Vladimir Nabókov. “La dádiva” (1937-1938)

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Vladimir Nabókov. “La dádiva” (1937-1938)
Vladimir Nabókov explicó la estructura de su libro (con un intervalo de diez
años) en la introducción para la edición inglesa de “La dádiva” y en el texto
análogo que precede el relato “El círculo”. La acción de “La dádiva” empieza el
1˚de abril de 1926 y termina el 29 de junio de 1929 abarcando tres años de la vida
de Fiódor Godunov-Cherdýntsev, emigrado joven, en Berlín. “Su heroína no es
Zina, sino la literatura rusa. La trama del primer capítulo se centra en los poemas
de Fiódor. El segundo capítulo es un impulso hacia Pushkín en la evolución
literaria de Fiódor y contiene su tentativa de describir las exploraciones zoológicas
de su padre. El tercer capítulo se desplaza hacia Gógol, pero su verdadero eje es el
poema de amor dedicado a Zina. El libro de Fiódor sobre Chernyshevski, espiral
dentro de un soneto, compone el cuarto capítulo. El último capítulo combina todos
los temas precedentes y esboza el libro que Fiodor sueña con escribir algún día: La
dádiva.”
En la novela de hecho está bien representada la vida literaria cotidiana:
salones, discusiones, conferencias, reuniones. Escribe poemas y el diario el pobre
suicida Jasha Chernyshevski. Se mencionan las ideas literarias de Chernyshevski
“mismo” y se reproduce el soneto dedicado a él escrito por un poeta anónimo.
Aparecen las líneas brillantes del enigmático y reservado Konchéyev. Se cita la
tragedia filosófica de German Ivánovich Bush y su novela absurda. También “fue
apreciada con simpatía por los críticos emigrantes” la novela “Canas” de Shirin.
Figuran fragmentos de seudomemorias de Sujoshchiókov sobre el Pushkin viejo y
el tratado filosófico del no menos imaginario Delaland. Con referencias directas se
parodian Andrei Bélyi y Georgui Chulkov. Se presenta en versos, “para que no sea
tan aburrida”, “la sagrada familia” de Marx. Y todo eso está a la vista, en la
superficie, y en el fondo se revela un bosque frondoso de citas ocultas,
insinuaciones serias y paródicas, reminiscencias.
El ambiente literario más amplio rodea, por supuesto, al personaje central.
En el primer capítulo éste relee y comenta el libro de poemas recién editado,
escribe poemas nuevos, reflexiona en la futura novela corta sobre el joven suicida.
El protagonista renuncia a su idea, sin embargo Nabókov-autor a pesar de todo
escribe esta novela y la deja en el texto. En el segundo capítulo Fiódor trabaja en
un libro dedicado a su padre. Otra vez el autor nominal abandona ese libro, pero el
autor de “La dádiva” lo lleva a cabo y redacta hasta el final. En el tercer capítulo se
trata detalladamente sobre la historia de experiencias e intereses poéticos del héroe,
se componen nuevos versos dedicados a Zina Mertz y empieza el trabajo en el
libro sobre Chernyshevski. El cuarto capítulo, por fin, es pura novela dentro de la
novela. La descripción de la vida de Chernyshevski llega a ser la primera prueba
prosaica que Fiódor ha llevado a cabo. En el quinto capítulo la pluma de GodunovCherdýntsev descansa. Escribe sólo una carta a su madre y en tiempo restante no
hace más que vivir – lee reseñas, asiste a los funerales y a una reunión literaria,
pasa un día en el lago, ve sueños, se cita con su amante, sueña con un libro nuevo o
aún más, de los libros que están esperando, madurando y demandando su
realización.
“La dádiva” es un libro raro hasta para el mismo autor de “La dádiva”, es
una enciclopedia de géneros, mikrogéneros y seudogéneros. Los críticos literarios
han notado que la relación del héroe a la literatura rusa reproduce las principales
etapas del desarrollo de ésta: la poesía de Pushkin, la prosa de Pushkin (“Viaje a
Arzrum”), Gógol, los años 60 (“La vida de Chernyshevski”), el Siglo de Plata.
Pero esta cronología histórica puede estar correlacionada con el calendario de la
novela. Las ideas de Fiódor, realizadas o no, forman un sistema de espejos puestos
con los ángulos diferentes que reflejan la trama de su vida y el punteado brillante
de “La dádiva”. El libro de poemas sobre la infancia es la primera prueba de
pluma. De los cincuenta versos de tres cuartetas del libro imaginario en la novela
figuran en uno u otro grado dieciocho, incluso ocho de una manera completa.
