Artículo escrito por Víctor Fernández, un periodista costarricence

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Artículo escrito por Víctor Fernández, un periodista costarricence
Malditos argentinos: me sacaron las lágrimas
No importa que sea el goleador histórico de Boca, el ídolo, el referente. Cuando de
jugar con la sele se trata, Martín Palermo se la pela.
La anterior es una idea tan compartida como injusta, dado que el rubio veterano hacía
rato que había desaparecido de la albiceleste, castigado tras protagonizar la pelada
más grande de todos los tiempos para un delantero: botar tres penales en un mismo
partido.
Aquel episodio fatídico desterró a Palermo de la selección argentina, por lo que debió
conformarse con sumar goles por docenas con Boca. Ídolo local, sin salir de la
Bombonera.
Luego llegó Maradona al frente del equipo nacional y, como es su costumbre, hizo lo
inaudito, lo insospechado, lo risible: resucitar a Palermo.
En un equipo encabezado por dios en la tierra –Lionel Messi– y con depredadores de
porteros como Milito, Tevez, Higuaín y Agüero, Palermo es una anomalía, un bicho
raro, un antojo, un chiste, un capricho del caprichoso Diego Armando... y en buena
hora que Maradona hace lo que le da la gana.
Mientras que la mayoría de los técnicos en el Mundial africano destellan elegancia,
clase, buen vestir, gusto y decencia, Maradona es un corrientazo, un hincha metido en
un traje entero que se quiere reventar. Con aretes y pelo a la taxista, el Diego es el
entrenador más divertido de la cita, ese al que los aficionados pagan por ver tanto, o
incluso más, que a su equipo.
Maradona llegó a Sudáfrica y disparó tieso y parejo: se cagó en Platini y Pelé; endiosó
más a Messi; humilló a los coreanos con un inesperado taquito; besó y nalgeó a todos
sus pupilos para decir más tarde que a él lo que le gustan son las mujeres, brincó
como un enano... pues es un enano.
Y hoy, con su equipo más que clasificado y sin nada que perder, Diego se salió con la
suya: mandó a llamar a Milito y en su lugar metió a Palermo, sí, al roco de Palermo.
Cuando lo vi entrar a la cancha no pude evitar una risa de satisfacción, involuntaria
pero sincera: ahí estaba jugando, por primera vez en un Mundial, el artillero insigne del
fútbol argentino, el mismo que hasta hoy se pudo quitar de encima el karma que da el
pelársela como sólo él se la ha pelado.
Palermo corrió, la pulseó pero estaba claro que meter un gol era misión imposible para
él y todos sabíamos que ese sería, posiblemente, el único ratico que lo veríamos en
acción en este torneo, dado que los partidos que siguen son como finales y ni alguien
tan chiflado como Maradona metería a un delantero de 35 años en un partido de
octavos o cuartos de final.
Pero Martín ya estaba feliz: para él la noche era completa, pues su equipo ganaba,
pasaba de primero de grupo y al fin se le hizo su debut mundialista.
Y llegó Messi.
Obsesionado con marcar un gol en este Mundial (paciencia, pequeño saltamontes),
Messi tiró por enésima vez en el partido. El portero griego rechazó a como pudo y la
bola, la maldita bola, le quedó al roco, al capricho de Diego, a ese, sí, a ese que
llaman Martín Palermo.
El macho acomodó al otro lado del arquero, con estilo, y aunque sabía que había
anotado desde el momento en que el taco y la bola se juntaron, no celebró sino hasta
que vio la redonda al fondo, en los mecates, allá donde no pudo colocarla tres veces,
hace ya muchos años, por la vía del penal.
Palermo salió corriendo y a mí, sólo frente al tele gigante de la cafetería, se me
vinieron las lágrimas. Mierda, primera vez que se me afloja el menudo viendo un
partido de una sele que no sea Costa Rica. Maldito Palermo, me sacaste las lágrimas.
En el banco, el enano peludo brinca como endemoniado, besa, abraza y toca nalgas...
Maradona se ha salido con la suya y con ese gol de Martín dejó callados, al menos por
hoy, a todos los que lo criticaron –con razón– por ser un entrenador a la Charly García:
alguien que, a pesar de sus atentados contra sí mismo, siempre se las arregla para
sonreír de último.
Antes de que empezara el Mundial africano yo no tenía equipo predilecto. Brasil me
cansa con sus payasadas y el único equipo europeo que me llamaba la atención,
España, está para tragicomedias. Así que hoy me decidí y voy por Argentina, no por
Messi ni por todos los demás magos albicelestes, sino por la Brujita Verón; por el
resucitado Palermo y por el corrientazo de Maradona.
Quiero que al final sean esos rocos argentinos los que alcen la Copa, quiero que la
Brujita se retire como Campeón del Mundo; quiero que Martín pueda rajar que en su
primer Mundial salió por la puerta grande y, por sobre todas las cosas, quiero que el
enano peludo tenga más motivos para basurear a Pelé; para inspirar nuevas y
disparatadas iglesias en su nombre; quiero una nueva generación de niños llamados
Diego Armando... quiero que el entrenador que la Fifa más odia, el que los periodistas
detestan por no seguirles el juego, y el que los entendidos aborrecen sea prueba
viviente de que el más enano puede tener la leyenda más grande.
Víctor Fernández G.
[email protected]
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