Num096 006

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Relaciones internacionales:
política exterior en la
perspectiva española
L
a política exterior comenzó a tener importancia, como
condición de los Estados nacionales, durante la
modernidad y adquirió consistencia, primero, como
una forma de relación interdinástica, después como
una defensa argumentada de los intereses nacionales
administrativos por las organizaciones estatales. De ese
modo surgieron en éstas los cuerpos diplomáticos que, poco a poco,
han adquirido una consistencia representativa de los Estados
nacionales con acreditación de éstos ante los Jefes de Estado de
otras naciones. Así adquirió desarrollo una política
diplomática ajustada primordialmente a dos condiciones: la
posición que la Nación tuviese en el mundo; y a los fundamentos
globales de la política nacional(1).
Con el cambio de orientación que la revolución intelectual(2) del siglo
XX impuso a las Humanidades, convertidas en Ciencias Humanas y
Sociales(3), se desarrolló la ciencia de las "relaciones internacionales"(4)
que poco a poco ha ido absorbiendo en su quehacer el amplio cuadro
de esas relaciones —públicas y privadas, jurídicas, económicas,
sociales, culturales, intelectuales, políticas— en esa unidad
intelectual que Renouvin y Duroselle han denominado "política
internacional"^, que sé ocupa de analizar y explicar las relaciones
entre las comunidades políticas organizadas territorialmente en
Estados.
*Catedrático de Historia Contemporánea de América. Universidad Complutense.
Antualmente Catedrático Emérito.
MARIO
HERNÁNDEZ
SÁNCHEZ-BARBA*
«La educación es, en
nuestro mundo, el proceso
de construcción de las
personas a la altura de su
tiempo y de su historia.»
En ello viene a coincidir con los aspectos renovados de la
Historia política(6), renacida después de los embates sufridos como
consecuencia del auge del materialismo dialéctico bajo la guía del
marxismo. Mientras se produce esta coincidencia en el campo
intelectual, en el tejido histórico contemporáneo — como
consecuencia directa del imperio de la violencia bélica, social e
ideológica, que sacudió al mundo entero durante el primer siglo
XX (1898-1945)— se produjo en Europa una doble tendencia,
consecuencia directa de la postración en que quedó sumida en 1945
inerte bajo las alas protectoras de los Estados Unidos(7), en razón, por
una parte, a un profundo sentimiento de culpabilidad, y por otra, al
deseo interesado de fortalecer Europa e incluirla en sus alianzas,
durante los años de la "guerra fría" y del stali-nismo duro de la
bipolaridad(8), de modo que se pudiese crear y contar con un amplio
frente de apoyo y defensa del mundo occidental(9).
Esta doble tendencia se debe, más que a la simpleza
explicativa del "euroescepticismo" o el "proeuropeísmo", al
afloramiento de una conciencia histórica de choque entre las
nacionalidades y la política de bloques, que fue característica del
final de la Modernidad (1898-1945), que tuvo como
manifestación ontológica el "miedo a la libertad"(10), con la
consiguiente aceptación de la violencia en todas sus formas(11). El portavoz
de esta mentalidad(12), con su tesis de la "Europa de las banderas", fue el
general Charles De Gaulle(13). El otro sector de choque, al que
hacíamos referencia, consiste en la idea comunitaria^, entendida
como una coherencia de esfuerzos para el procomún del
crecimiento económico, la unidad financiera, el desarrollo en todos los
niveles de la producción.
Esta doble conciencia histórica caracteriza, desde el punto de vista
europeo, una situación(í5) en la cual se aprecian dos tendencias: una de
afirmación de la comunidad europea(16); otra, constituida por aquellos
que defienden racionalmente los intereses nacionales, sin entregar
estos a intereses supranacionales, donde inevitablemente,
siempre predominan los de las naciones más fuertes, desde el punto
de vista económico o desde la solidez de sus planteamientos políticos.
