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APERTURA DE LA VI ASAMBLEA TRIENAL
La celebración de la Asamblea trienal es un alto en nuestro camino para ver
si realmente nuestro paso lleva la dirección hacia la que nos comprometimos en
nuestro último Capítulo General, en ella tenemos como objetivo principal
discernir y profundizar en las prioridades que se marcaron para el sexenio y
volver a repensarlas en el contexto en que vivimos para hacer que se
conviertan en proyectos portadores de vida para la sociedad y para
nuestras propias comunidades.
Por tanto, esta VI Asamblea trienal tiene la misión de ofrecer a la
Congregación un proyecto para los tres años próximos.
Es necesario vivir con intensidad este momento. La participación de
todas y cada una es imprescindible, pues somos la voz de las hermanas
de nuestras comunidades, y de nuestra disposición y acogida a la gracia del
Espíritu dependerá que percibamos la presencia de en nuestra Asamblea,
confiando en las palabras de Jesús: “Donde dos o tres están reunidos en mi
nombre estoy yo en medio de ellos”. De esta presencia de Jesús va a
depender la calidad del discernimiento y la disponibilidad a acoger las
decisiones que surjan de este camino.
Así, al comenzar esta Asamblea Trienal os invito a que:
- Tengamos la mirada puesta en Jesús. Somos sus discípulas. Él nos ha
convocado y enviado. Su presencia da sentido a nuestras vidas y a nuestra
comunidad. Hacia Él tenemos que dirigir nuestra mirada y nuestros
corazones. Con nuestros ojos puestos en Jesús, seremos capaces de
contemplar el mundo con su mirada compasiva y sabremos ser audaces al
determinar nuestras opciones y programas.
- Privilegiemos, en este tiempo, la escucha de la Palabra en la liturgia, en la
lectura y oración personal, en el compartir comunitario. En la escucha
atenta de la Palabra encontramos aquella agua que hace florecer en nuestra
vida los frutos del Reino. Dejemos que sea la Palabra de Dios la que nos
interpele y oriente en nuestro discernimiento. Creemos espacios para
buscar, a partir de una lectura orante de la Palabra, lo que Dios quiere
decirnos en este momento de la historia de nuestra Congregación.
- Profundicemos nuestra sintonía con el momento eclesial que estamos
viviendo. La exhortación apostólica “Evangelii gaudium” y las orientaciones
que el Papa nos dió para el año de la vida consagrada nos ofrecen
estímulos muy valiosos para nuestro discernimiento en esta Asamblea, junto
con la celebración del “Año jubilar de la Misericordia” en el que nos
encontramos. Esta celebración jubilar es una nueva llamada a abrir nuestras
vidas y nuestras comunidades a la experiencia del amor misericordioso de
Dios y a dejar que sea esta experiencia la que nos dicte los caminos a seguir
en el futuro.
- Sepamos dialogar con el mundo de hoy. Nuestra mirada debe fijarse con
atención en las situaciones y los acontecimientos de nuestro mundo. ¿Qué
nos piden las preocupantes situaciones de violencia, de guerra, de injusticia
y de marginación? ¿Somos capaces de percibir el deseo de muchas
personas que buscan una luz que abra nuevos horizontes de esperanza en
sus vidas y les revele el verdadero sentido de su existencia? ¿Nos dejamos
interpelar por el testimonio de tantos hombres y mujeres que, desde
inspiraciones religiosas o humanistas diversas, buscan transformar el mundo
según el designio de Dios? Miremos nuestro mundo con ojos críticos, pero
con un corazón amigo. Creemos en el Dios que es “amigo de la vida” (Sab
11,26).
- Mantengamos vivo el recuerdo de nuestros Fundadores y del ideal que les
llevó a comenzar el camino carismático que nosotras estamos continuado,
vivamos con fidelidad creativa esta experiencia carismática que surgió en
la Iglesia hace ya más de cuatro siglos. Recuperemos la memoria de tantas
hermanas nuestras que vivieron con un grado supremo de fidelidad su
vocación a la vida consagrada dentro de nuestra familia religiosa,
hermanas que nos han precedido y que han sido testimonio de fidelidad al
evangelio y de entrega alegre y generosa a la misión recibida.
- Sepamos sintonizar con la vida de toda la Congregación. Tengamos
presente los gozos y esperanzas de nuestras comunidades, así como sus
limitaciones y dificultades. Seamos realistas pero a la vez esperanzadas.
Necesitamos reavivar nuestra esperanza teologal, una esperanza que brota
de Dios. Nuestra esperanza está en el Señor, no en los números, en las
obras, en el triunfo humano, en la profesionalidad ostentada que ahoga la
pequeña semilla. El desafío serio en nuestras comunidades no es el
debilitamiento de nuestras fuerzas, es la poca fe en la fuerza de la semilla
pequeña que, caída en la tierra, llevará mucho fruto (cf.Mc 4,31)
- Dejémonos guiar por el deseo ardiente de vivir fielmente nuestra vocación.
Que sea ésta la única motivación que nos guíe en nuestras deliberaciones y
decisiones. Vivamos entusiasmadas por nuestra vocación religiosa. Como
nos recordaba nuestro Documento Capitular: “Un camino a la escucha del
espíritu”, nuestra tarea está en revitalizar cada día el don recibido.
Ahondar en las experiencias que hemos hecho del señor, de sus dones
particulares, de nuestro compromiso con el evangelio, del modo como Él se
ha hecho el dueño de nuestra existencia y descubrir que es la pasión
central de nuestra vida y que esto es una llama que hay que cuidar siempre.
Termino recordando
nuestro lema capitular: “Ser mujeres de fe,
tejiendo caminos de profecía”, una meta alta, una utopía que siempre se nos
escapa pero que nos ayuda a orientar nuestra vida en la dirección exacta. Este
lema lo queremos completar con el deseo expuesto para nuestra Asamblea: tejer
caminos con hilos de misericordia. Que seamos cauces de esta misericordia que
siempre nos viene de Dios. Que ésta nos impulse a realizar nuestro trabajo con
ánimo y alegría porque sabemos de “Quien nos hemos fiado y porque estamos
seguras que El culminará en nosotras la obra que comenzó”, no pongamos
obstáculos con nuestros miedos, pesimismos o desesperanza. La tradición más
genuina de la Iglesia nos recuerda que “Dios es siempre Mayor” y va más allá de
todo lo que podamos pensar o desear.
Confiemos el itinerario de esta Asamblea a nuestra Madre. Que su
Magnificat nos acompañe durante todo este tiempo. A su amor de Madre
nos confiamos y por su amor de Madre nos sentimos bendecidas y
enviadas a ser instrumentos de la bendición de Dios para todos sus hijos.
Cájar, 25 de julio de 2016
Antonia García, Superiora General
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