NARRATIVAS SOBRE EL AMOR EN LA JUVENTUD RURAL Ana Vicente Olmo, [email protected] Abstract/resumen: En esta comunicación se defiende el interés y la pertinencia de acercarse a “lo narrativo” desde y para la sociología y se hace una propuesta de cómo se puede llevar a cabo este cometido a través de una distinción conceptual que diferencia lo que he llamado “Narrativas con mayúscula” y “narrativas con minúscula” y la narratividad como práctica por la que imputamos sentido a las experiencias vividas. A continuación, se aplica este acercamiento teórico al análisis de las narrativas generadas en 7 entrevistas llevadas a cabo en el medio rural a jóvenes de 25 a 28 años sobre las relaciones de pareja y el amor. Palabras claves :narrativa, narratividad, sentido, amor y relación de pareja 1. UNA APROXIMACIÓN SOCIOLÓGICA A “LO NARRATIVO” Antes de adentrarme en el análisis del material cualitativo que compone el corpus de esta comunicación resulta conveniente señalar a qué me estoy refiriendo cuando hablo de “lo narrativo” y qué incluyo en esta amplia etiqueta; y es que pese a que narración es un término conocido, comúnmente utilizado en el lenguaje ordinario, conceptualmente nos resulta algo esquiva (White, 1992: 29). Por tanto, trataré de explicar qué son las narraciones, en qué se diferencian de otras formas de discurso y otros modos de organizar la experiencia, qué funciones pueden desempeñar y el por qué de su poder de atracción sobre la imaginación humana (Bruner, 1991: 55). 1.1.El amplio campo de “lo narrativo”: la práctica de la narratividad, “Narrativas con mayúscula” y “narrativas con minúscula” Es preciso aclarar antes de empezar que existe una forma de utilizar los conceptos relacionados con lo narrativo muy heterodoxa: narrativa, narración, narrar, narratividad o palabras como relato o trama son utilizados por los autores no siempre de la misma manera, lo que dificulta en determinados momentos entender con precisión las diferencias entre unos planteamientos y otros o la propia distinción conceptual. Lo que pretendo en este trabajo es avanzar una propuesta terminológica que contribuya a esclarecer o al menos a hacer operativo este baile de términos en el caso de las narrativas amorosas de jóvenes en el entorno rural como muestra y reivindicación de la pertinencia de abordar lo narrativo desde un acercamiento sociológico. Comenzaremos por la cuestión de la narratividad. Hay formas de representación que no son narrativas, pero en numerosas ocasiones tratamos de imponer la forma de un relato a los acontecimientos y esta acción es precisamente narrativizar (White, 1992:18). La producción de un discurso en el que los acontecimientos parecen hablar por sí mismos, especialmente cuando se trata de episodios que se identifican explícitamente como reales en vez de imaginarios (como en el caso de los relatos biográficos amorosos que aquí abordaremos), tiene una serie de implicaciones que no debemos pasar por alto. Sergio Visacovsky lo resume así: “la identidad y secuencialidad de los eventos pasados, ¿reside en la naturaleza de los eventos mismos, o es la tarea activa de un sujeto o conjunto de sujetos los que los convierte en secuenciales, por tanto, en eventos narrados?” (2004:152). A través de una síntesis de los elementos heterogéneos de la experiencia la narrativa juega un lugar clave en la imputación de sentido a la práctica humana (McNay, 2000:86), y esta interpretación narrativa de la experiencia muestra la naturaleza inherentemente simbólica de la acción. Por todo ello el impulso a narrar ha sido señalado por distintos autores como una propiedad humana universal (Jameson, 1989; Bruner, 1991; White, 1992; McNay, 2000), que surge a partir de nuestra experiencia en el mundo y nuestros esfuerzos por hacerla inteligible (White, 1992: 17). Un requisito estructural del hacer humano ligado a este papel de la narrativa en la organización de la experiencia es que nos orienta, nos identifica y nos ubica, de forma que esa “búsqueda” que marca el entendimiento de la experiencia y la vida toma la forma inevitable de narrativa (Taylor,1996: 68); es, en otras palabras, la comprensión que tengo de mi vida como una historia que se va desplegando (Taylor, 1996: 64). Las historias se relacionan necesariamente con lo que es socialmente valorado, apropiado. A través de las narraciones cabe por tanto indagar los límites de la legitimidad social (Bruner, 1991: 62) sin desconsiderar su potencia creativa. Cabe aquí enumerar otra de las características que Bruner atribuye a las narraciones. Según este autor la narración está especializada, entre otras cosas, en la elaboración de vínculos entre lo excepcional y lo corriente. La viabilidad de una cultura radica en su capacidad para resolver conflictos y negociar los significados comunitarios, y ahí es donde la narración juega un papel fundamental porque estos son posibles gracias al aparato narrativo del que disponemos para hacer frente simultáneamente a la canonicidad y la excepcionalidad. Nuestro sentido de lo normativo se alimenta de la narración pero sucede lo mismo con nuestra concepción de la ruptura y lo excepcional, pues las historias contribuyen a atenuar la realidad (Bruner, 1991: 99). Pero como se habrá podido leer en el título de este apartado, en mi propuesta distingo, además de la narratividad como ese impulso inherentemente humano por el que dotamos de sentido a la experiencia, las “Narrativas con mayúsculas” de las “narrativas con minúsculas”, y es preciso decir algo más sobre esta distinción. Lo que he denominado “Narrativas