Num031 002

Anuncio
El Estado es dinero
AMANDO DE MIGUEL*
Léviatán estatal necesita cada vez más dinero para
ELmantenerse.
Ha aprendido lo que practican los consumidores iodos los días: se gasta los ingresos antes de
recibirlos.! El resultado es así una inmensa y creciente deuda
pública qjue asóla con sus intereses las economías de los
pacientes subditos. La consecuencia es la predisposición de
estos últimos a resistirse a contribuir al fisco parasitario y
antojadizo. Queda sólo un respiro: el laberinto de las normas
fiscales es tan complicado que permite mil portillos legales,
alégales oj ilegales. No basta sólo con no pagar, sino que hay
que tratar de cobrar todo lo que se pueda de las arcas del
Tesoro. Es la mentalidad del jugador de lotería: considera
que, pagando muy poco por su billete, le podrá tocar un
beneficio Cuantioso. El ejemplo se venga. La lotería de verdad
acaba de ser un pingüe ingreso para el fisco; es, además, un
impuesto ideal en el que el contribuyente no se queja. La
culpa de la desventura económica del jugador la tiene la mala
suerte.
Se po(irá argüir que el Estado está para el bienestar del
vecindario. No hay que negar el carácter de sacrificados
servidore? públicos al que se asimilan tantos funcionarios.
Pero el Estado es una abstracción distinta a la suma de sus
servidore^, sus normas y sus símbolos. El Estado es algo que
cuesta dinero y al que se le saca el dinero. Pocos son los que
ven la cara idealista del Estado, que entre nosotros presenta
un dudoso poso autoritario. Para los españoles, recelosos
ellos, el Estado deja de ser la gran abstracción que funciona
en los países septentrionales. Se resuelve en lo que antes se
llamaba 'fia situación"*, esto es, el grupo que manda y el que,
por tantc), dispone de los dineros públicos. Tener poder es
acceder al reparto del Presupuesto con mayúsculas.
"LA ORGANIZACIÓN
DEL DESGOBIERNO"
* Zamora, 1937. Catedrático de Sociología.
Autor de medio centenar de
libros. Ultimo título: España cíclica.
Un vitriólico análisis de Alejandro Nieto se detiene en las
costumbres de los gobernantes españoles. Concluye en la
perfecta ¡inutilidad de sus idas y venidas, de su tiempo
consumido en atender visitas de la infinita clase de los
pedigüeños. La regla es que para defender cualquier interés
ha de tocarse la aldaba más alta.
Como puede colegirse, la "organización del desgobierno",
al decir de Alejandro Nieto, nos cuesta carísima. Es la raíz
principal de lo que la vieja retórica hubiera llamado los
cuatro jinetes del Apocalipsis: la inflación, la inseguridad
ciudadana, el paro, el déficit público.
La inflación es en gran medida un fenómeno
extraeconó-mico. Se deriva fundamentalmente de la
acumulación de actividades públicas que cuestan mucho
dinero y que en buena parte —en mala parte, mejor sería
decir— se tornan improductivas, parasitarias. Por culpa de esa
general ineficacia, los contribuyentes tienen que pagar un plus
dé bienes y servicios que de otra forma se ahorrarían.
Si Correos funciona mal, hay que servirse de una miríada
de transportistas y "mensajeros" particulares. Si los centros
educativos se degradan o son insuficientes, los hogares tienen
que pagar un sinfín de academias de piso, clases particulares,
excursiones educativas al extranjero y toda una pirámide de
centros de enseñanza, que a su vez obtienen munificentes
subvenciones del erario público. Si el transporte público
renquea, los sufridos parroquianos tienen que forzar el uso
del automóvil particular, con todo el gasto adicional que
significan los peajes, multas, aparcamientos, robos, reparaciones e impuestos. Si lo que se llama inseguridad ciudadana
es insuficiente, entre todos hay que atender la inmensa red de
guardas privados, escoltas, alarmas y blindajes. Si la Seguridad Social resulta deleznable, hay que procurarse planes de
pensiones particulares y médicos privados.
