C-37.270/II En la ciudad de La Plata a los 17 días del mes de diciembre de dos mil nueve, reunidos en Acuerdo Ordinario los Señores Jueces de la Sala Segunda del Tribunal de Casación Penal de la Provincia de Buenos Aires, doctores Jorge Hugo Celesia, Carlos Alberto Mahiques y Fernando Luis María Mancini, bajo la presidencia del primero de los nombrados, desinsaculados con el objeto de resolver en la presente Causa Nro. 37.270 caratulada “RODRÍGUEZ LUNA, José Luis s/ recurso de casación”. Practicado el sorteo de ley, resultó que en la votación debía observarse el orden siguiente: MANCINI – CELESIAMAHIQUES. ANTECEDENTES Llegan las presentes actuaciones a conocimiento de este Tribunal en virtud del recurso de casación deducido por el Sr. Defensor Oficial, Dr. Diego Gabriel Calmanovici, contra la resolución dictada por la Sala Primera de la Excma. Cámara de Apelación y Garantías del Departamento Judicial San Martín, mediante la cual se rechazó la observación al cómputo actuarial que dedujera la defensa oportunamente, conforme el cual se había determinado respecto del imputado José Luis Rodríguez Luna (condenado a reclusión perpetua con más su declaración de reincidente), que la pena habría de agotarse a los treinta y cinco años, determinándose entonces como fecha de vencimiento el día 20 de marzo de 2012. Cumplidos los trámites de rigor, la causa se encuentra en estado de ser resuelta, por lo que el Tribunal decidió tratar y votar las siguientes CUESTIONES Primera: ¿Es admisible el recurso interpuesto? Segunda: ¿Qué pronunciamiento corresponde dictar? A la primera cuestión planteada, el Señor Juez doctor Mancini, dijo: El recurso en trato satisface los requisitos de tiempo y forma regulados, en lo pertinente, por los artículos 451 y ccdtes. del C.P.P., a la vez que el recurrente se encuentra legitimado para recurrir. Asimismo, teniendo en cuenta que la sentencia objeto de recurso fue dictada por la Excma. Cámara de Apelación y Garantías en forma originaria (como todavía sucede en las causas en las que debe intervenir como órgano de juicio según las leyes 3.589 y 12.059), debe entonces admitirse el presente recurso de casación a fin de garantizar el derecho al recurso del imputado consagrado en el artículo 8.2.h. de la Convención Americana sobre Derechos Humanos en opinión de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH, informe n° 55/97, caso 11.137, considerando n° 262), de conformidad con la nueva redacción del art. 450 del C.P.P. (arts. 421, 448 inc. 1º, 451, 454, 464 y ccdtes. del C.P.P.). Voto por la afirmativa. A la misma primera cuestión planteada, el señor Juez doctor Celesia, dijo: Adhiero al voto del señor Juez, doctor Mancini, en igual sentido y por los mismos fundamentos. Así lo voto. A la misma primera cuestión planteada, el señor Juez doctor Mahiques, dijo: Adhiero al voto del señor Juez, doctor Mancini, en igual sentido y por los mismos fundamentos. Así lo voto. A la segunda cuestión planteada el señor Juez, doctor Mancini, dijo: En su presentación, el recurrente se agravia de que el “a quo” haya determinado que el acusado debía cumplir 35 años de detención para agotar la pena de reclusión perpetua con más la declaración de reincidencia, todo ello en función de la ley vigente al momento del hecho y partiendo de la base de sumar a los 25 años de la libertad condicional en casos de penas perpetuas más los 5 años de cumplimiento el término que señala el art. 53 del C.P.: 10 años, o sea 5 años más de cumplimiento y otros 5 años de libertad condicional. Sin embargo, el recurrente entiende que el límite máximo de pena por el cual una persona puede estar detenida es de 25 años de prisión. Siendo ello así, denuncia la errónea aplicación de los arts. 13, 14, 50 y 53 del C.P., así como de los arts. 1 y 106 del C.P.P. y la inobservancia de los arts. 18 y 75 inc. 22 de la C.N. En primer lugar, pone de manifiesto que el imputado fue condenado por hechos cometidos antes de la entrada en vigencia de la ley 25.892, lo que a su entender conduce a que la pena deba tenerse por agotada a los 25 años de prisión. Postula que la pauta de vencimiento de la prisión perpetua surgiría del art. 13 del C.P., del que extrae que el piso inferior de vencimiento de este tipo de sanción resultaría de 25 años de prisión, tomando en consideración que en su primer párrafo autorizaba a obtener la libertad condicional luego de transcurridos 20 años de prisión (o reclusión) y que, concedida, pasados 5 años sin revocación del beneficio se daba por extinguida, de acuerdo a lo establecido en la parte final del mencionado artículo y del art. 16 del C.P. Considera que no existe motivo alguno para afirmar que mientras el condenado a este tipo de pena no divisible que no sea reincidente, la pena a su respecto deba tenerse por extinguida a los 25 años de prisión; mientras que el condenado a igual sanción, pero que a su vez sea reincidente, se tenga por cumplida con posterioridad a esos 25 años de prisión. Argumenta que ello implicaría hacer una interpretación extensiva del C.P. en perjuicio del encausado, lo cual estaría prohibido. En esa tesitura, postula que no existe motivo alguno para efectuar un diverso computo, según el imputado haya o no sido declarado reincidente. En el entendimiento de que la sentencia los jueces no habrían fundado de manera suficiente y correcta su decisión, solicita que se case la misma y que se tenga por agotada la pena perpetua impuesta a Rodríguez Luna. A todo evento, deja planteada la cuestión federal en los términos del art. 14 de la ley 48. A fs. 36/38 toma intervención la Sra. Defensora Adjunta ante esta instancia, Dra. Ana Julia Biasotti, quien señala que acompaña la presentación del recurrente y peticiona en igual sentido. Puntualiza, además, que como la pena de reclusión perpetua debería considerarse extinguida a los 25 años, y Rodríguez Luna según el cómputo de pena obrante a fs. 13/13 vta.