con mayúsculas” (que a partir de ahora en ocasiones llamaré sólo Narrativas), es una forma de nombrar lo que otros autores llaman meta-narrativas (McNay, 2000) y haría referencia a un concepto de Narrativa cercano a lo que en ocasiones se suele conocer como “narrativas culturales”: esas narrativas en sentido amplio que en no pocos casos se podría equiparar a lo comúnmente conocido como “discursos sociales”. Se trata de meta-narrativas culturalmente sancionadas que forman los parámetros de la autocomprensión y que influyen y limitan las identidades y autonarrativas (McNay, 2000:93), es decir, lo que yo he llamado “narrativas con minúsculas” (me referiré a ello en ocasiones sólo como narrativas). Es precisamente esta conexión entre unas Narrativas y otras lo que yo quiero resaltar en mi propuesta y por ello quizás este juego terminológico resulte más sugerente que un concepto de discurso social en el que la mediación entre lo macro y lo micro queda más desdibujada. 1.2.La pertinencia de una aproximación sociológica a “lo narrativo” La historia, los estudios culturales y la literatura se han acercado en mucha mayor medida a las narrativas que la sociología (McNay, 2000: 81), pero tal y como ya se ha ido dejando a entrever, desde aquí defiendo la propuesta de que la sociología y la teoría social deben y pueden acercarse a las mismas, si bien no de cualquier forma. Si entendemos la narratividad como actos de significado y construcciones de sentido inherentemente humanas, y si la acción es inteligible en la medida que reconstruimos su sentido, por mucho que esto sólo se pueda hacer de una forma parcial (Casado, 2002:91), es bastante evidente y sensato afirmar que será tarea de la sociología reconstruir los sentidos y relaciones entretejidos en las narrativas, máxime si se hace sociología desde un prisma más comprensivo que descriptivo. McNay recupera el trabajo de Ricoeur sobre la narrativa porque éste permite una consideración de los procesos de subjetivación en términos de una concepción dialógica de la temporalidad, lo que en última instancia evoca un papel más activo de la agencia (2000:27) al incorporar una explicación del por qué y cómo una noción de coherencia de la individualidad es necesaria y está mantenida en la formación del sujeto (2000:74). Por otro lado, al señalar el carácter ontológico de la narrativa se hace hincapié en la idea de que la acción social es inherentemente simbólica. Todas las acciones y experiencias son susceptibles de ser interpretadas, y es aquí, en este proceso de interpretación, donde las narrativas adquieren su centralidad al permitirnos replantear la relación entre ideología y prácticas, una relación que ha sido frecuentemente conceptualizada en términos de distorsión (McNay, 2000:94), de ahí los recelos hacia las narrativas por parte de las Ciencias Sociales. En la vida no hay una división sencilla entre los relatos y la historia biográfica sobre los que versan los mismos porque todas las historias se narrativizan al resumir y seleccionar una serie de eventos y sentidos más amplios (Stanley, 2008: 444). La estructura narrativa de la identidad del yo no es ni auténtica ni ideológica sino que es el fruto de una inestable mezcla de hecho y fabulación (McNay, 2000:94). El proceso de interpretación del sentido del yo es una parte esencial del sujeto y su subjetividad. Esta interpretación activa y constante de su propia experiencia que llevan a cabo los agentes sociales permite ver que los individuos no absorben de una forma pasiva las determinaciones externas (McNay, 2000:76); la coherencia del yo no es mero resultado o efecto de imposiciones sino fruto de un proceso activo de configuración por el cual los sujetos intentan hacer sentido de la temporalidad de su existencia, siendo la narrativa el medio privilegiado de este proceso (McNay, 2000:27), tal y como trataré de ejemplificar a través del análisis de la relación entre las Narrativas con mayúsculas y las narrativas con minúscula sobre al amor que desarrollan los jóvenes entrevistados. Terminaré este apartado haciendo una última puntualización para acercarse desde planteamientos sociológicos a la narratividad y las narrativas. Es preciso poner en primer plano la importancia de analizar lo narrativo de una forma dinámica e íntimamente ligada al contexto social y las prácticas donde aflora (De Lauretis, 1992) , pues de lo contrario se corre el riesgo de hacer una interpretación literaria o lingüística del texto donde el contexto se congela y las funciones narrativas y retóricas se extreman (Alonso, 1998: 205). Tal y como explica Vicouvsky (2004) en su interpretación de Bakhtin , las narrativas deben ser vistas como prácticas sociales que siempre tienen una fuente productiva dialógica y contextual y no sólo textual, que sería el aspecto en el que más se centraría la narratología. 