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E
Cómo entrar en Europa
dando un largo rodeo
1 año que viene, junto al Quinto Centenario, cuyos fastos FEDERICO
han empezado con muy mal pie, al suspenderse la corrida JIMÉNEZ
de la Expo por falta de ganadería solvente, celebraremos LOSANTOS
también los tres lustros de régimen democrático. Quince
años desde las primeras elecciones libres son ya bastantes
años; sin embargo, para algunos problemas de los muchos
que en
1977 se pensaban resolver con el nuevo régimen parece que
no haya pasado el tiempo, salvo para enconarlos. La
situación económica, entonces a punto de devorar los excedentes de la
prosperidad anterior por culpa del petróleo y del Impuesto para la Paz
Social que recaudaban los sindicatos, se ha estabilizado a la baja. Las
nuevas instituciones políticas, salvo la Monarquía, no puede decirse que
gocen del aprecio popular -ni el Parlamento, ni la Justicia, ni el Fisco, ni la
Educación, ni la Sanidad-, pero nadie piensa en sustituirlas violentamente, y
es de esperar que alguna vez empezarán a funcionar. En cuanto a las
tensiones nacionalistas con el País Vasco y Cataluña, que tanto trabajo
dieron a los políticos de la Transición, y que se pensó calmar mediante unos
Estatutos de Autonomía y una Constitución que reduce al mínimo la
exigencia nacional de lo español, siguen como estaban, o tal vez peor. El
Estado ha ido aceptando su marginación y progresiva sustitución por los
gobiernos autónomos, pero el truco semántico de afirmar que las
instituciones autonómicas «son Estado» no ha podido remediar el conflicto
de fondo, que no es otro que el de establecer si se trata de un Estado español
o no. Quince años después de la vuelta pactada de Tarradellas, su sucesor,
Jordi Pujol, no ha vacilado en comparar a Cataluña con Lituania, justamente
en los días en que este Estado recobraba su independencia. Podríamos decir
que lo que se ha ganado, desde el punto de vista democrático y
convivencial, es que en 1977 los nacionalistas catalanes eran cien, muy
enfadados aunque preocupados, y ahora son mil, bastante enfadados pero
mucho menos preocupados.
«El Estado ha ido aceptando su
El Estado de las Autonomías es indudablemente más
marginación y progresiva
costoso que el Estado Central, y ello por dos razones:
tiene mucho más personal, porque las burocracias no se
sustitución por los gobiernos
han sustituido sino superpuesto, y el personal es
autónomos, pero el truco
igualmente ineficaz. El presupuesto autonómico para el
semántico de afirmar que las
año pasado fue de más de seis billones de pesetas. Sin
embargo, no se conoce ningún gobierno autonómico que
instituciones autonómicas "son
considere que ya tiene bastantes competencias. Lo que en
Estado" no ha podido remediar
los primeros años fue el agravio comparativo entre
el conflicto de fondo: establecer.si
comunidades, ahora es agravio comparativo entre las
tribus políticas autonómicas. Como el sistema de
se trata de un Estado español o
financiación, que priva a las autonomías de la facultad de
no.»
recaudar impuestos, las hace irresponsables ante los
votantes, puede afirmarse sin temor a errar, que el modelo
autonómico institucionaliza la queja como modo básico de
relación entre los ciudadanos
y el Estado. No se ha hecho, por tanto, la necesaria pedagogía de la responsabilidad en un país acostumbrado al palo y a la subvención, con el agravante de que el Gobierno, trasunto del Estado, carece del palo de antaño y
cada vez debe subvencionar menos, aunque no renuncie al despilfarro,
Podría considerarse aceptable un precio político y económico tan alto si la
relación entre los diversos pueblos de España hubiera mejorado; si la cultura,
entendida en su sentido más amplio, fuera hoy testigo de un reencuentro
histórico entre sensibilidades diferenciadas y, a veces, enfrentadas. Pero no
hay tal: la reivindicación de las lenguas minoritarias ha tenido características
puramente revanchistas, y se ha convertido en una herramienta política para
legitimar a los dirigentes nacionalistas y deslegitimar a los que no lo son.
