Autoridades y vecinos de Palencia

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Autoridades y vecinos de Palencia.
Como
es
lógico,
antes
de
comenzar,
deseo
agradecer tanto al Sr. Alcalde, como a la Sra.
Concejala de cultura, el haberme invitado a realizar
este pregón, y las atenciones recibidas en los
últimos días. Mi sincero agradecimiento.
Mas que un pregón al estilo clásico, mis palabras
quieren ser un compartir experiencias e información,
un descubrir a la gran mayoría de los palentinos algo
que sí conocen en el resto de España pero que aquí,
en nuestra propia casa, es ignorado.
Sin lugar a dudas, la mayor satisfacción que me ha
proporcionado
mi
actividad
como
escritor
e
investigador de esa otra realidad, del mundo del
misterio y lo oculto, es conseguir que miles de
personas, procedentes de toda España, incluso de
más allá de nuestras fronteras, nos hayan visitado…
y más aún… que repitan y recomienden a otros que
hagan lo mismo.
Mis libros, muchas conferencias, en especial las de
Madrid, artículos en revistas especializadas, y
reportajes en programas de máxima audiencia
televisiva y radiofónica, vistos y oídos en todo el
planeta gracias a internet, han obrado un milagro
cantado, y es que la nuestra, sea una tierra de
referencia, además de por su paisaje, gastronomía,
y posibilidades turísticas, por el mundo del enigma y
lo oculto.
Hoy quiero hacer con Vds. lo mismo que con ellos,
sumergirles en la Palencia esotérica, misteriosa,
mágica y profunda, en una serie de rincones que no
aparecen en ninguna guía publicada, pero que son,
sencillamente, bellos.
Y que al final, como les ha ocurrido a dichos
visitantes, dejen aparcado el motivo de su venida en
un segundo plano, porque cuando uno se impregna
de la esencia y el misticismo de esta provincia, ya no
hay vuelta atrás, todo lo demás queda en un status
secundario.
Como se dice ahora en los ambientes modernos,
“abróchense los cinturones” porque el vértigo
presidirá el viaje.
Nuestro primer destino lo tenemos aquí abajo, en la
línea de ciudades como Toledo, Granada, y otros
puntos de gran calado histórico. Un entramado
impenetrable a no ser que te sitúes casi casi al
margen de la ley. La capital subterránea, el laberinto
de
galerías,
algunas
ya
medio
cegadas
por
derrumbes y por saqueadores de siglos atrás, de
criptas cenobíticas, celosamente guardadas por las
órdenes religiosas, donde el acceso se convierte en
utopía, y si ya lo pretendemos con cámaras, ni les
cuento …
En su día, el equipo del programa televisivo “Cuarto
Milenio”, logró un hito que se antojaba inalcanzable,
acceder con sus equipos de grabación a las
entrañas del Convento de las Claras para realizar un
magnífico reportaje sobre el icono del misterio en
Palencia, su Cristo, al que procesamos una devoción
tan sincera como sentida.
Incluso, y aunque muy escuetas, obtener unas
declaraciones de las hermanas de clausura. Y
créanme, la tarea fue ardua. Obtener eso es misión
muy complicada.
Sin embargo, hacer lo mismo en otros conventos y
santuarios capitalinos ha resultado imposible en el
transcurrir del tiempo, a pesar de haber tocado hilos
muy finos ¿Por qué?
La respuesta es simple, por la protección de tesoros
de incalculable valor, de tasación también imposible.
Como aquella ardilla que podía viajar de punta a
punta de España sin tocar tierra, sobre las copas de
los árboles, también es factible unir los grandes
templos de Palencia, sin salir a la superficie.
Empezaremos nuestro viaje a los pies de Santo
Domingo de Guzmán, en la gran olvidada, la
fortaleza de San Pablo, propiedad de los padres
Dominicos.
Pero antes, para demostrar que nada en Palencia es
fruto de la casualidad, y que aquellos, los hombres
del Medievo, poseían datos que nosotros, los
prepotentes
hombres
actuales
ni
soñamos,
habremos de superar un obstáculo muy complicado.
