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La Consagración de la Primavera, de
Angelin Preljocaj
Publicado por danzaballet hace 2063 días [jul 25, 2007]
http://www.danzaballet.com/?p=1411
La nueva versión de La Consagración de la Primavera, de
Angelin Preljocaj, habría atraído al público londinense con la
única ayuda de la nostalgia.
Quién hubiera visto bailar a Pavlova en el Mariinsky de San
Petersburgo… Quién a Nijinsky, a Karsavina, a Ulanova, a Nureyev, a
Fonteyn. Qué magnífico hubiera sido ver en su esplendor a Olivier o a
Gielgud haciendo Hamlet.
Por Juan Orlando Pérez
El público de los teatros padece de una extraña enfermedad. Tiende a
la desmemoria, olvida rápidamente. Tiene impresiones ligerísimas y
gustos muy volubles, elige a sus favoritos sin razón aparente y luego,
sin pudor alguno, se retracta de su elección y cede al cortejo de un
artista más joven o más atrevido. Aunque a veces el público puede
ser también ferozmente conservador y opone todo el peso de su
arbitraria autoridad a cualquier advenedizo que se atreva a cuestionar
en voz alta su gusto. Pero, curiosamente, el público de los teatros
también sufre de melancolía y nostalgia. Los espectadores siempre
lamentan la decadencia del arte, el declive de los teatros y de las
grandes figuras, la pertinaz falta de superiores talentos entre los
nuevos artistas. Naturalmente, nunca faltan entre los jóvenes algunos
artistas muy dotados; pero el público, que en ocasiones, ansioso por
encontrar el genio de la hora, se adelanta imprudentemente a exaltar
a muy medianos talentos, las más de las veces, en cambio, es lento
en su apreciación y se demora orgullosamente en entregar su entero
favor. Los espectadores más refinados y exigentes envidian la fortuna
de aquellos antecesores que en el pasado pudieron asistir a los
grandes acontecimientos del arte, en lugar de languidecer, como
ellos,
asistiendo
rutinariamente
a
las
desdeñables
obras
contemporáneas, siempre variaciones o tristes parodias de las
antiguas edades de oro.
Ah, quién hubiera visto a la divina Bernhardt en Fedra, en la Comedia
Francesa, en época de Thiers. Ah, quién hubiera podido ver a la Duse
en Casa de Muñecas. Quién hubiera visto bailar a Pavlova en el
Marynsky de San Petersburgo. Quién a Nijinsky, a Karsavina, a
Ulanova, a Nureyev, a Fonteyn. Qué magnífico hubiera sido ver en su
esplendor a Olivier o a Gielgud haciendo Hamlet. Ah, quién hubiera
estado en La Scala alguna noche para oír a Maria Callas en Norma.
Para consolar su eterna decepción por la mediocridad de los tiempos
que corren, los espectadores más apasionados se lanzan a explorar
los experimentos artísticos más estrafalarios y radicales, que suelen
ser osados e irreverentes, como correspondería a los genios nuevos,
pero que, desafortunadamente, carecen con mucha frecuencia de
cualquier otro mérito y son pronto olvidados.
The Rite of Spring – composer Igor Stravinsky;choreographer Vaslav Nijinsky;designer Nicholas
Roerich. First produced Theatre des Champs Elysees, Paris 29.5.1913 – Theatre Royal, Drury Lane
London 11.7.1913
El público de Londres, que ha asistido durante sucesivos siglos a
algunos de los mayores sucesos históricos del teatro, ha recibido este
año a un extravagante coreógrafo franco-albanés llamado Angelin
Preljocaj, cuyo nombre probablemente será desconocido para casi
todos en La Vana, salvo, quizás, para algunos en aquella pequeña
comunidad de leales aficionados a la danza contemporánea que
asisten a todas las funciones en el Gran Teatro, en el Mella, en la sala
Covarrubias o en aquella otra incómoda salita del piso nueve del
Teatro Nacional, incluso si no hay en las piezas desnudos o no se
alude a temas de controversia. Preljocaj, que viene haciendo carrera
exitosamente en Francia desde hace más de quince años, ha
presentado en Sadler's Wells su versión de La Consagración de la
Primavera. El título atrajo inmediatamente la atención de los
espectadores londinenses, en medio de una cartelera llena de
grandes atracciones.
