El Estado es dinero AMANDO DE MIGUEL* Léviatán estatal necesita cada vez más dinero para ELmantenerse. Ha aprendido lo que practican los consumidores iodos los días: se gasta los ingresos antes de recibirlos.! El resultado es así una inmensa y creciente deuda pública qjue asóla con sus intereses las economías de los pacientes subditos. La consecuencia es la predisposición de estos últimos a resistirse a contribuir al fisco parasitario y antojadizo. Queda sólo un respiro: el laberinto de las normas fiscales es tan complicado que permite mil portillos legales, alégales oj ilegales. No basta sólo con no pagar, sino que hay que tratar de cobrar todo lo que se pueda de las arcas del Tesoro. Es la mentalidad del jugador de lotería: considera que, pagando muy poco por su billete, le podrá tocar un beneficio Cuantioso. El ejemplo se venga. La lotería de verdad acaba de ser un pingüe ingreso para el fisco; es, además, un impuesto ideal en el que el contribuyente no se queja. La culpa de la desventura económica del jugador la tiene la mala suerte. Se po(irá argüir que el Estado está para el bienestar del vecindario. No hay que negar el carácter de sacrificados servidore? públicos al que se asimilan tantos funcionarios. Pero el Estado es una abstracción distinta a la suma de sus servidore^, sus normas y sus símbolos. El Estado es algo que cuesta dinero y al que se le saca el dinero. Pocos son los que ven la cara idealista del Estado, que entre nosotros presenta un dudoso poso autoritario. Para los españoles, recelosos ellos, el Estado deja de ser la gran abstracción que funciona en los países septentrionales. Se resuelve en lo que antes se llamaba 'fia situación"*, esto es, el grupo que manda y el que, por tantc), dispone de los dineros públicos. Tener poder es acceder al reparto del Presupuesto con mayúsculas. "LA ORGANIZACIÓN DEL DESGOBIERNO" * Zamora, 1937. Catedrático de Sociología. Autor de medio centenar de libros. Ultimo título: España cíclica. Un vitriólico análisis de Alejandro Nieto se detiene en las costumbres de los gobernantes españoles. Concluye en la perfecta ¡inutilidad de sus idas y venidas, de su tiempo consumido en atender visitas de la infinita clase de los pedigüeños. La regla es que para defender cualquier interés ha de tocarse la aldaba más alta. Como puede colegirse, la "organización del desgobierno", al decir de Alejandro Nieto, nos cuesta carísima. Es la raíz principal de lo que la vieja retórica hubiera llamado los cuatro jinetes del Apocalipsis: la inflación, la inseguridad ciudadana, el paro, el déficit público. La inflación es en gran medida un fenómeno extraeconó-mico. Se deriva fundamentalmente de la acumulación de actividades públicas que cuestan mucho dinero y que en buena parte —en mala parte, mejor sería decir— se tornan improductivas, parasitarias. Por culpa de esa general ineficacia, los contribuyentes tienen que pagar un plus dé bienes y servicios que de otra forma se ahorrarían. Si Correos funciona mal, hay que servirse de una miríada de transportistas y "mensajeros" particulares. Si los centros educativos se degradan o son insuficientes, los hogares tienen que pagar un sinfín de academias de piso, clases particulares, excursiones educativas al extranjero y toda una pirámide de centros de enseñanza, que a su vez obtienen munificentes subvenciones del erario público. Si el transporte público renquea, los sufridos parroquianos tienen que forzar el uso del automóvil particular, con todo el gasto adicional que significan los peajes, multas, aparcamientos, robos, reparaciones e impuestos. Si lo que se llama inseguridad ciudadana es insuficiente, entre todos hay que atender la inmensa red de guardas privados, escoltas, alarmas y blindajes. Si la Seguridad Social resulta deleznable, hay que procurarse planes de pensiones particulares y médicos privados. En conjunto, la general ineficacia del Estado da origen a un creciente influjo de inútil papeleo que supone una inmensa pérdida de tiempo y da de comer a una turbamulta de comerciantes y profesionales. Todo ese gigantesco! "estado" paralelo supone un ingente coste para compensar la ineficacia del Estado, digamos, esencial. He ahí la clave d£l círculo vicioso de los impuestos cada vez más onerosos, del insondable déficit público. Las generaciones futuras pagarán los dispendios de la presente. La economía se venga con el tributo del paro o de la inflación y, lo que es peor, con la pertinaz tendencia a que los ingresos reales de las familias suban menos que los índices de la inflación real. El que el cómputo oficial de esos índices se mantenga por debajo de la realidad no es más que una última consecuencia sarcástica del fenómeno de la general improductividad del servició público y de la necesaria opacidad fiscal que genera. Una paradoja más es que el Estado ineficaz se torna en un sujeto consuntivo. Se ha convertido en el principal consumidor, no siempre racional. Este hecho produce una eufórica sensación de que el Estado impulsa la economía^ pero la verdad es que lo que acarrea es un descomunal despilfarro. No hace falta recurrir al manido ejemplo del portaaviones. Hay