La mujer más amada del siglo XX Teresa de Calcuta, Madre de los pobres más pobres MERCEDES GORDÓN* ntre aplausos, lagrimas y vivas de trescientas mil personas, cristianas, musulmanas, hindúes, creyentes y no creyentes de todo el mundo, apareció en la balconada de la Basílica de San Pedro el gran tapiz con la imagen radiante y sonriente de Teresa de Calcuta, fundadora de las Misioneras de la Caridad; era el instante en que Juan Pablo II, con poquita pero emocionada voz, concluía la lectura de la fórmula de la beatificación. E Nunca como entonces la Plaza de San Pedro había sido la plaza mayor de la humanidad. Sólo Francisco de Asís y Teresa de Calcuta han logrado en la historia de la cristiandad ser declarados beatos en un tiempo record, incluso saltándose aspectos canónicos por expreso deseo del pueblo cristiano y del Papa. En verdad, Juan Pablo II ha impulsado personalmente esta beatificación desde el día siguiente de la muerte (1997) de Teresa a quien ya todos * Profesora de Facultad de Ciencias de la Información de la Universidad Complutense de Madrid teníamos por santa en vida. Él ha apurado los trámites y ha querido incorporar el gran gozo de esta ascensión a los altares a los entrañables actos conmemorativos de los XXV años de su pontificado. De ella ha dicho el Papa en día tan señalado que es un icono del buen samaritano, una benefactora incansable de la humanidad. Y a modo de confidencia declaraba que el empeño de Teresa de limpiar y consolar con sus manos los cuerpos de los enfermos y moribundos procedía de su convicción de que tocando los cuerpos rotos de los pobres tocaba el cuerpo de Cristo. La nueva Beata habrá sonreído ante la escena de los embajadores en la FAO sirviendo una comida a los pobres y marginados de Roma en la amplia sala Nervi, denominada también de Pablo VI, donde se celebran en invierno y cuando hace mal tiempo las audiencias de los miércoles. Un gesto bonito que les honra, del que no han permitido documento gráfico ni televisivo, pese a que eran 48 las grandes cadenas de Televisión que trasmitieron los actos de la beatificación a 80 países. Teresa de Calcuta y Juan Pablo II son dos personajes de insólita magnitud en la historia del siglo XX. Teresa es la mujer más importante, más influyente, la más amada de la pasada centuria porque puso a la vista las llagas del tercer mundo cuando aún ni siquiera se había acuñado esa expresión y denunció la miseria moral del primero, falto de amor, ensimismado en su egoísmo materialista que le lleva por una pendiente peligrosa. Porque dio al mundo un testimonio de amor verdadero y con ello atrajo a miles de muchachas a su austera orden religiosa, cuando las vocaciones decaían y arrastró a cientos de miles de voluntarios jóvenes y maduros, hombres y mujeres, a su tarea de caridad evangélica recordando a todo el mundo el valor y la dignidad de cada hijo de Dios, creado para amar y ser amado. Karol Wojtyla, por su parte ha pilotado toda una revolución en la Iglesia llevándola, renovada, al tercer milenio, defendiendo al ser humano, su libertad, sus derechos y su filiación divina, y trabajando por la unidad y la paz. Ambos vivieron las grandes tragedias del siglo pasado: las guerras mundiales, las ideologías extraviadas, los progresos retrógrados, que convierten al ser humano en esclavo. Se han inclinado sobre una humanidad hundida en la miseria material y moral. Ambos han dado —Juan Pablo II sigue dándonos y nos dará hasta el último aliento— un testimonio de fidelidad a Cristo, al Evangelio, a la Verdad, a la libertad, a la dignidad del ser humano y a los pobres. La entrega de sus vidas ha sido total, sin reservas, cada uno en el puesto designado por Dios. Eran amigos. En 1980, cuando ella pasaba por Roma camino de Calcuta tras su viaje a Oslo donde había recibido el Premio Nóbel de la Paz y había conseguido que se suprimiera la cena de gala para dar todos esos dólares a los pobres, se presentó vestida con el sari blanco orlado de azul, un grueso jersey oscuro, las consabidas sandalias y el rosario en la mano, tal como caminaba por los tugurios de Moti Jihl. De esta guisa había hablado ante la asamblea con claridad y sencillez, invitando a rezar la Plegaria por la Paz de San Francisco de Asís y exponiendo sus temas preferidos, el amor y el respeto a la vida. “Yo siento que hoy en día el mayor destructor de la paz es el aborto, porque es una guerra en contra del niño, la muerte directa de un niño inocente, asesinado por la propia madre. Y si aceptamos que una madre puede matar a su propio hijo, ¿cómo podemos decirle a otras gentes que no se maten unos a otros?”