Num015 023

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El libro del cuatrimestre
Las trayectorias de Ortega
De todos los escritos aparecidos con motivo de la celebración del centenario del
nacimiento de Ortega, el libro de Julián
Marías Ortega II. Las trayectorias es sin
duda el de mayor trascendencia. Recordar
es volver a pasar por el corazón, decía el
maestro. La conmemoración es, en efecto,
una recordación pública, solemne, un acto
de piedad colectiva para con algo o alguien
que ha configurado nuestra vida y continúa
actuando en ella. Esto es precisamente por
lo que se le recuerda, por lo que le
volvemos, recreándole, a darle nueva vida.
A Ortega lo hemos conmemorado por ser
la figura intelectual decisiva que ha impulsado en nuestro siglo la cultura española
por una senda nunca transitada, por la
senda de una filosofía nueva que representa
una inflexión en la historia del pensamiento
occidental.
Como toda realidad, el recuerdo admite
«grados» de autenticidad y de hondura,
falsificaciones. Estas últimas no han faltado.
Desde el intento de recuperación política
por parte de los que fueron siempre
* A finales de 1983 fue presentado el libro de
Julián Marías Ortega. Las trayectorias. Resultó, desde
luego, un acto cultural de importancia capital y,
probablemente, una de las celebraciones destinadas a
perdurar del centenario del filósofo. Incluimos en el
presente número de CUENTA Y RAZÓN d£>s textos
sobre el importante libro. El de Mario Párajón es
un resumen de su intervención en la presentación
del libro en la Biblioteca Nacional.
Cuenta y Razón, núms. 15-16
Enero-Abríl 1984
12
sus más encarnizados enemigos —y, desgraciadamente, tuvo muchos— hasta los
que no piensan más que en «enterrarle»,
declarando su obra «caduca» o «conclusa»,
previa una interpretación de ella ad hoc,
perfectamente caprichosa, la gama de estulticias ha sido muy variada. Hay que
subrayar, sin embargo, que en su conjunto,
el homenaje sincero y positivo ha prevalecido, señal inequívoca del arraigo de su
figura —siempre inseguro, como todo lo
humano— en la vida nacional. Nadie ha
hecho más por ello, es bien sabido, que
su discípulo Julián Marías.
Marías, en efecto, ha dedicado todo su
afán intelectual a salvar, en más de cuarenta libros, las posibilidades filosóficas
de su maestro, ya que en ello no sólo le
iba la vida personal, sino también el futuro
de la comunidad histórica a que pertenece:
el mundo hispánico. Como las de Ortega, la
vida y la obra de Marías son también
«servicio de España». Para ser esto así ha
tenido que desarrollar muchas ideas de
Ortega, sólo incoadas en la obra de éste, ir
más allá de él, pues únicamente la fidelidad
creadora permite tomar posesión de las
cosas humanas, mostrar la verdad de su
alcance y trascendencia. En este sentido,
Las trayectorias es un libro ejemplar.
Aunque se trata de dos libros autónomos, la primera parte de esta magna in-
vestigación, Ortega I. Circunstancia y vocación 1, apareció en 1960. En ella mostraba
Marías las razones decisivas que habían
llevado a Ortega a la filosofía, cómo la
circunstancia española y europea de principios de siglo le había obligado a hacer
un gran esfuerzo mental para descubrir
una nueva idea de la realidad —un nuevo
modo de pensar basado en un principio
más hondo y radical— que le permitiera
dar cuenta y razón de eUa, y, por tanto,
saber así «a qué atenerse». La finalidad
del Ortega I era, pues, hacer patente la
significación de la vocación de su maestro,
exponer el valor y el alcance históricos de
su nueva filosofía, cuyo núcleo expresó por
vez primera en Meditaciones del Quijote
(1914). Filosofía, no se pase esto por alto,
que se presentaba como el fundamento de
una empresa intelectual de gran aliento
destinada a la renovación de España, y a
través de ella, de la civilización europea.
Antes de entrar en el desarrollo de esta
filosofía, que era ya común a ambos desde
la segunda mitad de los años cuarenta, era
preciso, decíamos, mostrar antes su verdadera dimensión o importancia, las razones
que la sustentaban, con el fin de que los
lectores se familiarizaran por sí mismos
con su núcleo metafísico. Por eso Marías
concluía esta primera parte con un detallado análisis del primer libro de Ortega.