The Rite of Spring – designer Nicholas Roerich.- First produced Theatre des Champs Elysees, Paris
29.5.1913
Este año, por Londres ha pasado ya la troupe de Pina Bausch, la muy
influyente coreógrafa alemana, y también, con menos menciones en
la prensa pero con el teatro lleno de entusiastas latinoamericanos, el
Ballet Argentino de Julio Bocca. Para los próximos meses están
anunciadas cortas temporadas de la histórica compañía de Alvin Ailey
y del Nederlands Dans Teatre, uno de los grupos más interesantes en
Europa, y entre una y otra, las presentaciones habituales de Rambert
Dance Company, habitual en Sadler's Wells. Además, los aficionados
al ballet tienen a su disposición los programas que ofertan las dos
rivales compañías clásicas locales, el English National Ballet en el
Colliseum, y el Royal Ballet en Covent Garden. El mes pasado el
Royal Ballet ha mostrado una nueva gran producción de Giselle, para
la que trajeron desde Nueva York a Angel Corella, una de las estrellas
del American Ballet Theatre, y ahora tiene en cartelera una exquisita
Romeo y Julieta. En el verano el English National Ballet se apresta a
responder con una temporada de El lago de los cisnes que, se dice
quizás con exageración, será el evento de danza más importante del
año. Pero hasta los aficionados ahítos de tantas ofertas de danza y
ballet asistirían, por mera curiosidad y por el efecto irremediable de la
nostalgia, a cualquier función con el título de La Consagración de la
Primavera.
En Londres, el ballet creado por Diaghilev, Stravinsky y Nijinsky, con
decorados y vestuario de Nicolás Roerich, fue presentado en el
antiguo Teatro Real de Drury Lane apenas cinco semanas después de
su estreno en París. Extrañamente, la Inglaterra conservadora de
Jorge V acogió más benévolamente La Consagración de la Primavera
que el París republicano y democrático de las vanguardias. El Daily
Mail, como era de esperar, aborreció el nuevo ballet, pero The Times
fue mucho más sensible en su apreciación. "En La Consagración de la
Primavera", escribió el crítico de The Times, "las funciones del
compositor y el productor están tan balanceadas que es posible ver
cada movimiento en la escena y al mismo tiempo escuchar cada nota
de la partitura. Pero la fusión entre ambas es aún más profunda. La
combinación de los dos elementos, de la música y la danza,
realmente produce un resultado nuevo, un híbrido, que se puede
expresar en términos del ritmo -tanto como la combinación del
oxígeno y el hidrógeno produce una nueva sustancia, el agua". No
hubo en Londres barahúnda similar a la ocurrida en París la noche del
estreno del ballet, el 29 de mayo de 1913.
Aquella función inaugural de La Consagración de la Primavera en el
Teatro de los Campos Elíseos fue la más peligrosamente agitada
jamás vista en el teatro en tiempos modernos, al menos desde el
estreno de Hernani más de ochenta años atrás. Carpentier ha narrado
varias veces los sucesos de aquella noche, con la precisión que solo
podría tener un nostálgico espectador exterior, que ha estado toda
una vida reconstruyendo apasionadamente en su imaginación los
detalles de un hecho en que no participó, al punto de casi llegar a
olvidar este último detalle. El público en el Teatro de los Campos
Elíseos, aquella noche de mayo en París, naturalmente, no tenía la
menor idea de que estaba asistiendo a un suceso histórico. El titulo
del nuevo ballet de la compañía de Diaghilev no parecía una amenaza
contra el buen gusto y, por demás, la pieza con que se iniciaba el
programa de la noche, Las Sílfides, coreografía de Fokine con la
música hermosa pero escasamente inquietante de Chopin, era
apropiadamente pacífica y burguesa. Después de todo, son más
dignos de lastima que de desprecio aquellos pobres espectadores
parisinos, que después de Chopin fueron sometidos sin previo aviso a
la partitura de Stravinsky, compuesta, según dijo su propio autor, de
acuerdo con ningún sistema conocido. "Yo tenia solo mi oído para
ayudarme. Yo oía, y escribía lo que oía". La partitura, con sus
variaciones extremas de ritmo, sus innovaciones armónicas y su muy
heterodoxa organización, ejecutada, además, por una enorme
orquesta en la que los vientos y la percusión habían sido
exageradamente reforzados y en la que cada instrumento pugnaba
con ferocidad para ser escuchado sobre el resto, tenía que aterrar a
los espectadores profanos si hasta a Debussy dejó estupefacto.
