” III Domingo de Adviento “Gaudete

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III Domingo de Adviento “Gaudete”
En medio de vosotros hay uno que no conocéis
(Jn 1, 6-8. 19-28)
ANTÍFONA DE ENTRADA (Flp 4,4.5)
Estad siempre alegres en el Señor; os los repito: estad alegres. El Señor está cerca.
No se dice “Gloria”
ORACIÓN COLECTA
Estás viendo, Señor, cómo tu pueblo espera con fe la fiesta del nacimiento de tu Hijo; concédenos
llegar a la Navidad –fiesta de gozo y salvación– y poder celebrarla con alegría desbordante.
PRIMERA LECTURA (Is 61,1-2a.10-11)
Desbordo de gozo con el Señor
Lectura del libro de Isaías
El Espíritu del Señor está sobre mí, porque el Señor me ha ungido. Me ha enviado para dar la buena
noticia a los que sufren, para vendar los corazones desgarrados, para proclamar la amnistía a los
cautivos, y a los prisioneros la libertad, para proclamar el año de gracia del Señor. Desbordo de
gozo con el Señor, y me alegro con mi Dios: porque me ha vestido un traje de gala y me ha envuelto
en un manto de triunfo, como novio que se pone la corona, o novia que se adorna con sus joyas.
Como el suelo echa sus brotes, como un jardín hace brotar sus semillas, así el Señor hará brotar la
justicia y los himnos ante todos los pueblos.
SALMO RESPONSORIAL (Lc 1, 46-48. 49-50. 53-54)
R/. Me alegro con mi Dios
Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.
Desde ahora me felicitarán todas las generaciones. R/.
Porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación. R/.
A los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.
Socorre Israel, su siervo,
recordándose de su misericordia. R/
SEGUNDA LECTURA (Tes 5,16-24)
Que vuestro espíritu, alma y cuerpo sea custodiado hasta la venida del Señor
Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Tesalonicenses
Hermanos: Estad siempre alegres. Sed constantes en orar. Dad gracias en toda ocasión: ésta es la
voluntad de Dios en Cristo Jesús respecto de vosotros. No apaguéis el espíritu, no despreciéis el don
de profecía; sino examinadlo todo, quedándoos con lo bueno. Guardaos de toda forma de maldad.
Que el mismo Dios de la paz os consagre totalmente, y que todo vuestro espíritu, alma y cuerpo, sea
custodiado sin reproche hasta la venida de nuestro Señor Jesucristo. El que os ha llamado es fiel y
cumplirá sus promesas.
ACLAMACIÓN AL EVANGELIO
R/. Aleluya, aleluya
El Espíritu del Señor está sobre mí. Me ha enviado a anunciar la Buena Nueva a los pobres,
R/. Aleluya, aleluya
EVANGELIO (Jn 1, 6-8. 19-28)
En medio de vosotros hay uno que no conocéis
Lectura del santo evangelio según san Juan
Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan: éste venía como testigo, para dar
testimonio de la luz, para que por él todos vinieran a la fe. No era él la luz, sino testigo de la luz. Y
éste fue el testimonio de Juan, cuando los judíos enviaron desde Jerusalén sacerdotes y levitas a
Juan, a que le preguntaran: « ¿Tú quién eres?» Él confesó sin reservas: «Yo no soy el Mesías.» Le
preguntaron: « ¿Entonces, qué? ¿Eres tú Elías?» Él dijo: - «No lo soy.» «¿Eres tú el Profeta?»
Respondió: «No.» Y le dijeron: « ¿Quién eres? Para que podamos dar una respuesta a los que nos
han enviado, ¿qué dices de ti mismo?» Él contestó: - «Yo soy la voz que grita en el desierto:
"Allanad el camino del Sef5or", como dijo el profeta Isaías.» Entre los enviados había fariseos y le
preguntaron: «Entonces, ¿por qué bautizas, si tú no eres el Mesías, ni Elías, ni el Profeta?» Juan les
respondió: «Yo bautizo con agua; en medio de vosotros hay uno que no conocéis, el que viene
detrás de mí, y al que no soy digno de desatar la correa de la sandalia.» Esto pasaba en Betania, en
la otra orilla del Jordán, donde estaba Juan bautizando.
