XI Domingo del Tiempo Ordinario

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XI Domingo del Tiempo Ordinario
Sus muchos pecados están perdonados, porque tiene mucho amor
(Lc 7,36-8,3)
ANTÍFONA DE ENTRADA (Sal 26,7.9)
Escúchame, Señor, que te llamo. Tú eres mi auxilio; no me deseches, no me abandones, Dios de mi
salvación.
ORACIÓN COLECTA
Oh Dios, fuerza de los que en ti esperan, escucha nuestras súplicas; y pues el hombre es frágil y sin
ti nada puede, concédenos la ayuda de tu gracia para guardar tus mandamientos y agradarte con
nuestras acciones y deseos.
PRIMERA LECTURA (2 Sam 12,7-10.13)
El Señor perdona tu pecado. No morirás
Lectura del Segundo Libro de Samuel
En aquellos días, dijo Natán a David: «Así dice el Señor Dios de Israel: Yo te ungí rey de Israel, te
libré de las manos de Saúl, te entregué la casa de tu señor, puse sus mujeres en tus brazos, te
entregué la Casa de Israel y la de Judá, y por si fuera poco pienso darte otro tanto. ¿Por qué has
despreciado tú la palabra del Señor, haciendo lo que a él le parece mal? Mataste a espada a Urías el
hitita y te quedaste con su mujer. Pues, bien, la espada no se apartará nunca de tu casa; por haberme
despreciado, quedándote con la mujer de Urías.» David respondió a Natán: «He pecado contra el
Señor.» Y Natán le dijo: «Pues el Señor perdona tu pecado. No morirás.»
SALMO RESPONSORIAL (Sal 31, 1-2. 5. 7. 11)
R/.Perdona, Señor, mi culpa y mi pecado.
Dichoso el que está absuelto de su culpa,
a quien le han sepultado su pecado;
dichoso el hombre a quien el Señor
no le apunta el delito. R/.
Perdona, Señor, mi culpa y mi pecado.
Había pecado, lo reconocí,
no te encubrí mi delito;
propuse: «Confesaré al Señor mi culpa»,
y tú perdonaste mi culpa y mi pecado. /R.
Tú eres mi refugio: me libras del peligro,
me rodeas de cantos de liberación. R/.
Alegraos, justos, y gozad con el Señor,
aclamadlo, los de corazón sincero. R/.
SEGUNDA LECTURA (Ga 2,16.19-21)
No soy yo, es Cristo quien vive en mi
Lectura de la Carta del Apóstol San Pablo a los Gálatas
Hermanos: Sabemos que el hombre no se justifica por cumplir la ley, sino por creer en Cristo Jesús.
Por eso hemos creído en Cristo Jesús para ser justificados por la fe de Cristo y no por cumplir la
ley. Porque el hombre no se justifica por cumplir la ley. Para la ley yo estoy muerto, porque la ley
me ha dado muerte; pero así vivo para Dios. Estoy crucificado con Cristo: vivo yo, pero no soy yo,
es Cristo quien vive en mí. Y mientras vivo en esta carne, vivo de la fe en el Hijo de Dios, que me
amó hasta entregarse por mí. Yo no anulo la gracia de Dios. Pero si la justificación fuera efecto de
la ley, la muerte de Cristo sería inútil.
ACLAMACIÓN AL EVANGELIO (1Jn 4,10b)
R/. Aleluya, aleluya
Dios nos amó y nos envió a su Hijo como víctima de propiciación por nuestros pecados
R/. Aleluya, aleluya
EVANGELIO (Lc 7, 36-8,3)
Sus muchos pecados están perdonados, porque tiene mucho amor
Lectura del Santo Evangelio según San Lucas
En aquel tiempo, un fariseo rogaba a Jesús que fuera a comer con él. Jesús, entrando en casa del
fariseo se recostó a la mesa. Y una mujer de la ciudad, una pecadora, al enterarse de que estaba
comiendo en casa del fariseo, vino con un frasco de perfume, y, colocándose detrás junto a sus pies,
llorando, se puso a regarle los pies con sus lágrimas, se los enjugaba con sus cabellos, los cubría de
besos y se los ungía con el perfume. Al ver esto, el fariseo que lo había invitado, se dijo: «Si éste
fuera profeta, sabría quién es esta mujer que lo está tocando y lo que es: una pecadora.» Jesús tomó
la palabra y le dijo: «Simón, tengo algo que decirte.» El respondió: «Dímelo, maestro.» Jesús le
dijo: «Un prestamista tenía dos deudores: uno le debía quinientos denarios y el otro cincuenta.
