El gobernador de Neuquén envió

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Neuquén y la prisión de personas inocentes
Por Mario Alberto Juliano1 y Fernando Avila2
I. Introducción
El gobernador de Neuquén envió a la Legislatura un proyecto de reforma al
recientemente sancionado Código de Procedimiento Penal de la provincia3, con la intención
manifiesta de endurecer la respuesta estatal frente a los delitos. En este caso apunta a ampliar el
espectro posible de acción de la prisión preventiva.
En su redacción vigente el artículo 114 del CPP establece:
“Artículo 114. Prisión preventiva. La prisión preventiva sólo procederá cuando
las demás medidas de coerción fueren insuficientes para asegurar los fines del
procedimiento.
Se podrá aplicar la prisión preventiva, siempre que el fiscal o el querellante
acrediten los siguientes requisitos:
1) Que existan elementos de convicción para sostener que el delito se cometió.
2) Que existan elementos de convicción suficientes para considerar,
razonablemente, que el imputado es autor o partícipe de un delito; y
3) Que se demuestre que la medida resulta indispensable por presumir que
aquél no se someterá al procedimiento u obstaculizará la investigación.
Al solicitarla, el fiscal o la querella expondrán con claridad los motivos. El juez
controlará la legalidad y razonabilidad del requerimiento y resolverá
fundadamente.”
El texto propuesto, de acuerdo al proyecto del gobernador, modificaría la norma
de la siguiente forma:
Artículo 114. Prisión Preventiva. Se podrá aplicar la prisión preventiva cuando
existan elementos de convicción para sostener que el delito se cometió y se pueda
considerar razonablemente, que el imputado es autor o partícipe de un delito y
1
Director Ejecutivo de la Asociación Pensamiento Penal y juez del Tribunal en lo Criminal 1 de Necochea
Coordinador del Campus Virtual de la Asociación Pensamiento Penal y prosecretario del Tribunal en lo Criminal 1 de
Necochea
2
3
Sancionado mediante ley 2784 de noviembre de 2011 y que comenzó a regir en 2013.
siempre que el fiscal o el querellante acrediten algunos de los siguientes
supuestos:
1) Que se demuestre que la medida resulta indispensable por presumir que el
imputado no se someterá al procedimiento u obstaculizará la investigación; o
2) Que la liberación del imputado pueda poner en riesgo la seguridad y la paz
social debiéndose considerar al efecto alguna de las siguientes circunstancias: la
gravedad de la pena asignada al delito; la naturaleza violenta de la conducta
desplegada; o la existencia de procesos penales en trámite en su contra que, en
su conjunto, generen, una expectativa de pena mayor o permitan presumir que
éste continuará la actividad delictiva; o
3) Que la liberación del imputado pueda poner en riesgo la integridad de la
víctima, de su familia, o sus bienes”4.
El constante manoseo de la legislación penal es una práctica habitual en nuestro
país. Los sectores políticos, frente al reclamo social de seguridad ciudadana, responden de modo
simplista acudiendo al endurecimiento de penas y medidas de encarcelamiento masivo.
La medida propuesta no desentona con esta realidad, pero es particularmente
llamativa frente a la reciente reforma del procedimiento penal provincial. Estas marchas y
contramarchas se inscriben dentro de la inclinación política hacia las respuestas espasmódicas en
el ámbito del fenómeno punitivo.
Una reforma de esta naturaleza no sólo sería opuesta al marco normativo de
referencia en materia de privación de libertad de personas inocentes (prisión preventiva), sino
también de imposible concreción por violar la prohibición de regresividad, principio que emana de
normas convencionales y son obligatorias para los Estados parte (la República Argentina lo es).
II.
La
prisión
preventiva
como
instituto
de
excepción.
Estándares
internacionales y jurisprudencia de la CSJN
La legislación proyectada establece que podrá privarse de libertad a un sujeto
inocente cuando su libertad ponga en riesgo la paz y la seguridad social y que para determinar
este riesgo debe tenerse en cuenta:
a. la gravedad de la pena asignada al delito;
b. la naturaleza violenta de la conducta desplegada;
4
El resaltado nos pertenece.
c. la existencia de procesos penales en trámite en su contra que permitan
presumir que éste continuará la actividad delictiva
Se verifica un desplazamiento que va desde la finalidad de garantizar los fines del
proceso (evitar la fuga o el entorpecimiento probatorio) hacia garantizar la paz y la seguridad
social. Este corrimiento del eje recuerda mucho al propuesto por el positivismo criminológico que
bregaba por dejar de mirar el hecho y centrarse en la personalidad del autor.
No es novedoso, y así lo ha entendido el legislador neuquino al dictar el CPP
vigente, que la prisión preventiva es una medida que tiene características específicas que definen
su contorno claramente: excepcionalidad, racionalidad, proporcionalidad y provisionalidad.
Los límites de la potestad punitiva estatal se encuentran demarcados no por la
voluntad del gobernante, sino por el juego armónico y preciso de la Constitución nacional (artículo
18), la Convención Americana de los Derechos Humanos (artículos 7 y 8) y la interpretación que de
ella hacen la Corte y la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (fallos “Giroldi”,
“Bramajo” y “Carranza Latrubesse”, entre otros, de la CSJN).
La Corte Interamericana de Derechos Humanos, la Comisión Interamericana de
Derechos Humanos y la Corte Suprema de Justicia de la Nación, han delineado con adecuada
precisión de qué hablamos cuando hablamos de prisión preventiva y qué clases de encierro
cautelar no pueden ser jamás considerados dentro de esta categoría, quedándoles solo disponible
el rótulo de detenciones ilegales o arbitrarias (artículo 7.3 de la CADH).