No se olvide que la posesión de una filosofía se realiza por «sus pasos contados», a
través de la puesta a prueba de su fecundidad y verdad en nuestra propia vida. En el
prólogo, Marías anunciaba, para más
adelante, su pretensión de «habérselas con
el Ortega que pudo ser», o con otras palabras: su intención de «completar a Ortega consigo mismo y darle sus propias
posibilidades». Veintitrés años separan el
total cumplimiento del propósito anunciado.
Junto con los azares de la biografía del
autor y los condicionamientos de la situación cultural española, había, por tanto,
buen número de razones teóricas para demorar tanto tiempo la continuación que el
Ortega I exigía. Tenía antes que elaborar
algunos conceptos filosóficos indispensa1
Libro reeditado juntamente con la publicación
de Las trayectorias en la misma colección por Alianza
Editorial (Madrid, 1983).
bles para poder repensar a fondo el pensamiento de Ortega y extraer todas sus
posibilidades. Pero esto sólo podía hacerlo
desde su propio nivel. Es decir, que para
ahondar en la filosofía de su maestro tenía
Marías previamente que ahondar en la
suya. Este nivel lo alcanza en su Antropología metafísica, libro en que elabora la
«teoría empírica de la vida humana», teoría
indispensable para entender la vida en su
concreción real. Pero todavía era preciso dar
un paso más. El carácter «transitable» de la
filosofía, esto es, su cualidad reveladora que
permite «circular» por la realidad en todas
las direcciones y por todos sus planas,
exigía algunas precisiones sobre las
ultimidades, el plano postrer de la realidad
que reobra sobre su totalidad dándole pleno
sentido y trascendencia. Ortega se había
referido muchas veces a él, pero no hizo
más que eso: enunciar su necesidad
postulada por la vida humana. Ahora bien:
este último plano, del que no podemos
tener experiencia, pertenece al dominio
del misterio, ingrediente constitutivo de la
realidad, al que sólo se tiene «acceso» por
la fe religiosa. Entre el dominio de la realidad cognoscible y el de la realidad religiosa, la «falla» no se sitúa en el ámbito
de la yida, sino en el del conocimiento.
Esto llevó a Marías a realizar un gran esfuerzo intelectivo, cuyo resultado fue el
fundamental ensayo Filosofía y religión
(1981), «puente» entre los dos dominios
que le autorizaba a contar con todos los,
planos de la realidad, a «transitar», por
tanto, por ellos. Esto le ha dado la última
holgura necesaria para indagar desde la
raíz la filosofía de su maestro Ortega.
El punto de partida de Las trayectorias
es, pues, el concepto de instalación vectorial, concepto central de su Antropología.
De ahí que comience con una
definición-novísima de la filosofía que es, al
mismo-tiempo, la pauta interpretativa del
libro. «La filosofía —dice Marías— es
teoría dramática, intrínsecamente personal y
biográfica; desligada de la vida efectiva del
filósofo, no es inteligible; y, si se toman
las cosas en rigor, no es filosofía. La filosofía np tiene sentido más que como algo
que emana de una vida concreta, con una
libre fbrzosidad que sólo la teoría de la
vida humana hace inteligible.» Por eso el
asunto del libro no es «el pensamiento,
las ideas, las obras de Ortega, sino Ortega
mismo». No es que no trate de su pensamiento ni de sus ideas, esto es obvio, sino
que el punto de vista es distinto: Marías
las presenta desdé la vida en que surgen
y configuran a un tiempo. Recuérdese que
es la vida la que hace entender, que la
vida dando razón de sí es la definición
misma de la razón vital, razón que palpita
en cada página de este libro.
El tema de Las trayectorias es, pues, la
reconstrucción imaginativa, con imaginación exacta apoyada en los textos y en el
conocimiento histórico, de los «desarrollos»
del pensamiento de Ortega a lo largo de su
vida y frente a la realidad de su tiempo,
realidad que nunca está dada, sino que es
«emergente», y, por tanto, su enfronte
siempre dramático, inseguro, con pie forzado y a la vez libérrimo. Es decir, Marías
reconstruye en este libro el sistema biográfico de Ortega, sistema que describe en
términos «novelescos», no sin clara intención: «Hace Ortega, una vez y otra, a distintas edades, diversas "salidas", cada una
de las cuales incluye las anteriores y a la
vez da razón de eUas desde un nivel más
alto y complejo; y todo ello ligado a las
distintas situaciones biográficas y a las variaciones de la circunstancia histórica. Por
eso tiene sentido, más aún, es indispensable
si se quiere de verdad entender esta
filosofía, estudiar las trayectorias de su
autor.»