The Rite of Spring – designer Nicholas Roerich
– Theatre Royal, Drury Lane London
El público, ofendido mortalmente por lo que creía era un ataque
premeditado contra el arte, chillaba, abucheaba, arrojaba los
programas. Furiosos espectadores comenzaron a pelear en el
lunetario. Algunos la emprendieron contra Maurice Ravel, que
aplaudía vivamente, llamándolo "sucio judío". En la escena, los
bailarines de Diaghilev ejecutaban la radical coreografía de Nijinsky,
que rayaba en lo físicamente imposible. "Con cada salto,
aterrizábamos tan pesadamente como para reventar cada órgano de
nuestro cuerpo", recordaría uno de aquellos pobres bailarines. Entre
bambalinas, un frenético Nijinsky daba instrucciones a gritos y
contaba los pasos. Alguien del público dio voces para que acudiera un
doctor, creyendo que los bailarines habían caído todos en una especie
de colectiva epilepsia. Diaghilev pidió calma a los espectadores, pero
nadie lo oyó. El publico lo cubrió de insultos, a él, al compositor y a
los bailarines. Diaghilev ordenó entonces hacer flashes de luz, pero
aquel remedio fue terriblemente inefectivo, y en lugar de calmar al
publico, lo condujo al paroxismo. En medio de aquel pandemonium,
Pierre Monteaux tuvo el infinito coraje de conducir la orquesta hasta
el final de la partitura, emulando heroicamente a sus colegas del
Titanic, hundido apenas un año antes.
Terminada la función, Diaghilev, Nijinsky y Stravinsky huyeron hacia
el Bosque de Bolonia. En aquel momento, tanto el compositor como
el bailarín-coreógrafo se sentirían profundamente heridos en su
orgullo, pero Diaghilev, que no tenía más talento, aunque ya ese
fuera muy grande, que el de reconocer a los verdaderos artistas y las
manías del público, sabía sin dudas que aquella noche los Ballets
Rusos habían conquistado definitivamente a esa veleidosa, la
inmortalidad. El siglo XX, aunque con retraso, había llegado a los
teatros. A lo largo de los años, la partitura de Stravinsky atraería a
numerosos coreógrafos, desde Massine hasta Martha Graham, desde
Maurice Bejart hasta la propia Pina Bausch, pero ninguno causaría
conmoción semejante a la del ballet del infortunado Nijinsky. Cuando
la propia coreografía de Nijinsky fue reconstruida por el Joffrey Ballet
en 1987, setenta y cuatro años después, el público, según noticias,
se comportó de la forma más civilizada.
La nueva versión de La Consagración de la Primavera, de Angelin
Preljocaj, habría atraído al público londinense con la única ayuda de
la nostalgia. Pero el Evening Standard, tratando de conquistar la
atención de los lectores en un día ordinario de noticias mil veces
repetidas, discusiones bizantinas en el Parlamento, violencia en el
Medio Oriente, fiestas y cotilleos de los famosos, alborotó en torno al
ballet de Preljocaj, calificándolo de "provocador" y revelando a miles
de ciudadanos, que jamás han asistido a un espectáculo de danza,
que en la pieza aparecía una bailarina desnuda. Vaya acontecimiento.
Hasta en La Vana, que pudiera pasar por provinciana y conservadora,
ya estamos acostumbrados a ver actores o bailarines en trajes de
Adán o de Eva. Hace unos años, en medio del candor cubano de los
ochenta, cuando Víctor Varela estrenó La Cuarta Pared, todavía un
desnudo parecía atrevido, y quizás también cuando Carlos Díaz
presentó su gran, inolvidable trilogía norteamericana. Incluso, cuando
los bailarines de Marianela Boán, al final de El pez de la torre nada en
el asfalto, arrojaban sus ropas y se quedaban en el borde del
escenario, mirando al público de frente.
Ballet Preljocaj – Le Sacre du printemps – Photo JC Carbonne
Entonces los desnudos teatrales tenían cierto aire de desafío y
liberación: ahora, como lo prueba el reciente éxito en taquilla de La
Celestina de El Público, son obscenamente triviales y populares. En
los teatros de Londres tampoco son raros los desnudos: los
espectadores aún recuerdan a la Nicole Kidman mostrando todo su
esplendor, hace cuatro años, en La Habitación Azul. Kathleen Turner
también se desnudó en El Graduado, pero no dejó muy emotivos
recuerdos como la tan hermosa Kidman. Las primeras sorprendidas
por el alboroto del Evening Standard fueron las dos bailarinas que
alternaron en el rol de la muchacha escogida para el sacrificio ritual
de la primavera, Isabelle Arnaud y Nagisa Shirai. La señorita Arnaud
declaró al Standard: "El desnudo responde naturalmente a la
coreografía, la música y la historia, todo tiene un sentido. Nunca me
he sentido preocupada por eso, ni siquiera he pensado en ello".
Preljocaj contraatacó: "Tal vez la gente que está preocupada o
disgustada por el desnudo tiene miedo de sus propios deseos".