La CSJN en el reciente fallo “Loyo Fraire” adhirió al dictamen del Procurador,
quien afirma, una vez más, que la prisión preventiva no puede justificarse en la gravedad del
hecho, la pena en expectativa o la personalidad del autor.
Estos postulados no son novedosos, reiteran posturas anteriores de la CIDH
(informe 35/07) y de la CtIDH (Bayarri, Chaparro y Lapo, Tibi, López Álvarez, Suárez Rosero,
etcétera).
El criterio (que de modo inaudito se desconoce) es básicamente el siguiente: la
prisión preventiva sólo tiene fines procesales, es decir, evitar la frustración del proceso. No es
posible, en modo alguno, echar mano a la privación de libertad antes de la condena con fines
sustanciales (peligrosidad social o particular). Por otra parte, el peligro procesal debe ser
demostrado de modo concreto y positivo, no basarse en presunciones legales. Por su naturaleza,
debe ser provisional (estos peligros lógicamente no son eternos) y a su vez debe ser proporcional
(no puede tratarse de igual modo a un condenado que a un sujeto inocente), por ende, también,
debe aplicarse la medida más leve posible para evitar el peligro demostrado (siendo la privación
de libertad en un cárcel la más gravosa de todas ellas).
La necesidad de acudir una y otra vez a recientes fallos y dictámenes ponen en
evidencia la constante pulsión del poder punitivo por romper el molde del estado de derecho que
pretende (y está destinado) a contenerlo.
La razón no puede ser esclava de la utilidad. El respeto por la dignidad del ser
humano y su libertad deben ser siempre criterios para evaluar la legitimidad de los medios
propuestos para alcanzar cualquier finalidad. En este caso se pretende lesionar profundamente la
libertad de inocentes con la excusa de preservar la paz social y admitiendo que se justifique el
peligro para ésta en la personalidad moral del detenido. La sola descripción es suficientemente
dantesca como para tener que profundizar en la cuestión.
III. La prohibición de regresividad
La pretensión del ejecutivo provincial encuentra otro obstáculo de carácter
convencional: la prohibición de regresividad que entraña para el estado un obstáculo insuperable
para la retracción de derechos y garantías reconocidos normativamente.
El principio de progresividad (del que la prohibición de regresividad es
sucedáneo) se encuentra reconocido de modo expreso en materia de derechos económicos,
sociales y culturales en el artículo 2 del Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y
Culturales, y también ha sido consagrado en el artículo 2 de la Convención Americana sobre
Derechos Humanos y del Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos.
De acuerdo a este principio el estado tiene el deber de consagrar, en forma
progresiva, derechos y libertades convencionalmente reconocidos, sin discriminaciones de
ninguna naturaleza.
La prohibición de regresividad viene a ser un elemento de soporte para afianzar
ese principio ya que de nada valdría que los estados se obliguen a implementar los derechos
paulatinamente, si concomitantemente se admitiese que esos derechos y libertades pudiesen ser
derogados, restringidos o condicionados. De ahí la aludida prohibición de regresividad, que si bien
tiene carácter implícito, es manifiesta y evidente.
La libertad personal es un derecho consagrado convencionalmente que sólo
puede ser restringido excepcionalmente y bajo ciertos presupuestos que acotan (o deberían
hacerlo) la posibilidad de su expansión hacia todo el universo de procesos penales. Las
detenciones no deben ser arbitrarias (artículo 7.3 CADH) y para superar esta limitación normativa,
deben estar fundadas en circunstancias objetivas de peligro para el proceso (en modo alguno
pueden basarse en las condiciones personales del acusado o en la gravedad del hecho o la defensa
de la sociedad).
La reforma que intenta el ejecutivo implica un claro retroceso en materia de
libertad personal, que se hace evidente con la sola comparación textual de las normas.
A partir de la nueva regulación se tergiversa por completo el sentido de un
instituto de excepción de incuestionable rol limitado a la preservación de los fines del proceso
hacia una suerte de herramienta de saneamiento destinada a preservar el orden y la paz social y
permitiendo que esta extraña finalidad se presuma comprometida sobre claros indicadores de
peligrosismo propios del derecho penal de autor.
No se trata de un retroceso, se trata en verdad de proponer un quiebre
normativo de profundas consecuencias éticas y jurídicas. El tránsito desde una herramienta con
funciones declaradas de evitación (evitar fuga o evitar entorpecimiento probatorio) hacia una
herramienta de promoción de la paz y el orden social sobre pronósticos de comportamientos
futuros basados en conductas pasadas tiene toda la apariencia del derecho penal autoritario
propio de regímenes fascistas.
IV. Conclusiones
Desde estas líneas apelamos a la racionalidad de los gobernantes, a la necesidad
de abandonar fórmulas simbólicas, notoriamente fracasadas, que terminan por sumir en la
desazón a la ciudadanía, ante la ausencia de resultados de las medidas que se prometen.
El encarcelamiento preventivo indiscriminado es una política que, además de
resultar inidónea para los fines propuestos (mejorar los niveles de seguridad ciudadana) termina
pagándose en moneda de derechos y garantías de sectores vulnerables de la sociedad, que tienen
pocas posibilidades de responder a los agravios constitucionales que suponen estas medidas.
Es preciso que los gobernantes recurran a políticas que contribuyan de modo
real y eficaz a la prevención de los delitos, abandonando la focalización exclusiva en los eslabones
más notorios de la cadena ilícita, lo que en los hechos implica correr detrás de las consecuencias,
ignorando las causas. Carrera que, desde ya, está perdida.
La pacificación de la sociedad exige responsabilidad a la hora de formular
políticas, y tenemos el convencimiento que la vía propuesta por el gobierno neuquino es la
crónica anunciada de un nuevo fracaso y una nueva frustración.
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