2. NARRATIVAS AMOROSAS DE LA JUVENTUD EN EL ÁMBITO RURAL1 2.1.Aclaraciones metodológicas y contextuales preliminares El análisis que se presenta en esta comunicación está basado en 7 entrevistas, 4 a chicas y 3 a chicos, llevadas a cabo en un pueblo capital de comarca en la provincia de Guadalajara con una población inferior a 5.000 habitantes. Las características de los y las entrevistadas son las siguientes: todos/as tienen entre 25 y 28 años y la mayoría ha nacido en el propio pueblo o algún otro de alrededor, donde han vivido toda su infancia y juventud hasta el momento en el que comienzan los estudios universitarios , habiendo regresado al entorno rural tras la finalización de los mismos. En cuanto a su perfil socioeconómico, la mayoría son hijos/as de personas con estudios primarios o secundarios que son pequeños propietarios o trabajadores del sector primario. Por el tema que nos ocupa es pertinente indicar que en el momento de realización de las entrevistas 2 de las chicas y 2 de los chicos tienen pareja estable desde hace un tiempo largo, una de las chicas está empezando una relación y las últimas dos personas, una chica y un chico, no tienen pareja, mantienen relaciones sexuales de forma esporádica y ambos han tenido una experiencia de pareja larga que terminó hace algún tiempo. En casi todos los casos sus parejas son del mismo pueblo o alrededores, pero varias viven fuera por estar estudiando o trabajando en la ciudad. Ninguna de las personas 1 Reservo para la exposición oral que se realizará en el congreso el análisis de los elementos . que vinculan las narrativas y prácticas de estos jóvenes al contexto rural por las limitaciones de espacio existentes. No obstante, no quiero dejar de señalar que considero que el estudio de las narrativas amorosas en el ámbito rural puede resultar especialmente interesante para testar las tensiones que a día de hoy se reconocen en las prácticas amorosas y de pareja por tratarse de un contexto social en el que el tradicionalismo y el peso de la norma social es más explícito, resultando por ello quizás estas tensiones más visibles o reconocibles. entrevistadas convive con su pareja de forma regular y en el caso de los que la pareja vive en el ámbito urbano los encuentros se reservan al fin de semana y vacaciones. En el siguiente subepígrafe analizo el material empírico producido diferenciando varias Narrativas con mayúscula que conforman el imaginario colectivo y el universo simbólico que envuelve al amor y las relaciones de pareja en la juventud. 2.2.La relación entre Narrativas con mayúsculas y narrativas con minúsculas En las entrevistas analizadas se aprecian cuestiones interesantes sobre las relaciones establecidas por los sujetos con las Narrativas amorosas con mayúscula y cómo esa negociación genera distintas narrativas con minúscula. En conexión a los autores que afirman que el amor romántico detenta una posición importante como marco de referencia de las relaciones erótico-afectivas de pareja de la modernidad occidental (Stacey and Pearce, 1995; Beck y Beck-Gersheim, 1998; Redman, 2002; Roca, 2008; Herrera, 2010; García Selgas y Casado Aparicio, 2010), una de las líneas de utilizadas en el análisis de las Narrativas amorosas de la juventud es la trazada alrededor del amor romántico y las tensiones que lo atraviesan. No puedo extenderme en una definición más precisa de lo que se entiende por amor romántico; bastará con trazar de forma muy resumida algunas de las características del ideal romántico y de los mitos asociados a este modelo sociocultural que ofrece pautas sociales y psicológicas para la interacción afectiva. Algunos de sus rasgos son: pruebas de amor y sacrificio por el otro/a, inicio marcado por un enamoramiento y fusión intensas, expectativas mágicas (por ejemplo la idea de la media naranja o de la pasión eterna y que el amor todo lo puede), fidelidad como resultado de que el amor es algo exclusivo entre dos personas etc. (Yela, 2003; Sanpedro, 2009). Pero también es posible advertir, tal y como nos recuerda Illouz, que además de la concepción más pasional del amor el imaginario romántico se caracteriza precisamente por el intento de fusión de este amor más pasional e idealista con otro marcado por ideas como la estabilidad y el compañerismo. Las estructuras narrativas idealista y realista se insertarían en dos metáforas o arquetipos que se entremezclan en el amor romántico: el del amor como una fuerza intensa que todo lo consume y el del amor como una ardua labor o trabajo (2009: 256). En las narrativas de las y los entrevistados se atisban rasgos de este amor romántico pero también las dudas y distancias que éste genera, las formas dispares en las que se apropian del mismo, a veces abrazándolo, a veces distanciándose o incluso rechazándolo en ocasiones. Esta cuestión ha sido constatada por otros investigadores. Stacey y Pearce afirman que los discursos sobre el amor están compuestos por diferentes fuentes textuales y culturales que pueden competir entre sí, lo que da como resultado en un buen número de casos un discurso plural (1995: 27). Efectivamente, los sentidos articulados por estos jóvenes procedentes del medio rural alrededor del vínculo amoroso no son uniformes o unívocos, pues recurren a diferentes esquemas culturales y narrativas para explicar, elaborar y orientar sus prácticas de pareja, quedando fácilmente visibles ciertas contradicciones o la adhesión irregular y plural a distintos repertorios de sentido (Swidler, 2001; Illouz, 2009), desde algunos más románticos a otros más cercanos a lo que Giddens (1995) asocia al nuevo ideal amoroso del amor confluente. Una de las cuestiones que aparecieron de manera recurrente en las entrevistas es la referente a la pasión, sobre todo por parte de las chicas. Para casi todas ellas el tema de que este componente se pueda terminar o se haya reducido en sus relaciones es algo que les preocupa y que les ha llevado a desarrollar estrategias y prácticas de evitación de la rutina y la monotonía, desde hacer viajes a lugares que escapen al espectro de lo cotidiano a poner en prácticas ciertos juegos en relación sexual: “A mí la pasión me parece importante, me parece muy importante porque es lo que mueve también la relación, tienes pasión, tienes ganas de hacer