Y es que salvando las distancias, les aseguro que
penetrar en las entrañas de ciertos conventos
palentinos,
y
españoles
en
general,
es
más
complicado que acceder a la cámara acorazada del
Banco de España.
Sean ustedes creyentes, ateos o agnósticos, les
recomiendo que se recojan unos momentos ante la
capilla que hay a la izquierda del altar mayor de San
Pablo, allí una hierática imagen de Santo Domingo
de Guzmán, les taladrará con su mirada.
Y si son capaces de centrar la suya en esos ojos, y
mantenerla fija, pronto comprobarán en sus adentros
el efecto de una extraña sensación, la de cierta
elevación del alma, por la magia del lugar, y el poder
del Santo.
El Santo, nunca mejor dicho, fue profesor en la
universidad de Palencia, un hombre de familia
acaudalada, en tiempos de hambrunas feroces y
pestes mortales. Un estudioso de la teología y las
cuestiones divinas, en aquellos pergaminos de piel
de la época, pero algo trastocó su vida, cuando
decidió deshacerse de sus fortunas y ayudar a los
pobres, dejando una frase que, sin lugar a dudas,
me atrevo a calificar como la más hermosa que un
ser humano haya escrito jamás, “no puedo seguir
estudiando en pieles muertas, mientras las vivas se
mueren de hambre”
Esta primavera pasada el equipo de un renombrado
programa de una emisora de radio madrileña me
pidió, como tantos otros medios de comunicación,
que les guiara en la elaboración de un reportaje
sobre la Palencia oculta. Y allí nos fuimos, a San
Pablo, con su avanzada tecnología, y el disfraz de
turistas despistados.
El resultado superó las expectativas más optimistas.
Tal como les anticipé a los investigadores, sus
máquinas de medición de actividad telúrica se
volvieron locas al entrar en el templo. Bien
disimulada bajo unos folletos y mapas de nuestra
ciudad, la aguja del biómetro en cuestión llegó a las
12000
unidades.
Una
verdadera
barbaridad.
Alcanzando su máxima expresión al acercar el
medidor a la impactante, y relajante, imagen de
Santo Domingo.
Lo que ocurrió a continuación, en unas inolvidables
horas para esos periodistas madrileños, curtidos en
mil batallas de lo paranormal, da fe de la magnitud
de nuestra querida Palencia, en su vertiente
subterránea.
Ellos, y por desgracia no hay otra forma, tiraron de
paciencia para escondidos en el templo, poder pasar
la noche en su interior. Yo también lo he tenido que
hacer varias veces para avanzar en mi modesta
carrera de investigador, como doy fe en mis libros.
Y es que, dicho con cariño, todos los monjes son
desconfiados. Uraños incluso si perciben algo que
pueda amenazar su patrimonio.
Siguiendo mis instrucciones como conocedor del
terreno, y no me pregunten como, ya que eso es
secreto de sumario, digamos metafóricamente,
pudieron acceder a la gran sala capitular existente
bajo la zona del retablo mayor de San Pablo. Una
verdadera
joya
complementa
de
con
la
una
arqueología,
serie
que
de
se
túneles,
perfectamente equilibrados en su estructura y
cruzado de vigas.
Que pena que los palentinos no puedan gozar de
unos tesoros que son, como todo aquí, puro
conocimiento, y que en gran medida hasta los
propios religiosos desconocen su existencia.
Dos de esas galerías, o criptas en toda regla, parten
hacia San Francisco y la Catedral conformando un
mágico triángulo. Las demás fueron cegadas y
hundidas cuando los profanadores tuvieron vía libre,
primero las tropas francesas en la guerra de la
independencia que instalaron allí una cárcel, y luego
mediado el siglo 19, cuando la desamortización de
Mendizabal echó a los monjes de allí. Hasta que
estos volvieron décadas después, el pillaje fue más
fácil, aunque lo importante estaba a buen recaudo.
En el centro de dicha sala capitular, el medidor de
energía constató por momentos, más de 14.000
unidades, lo que demuestra que bajo esas piedras
secretas, hay un manantial importante, y que la
Iglesia está construida sobre un punto de máxima
actividad telúrica.