Como no tenían con qué pagar, los perdonó a los dos. ¿Cuál de los dos lo amará más?» Simón
contestó: «Supongo que aquel a quien le perdonó más.» Jesús le dijo: «Has juzgado rectamente. Y,
volviéndose a la mujer, dijo a Simón: «¿Ves a esta mujer? Cuando yo entré en tu casa, no me
pusiste agua para los pies; ella en cambio me ha lavado los pies con sus lágrimas y me los ha
enjugado con su pelo. Tú no me besaste; ella en cambio desde que entró, no ha dejado de besarme
los pies. Tú no me ungiste la cabeza con ungüento; ella en cambio me ha ungido los pies con
perfume. Por eso te digo, sus muchos pecados están perdonados, porque tiene mucho amor: pero al
que poco se le perdona, poco ama.» Y a ella le dijo: «Tus pecados están perdonados.» Los demás
convidados empezaron a decir entre sí: «¿Quién es éste, que hasta perdona pecados?» Pero Jesús
dijo a la mujer: «Tu fe te ha salvado, vete en paz.» Más tarde iba caminando de ciudad en ciudad y
de pueblo en pueblo predicando la Buena Noticia del Reino de Dios; lo acompañaban los Doce y
algunas mujeres que él había curado de malos espíritus y enfermedades: María la Magdalena, de la
que habían salido siete demonios, Juana, mujer de Cusa, intendente de Herodes; Susana y otras
muchas que le ayudaban con sus bienes.
ORACIÓN SOBRE LAS OFRENDAS
Tú nos has dado, Señor, por medio de estos dones que te presentamos, el alimento de N y el
sacramento que renueva nuestro espíritu; concédenos con bondad que siempre gocemos del auxilio
de estos dones.
ANTÍFONA DE COMUNIÓN (Sal 26,4)
Una cosa pido al Señor, eso buscaré; habitar en la casa del Señor por los días de mi vida.
o bien (Jn 17,11)
Padre Santo: guárdalos en tu nombre a los que me has dado, para que sean uno como nosotros, dice
el Señor.
ORACIÓN DESPUÉS DE LA COMUNIÓN
Que esta comunión de tus misterios, Señor, expresión de nuestra unión contigo, realice la unidad en
tu Iglesia
Lectio
En este año que la Iglesia está celebrando el Año de la Misericordia, providencialmente es Lucas, el
evangelista de la Misericordia, quien guía nuestro caminar.
El domingo precedente, contemplábamos esa escena extraordinaria en la que Jesús conmovido ante
el drama de una mujer viuda que llevaba a sepultar a su hijo único. Él, por su palabra devuelve la
vida al joven y se lo entrega a su madre.
Hoy, nuevamente Lucas, nos presenta como centro de atención a una mujer, que vive también un
drama de sufrimiento, distinto al de la viuda de Naim –que ya mencionamos–, el drama del pecado.
En los dos casos, Lucas nos deja ver esa gran novedad que Jesucristo trae, que rompe los esquemas
de la época: su actitud misericordiosa ante la mujer como tal.
La mujer hacía parte del grupo de los marginados: no participaba en la sinagoga ni en la vida
pública, no contaba como testigo. Sin embargo, la Sagrada Escritura, nos presenta figuras de
mujeres que no se resignaron a vivir esa exclusión, como podemos ver en las historias de Judith,
Ester, Ruth, Noemí, Susana…
Su resistencia encontró respuesta en la acogida de Jesús. La mujer de quien nos ocupamos hoy,
rompe las cadenas que la sociedad le está imponiendo y se acerca a Jesús.
San Lucas nos presenta una situación de debate. Los protagonistas son tres personas: Jesús, Simón,
un judío practicante y la mujer, a quien se le tilda de pecadora.
VV 36-38 Simón, perteneciente al grupo de los fariseos, rogó -dice la traducción de la Biblia de
Jerusalén- a Jesús que viniera a comer a su casa. La mujer entra, podemos imaginar el asombro de
los demás invitados, se ubica a los pies de Jesús, comienza a llorar y, con sus lágrimas, le moja los
pies que a la vez seca con sus cabellos, los besa y los unge con el perfume. Recordemos que soltarse
el cabello es un gesto de independencia. Jesús, no se retira y acoge a la mujer.
VV 39-40 La reacción del fariseo y la respuesta de Jesús. Simón le había rogado a Jesús que viniera
a su casa. Seguramente el ver que acoge a una persona que hace parte de los excluidos, entre otras
por dos razones: es mujer y es pecadora. Le viene la duda de quién era realmente Jesús: “Sí el fuera
de verdad un profeta, sabría quién y qué clase de mujer es la que lo toca: es una pecadora.
La respuesta de Jesús, que lee el corazón del hombre responde a la duda de Simón con una
parábola.
