiere a toda la vida del hombre en sus aspectos más concretos e inmediatos. No sólo la filosofía,
sino también las ciencias, las artes, la organización política y el ejercicio del poder civil, la familia, el
trabajo, los estudios universitarios y su organización y todo aquello que es parte significativa de la
experiencia humana individual y colectiva: todo esto, progresivamente va perdiendo su contacto
con lo sagrado, su relación con la religión. Se trata del fenómeno que nosotros estamos acostumbrados a llamar “secularización".
Ante estos fenómenos de dimensión epocal, capaces de dar vida a nuevos estilos de comportamiento, a nuevas convicciones, en una palabra, a una nueva civilización, la fe, su expresión
práctica y su testimonio, tiene que asumir nuevos compromisos.
La fe no puede ser presentada como adhesión irracional, como fruto del miedo a Dios, como
superstición, como un remandar a la otra vida todos los problemas o las tensiones de esta vida,
esperando una especie de magia que todo lo resuelva, de una vez para siempre... Estas formas de
fe tienen que ser abandonadas como caricaturas que impiden que la fuerza de la fe auténtica pueda proponerse al corazón humano con limpidez y de una manera convincente.
Por otro lado se debe afirmar con la vida, y no sólo con las palabras, que el Evangelio de
Jesús es una fuerza liberadora, eficaz para la salvación eterna.
La FE, para ser vivida y aplicada en lo cotidiano y para evitar el divorcio entre lo que se cree
y lo que se vive, “tiene que hacerse cultura”, tiene que inculturarse. Esto implica algunos deberes
para la Iglesia en general y para cada uno de los creyentes.
Dialogar y confrontarse abierta y
valientemente con el mundo y con
una cultura cada vez más indiferente a la FE y a la Iglesia.
Purificar la religión de toda falsa
sacralidad.
Contestar la tentación de la idolatría del poder y de los totalitarismos ideológicos o políticos.
Deberes de los creyentes y de la Iglesia en
relación con
la FE
y el testimonio
en el mundo
Hacer del Evangelio un instrumento valioso para la vida concreta del hombre, transformándolo
en cultura y estilo de vida permanente.
Proponer razones válidas y convincentes para creer y responder a
los interrogantes del hombre y del
mundo en forma eficaz.
Sin duda alguna, Gianelli fue un profeta y un visionario, ya que supo leer los signos de los
tiempos y actuó en consecuencia. Ante las dificultades planteadas por la nueva situación social y
cultural, la Iglesia tomó conciencia de la necesidad de una actualización “profunda en sus métodos
de evangelización y en los estilos de testimonio”.
A este punto podemos preguntarnos, cómo y cuánto hizo este Santo de Hierro que, desafiando los retos de los tiempos nuevos, respondió con total claridad doctrinal, y con su intuición vigilante advirtió la urgencia y comprendió el sentido de los cambios que se habían producido.
Su obra pastoral y su predicación se orientaron, sobre todo, a afirmar el bien y la verdad de
la FE con entusiasmo y con deseo de comunicarlo a todos, asumiendo todo lo positivo de “los nuevos tiempos”.
(cfr.Mons. Diego Coletti, “Una vida para el Evangelio”
G. Frediani, “el Santo de Hierro”, tomo I).
Ejercicio
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Breve ubicación histórica de San Antonio Gianelli
¿Cuáles son los desafíos que lleva consigo, para la misión evangelizadora del
cristiano y de la Iglesia en su conjunto, la nueva situación cultural creada a
partir de la Revolución Francesa?
¿Cómo se movilizó Gianelli ante esta nueva situación?
En la actualidad, ¿qué problemáticas atentan contra la fe?
Observaciones:
Como todos estamos aprendiendo, necesitamos comentarios y sugerencias.
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