ORACIÓN SOBRE LAS OFRENDAS
Haz, Señor, que te ofrezcamos siempre este sacrificio como expresión de nuestra propia entrega,
para que así cumplamos el sacramento que tú nos diste y se lleve a cabo en nosotros la obra de tu
salvación.
ANTÍFONA DE COMUNIÓN (Is 35,4)
Decid a los cobardes de corazón: «Sed fuertes, no temáis.» Mirad a nuestro Dios que va a venir a
salvarnos.
ORACIÓN DESPUÉS DE COMUNIÓN
Imploramos, Señor, tu misericordia, para que esta comunión que hemos recibido nos prepare a las
fiestas que se acercan, purificándonos de todo pecado.
Lectio
Siguiendo con atención la liturgia de Adviento nos daremos cuenta que al llegar el tercer Domingo
se acentúa una característica especial. Es el Domingo de Gaudete, que significa “estad alegres”. Se
le conoce así porque la antífona de entrada de esta Misa retoma una frase que aparece en la carta de
San Pablo a los Filipenses, invitándonos a estar alegres: «Estad siempre alegres en el Señor; os lo
repito, estad alegres»[4]. Sabemos que la alegría es una característica de la persona que sigue al
Señor Jesús. La alegría «es y debe ser emblemática del cristiano»[5]. Quien sigue de cerca al Señor,
incluso en medio de las dificultades o sufrimientos, tiene siempre motivos para una alegría profunda
y auténtica.
¿Cuál es la razón de esta alegría? San Pablo nos lo responde precisamente después de su invitación
a estar alegres: «El Señor está cerca»[6]. La relación entre la experiencia de la alegría y la cercanía
del Señor es indudable. La alegría más profunda brota del auténtico encuentro con el Señor Jesús.
San Pablo lo experimentó en primera persona, y nos recuerda que debemos estar alegres
precisamente porque el Señor está cerca. (CHD, 214)
“La alegría y el gozo son experiencias que se abren a un horizonte que se extiende ampliamente.
Hermas, en los tiempos apostólicos, escribe que una persona que se reviste y goza de la alegría obra
el bien, gusta lo bueno, y agrada a Dios. En medio de la austera y exigente disciplina de los Padres
del desierto, la alegría tiene un lugar importante, como se ve por ejemplo en la enseñanza del padre
Benjamín: “Estén alegres en todo tiempo”. San Agustín, desde otra perspectiva, señala: “La alegría
es dilatación del alma”. Esto ocurre en toda auténtica alegría. Mas el ser humano se percibe
ansiando una alegría ilimitada desde lo más profundo de sí. Precisamente, la profundidad del ser
humano habla de su estructura interna que desde el fondo se abre hacia el infinito. Está en su
naturaleza la disposición a anhelar la alegría y buscar la verdad.
La alegría que puede satisfacer el anhelo del hombre no es aquella transitoria y efímera de lo
perecedero. Ciertamente la alegría propiamente tal no es el jolgorio ni la exaltación de un momento,
cuya finitud reclama una constante sucesión de esos momentos de bienestar. Ellos son tan sólo
apariencias de alegría. Su fugacidad les arrebata la máscara y muestra lo crudo de la decepción. La
verdadera alegría es una realidad de armonía y gozo que cual río subterráneo va aflorando cuando la
persona se encuentra con un bien lícito, que conoce y ama como conducente a su meta temporal y
eterna. La auténtica alegría, la que podemos llamar alegría profunda, es aquella que permanece y no
es aniquilada por tribulaciones ni desventuras. San Pedro de Alcántara, utilizando una metáfora
náutica, apunta: “La alegría espiritual es el principal remo en esta navegación nuestra”.
El texto de este tercer Domingo de Adviento, está tomado de Juan, en sus primeros versículos. La
primera parte corresponde a lo que llamamos el “Prólogo” y luego el testimonio de Juan el autista.
Muy parecido al texto del Domingo pasado sobre el “precursor”
El texto que comentamos este domingo tiene dos partes, perfectamente definidas. La primera entra
de lleno en el prólogo cristológico, al que hemos aludido ya. La segunda está fuera de él,
inmediatamente después, al inicio de la introducción del evangelio (Jn 1,19-51).
