MEDIOS DE COMUNICACIÓN "INFORMAN" UN CONFLICTO IRREAL1 Una mirada de la gran prensa colombiana en el espejo de la guerra interna, refleja deformaciones peligrosas. Lo anecdótico, la descontextualización y la exclusión de la sociedad civil como fuente de información han consolidado la idea de un conflicto sin memoria ni sentimientos; sin víctimas ni crueldad, según reflexiona el periodista Hollman Morris. Hollman Morris2 Cuando Jesús Abad Colorado, fotógrafo independiente, terminó su acompañamiento a los campesinos de San José de Apartadó que buscaban los cadáveres de sus líderes asesinados, preguntó a los que se habían quedado en el pueblo "y los periodistas, ¿dónde están?". Ellos respondieron que los comunicadores no se habían hecho presentes. Habían pasado cinco días o más desde que la denuncia de la masacre de dos familias, incluyendo cuatro niños, uno de ellos de 11 meses, en la vereda La Resbalosa, recorriera los correos electrónicos de periodistas y organizaciones de derechos humanos. Jesús Abad corrió al sitio de los hechos, sin embargo, ya de regreso -sorprendido-, no encontró a sus colegas. Los periodistas de los grandes medios solo llegaron una semana más tarde, y cuando arribaron, la comunidad de paz de San José se negó a darles declaraciones. El relato anterior permite deducir que, en un buen número de casos, los periodistas y los medios no están viendo el complejo conflicto armado, y por el contrario sus informaciones van de la mano de las versiones oficiales. Es esa única visión la que hoy alimenta a la gran mayoría de ciudadanos que se acercan a la pantalla del televisor, el medio por el cual -dicen diferentes estudios- se "informa" el 80% de los colombianos. En el caso de San José de Apartadó, aunque los medios llegan tarde, se alcanza a debatir sobre la autoría de la masacre. Campesinos señalan al ejército; el ministro de Defensa, a la guerrilla, y la Fiscalía dice no poder adelantar diligencias por falta de colaboración de los pobladores. Pero dos semanas después parece zanjarse todo debate sobre el asunto con las declaraciones del presidente Uribe: "En la comunidad de paz hay gente buena pero hay quienes señalan a sus líderes como auxiliadores de las Farc". Las declaraciones presidenciales no incluyen un pedido de investigaciones para esclarecer la masacre de niños y, por el contrario, lanzan un manto de duda peligroso contra la comunidad de paz. En los días siguientes, no hubo periodistas que pidieran al mandatario más explicaciones al respecto de tan graves señalamientos, o que exigieran algún llamado de justicia. Simplemente, la estigmatización hizo carrera sin que nadie hiciera ver el daño que esto hace para entender la dinámica del conflicto y sus consecuencias. La actitud de periodistas y de medios para dejar pasar sin mayor rigor este tipo de afirmaciones, advierte, en primera instancia, la extrema complacencia de algunas salas de redacción hacia la política de seguridad del jefe del Estado y su forma de expresarse frente a los actores del conflicto armado. 1 Periódico UNPeriódico. Universidad Nacional de Colombia. Bogotá, agosto 14 de 2005. http://unperiodico.unal.edu.co/ediciones/79/05.htm 2 Periodista y director del programa de televisión Contravía, auspiciado por la Embajada de Holanda. 1 Esta afirmación se puede refrendar con dos estudios aparecidos en el primer semestre del año sobre los medios de comunicación en Colombia. El primero, "Reporteros sin fronteras", señala cómo el país atraviesa un déficit informativo, cómo la información se aleja de la verdad y cómo tanto gobierno como diferentes actores del conflicto, presionan a los informadores. El segundo informe es el de la Facultad de Comunicación de la Pontificia Universidad Javeriana, que en la revista Directo Bogotá indica que el 90% de la información publicada o emitida proviene de fuentes oficiales. Las reacciones de otros países en torno a la masacre en San José fueron de escándalo. Diferentes asesores de congresistas norteamericanos no daban crédito a que el presidente Uribe no hubiera expresado gesto alguno de repudio. Preguntaban si ello había desatado polémicas que los periodistas registraran e incluso suscitaran en su papel de veedores sociales. El silencio de los medios respecto al asunto quizá pueda explicar la aceptación tan grande y sin fisuras, por parte de un buen número de la población, de la política