En conjunto, la general ineficacia del Estado da origen a
un creciente influjo de inútil papeleo que supone una inmensa
pérdida de tiempo y da de comer a una turbamulta de
comerciantes y profesionales. Todo ese gigantesco! "estado"
paralelo supone un ingente coste para compensar la ineficacia
del Estado, digamos, esencial. He ahí la clave d£l círculo
vicioso de los impuestos cada vez más onerosos, del insondable déficit público. Las generaciones futuras pagarán los
dispendios de la presente. La economía se venga con el
tributo del paro o de la inflación y, lo que es peor, con la
pertinaz tendencia a que los ingresos reales de las familias
suban menos que los índices de la inflación real. El que el
cómputo oficial de esos índices se mantenga por debajo de la
realidad no es más que una última consecuencia sarcástica del
fenómeno de la general improductividad del servició público y
de la necesaria opacidad fiscal que genera.
Una paradoja más es que el Estado ineficaz se torna en un
sujeto consuntivo. Se ha convertido en el principal consumidor, no siempre racional. Este hecho produce una eufórica
sensación de que el Estado impulsa la economía^ pero la
verdad es que lo que acarrea es un descomunal despilfarro.
No hace falta recurrir al manido ejemplo del portaaviones.
Hay otros más sencillos.
El negocio de papelería, imprenta y material de oficina
subsiste y prospera gracias a que una parte considerable de
sus existencias se colocan en una demanda voraz', siempre
EL COSTE DEL
ESTADO
INEFICAZ
LA
PAPELERÍA
insatisfecha. El grueso de sus clientes son organizaciones que
adquieren ese material para el uso inmoderado de las
personas que en ellas se emplean. Es una práctica administrativa que ese tipo de efectos de papelería sea un gasto fácil de
aprobar. Una oficina pública tendrá terminantemente prohibida —para usar el administrativo pleonasmo— la contratación de una secretaria, pero podrá gastar cuanto quiera en
bolígrafos y todo lo demás que alimenta el trabajo de las
secretarias.
Imaginemos un hecho casi cotidiano: un nuevo organismo
público que se crea, que refunde otros varios o que cambia de
nombre. La consecuencia es ingentes pedidos de material de
oficina y papel timbrado (oficios, sobres, tarjetas, saludas,
impresos, etc.). Si es un mero cambio de nombre del
organismo, toda la papelería anterior, resmas enteras, va a la
basura. Menos mal que los servicios de limpieza saben
reciclar este papel, naturalmente como una forma de modestísimos fringe benefits. Todo esto sin contar que una gran
parte de esa caudalosa corriente de material se utiliza para
fines personales de los empleados públicos, insaciables
devo-radores de pasta de papel. Este singular mecanismo hace
que en torno a las oficinas públicas vivan en simbiosis una
multitud de empresas suministradoras de artículos de papelería.
LA LEY PARA
EL PRIVILEGIO
Se podrá redargüir que esta descripción es más bien una
caricatura de algunas republiquitas bananeras, pero no de un
solemne Estado de Derecho en el que el poder del Ejecutivo se
contrasta con el Legislativo y el Judicial. El argumento está
bien para los manuales escolares y las propagandas. En la
realidad, los hechos son de otra manera. La mayor parte de las
normas legales que afectan al bolsillo del contribuyente
—que son las más— no proceden de las Cortes; emanan de
los despachos ministeriales, diga lo que diga la Constitución.
Es más, las leyes que salen de las Cortes se parecen
extraordinariamente a los proyectos que envían a esa instancia los ministerios. El sentido principal de las normas que
redactan los ministerios suele ser económico: conceden una
ventaja dineraria a alguien, todo lo justificada que se quiera,
pero ventaja al fin. La política de cada día no es más que la
organización de ese ingente esfuerzo "distributivo". Naturalmente, quien más llora, más mama de las ubres del Presupuesto.
