domingo xviii to ciclo a 2014

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DOMINGO XVIII T.O. CICLO A
2014
DOMINGO XVIII T.O. CICLO A 2014
Hoy
podrimos
decir:
¡Que
evangelio
más
sorprendentemente materialista acabamos de escuchar!
Jesús se encuentra delante de una masa de gente, siente
compasión de ellos y cura los enfermos. Y luego, en lugar
de mandarlos para casa, Él mismo les da de comer. Y
todo eso, la curación de los enfermos, el dar de comer al
gentío, sin hacer ningún discurso, sin ninguna predicación.
Quizá, alguien, viendo esa forma de actuar de Jesús podría decir: ¿por qué Jesús, en lugar de
dedicarse a su misión, que es la de predicar las verdades de la religión, se dedica a esas cosas
estrictamente materiales? ¿Jesús no vino al mundo a hablarnos de Dios, a decirnos lo que hay
que hacer para obtener la gloria, a enseñaros los mandamientos de Dios? Y resulta que hoy, en el
evangelio, en lugar de hacer eso, va y se dedica a los enfermos, y los cura y luego alimenta a la
multitud también.
Pues vamos a ver si entendemos la misión de Cristo, porque esa misma misión es la que nos
mandó a nosotros ¿Es que Dios se hizo hombre en Jesús para vivir en una nebulosa de palabras
bonitas y consejos y para llamar a unos seguidores que con cuatro palabras piadosas y ritos se
dedicaran a la resignación y al masoquismo, porque eso es lo que les había tocado en suerte,
mientras los que dirigían la religión y los poderosos estaban muy ocupados en sus tinglados? No
amigos, ya vale de tener a los hijos de Dios, porque todos son hijos de Dios, sometidos,
embaucados y engañados.
Jesús hizo en aquel descampado lo que la gente necesitaba.”El hacer el bien sin mirar a quien” Y
el hacer simplemente eso es ya para Jesús traer la salvación de Dios. Para aquella gente -para
aquellos enfermos, para aquel gentío desamparado en el desierto- la salvación de Dios era eso: la
curación, la comida. Igual que ahora. ¿Tan difícil es de entender?
Amigos, mientras unos pocos nadan en la abundancia y la corrupción, la mentira y el chantaje
muchos no tienen para llegar a final de mes, aquí entre nosotros, no hay que ir muy lejos, y
millones y millones de personas en todo el mundo se debaten en la penuria. Mientras unos
pocos están hartos y aún se sienten insatisfechos y quieren mas; otros los mas, padecen hambre,
hambruna y mueren ante la pasividad del primer mundo. Los primeros tienen problemas de
obesidad, de sobrealimentación, de excesos de grasas y calorías y además muy poca vergüenza;
los segundos sufren de raquitismo, desnutrición, avitaminosis y muerte.
¿Qué es la salvación de Dios para un padre de familia que se le ha terminado la prestación del
paro y no sabe cómo alimentar a sus hijos? Desde luego que para él la salvación será encontrar
trabajo.
¿Y qué será la salvación de Dios para los que viven bajo las dictaduras salvajes o las dictacracias
que sufrimos otros? Será el poder quitarnos de encima a los corruptos, manipuladores y
dictadores de cuello blanco, e inútiles y poder esforzarse en construir un país libre.
Y para un enfermo que lleva tiempo en cama, ¿qué será la salvación de Dios? Será la curación, o
será por lo menos el poder vivir su enfermedad en compañía y con un poco de paz.
DOMINGO XVIII T.O. CICLO A
2014
Sí amigos, todo eso es también la salvación de Dios. Porque la salvación que Dios quiere para los
hombres es que los hombres puedan gozar plenamente de la vida, a cada paso, en cada
circunstancia.
El primer paso para gozar de la vida es precisamente: tener pan para comer, tener trabajo para
tirar adelante, tener libertad para poder construirse una vida digna, tener justicia para que esa
dignidad sea verdadera, tener el gozo de sentirse atendido y querido en el dolor y en la
enfermedad... todo eso son primeros pasos, cuestiones básicas. Y por ahí empieza la salvación
de Dios. Y por eso Jesús comienza por aquí su anuncio del Reino de Dios.
Sí, ya sé, que la obra de Dios no es sólo eso, ya sé que la obra de Dios es mucho más: es su vida
eterna. Pero cuidado que no nos ocurra que, pensando en ese "mucho más", pensando en esa
vida eterna, olvidemos los primeros pasos de que antes hablábamos. Y vivamos en una nube y en
una casta. Es decir, cuidado con que en nombre del espíritu se olviden las necesidades materiales
que también abarca la fe cristiana. “Cuando a alguien que pasa hambre quieras hablarle de
Cristo, primero llénale el estomago y después le hablas de Cristo, le dices que lo haces en
nombre de Cristo que es Amor”.
Y cuidado también con creer que esas actuaciones al servicio de la
vida material de la gente sólo valen cuando se realizan en nombre
de Dios, o cuando se hacen para atraer a la gente a la iglesia.
No, no. Esas actuaciones, cualquier actuación del estilo de las
que hacía Jesús (curar enfermos, alimentar a la multitud) es ya,
de por sí misma, aunque no se sepa ni se diga, una obra de
salvación de Dios. El bien es bien venga de donde venga. Porque
es salvación de Dios todo lo que sea vida para el hombre.
Hay una expresión que siempre me ha horrorizado, cuando oigo decir: "Ese no es mi problema".
