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C.I.I.C.A.P.
DERECHO CONSTITUCIONAL
UNIDAD 13
Derecho Constitucional
Unidad 13
Introducción
La Constitución Nacional está dividida en 2 partes:
 La Primera que trata de los derechos, declaraciones y garantías, de los habitantes
(la que ha sido objeto de estudio de las unidades que anteceden), y es conocida
como la “Parte dogmática”;
 Y la Segunda que trata de las “Autoridades de la Nación”, y se de divide en
“Gobierno Federal” y “Gobierno de las Provincias”, y es conocida como la
“Parte orgánica”.
Es decir, ésta segunda parte que a partir de ésta unidad comenzamos a estudiar, trata a
cerca de la organización del Poder del Estado.
Esta parte de la Constitución es la que se ha visto más afectada por la reforma de 1994.
Por ello consideramos necesario efectuar un enfoque preliminar, con anterioridad a la
realización de los comentarios particulares a cada uno de los artículos que la componen.
Realizaremos una comparación entre distintas estructuras democráticas de organización
del poder y su evolución en el tiempo. Además, es de destacar que los signatarios del
acuerdo que puso en movimiento los mecanismos para la reforma entendieron que en
este punto quedaban expresados los grandes ejes que la motivaron.
El nuevo perfil que adquiere así la parte orgánica de la Constitución, conforma para los
signatarios del pacto un sistema. 0 sea que se trata, al decir de estos últimos, de una
suerte de conjunto de elementos intervinculados, de tal modo que resulta imposible el
tratamiento por separado de cada uno de ellos, pues considerados de manera
independiente el sistema en su conjunto correría el grave riesgo de verse afectado en su
coherencia e integridad y hasta aun en su propia existencia.
La parte orgánica de la constitución, a la que asignamos el nombre de “derecho
constitucional del poder”, es la que ordena al poder del estado. Hay que estructurar y
componer los órganos y funciones, y hay que organizar todo el aparato orgánicofuncional que, en sentido lato, llamamos gobierno.
El poder del estado es un poder sobre hombres, un mando de uno o pocos individuos
sobre muchos individuos, que distingue al grupo gobernante de la comunidad
gobernada, en la irreductible realidad dicotómica del mando y la obediencia.
Las formas de gobierno y la democracia
El tratamiento de la forma de gobierno establecida en un país constituye una labor
sumamente delicada, ya que se trata de analizar la manera en que está estructurado el
poder político estatal en ese país. Es decir que lo que está en juego es nada menos que la
organización del poder estatal. La forma de gobierno obraría como un esquema de
reparto, decidiendo quiénes son sus ocupante, cuál es la distribución orgánica, los tipos
de control, entre otras cuestiones.
Las distintas variantes de organización del poder dentro del marco del Estado de
Derecho, encuentran como punto de convergencia a la teoría de la separación de los
poderes que fuera anunciada por Montesquieu y Locke en el Siglo XVIII. Conforme a la
misma, el gobierno debe presentar tres poderes separados e independientes. La
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independencia de los poderes tiene por finalidad principal el logro de un ejercicio
equilibrado y recíprocamente controlado del gobierno de modo de evitar de desbordes
autoritarios.
Ello se ve facilitado por la ingerencia expresa que tiene cada uno de los poderes en la
órbita de los dos restantes, la que obra como un control extraórgano. Este sistema de
frenos y contrapesos ("checks and balances") para la doctrina estadounidense constituye
en el constitucionalismo la base para la organización del gobierno.
La proyección de estos grandes lineamientos sobre las distintas formas de gobierno
históricas y actuales nos permite comprobar que las expresiones democráticas son sólo
dos, al menos en su versión pura. Parlamentarismo y presidencialismo componen la
dupla a la que estamos haciendo alusión. Las diferencias entre ambos se proyectan
básicamente sobre algunos pocos elementos esenciales de la forma de gobierno. Son
ellos: la composición del Poder Ejecutivo, el modo de designación de sus integrantes, la
rigidez o la flexibilidad del término de los mandatos de los 'titulares de los poderes
políticos” y, por último, regirá las relaciones existentes entre estos poderes.