- llevaría más de 32 años detenido, debería disponerse su inmediata libertad por agotamiento de la pena. II. Corresponde ahora me expida sobre los puntos materia de recurso. La Sala I de la Excma. Cámara de Apelación y Garantías del Departamento Judicial San Martín resolvió, por mayoría, tener por agotada la pena única de reclusión perpetua (con más la declaración de reincidencia) dispuesta respecto del acusado José Luis Rodríguez Luna el día 20 de marzo del año 2012, para lo cual determinaron el plazo total de 35 años para tener agotada dicha pena. En su voto, la doctora Solange Cambet, con la adhesión de su colega el doctor José Ángel Marinaro, sostuvo la existencia de una doctrina jurisprudencial firme y concreta en punto a la necesidad de fijar al encierro indefinido un límite. En consecuencia señaló que el término de vencimiento de las penas perpetuas debe existir, pero que una pena perpetua nunca podría tener como fecha de agotamiento, la misma que una pena divisible. Siendo ello así, liminarmente buscó el máximo de pena temporal aplicable, siendo que en el caso, atento la fecha de comisión de los delitos por los cuales venía condenado Rodríguez Luna, resultó ser el de 25 años de prisión. Luego, la magistrada del voto mayoritario, determinó que en el caso concreto de Rodríguez Luna, que había sido condenado a la pena única de reclusión perpetua con más la declaración de reincidente, se debía sumar a los 25 años el término señalado por el art. 53 del C.P., o sea diez años -cinco años más de cumplimiento y otros cinco años de libertad condicional-, arribando así al monto total de treinta y cinco años, para tener por agotada la pena. Sin embargo, esta postura no puede compartirse, así como tampoco la postulada por el recurrente, puesto que en ambos casos se presentan diversas incongruencias que no logran zanjar adecuadamente. Por un lado, la tesis defensista conforme la cual el máximo de pena se establece en el monto de 25 años, de todas maneras resulta insuficiente para enervar diversas inconsistencias que podrían advertirse en nuestra ley de fondo. Veamos, un condenado a prisión perpetua que hubiere cumplido veinte años de prisión o reclusión, por imperio del art. 13 del Código Penal -texto anterior a la ley 25.892- se encontraría en condiciones de obtener la libertad condicional y en condiciones de extinguir la pena a transcurridos cinco años más a contar del día de la libertad condicional, es decir transcurridos veinticinco años (art. 16), mientras que un condenado a la pena de veinticinco años de prisión extinguiría la pena transcurrido el mismo término de veinticinco años. Por otro lado, para los casos de tentativa, el art. 44 establece una escala penal de diez a quince años de prisión para los supuestos de prisión perpetua, mientras que para una pena temporal de veinticinco años de prisión, conforme el criterio de reducción adoptado por esta Sala para los casos de tentativa, correspondería la aplicación de una escala mayor, un mínimo de 12 años y 6 meses de prisión y un máximo de 16 años y 8 meses de prisión). Idéntica situación se ve reflejada al aplicar las reglas del art. 46 del Código Penal. Por último corresponde analizar la situación prevista por el art. 20 ter, en lo que hace a la pena accesoria de inhabilitación absoluta e inhabilitación especial. En el primer caso, el condenado a pena temporal puede ser restituido al uso y goce de los derechos y capacidades de que fue privado, si se ha comportado correctamente durante la mitad del plazo de aquélla. Entonces, de corresponder una pena temporal de veinticinco años, ello sería transcurrido el plazo de doce años y seis meses, mientras que si la pena fuere perpetua el plazo se reduce a diez años. Lo mismo ocurre con la inhabilitación especial, un inhabilitado condenado a la pena temporal de veinticinco años puede ser rehabilitado transcurrida la mitad de la condena (nuevamente transcurridos doce años y seis meses) mientras que un condenado a penas perpetuas puede ser rehabilitado transcurridos sólo cinco años. Así se vislumbra que todo intento de otorgar un límite temporal a las penas perpetuas, traerá aparejado ciertas inconsistencias. Tampoco puedo acompañar el criterio sustentado por el “a quo”, en tanto equipara la situación de simples reincidencias condenados a penas perpetuas a la situación de multireincidentes condenados a penas perpetuas en tanto no exige los requisitos establecidos en el art. 53 del C.P. para acceder a la libertad condicional, sino que además los necesarios para obtener la libertad definitiva. Sin embargo, creo conveniente abordar el tema con la siguiente enunciación: “El Código Penal Argentino, no abraza la presencia de penas concretamente perpetuas”. Ello surge del juego armónico de los arts. 13 y 16 del C.P., en tanto consiente la posibilidad de conceder a los condenados a penas perpetuas, cumplidos 20 años (o 35 años como lo establece la actual redacción del mencionado art. 13), la libertad condicional, y trancurridos cinco años sin que la misma haya sido revocada (la actual redacción del art. 13 señala diez años bajo el cumplimiento de las condiciones impuestas, pero el legislador olvidó modificar la redacción del art. 16 C.P. el cual establece, para el caso de condenados a penas perpetuas, cinco años de cumplimiento), la pena queda extinguida. Entonces podemos decir que en nuestro país las penas perpetuas no son tales, sino concretamente indeterminadas, pues cumplidos las exigencias de la libertad condicional, la pena deja de ser eterna para ser transitoria. En una primera aproximación, podríamos decir que las penas perpetuas tienen previsto su agotamiento a partir de la concesión de la libertad condicional. Sin embargo, los condenados a penas perpetuas que fueron declarados reincidentes, conforme surge del art. 14 del C.P., tienen impedido el acceso a dicho instituto, lo que tornaría en materialmente perpetuo el encierro. Partiendo de la premisa a través de cual se entiende que la libertad condicional implica cumplimiento de pena, a través de una modalidad atenuada, concluyo que el hecho excluir a los condenados a penas perpetuas con declaración de reincidencia de dicha posibilidad, no sólo torna el cumplimiento efectivo bajo la modalidad más severa, sino que, como ya lo expuse, vuelve al encierro en infinito. Así las cosas, entiendo que esta circunstancia, en casos particulares, contraviene