Muchos años después Nabókov los publicó en su libro, “apropiándose” y
atribuyéndose los textos de Fiódor. El mismo yambo de cuatro pies de las poesías
parece una cita de la época de Pushkin. Pero la idea del libro se basa en el principio
de su carácter extemporáneo. “El autor trata de resumir las memorias eligiendo los
rasgos más o menos típicos para cada infancia feliz”, – se dice en la reseña del
crítico imaginario. De hecho es la idea del poeta de sí mismo.
Sin embargo, los versos en el primer capítulo de “La dádiva” no figuran
independientemente. Están colocados en el marco de un artículo crítico imaginario
que resulta la segunda descripción (esta vez, prosaica) de una infancia feliz. Pero la
misma lógica de “La dádiva”, enigmática y no comprendida hasta el fondo por su
poseedor, llama a Fiódor a otros temas, a otro espacio. Ya en sus poemas el crítico
imaginario descubre no sólo “la carne de la poesía”, sino también “el espectro de la
prosa transparente”. El “alter ego” del héroe, Konchéyev, en la conversación
imaginaria con la que termina el primer capítulo, expresará su opinión de una
manera bien determinada: “Pues, he leído el libro de sus magníficos poemas, en
realidad son modelos de sus futuras novelas”.
Uno de estos modelos aparece ya en el primer capítulo: un joven, pobre
suicida Yasha Chernyshevski, “que se parece mucho a Fiódor Konstantínovich”, se
convertirá en el héroe de una trama relatada de paso en una decena de páginas.
Yasha es uno de sosias especulares de Fiódor, pero sus caminos han divergido: la
intención hacia la muerte de uno se corrige y se impugna por el interés a la vida del
otro.
El otro intento de la realización de la dádiva para Fiódor llega a ser “El libro
sobre el padre”. Para este trabajo nuevo le da impulso decisivo la cita con su madre
y el purísimo sonido del diapasón de Pushkin – “el ritmo transparente de Arzrum”.
La figura del padre forma el centro del paraíso infantil, del paraíso del pasado
abandonado en Rusia. Su imagen adquiere los rasgos legendarios, míticos, casi
divinos. El padre está dotado de casi todas las virtudes posibles e imposibles. Es
viajero, trabajador fantástico, gracioso, magnífico científico, padre de familia feliz
que provoca una admiración común gracias a la generosidad de su alma. Y no es
casual que no perezca, sino desaparezca esfumándose en “el mundo desordenado
por las guerras y la revolución”. Su imagen anda desasosiegando la imaginación
del hijo y apareciendo en sus ensueños. Sin embargo, el libro claro y pensado no se
realiza y vuelve a dispersarse en un montón de borradores, esbozos y apuntes.
Sólo la tercera prueba prosaica de Godunov-Cherdýntsev resulta realizada.
“La vida de Chernyshevski” ya no se esfuma en el flujo de la vida del autor, sino
se cristaliza, se forma como un soneto y se destaca como un capítulo
independiente. Este cuarto capítulo, aún más conocido que toda la novela, fue
excluido de la primera publicación de “La dádiva” en “Sovreménnye zapiski”*
(*“Notas contemporáneas”, revista literaria de emigrados rusos publicada en París
en 1920-1940), pero aún volviendo a su lugar en la edición de 1952, de todos
modos se considera como un texto aparte del “primero” y no del “segundo” autor.
La procedencia de Chernyshevski, su carácter, sus criterios del arte, y por
fin, la causa de su vida resultan contrarios y antipáticos para el autor de “La vida
de Chernyshevski”. Sin reserva expresa su ironía respecto a los intentos de
“canonización” del estilo del autor de “¿Qué hacer?” “El estilo irónico y
circunstancial, los adverbios insertados meticulosamente, la pasión por el punto y
coma, el atasco de una idea a media frase y las torpes tentativas de llevarla
adelante (tras las cuales se volvía a estancar en otro lugar, y el autor tenía que
empezar de nuevo a preocuparse por ella), el tono machacón e insistente de cada
palabra, la movilidad del sentido, similar a las jugadas del caballo, del comentario
trivial sobre sus mínimos actos, la pegajosa ineptitud de estos actos (como si una
cola de pegar hubiese embadurnado las manos del hombre, y ambas fueran la
izquierda), la seriedad, la falta de firmeza, la honradez, la pobreza, todo esto gustó
tanto a Fiodor, le asombró y divirtió tanto el hecho de que un autor que tuviera este
estilo mental y verbal pudiera ser considerado una influencia en el destino literario
de Rusia, que a la mañana siguiente pidió en préstamo a la biblioteca pública las
obras completas de Chernyshevski.”
