El carácter de Pablo I

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Pablo I: ¿tirano o romántico en el trono?
El carácter de Pablo I
En la conferencia de introducción se mencionó cuán diferentes son las valoraciones de la
personalidad y las acciones de Pablo I hechas por sus contemporáneos y los descendientes. En efecto, es
difícil que encontremos en la historia nacional una figura que provoque emociones tan opuestas. Por un
lado, muchas veces es caracterizado como un déspota cruel, tirano, que había invadido Rusia con casetas
de guardias y barreras pintadas de colores tradicionales de Prusia. Sobre Pablo, por ejemplo, se compuso
un chiste que decía que una vez, en un desfile, irritado por las maniobras de algún regimiento que no le
gustaron, el emperador ordenó: “Regimiento, ¡marchen a Siberia!” Y dizque el desgraciado regimiento fue
marchando sin protestar por los polvorientos caminos rusos a la lejana Siberia. Fue Pablo quien prohibió
importar en Rusia cualquier literatura extranjera (¡en la lista negra estuverion incluso “Los viajes de
Gulliver” de Jonathan Swift y las obras de Voltaire!) y muchas palabras, por ejemplo, “médico”, “sociedad”
o “patria” fueron también prohibidas y no podían pronunciarse durante su reinado.
Por otro lado, gozaba de la reputación de romántico en el trono, “Hamlet ruso”, monarca justo,
persona muy sensible, vulnerable y sumamente desgraciada. El solo hecho de que en 1916 la Iglesia
Ortodoxa Rusa representada por el Santísimo Sínodo tenía la intención de canonizar a Pablo I (ya se
estaban preparando los documentos para el procedimiento) confirma que no debemos hacer valoraciones
apresuradas, categóricas e inequívocas de esta personalidad peculiar y de toda su época breve pero bien
llena de sucesos.
Ante todo, analicemos las circunstancias de la subida de Pablo al trono. A primera vista, todo
parece muy claro. Falleció Catalina II y su hijo Pablo, que tenía el título oficial de tsesarévich (príncipe
heredero), se puso la corona imperial. Pero solo a primera vista.
Vista la situación con más detalle, surge la versión de que Catalina, que no le tenía cariño a Pablo,
parecía tener intención de pasar el trono no a su hijo sino al nieto mayor, futuro emperador Alejandro I. Se
rumoreaba que había hecho un testamento que debía hacerse público el 24 de noviembre de 1796, o sea,
el día de Santa Catalina. Pero el destino dispuso otra cosa. Según una de las versiones, alguno de los
cortesanos de Catalina (el conde Alexandr Andréevich Bezborodko o el conde Nikolay Alexándrovich Zúbov)
sabiendo dónde estaba el testamento lo sacó de su despósito y lo llevó para Pablo al palacio de Gátchina
(aunque se sabe con seguridad que Pablo no estaba en Gátchina en aquel momento). Al recibir la noticia
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del ataque que había sufrido su madre Pablo, probablemente, destruyó el testamento y fue corriendo al
palacio.
Por cierto, al poco rato de subir al trono Pablo, Bezborodko recibió el título del Excelentísimo
príncipe, 30 000 desiatinas de tierra y otros bienes. Nikolay Zúbov mereció la orden de San Andrés y pronto
se hizo Ober-Stallmeister (jefe de las caballerizas) de la corte. Lo cual, por otra parte, no confirma nada. En
todo caso, el trono pasó a Pablo y comenzó su reinado teñido de tonos más variados.
Ya los primeros pasos del nuevo emerador resultaron muy predecibles. Ante todo, modificó el
orden de la sucesión del trono en Rusia, regresando al sistema que había establecido el paso del trono del
padre al hijo mayor, excluyendo de hecho la posibilidad de que fuera ocupado por una mujer, idea
aborrecida por Pablo. Hizo muchas cosas que iban en contra las decisiones de su madre. Por ejemplo, puso
en libertad a Tadeusz Kosciuszko, líder del levantamiento polaco de 1794, pensaba regalarle mil siervos
pero, a su petición, cambió el regalo por 60 000 rublos de plata y le permitió emigrar a América del Norte.
Alexandr Nikoláevich Radíshchev, “un rebelde peor que Pugachov”, en la opinión de Catalina,
también regresó del destierro. ¿A qué se debía tanta aversión (por cierto, correspondida) del hijo a su
madre?