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La primera parte se centra en la función del Bautista como testigo privilegiado de la luz. Esa
luz que es el Verbo, porque está íntimamente unido al Dios de la vida y revela en el mundo la
verdad de su amor a los hombres (Jn 3,16).
La segunda parte muestra quién es el Bautista y lo hace mediante un doble recurso: negativo
primero, positivo después.
En la constatación positiva se descubre lo esencial de su misión. Juan no es el Mesías, tampoco se
entiende como Elías o como el ta´eb, el profeta definitivo que había de venir después de Moisés (cf.
Dt 18,15.18).
Citando al Deuteroisaías, se confiesa como “la voz que grita en el desierto, el que allana el camino
del Señor” (Is 40,3). Se pone en la cadena de los profetas que han sido enviados por Dios a su
Pueblo como precursores del Mesías.
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Sí, se nos presenta a Juan (6), el Bautista, como quien “no era la luz” (8). El v.9, que hoy no
leemos, nos dice que quien es la luz verdadera... la que ilumina a todos los hombres.
El Evangelio es la presentación de Jesucristo, luz del mundo (Jn 8,12; 9,1-41; 1Jn 2,8) que viene al
mundo e ilumina todo el mundo cuando se acoge.
– Juan “no es la luz” (8) sino el “testigo de la luz” (7). Cada vez que aparece, insiste en el mismo:
“yo no soy el Mesías” (20); y, más adelante: Vosotros mismos sois testigos del que declaré: «Yo no
soy el Mesías, sino Que he sido enviado ante de él.» (Jn 3,28).
– El “testimonio” del Bautista se inscribe, según nos refleja el evangelista Jn, en el juicio que los
judíos inician desde el comienzo contra Jesús. Jesús declarará en este juicio y aducirá testimonio en
favor de si mismo (Jn 3,11; 5,31-40;8,13-20). El testigo de Jesús es la revelación de su identidad
más profunda, puesto que hace referencia al Padre que lo ha enviado (Jn 3,31-36).
– La expresión “los judíos” (19), que sale 67 veces en el evangelio según Juan, no tiene un sentido
étnico (no se refiere al pueblo judío como tal). En este evangelio “los judíos” son los representantes
del pueblo de Israel que se oponen a la comunidad del evangelista y a la fe que esta comunidad
tiene en Jesús. Al mismo tiempo, la expresión hace referencia a la oposición que Jesús mismo
encontró en los dirigentes judíos. Leyendo el evangelio se ve que el marco de la confrontación es a
menudo el templo (Jn 2,13-22; 5,10-18; 8,13-20; 10,22-39).
– El bautismo de Juan “sólo con agua” (26) es, como su misión, preparatorio del bautismo de Jesús,
con Espíritu Santo (Jn 1,33). Se trata del Espíritu Santo que el Padre envía (Jn 14,26) y que Jesús da
en su Pascua (Jn 20,22).
– Como el pasado domingo (Mc 1,7), aquí el Bautista habla de su indignidad respecto de Jesús con
el signo de desatar “las sandalias” (27), que era una de las tareas que debían hacer los esclavos
cuando su amo volvía a casa.
– El acento de este domingo es en la expresión de Juan “en medio vuestro hay alguien que vosotros
no conocéis” (27). Juan Bautista nos provoca a poner atención, a reconocer Aquel quien, entonces y
ahora, es “en medio nuestro”, en la vida de los hombres y mujeres que Dios estima (Lc 2,14), como
se nos recordará por Navidad.
– En el doble testimonio de Juan importan sobre todo dos realidades, que conservan permanente
actualidad.
La primera se manifiesta en la referencia a Cristo, el Mesías bendito de Dios. La vida cristiana
consiste precisamente en eso: en dar a conocer a Jesús, como el que nos trae la salvación de lo alto.
El creyente se convierte en otro Cristo en la medida que lo transparenta ante los demás,
posibilitando contemplar la luz de su verdad y amor, que es la propia de la Trinidad resplandeciente
en este mundo.
La segunda se manifiesta en el bautismo y en el Espíritu, dos realidades de fe que se complementan
mutuamente.