Con ser eso impactante, lo fueron mucho más las
psicofonías grabadas en soporte digital, tanto en los
subterráneos como en la parte superior, la que todos
conocemos, la dedicada al culto. Al contrario de lo
que suele ser costumbre, nada tenebroso, y si algo
parecido a cantos lejanos, difusos, con base
gregoriana, pero tremendamente armoniosos.
Los técnicos han pasado las cintas por todos los
filtros posibles, y les aseguro que disponen de la
última tecnología para ello, y el resultado es
asombroso. Da la impresión de que más que ser
cantos de “ultratumba” para entendernos a groso
modo, era como si realmente se estuviese cantando
dentro de San Pablo… a las tres de la mañana.
Cuando se emita el programa en antena, a los
oyentes españoles les dirán lo mismo que a mi, que
todo eso no es nada comparable a la asfixiante
certeza del mensaje escondido entre los muros, ese
mensaje excelso en Palencia, que las piedras están
vivas, que repiten sin cesar ese maravilloso legado
de nuestros antepasados. Ese “estuvimos aquí, si,
pero seguimos estando…”
Si San Pablo es un fortín, la siguiente estación lo es
más aun, San Francisco. ¿Creen Vds. que el lugar
fue residencia de reyes por casualidad, o por el
entorno, o por el paisaje? ¿Creen que es casualidad
que varios nobles pidieran ser enterrados aquí, y
que incluso tuviera lugar entre sus claustros un
Concilio Nacional?
O tal vez sería, porque ya ellos sabían que un nuevo
nudo telúrico, con lo que ello supone, estaba
instalado en la cripta de las calaveras, ese lúgubre
lugar donde los alumnos del extinto colegio “San
Francisco Javier” teníamos que pasar los castigos
por ser habladores en clase, o por soltar alguna
palabrota en el recreo. Aunque los profesores eran
“civiles”, buenos profesores, la férrea disciplina de
los jesuitas se dejaba notar. Vaya si se dejaba.
La telaraña de criptas subterráneas, algunas con
categoría de casi iglesias, es aquí majestuosa, y
mucho mejor conservada que en San Pablo, pero de
un acceso, a día de hoy, imposible.
No olviden que el convento de los jesuitas llegó
hasta la avenida Casado del Alisal, y hasta el
monasterio de las Claras. Creo que sobran los
comentarios al respecto de lo que allí se escondía, y
que ahora está concentrado en un lugar más
reducido.
No obstante no poder acceder, incluso intentando
técnicas barriobajeras como ciertos sobornos, no a
los frailes, sino a personas que tal vez pudieran
echarnos una mano, la medición de unidades
también se disparó hasta extremos insospechados.
Esta es parte, una parte ínfima de esa historia no
oficial que jamás nos han contado, y en la que
Palencia es piedra angular a nivel nacional y
europeo.
¿Cómo sabían en aquel remoto tiempo de la Edad
Media que esos puntos que conforman un triángulo
perfecto con el que se esconde bajo la Catedral,
desarrollaban
tal
energía?
Al
mismo
nivel
prácticamente que la Iglesia de Villasirga, culmen
máximo de los Templarios.
¿Quién se ha encargado hasta ahora, y lo sigue
haciendo, de ocultarnos cuanto bajo las calles de
Palencia hay? Y, sobre todo, ¿Por qué? Y otra
interrogante ¿Por qué ese empecinamiento en
despistar, en apartar la Orden del Temple de nuestro
territorio, excepción hecha de Villarcazar de Sirga?
Hace unos años, al publicarse mi libro titulado
“Atemporales” en el que narro, entre otras cosas,
como mi grupo de colaboradores, avezados expertos
en historia medieval, seguimos la pista a un monje
palentino, extraordinariamente longevo, y como al
cercarlo en la iglesia de la “Compañía”, esta se lo
traga, desapareciendo.
Les faltó tiempo a ese puñado de profesionales de la
negación, que parecen vivir de desacreditar mi obra,
y que siguen empecinados en ello, a pesar de que
siempre han terminado haciendo el ridículo, para
asegurar que en dicho templo no hay escondite
posible, simplemente que allí no hay nada, con lo
cual yo había quedado como un fabulador y un
mentiroso.