No podremos responder esta pregunta de manera inequívoca. Hay que tener en cuenta varias
circunstancias. Lo primero es que a medida de que crecía Pablo, Catalina empezó a ver en su hijo una
posible competencia, una persona que en cualquier momento podía declarar sus pretensiones al trono (ya
que se sabía cómo había llegado la corona a manos de Catalina). La preocupación de la madre aumentó
después de que Pablo y su segunda esposa, princesa de Wurtemberg Sofía Dorotea (bautizada en la Iglesia
ortodoxa como María Fiódorovna) emprendieron un viaje por Europa, donde el príncipe fue muy bien
recibido, colmado de atenciones y en general dejó una impresión muy grata.
Es curioso que aunque el matrimonio viajara de incógnito (bajo el nombre de los condes Séverni)
Pablo fuera visto en todas parte como el heredero exclusivo del trono ruso y le rindieran homenajes
correspondientes. Con el tiempo se hacían más visibles los desacuerdos de Pablo y su madre en cuanto a la
política tanto exterior como interior: las prioridades de la política exterior, el problema del papel de la
nobleza en la vida de la sociedad rusa y muchas cosas más.
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La ruptura definitiva que llevó a una confrontación abierta se produjo, por lo visto, en verano de
1783. Esa fue la fecha del inicio de los rumores sobre la posible entrega del trono al hijo mayor de Pablo,
Alejandro. A la vez, Pablo recibió de regalo la residencia de Gátchina, fue, de hecho, sacado de San
Petersburgo y de cualquier participación en los asuntos del Estado.
La etapa de la vida del futuro emperador relacionada con Gátchina es curiosa en muchos aspectos.
Pablo lo dispuso todo a su manera allí, probablemente, incluso intenó construir un modelo de la futura
Rusia (como la veía en aquel entonces). Prestaba una atención especial al ejército. Pablo consiguió el
permiso de tener en Gátchina sus propias tropas de un poco menos de 2500 perosnas. Como era debido,
había infantería, caballería, artillería y todo el mundo llevaba uniformes muy parecidos a los prusianos.
El ejército de Pablo se componía sobre todo por nobles de poca monta que no tenían chance de
una carrera decente en la guardia imperial. Había alardes, desfiles, toda clase de entrenamientos con
cañonazos y asaltos de fortalezas. ¡Un pasatiempo muy parecido al de joven Pedro I! Los hijos de Pablo,
Alejandro y Constantino, participaban en todos aquellos ejercicios y parecían encontrarles mucha gracia
pero después de las maniobras debían regresar a San Petersburgo. Mientras vivió en Gátchina, Pablo en
persona escribió nuevos reglamentos miltares, elaboró muchas instrucciones para los funcionarios. Fue allí
que conoció a las personas que habrían de tener un papel importante en los años de su reinado y también
más tarde. Un ejemplo claro es Alexey Andréevich Arakchéev, cuya carrera brillante arrancó justamente
con el servcicio en el ejército de Gátchina.
Antes de concentrarnos en las características básicas de la política interior y exterior de Pablo,
merece la pena hablar de su personalidad, intentar dibujar un retrato suyo. A principios del siglo XX, en el
“Archivo ruso” se publicó la descripción del aspecto físico del emperador hecho por M. Leóntiev: “Aquel
monarca era de estatura baja y no más de dos arshines y cuatro vershoks (unos 160 centímetros – A. T.) y
percibiéndolo siempre extendía la espalda y nunca doblaba las piernas al andar sino que las levantaba
como si estuviera marchando en un desfile, pisaba fuerte con los tacones, por lo cual sus pasos sonaban
muy alto; tenía el pelo rubio oscuro entrecano, la frente muy alta o más bien unas entradas hasta la misma
coronilla y nunca las cubría con mechones y tampoco aguantaba esa costumbre en los demás. Era de cara
grande pero delgada, nariz chata, hasta respingona, unas arrugas que iban de la nariz al mentón, unos ojos
grandes, grises, que metían miedo, tez un tanto morena, voz bastante ronca y hablaba lento alargando las
últimas palabras... Estando de buen humor, a veces, saltaba a la pata coja. Llevaba una casaca verde
oscuro, recta, de dos botonaduras, cuello bajo de paño rojo y cordones, sombrero negro a la manera de
hoy, de tres picos y sin adorno ninguno”.
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En general, cuanto mayor se hacía Pablo, más se parecía a su padre, emperador Pedro III. A
propósito de los sombreros: Pablo prohibió rotundamente llevar sombreros redondos, que asociaba a la
moda de la Francia revolucionaria. Por hacer caso omiso a la prohibición el encargado de negocios del reino
de Cerdeña fue expulsado de San Petersburgo en diciembre de 1796. En cambio, los sombreros de tres
picos eran bien recibidos: es con este tocado que vemos a Pablo en muchos retratos que se conservan de
su época.
