Diez años del Reino de España Julián Marías

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Julián Marías
Diez años del Reino de España
El 22 de noviembre de 1975 empezó a reinar Juan Carlos I. Han pasado diez
años desde el momento en que España volvió a ser un Reino, lo que había sido
toda su historia, sin más interrupción que la primera República (un año escaso
en 1873) y el largo periodo que va de 1931 afines de 1975.
Si recordamos otro decenio, el que comenzó el 28 de enero de 1930 hasta
igual fecha de 1940, encontramos lo siguiente. La dimisión del general Primo
de Rivera pone término ^ la dictadura comenzada en 1923, que acarreó la ruptura de la legalidad constitucional de la monarquía de Alfonso XIII. La resistencia a sanear la situación, a afrontar los riesgos de restablecerla, desemboca
en la caída de la Monarquía el 14 de abril de 1931, tras las elecciones municipales del 12, y la proclamación de la segunda República, en medio de una viva esperanza de gran parte del país. Antes de un mes se produce la quema de conventos del 11 de mayo, qUe produjo una honda fisura en la convivencia, que fue
pasivamente tolerada por el Gobierno. El 10 de agosto de 1932 se produce el
primer levantamiento militar contra la República, de pequeño volumen y
pronto sofocado. Al año; siguiente, graves levantamientos anarcosindicalistas.
Mientras tanto, se ha elaborado una Constitución que no contó con el apoyo
mayoritario y un Estatuto autonómico para Cataluña. Se ha seguido una admirable política educativa fundación de escuelas e Institutos, mejora de las Universidades, creación de Ia Internacional en Santander, etc.-, y otra económica
mucho menos acertada; la legislación en asuntos religiosos y militares ha provocado una profunda división de los españoles; las elecciones de fines de 1933
han derrotado al Gobierno de republicanos de izquierda y socialistas y han
dado paso a una coalición del partido radical y la CEDA, con otras fuerzas conservadoras.
En rigor, no le dieron realmente paso, pues los socialistas se opusieron tenazmente a que el resultado electoral se reflejara en el Gobierno, y en octubre
de 1934 desencadenaron ¡la revolución de Asturias, sumamente violenta, duramente reprimida, con una repercusión separatista en Barcelona, de poca duración. La convivencia política quedó rota, y la convivencia entre los españoles
muy quebrantada por los rencores y la creciente politización. En febrero de
L936, nuevas elecciones,! con el triunfo del Frente Popular. Los triunfadores
destituyen, con interpretación forzada de un precepto constitucional, al Presi-
dente de la República, Niceto Alcalá Zamora, que había seguido su consejo de
disolver las Cortes. La discordia crece por momentos, la división es cada vez
más profunda. El 18 de julio, como todos saben, se subleva gran parte del Ejército, apoyado por fuerzas políticas. El levantamiento como tal fracasa, su represión también, y comienza una atroz guerra civil de casi tres años, cuyo rasgo
más odioso es que, al lado del heroísmo de los combatientes, se asesina, ilegalmente o con burdas ficciones jurídicas, a muchos más españoles de los que
mueren en los frentes y aun en los bombardeos de ciudades. La historia de la
guerra civil es de todos conocida, aunque casi siempre deformada.
Al terminar, el 1 de abril de 1939, se inicia una larguísima etapa de poder
personal sin restricciones, con una tajante división entre vencedores y vencidos, entre afectos y desafectos al régimen. En los primeros meses hay una durísima represión, centenares de miles de españoles están en prisión, se inician las
depuraciones en todos los campos, se produce una enorme emigración política
-segunda oleada de la producida al comenzar la guerra-, se desmantela la Universidad (y casi todas las instituciones), se establecen criterios políticos para
ocupar los puestos decisivos. Todo esto con el aplauso entusiasta de demasiados españoles, entre ellos muchos de los que ahora abominan de las etapas veniales del régimen que empezó entonces con todos sus bríos.
Todo esto había ocurrido en diez años. Conviene que se compare este periodo con el de igual duración que ahora se cumple. En el primer acto como Rey,
en su discurso de proclamación y jura, Juan Carlos se presenta «como moderador, como guardián del sistema constitucional y como promotor de la justicia»;
y agrega: «Que nadie tema que su causa sea olvidada; que nadie espere una ventaja o un privilegio». Yo vi en esto la inversión programática del pasado, la liquidación de la guerra civil, la promesa de la legitimidad, que se inició entonces
en forma de proyecto y se consolidó con la cesión de sus derechos dinásticos por
parte de Don Juan de Borbón y con el voto democrático, finalmente con la
Constitución.
Cuando, tras año y medio de liberalismo sin democracia, se abren las primeras Cortes, el 22 de julio de 1977, el Rey cancela la larga discordia de España:
«La Institución monárquica proclama el reconocimiento sincero de cuantos
puntos de vista se simbolizan en estas Cortes. Las diferentes ideologías aquí
presentes no son otra cosa que distintos modos de entender la paz, la justicia, la
libertad y la realidad histórica de España. La diversidad que encarnan responde
a un mismo ideal: el entendimiento y la comprensión de todos. Y está movido
por un sólo estímulo: el amor a España.»
Este fue el programa de la llamada «transición»; durante cinco años se realizó la transformación del Estado, la sustitución de una dictadura ilimitada por
una Monarquía parlamentaria, democrática, con un sistema de autonomías,
con una libertad también ilimitada. Sin una sola exclusión, ni de los exiliados,
ni de los disidentes, ni de los que habían ejercido el Poder durante el régimen
anterior. El Reino de España había decidido desde el primer día ser reino de libertad y de concordia; y el Rey fue, no sólo el ejemplo; y el estímulo de ello, sin
una sola falla, sino su garantía eficaz, en el momento más grave en que la legitimidad y la libertad se vieron amenazadas.
Con problemas, con ¡tropiezos, con errores de unos y otros, la vida española
de estos diez años presenta un balance absolutamente incomparable con el del
decenio que he evocado.! No creo que nadie dude que el que España sea un Reino y que a la cabeza de él esté quien está es la causa principal de que esto haya
sido así y de que pueda seguir siendo verdad. Nadie lo duda; precisamente por
eso a algunos no les gusta, porque quieren otra cosa. Pero creo que el pueblo español no los va a acompañar nunca en sus deseos.
Dije que «España fue devuelta a los españoles hacia 1976»; y que España
está «en nuestras manos». Estas expresiones se reflejaron en los títulos de dos libros, de la serie La España real. Esto era lo decisivo. La España oficial y la España real, en largas etapas de nuestra historia, han estado apartadas; en algunas,
apenas han tenido que Ver. Hace diez años se inició una fantástica aproximación de ambas, camino de la libertad y la concordia. En un momento crítico me
preocupó que pudiera iniciarse una siniestra «marcha atrás». Hay síntomas de
ello, de que la España oficial no se funda con la España real; pero los españoles
podemos impedir que esto ocurra, llevar adelante el programa de concordia
que se nos presentó hace ¡diez años. Basta con no renunciar a él; quiero decir: no
ver a los demás como enemigos; y usar a fondo la libertad.
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