Quiso la casualidad, dicho entre comillas, que a los
pocos días, y en unas obras allí efectuadas, un
albañil cayera por un orificio, dando a parar a una
impresionante cripta subterránea. La noticia quedó
reflejada en prensa, y yo tuve acceso a las
fotografías que se tomaron. La construcción, muy
antigua, allí espera para su estudio profundo.
Un estudio que, como tantas veces, no se producirá.
La Palencia subterránea, el legado oculto bajo
nuestros pasos cotidianos es compasión pertinaz
hacia nuestra ceguera colectiva. A pesar de recibir
muchos palos, algo inherente a la actividad de
investigador de lo paranormal y extraño, este
modesto escritor seguirá luchando para sacarlo del
olvido, la más terrible carcoma.
Ahora, cuando salgan y paseen por el casco viejo,
quizás intuyan algo más de lo que el polvo de siglos,
y la cerrazón humana, han echado para abajo.
-----------------Quiero llevarles ahora a otro lugar. Un enclave bello
como pocos, y misterioso como ninguno en España,
el Cerrato más profundo y apartado, el reino de las
soledades y los infinitos espacios y cielos abiertos.
Los páramos de Baltanás, Antigüedad y Cevico
Navero.
Miren, he intervenido en muchos programas de radio
y televisión sobre el mundo del misterio. Siempre
con Palencia como estandarte y señuelo. Periodistas
de mucha alcurnia y fama, como Iker Jiménez, Juan
José Benítez, Pablo Villarrubia, Lucinio Serrano y
tantos
otros,
me
han
grabado
entrevistas
y
reportajes sobre el terreno, que han servido, entre
otras cosas, para difundir a todo el mundo una
imagen idílica de esos rincones palentinos.
Hemos
visto
y
recogido
cosas
maravillosas,
inquietantes, que se escapan a la comprensión de la
mente humana actual, ahora les contaré alguna,
para al final, y de forma unánime, quedar ellos, y los
grupos de curiosos que de mi mano acuden a estos
lugares, fascinados por la calma y la armonía casi
celestial de la paz que se respira.
Como en la Palencia subterránea, al aire libre ocurre
lo mismo, todo evoca un conocimiento ancestral,
profundo, sublime, antiquísimo. Las piedras, las
señales del pasado y del futuro nos dicen que Dios
es alguien y algo mucho más cercano de lo que
siempre nos contaron, y aquellos antiguos lo sabían.
Vamos a las esquilmadas , impresionantes, y
bellísimas ruinas del monasterio de San Pelayo,
junto a Cevico Navero. Enclavadas en un valle que
conduce a Antigüedad, un paraíso ecológico único
en la meseta, donde pasear es un lujo, donde el
silencio es griterío del ayer, y donde lo que mal se
denominan fenómenos paranormales alcanzan un
gran esplendor.
Mi relación con esas ruinas es muy íntima, aunque
este no es el momento de desmenuzar cuestiones
personales.
Tras ser testigo bastantes veces, tanto en solitario,
como en compañía de personas de mi absoluta
confianza, de apariciones espectrales, de obtener
diáfanas psicofonías, de obtener testimonios de
enorme calidad sobre avistamientos ovnis en el
lugar, como reflejo en mis libros, me dispuse a
realizar un experimento no concluido aún, y que será
eje de otro programa sobre Palencia a nivel
nacional, en pocos meses.
Todo arrastrado por el comentario de unas viejas del
pueblo, en una calurosa tarde en que solo las
chicharras desafiaban a la canícula.
Y si, digo viejas, no abuelas, ni ancianas, ni
mayores, sino viejas, porque lo viejo es sabio y es
entrañable.
A menudo hemos dado muchos giros a nuestras
investigaciones para al final darnos cuenta, y les
aseguro que no me abochorno por ello, sino que me
alegro, que mirando aquellos ojillos taimados,
picajosos, de los pellejos con delantal que son
algunas viejas de la Castilla profunda, se obtienen
respuestas al instante.
Aquellas dos mujercillas, que si no superaban la
centena poco había de faltar, nos helaron la sangre
al asegurar que los monjes seguían allí… los curas
decían ellas… y nos dijeron el número… y que
podían verlos.
Aquella
tarde
comenzó
una
de
las
más
impresionantes historias de lo desconocido, a las
que he tenido acceso, en primera persona, como sé
y como no concibo de otra manera.