. Juan Pablo II la recibió en audiencia privada y le dijo: “Madre Teresa siga hablando siempre así”. presento como “la mujer más poderosa del mundo”. Pero la visita que más agradeció la Madre de los pobres es la que Juan Pablo II realizó en 1986 al moridero. Con ella se inclinó junto a los moribundos de varias religiones. Ese día le invitó a abrir una casa para los desheredados de Roma dentro de los muros de la Ciudad del Estado Vaticano, aunque existía ya una en Roma querida por Pablo VI. Le dio el pasaporte diplomático de la Santa Sede y la hizo embajadora del Papa en los principales foros del mundo y ante los poderosos de la Tierra. Era sencilla, acogedora, humana y sabía hablar con el más poderoso y decir llanamente “Yo creo que Dios espera de Usted esto”. “De sangre soy albanesa, de ciudadanía, India. En lo referente a la fe, soy una monja católica. Por mi vocación pertenezco al mundo. En lo que se refiere a mi corazón, pertenezco totalmente al Corazón de Jesús”. Estas eran las señas de identidad que gustaba dar. Había nacido el 26 de agosto de 1910 en Skopje, ciudad situada en la encrucijada de los Balcanes. Era la menor de los tres hijos de Nikola y Drane, bautizada al día siguiente de nacer, recibió el nombre de Gonxha Agnes. Quedó huérfana de padre a los 8 años. Y a los 12 se sintió atraída por la vida misionera, animada por la vibrante parroquia jesuita del Sagrado Corazón a la que ella estaba muy vinculada. El Nóbel la catapultó a los medios y su imagen de pequeña mujer fuerte, pobre y santa dio la vuelta al mundo en las portadas de las revistas y diarios más famosos. En su rostro, ya surcado por arrugas delatoras de su dura vida de oración y servicio a los más pobres de entre los pobres, lucían unos ojos claros, penetrantes, serenos que entraban adentro del alma y regalaban paz. Madre Teresa ha recibido más premios que nadie antes y después del Nóbel: el Juan XXIII de la Paz, el Balzán, el Kennedy, el Templeton, además de otros muchos y prestigiosos de la India y de otras naciones. A Juan XXIII le pidió algo de las riquezas del Vaticano para los pobres y el Papa, a quien también veneramos ya en los altares, le entregó su Rolls-Royce, que fue subastado. Sus casas de la India han sido visitadas por las autoridades de la India como Indira Gandhi y Pandit Nehru, así como por algunos políticos europeos y americanos. El Secretario General de las Naciones Unidas, Pérez de Cuéllar, la A los 18 años, dejaba a su madre y hermanos y marchaba a Irlanda para entrar en el noviciado de las religiosas fundadas por la valerosa Mary Ward en el siglo XVII. Casi recién llegada, es destinada como misionera a la India, allí concluye su noviciado y profesa (1931) con el nombre de Teresa, en honor de santa Teresita de Lisieux, recién canonizada y declarada patrona de las misiones, pero Agnes escribe su nuevo nombre como la santa de Ávila. Poder entregarse a Dios y a los demás cada día constituye su fuente de alegría. Vive feliz en Loreto House de la inmensa Calcuta dando clases en los colegios de niñas ricas y de niñas pobres. Las hay cristianas, hindúes, musulmanas... La quieren sus alumnas. Se ha hecho tan popular entre ellas que la llaman Teresa bengalí, por la rapidez con que ha dominado la lengua local. Pero Cristo la llama a una nueva vocación. Viajaba en tren hacía el Himalaya, donde se encuentra la casa de formación de Darjeeling. Allí había hecho el noviciado. Va a hacer ejercicios espirituales y cargar pilas para continuar su brillante labor misionera y docente. La acompañaba otra religiosa, van en un vagón de tercera abarrotado de gentes humildes, pobres y malolientes. Teresa ve a una mujer con su niño, de pie. Es una intocable, la casta despreciada de la India. Quiere dejarle su sitio pero la mujer