Antes de reconstruir los diversos haces
de trayectorias, expuestas en seis grandes
secciones divididas en capítulos —-«La reaborción de la circunstancia», «Razón vital
y razón histórica», «Una encrucijada: La
rebelión de las masas», «La segunda navegación», «El naufragio», «Las últimas cuentas»—, vuelve Marías un instante sobre el
alcance de las Meditaciones del Quijote,
punto de instalación del que parte la vida
del Ortega maduro. El descubrimiento de
la nueva idea de la realidad que en ellas se
expresa, advierte Marías oportunamente,
no consiste principalmente en ser una teoría
más «avanzada» que las de los pensadores
de su tiempo, sino que representa
un orden distinto de magnitud: la recuperación del «auténtico nivel de la filosofía».
Lo cual quiere decir dos cosas: recuperación de las cuestiones capitales de la metafísica postuladas por la altura del tiempo y
su planteamiento a un nivel más hondo y
radical del que lo había hecho hasta entonces la filosofía. Ortega tuvo conciencia de
ello, como lo demuestran sus dos primeros
ensayos de El espectador, en los que propugnaba la creación de «una nueva cultura
de postrimerías» y se declaraba «nada moderno, pero muy siglo xx». Advertencia
muy oportuna, repito, pues esta reconquista de Ortega constituye, nada menos,
que el fundamento de nuestras posibilidades históricas, fundamento al que todavía
no hemos prestado, por desgracia, suficiente atención.
El descubrimiento de la realidad radical
como vida circunstancial, individual, histórica y, por tanto, como algo que hay que
hacer, implica una instalación proyectiva,
vectorial, en una circunstancia cambiante,
es decir, «en lo movedizo». Una instalación, por consiguiente, creadora, «en constante renovación, en cada momento desde
otro nivel, por lo menos biográfico, y esto
lleva consigo el cambio en el horizonte de
los problemas». Lo cual no significa que el
pasado desaparezca, sino que se modifica
al compás del futuro, de los proyectos que
se van realizando y que van surgiendo. Lo
que revela hasta qué punto la vida humana
es compleja y cuan miserables los esquemas
a los que se la pretende reducir.
Las primeras trayectorias de Ortega corresponden a su juventud: la decisión de
resolver con los medios adecuados «el problema de España», que considera como el
deber de su generación; la tarea de «europeizar» a España, es decir, de absorber los
métodos modernos de conocimiento como
primer, paso hacia la «interpretación española del mundo»; una reflexión política
casi constante, aunque no obsesiva —ya
en estos años dijo que el que no se ocupa
de política es un inmoral, pero el que sólo
se ocupa de política, y lo ve todo políticamente, es un majadero—, con el fin de
crear los medios para organizar eficazmente
la sociedad española, condición ineludible
para su renovación; la utilización del
periódico, del ensayo, de la cátedra como
medios de expresión y difusión de su pensamiento para llegar, así, al mayor número
de españoles posible. «Vectores» todos que
le llevan a una primera instalación personal con la publicación de las Meditaciones
del Quijote.
De ahí, las trayectorias de Ortega van a
partir en varias direcciones, remansándose
algunas, quebrándose otras, reanudándose
las más a distintos niveles. Y hay que entender a cada una como ingrediente de su
vida unitaria, que implica o coimplica a
las demás, y que, por consiguiente, sólo
la totalidad resulta plenamente inteligible.
De modo meramente indicador diremos
que, una vez instalado en su nivel y ante el
fallo de Europa que representa la guerra de
1914, Ortega decide poner inmediatamente
a prueba su «nueva manera de ver las
cosas» aplicándola a cualquier tipo de
realidad. Quizá sea ésta una de las trayectorias más logradas de su vida. El espectador, iniciado en 1916 y publicado por última vez en 1934, es un modelo de saber,
sensibilidad, invención y bellísimo escribir.
La necesidad de la gran reforma española
le lleva a ocuparse de la teoría general de la
vida colectiva o social, que elabora por
«paliers» en diversas obras: Vieja y nueva
política, España invertebrada, La rebelión
de las masas..., hasta el curso El hombre y
la gente del Instituto de Humanidades en
1949-50. Junto con la sociología, la
necesidad de conocer la realidad histórica
de España, de Hispanoamérica —sólo llegó
a conocer bien la Argentina—, de Europa:
España invertebrada, Papeles sobre
Veláz-quez y Goya, buena parte de los
numerosísimos artículos de pensamiento
político, Meditación del pueblo joven,
Meditación de Europa, etc., son los textos
más importantes sobre estas cuestiones.
