La misa televisada

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La Misa televisada.
Por Rafael González Beltrán, ssp.
Introducción.
La óptima relación entre la comunicación y la liturgia no puede darse por
descontada, sobre todo porque la comunicación se presenta actualmente como una
experiencia reductiva y no se comprende en toda su riqueza1. Así mismo no siempre
se toman en cuenta las características particulares de la liturgia. Sobre la
comunicación tenemos que comprender que nos encontramos frente a un fenómeno
social muy extendido que, frecuentemente tiende reducir la comunicación a
información, a datos controlables y transmisibles. En el plano de la vida social se
privilegia el principio racional de la argumentación, gracias al cual, la comunicación
podría representar una forma global de vida social capaz de sustituir los ritos
antiguos. En el segundo caso, propiamente el de la liturgia, encontramos que la
experiencia religiosa fundada sobre la fe, parece escapar al control de datos y a la
argumentación puramente racional. La liturgia en cuanto fenómeno social implica de
alguna manera una forma de expresión y transmisión lingüística; la comunicación,
por su parte, en cuanto que responde a reglas gramaticales y de comportamiento,
asume frecuentemente un parecido con la norma ritual. Es interesante, por ejemplo,
observar como formas de comunicación ligadas al recto comportamiento social se
convierten en ritos seculares.
La relevancia de la relación entre liturgia y comunicación aparece con toda su fuerza
si se tienen en cuenta los elementos que son fundamentales para ambas: el signo y la
acción. La comunicación es fundamentalmente relación a través de signos y formas
expresivas diversas, como las palabras, los gestos, la música, la organización de los
espacios, y varios más. La comunicación se encarga, por lo tanto, de organizar los
lenguajes humanos y de usar con competencia esos mismos lenguajes. En la
comunicación el signo no es una simple estructura sino un comportamiento. Esta
definición supera la noción de comunicación como simple información. La liturgia
condivide estas dos características de la comunicación. Pero la liturgia, como
celebración modifica frecuentemente el sentido ordinario de los signos, además, los
sujetos poseen y pueden desarrollar competencias comunicativas que dejan a salvo
la dimensión mística y el propio perfil del individuo.
Es urgente comprende la comunicación como un evento que involucra cuatro grandes dimensiones
del comunicar: la dimensión informativa, relacional, explorativa y participativa.
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Comunicar no es sólo una actividad instrumental del ser humano sino es su modo de
ser. El hombre manifiesta una existencia comunicativa. El rito se hace más
profundo, porque permite verificar no sólo la competencia comunicativa sino la
existencia comunicativa de la liturgia.
1. Competencia comunicativa en la liturgia.
La comunicación implica un proceso donde emisor, mensaje e interlocutor abrevan
del mismo código. El mensaje y el código constituyen el “texto” de la
comunicación, mientras que el emisor y el interlocutor se mueven en un
determinado contexto (el trabajo, el hogar, la Iglesia). El texto es lo que se conoce
como semántica de la comunicación, es decir, el significado comunicado; mientras
que los usos de la comunicación se relacionan con la pragmática de la misma. La
liturgia se mueve en ambos planos. La liturgia es un texto rico de múltiples mensajes
a través de códigos: verbales (7%), no verbales (55%), paraverbales (38). En un
programa de comunicación: el emisor quiere comunicar el 100%, logra comunicar el
70%; el interlocutor recibe 50%, entiende el 20, y recuerda el 10%. Por eso existe
una variedad de lenguajes que nos ayudan a facilitar la comunicación. Pero más que
lenguajes la liturgia es un contexto, una atmósfera, un estilo de vida.
Los gestos, los desplazamientos, la música, la disposición de los espacios y de los
objetos y la ubicación de las personas, las imágenes, el lugar, comprenden todos los
aspectos de la expresividad humana. Gracias a la multiplicidad de códigos pueden
ser involucrados todos los sentidos: se escucha, se ve, se toca, se gusta, se reciben
los aromas. Quien participa a la liturgia se sumerge en una red de expresiones y de
percepciones. El rito es un ojo que mira, pero también un oído que escucha, una
mano que toca y una boca que comulga. La liturgia involucra todo nuestro ser y
todo nuestro mundo comunicacionalmente hablando. Pero se trata de manera
particular de un mundo que adquiere la dimensión de un programa litúrgico. En
otras palabras nos referimos al mundo de la fe. La celebración litúrgica cumbre es la
celebración eucarística que comprende: ritos de apertura, liturgia de la palabra,
liturgia eucarística, ritos de conclusión.
2. Programa de la comunicación litúrgica.
La activación de todos los códigos, integrados en un único programa litúrgico revela
la importancia que posee el contexto litúrgico. En este sentido se habla de que en la
comunicación litúrgica se despliega el llamado lenguaje performativo, en donde los
interlocutores no tienden, en primer lugar, e intercambiar informaciones, sino a
condicionarse recíprocamente despertando los anhelos profundos, la sorpresa, la
esperanza, la confianza a través de los cuales se acoge el misterio de Dios. En
efecto, los participantes a la liturgia conocen en buena medida los contenidos de los
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diálogos que se verifican, mientras que pueden manifestar sorpresa sobre la manera
como se desarrollan. El cómo indica el centro del interés integrado no sólo por el
contenido sino por lo que su intercambio provoca y realiza2. Así se manifiesta en los
actos con los que se convoca, se saluda, se alaba, se exhorta, se agradece, se ora, se
invoca, se perdona.
Por lo tanto, el contexto de la comunicación litúrgica no es un espectáculo al que se
asiste, sino el ser todos espectáculo para los demás. Cada está uno está expuesto a
ser visto, tocado, escuchado; condiciona y es condicionado por los demás y, así
aprende a darse cuenta de estar bajo la mirada de Dios y de poder hablar de Dios. La
forma comunicativa de la celebración litúrgica es irreversiblemente una forma de
comunión que se realiza en el gesto y la acción.