los principios básicos de ejecución de las penas privativas de la libertad, como así también las modalidades básicas de la ejecución. En efecto el art. 1 de la ley 24.660 establece “La ejecución de la pena privativa de la libertad, en todas sus modalidades, tiene por finalidad lograr que el condenado adquiera la capacidad de comprender y respetar la ley procurando su adecuada reinserción social, promoviendo la comprensión y al apoyo de la sociedad…”. Y el art. 12 de la mencionada ley dice “El régimen penitenciario aplicable al condenado, cualquiera sea la pena impuesta, se caracterizará por su progresividad y constará de : a) Período de observación; b) Período de tratamiento; c) Período de prueba; d) Período de libertad condicional.” (el subrayado me pertenece). En este sentido se expresó la Corte Suprema de Justicia de la Nación en los autos “Giménez Ibañez, Antonio Fidel s/ libertad condicional” (causa G. 239 XL, sentencia del 4 de julio de 2006) al sostener que la pena privativa de la libertad realmente perpetua lesiona la intangibilidad de la persona humana en razón de que genera graves transtornos de la personalidad, por lo que resulta incompatible con la prohibición de toda especie de tormento consagrada en el art. 18 de la Constitución Nacional A su turno, la Suprema Corte de Justicia de esta provincia, en los mismos autos sostuvo que “impedir al condenado a prisión o reclusión perpetua y también declarado reincidente, la posibilidad de acceder en algún momento a la libertad importa negar (a través de una presunción iuiris et de iure) que la ejecución de la pena pueda surtir efecto resocializador -finalidad consagrada constitucionalmente- en la persona del delincuente, impidiéndole absolutamente reintegrarse a la sociedad; vulnerándose derechos fundamentales del ser humano” (P.84.479, “Giménez Ibañez, Antonio Fidel s/ homicidio y otros. Incidente de libertad condicional”, sentencia del 27 de diciembre de 2006). Así las cosas, se percibe la necesidad de encontrar un desenlace a este dilema, a fin de verificar si resulta posible establecer en qué momento deben cumplirse las penas perpetuas, conforme lo fuera postulado por la Corte Suprema de Justicia de la Nación y la Suprema Corte de la Provincia de Buenos Aires (fallo G. 239. XL, sentencia del 4 de julio de 2006 y P84.479, sentencia del 27 de diciembre de 2006, respectivamente). Veamos, la infinidad del encierro no se concilia con la necesidad de que la pena sea determinada. Mientras todas las penas previstas como indivisibles tengan vinculadas a su decurso un mecanismo posible de libertad en tiempos fijados explícitamente (libertad condicional), no hay riesgo de contrariar la idea de que a un hecho ilícito el Estado puede responderle con un castigo determinado. En cambio, cuando a un sujeto previsto por la ley (reincidente, no múltiple) se lo priva de mecanismos conexos que puedan convertir en determinada su pena no divisible, se puede estar fijando una sanción de eternidad que no se condice con el principio de determinación de la pena, principio éste que en ocasiones puede encaramarse en normas constitucionales que al ser violentadas exhiban en un caso particular, un estado de inconstitucionalidad emergente de la aplicación de un precepto legal que, entonces, de ser así debe desaplicarse. La pena sin fin implica penar por lo que perdure la vida del sujeto penado, otorgándole la incertidumbre de no saber con qué fue penado. Ahora, como ya lo mencione con anterioridad, el texto del art. 13 del C.P. (texto anterior a la ley 25.892, publicado en el Boletín Oficial con fecha 16 de enero de 1985 -con posterioridad a la introducción del art. 227 ter al texto sustantivo a través de la ley 23.077), establecía “El condenado a prisión o reclusión perpetua que hubiere cumplido veinte años de condena... observando con regularidad los reglamentos carcelarios podrá obtener la libertad por resolución judicial previo informe de la dirección del establecimiento bajo las siguientes condiciones...” “... Estas condiciones regirán hasta el vencimiento de los términos de las penas temporales y en las perpetuas hasta cinco años más, a contar desde el día de la libertad condicional.” Asimismo, en lo que hace a la extinción de la pena, el art. 16 agrega que “Transcurrido el término de la condena, o el plazo de cinco años señalado en el art. 13, sin que la libertad condicional haya sido revocada, la pena quedará extinguida...”. De esta manera se atisba que mediante el articulado señalado el legislador ha otorgado un límite temporal a las penas no divisibles, el que en definitiva estaría conformado por el transcurso de un mínimo de veinticinco años de condena. En contraposición a lo expuesto podría argumentarse que la concesión la libertad condicional resulta facultativa del tribunal interviniente, mas siendo la libertad condicional una forma de cumplimiento de pena factible de agotarse transcurridos los plazos previstos por el art. 16 del Cód. Penal, ello debe tener incidencia sobre quienes, de otra manera, se encontrarían sin posibilidad alguna de tener por extinguida la pena. Es decir sostener que un condenado a una pena perpetua en libertad condicional extingue la pena transcurridos el plazo de cinco años mencionado en el art. 13 a contar desde el día de la libertad condicional sin que ésta haya sido revocada y que un condenado a prisión perpetua declarado reincidente, nunca agotará la pena impuesta, podría violentar, en casos concretos, principios tales como la igualdad ante la ley. Por otro lado, el artículo 53 del Código Penal concede a los multireincidentes la posibilidad de obtener la libertad condicional transcurridos cinco años del cumplimiento de la reclusión accesoria y su libertad definitiva transcurridos cinco años de obtenida la libertad condicional, por lo que a nada impide al simple reincidente condenado a penas perpetuas, tener la probabilidad de agotar la pena impuesta. Entonces, sin equiparar el presente caso a la situación prevista para los multireincidentes en el art. 53 del C.P., corresponde otorgar al simple reincidente la posibilidad de agotar la pena impuesta, otorgándole