Por otro lado, la insuficiencia de la moral
intelectual que pone violentamente de
manifiesto la guerra, el súbito desbordamiento de la irresponsabilidad intelectual
—que padecía Europa de forma endémica
desde mucho tiempo atrás y que explica
tantas cosas de la Edad Contemporánea—,
impulsan a Ortega en dos direcciones conexas. Una le lleva a analizar en profundidad la crisis de nuestro tiempo, crisis de
sus
fundamentos,
que
describe
magistral-mente en La rebelión de las
masas; la otra
es respuesta a esa crisis, y consiste en las
distintas «exploraciones» que realiza por
el nuevo continente filosófico descubierto
por él. En ellas va mostrando la insuficiencia del racionalismo, del idealismo, de
los varios irracionalismos, y va exponiendo
su doctrina, más radical y abarcadura, de
la razón vital e histórica. El tema de nuestro
tiempo, Kant, Goethe desde dentro, En
torno a Galileo, Historia como sistema y el
curso público de 1929 de una hondura y
claridad extraordinarias, que Ortega dejó
enigmáticamente inédito, ¿Qué es filosofía? son los jalones más significativos de
su itinerario filosófico anterior al terrible
naufragio de 1936, que tantas posibilidades y esperanzas españolas iba a quebrantar.
Los temas del amor, de la literatura,
del arte han constituido también trayectorias importantes en la vida de Ortega. Y la
política; la política que consideró siempre
como una creación histórica, como una llamada entusiasta a sus conciudadanos a inventar y participar en la realización de un
proyecto de vida nacional ascendente, y no
como la estéril, destructora lucha de partidismos utópicos, egoístas o pusilánimes
que se querellan en contienda incivil por
intereses de grupo o pasiones de bandería.
Frente a los totalitarismos de toda laya, la
cobardía o la falta de imaginación, Ortega
no se cansó de proclamar la fecundidad de
la libertad y la riqueza del pluralismo de
puntos de vista, únicos medios eficaces,
según élj con los que la democracia puede
ir urdiendo ese proyecto de vida colectivo
que llamamos nación, o esas colectividades
más amplias —mundo hispánico, Europa,
Occidente— que será necesario forjar.
Hemos citado algún libro dos veces, porque algunas trayectorias se entrecruzan o
convergen en él. Otras, en cambio, se quiebran o interrumpen pronto, como sucedió
con su actividad política durante la República. Ortega la recibió con entusiasmo y
esperanza, pero la conducta de la mayoría
de los políticos, el camino por donde llevaban el destino de España, le decepcionó
muy profundamente. Vio en ello, sin duda,
la manifestación de lo que había descrito
en La rebelión de las masas, y no sólo
abandonó definitivamente la actividad política, sino que esa amarga y desazonante
experiencia le llevó a hacer un alto en el
camino de su vida, un balance minucioso
de lo esperado y lo sucedido, de lo realizado
y de lo aplazado, de los caminos cerrados y
de los que se abrían nuevos ante él. Todo
está consignado en el «Prólogo» a la
primera edición de sus Obras (1932), en las
que anunciaba, debido a los cambios de la
circunstancia, una segunda gran «salida», su
«segunda navegación». Decidió, pues, por
entonces, cargado de los pertrechos
anteriores y con renovados entusiasmos
—el entusiasmo, decía, es la gran dilatación
del espíritu—, lanzar la «navecilla» de su
vida por el mar de su pensamiento, escribir
libros mayores en los que su sistema
filosófico se fuera completando.
La guerra civil le arrastró a las playas
del exilio, primero en Francia, después,
ante la inminencia de la segunda guerra
mundial y la destrucción de Europa, a la
Argentina, donde fue recibido con tan
poca generosidad; por fin, a Lisboa, en el
apacible Portugal, donde fijó su residencia oficial hasta su muerte.