Breve repaso de formas de organización política
Básicamente, desde Aristóteles, se distinguen tres formas de autoridad política, las que
él denominaba formas puras:
 la monarquía, en donde el poder reside en un solo hombre (que a la vez se puede
presentar como monarquía absoluta, constitucional, hereditaria, electiva),
 la aristocracia, en donde el poder reside en un grupo o sector social,
 y la democracia, como el gobierno del pueblo por sí mismo (que puede ser
parlamentaria, presidencialista, etc.).
Las mismas pueden desnaturalizarse y se degeneran en la tiranía, oligarquía o la
demagogia, respectivamente.
También se ha distinguido a la democracia como “forma de gobierno” de los “sistemas
de gobierno”.
Al referirnos a formas de gobierno, la distinción surge según cómo se organizan y
ejercen las funciones ejecutivas del poder estatal. Distinguimos la democracia de la
autocracia, en la que un grupo dominante se autoproclama como titular del ejercicio del
poder, que a la vez puede ser una dinastía, un grupo económico o un grupo militar.
En los “sistemas de gobierno”, entendidos como “la organización del funcionamiento
de los controles y responsabilidades constitucionales relativos al proceso de
orientación política”, se encuentran el sistema parlamentario o el presidencialista
(ver punto “B”).
El Gobierno Argentino
A - la forma de gobierno argentino, antecedentes y análisis del art.
1º de la C.N.
Art. 1º : La Nación Argentina adopta para su gobierno la forma
representativa republicana federal, según la establece la presente
Constitución
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Democracia
La CN hace referencia a la “democracia” como forma de gobierno. No lo hace
expresamente, sino que se refiere a ella al decir que se adopta la forma “representativa”
de gobierno.
La democracia, del griego, demos, 'pueblo' y kratein, 'gobernar', se puede definir como
la forma de gobierno por el que el pueblo de un Estado ejerce su soberanía mediante
cualquier sistema de gobierno que haya decidido establecer1.
También ha sido definida como “el gobierno del pueblo por sí mismo o gobierno de
todos”, “soberanía del pueblo o de la nación”, o como “representación política,
gobierno del pueblo por medio de sus representantes”2.
Encontramos distintas formas de democracia
 Directas: el pueblo reunido (en masa) decide por sí mismo. Es el caso de las
Ciudades históricas de Atenas y Roma: el pueblo deliberaba en las plazas o
asambleas populares y tomaba decisiones.
 Semidirectas: el pueblo en algunos casos y a través de algunos mecanismos,
toma decisiones directamente. Algunos de esos mecanismos son:
o el plesbicito y la consulta popular: el pueblo se expresa cobre la
conveniencia o no de una determinada decisión, a propuesta de su
Gobierno, puede ser vinculante o no vinculante.
o el referéndum: el pueblo tiene la última palabra sobre una determinada
cuestión, por ej. La reforma de la Constitución.
o la iniciativa legislativa: los ciudadanos tienen la facultad de presentar
proyectos de ley para que sean tratados por el parlamento.
o el juicio por jurados: ciudadanos comunes participan en juicios públicos.
 Indirecta: el pueblo elige a sus representantes, por medio del voto popular,
quienes serán los que ocupen cargos en el Gobierno.
En las democracias modernas, entre ellas la nuestra, la autoridad suprema la ejercen en
su mayor parte los representantes elegidos por sufragio popular. En muchos sistemas
democráticos, el electorado elige tanto al titular del poder ejecutivo como al cuerpo
responsable del legislativo.
Algunos sistemas se podrían denominar mixtos, pues conservan el carácter monárquico,
por lo general para la jefatura de estado, y democrática, en donde se eligen los
miembros del parlamento, del que surge el primer ministro, quien ejerce la jefatura del
gobierno y la administración. Éste a su vez designa a su gabinete de ministros o
secretarios. Son los casos de las monarquías constitucionales típicas, como puede ser el
caso de Gran Bretaña, España y Noruega.