la chance de alcanzar la libertad condicional, transcurridos el plazo mínimo emergente de la suma de los arts. 13 texto anterior a la ley 25.892- y 16 del C.P. y de hallarse cumplimentados los demás requisitos que habilitan su procedencia. Así, una vez lograda la libertad condicional, transcurrido el plazo previsto en el art. 16 del mismo cuerpo legal, la pena quedará extinguida. Una posible interpretación contraria a la expuesta no solo traería aparejados graves antagonismos con los principios de resocialización y humanidad de las penas, sino que además tornaría a la declaración de reincidencia, en el caso de los condenados a penas perpetuas, como una sanción inagotable. Así las cosas, entiendo que el la única salida, aplicable al caso, con el fin de que José Luis Rodríguez Luna detente la posibilidad de obtener la libertad por agotamiento de pena es, transcurridos veinticinco años de pena, declarar la inconstitucionalidad del art. 14 –redacción anterior a la ley 25892- en los supuestos de condenas perpetuas con declaración de reincidencia y, de hallarse cumplimentados los demás requisitos de procedencia del art. 13 del C.P. -texto anterior a la ley 25.892-, debe concederse la libertad condicional a José Luis Rodríguez Luna, para luego, transcurrido el plazo previsto en el art. 16 del C.P. sin que la misma haya sido revocada, extinga la pena que le fuera impuesta. En virtud de lo reseñado, de conformidad con lo dispuesto por la C.S.J.N. y la S.C.B.A., lo dicho salvaría la valla que interpone el art. 14 del C.P. para que los condenados a prisión perpetua declarados reincidentes, tengan por cumplida la sanción impuesta. Por todo lo expuesto, propongo al acuerdo casar el pronunciamiento puesto en crisis, declarar en el caso la inconstitucionalidad del art. 14 del Código Penal –redacción anterior a la ley 25892- en los supuestos de condenas perpetuas con declaración de reincidencia transcurridos veinticinco años de pena y consecuentemente proceder al reenvío de las presentes actuaciones al Tribunal de origen para que, en virtud de lo reseñado precedentemente, de hallarse cumplimentados los demás requisitos de procedencia del art. 13 del C.P. -redacción anterior a la ley 25.892-, se conceda a José Luis Rodríguez Luna la libertad condicional. Sin costas (arts. 16, 18 y 75 inc. 22 de la C.N., 2, 13 y 14 -texto anterior a la ley 25.892-, 16, del Código Penal, 1, 12 de la ley 24.660 y arts. 448, 461, 464, 530, 531 y ccdtes. del C.P.P.). Así lo voto. A la misma segunda cuestión planteada, el señor Juez doctor Celesia, dijo: Establecer la duración de la pena perpetua es imposible por su propia naturaleza, no sólo porque lo perpetuo es lo que que dura siempre y, como tal, resulta inconmensurable, sino, en especial, por el régimen de cumplimiento que la torna variable y curiosamente determina que en la mayoría de los casos las penas perpetuas no lo sean y, en cambio, tengan fin. No sería posible formular un razonamiento que se integre sistemáticamente con las disposiciones de la ley penal argentina si se parte de que las penas perpetuas no terminan, pues, antes bien, es la propia ley la que les pone término. La simple consideración práctica devela que la mayoría de las penas perpetuas se extinguen luego de obtenida la libertad condicional y que el único obstáculo para que ello ocurra es la reincidencia, instituto que se encuentra profundamente cuestionado y al que parecería inicuo cargar tan larga consecuencia como es que la pena no termine de cumplirse. Las perpetuas son, en el sistema penal argentino, penas indeterminadas no infinitas que se extinguen, salvo supuestos excepcionales, con la obtención de la libertad condicional y el cumplimiento de las condiciones impuestas. El sistema del artículo 13 para la liberad condicional aparece implícitamente referido a los máximos de las penas divisibles, al establecer como requisito de su procedencia el cumplimiento de una parte de la condena, dos tercios en las penas que superen los tres años y ocho meses o un año en el caso de penas de prisión o reclusión de tres años o menores. Los efectos del goce de la libertad condicional entrañan la extinción de la pena una vez transcurrido el término de la condena o cinco años más en las perpetuas, según el artículo 16 del Código Penal. Estas disposiciones parecen indicar, por un lado, que el legislador ha adoptado diferentes criterios respecto del término de cumplimiento de la pena necesario para solicitar la libertad condicional, según la naturaleza de las penas: ocho meses, un año y dos tercios, en el caso de las divisibles, y veinte años en las penas perpetuas. La norma complementaria del articulo 16 del Código Penal viene finalmente a determinar el término que el condenado debe cumplir en libertad condicional no revocada para que se produzca, como consecuencia, la extinción de la pena (el transcurso del término de la condena para todas las penas divisibles y hasta cinco años más en las perpetuas). En el sistema del Código Penal la libertad condicional es una forma de cumplimiento de la pena que, como regla general, la extingue una vez transcurrido el término de la condena, es decir, configura un instituto que, analizado a la luz de las penas divisibles de cualquier especie o cantidad, no permite su acortamiento, toda vez que el tiempo que se cumple la pena en libertad condicional, sumado al cumplimiento efectivo previo, nunca resulta inferior al término de la condena. Si la libertad condicional es un derecho establecido a favor del condenado que modifica la forma de cumplimiento de la pena, pero no permite su acortamiento, no podría, entonces, sostenerse que pueda prolongar la duración de la condena sin diferenciar su incidencia y hasta su finalidad respecto de las penas divisibles y las perpetuas. La propia ley se encarga de ponerles a éstas un límite, en el primer caso, coincidente con el término de la condena (lo cual revela que a los fines de la extinción de la pena el cumplimiento efectivo o en libertad condicional tienen la misma significación) y, en el segundo supuesto, fijando un límite concreto necesario en función de la indeterminación de la pena