Y si, en eso consiste el experimento, en demostrar
que las viejas tenían razón. Y la tenían, vaya si la
tenían. El programa “Camino del Misterio” en su
próxima temporada dará fe de ello. Los monjes
siguen allí, mil años después, compadeciéndose de
nuestra ignorancia absoluta, en una forma que solo
con el alma puede verse.
Si aceptan un consejo, visiten esas ruinas, sientan
en sus pupilas el peso de la historia, y sientan una
forma distinta de acercarse a lo oculto. A media hora
de coche… me lo agradecerán.
El porqué se instaló allí, en medio de la nada, ese
convento hace más de mil años, alcanzando en muy
poco tiempo un gran desarrollo no supone misterio
alguno. Tan simple como estar, una vez más, sobre
un punto de máxima importancia geológica y
arqueológica. Los monjes, como siempre, taparon
testimonios mucho más antiguos, con su propio
monasterio, preservando así un legado que solo,
cuando el hombre esté preparado, deberá salir a la
luz.
Siguiendo la vereda del arroyo que se introducía en
las tripas del convento, y disfrutando de una belleza
inigualable, llegarán al escenario de la mayor parte
de mis investigaciones y reportajes, el valle de
Villella, ya en el término de Antigüedad, en el
mismísimo corazón del Cerrato.
Afirmaba el añorado doctor Félix Rodríguez de la
Fuente, que al hombre lo único que le ennoblece y le
engrandece es aprender, saber y transmitir su
cultura. Por eso en su día me decidí a publicar tres
libros sobre unos hechos insólitos acontecidos en los
alrededores del pueblo de Antigüedad, aun sabiendo
que ello me iba a señalar de por vida.
Lo que no pensaba era la trascendencia que iba a
tener, su repercusión, la magnitud que esas 500
páginas llegarían a alcanzar. Resumir lo vivido allí es
imposible, tal vez en semanas pudiera acercarme, lo
insólito, incomprensible y espiritual llevado a cotas
mágicas.
Un valle, para no variar, bello, atípico en el Cerrato,
agua
y
floresta
por
doquier,
abigarrada
y
espectacular. Donde hubo un pueblo, del que ya
nada queda, y que desapareció misteriosamente
hace siglos, a buen seguro víctima de alguna peste
fulminante.
Aunque, como en San Pelayo, todos murieron…
pero no se fueron. Tan solo queda en pie una ermita,
recuperada por los vecinos de Antigüedad hace
unas décadas, sobre los cimientos y escombros de
la original. Coqueta por el día, como de esos
sanatorios
de
película
en
los
Alpes
suizos,
regentado por monjas. Chiquita, a mitad de ladera,
sobre un montón de túneles misteriosos, alguno de
los cuales aún puede verse la entrada a simple vista.
Pero ensoñadora y amenazante con la llegada de
las sombras.
Han sido infinidad de programas los que hemos
realizado
allí,
visitantes
ilustres,
profesionales
avezados, etc… recogidos testimonios alucinantes
de hechos a veces contados por otros, casi siempre
vistos y experimentados en carne propia. Hasta la
Guardia Civil levantó un par de atestados hace años
sobre hechos allí ocurridos, con el apéndice de
“fenómeno inexplicable”.
Una vez más lo paranormal en su culmen, para al
final todo ello pasar a segundo término, cuando se
llora de emoción al incidir la luz naranja del
atardecer en la ermita. Un espectáculo soberbio, que
apenas dura unos segundos, el postrero rayo oblicuo
del atardecer, y que quien lo vive ya lo retendrá en la
mente para los restos. Y en el alma.
Hay un momento, al igual que ocurre en las
balconadas de la Catedral de Palencia, a primeros
de junio, sobre los días 5 y 6, en que la tonalidad del
crepúsculo vespertino se torna naranja violeta y
envuelve como en neblina, apenas perceptible, al
círculo que rodea ambas construcciones, la pequeña
ermita de Villella y la imponente balconada de la
Catedral en su cara a la plaza de Cervantes.
Allí todo el misterio se condensa en las piedras, y
hace que la sensibilidad aflore… no se lo pierdan.