Las autoridades en política lingüística del País Vasco y Cataluña consideran
que todo lo que sea quitarle terreno al castellano, lengua común de los
españoles desde hace unos cuantos siglos, es justo y necesario, y si ello
conduce a la discriminación de los ciudadanos de lengua castellana, qué le
vamos a hacer. No hay que olvidar que en el Gobierno Central nunca han
protestado seriamente por esta política, y que la Izquierda la ha apoyado
tradicionalmente. De lo que pensaba la Derecha no hay apenas constancia,
por lo que podemos suponer que no ha pasado nada.
Si el conflicto lingüístico, acaso el más grave, puede considerarse amortiguado mediante el curioso expediente de que unos cedan siempre y otros no
cedan nunca, ello no ha traído tampoco una mejora de las relaciones entre
regiones vecinas o entre comunidades cuya frontera es lingüística y política.
Las relaciones entre Cataluña y Valencia no son mejores que hace quince
años, a pesar de la activa presencia valenciana de una parte significativa de
intelectuales, profesores y periodistas de obediencia o simpatía catalanas, lo
mismo que en Baleares. Con el otro vecino, Aragón, las relaciones tampoco
han mejorado. Al tradicional conflicto del agua, o al de la emigración, se ha
añadido el de la comarca fronteriza del oeste de Huesca, apetecida por el
expansionismo catalanista, y que en los últimos días ha dado lugar a
polémicas ásperas por culpa de las proclamas nacionalistas del episcopado
catalán, o de una parte importante del mismo. Lo que .podría ser un ámbito
de encuentro y relación, de tolerancia y conocimiento, se ha convertido en
Campo de Agramante por el delirio fronterizo que suele aquejar a los
nacionalistas de cualquier signo.
NO menos mala es la relación del País Vasco con sus vecinos. El irredentismo
ha provocado en Navarra un conflicto casi crónico entre los anexionistas y
los que quieren mantener las fronteras históricas del Antiguo Reino. En la
propia Álava, territorio de lengua castellana desde hace siglos, las tensiones
lingüísticas han conducido a la creación de partidos políticos, como Unión
Alavesa, que no tendrían razón de ser si las reivindicaciones lingüísticas y
culturales no se hubieran convertido en instrumentos para establecer
nuevas fronteras lingüísticas que no tienen base ni en la historia ni en la
realidad actual, que es plural y bilingüe. En cuanto a Santander,
«Como el sistema de
La Rioja y Castilla -tres comunidades falseadas para una sola
financiación que priva a las realidad histórica, que es la de la Corona de Castilla- su relación
el País Vasco se reduce a acoger discretamente las
autonomías de la facultad de con
inversiones que huyen de allí por culpa del terrorismo.
recaudar impuestos las hace Barcelona y Madrid viven más de espaldas que nunca. A la
irresponsables ante los votantes, animadversión nacionalista, Madrid responde con la
indiferencia. Y hace gala de una identidad local, regio-, nal y
el modelo autonómico
nacional que consistiría en afirmar su cosmopolitismo,
institucionaliza la queja como presumiendo, con toda razón, de ser el único sitio de España
modelo de relación entre los donde a nadie se le pide el carné de identidad para acceder a un
trabajo o a un cargo público. Lástima que no pueda decirse lo
ciudadanos y el Estado.»
mismo del carné de partido
político, salvoconducto laboral que está en vigor en Madrid tanto como en
Barcelona o en Bilbao.
Algunos políticos nacionalistas, por no decir todos, se sorprenden o fingen
sorprenderse por la animadversión que sus proclamas segregacionistas encuentran en otras comunidades españolas. Tal vez piensen seriamente que
la discriminación favorable o el desapego cultural y político pueden ser
recibidos por sus socios en el Estado actual de forma alegre y ditirámbica.
Se ve que han terminado por creerse su propia propaganda o que han
renunciado al sentido común. ¿Desde cuándo se recibe con simpatía el
desdén ajeno? ¿Y qué es sino desdén la continua reivindicación de la
singularidad a expensas de la colaboración y de la identidad común?
Pudiera ser que estos fenómenos estén demasiado politizados y no respondan exactamente al estado actual de la relación en el seno de la sociedad. Si
ello fuera así, la realidad sería más positiva, y se habría avanzado en un
camino de tolerancia y comprensión más que en hostilidad e indiferencia.