La esencia del sistema democrático supone la participación de la población en el
nombramiento de representantes para el ejercicio de los poderes ejecutivo y legislativo
del Estado, independientemente de que éste se rija por un régimen monárquico o
republicano.
El art. 22 CN complementa ésta disposición, y además obliga al Congreso a tipificar el
delito de sedición al decir que “el pueblo no delibera no gobierna sino a través de sus
representantes y autoridades creadas por ésta Constitución. Toda fuerza armada o
1
2
"Democracia", Enciclopedia Microsoft® Encarta® 2000. Microsoft Corporation.
“Derecho Político”, Germán Bidart Campos, Ed. Aguilar, Bs. As. 1962, pp. 400.
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reunión de personas que se atribuya los derechos del pueblo y peticione a nombre de
éste, comete delito de sedición”. El Código Penal pena éste delito en su art. 230.
Respecto al pueblo como depositario de la soberanía, la Corte Suprema de la Nación ha
dicho que “La Constitución reconoce como una de sus bases necesarias y permanentes
que el pueblo es el depositario único de la soberanía y que su voluntad se manifiesta
mediante el sufragio de los electores, y este principio, en cualquier circunstancia, debe
preservarse incólume como garantía de la libertad y el orden”
“La esencia de la democracia se encuentra en el derecho que tienen todos los
ciudadanos de elegir a sus representantes según el sistema previamente establecido en
un proceso electoral libre y sincero”.
Republicana
Explica Quiroga Lavié que somos una “república representativa” porque3:
 a los gobernantes los elige el pueblo por elección: es el caso del Presidente y
Vice, y los legisladores (diputados y senadores), no así a los jueces, que son
elegidos por los otros órganos.
 se asegura la división de poderes (en la Nación, Provincias y Municipios, conf.
Art. 5 CN): Poder ejecutivo, legislativo y judicial. A la vez se prevén
mecanismos de control entre ello:
o el juicio político
o la facultad de vetar las leyes del Congreso que tiene el Presidente
o la declaración de inconstitucionalidad de las leyes, que pueden efectuar
los jueces del Poder judicial.
o Los organismos de control: Auditoria General de la Nación, Defensor del
Pueblo.
 se garantiza la igualdad ante la ley: no hay títulos de nobleza ni privilegios en
razón de la clase social, sangre, etc.
 los funcionarios responden civil, administrativa, ética y penalmente, por sus
actos.
 periodicidad de las funciones: los cargos duran un período determinado, salvo
los jueces, que son vitalicios.
 y los actos de los funcionarios deben ser públicos: se prevén mecanismos de
publicidad, por ejemplo la leyes y decretos son obligatorias una vez publicadas
en el diario oficial, los expedientes son públicos
Éstos son los conocidos principios republicanos.
Federal
Mal enunciado en el art. 1º de la CN el término federal como forma de gobierno, ya que
en realidad estamos en la presencia de una forma de estado. Las más conocidas son:
 los estados unitarios: un territorio con un poder central (ej. Chile, Uruguay)
 los estados federales: varios estados autónomos (no independientes ni
soberanos) forman un estado federal (independiente y soberano). Ej Argentina,
Estados Unidos, Brasil, Alemania, etc.
“Constitución de la Nación Argentina Comentada”, Humberto Quiroga Lavié, Tercera
Edición, Ed. Zavalía, Bs. As. 2000, pp. 13 y ss.
3
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
y las Confederaciones de Estados: varios estados independientes que se unen
para llevar a cabo en común ciertas materias (ej. Defensa, comercio
internacional, etc.) Cada estado miembro tiene el poder de separarse cuando lo
estime oportuno (Ej. En su primer momento, Estados Unidos).
La constitución argentina de 1853/1860 acoge la forma federal de estado. Ella importa
una relación entre el poder y el territorio, en cuanto el poder se descentraliza
políticamente con base física, geográfica o territorial. El federalismo es la forma opuesta
a la unitaria, que centraliza territorialmente al poder del estado.