de seguridad democrática. Es cierto que en la prensa nacional hubo expresiones de columnistas rechazando las declaraciones del primer mandatario, pero lo más preocupante pasa por la "cajita embrujadora". Recordemos que solo un 2% de los colombianos lee la prensa y un 80% se "informa" por la televisión. Súmese a ello, que en los grandes canales la opinión está relegada a horarios de menor sintonía, y desaparecieron el documental, la crónica y el reportaje, géneros periodísticos que, por excelencia, permiten el análisis, la memoria y los contextos, elementos de los que hoy carece la programación, que se limita al mero registro de los hechos. Los periodistas, los directores de medios y de canales estamos en mora de hacer una mirada autocrítica antes que la sociedad se levante y nos señale las irresponsabilidades en la construcción de la memoria de la Nación y de las víctimas o en el olvido de ciertas voces de la sociedad. Otros hechos El caso Cajamarca. Allí muere una familia campesina, entre ellos dos menores de edad. El presidente llega al sitio de la masacre, y oye las explicaciones de los militares, acompañado de un nutrido grupo de periodistas y de las cámaras de Palacio. Ante ellas, le asegura a los familiares de las víctimas la indemnización por parte del Estado, ya que hasta ese momento la versión oficial era la de la confusión de los militares que dispararon porque había niebla, lo cual no permitió distinguir si eran civiles o guerrilleros. Ese día los noticieros destacaron la noticia y la actitud del jefe del Estado en reconocer el error y resarcirlo. Lo sorprendente, y sin antecedentes, es que esa misma noche, la Casa de Nariño presentó por todas las cadenas un breve contexto de la situación de la zona, las explicaciones de los comandantes del ejército y una intervención del presidente explicando lo sucedido. Santo remedio; habló el presidente y hasta allí llegaron las ansias de verdad de los comunicadores. El diario El Tiempo en su editorial llamó la atención sobre la forma en que se había manejado el caso. El presidente prácticamente aplicó justicia y absolvió a los militares frente a todo el país. Noticias Uno pudo comprobar que pasados algunos meses, la famosa indemnización no había llegado. Sería bueno hacer el ejercicio de recordar cuántas veces se ha visto que el presidente es cuestionado frente a las cámaras por agudas o punzantes preguntas de los periodistas. 2 Un año después, los organismos de seguridad comprobaron que no se trató de una equivocación producto de la neblina sino de un homicidio. Los campesinos fueron sacados de su vivienda y asesinados en la carretera. Los familiares no han recibido nada, solo amenazas y desplazamiento. El caso no tuvo la suficiente difusión de la verdad; en cambio, la versión oficial -incorrecta y falsa- se replicó hasta el cansancio. ¿Y la voz de las víctimas?, totalmente desconocida. ¿Las consecuencias?; muchos sectores del país tienden a creer que la guerra que se libra es lejana, limpia y sin víctimas. Se ha creado una imagen de que la guerra no tiene los costos que de verdad tiene, y que por tanto la salida armada es una buena opción y quizás la única. Del caso de los tres sindicalistas asesinados en Arauca, presentados hasta el último momento por el ministro de Defensa y el vicepresidente como guerrilleros muertos en combate, hoy se sabe que no eran guerrilleros y que fueron sacados de la casa donde se reunían, y asesinados por tiros de gracia bajo las órdenes de un joven oficial del ejército. El comportamiento de los medios es el mismo: ni un cuestionamiento público o careo de los periodistas con el presidente o el ministro, ausencia de las voces de los familiares y mucho menos análisis de lo que estos comportamientos repetidos generan en la comprensión real del conflicto armado. Las reflexiones, cuando me preguntan cómo veo la dinámica actual del conflicto y el comportamiento de los medios, son las siguientes: La benevolencia de los medios de comunicación al no cuestionar con rigurosidad y sistematicidad las informaciones oficiales del conflicto, puede cifrar el mensaje, peligrosamente aceptado por la sociedad, de que se puede absolver a cualquier persona por encima de la normatividad jurídica, o de que si lo dice el presidente es porque esa es la verdad. Las declaraciones oficiales vehementes y acaloradas en defensa de las Fuerzas Armadas son