Si se analiza con parsimonia la producción de normas por
el Estado se obtiene la visión de una cuidadosa organización
de privilegios, normalmente pequeños en cada regulación,
pero que en conjunto afectan a una miríada de grupos e
intereses. En el caso del Perú (tan bien estudiado en la
monografía de Hernando de Soto) se ha visto que este
sistema conduce a una alta politización de la vida social y a
la obsesión general de no cumplir la mayoría de las normas,
que se confeccionan para defender los privilegios de unos o
de otros.
En una organización política montada sobre estas bases POLÍTICOS
—y la española se acerca al modelo del Perú hermano— lo Y
importante es tener acceso al poder, participar en él si es DELINCUENTES
posible, aunque sea a escala municipal. Si no se logra ese
acercamiento, lo mejor es alejarse del cumplimiento de las
normas. De ahí que en este tipo de sociedades, los que mejor
viven sean los políticos y los delincuentes, dos conjuntos que
parecen tan opuestos. Del lado de los políticos se sitúan los
grupos mejor tratados, los que obtienen más privilegios
legales (por ejemplo, precios regulados, subvenciones, monopolios). No se piense sólo en los banqueros y grandes
empresarios. Privilegiados económicos son también algunos
intelectuales y artistas, ciertos medios de información, no
pocas empresas y profesionales que viven en perfecta simbiosis
con la actividad del Gobierno. Del lado de los delincuentes
están todas las demás formas de aprovechamiento económico
ilegal. Lejos de la intención del Estado por hacer "emerger" la
economía subálvea, la verdad es que el Estado es la causa
fundamental de que esa denostada economía freática discurra
con toda tranquilidad.
Podría parecer irreverente esta consideración de Apolíticos
y delincuentes unidos por esa copulativa clasificatória. No
hay tal. Por ejemplo, ambos grupos constituyen una mayoría
notabilísima de los protagonistas de las noticias, fudra de los
deportes. El ápice de lo noticioso se logra cuando un político
se'sienta en el banquillo moral de los delincuentes. Para citar
ejemplos foráneos, un Nixon o un Oliver North. Son
innúmeros los políticos de todas las épocas y lugares; que han
pasado por las cárceles de los respectivos "regímenes anteriores", como decimos en España. Qué gran sabiduría, la de esas
familias españolas con el padre franquista y los hijosj exitosos
miembros de la "gran familia" socialista. Esta combinación es
la que, salvando todas las distancias, en el estudio citado
sobre el Perú ilustra el concepto de "coalición redistributiva",
en el caso indicado a escala familiar. Se trata de coaligar los
esfuerzos individuales para conseguir la máxima Cuota de
beneficios del poder, cuando el poder es una máquina de
redistribuir privilegios, oportunidades de enriquecerse.
¿Qué mejor forma de enriquecerse que utilizar todo lo
posible los medios públicos para la acumulación particular?
No se piense sólo en el supuesto extremo de la corrupción. En
una política de este tipo —digamos, hispánica— el acercamiento al poder se resuelve en ventajas económicas para "los
que son como uno". Pedrol Ríus, brillante abogado de los
abogados, consigue la exención del IVA para la asistencia
letrada en los juicios (aunque él dice muy ladinamente "para
los justiciables"); los de la "camarilla sevillana" en el! poder se
hacen con la cascada de dineros públicos que atrae la magna
exposición de Sevilla de 1992; Nicolás Redondo utiliza sus
vinculaciones "fraternales" con el Gobierno para inclinar
hacia su sindicato la mayor tajada del reparto del patrimonio
sindical de la preguerra, que fue expropiado por el Estado
franquista. Se podrían citar miles de ejemplos. A nadie
escandalizan.