A medida que va desarrollándose la espira de la trama, el criterio del autor se
cambia definitivamente. De debajo del enchapado brillante del icono liberal, de la
coraza del demócrata revolucionario Nabókov extrae a una persona débil,
vulnerable, mal acondicionada para el papel social que le tocó, pero que, a pesar de
todo, desempeñó este papel con dignidad hasta el final. Conforme con esto el tono
mordaz y sarcástico va cambiándose poco a poco, pero con evidencia, por la
piedad, comprensión y compasión. El autor de “La vida de Chernyshevski” no se
limitará con subrayar maliciosamente la pobreza y torpeza del héroe, su timidez en
las relaciones con las mujeres, con describir con entusiasmo sus estreñimientos y
con explicar la famosa “teoría estética” por la mala vista del teorético.
Inesperadamente verá en un rayo de luz oblicuo la escena del encuentro con
Herzen, descubrirá la fuerza y potencia en sus cartas de la fortaleza, con la
simplicidad de Pushkin describirá la escena de la ejecucuión civil; ya sin ninguna
ironía ni sarcasmo contará sobre el encuentro fugaz con la esposa, locura de su
hijo, trabajo sin ningún sentido en Astrajan; las últimas desesperadas tentativas de
superar el silencio con su voz transforman este “panfleto” en una tragedia. En el
delirio precursor de la muerte el héroe pronuncia las palabras “Dios” y “destino”.
Chernyshevski en el libro de Fiódor simboliza la imagen del hombre que no ha
acertado su destino como Pechiorin y que no lo ha evitado como su padre.
En el quinto capítulo Godunov-Cherdýntsev ya no redacta nada. Lee reseñas,
asiste a los funerales de otro Chernyshevski, padre del suicida, toma parte en una
reunión literaria, pasa un dia en la orilla del lago, se encuentra con Zina, ve a su
padre en el sueño. Sin embargo, esta vida habitual queda la vida de un creador,
dedicada a la dádiva. Fiódor sigue siendo escritor en cada momento de su
existencia. Saliendo de compras, busca “la ley de composición”, “el ciclo medio de
las calles de una ciudad determinada, por ejemplo: estanco, farmacia, verdulería”.
Regresando a la habitación recién alquilada revela el fenómeno del punto de vista:
“En sí mismo, todo esto era una vista, del mismo modo que la habitación en sí era
una entidad separada; pero ahora había aparecido un intermediario, y ahora aquella
vista se convirtió en la vista desde su habitación y en ninguna otra”.
Le preocupa el tema del padre. En la habitación de Alexandr Jákovlevich
descubre el tema para un espectro, en su propio pasado revela precursores de sus
conocidos de hoy, en uno de los visitantes de la reunión literaria se le presenta la
fábula de su existencia. Los motivos de vida inmediatamente se convierten en un
tema por tener una semejanza selectiva.
La realidad para el héroe de Nabókov existe en correspondencia con las
rigurosas leyes del arte. No hay que hacer nada más que oír la gama del destino,
penetrar en su intención oculta, escribir lo que ya se ha formado según sus leyes de
composición. “Es extraño. Me parece recordar mis obras futuras, aunque ni
siquiera sé de qué tratarán. Las recordaré completamente y las escribiré”.
Un rasgo muy importante, un rasgo clave del héroe de Nabókov convierte
“La dádiva” en un libro único, tanto en la metanovela de Nabókov, como en toda la
gran literatura rusa del siglo XX. Aparentemente Fiódor ha perdido casi todo que
uno puede perder: hogar, vida habitual arreglada, Patria, padre, porvenir… Es
pobre, solitario, se muda de un apartamento a otro, vive de ganancias de ocasión
vendiendo lo sobrante de la educación noble; le roban dinero, pierde las llaves con
frecuencia. Parece que vemos a un clásico “hombre superfluo”, y aún más,
perteneciente a “las pobres gentes”. Sin embargo, a despecho de lo evidente, el
héroe de Nabokov está ajeno del complejo de pérdida. Su búsqueda del paraíso
perdido es puro invento de los críticos literarios. “La dádiva” es un libro sobre el
hombre feliz. Fiódor no sólo encuentra la felicidad en el final de la novela, sino se
ahoga de la felicidad, vive en una nube de felicidad desde la primera hasta la
última página. Experimenta la sensación de felicidad en sumo grado: “Y después,
al despertarse completamente a los sonidos de la mañana, caía al instante en el
mismo núcleo de la felicidad que le sorbía el corazón, y era algo bueno estar vivo,
y en la niebla centelleaba algún suceso exquisito que estaba a punto de ocurrir”.