El federalismo significa una combinación de dos fuerzas: la centrípeta y la centrífuga,
en cuanto compensa en la unidad de un solo estado la pluralidad y la autonomía de
varios. El estado federal se compone de muchos estados miembros (que en nuestro caso
se llaman “provincias”), organizando una dualidad de poderes: el del estado federal, y
tantos locales cuantas unidades políticas lo forman.
Esta dualidad de poderes se triplica cuando tomamos en cuenta que con la reforma de
1994 no es posible dudar de que, dentro de cada provincia, los municipios invisten un
tercer poder, que es el poder municipal, también autónomo; lo atestigua, en respaldo del
viejo art.5º, el actual art.123.
El origen lógico (o la base) de todo estado federal es siempre su constitución. El origen
histórico o cronológico es, en cambio, variable y propio de cada federación; algunas
pueden surgir a posteriori de una confederación; otras, convirtiendo en federal a un
estado unitario.
Nuestro estado federal surge con la constitución histórica de 1853. Se llama República
Argentina, y es un estado nuevo u originario. Sin embargo, histórica y
cronológicamente, nuestro federalismo no fue una creación repentina y meramente
racional del poder constituyente, sino todo lo contrario, una recepción de fuerzas y
factores que condicionaron su realidad sociológica (remisión a la Unidad 3).
B- Régimen parlamentario, presidencialista
caracterización y derecho comparado
y
colegiado:
Una rápida comparación de éstos dos “sistemas de gobierno” arroja el siguiente
panorama:
Presidencialismo
Separación de poderes, concebida de manera tajante, al menos en la teoría
constitucional. El Poder Ejecutivo es unipersonal, y lo ejerce Un Presidente de la
República, quien concentra en su persona las calidades de jefe de Estado y de jefe de
gobierno. Los ministros y secretarios de Estado, según cual sea la terminología que se
utilice en cada Constitución, son meros asistentes del Presidente, quien los designa y
remueve libremente, sin que deba mediar para ello la intervención de ningún otro
órgano. En los sistemas donde existe el Vicepresidente, su presencia en el Poder
Ejecutivo sólo se efectiviza en caso de acefalía (ausencia) permanente o temporaria en
la Presidencia de la República.
Tanto al titular del Poder Ejecutivo como los miembros del Congreso son elegidos de
manera independiente a través del sufragio universal, es decir, como resultado del
pronunciamiento directo de la soberanía popular. El mandato de los ocupantes de ambos
poderes no puede modificarse una vez que ellos han sido electos. Dicho de otra forma,
ni el Congreso, ni el Presidente pueden remover al o a los titulares del otro poder por
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razones de tipo político. La única causal de excepción a esta regla la constituye un
eventual juicio político al Presidente, al Vicepresidente o a los ministros, el que
precisamente, y no obstante la terminología utilizada en Latinoamérica para caracterizar
a su antecedente extranjero, el "impeachment", no puede fundarse en motivos de orden
político.
Parlamentarismo y gobierno colegiado
La composición del Poder Ejecutivo es colegiada y las jefaturas de Estado y de gobierno
se encuentran separadas, quedando la primera a cargo de un presidente o de un monarca
quienes ejercen un poder de tipo simbólico o ritualista, mientras que la segunda recae en
la persona del Primer Ministro quien a su vez preside un Consejo de Ministros. Éste
último órgano compone el "Gobierno" y ello es así dado que todos sus integrantes, son
individual y solidariamente responsables de la gestión gubernamental ante el
Parlamento.
En lo que hace a la relación orgánica, existe una suerte de colaboración entre los
poderes políticos del Estado. Este esquema de relaciones conlleva un proceso de
designación del gobierno en el que participan el jefe de Estado y el Parlamento, pero
que precisa en última instancia de la confianza de este último para gobernar. El
Parlamento es el único órgano cuyos ocupantes son elegidos a través del sufragio del
pueblo. Los mandatos de los miembros de los poderes políticos pueden verse
interrumpidos. En el caso del Parlamento por su disolución antes de la finalización del
plazo para el cual ha sido elegido; en el caso del gobierno por la aprobación de una
moción de censura que provoca el retiro de la confianza parlamentaria.