VV 41-43: La parábola de los dos deudores: uno debía 500 denarios, el otro 50. Ninguno de los dos
tenía con qué pagar. A los dos se les perdonó la deuda. ¿Cuál de los dos amará más a su patrón? La
respuesta del fariseo no es tan contundente: "Supongo que aquél a quien más le perdonó". Una
posible deducción de la parábola es el que tanto el fariseo como la mujer, recibieron algún favor de
Jesús. Por la actitud que cada uno toma ante él, manifiestan cuánto aprecian el favor recibido. El
fariseo mostró su amor y su gratitud, invitando a Jesús a comer a su casa. La mujer muestra su amor
y su gratitud a través de las lágrimas, los besos y el perfume.
VV 44-47: El mensaje de Jesús para el fariseo. Después de escuchar la respuesta del fariseo, Jesús
aplica la parábola, aunque si bien, se encontraba en casa del fariseo, que lo había invitado, Jesús no
pierde su libertad para hablar y para actuar. En primer lugar se convierte en defensor de la mujer
contra la crítica del fariseo. Y he aquí el mensaje de Jesús para los fariseos de todos los tiempos:
“¡aquel a quien más se le perdona poco, ama poco! El Fariseo piensa que él no está en pecado,
porque observa perfectamente la ley, es un cumplidor de la ley. La seguridad personal que posee le
viene de la observancia de la ley de Dios y de la Iglesia, y muchas veces, le impide experimentar la
gratuidad del amor de Dios. Pero en realidad, lo que importa no es tanto la observancia de la ley en
sí, sino el amor con el cual se ha de observar la le. Y Jesús, a partir de los símbolos que usa la
mujer, argumenta al fariseo que se consideraba en paz con Dios. “ ¡Tú no me has dado agua para los
pies, tú no me diste un beso, tú no ungiste mi cabeza con el aceite perfumado! ¡Simón aunque me
has ofrecido un banquete en tu casa, tú tienes poco amor!
VV 48-50: Palabra de Jesús para la mujer. Jesús afirma que la mujer está perdonada y añade: “¡Tu
fe te ha salvado. Vete en paz! Aquí es donde aparece la novedad de la actitud de Jesús: no condena
sino que acoge. Es la fe la que ayuda a la mujer a encontrarse consigo misma y con Dios. En la
relación con Jesús, una fuerza nueva surge en ella y la hace renacer. El imperativo que Jesús le dice:
vete en paz, especifica su libertad, no solo en relación a la exclusión a la que estaba sometida sino
también a sentirse liberada interiormente.
Apliquemos en nuestra vida, cerrando un momento nuestros ojos y ubiquémonos en esta bella
escena: ¿tengo actitudes como la del fariseo? ¿Me siento, observante de la ley de Dios y de la
Iglesia y, por eso me siento con derecho de juzgar y condenar a los demás? O ¿soy como la mujer de quien no se menciona su nombre para que podamos colocar el nuestro- que dejo actuar al
Espíritu Santo para poder reconocer mi pecado y doblar mi rodilla delante de Jesús para suplicar su
perdón? Y un interrogante más: ¿He excluido a alguien en mi vida, de mis afectos, de mis servicios,
de mi ayuda?
Apéndice
Himno oficial del Jubileo de la Misericordia
Música: Paul Inwood Letra: P. Eugenio Costa
Misericordes sicut Pater!
(Misericordiosos como el Padre)
1. Demos gracias al Padre, porque es bueno,
in aeternum misericordia eius;
(porque es eterna su misericordia)
ha creado al mundo con sabiduría,
in aeternum misericordia eius;
conduce a su pueblo en la historia,
in aeternum misericordia eius;
perdona y acoge a sus hijos.
in aeternum misericordia eius.
2. Demos gracias al Hijo, luz del mundo,
in aeternum misericordia eius;
que nos ha amado con un corazón de carne,
in aeternum misericordia eius;
lo que de Él recibimos, a Él se lo ofrecemos,
in aeternum misericordia eius;
que nuestro corazón se abra a quienes tienen hambre y sed;
in aeternum misericordia eius.
3. Pidamos al Espíritu sus siete Dones sagrados,
in aeternum misericordia eius;
Fuente de todo bien, dulce consuelo,
in aeternum misericordia eius;
confortados por Él, ofrezcamos consuelo,
in aeternum misericordia eius;el a
mor espera y todo lo soporta,
in aeternum misericordia eius.
4. Pidamos la paz al Dios de toda paz,
in aeternum misericordia eius;
la tierra espera el evangelio del Reino,
in aeternum misericordia eius;
gracia y alegría a quien ama y perdona,
in aeternum misericordia eius;
habrá un cielo nuevo y una tierra nueva,
in aeternum misericordia eius.
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