Jesús no aceptó eso nunca y además recriminó y de que manera a los que se desentendían de los
demás.
Sucede con frecuencia, que ante dificultades, problemas, y peticiones de alguno de nuestros
prójimos, decimos: "No es mi problema, bastante tengo yo con los míos como para cargar con los
ajenos”
Y es cierto que a veces se siente lástima por la situación de los demás, pero con la lástima no es
suficiente; hay que sentir compasión, es decir, estar dispuestos a moverse para solucionar el
problema de ese prójimo. Porque yo puedo sentir mucha lastima por alguien y seguir sentado
cómodamente en el sofá. (La traducción original del texto dice compasión no lástima)
Algo así pensaron y dijeron los discípulos de Jesús en aquel despoblado, ante el problema de
aquella multitud sin comida. Y los discípulos eran buena gente. Pero una cosa es ser más o
menos bueno -un poco aquello de: yo no robo ni mato- y otra bastante distinta es sentir los
problemas de los demás como propios. (Los apóstoles sintieron lástima, pero Jesús sintió
compasión, por eso les instó a moverse)
Jesús no aceptó nunca el decir: "no es mi problema". Antes de hacer el milagro de la
multiplicación de los panes y de los peces, hizo otro milagro, previo y más importante (y quizá
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incluso más difícil): el milagro de contagiar interés por todos, su preocupación por todos, su
acción eficaz en favor de todos.
Les dijo que no hacía falta que la gente se marchara para que cada uno por su cuenta buscase la
solución de su problema. Pidió que cada uno aportarse lo que tuviese. "Alzó la mirada al cielo,
pronunció la bendición, partió los panes y se los dio". Y lo poco compartido, se convirtió en
mucho, suficiente para todos y aún sobró. Y es que lo que tenemos -aunque sea poco- si es
compartido, siempre es mucho. Ante nuestros problemas, jamás Dios dice: "No es mi problema"
Aquél hecho tan admirable que sucedió en aquel descampado de Galilea, es un ejemplo de cómo
hemos de intentar ocuparnos y preocuparnos nosotros de los problemas de los demás. Y
también es un ejemplo revelador de cómo se comporta Dios -el Dios que nos reveló Jesucristocon nosotros, con cada uno de nosotros, sin excepción. Ante nuestros problemas, nuestras
dificultades, agobios personales y pecado, Dios, nuestro Padre, nunca dice: "No es mi problema".
Nunca mira para otro lado, nunca nos despide, para que resolvamos solos nuestros problemas.
Nuestros problemas Él los siente y vive como propios. Nunca nos deja solos con ellos.¡Que seria
de nosotros si Cristo se hubiera desentendido de nosotros! Esto es lo que explica el maravilloso
hecho de que el Hijo de Dios se hiciera del todo hombre. Que compartiera del todo nuestra vida.
Es el máximo modo de decirnos que Él, Dios, se interesa absolutamente por nosotros, por cada
hombre y cada mujer, de un modo que nunca hubiéramos podido imaginar.
Y desde nuestra situación Cristo nos pide nuestra colaboración "como pidió los cinco panes y los
dos peces- para poder paliar la situación de otros que están mucho peor que nosotros.
Me viene a la mente ahora, aquél proverbio budista que
dice que «cuando el dedo señala la luna, el estúpido se
queda mirando al dedo». Algo semejante se podría decir
cuando hay gente que se queda exclusivamente en el
carácter portentoso de los milagros de Jesús, sin llegar
hasta el mensaje de fondo que nos dan los milagros.
De diversas maneras el relato de la multiplicación de los panes nos invita a descubrir que el
proyecto de Jesús es alimentar espiritual y materialmente a los hombres y reunirlos en una
fraternidad real en la que sepan compartir su «pan y su pescado y su persona» y convivir como
hermanos.
Amigos, la fraternidad no es una exigencia junto a otras. Es la única manera de construir entre los
hombres el Reino de Dios. Y por lo tanto, la tarea fundamental del cristianismo. Pero la
fraternidad bien entendida es «algo peligroso». Con demasiada frecuencia se confunde con «un
egoísmo vividor que sabe comportarse muy decentemente» Dicho de otra manera: la
fraternidad muchas veces se confunde con la limosna o la beneficencia y entonces se cae en el
pecado de omisión.
La Iglesia, como "sacramento de fraternidad", está llamada a descubrir incesantemente nuevas
exigencias y tareas de amor al prójimo y de creación de una fraternidad más honda y viva entre
los hombres.
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La lucha a favor de la paz, la protección del medio ambiente, la solidaridad con los pueblos
hambrientos, el compartir con los parados las graves consecuencias de la crisis económica, la
ayuda a los drogadictos, la preocupación por los ancianos solos y olvidados.... son otras tantas
exigencias para quien se siente hermano y quiere «multiplicar» para todos el pan de la dignidad
que necesitamos los hombres para vivir.
Yo no sé, amigos, si todas estas cosas suenan demasiado a cocina y buena receta. Pero decidme
vosotros si este «pan de ángeles, que es la Eucaristía convertido en alimento de peregrinos,
puede ser despachado tan ligeramente con cuatro palabras piadosas, gesticulaciones
conmovedoras y después quedarse entre las cuatro paredes del templo.
“Sí, sí es mi problema el otro”. En el encuentro con el pobre, con el desamparado y marginado,
se juega el hombre su salvación y su relación con Dios. Esa es la prueba del nueve de la Eucaristía
y la comprobación de si la fe que digo tener es fe o un montaje más con mucho ruido y pocas
nueces.
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