perpetua de hasta cinco años. Si bien la regla no podría sin más extenderse a las penas perpetuas en razón de su indeterminación, cabe preguntarse si no podría aplicarse a ellas el criterio según el cual la libertad condicional llega hasta el término de la condena, asimilando el cumplimiento en libertad con el efectivo, pues ni lo adelanta ni debería ser el único modo de poner fin al cumplimiento de las penas indivisibles. Si las penas divisibles se tienen por extinguidas cumpliendo una parte en libertad condicional y, cuando ésta no se obtiene, con mayor razón resultan agotadas mediante su cumplimiento efectivo, las perpetuas, que por ser indivisibles carecen de un máximo establecido y se imponen de manera indeterminada, deberían mantener una correlación con aquéllas, indicativa de su forma de extinción. Si el cumplimiento de veinte años de una pena perpetua más cinco en libertad condicional produce la extinción de la pena, no podría considerarse operado el mismo efecto extintivo si se cumplen veinticinco años de prisión, desde que el encierro carcelario efectivo es la forma más incuestionable de cumplir una pena, mientras que la libertad condicional sólo supone una forma más atenuada de cumplimiento, equiparable por una previsión legal cuando se observan determinadas condiciones. Si partiendo de la naturaleza de la libertad condicional como forma de cumplimiento de la pena no puede identificarse a la pena con el encierro, que sólo es su manifestación más severa, característica de las fases iniciales de la ejecución, y si la libertad condicional no es una rectificación de la cuantía de la condena, ni modifica la sentencia, ni es una parcial remisión a título de recompensa, entonces, ¿por qué las penas perpetuas habrían de constituir una excepción a la regla que le confiere el mismo poder extintivo al cumplimiento efectivo de la pena bajo la forma de encierro? Por más que el interrogante configure un atractivo camino para la interpretación, es la propia ley la que da una respuesta contraria en el artículo 13 del Código Penal. La libertad condicional en las penas perpetuas podría obtenerse a los veinte años o un tiempo después (el necesario para que el condenado cumpla con los requisitos de su otorgamiento), pero en todos los casos debe transcurrir un término de cinco años de cumplimiento de las obligaciones impuestas que no puede contarse sino a partir de la obtención del beneficio y del que no se descuenta la parte de encarcelamiento efectivo que exceda los veinte años. El artículo 13 in fine del Código Penal, luego de la reforma introducida por la ley 25.892, es todavía más explícito al respecto, pues establece que aquellos cinco años se deben contar “desde el día del otorgamiento de la libertad condicional”. Aclarado, entonces, el punto de partida de mi análisis, pasaré a referirme ahora a los fundamentos de la resolución impugnada y a la forma que considero correcta de computar, en estos casos, la extinción de las penas perpetuas. En primer lugar, debo decir que no estoy de acuerdo con el cálculo que realizaron los jueces de la Cámara de Apelaciones y Garantías. Además de las razones que expusiera al resolver los autos “Zelada Cuello” (causa nº 9061, registro 722/03) en relación con el máximo legal de las penas de prisión y reclusión temporales, según las cuales el artículo 227 ter sólo debe aplicarse cuando no modifique el máximo de la especie de pena, si se llevase la cuestión al extremo que propone la Cámara, tampoco podría constituir un parámetro para determinar la fecha de extinción de las penas perpetuas. Una pena divisible no podría ser utilizada para determinar la fecha de extinción de una pena perpetua, pues esta última es, precisamente, indeterminada o, como en el caso de la ley argentina, relativamente determinada, aunque insusceptible de ser precisada temporalmente a través de un término fijo. Esto se desprende claramente del artículo 16 del Código Penal, en la medida en que subordina la extinción de las penas perpetuas a la concesión eventual de la libertad condicional (reunidos los requisitos del artículo 13) y a su cumplimiento satisfactorio durante cinco años. La mayor gravedad de las penas perpetuas, por lo tanto, no se debe establecer determinando una cifra concreta de pena como si se tratase de una pena divisible. Ella ya se deriva de las reglas expresamente previstas en el Código Penal y de la propia naturaleza de esa especie de pena, de una manera indirecta y personal, pues es distinta de acuerdo a la situación de cada condenado. En efecto, según se desprende del juego de los artículos 13 y 16 del Código Penal, el mínimo posible de duración de las penas perpetuas nunca podría ser inferior a veinticinco años (veinte años de encierro más cinco de libertad condicional), mientras que la relativa indeterminación de su monto máximo permite que éstas puedan, eventualmente, superar las cifras máximas previstas para las penas divisibles, inclusive aquellas a las que se refieren quienes interpretan extensivamente las previsiones del artículo 227 ter. El fracaso reiterado de la solicitud de libertad condicional o la revocación de dicho beneficio por las razones previstas en el artículo 15, por ejemplo, podrían llegar a justificar, en determinados casos, que la pena perpetua supere los treinta y siete años y seis meses a los que se podría arribar llevando al extremo las previsiones del artículo 227 ter, lo que demuestra que las penas perpetuas, debido a su potencialidad, resultan más graves que el resto de las penas establecidas en el Código Penal. Respecto de su carácter indeterminado, que es el que proviene de la imposibilidad de precisar su fecha de extinción, la jurisprudencia de los más altos tribunales de nuestro país, en concordancia con lo que establece el artículo 37 “a” de la Convención Internacional sobre los Derechos del Niño, se ha pronunciado a favor de su legitimidad constitucional, siempre y cuando se le conceda a los condenados, a su debido momento, la oportunidad de retornar al medio libre. Así lo ha entendido implícitamente la Corte Suprema de Justicia de la Nación en los autos “Giménez Ibáñez, Antoncio Fidel