Es ahí donde, una vez más, es absolutamente fundamental el
equilibrio entre razón y sentimiento, única posibilidad para la
solución de los conflictos, estudiados por la Sociología(17), una
de las más agresivas ciencias humanas surgidas de la profunda
renovación de las Humanidades promovida por la revolución
intelectual del siglo XX, a la que anteriormente hacíamos mención.
«Esta doble tendencia se
debe, más que a la simpleza
explicativa del
euroescepticismo" o el
"proeuropeísmo", al
afloramiento de una
conciencia histórica de
choque entre las
nacionalidades y la política
de bloques.»
En esta situación es donde vuelve a afirmarse y definirse con robustez
el concepto de "política exterior" y donde alcanza una dimensión
específica en los supuestos propios de la política de los Estados
nacionales. A esta cuestión, he tenido ocasión de referirme
recientemente(18), a propósito de la conferencia pronunciada por el
presidente del Partido Popular, Don José María Aznar, sobre
"Presente y futuro de España en el mundo", así como a un importante
editorial del diario ABC(Í9\ En efecto, el entusiasmo europeísta de
Felipe González, al entender Europa como una baza política, ha
producido, en su etapa de gobierno una considerable dejación de
los intereses nacionales —lo que Renouvin y Duroselle llaman
las "fuerzas profundas" nacionales— posponiéndolos a los intereses
comunitarios, con la consiguiente pérdida del equilibrio entre ambos
condicionantes. Con ello, el presidente González ha preferido el
ejercicio de su condición de "político de partido", lo cual, a todas
luces, le ha impedido alcanzar la más noble y decisiva de "estadista".
Por el contrario, José María Aznar, ha demostrado en la conferencia
citada que, sin renunciar a su condición de "político" — tal como ha
demostrado cumplidamente en la estructuración del Partido Popular,
en la afirmación de su liderazgo y en el refrendo obtenido de la
opinión pública— puede elaborar ideas muy claras, acerca de cuáles
son las condiciones de "estadista" en el ejercicio y dirección de la
"política exterior", en relación con las categorías dimensionales en sus
modos primarios de pasado, presente y futuro, constitutivas como
referencias inmediatas para la definición de dichos factores modales.
Hombres de Estado —tanto en relación con su personalidad, como
respecto a las "fuerzas profundas" condicionantes— capaces de
promover actitudes históricas, hay muchos, algunos de los cuales han
sido estudiados por los citados Renouvin y Duroselle(20). En general,
estos hombres de Estado forman un abanico que casi siempre discurre
entre el riesgo y el miedo a la libertad(21).
Entre ambos extremos existe una virtud, una alta virtud política: la
prudencia(22), de la cual participa ampliamente el presidente del Partido
Popular. No es un jugador que afronte el riesgo, lo cual, en todo
caso, supondría una responsabilidad individual y una muy escasa
consciencia de lo que se hace; tampoco se deja arrastrar por el
engaño sirénido del "laissez faire, laissez paser, le monde va de lui
mome", sino que interviene racionalmente en la conducción de la política
—que es la organización de la convivencia de todos aquellos que
disfrutan de una misma identidad cultural— acude a la solución pacífica
de los conflictos, procura la coordinación del gobierno, la afirmación
de la autoridad sin excesos, pero promoviendo el imperio de la
justicia social, de modo que sea verdaderamente igual para todos.
«En esta situación es
donde vuelve a afirmarse y
definirse con robustez el
concepto de "política
exterior" y donde alcanza
una dimensión específica
en los supuestos propios
de la política de los
Estados nacionales.»
En resumen, el presidente Aznar reúne excelentes condiciones de
"estadista", sin renunciar a su personalidad básica de "político";
equilibrio racional, sin dejarse llevar de impulsos viscerales; serenidad,
reflexión y capacidad de decisión, sin perder nunca de vista el difícil
supuesto de lo real y no lo utópico, como contrapunto de la reflexión
intelectual. Todo ello constituye condicionantes fundamentales en
política, absolutamente decisivas en "política exterior", especialmente
relevantes en el campo de la democracia, sobre la que tanto se habla y
tan poco —y difusamente— se sabe.