Sin embargo, resulta casi imposible saberlo. El Estado de las Autonomías
ha creado diecisiete clases políticas autónomas que tienen su raíz y
justificación en las fronteras y en los hechos diferenciales. Cada conflicto
autonómico reafirma la relación de los políticos locales con su base
electoral, y así vemos que dos comunidades como Extremadura y Cataluña,
tradicionalmente sin contactos ni conflictos, se han convertido en polos
opuestos de demagogia por las proclamas de sus respectivos dirigentes. Y lo
peor de este conflicto es que, en realidad, es de nuevo cuño, porque nunca
la desigualdad de competencias había preocupado en Extremadura.
Tampoco en Aragón, que supo convivir dentro de la Corona Aragonesa con
el bilingüismo que imponía su alianza con Cataluña; y después, con los
derechos forales de la vecina Navarra. Paradójicamente, hoy le resulta más
difícil que ayer, porque, además del empeño igualitario, típicamente
democrático, hay en el agravio comparativo un filón demagógico o real
que conviene a toda clase política regional, de forma que, si a la gente no le
preocupa demasiado, ya vendrán los padres de la patria chica a suscitar su
preocupación.
En mi opinión, el tratamiento diferenciado de determinadas singularidades
históricas sería aceptado popularmente en España si no fuera acompañado
del menosprecio o desconsideración hacia el resto de las comunidades
españolas. Pero eso no puede suceder cuando el discurso de las reivindicaciones es, sistemáticamente, descalificatorio. Antiguamente se decía que lo
que faltaba a los pueblos de España era un proyecto o empresa común. Pues
bien, hoy ese proyecto existe y es nada menos que la integración en la nueva
Europa unida, una tarea para la que todos los esfuerzos son pocos. Desde la
defunción del carlismo, si es que realmente ha muerto, las tendencias
nacionalistas hacían gala de un europeísmo incondicional. Era presumible,
por tanto, que la incorporación española a Europa sirviera para reforzar los
vínculos de las diversas comunidades españolas, que ya no se verían sujetas al
yugo de un Estado uniformizador sino que participarían juntas en la
creación de un espacio político y económico basado en la diversidad. Pues
tampoco. Los nacionalistas catalanes y vascos, en su mayoría, parecen
empeñados en unirse a Europa pero olvidando el ingrediente español de lo
europeo, que sin ser fundamental resulta bastante significativo. Mucho
más, desde luego, que lo que puedan suponer los proyectos de quienes
cifran su aspiración en ser como lituanos o croatas.
Conviene señalar que los que tanto hablan de una Europa unida en la que,
por ejemplo, la diversidad lingüística, la tolerancia y la competencia serán
un hecho constituyente. Intentan progerse de su propia participación en la
«La reivindicación de las
lenguas minoritarias ha tenido
características revanchistas. Las
autoridades en política
lingüística del País Vasco y
Cataluña consideran que todo lo
que sea quitarle terreno al
castellano es justo y necesario.»
diversidad, luchando contra el idioma español; que los dispuestos a formar
parte de una Europa cuya soberanía obliga a cesiones sustanciales por parte
de los actuales Estados viven en una permanente reinvidicación de competencias estatales, o empeñados en la creación de un nuevo Estado que, si se
pretende europeo, está abocado a su desaparición; que estos patriotas europeos que dicen soñar con un mundo sin fronteras juegan bastante seriamente
a levantarlas, o reparten pasaportes en sus festividades políticas como
prueba de su apego a otros pueblos que no son menos europeos que ellos,
con los que la historia les ha hecho convivir durante siglos, y a cuya
compañía quieren renunciar hoy para volver a tropezárselos mañana, inevitablemente, en la patria común europea.