Suman cientos las personas que cada año visitan
Villella, y el Cerrato en general, de mi mano. Y los
programas de radio a nivel nacional lo han
pregonado. Grupos de investigadores hasta venidos
de América del Sur, en busca de documentos y
películas sobre avistamientos de luces en el cielo, y
demás abanico de lo misterioso. Y tras desplegar su
parafernalia de cables, cámaras de infrarrojos de
visión nocturna, etc… pronto quedan fascinados
ante la visión del cielo cerrateño.
Incluso me han comentado que ni en la cumbre del
Teide, donde se instala un observatorio astronómico
de gran importancia, se logra una panorámica más
estremecedora y bella del firmamento, como en la
cima de la colina que protege la espalda de la ermita
de Villella.
Son muchos los miradores privilegiados en nuestra
provincia, donde la contaminación lumínica es nula,
pero ninguno tan sobrecogedor como ese, el valle de
Villella.
Y cuando se pasa una noche allí, con esos 360 º de
disfrute de la cúpula nocturna, lo demás queda en
segundo plano.
Allí todo cobra otra dimensión. Anterior al pueblo
desaparecido hubo, en la noche de los tiempos,
asentamientos celtas, romanos, vacceos, y una
extraña proliferación de construcciones religiosas,
formando parte de esa historia que jamás nos han
contado.
Y su presencia, su legado, ha contribuido a que
dicho enclave sea el punto, créanme, más misterioso
del territorio patrio. Son muchos, de todos los
estratos de la sociedad, tanto ricos como pobres,
cultos como sencillos, famosos como anónimos,
quienes pueden dar fe de ello.
---------------
Soy un enamorado de las ermitas, hasta el punto de
que, quizás mi libro mas celebrado, se titula
precisamente “El silencio de las ermitas”. Si bien es
cierto que gozamos de un filón turístico con nuestro
románico prodigioso, no lo es menos que poseemos
una colección de ermitas, docenas y docenas de
ellas, desperdigadas y casi siempre olvidadas a su
suerte, que son un canto a la vida, a la fe sin
tapujos, al misterio y a la belleza.
Como esas que jalonan las riberas de un río
fascinante, el Ucieza, donde también muchas cosas
extrañas han sido registradas por los sofisticados
aparatos de los investigadores que allí he acercado.
Entre Amusco y Villovieco, en pleno Camino de las
Estrellas, Camino de Santiago, el río nos regala una
escena que cualquiera puede disfrutar. El legendario
espíritu de las aguas, aquí más perceptible que
ningún otro sitio.
En las noches de enero y febrero, cuando las
heladas negras, esas que congelan hasta los
suspiros, la luna llena parece emerger del fondo en
los remansos clareados del cauce, no reflejarse
desde el cielo despejado, sino al contrario. Y el
charol plateado de las vías del ferrocarril como
navajas, esperando el paso de los correos nocturnos
a Santander. Es entonces cuando surge un viento
instantáneo de los juncales, acompañado de voces,
aseguran en algunos pueblos de Campos, que
lamentos
de
viejos
peregrinos
que
por
aquí
acabaron sus días.
Si no les asusta el frio polar, disfruten de esa postal,
un paseo por las riberas del Ucieza, junto a la
bellísima ermita de Nuestra Señora de las Fuentes,
en Amusco, y como en San Pelayo, o Villella, el
misterio y el embrujo saldrán a su encuentro en
plena noche, sin duda alguna.
Allí, junto al río, está el enclave más querido por mi,
un lugar donde siempre que puedo acudo, cuando la
nostalgia es tan retorcida, como esas enredaderas
que acaban por ocultar la fachada de una mansión.
A lo que queda de un antiguo cementerio, adosado a
una modesta ermita de la tierra de Campos, un lugar
completamente ignorado, el postrero vestigio de lo
que fue pueblo, y ahora apenas un par de tapias
arrumbadas.
Donde, en el culmen del romanticismo, o de la pena,
vayan ustedes a saber, alguien cinceló un “aquí yace
la señorita xxx que murió de amor a los 19 años” Si,
esa lápida existe, se lo aseguro… y te encoge el
alma. Y lo que no acierto a comprender es como
estando el lugar abandonado, en total colmatación
de maleza y putrefacción orgánica, ese resto de
sobria pizarra siempre permanece despejado, limpio,
hasta casi lustroso si me apuran.