s/libertad condicional” (causa G. 239. XL, sentencia del 4 de julio de 2006). También resulta ilustrativa, acerca de la necesidad de otorgar a los condenados la posibilidad de obtener la libertad en esa especie de pena, la opinión vertida por el juez Fayt en el precedente “Maldonado, Daniel Enrique y otros s/recurso de hecho” (CSJN, causa M. 1022 XXXIX, sentencia del 7 de diciembre de 2005), en el que hace referencia expresa al artículo 37 “a” de la Convención sobre los Derechos del Niño, considerándolo aplicable, inclusive, a las peronas mayores de dieciocho años. La Suprema Corte de Justicia de esta provincia ha sostenido, en igual sentido, que “impedir al condenado a prisión o reclusión perpetua y también declarado reincidente, la posibilidad de acceder en algún momento a la libertad importa negar (a través de una presunción iuris et de iure) que la ejecución de la pena pueda surtir efecto resocializador -finalidad consagrada constitucionalmente- en la persona del delincuente, impidiéndole absolutamente reintegrarse a la sociedad; vulnerándose derechos fundamentales del ser humano” (SCJBA, P. 84.479: “G., A. F.” s/homicidio y otros. Incidente de libertad condicional”, sentencia del 27 de diciembre de 2006). Siempre debe quedar abierta una posibilidad de recuperación plena para la persona que cumple una pena, de manera que ese cumplimiento no sea una consecuencia que no pueda borrarse en el resto de su vida. La Comisión de la Cámara de Diputados remarcó el sentido que tiene la libertad condicional el 9 de septiembre de 1921, al rechazar su supresión para la reclusión perpetua que pretendía el Senado, señalando que “la libertad condicional es un estímulo de buena conducta, un germen de enmienda, una prima ofrecida al delincuente arrepentido, y no conviene eliminar este poderoso resorte que influye eficazmente en la conducta del condenado, durante el cumplimiento de la pena” (Edición Oficial 611, citado en Zaffaroni, Raúl Eugenio, Tratado de Derecho Penal, T. V, p. 205). Aceptada, de este modo, la validez de las penas perpetuas y sentada la necesidad de que los condenados a dicha especie de pena puedan, a su debido momento, recobrar su libertad mediante el instituto de la libertad condicional, se plantea el inconveniente de que la ley penal argentina, en principio, no les confiere a todos esa posibilidad. Concretamente, si bien el artículo 16 del Código Penal prevé que las penas de prisión y reclusión perpetuas se extinguen transcurridos cinco años de libertad condicional, ello no sucedería en el caso de los reincidentes, a quienes, en virtud del artículo 14, les está vedada la posibilidad de obtener ese beneficio. Esta interpretación, sin embargo, no sólo generaría graves inconsecuencias con los principios de resocialización y humanidad de las penas, antes mencionados, sino que también resultaría incongruente con la relación de gravedad que debe existir entre las conductas punibles y otras instituciones reguladas en nuestro Código Penal. No resulta demasiado coherente ni mucho menos igualitario que una persona condenada a prisión o reclusión perpetua tenga, en principio, la posibilidad de compurgar su pena a los veinticinco años (según la ley vigente al momento del hecho), mientras que otra, por la mera condición de reincidente, deba permanecer encerrada el resto de su vida. Ello implicaría erigir a la reincidencia simple en el fundamento exclusivo de un castigo sin fin: una pena por la condición misma de reincidente, capaz de duplicar y hasta triplicar temporalmente la que resultaría, en los demás casos, de la magnitud del injusto, la culpabilidad del condenado y sus posibilidades concretas de resocialización. Esta alternativa tampoco guardaría ninguna relación con la severidad establecida para los supuestos de multireincidencia, cuya gravedad es claramente superior a los de la reincidencia simple. No resultaría lógico que el multireincidente pueda obtener la libertad condicional en la reclusión accesoria por tiempo indeterminado y que no pueda hacerlo el simple reincidente en la pena perpetua, que es igualmente indeterminada, al menos en cuanto al momento de su extinción. Si el artículo 53 del Código Penal prevé la posibilidad de que los multireincidentes obtengan la libertad condicional a partir de los cinco años de cumplimiento de la reclusión accesoria del artículo 52, que comparte su nota de relativa indeterminación con las penas perpetuas, entonces no resulta coherente que los reincidentes simples, condenados a prisión o reclusión perpetua, no puedan acceder a ese beneficio, desde que su única reincidencia, por lógica, no podría reputarse de igual gravedad que las cuatro o cinco que se requieren para aplicar la accesoria de reclusión por tiempo indeterminado. La notoria disparidad que se generaría de aceptarse que los reincidentes con pena perpetua deban permanecer encerrados el resto de sus vidas, ha intentado ser solucionada, por quienes también advierten esta incongruencia, aplicando analógicamente el artículo 53 del Código Penal y sumando a los veinticinco años de cumplimiento de la pena (veinte años de cumplimiento efectivo más cinco años de libertad condicional), los otros cinco años que requiere la reclusión accesoria. Esta suma arrojaría una cantidad de treinta años de encierro a partir de los cuales el condenado podría acceder al beneficio de la libertad condicional y, después de cinco años en libertad a prueba, obtener la libertad definitiva. Esta solución, sin embargo, solamente puede ser compartida en lo que respecta al traslado del beneficio de la libertad condicional y sus consecuencias extintivas de la pena. En cambio, desde mi punto de vista, carece de toda justificación extender al caso de los reincidentes simples los cinco años de reclusión accesoria, pues estos únicamente podrían resultar aplicables a los reincidentes múltiples, tal como lo dice la ley. No hay razón y además no tendría ningún sentido aplicar a los reincidentes simples las reglas previstas para la reclusión accesoria del artículo 52, en cuanto establecen el cumplimiento previo de cinco años (de reclusión) para que puedan acceder al beneficio de