En las memorias de Sujoshchiókov sobre el viejo Pushkin figura “la triple
fórmula de la existencia humana: irrevocable, irrealizable, inevitable”. Sin negarla,
el héroe de Nabókov añade un sumando más: “¿Dónde pondré todos estos regalos
con que me recompensa la mañana veraniega, a mí y sólo a mí? ¿Los guardaré para
futuros libros? ¿Los usaré inmediatamente para un manual práctico: ¿Cómo ser
feliz? O profundizando más, yendo al fondo de las cosas: ¿comprenderé lo que se
oculta detrás de todo esto, detrás del juego, el centelleo, la pintura gruesa y verde
del follaje? ¡Porque hay algo, verdaderamente hay algo! Y uno quiere ofrecer su
agradecimiento y no hay nadie a quien ofrecerlo. La lista de donaciones ya está
hecha: 10.000 días de un Donante Desconocido.” 10.000 días constituyen la
fórmula de la vida. Naturalmente sobre todo consiste de la infancia feliz, creación,
amor. Pero no es todo.
Uno de los días más felices para el protagonista es aquél cuando no pasa casi
nada: la soledad en la orilla del lago, bosque, sol, conversación imaginaria con
Kóncheyev, ropa robada, regreso a casa bajo la lluvia. Los simples detalles de la
vida cotidiana despiden el olor a felicidad. El padre necesitaba para su caza toda el
Asia, el hijo construye su propio Edén, un paraíso primitivo en los suburbios de
Berlín. Los viajes están sustituidos por la poesía de los terraplenes de ferrocarril,
un paseo por las calles o un simple trayecto en tranvía berlinés. Lo principal de “la
dádiva” de Fiódor se plasmó sólo parcialmente en sus textos, pero se realizó por
entero en la novela de Nabókov – talento para el conocimiento sensual, capacidad
de llenar cada momento de percepción sensorial del milagro.
El héroe viaja libremente por el tiempo y espacio, cambia de puntos de vista,
recuerda memorias ajenas, se apropia lo leído en los libros y lo hace vivir. Goza de
la lengua a lo goloso – de aquí aparecen aliteraciones, oxímorones, la gracia de
oposición idiomática. “El yugo vil de constantes cambios de domicilio”(«Гнусный
гнет очередного новоселья»), “volumen…grueso y exquisitamente impreso, de
lánguidos poemas” («том томных стихотворений»), “sus modales en extremo
refinados (como observaría Strannolyubski, hay algo dickensiano en esta expresión
empalagosa)” («патока этой патетики»), “la zarpa ingrávida de una sombra cayó
sobre su hombro izquierdo;”(«легкая лапа лиственной тени легла ему на левое
плечо»).
Su instrumento principal en la prosa, aún más que en la poesía, es metáfora,
que permite ver lo invisible y dar a las cosas abstractas volumen, color y olor: “las
tinieblas de lo presente”, “la luz de la memoria”, “las colinas de mi tristeza”, “los
precipicios de la imaginación”, “el viento de palabras” (probablemente ha llegado
de “Petersburgo” de Andrei Belyi), “la última frontera de la razón”, “la mezcla
nevada de felicidad y horror”.
No sólo el libro sobre Chernyshevski, sino toda las novela llega a ser lección
de pensar a múltiples planos, enseñanza con la que sueña el héroe, “todos los
desechos de la vida que, por medio de una momentánea destilación alquímica —el
«experimento real»—, se convierte en algo valioso y eterno”. De todos los
escritores del siglo XIX sólo Afanasi Fet con tanto ardor decantaba el mundo como
belleza y harmonía personificadas, momento que adquiría la calidad de eternidad.
“El poema de Fiódor sobre la golondrina probablemente será mi preferido verso
ruso”, – dijo Nabókov en una entrevista. Parece catálogo, esencia de la obra de Fet:
“Esta hoja que se secó y cayó sigue ardiendo con oro eterno en el canto”.