A pesar de las enfermedades, de la inseguridad, de los recursos escasos, de la
intemperie en que vivió, de las amarguras,
Ortega escribió en este período de su vida
sus obras más importantes, aunque las dejara todas sin acabar. Ideas y creencias,
varios prólogos a libros de filosofía, caza,
literatura, su ensayo luminoso sobre Vives,
Una interpretación de la historia universal
y el ya citado El hombre y la gente, cursos
del Instituto de Humanidades, Origen y
epílogo de la filosofía, parte del cual fue
escrito para ser el epílogo de la Historia
de la filosofía de su joven discípulo Julián
Marías, y su Leibniz, la gran obra inconclusa y genial en la que toma en peso toda la
historia de la filosofía desde el nivel de su
nueva filosofía... para «poseerse a sí
mismo» y darle una perspectiva nueva. Tales
son, en pobre síntesis, algunas de las
trayectorias más importantes de esta «segunda navegación». Pero aún hay más.
A partir de 1945 volvió a España, donde
residió largas temporadas. En abril de 1946
tuvo lugar el reencuentro con el público
español. Ante la acogida calurosa que le
prodigó se le encendieron de nuevo los
ánimos, le rebrotaron sus indestructibles
proyectos. En 1948 creó con Julián Ma-
rías el Instituto de Humanidades, institución totalmente privada, en la que daría
dos cursos, y con la que Ortega esperaba,
en el fondo, restaurar la vida intelectual,
sobre todo, reanudar la fecunda convivencia
intelectual de los años anteriores a la guerra
civil. En el Instituto participaron muchas de
las más importantes figuras de la cultura
española de entonces, el público reaccionó
favorablemente, el prestigio de la reciente
institución cruzó pronto las fronteras, pero
las dificultades que causaba la inquina del
régimen contra lo que representaba Ortega,
desanimaron a éste. Las invitaciones al
extranjero, la necesidad de ocuparse de sus
lectores europeos, principalmente alemanes
—Ortega a fuer de español fue siempre un
europeo integral—, le llevaron a tomar la
decisión, quizá un poco apresurada, de
interrumpir las actividades del Instituto.
Funcionó sólo dos años, pero su impacto
en España y fuera de ella fue importante.
Sin duda, Ortega pensó reanudarlas en el
momento oportuno, pero la muerte
prematura segó su vida en plena madurez,
concluyendo definitivamente los proyectos
y las trayectorias.
Tal es, muy someramente descrito, el argumento de este libro fundamental de Julián Marías. Escrito al cabo de más de cuarenta años de reflexión filosófica, no será
fácil de entender para aquel que no tenga
en cuenta los «cimientos» que lo sustentan. Para reconstruir el itinerario teórico
de su maestro, Marías ha tenido que llegar
primero a su nivel, para poder después
descender a las raíces de la filosofía compartida y creada por ambos. Lo ha hecho
con una hondura, una precisión y un estilo
literario —todas las palabras del libro resultan necesarias— literalmente asombrosas. Es decir, que para escribir este libro
Marías ha tenido que entrar en últimas
cuentas consigo mismo.
Se trata, pues, de una obra filosófica de
una gran densidad y complejidad, llena de
escotillones que conducen a la raíz misma
de la vida y del pensamiento. Sólo con sosiego, el alma porosa y un temple amoroso
—un fuerte afán de entender— se puede
tomar posesión de este libro capital. Al
terminar su lectura tenemos la sensación
de que nuestra vida se ha dilatado en varias direcciones, se ha cargado de peso y
gravedad. Pero pronto percibimos que este
súbito enriquecimiento tenemos que hacerlo
nuestro, que consiste en el proyecto con
que tenemos que henchir nuestra vida.
¿Cómo? ¿No se trata de un libro sobre
Ortega? Precisamente por eso. Marías no
nos ofrece sólo un fino y penetrante análisis de la filosofía de su maestro, sino algo
mucho más esencial. Marías nos devuelve
a la altura de nuestra situación el pensamiento de Ortega vivificado y, con él, su
ardiente afán acrisolado: elaborar la interpretación filosófica española del mundo.
Tarea en la que Marías ha tomado tanta
parte, y que tenemos que continuar para
darle la plenitud de formas que está pi-
* Profesor de Filosofía.
diendo, para no dejar escapar el único tesoro valioso que podemos compartir con
los demás pueblos: nuestra autenticidad.
La importancia de Las trayectorias reside
ahí. Pues en él se recoge, en esencial
continuidad histórica, condición de todo
progreso, la herencia reverberante de la
filosofía española de este siglo. Para que
podamos seguir inventando la historia de
España desde nuestras raíces y construir
nuestra vida personal desde el hondón del
alma en que brota la verdad y el hombre
llega «a la coincidencia consigo mismo»,
definición inmejorable de la verdadera felicidad.
JUAN DEL AGUA *
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