otros más sencillos. El negocio de papelería, imprenta y material de oficina subsiste y prospera gracias a que una parte considerable de sus existencias se colocan en una demanda voraz', siempre EL COSTE DEL ESTADO INEFICAZ LA PAPELERÍA insatisfecha. El grueso de sus clientes son organizaciones que adquieren ese material para el uso inmoderado de las personas que en ellas se emplean. Es una práctica administrativa que ese tipo de efectos de papelería sea un gasto fácil de aprobar. Una oficina pública tendrá terminantemente prohibida —para usar el administrativo pleonasmo— la contratación de una secretaria, pero podrá gastar cuanto quiera en bolígrafos y todo lo demás que alimenta el trabajo de las secretarias. Imaginemos un hecho casi cotidiano: un nuevo organismo público que se crea, que refunde otros varios o que cambia de nombre. La consecuencia es ingentes pedidos de material de oficina y papel timbrado (oficios, sobres, tarjetas, saludas, impresos, etc.). Si es un mero cambio de nombre del organismo, toda la papelería anterior, resmas enteras, va a la basura. Menos mal que los servicios de limpieza saben reciclar este papel, naturalmente como una forma de modestísimos fringe benefits. Todo esto sin contar que una gran parte de esa caudalosa corriente de material se utiliza para fines personales de los empleados públicos, insaciables devo-radores de pasta de papel. Este singular mecanismo hace que en torno a las oficinas públicas vivan en simbiosis una multitud de empresas suministradoras de artículos de papelería. LA LEY PARA EL PRIVILEGIO Se podrá redargüir que esta descripción es más bien una caricatura de algunas republiquitas bananeras, pero no de un solemne Estado de Derecho en el que el poder del Ejecutivo se contrasta con el Legislativo y el Judicial. El argumento está bien para los manuales escolares y las propagandas. En la realidad, los hechos son de otra manera. La mayor parte de las normas legales que afectan al bolsillo del contribuyente —que son las más— no proceden de las Cortes; emanan de los despachos ministeriales, diga lo que diga la Constitución. Es más, las leyes que salen de las Cortes se parecen extraordinariamente a los proyectos que envían a esa instancia los ministerios. El sentido principal de las normas que redactan los ministerios suele ser económico: conceden una ventaja dineraria a alguien, todo lo justificada que se quiera, pero ventaja al fin. La política de cada día no es más que la organización de ese ingente esfuerzo "distributivo". Naturalmente, quien más llora, más mama de las ubres del Presupuesto. Si se analiza con parsimonia la producción de normas por el Estado se obtiene la visión de una cuidadosa organización de privilegios, normalmente pequeños en cada regulación, pero que en conjunto afectan a una miríada de grupos e intereses. En el caso del Perú (tan bien estudiado en la monografía de Hernando de Soto) se ha visto que este sistema conduce a una alta politización de la vida social y a la obsesión general de no cumplir la mayoría de las normas, que se confeccionan para defender los privilegios de unos o de otros. En una organización política montada sobre estas bases POLÍTICOS —y la española se acerca al modelo del Perú hermano— lo Y importante es tener acceso al poder, participar en él si es DELINCUENTES posible, aunque sea a escala municipal. Si no se logra ese acercamiento, lo mejor es alejarse del cumplimiento de las normas. De ahí que en este tipo de sociedades, los que mejor viven sean los políticos y los delincuentes, dos conjuntos que parecen tan opuestos. Del lado de los políticos se sitúan los grupos mejor tratados, los que obtienen más privilegios legales (por ejemplo, precios regulados, subvenciones, monopolios). No se piense sólo en los banqueros y grandes empresarios. Privilegiados económicos son también algunos intelectuales y artistas, ciertos medios de información, no pocas empresas y profesionales que viven en perfecta simbiosis con la actividad del Gobierno. Del lado de los delincuentes están todas las demás formas de aprovechamiento económico ilegal. Lejos de la intención del Estado por hacer "emerger" la economía subálvea, la verdad es que el Estado es la causa fundamental de que esa denostada economía freática discurra con toda tranquilidad. Podría parecer irreverente esta consideración de Apolíticos y delincuentes unidos por esa copulativa clasificatória. No hay tal. Por ejemplo, ambos grupos constituyen una mayoría notabilísima de los protagonistas de las noticias, fudra de los deportes. El ápice de lo noticioso se logra cuando un político se'sienta en el banquillo moral de los delincuentes. Para citar ejemplos foráneos, un Nixon o un Oliver North. Son innúmeros los políticos de todas las épocas y lugares; que han pasado por las cárceles de los respectivos "regímenes anteriores", como decimos en España. Qué gran sabiduría, la de esas familias españolas con el padre franquista y los hijosj exitosos miembros de la "gran familia" socialista. Esta combinación es la que, salvando todas las distancias, en el estudio citado sobre el Perú ilustra el concepto de "coalición