sólo consiente que tome al niño en brazos. Al fin la mujer encuentra asiento y recupera al niño. Teresa contempla el paisaje verde de las praderas que se empinan hacia el Himalaya, reza y medita. Después contará a sus superiores: “Sentí intensamente que Jesús quería que le sirviese en los más pobres de los pobres, en los abandonados, en los habitantes de los suburbios, en los marginados, en los carentes de todo refugio. Jesús me invitaba a seguirle y a servirle con pobreza real, emprendiendo un género de vida que me asemejase a los necesitados en los que Él está presente, en quienes Él sufre y a los que ama”. Era el 10 de septiembre del 46 al que denomina “Día de la Inspiración”. Sus superiores la apoyaron y la aconsejaron. Ella propuso: “primero, rezaré mucho y, si Dios quiere, estoy dispuesta a irme a los barrios más pobres”. Escribió a Roma explicando su nueva vocación. Pío XII, dos años después, autorizaba su exclaustración de las Irlandesas y que conservase sus votos de castidad, pobreza y obediencia, pero ésta habrá de ser desde ahora al arzobispo de Calcuta. No había pasado un mes cuando Teresa dejaba la vida feliz, ordenada y confortable del convento, se vestía como las mujeres más pobres, un sari blanco de basto tejido que había bordeado de azul, se calzaba unas sandalias y salía a las calles de la ciudad más populosa del mundo decidida a tomar sobre sí la cruz de los pobres más pobres entre los pobres. Sintió miedo y pidió ayuda a María: “¡No me dejes sola, que pueda cumplir lo que tu hijo me pide!” Llevaba encima 5 rupias, que repartió enseguida entre un pobre padre de familia y un sacerdote que pedía para la prensa católica. Dirigió sus pasos a la miserable barriada de Moti Jihl hablando con Jesús: “Ya no tengo nada, tendrás que ocuparte tú”. Anochecía cuando un sacerdote le entregó un sobre cerrado: contenía 50 rupias y el consejo de ir a Patna donde podrá estudiar enfermería en el hospital de la Sagrada Familia. Antes de la Navidad del 48, Teresa se instalaba entre los pobres de Calcuta. Varias antiguas alumnas suyas se unieron al proyecto. Nacía la congregación de las Misioneras de la Caridad, que a los tres votos de castidad, pobreza y obediencia, añadía el voto de caridad. Aprobada por el arzobispo de Calcuta en 1950 y por Roma en 1965, es la orden religiosa femenina de más vocaciones. En la actualidad cuenta con 5.000 miembros y 610 fundaciones en 123 países de todo el mundo, incluidas China y Cuba. Las misioneras de la caridad llevan una vida dura de oración y entrega a los pobres más pobres con alegría. La joven que no sabe sonreír no es admitida. Teresa comienza su tarea entre basuras y cloacas. Primero atendía a los niños de la calle, luego a los moribundos sin techo ni mano amiga que les sostenga al entregar el último aliento, siguieron los leprosos, los tuberculosos, los alcohólicos y también los bebés abandonados, los enfermos terminales que nadie atiende, los enfermos de sida o de cáncer. Ejerce los oficios más humildes y repulsivos. Se tiene por un lápiz, el trozo de lápiz con el que Dios escribe lo que quiere. El tesón de Teresa va consiguiendo locales y ayuda para sus pobres. Abre la casa de la Esperanza “Sishu Bavan” para los niños, el Moridero junto al templo de la diosa Kali en Kalighat al que denomina “Nirmal Hriday”, que significa en bengalí Casa del Corazón puro. La primera Casa Madre de la Congregación a donde llegan cada día más vocaciones está en un piso de Crek Lane 14 que se queda pronto pequeño. Tuvieron que trasladarse a la casa de la calle Lower Circular Road 54, que anuncia en el portal “Mother Teresa. M.C.”, se encuentra de la parroquia de Santa Teresa donde la Madre ha abierto un dispensario. Empiezan a llamarla Teresa de Calcuta, la Madre de los Pobres. Funda en Hispanoamérica, Nueva York, Roma, Beirut, Gaza, Madrid, Londres, Bruselas, Berlín Manila, etc., etc. Las líneas aéreas internacionales conceden billetes gratis a la Madre Teresa, que recorre el mundo rosario en mano, pidiendo que las familias recen juntas, denunciando el aborto como un gran crimen y pidiendo que le entreguen a ella los niños, pero que no los maten. Como fundadora, Teresa no tiene igual, supera