DESPACHOS
DE INFLUENCIAS
El estudio sobre el Perú proporciona una pista que
igualmente se podría aplicar al caso español. Se trata de la
gran cantidad de empresas cuyas fábricas se localizan en la
capital de la nación, pero es en esa capital donde concentran
sus gerencias o sus ejecutivos más dinámicos. La finalidad es
bien racional. Compensa mucho más la relación cotidiana
con el poder que las mejoras de la productividad de los
trabajadores. Digamos que este raro efecto es el que explica
en España el auge económico de Madrid, a pesar de que sean
otras zonas las que levantan las factorías.
Las plantas "industriales" más rentables de Madrid son
los "despachos de influencias", en donde operan los más
osados "caballeros de industria". Esos despachos viven de
administrar uno de los bienes más escasos y valiosos en esta
sociedad nuestra, tan compleja ya: la información. Disponer
de la información adecuada —que casi siempre mana del
hontanar del Gobierno— supone la posibilidad de enriquecerse en la Bolsa, aprovechar al máximo las ventajas del
comercio exterior o de las "ayudas" de la Comunidad
Europea, conseguir saneados contratos con los organismos
públicos, lograr exenciones fiscales. Una empresa nueva de
publicidad puede vivir admirablemente bien si consigue
canalizar la publicidad de una gran empresa pública. Una
empresa de encuestas se mantiene con holgura si algunos de
sus consejeros se alojan en las gradas del poder. No son
supuestos ficticios. Los políticos y altos funcionarios disponen
cada vez frías de generosas corrientes de dinero que a veces no
saben cómo gastar. Todo es un inmenso artilugio que
contribuye a la desigualdad, a que la libertad de unos se
empañe por el privilegio de otros.
El argumento anterior explica una gran paradoja en la
vida pública española: la extraordinaria leva de vocaciones
políticas a pesar de que los altos cargos nos aseguren que su
vida resulta estresante. Es común la cantinela de las altas
dignidades sobre su falta de ambiciones políticas: están en el
cargo porque no saben decir que no, por espíritu de servicio.
En realidad ocupan la poltrona porque desde ella se posee el
bien rarísimo de la información, se ayuda a los conmilitones, el
divino poder se trasmuta en humanísimas influencias
económicas.
Los políticos de la educación se desgañitan alentando a
los jóvenes a que estudien "carreras cortas" de índole
"tecnológica". Los jóvenes, con gran olfato, se agolpan en las
Facultadas de Derecho. Sigue siendo la mejor vía para la
carrera política y la de los "despachos de influencias". Por lo
mismo, se explica que tantas vocaciones intelectuales se
olviden de otros géneros literarios y se apresten a publicar en
el editor que más cuenta: el Boletín Oficial del Estado.
Se comprenderá ahora este hecho primate: la relación
entre los individuos y el Estado es esencialmente asimétrica.
Tal notoria desproporción entre los dos términos incomparables de la comparación se disimula haciendo creer al individuo
que es un "ciudadano" pleno de derechos y libertades. Es
llamativa la tendencia de los discursos oficiales a sustituir la
expresión "los españoles" por la más abstracta! de "los
ciudadanos". Se trata de pasar al plano del deber s£r. En el
más modesto del ser, la realidad revela esa básica asimetría, la
falta de reciprocidad. La asimetría no es episódica, es
constante. Si el contribuyente no presenta todos losj papeles,
en verdad enrevesados, su acción se tipifica como fraude. En
la práctica tiene que demostrar que es inocente. El
qontribu-yente no tiene ninguna posibilidad práctica de
denunciar el "fraude" del mal funcionamiento de los servicios
públicos, es decir, del mal uso de su dinero. En realidad no
existe esa figura. Es fácil desacatar a una autoridad. Qué
difícil es que la autoridad aparezca como prevaricadora por
emplear mal los fondos públicos. Existe el fraude fiscal, no
el fraude político.
Nixon
Oliver North
Pedrol Ríus
LA
ASIMETRÍA
INDIVIDUOSESTADO
Redondo Nicolás
Descargar