redistributiva", en el caso indicado a escala familiar. Se trata de coaligar los esfuerzos individuales para conseguir la máxima Cuota de beneficios del poder, cuando el poder es una máquina de redistribuir privilegios, oportunidades de enriquecerse. ¿Qué mejor forma de enriquecerse que utilizar todo lo posible los medios públicos para la acumulación particular? No se piense sólo en el supuesto extremo de la corrupción. En una política de este tipo —digamos, hispánica— el acercamiento al poder se resuelve en ventajas económicas para "los que son como uno". Pedrol Ríus, brillante abogado de los abogados, consigue la exención del IVA para la asistencia letrada en los juicios (aunque él dice muy ladinamente "para los justiciables"); los de la "camarilla sevillana" en el! poder se hacen con la cascada de dineros públicos que atrae la magna exposición de Sevilla de 1992; Nicolás Redondo utiliza sus vinculaciones "fraternales" con el Gobierno para inclinar hacia su sindicato la mayor tajada del reparto del patrimonio sindical de la preguerra, que fue expropiado por el Estado franquista. Se podrían citar miles de ejemplos. A nadie escandalizan. DESPACHOS DE INFLUENCIAS El estudio sobre el Perú proporciona una pista que igualmente se podría aplicar al caso español. Se trata de la gran cantidad de empresas cuyas fábricas se localizan en la capital de la nación, pero es en esa capital donde concentran sus gerencias o sus ejecutivos más dinámicos. La finalidad es bien racional. Compensa mucho más la relación cotidiana con el poder que las mejoras de la productividad de los trabajadores. Digamos que este raro efecto es el que explica en España el auge económico de Madrid, a pesar de que sean otras zonas las que levantan las factorías. Las plantas "industriales" más rentables de Madrid son los "despachos de influencias", en donde operan los más osados "caballeros de industria". Esos despachos viven de administrar uno de los bienes más escasos y valiosos en esta sociedad nuestra, tan compleja ya: la información. Disponer de la información adecuada —que casi siempre mana del hontanar del Gobierno— supone la posibilidad de enriquecerse en la Bolsa, aprovechar al máximo las ventajas del comercio exterior o de las "ayudas" de la Comunidad Europea, conseguir saneados contratos con los organismos públicos, lograr exenciones fiscales. Una empresa nueva de publicidad puede vivir admirablemente bien si consigue canalizar la publicidad de una gran empresa pública. Una empresa de encuestas se mantiene con holgura si algunos de sus consejeros se alojan en las gradas del poder. No son supuestos ficticios. Los políticos y altos funcionarios disponen cada vez frías de generosas corrientes de dinero que a veces no saben cómo gastar. Todo es un inmenso artilugio que contribuye a la desigualdad, a que la libertad de unos se empañe por el privilegio de otros. El argumento anterior explica una gran paradoja en la vida pública española: la extraordinaria leva de vocaciones políticas a pesar de que los altos cargos nos aseguren que su vida resulta estresante. Es común la cantinela de las altas dignidades sobre su falta de ambiciones políticas: están en el cargo porque no saben decir que no, por espíritu de servicio. En realidad ocupan la poltrona porque desde ella se posee el bien rarísimo de la información, se ayuda a los conmilitones, el divino poder se trasmuta en humanísimas influencias económicas. Los políticos de la educación se desgañitan alentando a los jóvenes a que estudien "carreras cortas" de índole "tecnológica". Los jóvenes, con gran olfato, se agolpan en las Facultadas de Derecho. Sigue siendo la mejor vía para la carrera política y la de los "despachos de influencias". Por lo mismo, se explica que tantas vocaciones intelectuales se olviden de otros géneros literarios y se apresten a publicar en el editor que más cuenta: el Boletín Oficial del Estado. Se comprenderá ahora este hecho primate: la relación entre los individuos y el Estado es esencialmente asimétrica. Tal notoria desproporción entre los dos términos incomparables de la comparación se disimula haciendo creer al individuo que es un "ciudadano" pleno de derechos y libertades. Es llamativa la tendencia de los discursos oficiales a sustituir la expresión "los españoles" por la más abstracta! de "los ciudadanos". Se trata de pasar al plano del deber s£r. En el más modesto del ser, la realidad revela esa básica asimetría, la falta de reciprocidad. La asimetría no es episódica, es constante. Si el contribuyente no presenta todos losj papeles, en verdad enrevesados, su acción se tipifica como fraude. En la práctica tiene que demostrar que es inocente. El qontribu-yente no tiene ninguna posibilidad práctica de denunciar el "fraude" del mal funcionamiento de los servicios públicos, es decir, del mal uso de su dinero. En realidad no existe esa figura. Es fácil desacatar a una autoridad. Qué difícil es que la autoridad aparezca como prevaricadora por emplear mal los fondos públicos. Existe el fraude fiscal, no el fraude político. Nixon Oliver North Pedrol Ríus LA ASIMETRÍA INDIVIDUOSESTADO Redondo Nicolás