Desde fines del siglo XVIII y durante todo el siglo XIX, a la aparición de la democracia
le seguiría la adopción de una de estas dos formas de gobierno. Esto fue así, en aquellos
Estados que se iban acogiendo a los principios del constitucionalismo.
Existieron ensayos de otras modalidades como el gobierno de asamblea durante los
tumultuosos años de la Revolución Francesa, pero sólo se consolidarían el
presidencialimo y el parlamenrismo. Curiosamente uno y otro se establecerían en
distintas áreas geográficas. El parlamentarismo de cuño británico, producto de la
evolución de las instituciones inglesas, se asentaría en Europa. El presidencialismo, por
su parte, se instalaría en los Estados Unidos para luego extenderse hasta los más lejanos
confines del continente americano, a medida que las antiguas colonias españolas y
portuguesas se independizaron y accedieron a la democracia.
En el siglo pasado, la práctica llevaría a la existencia de sistemas diferentes según las
características del lugar donde los mismos eran aplicados. Pero si bien en los hechos es
difícil encontrar a cualquiera de las dos formas como un calco de las descripciones
teóricas, en todos los casos se presentan las características más salientes de cada una de
ellas. Por tanto, durante todo el siglo XIX las diferencias entre una forma y otra se
presentaban más como el producto de las diferencias entre el orden político y el orden
jurídico, que como un esfuerzo por elaborar nuevos modelos desde la normativa
constitucional.
Nuestro sistema constitucional adopta el sistema presidencialista.
C – Responsabilidad de los funcionarios públicos
Ya se dijo que éste era uno de los principios de la forma republicana.
La C.N. lo prevé en todo su articulado, y en forma expresa en el art. 36 – leer –
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Los funcionarios, de los 3 poderes del estado, responden por sus actos y mal desempeño
en las funciones que le toca llevar a cabo.
 Responsabilidad Civil: están sujetos a la posibilidad de tener que responder con
su propio patrimonio en caso de haber producido un daño al Estado. Por
supuesto, ésta se determinará en un proceso judicial ante la autoridad
competente.
 Administrativa: es la posibilidad de que los funcionarios y empleados públicos
reciban sanciones administrativas (suspensiones, multas, y hasta la remoción) de
sus cargos ante la existencia de una falta en el ejercicio de sus funciones. Se
establece a través de un sumario.
 Penal: si en el reempeño de sus tareas un funcionarios se involucra en un hecho
ilícito que configure un delito penal, queda sometido a los jueces de la materia y
es susceptible de ser condenado.
 Política: es la responsabilidad que tiene los funcionarios ante los demás órganos
de poder y ante la ciudadanía toda. Los mecanismos que se utilizan son,
principalmente: el juicio político, la moción de censura, y el enjuiciamiento de
magistrados judiciales, como así también la facultad que tienen las cámaras del
congreso para sancionar a sus miembros.
El delito doloso contra el estado
El penúltimo párrafo del art. 36 define como contrario al sistema democrático al grave
delito doloso contra el estado, que conlleve enriquecimiento para quien lo cometa.
La conducta “grave delito doloso” contra el estado requiere que la ley la tipifique,
porque la constitución no lo hace por sí misma, si bien marca como pauta para la
incriminación legal que tal delito ha de aparejar enriquecimiento.
Se deriva también a la ley fijar el tiempo de inhabilitación para ocupar cargos o empleos
públicos, y aquí hay otro parámetro: el congreso debe prever la inhabilitación temporal,
y no puede dejar de adjudicar dicha sanción; le queda a su discreción únicamente la
duración de la misma.
D- Juicio político: causales, procedimientos y efectos
El juicio político es el procedimiento de destitución previsto para que los funcionarios
pasibles de él no continúen en el desempeño de sus cargos.
Se lo denomina juicio “político” porque no es un juicio penal que persiga castigar
(aunque una de sus causales pueda ser delictuosa), sino separar del cargo. Por eso, su
trámite se agota y concluye con la remoción, de donde inferimos que carece de objetivo
y finalidad si el funcionario ya no se halla en ejercicio.