La base metafísica del mundo representado con palabras resultan en “La
dádiva” dos historias intercaladas, dos mikroargumentos. “A mi padre, – relata el
héroe, – no le gustaba el folklore, pero a veces citaba un magnífico cuento kirguís,
donde un pequeño saco no tiene fondo simbolizando el ojo humano insaciable que
quiere abarcar todo lo que hay en el mundo”. En el delirio agónico de otro padre,
Alexandr Yakovlevich Chernyshevski, figura una cita grande del pensador francés
Delalande, otro espectro inventado por Nabókov: “«Para nuestros sentidos
domésticos la imagen más accesible de nuestra comprensión futura de aquellos
alrededores que nos serán revelados junto con la desintegración del cuerpo, es la
liberación del alma de las cuencas de la carne y nuestra transformación en un ojo
libre y completo, que puede ver simultáneamente en todas direcciones, o, dicho de
otro modo: una percepción suprasensorial del mundo, acompañada de nuestra
participación interna.»”. Al terminar “La dádiva” Nabókov escribió la poesía “El
ojo” (1939) con la misma imagen de Delalande:
A un solo ojo gigante
Sin cara, sin párpados y sin frente,
Sin calina de carne
Está reducido el hombre.
Y mirando sin horror a la tierra
(que no parece a aquélla
Que pía de océanos sonreía
Con una sola mejilla),
No ve montañas ni ondas,
Ni un golfo de colores vivos,
Ni el cinematógrafo mudo
De nubes, viñas y campos:
No ve, por supuesto, el cuarto
Ni caras de plomo de familia,
No nota nada de eso
En sus silenciosas llamadas.
Es que desapareció la frontera
Entre lo eterno y lo material.
¿Para qué me sirve el ojo humano
Si nada lleva escudo ni monograma?
El ojo vuelto a la tierra ve la variedad fabulosa y exuberante del mundo; el
alma abandonando el cuerpo terrestre y convirtiéndose en un ojo, no verá nada. En
la misma cita de Delalande se dice que la fe en Dios no es más que “verdad local y
verdad de lugar”.
Después siguen los pensamientos de un sujeto indeterminado: o es
Delalande, o Alexandr Yakovlevich, o Fiódor, o el autor mismo: “El otro mundo
nos rodea siempre y no es en absoluto el fin de un peregrinaje. En nuestra casa
terrena, las ventanas están reemplazadas por espejos; la puerta, hasta un momento
determinado, está cerrada; pero el aire entra por las rendijas”. Pero un poco más
tarde el narrador logra oír las últimas palabras del moribundo “otro”
Chernyshevski: “Qué tontería. Claro que no hay nada después, – suspiró, escuchó
el goteo y los truenos del otro lado de la ventana y repitió con extrema claridad: –
No hay nada. Es tan evidente como el hecho de que está lloviendo”.
Luego viene un paso brusco de composición: “Y fuera, mientras tanto, el sol
de primavera jugaba con la pizarra del tejado, en el cielo soñador no había una sola
nube, la inquilina del piso de arriba regaba las flores de su balcón, y el agua
goteaba hacia abajo con un sonido de tambor”. ¿Resulta que sí que hay algo? ¿Los
sentimientos engañan al moribundo? Pero después del entierro Fiódor trataba de
imaginarse “alguna clase de extensión de Alexander Yakovlevich al otro lado de la
vida —pero al mismo tiempo observó, a través de la ventana de una tintorería
próxima a la iglesia ortodoxa, a un empleado torturando un par de pantalones con
diabólica energía y un exceso de vapor que recordaba el infierno”.
El ojo toma lo suyo. Se niega a ver nada detrás de la esquina de la vida,
detrás del espejo. El ifierno resulta simplemente la tintorería próxima a la iglesia
que está a este lado de la vida. Y el héroe encuentra consuelo otra vez en una
metáfora terrestre, la de aquí, la de la vista: “sintió que toda esta madeja de
pensamientos casuales, así como todo lo demás – las costuras y la trama ínfima de
este día primaveral, la ondulación del aire, los hilos bastos y enmarañados de
sonidos confusos – era simplemente el revés de un tejido maravilloso en cuyo lado
derecho se formaban e iban cobrando vida imágenes invisibles para él”. Una
metáfora se cambia por otra: ventanas-espejos se convierten en el revés de un
tejido maravilloso con imágenes vivos en su lado derecho. Entonces, el tejido es el
mismo espejo, vuelto de cara a algún observador invisible. El ojo terrestre continua
su admirable trabajo, el ojo del alma no tiene nada que hacer. A pesar de todo, si la
muerte es inevitable como consta el epígrafo, Fiódor quiere enfrentarla como el
héroe de un viejo sabio francés – un literato más inventado por Nabókov y un
microtema intercalado más: “una vez hubo un hombre... que vivía como un
verdadero cristiano; hizo mucho bien, a veces con palabras, a veces con hechos, y
otras con silencios; observaba los ayunos; bebía el agua de los valles (esto es
bueno, ¿verdad?); alimentaba el espíritu de concentración y vigilancia; vivía una
vida pura, sabia y difícil; pero cuando intuyó la proximidad de la muerte, en lugar
de pensar en ella, en lugar de lágrimas de arrepentimiento y tristes despedidas, en
lugar de monjes y notarios vestidos de negro, invitó a un banquete a acróbatas,
actores, poetas, un grupo de bailarinas, tres magos, alegres estudiantes de
Tollenburg, un viajero de Taprobana, y en medio de versos melodiosos, máscaras y
música, apuró una copa de vino y murió con una sonrisa alegre en el rostro...