cosas , tienes ese sentimiento, entonces sí que, cuando empieza a bajar la pasión, al final todo se vuelve muy gris. Entonces es más bonito que haya pasión, intentar recuperar la.., jo, yo he hecho un montón de cosas para intentar, me he vestido de, de cosas…He hecho cosas de, “en mi vida yo haría esto” o sea “yo no le voy a hacer un striptease a un muchacho”, pues yo al final he hecho striptease a mi novio para ver si volvía la pasión o si…” (Mujer, 28 años). “En la parte final yo sobre todo me di bastante cuenta de que no…no sentía lo mismo por esa persona, no…mm…no me despertaba, digamos, ese…el fuego ese interior” (Varón, 25 años). Los cambios percibidos con respecto a los comienzos de la relación y el percatarse de que ésta se va enfriando genera dudas e influye en las prácticas y decisiones sobre la relación de estos jóvenes, en los “cuentos” que se cuentan para entender y encajar lo que les va pasando. Son narrativas con minúscula en las que se negocian algunos rasgos de esa Narrativa mayúscula romántica sobre un amor vivo y constante: “Yo, a veces, no sé si son paranoias mías o…es normal, digo: ¿esto es normal, le pasa a todo el mundo? Cuando llevas muchos años, pues…la relación cambia o…me lo cuestiono mucho. Es una duda que tengo yo” (Mujer, 26 años). En algunos casos estas dudas se mantienen largo tiempo, pero en esta conversación con los modelos e imaginarios, en esta forma de negociarlos, los mismos contribuyen a tensar algunas cuestiones y a sembrar efectivamente inseguridades: “La verdad que mi relación ha cambiado mucho de cuando empecé a ahora, porque cuando empiezas, pues estás en la tontería esta de…más ilusionada, hay más romanticismo, más pasión, más…luego caes en la rutina, que es el punto donde estoy yo ahora. Entonces bueno, con la rutina, a veces dudas…del amor, dudas si…si está el amor vivo ahí” (Mujer, 26 años). Otras veces las distancias con este amor romántico son mayores y más rotundas y se generan unas narrativas con minúsculas marcadas por el escepticismo. En consonancia con lo apuntado por Illouz (2009), no es extraño encontrar entre determinados grupos cierto cuestionamiento irónico del carácter absoluto de la retórica romántica: “Pero yo es que lo veo todo como tan… surrealista, porque luego realmente ese…ese amor, en la realidad creo que no existe, o sea que…que al principio, como todas las relaciones, sí, pero una vez que ya llega tu estabilidad, o empiezas a tener hijos, yo creo que todo eso se va apagando” (Mujer, 26 años). “No es real porque el amor es rudo, el amor es algo que…que no es flores. El amor es vivir, el amor es estar, el amor es…compartir, incluso discutir…[…] para mí el amor sí que es dar…por otra persona lo que sea…” (Varón, 27 años). En esta última cita vemos como este chico se aleja y no hace suyas algunas de las características asociadas a lo romántico, quizás las más idealistas; pero en cambio recrea esa noción de amor como sacrificio sin límites o miramientos por el otro/a, al igual que en el relato de esta chica: “El amor creo que es el dar… el dar sin condición y sin mirar […] querer de una forma sincera, de no mirar.. nada, solamente lo que yo siento y como yo siento esto, voy a hacer esto y no me importa que tú no lo hagas, que tú no lo veas, que tú nunca te enteres porque yo lo tengo que hacer; yo creo que es algo… es un sentimiento.., es el sentimiento más bonito y que más dolor te causa.. y el más triste, muchas veces pero cuando.. todo va bien es, es uno de los que mueve el mundo” (Mujer, 28 años). Pese a que algunas personas entrevistadas al reflexionar sobre las fuentes de las representaciones del romance y del amor se distancian de ellas y las califican de irreales o fantasiosas acercándose así a un ideal de amor más realista (Illouz, 2009), en otro momento de las entrevista donde se preguntaba por películas que les hubiesen gustado o conmovido especialmente y las razones para ello, de una forma menos reflexiva algunos de estos jóvenes escogían largometrajes en los que la trama estaba articulada conforme al imaginario romántico, desde historias de un amor todopoderoso capaz de superar obstáculos e impedimentos a otras asociadas a la emoción, la aventura y el éxtasis más cercanas al modelo de amor idealista (Illouz, 2009). Relacionado con ese otro modelo de amor que Illouz (2009) denomina realista podemos recomponer otra trama de las Narrativas amorosas presentes en los relatos de estos jóvenes: la Narrativa del amor de compañeros, del estar ahí de forma incondicional para lo bueno y para lo malo, ese apoyo clave y fundamental que brinda la pareja y que ayuda a sostener y estructurar la vida. Es posible captar en las pinceladas trazadas en sus narrativas con minúscula por todas las personas entrevistadas esta Narrativa que nos habla de la importancia de la pareja y de la ayuda que otorga un compañero/a de vida. Para estos jóvenes la pareja aporta estabilidad, cariño, reconocimiento, la seguridad de tener a una persona dispuesta siempre a ayudarte, contar con un mejor amigo/a o confidente que te acompaña a lo largo del tiempo etc.; en definitiva, una Narrativa que proyecta un principio moral y referente cultural de apoyo y ayuda incondicionales: “El tenerle a él, esa seguridad de tener a alguien que..que cuando necesitas algo está ahí , que si tienes un problema sabes que le puedes llamar a cualquier hora” (Mujer, 28 años). “Es…es el pilar. Es el pilar. Todo lo demás…ayuda, pero es el pilar. Son…quizás haya tabiques…maestros, ¿no? Algún…algún arco que sujete mucho peso pero…pero es…más que el