Actualmente el juicio político ha quedado reservado para las magistraturas y cargos
superiores del gobierno federal.
La intervención de cada cámara en nuestro régimen
Estudiamos el juicio político entre las competencias propias de cada cámara porque si
bien intervienen las dos cámaras, cada una lo hace a título de función privativa, y con
alcances distintos; o sea, no concurren —como en la sanción de la ley— a realizar un
acto común, sino que cumplen separadamente un acto especial: una “acusa” y la otra
“juzga”.
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a) La cámara de diputados declara haber lugar a la formación de causa, después de
conocer de la razón que se invoca para el juicio político. Necesita mayoría de dos
terceras partes de los miembros presentes (art. 53).
En la etapa acusatoria que se cumple en la cámara de diputados damos por cierto que,
antes de la decisión que a ella le incumbe, es necesario cumplir y respetar las reglas
básicas del debido proceso. La omisión no quedaría subsanada, a nuestro juicio, por el
hecho de que en la etapa de juzgamiento por el senado se le diera al acusado la
oportunidad de defensa y prueba.
b) El senado juzga en juicio público a los acusados por la cámara de diputados.
Previamente, los senadores prestan juramento para este acto. Para la declaración de
culpabilidad también se exige una mayoría de dos tercios de los miembros presentes
(art. 59).
Los funcionarios enjuiciables
Son pasibles de juicio político, conforme al art. 53:
a) el presidente de la república;
b) el vicepresidente;
c) el jefe de gabinete y los ministros;
d) los miembros de la Corte Suprema. Hasta la reforma de 1994 también lo eran los
jueces de tribunales federales inferiores.
La serie de funcionarios pasibles de juicio político que trae el art. 53 no puede ser
ampliada por ley.
Las causales y la tramitación del juicio político
Las “causas” de responsabilidad —como las denomina el art. 53 constitucional— que
hacen viable la acusación y la destitución son tres:
 mal desempeño;
 delito en el ejercicio de sus funciones;
 crímenes comunes.
Las dos últimas implican la comisión de hechos que el código penal vigente (y a veces
aun la propia constitución: arts. 15, 22, 29, 36 y119) tipifican como delitos; pero el
juzgamiento de los mismos no se efectúa a título de punibilidad o castigo, sino
solamente de separación del cargo. Y tanto que —ya lo dijimos— el castigo ordinario
de tipo penal se deriva, después de la destitución por el senado, a los tribunales
judiciales de acuerdo con la ley.
a) Mal desempeño es lo contrario de “buen” desempeño. La fórmula tiene latitud y
flexibilidad amplias. Mientras los delitos en ejercicio de la función o los crímenes
comunes circunscriben la causa a una figura penal preexistente en la constitución o en la
ley penal, el mal desempeño carece de un marco definitorio previamente establecido.
No está descripto el concepto constitucional de mal desempeño.
Por ello, estimamos que el mal desempeño puede no ser doloso ni culposo, y provenir
—por ej.— de causas ajenas a la voluntad del funcionario. Un presidente que perdiera el
uso de la razón, o padeciera una hemiplejia, y no renunciara o no pudiera renunciar,
sería pasible de juicio político. El hecho de que la constitución hable de responsabilidad,
de acusación y de declaración de culpabilidad no tiene alcance subjetivo, sino objetivo
—e incluso, en casos como los ejemplificados, extraño a la propia voluntad del
imputado—.
Entendemos que el “mal desempeño” no es susceptible de ninguna reglamentación
infraconstitucional, porque normas ajenas a la constitución no pueden delinear la figura
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ni fijarle supuestos configurativos, ya que es el senado el que, de acuerdo a su juicio,
puede y debe valorar por sí mismo si tal o cual conducta implica desempeñarse mal, por
lo que ninguna norma fuera de la constitución puede vincularlo a encuadrar en el mal
desempeño (o a excluir de él) determinados casos.
b) Diferente es la causal penal de “delito” en el ejercicio de las funciones y de
“crímenes” comunes, porque ella necesita la incriminación legal de la conducta (sobre
la base de que no hay delito sin ley previa) lo cual significa que el senado debe moverse
dentro del marco de las figuras del código penal, y que no puede encuadrar la causa
penal del art. 53 de la constitución si le falta aquélla incriminación.