a todos los fundadores conocidos. Ha creado un puñado de congregaciones y asociaciones además de las Misioneras de la Caridad. Para mejor atender las necesidades físicas y espirituales de los pobres, fundó en 1963 los Hermanos Misioneros de la Caridad, que no son sacerdotes. En 1976, las Misioneras Contemplativas de la Caridad y en 1979 los Hermanos Contemplativos. En 1984, los Padres Misioneros de la Caridad. Y para los que se sentían atraídos por la ayuda a los pobres pero no tenían vocación a la vida religiosa, creó los Colaboradores de Madre Teresa y los Colaboradores Enfermos y Sufrientes, y posteriormente los Misioneros de la Caridad Laicos. A petición de muchos sacerdotes, fundó en 1981 el Movimiento Sacerdotal Corpus Christi, para aquellos sacerdotes que desean compartir su carisma y su espíritu. Un día Teresa contó que había tenido un sueño: Había llegado al cielo y San Pedro le había dicho: “Teresa vuélvete a la Tierra, que aquí no hay pobres”. Sonriendo añadía: “Si hubiese pobres en la Luna iríamos allí. Lo que cuenta no es lo que hacemos sino el amor que ponemos en ello”. Teresa de Calcuta es tan misionera como Teresa de Lisieux y tan mística como Teresa de Ávila, aunque se ha sabido después de su muerte que vivió años de una enorme sequedad espiritual, de una gran “oscuridad”. Es culta y escribe desde sus años de profesora. Su doctrina es fuerte, fiel y clara, evangélica y humana. Son numerosos los libros que recogen su pensamiento, sus frases, sus poesías, sus anécdotas, sus discursos sobre el amor, la paz, la vida, la felicidad. Sería un buen homenaje a la flamante Beata, leerlos. “Si no hay amor en el mundo no habrá paz. El amor es la auténtica fuerza que mueve a los seres humanos y es una fuerza que ha de ser utilizada al servicio de la paz”. A la Madre de los pobres no le faltaron, en vida y en muerte, incomprensiones, insultos, críticas, ataques, pero no le quitaban la paz porque ella no se regía por el qué dirán ni los juicios humanos. La atacaban porque no se metía con los políticos, con las estructuras sociales, con el capitalismo, porque defendía la vida y clamaba contra el aborto. A Teresa le importaba el ser humano ahora y aquí, el individuo, la persona doliente y necesitada a la que tenía que atender en cada momento, y sabía que eso era una gota en el océano. Entendía que denunciar la injusticia lleva mucho tiempo que se puede aprovechar en ir arreglando lo que se pueda. Decía ella que a los ricos les falta todo, porque están insatisfechos y quieren poseer más. Los pobres viven con serenidad. Cuando los ricos empiecen a compartir con los pobres encontrarán la felicidad que su dinero no les puede dar. No la comprendían y la interpelaban sobre su trabajo: “¿Pero por qué hace usted esto?, yo no lo haría ni por todo el oro del mundo”, le dijo en cierta ocasión un leproso al que limpiaba las llagas. “Yo tampoco. Lo hago por Cristo”. Le preguntaron cuál había sido la mayor alegría de su vida y respondió: “Conocer a Jesucristo”. Su salud se fue desgastando, sufrió dos operaciones de corazón, le instalaron un marcapasos, tuvo bronquitis crónica, malaria, caídas, pero continuó octogenaria y frágil con los dos pilares de su vida de contemplativa activa: la oración y la caridad. Se levantaba a las 5 de la mañana y pasaba una hora en oración, luego la Santa Misa, después a trabajar todo el día, con moribundos, con niños, con enfermos. Una vez diagnosticó así la situación de la humanidad: “Hoy en día, cuando casi todas las enfermedades tienen su remedio, no se ha encontrado remedio alguno contra la indiferencia hacia el prójimo. Y, sin embargo, lo hay. No se mejorará la situación de los desheredados, ni se transformará el mundo con revoluciones, violencia, guerras, terrorismo y odio, sino únicamente con amor y caridad”. Para ella, más aún que la comida o tener un techo y lo indispensable, lo más importante para un ser humano es sentirse ser humano, querido, aceptado, acogido. Esta anciana maravillosa que quería vivir como “testigo de la misericordia de Dios” ha dejado una huella profunda de amor y santidad. Será siempre amada y seguida porque el mensaje de su vida ha sido ecuménico y universal.