pilar el cimiento, diría. Más que el pilar, el cimiento” (Varón, 27 años). El ideal de pareja estable que esta Narrativa encierra bien puede afirmarse que es todavía dominante (Gross, 2005; Roca, 2008; Habas, 2010). El vínculo de pareja no ha perdido su aura mítica y su carácter depositario de nuestro proyecto del yo al estar repleto de deseos y expectativas (García Selgas y Casado Aparicio, 2010: 194). Para estos jóvenes, hablar hoy de pareja sigue significando pensar en un tipo de unión pública, monogámica, estable, que asume compromisos de futuro en común y presume fidelidad y responsabilidades (Sanpedro, 2009: 124). Y es que aunque esta unión haya sufrido importantes transformaciones sigue siendo un vínculo clave y de ella penden y dependen tanto proyectos personales como la organización social (Casado, en prensa). En esta Narrativa se aprecia de forma clara como en nuestra cultura tener una pareja es cualitativamente superior y deseable y por tanto es un propósito que guiará algunas de las “búsquedas” de las que hablara Taylor (1996) y que se reflejan en la forma en la que organizamos los relatos de nuestra vida: “Me veo viviendo con mi pareja, eso sí. Ya te digo: en plan tranquilo, teniendo hijos […]y poco más, tampoco me planteo mucho más el futuro, porque la vida da tantas vueltas que…que nunca se sabe dónde vas a acabar, ni qué vas a hacer ni nada” (Mujer, 26 años). “Muchas veces le he dicho que me gustaría envejecer con él, ¿sabes? Que no sé si pasará o no pasará pero…pues se lo digo” (Mujer, 26 años). En estas narrativas con minúscula vemos los ecos de esa Narrativa protagonizada por la pareja estable; pero también se aprecia cómo estas chicas se apropian de ella de una manera más contingente que vislumbra por ejemplo las posibilidades dispares del futuro e incluso dejan a entrever que la recitación de estas Narrativas amorosas tiene más que ver con el intento de amortiguar y calmar parcial y temporalmente la mayor conciencia de la posibilidad de finitud de la relación que existe hoy en día (Casado, en prensa) que con una creencia férrea en ellas. Los sujetos interpretan sus vidas en los parámetros sugeridos y sancionados culturalmente por las Narrativas, pero de ello no se deduce que las narrativas minúsculas son la impronta de estas fuerzas. Quizás estas Narrativas amorosas sigan siendo importantes porque el amor romántico, aun siendo reconocido como mito, se busca y se imita y así se reconstruye como referente en nuestras relaciones afectivas (García Selgas y Casado Aparicio: 192). Muy sugerente es el planteamiento que hace McNay a este respecto. Según esta autora en el terreno de la intimidad siguen operando Narrativas amorosas como las ligadas a nodos románticos pese a que se hayan pluralizado las prácticas (por ejemplo aumento de divorcios, monogamias sucesivas, consolidación y rupturas de parejas más numerosas y fluidas etc.). Estas Narrativas siguen siendo poderosas a pesar de que quizás no se corresponden con las circunstancias imperantes porque poseen una naturaleza fundacional en la expresión de una identidad coherente al funcionar como accesorio del sentido de estabilidad que imparten. Su obstinación pese a las transformaciones del contexto es indicativo de su arraigo en prácticas institucionales y disposiciones individuales. Y es que las Narrativas y las disposiciones que inculcan pueden convertirse en recetas para estructurar la propia experiencia (McNay, 2000:93 y 94). En relación a esta Narrativa hegemónica de una vida más plena asociada a la tenencia de pareja, aparece la Narrativa de la incompletud y la soledad que recuerdan que “el arroz se pasa”: “Me hace feliz [la pareja]. Y ahora te digo el por qué. Yo creo que a nadie le gusta estar solo, y quien diga que sí yo creo que miente. (…) Y al final pues anhelas a otra personas y buscas esa compañía, ese apoyo mutuo” (Varón, 27 años). “Luego empiezas a ver que ya , claro…yo, todas mis amigas tienen pareja, entonces empiezas a ver, jó, llegan los domingos y todas quedan con sus parejas o un día se van a cenar todas con sus parejas y te quedas tú ahí descolgada”(Mujer, 28 años). Aunque no se ha realizado el trabajo de campo suficiente creo poder afirmar que estas narrativas sobre la falta de pareja son más comunes en chicas que en chicos por distintos motivos: desde la mayor fluidez narrativa que suelen tener las chicas en el terreno íntimo a su mayor predisposición a reflexionar sobre el amor por el lugar más importante que ocupa el mismo en sus vidas (Giddens, 1995; Herrera 2010), lo que en parte hace que sean menos ciegas a sus dependencias afectivas (García Selgas y Casado Aparicio, 2010). En esta misma línea podemos situar las conclusiones de Lorenzo Mariano Juárez: el modelo exitoso para las mujeres que este investigador entrevista es el de la pareja estable, y aunque la fragilidad del amor esté siempre presente ello no cambia lo que se anhela, de forma que sus narrativas muestran sentido de incompletitud y descontento (2010). Debemos recordar en este punto que los repertorios culturales (Swidler, 2001) en torno a los que la juventud organiza sus prácticas y representaciones amorosas son plurales, de forma que existen distintas opciones interpretativas implícita o explícitamente en conflicto (Jameson, 1989: 14). Coral Herrera argumenta que un factor contradictorio de las formas de amar posmodernas es el que se ha generado por el collage de ideologías amorosas vigentes en esta época:“en la cultura de la fragmentación y el pastiche, ha surgido una fusión entre la mitología del amor cortés