pilar fundamental de la política de seguridad democrática. Frente a tantos errores oficiales resulta arriesgado no escuchar la voz de la sociedad civil con la suficiente amplitud que merecen, en informes que vayan más allá de lo anecdótico. Esta ausencia de voces consolida la salida armada, no plantea las grietas que tienen muchas decisiones y declaraciones oficiales y presenta una dinámica del conflicto sin la real dimensión de los sufrimientos que genera. Aquí abro un paréntesis: se desmovilizó el frente paramilitar Héroes del Sur, en el departamento de Nariño. Imágenes y testimonios de hombres con uniforme entregando armas y pidiendo perdón en un acto repetitivo, incoloro, inodoro. Pero, ¿y las víctimas de los Héroes del Sur?, ¿el recuento de los crímenes o masacres de los que se les acusa? ¡Ni antes ni después de la emisión aparece este "pequeño" detalle! Presentadas así cada una de las desmovilizaciones, se fragmenta la realidad del conflicto armado, como si no hubiese memoria; sin sabor, sin sentimientos, sin pasiones, sin historia y sin lágrimas. Entonces, ¿por qué preocuparnos de unas víctimas que ni siquiera aparecen? Quizás los costos de las acciones paramilitares no son tan altos, creerán algunos. Las esperanzas de las víctimas La política de seguridad democrática, columna del programa de la administración del presidente Álvaro Uribe, cuenta con un gran componente de imagen. En el imaginario de la gente, ésta se traduce en caravanas triunfantes atravesando el país en temporada de vacaciones (una imagen fuerte); las decenas de redadas masivas en diferentes rincones del país, donde aparece una fila de civiles sindicados de terroristas 3 (segunda imagen fuerte); la presencia del presidente en los sitios donde horas antes se ha producido una incursión guerrillera (tercera imagen fuerte). Una y otra vez, las mismas imágenes estarían generando un estado de seguridad y bienestar en diferentes capas sociales, como las que tienen automóvil y pueden salir de vacaciones cuando hay puente. O la de diferentes sectores de la producción que han sentido el cese del secuestro y el hostigamiento por parte de la guerrilla. Me atrevo a decir que la seguridad democrática ha sido para estos sectores y no para toda la sociedad. Si hacemos el ejercicio de cuántas de las personas que a diario nos presentan los noticieros como detenidas en redadas hoy están libres y en proceso de demandar al Estado, contaríamos más de una centena. La mayoría tienen ciertas particularidades: en las redadas del sur de Bolívar, campesinos comunes y corrientes, es decir pobres que bajaban un buen día de mercado, los echaron acusados de auxiliadores de la guerrilla a un camión; en Arauca, líderes sociales y campesinos; en el Atlántico, profesores y sindicalistas. Y en todos los rincones del país, donde hay comunidades indígenas, han acusado de guerrillero a alguno de sus líderes. La historia se sigue repitiendo en los informes de ONG de derechos humanos. Y en pocas oportunidades los noticieros han mostrando las graves equivocaciones. Como aquella del comerciante que fue mostrado como el administrador de la fortuna del "Mono Jojoy". Seis meses después fue dejado en libertad sin habérsele comprobado absolutamente nada y con su vida destrozada. Con razón en algunas regiones del país se dice: "Aquí a nadie se le niega una apertura de proceso judicial". He tenido, por razones del programa que dirijo, oportunidad de recorrer el país palmo a palmo en los dos últimos años. Y no son pocas las denuncias de persecuciones de pueblos indígenas o campesinos en el sur de Bolívar, el Catatumbo, Caquetá o Chocó. La gran movilización indígena de septiembre del año pasado reunió 60 mil indígenas que protestaban por la guerra en la que los quieren involucrar tanto la guerrilla como el gobierno. Sin embargo, esas expresiones y denuncias no aparecen en grandes notas de televisión ni suman en las encuestas, porque la mayoría de ellos no tiene teléfono ni vive en Bogotá o Medellín. Los campesinos de San José de Apartadó siguen esperando que alguna autoridad del Estado condene el asesinato de los niños. Los campesinos y trabajadores de Quinchía (Caldas) liberados recientemente después de una detención masiva, esperan que públicamente se explique semejante absurdo. Las víctimas y los familiares esperan que la televisión haga, por fin, análisis de sus problemas. 4