Muchos chistes se han hecho sobre el deseo en los castellanos, aragoneses o
andaluces de perder de vista a los catalanes, pero parece haber nacionalistas
catalanes que juegan a proyectar una Europa de la que pudiera desaparecer
Madrid. También resulta asombroso que los vastagos políticos del
terrorismo etarra se identifiquen con el proyecto nacionalista de Eslovenia,
que es el de incorporarse a una Europa democrática, capitalista y liberal,
mientras ellos defienden un modelo de sociedad que tanto en la ideología
como en los métodos es puramente estalinista, más emparentado
ciertamente con Serbia que con Eslovenia. ¿Cómo creer que
los que a tiro limpio, despreciando la voluntad democrática
«A la animadversión
del pueblo, se empeñan en edificar la Dictadura del
nacionalista, Madrid responde Proletariado en el País Vasco, pueden contribuir de algún
con la indiferencia. Y afirma su modo a construir una Europa libre y próspera, plural y
cosmopolitismo, presumiendo de tolerante? La vanguardia del nacionalismo vasco y también
del catalán está constituida por los que todavía mantienen los
ser el único sitio de España
sangrientos mitos ideológicos de la izquierda. Pero
donde a nadie se le pide elDNI arrepentidos o sin arre-pentir, ni con carniceros de ETA ni
para acceder a un cargo público. con carniceritos de Terra Lliure podrá hacerse una Europa
que no apeste a casquería. Con los ladrillos de la extrema
Lástima que no pueda decirse lo izquierda no pueden construirse más que campos de
mismo del carné departido
concentración.
Los nacionalistas ideológicamente moderados, presunpolítico.»
tamente liberales, teóricamente capitalistas, deberían
abandonar en España toda alianza nefanda con los totalitarios de su tierra
natal, pero no parece que Pujol o
Pero arrepentidos p sin
arrepentir, ni con
carniceros de ETA ni
con carniceritos de
Terra Lliure podrá
hacerse una Europa que
no apeste a casquería.
Arzalluz quieran o puedan renunciar definitivamente a buscar en la
querella permanente con Madrid la base de su acción política. Y tampoco
nadie puede pensar en serio que se vaya a recibir de Bruselas con toda
cordialidad lo que se rechaza viniendo de Madrid. ¿Qué sería de los
partidos nacionalistas?
El peso político de España en la construcción europea ?e ve drásticamente
reducido por la desafección de los nacionalistas, pero eso sería menos
grave si existiera una cabeza política en el resto de España que
mantuviera las aspiraciones de la mayoría de los ciudadanos, si existiera
ese «Madrid» mítico del que hablan los periféricos profesionales. Por suerte
o por desgracia, no hay tal. La construcción del Estado Autonómico tuvo
como objetivo para unos y como resultado para otros la liquidación del
único factor económico, político, cultural e institucional capaz de compensar con su fuerza centrípeta el proceso centrífugo de los nacionalismos. A
Madrid se la privó de Castilla, se la aisló de España, se la dejó fuera del
equilibrio regional y de las regalías compensatorias. Ha sido en vano,
porque hoy Madrid, privado de una clase política autóctona, de cualquier
proteccionismo comercial, de cualquier privilegio fiscal y de cualquier
identificación cultural, tiene, culturalmente hablando, más prestigio que
nunca dentro de España y posee una potencialidad económica más seria y
con más futuro que otras zonas tradicionalmente prósperas.
Le falta, sin embargo, ambición política. El día en que Madrid recuperase
su identidad como avanzada y no sólo como crisol o rompeolas del conjunto
español veríamos tal vez romperse esta inercia que hoy paraliza el Estado
Autonómico. No debería ser necesario llegar a la integración europea para
que la antigua capital burocrática se revele como la que más eficazmente
ha sido capaz de convertirse en urbe moderna, convivencial y dinámica. A
diferencia de los que se dedican a pedirle cuentas al pasado, Madrid vive al
día. Está más cerca, pues, de avistar el futuro. Pero ese futuro está aún
lejano, si es que llega.
Hoy por hoy, sería suficiente con darnos cuenta de que el Estado constituido
hace quince años podría funcionar pero no funciona, a pesar de los
políticos y de las instituciones que viven de negar esa evidencia. Por lo
visto, hay que ser báltico o balcánico para comprobar que lo que uno no es
capaz de arreglar con su vecino de siempre difícilmente tendrá arreglo en
Estrasburgo.
«El tratamiento diferenciado de
determinadas singularidades
históricas sería aceptado
popularmente en España si no
fuera acompañado del
menosprecio hacia el resto de las
comunidades españolas. Pero
eso no puede suceder cuando el
discurso de las reivindicaciones
es, sistemáticamente,
descaliflcatorio.»
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