Las prohibiciones y limitaciones diferentes constituyen la mejor característica del emperador, su
carácter duro y su tendencia a la extravagancia. Aparte de los sombreros redondos, se prohibieron los fracs
(solo se podían llevar casacas alemanas), el vals ( o el “valsón” como le decían entonces), las patillas y
ponerles a las mascotas Mashka (con el pretexto de que eso insultaba a la emperatriz María) sin mencionar
otras cosas.
Pablo a veces se volvía desconfiado hasta lo enfermizo, era parsimonioso, solo tenía un capote (que
servía para las temporadas de otoño y primavera): cuando llegaban los fríos, lo forraban de piel. En las
comidas, el emperador alardeaba su moderación, prefería platos simples y sanos: carne de vaca y
salchichas con coles (este último era su manjar preferido).
Muchas veces Pablo se mostraba huraño y tosco. Aquellos rasgos de su naturalza se habían
formado ya en su juventud después de que su primera esposa había fallecido durante el parto sufriendo
inmensamente y el viudo inconsolable había sido informado de sus infidelidades. Al mismo tiempo, Pablo
se destacaba por su sentimentalismo y romanticismo, estudiaba y respetaba los códigos del honor
caballeresco. Uno de sus lemas era: caballerosidad contra los jacobinos y las mentiras de Catalina.
Política interior
En su política interior, Pablo I seguía el rumbo de la consolidación generalizada de las bases del
poder monárquico, creación de garantías seguras de la estabilidad y la fuerza del poder absoluto en Rusia.
El emperador se acordaba muy bien de cuán fácil había sido el paso de la corona de unas manos a otras en
la Época de los golpes palaciegos, del destino trágico de su padre, de la ejecución de Luis XVI y María
Antonieta. Por eso Pablo contribuyó en la fortificación de la autoridad del poder zarino, pretendió
inculcarles a sus súbditos el sentimiento de extremo respeto e incluso veneración hacia el elegido del
Señor.
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Se generalizaron las ceremonias palaciegas pomposas; a los que pasaban al lado de las residencias
imperiales se les imponía quitar los sombreros aunque, al estudiar de cerca dicha situación histórica,
resultó que el emperador no había emitido tal orden.
Pablo empezó a acentuar su apoyo a los royalistas franceses. Se formó en Rusia un cuerpo de 7000
personas encabezado por el príncipe de Condé, en el que servían exiliados de la Francia revolucionaria. Una
de las tareas estratégicas de Pablo consistía en debilizar la guardia, criada por su madre y preferida de esta.
En la opinión del emperador, la guardia representaba un peligro serio para su trono, por eso, sin atreverse
a disolverla, Pablo introducía en el ámbito de la guardia a los oficiales de su confianza y formó el regimiento
de los granaderos de San Pablo, que más tarde se convirtió en un regimiento de guardia.
Antes, el emperador había pasado una revista radical de toda su poítica en cuanto a la clase noble.
Y aunque no aboliera formalmente el Patente Real a la nobleza sí canceló muchos privilegios y fueros
donados por su madre a los nobles. Por ejemplo, a principios mismos de su reinado, Pablo ordenó a todos
los inscritos en los regimientos presentarse en la muestra general. Lo cual no parece tan raro. Pero la cosa
era que en la época de Catalina los hijos de los nobles (aunque fueran niños de pecho) eran inscritos en los
regimientos y, supongamos, para el momento de la mayoría de edad ya alcanzaban su primer grado de
oficial.
Cuando muchos no se habían presentado a la orden del emperador (lo que era un poco natural
para los niños), fueron expulsados de los regimientos y así acabó aquel priviliegio de los nobles. Al mismo
tiempo los obligaron a pagar el impuesto para mantener el ejército de las regiones. Se introdujeron
limitaciones para pasar del servicio militar al civil. Pablo eliminó de hecho las asambleas y las elecciones de
los nobles, porque veía en ellas la fuente de la posible insubordinación. Además, el emperador canceló la
integridad personal de los nobles; de nuevo podían ser sometidos a castigos corporales. ¡Es fácil imaginar la
reacción de la nobleza rusa mimada por el “siglo de oro” a esas innovaciones de Pablo!
En este sentido, cabe tocar la cuestión de la escala de las represiones de Pablo. Es muy divulgada la
opnión de que el carácter tiránico de Pablo condicionó numerosos castigos y represiones de los súbditos.