la libertad condicional, pues ese requisito corresponde a una situación de multireincidencia y aquí no se trata de establecer una equiparación absoluta, sino, tratándose ambas de sanciones indeterminadas, de aceptar que si el reincidente múltiple puede obtener la liberación condicional, con mayor razón podría hacerlo el simple reincidente. La situación de los reincidentes no es totalmente asimilable a la de los multireincidentes, pues la relación de reincidencias de estos últimos es mucho más grave, por lo que exigirles a aquellos el cumplimiento previo de cinco años (de reclusión accesoria), con el único fin de concederles el beneficio de la libertad condicional, implicaría reemplazar una desigualdad por otra, al precio de evitar que las penas perpetuas duren para siempre. Esta indebida extensión de la interpretación, además, configuraría una analogía penal in malam partem, desde que los cinco años de cumplimiento de la reclusión accesoria no guardan ninguna relación y resultan enteramente separables del instituto de la libertad condicional. Por lo tanto, si la disposición contenida en el artículo 14 del Código Penal conlleva la imposibilidad del condenado de obtener el beneficio de la libertad condicional, obligándolo a permanecer inexorablemente en prisión o reclusión, dicha prohibición solamente podría regir hasta los veinticinco años, que es el mínimo posible para las penas perpetuas y además el único tope concreto que prevé la ley penal. A partir de esos veinticinco años, a los reincidentes debe acordárseles la posibilidad de obtener la libertad condicional, como consecuencia de equiparar su situación a la de los multireincidentes, pero sólo en lo que respecta a los aspectos en los que se funda la desigualdad que se pretende evitar. No resultaría posible, por ende, arrastrar junto con el beneficio de la libertad condicional los cinco años que se requieren en la reclusión accesoria, los que se encuentran reservados legalmente para los condenados cuyas situaciones encuadren en las previsiones del artículo 52. La limitación de la prohibición del artículo 14 establecida en los veinticinco años de prisión o reclusión obedece a la necesidad de equiparar, en la mayor medida posible, los efectos que provoca la imposibilidad de obtener la libertad condicional en las penas divisibles. En estos casos, la única diferencia entre reincidentes y no reincidentes residiría en que los primeros, en el peor de los casos, deberían permanecer en prisión durante el resto de la pena temporal, pero ésta se extingue para todos en el mismo momento. Como dicha equiparación no resulta posible tan estrictamente en el caso de las penas perpetuas, debido a la indeterminación de su monto máximo, la base más concreta es, desde mi punto de vista, fijar como comienzo de las posibilidades de obtener la libertad condicional los veinticinco años que resultan de la suma, en abstracto, de los veinte años de prisión o reclusión y los cinco años que se necesitarían, en principio, para obtener la extinción de la pena y que los no reincidentes pueden cumplir en libertad. Por todo ello, considero que los condenados a penas perpetuas que sean reincidentes pueden obtener el beneficio de la libertad condicional al cumplir veinticinco años de reclusión o prisión y, a partir de ello, transcurrido el plazo de cinco años sin que la libertad haya sido revocada, extinguir la pena por aplicación de lo dispuesto en los artículos 13, 14, 16 y 53 del Código Penal. Por tales razones, si bien adhiero en líneas generales al voto del juez Mancini, a mi criterio, el condenado a una pena de prisión o reclusión perpetua que además es reincidente puede obtener la libertad condicional a partir de los veinticinco años de encierro, de acuerdo con el texto del Código Penal anterior a la ley 25.892. Así lo voto. A la misma cuestión planteada, el señor Juez doctor Mahiques dijo: I) Adhiero al voto del señor Juez doctor Mancini. Tal como sostiene mi distinguido colega, la pena a perpetuidad,-como pareciera ser el caso de las condenas a prisión o reclusión perpetua con más la declaración de reincidencia-, sólo pueden resultar legitimadas desde su análisis constitucional, cuando de algún modo el condenado tenga oportunidad de reintegrarse al medio libre. Así es, por lo demás, como se infiere de los fallos de la Corte Suprema de Justicia, citados II) No participo del criterio sentado por la Sala en el precedente de cita respecto del máximo de la especie de la pena de prisión para aquellas temporales. En mi opinión, previo a la modificación del artículo 55 del Código Penal, era posible imponer una pena aún superior a los 37 años y seis meses fijados por el a quo, pero ello carece de trascendencia para el caso pues no puedo dejar de acompañar a mi colega en que resulta inexacto identificar el máximo posible de las penas temporales con las de prisión o reclusión perpetuas, lo que se evidencia sin esfuerzo del artículo 16 del Código Penal, en cuanto subordina la extinción de las penas perpetuas a la posible concesión de la libertad condicional y a su no revocación por el término cinco años. Por otra parte, la mayor gravedad de las penas perpetuas surge de las propias previsiones del Código Penal y de la naturaleza de esa especie de pena. Solo es posible establecer su mínimo que nunca podría ser inferior a veinticinco años -veinte años de detención más cinco de libertad condicional sin revocación- (artículos 13 y 16 del C.P.), ya que su extinción podrá resultar en tiempos distintos de acuerdo a la situación de cada condenado, y podrá exceder, por supuesto, la establecida en origen como tope máximo de la especie de pena. III. En tal contexto, como lo menciona el doctor Mancini en su voto, la imposibilidad de acceder a la libertad condicional –y luego de ello a la extinción de la pena de prisión perpetua- para los reincidentes, desatiende principios constitucionales vinculados al fin de la pena. Pero También, aparece como contrario al principio de igualdad ante la ley que una persona condenada a prisión o reclusión perpetua tenga, en principio, la posibilidad de compurgar su pena a los veinticinco años (según la ley