Magnífico, ¿verdad? Si he de morir algún día, así es exactamente como me
gustaría”.
“Si he de morir algún día” – Fiódor parece dudarlo. En el cuadro del mundo
de Nabókov la muerte no es inevitable. De todos modos no se relaciona con la vida
de una manera directa, no penetra en ella. Dios está reemplazado aquí por el
destino que, a su turno, no es más que pura casualidad feliz de la existencia
brillante y transparente. Después de contar su último relato, el héroe paga y sale
con su amante a la noche sofocante de Berlín: “Y un día recordaremos todo esto,
los tilos, y la sombra en la pared, y las uñas de un perro de lanas rascando las losas
de la noche. Y la estrella, la estrella. Y aquí está la plaza y la iglesia oscura, con la
luz amarilla de su reloj. Y aquí, en la esquina, está la casa”. No tiene llaves de esta
casa ajena, pero tiene llaves de la felicidad.
El filósofo Alexandr Piatigorski determina la percepción de la vida de
Nabókov como el fenómeno de la vista lateral: “Es difícil encontrar en el siglo XX
a otro escritor ruso que fuera tan distante del sentimiento de tragedia como
Nabókov. Lo trágico es resultado de la vista directa”. En realidad en el trágico
siglo XX había sinfín de escritores que miraban a la cara de la tragedia. Por otra
parte, no es menos difícil encontrar en la obra del mismo Nabókov otro libro donde
lo trágico esté superado de una manera tan consecuente y sin compromiso como en
“La dádiva”.
Nabókov mismo dos veces trató de manifestar “la vista directa”, destruir el
frágil acuario de la felicidad creado en “La dádiva”. Primero – en su novela corta
“El círculo”. Su protagonista es el hijo del maestro de aldea Bychkov mencionado
en “La dádiva”. Enamorado antes de la hermana de Fiódor, recuerda el paraíso
veraniego de Léshino con repugnancia. El padre de Fiódor le parece “un señor
poco destacado, caballo amblador ratino de pequeña estatura”. El odio social
deteriora la brillante imagen de la infancia feliz y el paraíso familiar. El mundo
mítico creado en “La dádiva” no soporta una mirada ajena, preconcebida e
imprudente. Por eso Nabókov dejó este pequeño “satélite” de la novela, narración
sobre el destino común y el exilio personal, fuera del texto principal.
En el archivo del escritor se quedaron los borradores de la continuación de
“La dádiva”, donde Fiódor pierde su integridad interna y el andar volante. Se
encuentra con una prostituta, Zina perece atropellada por un coche, Fiódor tiene un
amor nuevo, empieza la guerra. En general, es completamente otra historia.
Conforme con el espíritu del verdadero siglo XX. En las rendijas de la casa de
espejo entra el aire de angustia, desesperanza, tragedia.
Gracias a Dios, todo eso se quedó en los borradores. Y la novela misma
resultó un libro sobre la felicidad de la vida y el agradecimiento. Parece que en “La
dádiva” Nabókov sigue las ideas de Pushkin: “Se dice que las desgracias son una
buena escuela. Puede ser. Pero la felicidad es la mejor universidad”. No es
casualidad que “La dádiva” termine con un leve suspiro de la línea de Oneguin,
punteado de aliteraciones, final abierto, idea de la vinculación enigmática del arte y
la existencia: “las sombras de mi mundo se extienden más allá del horizonte de la
página, azul como la niebla matutina del día de mañana, y tampoco esto termina la
frase”. Lo último que se reflejó en el espejo abandonado de la novela fue el perfil
de Pushkin.
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