En la literatura historiográfica, podemos ver cifras distintas que caracterizan el número de los afectados:
desde 700 hasta 2500 personas. Pero no podríamos calificar esos hechos como represiones, mucho menos,
masivas. Sí que hubo desterrados a Siberia, a los trabajos forzados. Unos nobles fueron sometidos a
castigos corporales. Pero las más veces, Pablo se limitaba a despedir a los culpables del servicio, a
trasladarlos a los regimientos del ejército, a las provincias, a desterrarlos a sus fincas etc. A menudo
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cancelaba los castigos administrados. Y si comparamos el número de los castigados y el de los beneficiados
(ascendidos en el servicio, condecorados, conferidos de tierras y siervos), los beneficiados, sin duda,
ganarán.
Es de indudable interés la política de Pablo I en relación a los campesinos. Se sabe que Pablo emitió
un edicto que quedó en la historia como Edicto de la prestación de tres días y limitaba las posibilidades de
los terratenientes de utilizar el trabajo de sus siervos en sus propias tierras. Sin embargo, el edicto tenía el
carácter de recomendación y Pablo fue durante toda la vida partidario convencido de la servidumbre. Creía
de verdad que el mejor destino para un campesino era ser propiedad del terrateniente, ya que nadie más
podía cuidarlo tan bien como su amo. No es de extrañar que en la época de Pablo el número de siervos en
Rusia aumentara, más que nada, debido a que los antiguos campesinos del Estado pasaron a las manos de
los terratenientes.
Y, al final, unas palabras sobre otra particularidad de la política interior de Pablo I. Se trata de la
situación en las fuerzas armadas del Imperio. Pablo siempre manifestó un interés sincero hacia el ejército y
consagró mucho tiempo y esfuerzos a las cuestiones militares. Pero muchas de sus innovaciones no
contribuyeron precisamente en su capacidad combativa. Pensemos, por ejemplo, en la sustitución del
uniforme ruso por el prusiano, mucho menos cómodo y funcional. Aparecieron unos zapatos que no
servían para las condiciones campales, casacas apretadas etc. Con eso, las armas ligeras y de artillería
llevaban mucho tiempo sin renovarse. Prosperaba el nepotismo, se multiplicaban los desertores. Se sentía
una falta de oficiales con experiencia. Se introdujeron los llamados fuchtels (que venía de “Fuchtel”,
“espada” en alemán), castigos corporales que suponían goples con la parte plana de la hoja de una espada
o con una baqueta en la espalda desnuda. En fin, el ejército ruso no estaba viviendo su mejor época con
Pablo y solo la valentía y el estoicismo de los soldados rusos junto con el talento de los comandantes (en
primer lugar, A. V. Suvórov) permitieron añadir unas páginas gloriosas a la historia militar del país.
Por otra parte, la política militar de Pablo I es valorada de maneras diferentes por los historiadores.
Muchas de sus innovaciones sí que contribuyeron en aumentar la combatividad del ejército ruso. Por eso,
el problema necesita la progresiva investigación, que, sin duda, dará como fruto unas apreciaciones
equilibradas.
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Política exterior
En cuanto a la política exterior de Rusia en la época de Pablo, cabría fijarse en lo siguiente. En 17981800, San Petersburgo junto con Londres y Viena entraba en la coalición antifrancesa, y fue entonces que
las tropas rusas desembarcaron en Nápoles, Roma fue liberada de los franceses (participaron en la
campaña marineros ingleses del almirante Nelson), se llevaron a cabo las campañas triunfales de A. V.
Suvórov, la Italiana y la Suiza.
Pero llegó el año 1800 y la coalición antifrancesa tambaleó. Los antiguos adversarios, Pablo y
Napoleón, intercambian mensajes, acuerdan olvidar los resentimientos y las aversiones de antes. A finales
de 1800, Pabló prohibió exportar mercancías rusas a Inglaterra, rompió relaciones con la corte exiliada
francesa (Luis XVIII fue desterrado de Rusia y privado de la pensión anual de 200 000 rublos). Pero no fue
todo. ¡Pablo y Napoleón acordaron una expidición ruso-francesa a India!
Su intención era apoderarse de la perla más grande del Imperio Británico. Para eso, en Astracán se
debía formar un cuerpo ruso-francés de 70 000 personas bajo el mando del famoso general francés
Masséna. Pero Pablo consideró que era poco: en febrero de 1801, mandó una tropa de 30 000 cosacos del
Don encabezados pro el atamán Vasili Orlov a una campaña independiente en India, via Oremburgo, Jiva y
Bujará. Lo más probable es que el destino de los cosacos sería trágico si no fuera por el fallecimiento del
emperador, que detuvo el desarrollo de aquella iniciativa sin precedentes.