y el amor romántico por un lado, y el individualismo por otro (Herrera, 2010: 370). El imaginario que conforma el terreno amoroso contiene como hemos visto cuantiosas referencias a las ventajas que nos brinda el amor y tener una vida acompañada. Pero conviven a la vez otras Narrativas contemporáneas que avalan y ensalzan la independencia, la libertad y el no “engancharse”. Algunas chicas desarrollan narrativas con minúscula en relación a esta cuestión como reacción al dolor vivido en experiencias amorosas pasadas en las que se aprecia cierta “represión sentimental”, concepto con el que Coral Herrera hace referencia al proceso por el cual reprimimos ciertas expectativas o prácticas en el terreno amoroso por miedo a sufrir, ya sea por el temor a un abandono, a no ser correspondido/a o a vivir dolores que se han dado en anteriores relaciones sentimentales etc. (2010:367): ”Yo creo que sí, que eso puede ser un punto…en contra, a la hora de tener una pareja, el estar todo el día enganchao a esa pareja. Creo que tienes que tener más libertad, más independencia, porque si no llega un punto en el que te agobias. Yo también tuve una relación así. De estar…bueno, prácticamente viviendo, en el mismo piso. Y, al final, pues…” (Mujer, 26 años). “Sí, soy romántica. Pero el hecho de haber esto con personas que me han hecho crearme inseguridades…, me he vuelto más…como arisca, entre comillas, de…:”no te enganches porque luego te vas a llevar un palo como los que has llevao…” (Mujer, 26 años). Otro nodo importante de las Narrativas amorosas actuales se articula alrededor de la noción de comunicación. La idea de una comunicación constante y transparente se repite en las entrevistas; se recrea una noción de comunicación sincera como receta infalible para que la relación funcione y para que haya entendimiento mutuo, condición implícita del carácter consensual o asociativo de las parejas actuales (Casado, en prensa). La comunicación aparece como antídoto ante todos los problemas, que pareciesen desaparecer sólo por el hecho de compartirlos: “Es que sé que no pasa nada porque hay confianza para contar las cosas y para hablar y para todo, hablamos de todo” (Mujer, 28 años). Algo parecido ocurre con la Narrativa que aflora en torno al modelo ideal de pareja igualitaria. La imagen de la pareja igualitaria basada en el apoyo mutuo y el respeto funciona en la práctica como un fuerte discurso normativo al que las parejas jóvenes se adscriben mayoritariamente. Esto no debe de extrañarnos si tenemos en cuenta que el sentido de igualdad actúa como norma y compone la definición e identidad de gran parte de las parejas contemporáneas al irse asentando en las últimas décadas una ideología casi hegemónica a este respecto entre amplios sectores sociales (García García, 2009). Efectivamente, las entrevistas sugieren que las expectativas de estos jóvenes encierran ideas de apoyo mutuo e igualdad; pero es preciso ser cauto porque esto dice poco de cómo la gente se comporta entre sí. De hecho, a lo largo de las entrevistas las cuatro chicas reconocen en algún momento que en sus relaciones íntimas existe desigualdad en cuanto al cuidado y atención proporcionado y ello las frustra o ha frustrado frecuentemente. En sus quejas2 reconocen la existencia de problemas en su relación derivados de las desigualdades que se dan en las prácticas e invocan estereotipos de género que vienen a explicar la raíz de esta desigualdad, y es que pese al calado de la ideología igualitarista los agentes sociales movilizamos con frecuencia un sentido de las identidades genéricas en las que se preserva la diferencia entre varones y mujeres como 2 No quería dejar de hacer mención a este tema, pero no puedo efectuar aquí un análisis de la minuciosidad que requeriría. Postergo para futuros trabajos una consideración mayor del género en mi objeto de estudio que la que aquí efectúo. algo natural quedando así las identidades definidas e interpretadas como sustancias (García Garcia, 2009: 298): “Es que para mí…, a lo mejor dices: “mira, eres un poco feminista (risas)”. Yo que sé, pero los hombres son hombres, y los hombres son un poco limitados y les falta, les falta iniciativa para estas cosas, o lo que hablaba antes: que es que no son tan detallistas como nosotras. Y, y bueno los primeros años de estar con él es que no me regalaba nada, ni para mi cumpleaños, ni para navidad, nada, nada. Y ya a puro de: “oye, oye”, de decirle, pues ahora sí, ahora tiene detalles.” (Mujer, 26 años). Por último en la mayoría de las entrevistas se pone en evidencia la importancia que se da en las relaciones a la Narrativa de la fidelidad, pues lo contrario es casi inconcebible, por mucho que algunos autores (Giddens, 1995) atisben cambios profundos a este respecto. Pero sin embargo en las prácticas que se relatan en el transcurso de la entrevista al contar su vida y trayectoria casi todos estos jóvenes, chicos y chicas, han sido infieles a sus parejas o viceversa, si bien estas historias casi siempre afloran cuando se habla de las parejas pasadas, quizás porque aún en el caso de que hubiesen tenido episodios de infidelidad en su relación actual, ya sea por su parte o por la de su pareja, no se hubiese manifestado en la entrevista por la censura estructural (Martín Criado, 1997). Podemos hallar aquí el mismo desacople entre la vigencia de las Narrativas y las prácticas efectivas que McNay reconoce (2000). Las chicas y chicos que hablan de los episodios de infidelidad en sus anteriores relaciones siempre los tachan de inmorales y el arrepentimiento es