En el Prefacio diremos: El mismo Señor… viene ahora a nuestro encuentro en cada hombre y en
cada acontecimiento, para que lo recibamos en la fe y por el amor demos testimonio de la espera
dichosa de su reino. En este Adviento, si nos preparamos y cuidamos nuestro estilo de vida, seguro
que serán muchas las ocasiones que se nos presentarán para ser testigos de la luz; seguro que serán
bastantes las personas que sufren a las que podremos dar la buena noticia.
Sigamos preparando el camino al Señor, porque seguro que tendremos ocasión de mostrar que es
posible celebrar la Navidad, la verdadera Navidad, con alegría. Mantengamos la esperanza aun en
medio de los problemas personales y de la crisis, porque como nos ha dicho san Pablo: el que os ha
llamado es fiel y cumplirá sus promesas.
Un día vino un hombre
Un día vino un hombre que tenía magia en la voz,
calor en sus palabras, embrujo en su mensaje.
Un día vino un hombre con la alegría en los ojos,
la libertad en las manos, el fuego en sus hechos.
Un día vino un hombre con la esperanza en sus gestos,
con la fuerza de su ser, con un corazón grandísimo.
Un día vino un hombre con el amor en sus signos,
con la bondad en sus besos, con la hermandad en sus hombros.
Un día vino un hombre con el Espíritu sobre sí,
con la felicidad en su padecer, con el sentido en su morir.
Un día vino un hombre con el tesoro de su cielo,
con la vida de su cruz, con la resurrección de su fe.
Un día viniste Tú...
Ven ahora, también, Señor.
(Alois Albrecht)
Apéndice
DEL CATECISMO DE LA IGLESIA
El precursor del Mesías
717 «Hubo un hombre, enviado por Dios, que se llamaba Juan» (Jn 1, 6). Juan fue «lleno del
Espíritu Santo ya desde el seno de su madre» (Lc 1, 15.41) por obra del mismo Cristo que la Virgen
María acababa de concebir del Espíritu Santo. La «visitación» de María a Isabel se convirtió así en
«visita de Dios a su pueblo» (Lc 1, 68).
718 Juan es «Elías que debe venir» (Mt 17, 10-13): El fuego del Espíritu lo habita y le hace correr
delante [como «precursor»] del Señor que viene. En Juan el Precursor, el Espíritu Santo culmina la
obra de «preparar al Señor un pueblo bien dispuesto» (Lc 1, 17).
719 Juan es «más que un profeta» (Lc 7, 26). En él, el Espíritu Santo consuma el «hablar por los
profetas». Juan termina el ciclo de los profetas inaugurado por Elías. Anuncia la inminencia de la
consolación de Israel, es la «voz» del Consolador que llega (Jn 1, 23). Como lo hará el Espíritu de
Verdad, «vino como testigo para dar testimonio de la luz» (Jn 1, 7). Con respecto a Juan, el Espíritu
colma así las «indagaciones de los profetas» y el ansia de los ángeles: «Aquel sobre quien veas que
baja el Espíritu y se queda sobre él, ése es el que bautiza con el Espíritu Santo… Y yo lo he visto y
doy testimonio de que éste es el Elegido de Dios… He ahí el Cordero de Dios» (Jn 1, 33-36).
720 En fin, con Juan Bautista, el Espíritu Santo, inaugura, prefigurándolo, lo que realizará con y en
Cristo: volver a dar al hombre la «semejanza» divina. El bautismo de Juan era para el
arrepentimiento, el del agua y del Espíritu será un nuevo nacimiento.
La adoración, acto de humildad
2096 La adoración es el primer acto de la virtud de la religión. Adorar a Dios es reconocerle como
Dios, como Creador y Salvador, Señor y Dueño de todo lo que existe, como Amor infinito y
misericordioso. «Adorarás al Señor tu Dios y sólo a él darás culto» (Lc 4, 8), dice Jesús citando el
Deuteronomio (6, 13).
2097 Adorar a Dios es reconocer, con respeto y sumisión absolutos, la «nada de la criatura», que
sólo existe por Dios. Adorar a Dios es alabarlo, exaltarle y humillarse a sí mismo, como hace María
en el Magníficat, confesando con gratitud que Él ha hecho grandes cosas y que su nombre es santo.
La adoración del Dios único libera al hombre del repliegue sobre sí mismo, de la esclavitud del
pecado y de la idolatría del mundo.
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