NOTAS
(1)
Son varios los protagonistas de la Diplomacia que han escrito importan
tes trabajos sobre su cometido desde el punto de vista de la política de
Estado. El más reciente es el importante de
HENRY KISSINGER:
Diplomacy,
1994, del cual acaba de aparecer una traducción al español.
(2)
JAIME
VIVES:
VICENS
Historia General Moderna, Vol. II, Barcelona,
Montaner y Simón, 1951.
(3)
ERIC
HOBSBAWN:
Historia del siglo XX (1914-1991), Barcelona, Crítica,
1994.
(4)
Han sido muchos los libros que, en todo el mundo, se han publicado en
relación con el tema de Relaciones Internacionales. Lo más sistemático e
inteligente sobre la materia se debe al profesor
HEREDIA Y OÑATE:
CARLOS GONZÁLEZ DE
"Las tendencias y corrientes en el campo de las relacio
nes internacionales", Mar Oceana, núm. 3. Madrid 1996.
(5)FIERRE
RENOUVIN,
JEAN
B.
DUROSELLE:
Introduction a l'histoire des rela-
tios intemationales, París, A. Colin, (ed. esp. Madrid Rialp, 1968).
(6) Cfr. GEOFFREY BARRACLUGH : Tendences actuelles de l'histoire, París, 1980.
CHARLES O. CARBONELL: L'historiographie, París, 1981.
(7)
FIERRE MELANDRI, JACQUES PORTER:
Histoire intericure des Etats-Unis au XXe
siecle, París, 1991.
<8) ERIC HOBSBAWN: op. cit.
(9)
ALFRED GROSSER:
Les Occidentaux. Lespays d'Europe et Les Etats-Unis depuis
la guerre, 1978.
(10)
ERICH FROMM:
The Fear ofFreedom, versión española de G. Germani, Buenos
Aires, Paidos, 1966.
(11)
ROF CARBALLO: Violencia y ternura, Madrid, Prensa Española, 1968.
(12)
CARLOS BARROS :
"Historia de las mentalidades. Posibilidades actuales", en
Problemas actuales de la Historia, Univ. de Salamanca, 1993.
(13)
ALFRED GROSSER, op. cit.
(14)
LORENZO BERNALDO DE QUIRÓS . ENRIQUE DE DIEGO :
Nuevos tiempos (de la
caída del Muro a Maastricht), Madrid, 1992.
(15)
X. ZuBiRi: "Sócrates y la sabiduría griega", Revista Escorial, 1940.
(16)
HELMUT KOHL: L'Europe estnotre destín, París, Fallois, 1990.
(17)
MAURICE DUVERGER:
Sociología Política, Barcelona, Ariel 1972, Las dos caras
de Occidente, Barcelona, Ariel, 1975.
«En general, estos
hombres de Estado
forman un abanico que
casi siempre discurre
entre el riesgo y el miedo
a la libertad. Entre
ambos extremos existe
una virtud, una alta virtud
política: la prudencia.»
<18> ABC del 13 de febrero de 1996,
MARIO HERNÁNDEZ SÁNCHEZ-BARBA:
"Política exterior,
afirmación de lo nuestro".
(19)
ABC del 7 de febrero de 1996, página editorial: "¿Por quién ríen en Europa?".
(20)
RENOUVIN DUROSELLE, op. cit.
(21)
FROMM,
op. cit.
RICHARD
A.
WATSON:
Democracia Americana. Logros y perspec
tivas, México, 1989.
(22)La
implantación teórica del conservadurismo británico la llevó a cabo el pensa
dor político EDMUND BURKE; la práctica política del mismo Sir ROBERT PEEL.
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