Con razón surge la pregunta: ¿a qué se debía un cambio tan radical de la política exterior de Rusia?
Los factores que condicionaron el mencionado giro son muchos. Sin proponernos analizarlos todos,
fijémonos en un detalle que no carece de ineterés.
El 9 de noviembre de 1799 (el 18 de brumario del año VII de la República, según el calendario
revolucionario francés), en Francia tuvo lugar, de hecho, un golpe de Estado: Naopleón disolvió el
Directorio y se declaró el primer cónsul. La última página de la historia de la Francia jacobina se cerró. Es
posible que Pablo lo considerara un síntoma de que los acontecimientos sangrientos de la Revolución
Francesa se habían quedado en el pasado y el país estaba volviendo al poder monárquico.
El emperador ruso no estaba tan equivocado: ya se avecinaban los tiempos en que Napoleón sería
el emperador de los franceses. ¿Por qué no llevarse bien con él? Sobre todo, después de que las relaciones
ruso-inglesas habían tomado un rumbo no tan favorable. El solo hecho de que los ingleses hubieran
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tomado la isla de Malta y hubieran desterrado la orden de Malta tan querida por el emperador ruso podía
influenciar en gran medida su postura.
La charla sobre los años del reinado de Pablo I no puede considerarse siquiera un poco seria sin la
mención de los temas malteses. Pablo manifestaba mucho interés en la historia de la caballería y las
órdenes religiosas de caballería. Simpatizaba sobre todo la orden de San Juan (Hospitalaria) fundada en
Jerusalén a principios del siglo XII y que desde los mediados del siglo XVI hasta 1798 tuvo su sede en Malta.
A finales del otoño de 1798, Pablo recibió la orden como patrono, se puso las regalías del Gran
Maestre de la orden de Malta (como muchas veces se llamó), dio refugio a muchos caballeros malteses en
Rusia concediéndoles residencia en San Petersburgo, asignándoles puestos estatales, ofreciéndoles ayuda
económica. Es un caso único en la historia: un emperador ortodoxo se hace jefe de una orden católica. Por
cierto, Pablo mandó que la cruz de Malta se inscribiera en el escudo del Imperio Ruso y se hiciera uno de
los elementos heráldicos de prioridad. Los contactos con la Iglesia Católica en aquella época tenían un
aspecto curioso más: ¡Pablo llevaba una correspondencia con el Papa Pío VII e incluso (en las condiciones
de la expansión napoleónica) lo invitó a vivir en San Petersburgo!
Muerte de Pablo I
Pero ninguno de esos proyectos de Pablo habría de volverse realidad. La noche de 11 de marzo de
1801 fue asesinado por unos conspiradores en el dormitorio del recientemente construido castillo
Mijáylovski en cuyos cimientos había puesto en febrero de 1797 la primera piedra. Se ha escrito mucho
sobre el asesinato de Pablo I pero no se ha conseguido una claridad definitiva en cuanto a los motivos de la
conspiración ni en cuanto a los pormenores del atentado. Solo está clara una cosa: los principios del siglo
XIX estaban marcados por el trágico descontento con el monarca ruso relacionado con el rechazo de su
política interior y exterior así como de su personalidad. Solo podemos hacer suposiciones, por ejemplo, de
qué papel tuvo Inglaterra en la eliminación de Pablo I (si hubo tal papel) pero no cabe duda de que
necesitaba la desaparición del emperador ruso. Aquella noche de marzo oculta otro misterio: ¿cuántos
fueron los conspiradores que se metieron en la residencia del zar? Unos investigadores hablan de 40, otros
de 60, algunos tienden a la cifra de 180 o incluso 300. Siguen las discusiones sobre si Pablo fue asesinado
con una tabaquera apretada en el puño del yerno de Suvórov Nikolay Zubov o con la faja del uniforme
militar del stabskapitän del regimiento Izmáylovski Skaryátin. En todo caso, el emperador Pablo I expiró y el
trono ruso fue ocupado por su hijo mayor Alejandro.
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La personalidad de Pablo, las paradojas de su reinado muchas veces fueron el tema de las obras
historiográficas y literarias. Basta mencionar que Dmitri Merezhkovski escribió una obra de teatro titulada
“Pablo I”. Durante una época fue muy popular la novela de Olga Forsh “El castillo Mijáylovski”. León Tolstoi
también tenía la intención de escribir sobre Pablo pero esta intención nunca fue realizada.
Incluso la información fragmentaria que se ha mencionado en la charla de hoy hace pensar en cuán
interesante y atractivo puede ser el tejido del pasado histórico cuyo conocimiento, que nos abre los
tiempos remotos, es fascinante.
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