Tan mimetizado en el terruño que, solo estando
encima de los montículos de tierra y cascotes, otrora
tumbas, te das cuenta de que aquello fue un campo
santo. Quizás, solo quizás, el punto más melancólico
de Palencia.
No anunciaré donde está, porque como decimos
aquí, demasiadas liebres he levantado ya. De
hacerlo, pronto quedaría reducido a lugar de visita
por curiosos, y eso hay que evitarlo.
Tan solo un puñadito de amigos, de mi entera
confianza lo han visitado, y me llama la atención, por
afinidad, lo que uno de ellos comentó al llegar, “aquí
ocurre como al entrar de turismo en Ausbich y en los
otros
antiguos
campos
de
concentración
del
holocausto. La gente no habla, se mira y llora porque
si, porque hay tal dolor en el aire, que solo se puede
eso. Llorar y callar.”
Varias veces hemos desplegado los artilugios de
grabación, pero justo antes de apretar el botón de
encendido, es como si en el aire flotara un resonante
“aquí no, aquí no” que nos echa para atrás. No hay
palabras para describir esa sensación… no hay sino
respetar lo que no podemos entender.
Levitan, serenas y cariñosas sobre esa piedra, los
versos del poeta, allí más que en ningún otro lugar,
“nadie podrá contar jamás los granos de arena, las
gotas de lluvia… ni los días del pasado”
--------Por último, antes de cerrar estas palabras, quiero de
nuevo volverme hacia el Sr. Alcalde, y hacia los que
en el futuro asirán el bastón de mando, para hacerle
un ruego.
Verá, la última vez que me he emocionado fue hace
unos días viendo en televisión, unos dibujos
animados de esos entrañables personajes, los
Picapiedra. En ellos, Pedro y Pablo quedaron
dormidos y tuvieron un sueño, algo realmente
tristísimo. Paseaban, ya muy viejos, a duras penas
con sus bastones, por la ciudad donde nacieron,
donde despertaron a la vida con sus juegos, con los
escarceos amorosos, donde criaron a los hijos, y
luego a los hijos de estos.
Se abrazaron gimiendo, no lo conocían, había
crecido de tal forma, que todo era neón, ruido,
rascacielos, desenfreno, etc… No conocían a
ninguno de sus vecinos. Algo, repito, muy triste, que
me impactó.
La nuestra es una ciudad calma, quienes vienen de
mi mano lo ratifican, y quedan enganchados a esas
señas de identidad tan acusadas, al regusto de
capital de provincia, viva, dinámica, joven, pero
estanca, con aroma y poso de historia a las
espaldas, con ese saludar paisanos cada veinte
metros.
Un caminar lento donde siglos y siglos se fusionan
en sus huellas, donde aun se le señalan al forastero
que pregunta las direcciones extendiendo el brazo,
sin necesidad de planos, donde todo queda tres
esquinas más allá, en cinco minutos.
Las obras faraónicas, tal vez sean eso, para los
faraones, y tienen una ubicación muy concreta. Uno
siente pánico ante el discurso de la clase política
actual, de todos los colores, que en eso no hay
distinción,
cuando
se
alardea
de
proyectos
gigantescos a fin de cambiar la fisonomía de las
ciudades.
Progreso si, siempre, y cuanto más mejor, pero
apocalipsis cultural no. En el nombre de la historia y
de los ancestros, y de nuestra esencia. La de
castellanos austeros, sencillos y de fiar.
El hijo siempre debe superar al padre, pero
construyendo desde sus raíces. Renunciar a esos
genes que han forjado tu personalidad acaba,
siempre, por eliminarte.
Conservemos este tesoro que disfrutamos, Palencia,
donde
la
historia
y
el
misterio
se
abrazan,
inmaculada en su alma. Y tratémosla como a esa
mujer hermosa, con un maquillaje discreto que
realce su belleza, sin estridencias, porque sin nos
pasamos de retoques y pintura, ya no será la misma.
Muchas gracias por su asistencia, disfruten de la
fiesta, y sean felices.
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