vigente al momento del hecho), mientras que otra, en igual condición pero reincidente, deba permanecer detenida sine die. Comparto, entonces, que en tales casos es la reincidencia y no el grado de injusto o la culpabilidad de su autor o su posibilidad concreta de resocialización, el fundamento exclusivo de una pena sin final. Estas consideraciones imponen concluir, que mientras resulte aplicable el artículo 14 del Código Penal, el condenado a prisión o reclusión perpetua carecerá de toda posibilidad de obtener la libertad condicional, al estar expresamente prevista esa solución en la norma de mención. Siendo ello así, es de toda evidencia que para el supuesto en trato, la reincidencia se independiza del hecho de la condena adquiriendo una autonomía de dudosa constitucionalidad. Si las penas de prisión o reclusión perpetua, por regla general y fuera de toda casuística, se extinguen a los veinticinco años (20 de encierro y 5 en libertad condicional), podría afirmarse también que a partir de ese término es la reincidencia la que se convierte en pena, la que además en esa perspectiva, carecería de vencimiento, o sea que sería indeterminada. Luego, se tornaría imposible la reinserción social del condenado violentando los principios constitucionales establecidos en el Pacto Internacional que sanciona las penas crueles, inhumanas o degradantes y por extensión in bonan partem a los mayores en el artículo 37 “a” de la Convención sobre los Derechos del Niño, en cuanto establece la obligación para los estados parte de velar para que no se imponga la pena capital ni la de prisión perpetua sin posibilidad de excarcelación por delitos cometidos por menores de 16 años de edad. Otro aporte argumental, en el sentido expuesto, proviene del artículo 51 del Código Penal, que en su texto conforme a la ley 21.338, establecía, “en caso de reincidencia, la escala penal se agravará en un tercio del mínimo y del máximo. A partir de la tercera reincidencia, la escala penal se compondrá del doble del mínimo, que en ningún caso será inferior a un año y de la mitad más del máximo. Este no podrá exceder del máximo legal de la especie de pena de que se trate y se impondrá sin perjuicio de lo dispuesto por el artículo 52…”. Dicha disposición fue derogada por la ley la ley 23.057, lo que despeja toda duda que el legislador ha pretendido eliminar otros efectos de la reincidencia, al dejarlos reducidos, el más significativo como obstáculo para la obtención de la libertad condicional, y, en menor medida, como pauta a tener en cuenta dentro de las genéricas de agravación de la pena contenidas en el artículo 41 inciso 2° del Código Penal. Ello así, se torna más palmaria su ajenidad con la independencia punitiva que, conforme lo hasta aquí señalado, adquiere en el caso. III) Desbrozada la cuestión en los términos propuestos, resulta manifiesto que la pena no puede exceder el reproche de culpabilidad. En la especie, el Tribunal, para individualizar la pena a imponer aunque en el caso se trate de una sanción indivisible, ha tenido en cuenta no solo los aspectos objetivos propios del hecho que se juzga sino también las características personales del imputado y sus antecedentes. En este sentido la pena impuesta guarda la debida proporcionalidad con el reproche merecido por el imputado en relación al hecho cometido, guardándose entonces, adecuado correlato con el standard de que la culpabilidad es el límite máximo de la pena (Cfr. C.S.J.N. Fallos 310: 1162).Lo contrario, esto es, imponer una sanción mayor a su culpabilidad, implicaría incurrir en una violación al principio constitucional "nula poena sine culpa", que como ha quedado referenciado, en el caso, se deriva necesariamente de su calidad de reincidente. Una pena de tales características y alcances es, además de desproporcionada en relación al injusto y a la culpabilidad, violatoria como se dijo de la prohibición constitucional de aplicar penas que, resulten por ese motivo inhumanas o degradantes (arts. 18 y 75 inc.22 C.N, 37 “a” de la Convención Internacional de los Derechos del Niño). Por las razones expuestas, entiendo corresponde tal como lo propone el señor Juez doctor Mancini, declarar la inconstitucionalidad del artículo 14 del Código Penal, en su redacción anterior a la dispuesta por la ley 25.892 para el supuesto de las condenas a prisión o reclusión perpetua, con declaración de reincidencia, cuando se hubieren computado veinticinco años de encierro, resultando posible desde entonces y de hallarse comprobadas las restantes condiciones que habiliten su procedencia, la concesión de la libertad condicional en los términos del artículo 13 y con los alcances del artículo 16, todos del mismo ordenamiento. Así lo voto. Con lo que terminó el acuerdo, dictándose la siguiente SENTENCIA Por lo expuesto en el acuerdo que antecede, la Sala II del Tribunal de Casación Penal resuelve: I. DECLARAR ADMISIBLE el recurso de casación articulado por la defensa del condenado José Luis Rodríguez Luna contra la resolución dictada por la Sala I de la Excma. Cámara de Apelación y Garantías en lo Penal del Departamento Judicial San Martín, en el marco de la causa Nro. 41.196 (arts. 421, 448 inc. 1º, 451, 454, 464 y ccdtes. del C.P.P.).II. POR MAYORIA CASAR el pronunciamiento puesto en crisis, declarar en el caso la inconstitucionalidad del art. 14 redacción anterior a la ley 25.892- del C.P. en los supuestos de condenas perpetuas con declaración de reincidencia transcurridos veinticinco años de pena y, consecuentemente proceder al reenvío de las actuaciones al Tribunal de origen para que en virtud de lo reseñado precedentemente, de hallarse cumplimentados los demás requisitos de procedencia del art. 13 del C.P. -redacción anterior a la ley 25.892-, se conceda a José Luis Rodríguez Luna la libertad condicional. Sin costas (Arts. 18 de la C.N., 2, 13 y 14 -texto anterior a la ley 25.892-, 16 del Código Penal, 1, 12 de la ley 24.660 y arts. 448, 461, 464, 530, 531 y ccdtes. del C.P.P.). Regístrese, notifíquese y, oportunamente, devuélvase. FDO.: JORGE HUGO CELESIA – FERNANDO LUIS MARIA MANCINI – CARLOS ALBERTO MAHIQUIES Ante mi: Gonzalo Santillán