una constante en sus relatos; pero la realidad es atenuada (Bruner, 1991) a través de la narración al tratar de justificarlos de alguna forma, como por ejemplo ser entonces demasiado joven y alocado. Y con este impulso de narrativizar lo excepcional para que encaje en el relato de una vida coherente y lineal llegamos a la propia acción de narrativizar la experiencia 2.3. Narrativizando las experiencias amorosas Uno de los aspectos de “lo narrativo” que interesa más a la sociología es el impulso a narrar y a tejer el sentido de nuestras vidas. Intentaré mostrar ahora algunas de las características señalas en las primeras páginas que suelen aparecer en el acto de narrar a través de ejemplos concretos de las entrevistas analizadas. En primer lugar debo destacar que es muy frecuente que aflore la necesidad de clasificar los acontecimientos amorosos de acuerdo a un sentido culturalmente inteligible para su grupo social de referencia, particularmente otros jóvenes, lo que efectivamente configura una representación narrativa de los acontecimientos, que quedan recubiertos de una coherencia formal construida activamente por el sujeto que se asemeja a la coherencia imputada a la historia (White, 1992: 35). Así, por ejemplo una chica dota de significado a los hechos que sucedieron y las decisiones que tomó en torno a una relación que acababa de dejar y que le provocaba mucho malestar; la realidad que narra parece que llevase la máscara de un significado cuya integridad y plenitud imagina ahora tras el tiempo pasado, indiferentemente a cómo fuese experimentado (White, 1992: 35): “Ya llegó un punto que…tuve que dejar el curro, que tenía…trabajo de educadora social en un instituto, o sea, un proyecto de puta madre y…era para largo. Pero esto ya…era como: “bueno, vale, me cambio de piso pero es que aunque me cambie de piso…va a estar en mente, en mente, en mente…. Entonces decidí hacer las maletas e irme a Sudamérica, y…y se lo voy a agradecer toda la vida, porque ha sido lo mejor que he hecho (…) que luego al final de todos los errores aprendes, y al final mira: mi vida se encauzó y estuve siete meses por Sudamérica con la mochila a mi bola (Mujer, 26 años). Los y las jóvenes entrevistados ven su evolución en términos narrativos, lo que muestra que la forma narrativa como rasgo ineludible de la vida humana (Taylor, 1996) posee una gran capacidad de estructuración y cumple una función codificadora en la atribución de significado (De Lauretis, 1992: 200). En el siguiente ejemplo una chica que mantenía una relación informal decide irse al extranjero y dejar la relación. Por un imprevisto de salud regresa y acaba volviendo con este chico y decide tras su recuperación quedarse en el pueblo y no volver a marcharse. En su relato se aprecia cómo “dar sentido a mi vida actual (…) requiere una comprensión narrativa de mi vida, una comprensión de lo que he llegado a ser que sólo puede dar una narración” (Taylor, 1996: 65): “Pues… sí. Yo lo noté mucho cuando me fui (…) me di cuenta realmente de que lo necesitaba más de lo que pensaba ¿sabes? que era más importante para mí que….y [cortamos] pues yo qué sé. Porque yo me iba y no sabía ni lo que quería ni…estaba tampoco muy bien con él (…) y lo dejé. [Y me hizo volver con él] pues no sé, porque yo creo que nunca he dejado de quererlo. Yo es que creo que me piré pero que no sabía ni lo que quería. Entonces luego pues te das cuenta de las cosas” (Mujer, 26 años). También las siguientes citas muestran la interpretación de la vida en clave narrativa y cómo a través del acto reflexivo que acompaña a las narrativas que afloran en las entrevistas los agentes (re)elaboran un sentido del pasado que incorpora sus intenciones y los contextos pasados y presentes (García Selgas, 1994:525): “Y cambias más de, más de actitud; yo creo que antes, cuando era más pequeña, era más firme a mis, a mis ideas, y yo creo que con la edad me he vuelto más mol..,moldeable a la hora de.., a lo mejor por miedo a decir “no quiero quedarme sola y voy a aguantar más cosas”, cambias de, de actitud pero sí, las tres veces que he estado enamorada, las tres veces han sido totalmente distintas, en la forma de, de cuando ocurren, cómo llevarlo y cómo llevar el cuándo pasa“(Mujer, 28 años). La vida es presentada con una aparente linealidad de la que emana coherencia y la experiencia, siempre más fragmentada, pareciese hablar por sí misma para los entrevistados que tras el paso del tiempo la interpretan como portadora de un significado unívoco, proceso por el que recrean un sentido de sí mismos coherente (McNay, 2000). En el siguiente ejemplo el chico relata cómo fue el comienzo de su relación actual. Durante el primer año no tenían una relación formal y él mantenía relaciones con otras chicas de forma simultánea: “Y luego pues otro año y pico…entonces, claro, ahí también picamos de flor en flor, claro (…). Pero vamos, era secundario, a mi realmente me interesaba…” (Mujer, 27 años). Otra de las características de la narrativa que ya enumeramos en el primer apartado es que está íntimamente relacionada con el impulso moralizante, es decir, a identificarla con el sistema social que está en la base de cualquier moralidad imaginable (White, 1992: 29). Al narrar, afirma Bruner, la interpretación que ofrecemos siempre es normativa en la medida que se adopta una postura moral y una actitud retórica (1991: 70). En el siguiente ejemplo se ve perfectamente cómo la entrevistada no se limita al narrar a contar una historia sino que además la justifica (Bruner, 1991: 119). En este caso se trata de