Los espectadores que, atendiendo al Standard, hayan acudido al
Sadler's Wells esperando ver una Consagración tan transgresora
como la original, se habrán llevado un chasco. Es cierto que hay
momentos en la pieza de mucha intensidad dramática, como el
mismo inicio, antes de que empiece la música, cuando seis bailarinas
entran al escenario, vestidas con faldas muy cortas, y, ante la mirada
de seis hombres echados con actitud expectante en una franja de
césped, bajan sus bragas hasta la altura de los tobillos, y quedan
estáticas, con las piernas ligeramente abiertas y la cadera flexionada.
Juego de seducción en que únicamente esas mujeres, que miran de
frente al público y dan la espalda a los hombres, conocen las reglas.
Solo entonces comienza a escucharse la música, el tema de
introducción, juego sutil de sonidos diversos llegando en leve
crescendo desde muy atrás en los tiempos. Preljocaj no respeta, ni en
su coreografía, ni en los vestuarios o el decorado, la referencia
histórica a las antiguas tribus eslavas celebrando el rito primaveral, el
motivo temático original de Stravinsky y Roerich, pero, como mucho
antes Nijinsky, también él concibe La Consagración como un
explosivo cruce de fuerzas primarias, de energías sexuales y terrores
inexpresables, que desbordan los últimos límites de resistencia moral
y arrastran a todos los hombres y mujeres a una orgiástica plenitud.
Ballet Preljocaj – Le Sacre du printemps – NEW NATIONAL THEATRE,TOKYO 2005/2006 SEASON
En una escena, las parejas retozan en el prado y las mujeres
despojan de sus camisas a los hombres. Éstos, luego, son
conminados a pelear entre sí, mientras las mujeres agitan las
camisas de vivos colores. La danza de los hombres es densa y
angular, los contendientes tratan de alcanzar los puntos de simbólica
virilidad, los brazos, el pecho, la entrepierna. Pero son las mujeres las
que controlan los movimientos de la escena, agitando las camisas
como si se burlaran de la debilidad e inferioridad masculinas.
Inmediatamente después, cuando comienza el tema de la "Adoración
de la tierra", de una violencia formidable, los hombres, persiguen a
las mujeres por el escenario y simulan una frenética violación.
Preljocaj entonces obtiene uno de sus mejores momentos, cuando
después de la violación, los hombres se retiran a los extremos del
escenario, satisfechos, y en el centro bailan las mujeres, danza suave
y triste del cuerpo humillado y herido, las piernas contraídas, las
manos recorriendo muslos y caderas. Lentamente la danza se
convierte de nuevo en danza de seducción y los hombres son atraídos
a un círculo mágico en el que lo masculino y lo femenino terminarán
por fundirse en una poderosa unidad vital, organismo andrógino de
fuerzas inagotables y apetitos inextinguibles.
En el momento climático, el grupo elige una muchacha y la obliga a
bailar la danza ritual de la primavera. Desnuda, la muchacha trata de
huir, pero el círculo en torno a ella no se abre jamás. Éste es el rol en
el que alternan las señoritas Arnaud y Shirai, y el que causó la
excitación del Evening Standard. Pamplinas. La coreografía de
Preljocaj, aunque pletórica de brillantes ideas dramáticas, no siempre
logra traducirlas en lenguaje de danza. Cualquier espectador sincero
aceptaría que es la música de Stravinsky la que domina plenamente
la escena, la que provee el ritmo, el tono, la emoción, y que la danza
nunca llega a establecer con ella un diálogo de iguales. Sin embargo,
justo es decir que el baile de la doncella escogida es un momento de
gran fuerza y belleza. La pequeña y musculosa Isabelle Arnaud baila
aquel fragmento con una velocidad sorprendente y una ferocidad
agónicas, golpeando su cabeza, su abdomen y sus piernas, corriendo
por el escenario desesperadamente sin poder romper nunca el círculo
mágico. Cuando la música termina, Arnaud queda aún bajo luz,
mirando al público y respirando muy fuertemente, mientras todo su
cuerpo tiembla por el enorme esfuerzo.
Este último instante es el único en que Preljocaj le gana la partida a
Stravinsky, esos segundos de silencio en que la respiración de la
bailarina se escucha en el teatro como si fuera, en efecto, el ruido de
un mundo en que se hubieran despertado al unísono todas las
grandes fuerzas naturales. El público, tan difícil de contentar, quedó
impresionado y aplaudió a rabiar.
Juan Orlando Pérez
Videos: http://www.youtube.com/playlist?list=PL98F54F9D479B738A
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