3. La transmisión televisiva de la Misa.
Hemos entrado ya al terreno de la televisión y a la comprensión de su naturaleza. La
televisión es un medio de naturaleza audiovisual que permite recibir al mismo
tiempo las imágenes y el sonido. Estos componentes confieren a la televisión un
gran atractivo al poder realizar emisiones y retransmisiones que difícilmente se
podrían alcanzar con los demás medios. Como consecuencia de ello, la televisión
concentra ante la pequeña pantalla a un gran número de personas, lo que desde un
punto de vista publicitario facilita la rapidez de difusión de los mensajes 3 . La
televisión, sin embargo, es fundamentalmente un espectáculo4. Diferentes géneros
televisivos evidencian, unos más y otros menos, el carácter espectacular de la
televisión 5 . “La información audiovisual, fugaz, transeúnte, llamativa, superficial,
nos hace ver la historia como ficción, distanciándonos de ella mediante el
ocultamiento de las causas”6.
Pero la televisión ofrece también, sin lugar a dudas, la posibilidad de dialogar con la
cultura de la comunicación y obtener los frutos de un diálogo donde medio de
comunicación y liturgia salgan enriquecidos. Así lo demuestran diversos ejemplos
no sólo de las Iglesias de la Reforma sino también la Santa Sede, diócesis y
No disminuye el valor teológico sino que se subraya la modalidad del diálogo, pues en la liturgia es
fundamentalmente el valor dialógico, el encuentro entre creyentes.
3 Al menos el 86% de la población latinoamericana cuenta con una televisión.
4 Desde 1967, en los albores de la era televisiva, Guy Debord, presentó su texto La sociedad del
espectáculo. Un libro de culto que apareció anticipadamente. El autor intuyó con lucidez que el mundo
real se transformaría en imágenes y el que espectáculo se convertiría en la principal producción de la
sociedad.
5 En México los contenidos televisivos se distribuyen de la siguiente manera: 87% diversión; 10%
información; 2% educación; 1% formación.
6 Mario VARGAS LLOSA, La civilización del espectáculo, Ibook, p. 695.
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comunidades nacionales que han logrado, luego de desconfianzas mutuas, esfuerzos
de compresión y diálogo constante para beneficiarse recíprocamente7.
En primer lugar las transmisiones de la misa deben mantener regularidad y la
dirección artística y televisiva deben seguir en espíritu a la dirección litúrgica, pues a
eso están obligadas ambas. En segundo lugar, debe evitarse el querer comentar la
transmisión de la misa. La voz externa distrae al televidente y se interpone entre la
percepción del telespectador y el hecho mismo de la Misa. El objetivo es que el
comentario se desarrolle a través del trabajo de dirección de cámaras y de esta
manera realizar la llamada mistagogia, es decir, la explicación del misterio, de los
símbolos y ritos. Se recomienda la inserción imágenes, pinturas, esculturas que
contribuyan a la interpretación de la palabra y el gesto y a respetar los momentos de
silencio (evitando también el hecho que el televidente cambie de canal o programa).
En esta parte es necesario la fusión de imágenes y no una edición abrupta. La
asamblea participa de diversas maneras y no debe quedar fuera de las imágenes. Un
grupo de fieles que participa encendiendo una vela, puede plasmar la oración de la
comunidad; oración y alabanza quedan visiblemente mostrados con el turiferario y
el humo que se eleva; dicha participación de la comunidad es favorecida con la
introducción suave de imágenes de la misma feligresía, de sus gestos y
participación. La cadencia lenta y permanente de imágenes favorece la atención de
la feligresía y no perderse de los momentos litúrgicos centrales.
Así se ha impuesto que durante el Señor ten piedad siempre se muestre una
representación de Cristo, durante el Gloria se mueve la cámara de abajo hacia arriba
y durante el Santo desde arriba hacia abajo. Durante la aclamación del Cordero de
Dios se enfatiza la partición del pan y no sobre el canto. Una reducción de la palabra
y mayor énfasis en los gestos, ritos y símbolos y en las procesiones: entrada, en el
Evangelio y en la procesión del ofertorio. Diversas entrevistas confirman que los
televidentes desean acceso íntimo a los hechos litúrgicos: quieren participar del
acontecimiento y no ser meros espectadores.
No es recomendable aumentar el número de concelebrantes ni pretender que el
obispo sea el que presida siempre la Santa Misa. Otro de los problemas que habría
que superar es la escasa participación de la asamblea en los cantos que
frecuentemente se convierte en otra de las causas del aburrimiento de los fieles.
Finalmente, el sacerdote, al representar al Verbo de Dios que necesariamente
comunica muy bien la palabra revelada, debería comunicar excelentemente, pero
La civilización del espectáculo: “No tiene nada de sorprendente que en la civilización de la pantomima la
religión se acerque al circo y a veces se confunda con él”. P. 368.
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sabemos que hay sacerdotes que no comunican bien o incluso comunican mal.
(Todos sabemos que la ordenación sacerdotal no transforma a un diácono inseguro o
nervioso en un sacerdote cuyo dominio del escenario sea ejemplar). En otras
palabras, el sacerdote, además de preparase en las casa de formación, ejercitará una
comunicación auténtica cuando esté en sintonía con su fundamento. De otra manera
el sacerdote convierte su comunicación en superficialidad y protagonismo o por el
contrario lleva a un inmovilismo y cerrazón8.
¡Muchas gracias!
Rafael GONZÁLEZ BELTRÁN, La proyección del Seminario en la actual cultura de la comunicación,
Xalapa, Noviembre , 2013.
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