una chica de 28 años que explica cómo y por qué fue infiel a un novio, aunque lo considere moralmente inaceptable. Queda patente por tanto dónde se sitúa ella en relación a la cuestión de la infidelidad y aunque justifica por qué cometió ese error, el compromiso que establece (Taylor, 1996:68) con las Narrativas de la fidelidad proyectan un camino futuro y marca su posición a este respecto: “Sí, bueno sí, a uno sí, a uno, con uno tuve una relación paralela… que luego me creo úlcera de duodeno y todo o sea que.. mal lo pasé, ¿eh? No, pero tampoco estaba muy, muy enamorada.., entonces estaba más enamorada del chico con el que le ponía los cuernos y entonces.., fue, me porté fatal (…) y desde entonces no, no he vuelto a poner los cuernos a nadie y vamos a mí, me gustaría que no me los pusieran nunca pero como esas cosas …no sabes cómo van a venir…” (Mujer, 28 años). En este verbatim se atisba otro rasgo de las narrativas: en muchos casos se despliegan para explicar las desviaciones de lo habitual de forma comprensible al proporcionar la “lógica imposible” (Bruner, 1991: 59). Cuando afirma que estaba más enamorada del chico con el que le era infiel a su novio, se aprecia la función de la historia en este punto al encontrar un estado intencional que mitiga o hace comprensible la desviación respecto al patrón cultural canónico, el de la fidelidad en las relaciones de pareja (Bruner, 1991: 61); la historia consiste en la descripción de un mundo posible en el que se hace que de algún modo la excepción que se ha encontrado tenga sentido o “significado” (Bruner, 1991: 60). A través de las narrativas negociamos esas situaciones excepcionales y nuestras desviaciones respecto a la norma o el sentido común imperante. Especialmente interesante resulta el siguiente ejemplo en el que una chica reconoce que tuvo una relación muy problemática en la que se dieron episodios de violencia. Por un lado, se ve cómo se posiciona ante la cuestión de la violencia de género participando de la interpretación social hegemónica de que este hecho es inaceptable. Pero al mismo tiempo se aprecia que al narrar los sujetos negociamos las Narrativas mayúsculas y nos enfrentamos activamente a la contradicción. Las historias son instrumentos especialmente indicados para la negociación social (Bruner, 1991:65): pese a su firme convicción moral de la inaceptabilidad de la violencia de género, esta chica cuenta cómo se vio envuelta en una situación semejante; su relato conecta una versión atenuada de su historia con la versión canónica (Bruner, 1991:90) sobre la violencia en la pareja: “Pues yo es que he llegao a esa conclusión:…yo creo que cuanto peor me trataba más me enganchaba. O sea, no puedo entender ahora mismo a una mujer maltratada, ni mucho menos, porque a mí es que me…a lo mejor algún insulto o algún me levantó la mano…perooo…¡Hostias!, me pongo en la situación y te enganchan esas relaciones…(…) O sea, yo…no me puedo poner en la situación porque…ni de coña, pero te enganchan, esas relaciones te enganchan” (Mujer, 26 años). CONCLUSIONES A través de una pequeña revisión bibliográfica he propuesto y defendido un acercamiento sociológico al campo de lo “narrativo” resaltando el potencial de instrumento óptico que tiene la narratividad y las narrativas para dar cuenta de los procesos en torno a los cueles se genera y negocia el sentido. En la medida que la acción de narrar o su resultado, la narrativa, son un suelo ontológico para la acción (McNay, 2000), se puede entender y justificar fácilmente por qué resulta tan interesante y casi indispensable para la sociología abordar lo narrativo: a través de las narrativas podemos entender y hacer sentido del mundo social y sus procesos interconectados de subjetivación. También he expuesto algunas de las ventajas que pueden suponer la reconsideración de las narrativas desde una mirada sociológica, llegando a afirmar incluso que el concepto de narrativa puede ser de utilidad para mediar con la tensión existente entre determinismos simbólicos y materiales y una concepción hermenéutica de agencia (McNay, 2000). Con los conceptos de “Narrativa con mayúscula” y “narrativa con minúscula” he pretendido generar una herramienta analítica que facilite captar los procesos de negociación y mediación que los agentes sociales llevamos a cabo constantemente y de una forma activa en los procesos de producción e interpretación de sentido. He tratado de mostrar cómo son (re)significadas y elaboradas las Narrativas con mayúscula que colman el universo simbólico del ámbito amoroso. Las Narrativas amorosas que he podido reconstruir a través de las entrevistas muestran distintas elementos en torno a las cuales estos jóvenes imputan sentido a sus experiencias sentimentales; pasión, romanticismo, fidelidad, apoyo mutuo, compañerismo, soledad etc. son algunas de las tramas en las que se basas estas Narrativas. Los repertorios culturales amorosos disponibles (Swidler, 2001) son por tanto dispares , pues existen diferentes circuitos de significado circulando en la cultura superponiéndose en las formaciones discursivas que dibujan los jóvenes para crear significado (Hall, 1997) de sus vivencias amorosas. También he atendido a la narratividad como práctica por la que imputamos coherencia a las experiencias vividas y he tratado de dar cuenta de algunas de las características de las narraciones y de la acción de narrar a través de ejemplos de las entrevistas. Bibliografía Alonso, Luis Enrique (1998) La Mirada Cualitativa en sociología. 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