La diferencia con el mal desempeño se hace, por eso, notoria; el mal desempeño no
puede ser definido en una reglamentación legal, en tanto cuando el art. 53 se refiere a
“delito” y “crímenes” remite a conductas que únicamente la ley penal puede convertir
en criminosas y, por ende, para aplicar esta causal penal es indispensable la ley
incriminatoria (salvo para los delitos que tipifica la propia constitución).
Cuando el acusado es el presidente de la república, el senado debe ser presidido por el
presidente de la Corte Suprema, y no por el vicepresidente; la precaución contenida en
el art. 53 obedece a prevenir que el vicepresidente influya en la decisión para suceder en
el cargo al presidente en caso de destitución. Cuando el acusado es el vicepresidente, la
constitución no dice quién preside el senado; normalmente, se pensaría que debería
hacerlo el presidente provisional del senado, pero nos parece que también en este caso,
por razones de cargo e imparcialidad, la presidencia le incumbe al presidente de la Corte
Suprema.
El juicio debe ser público. Se trata de una función jurisdiccional y, por ende, ha de
rodeársela de las garantías de defensa y debido proceso. El fallo debe ser motivado (con
fundamento).
La constitución no prevé la suspensión del funcionario ni después de la acusación por la
cámara de diputados, ni durante el juzgamiento por el senado. Creemos que ni una ni
otro pueden disponerla. El funcionario permanece en la plenitud del ejercicio de sus
funciones —a menos que, tratándose de un ministro o de un juez de la Corte el
presidente de la república o el propio tribunal disponga, en ejercicio del poder
disciplinario, la suspensión a las resultas del juicio político—.
La naturaleza y el procedimiento
Ya dijimos que el juicio político no es un juicio penal, pero la doctrina discrepa en torno
a si es realmente un “juicio” de naturaleza jurisdiccional, o no; es decir, si tiene
naturaleza exclusivamente política.
El vocabulario de la constitución acude en favor de la respuesta afirmativa del carácter
jurisdiccional, porque usa los vocablos “causa”, “juicio (público)”, “fallo”, a más del
verbo “juzgar”. Todo ello en los arts. 53, 59 y 60.
Por cierto que la índole jurisdiccional del juicio político no lo convierte en un proceso
judicial, porque se trata de una actividad jurisdiccional a cargo de un órgano
eminentemente político como es el senado. Por ende, la naturaleza jurisdiccional no riñe
con el carácter político.
Esa naturaleza jurisdiccional hace obligatoria la aplicación de las pautas viscerales del
debido proceso (derecho de defensa, prueba de la culpabilidad, etc.), y así lo tiene
establecido el derecho judicial de la Corte Suprema. Asimismo, la acusación que efectúa
la cámara de diputados ante el senado impide a éste juzgar por hechos no incluidos en
ella, de modo que la vinculatoriedad que para el juicio tiene la acusación es una de las
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razones por las cuales hemos dicho que también en su trámite ante la cámara de
diputados se debe garantizar el derecho de defensa.
La no reiteración de un nuevo procedimiento por los mismos hechos se debe garantizar.
Efecto del fallo del Senado
El fallo del senado no tiene más efecto que “destituir” al acusado (fin principal) y aun
declararle incapaz de ocupar ningún empleo de honor, de confianza, o a sueldo de la
nación (fin accesorio) (art. 60). De tal modo, se puede destituir sin inhabilitar, pero no
inhabilitar sin destituir. Además, para que el senado pueda destituir es necesario que el
acusado esté en ejercicio de su función; si renuncia mientras pende el juicio político —y
la renuncia es aceptada— el juicio político concluye ipso facto por falta de objeto —que
es únicamente removerlo del cargo, y no castigarlo—. Por eso, el art. 60 in fine dispone
que la parte condenada quedará, no obstante, sujeta a acusación, juicio y castigo
conforme a las leyes ante los tribunales ordinarios.
El art. 60 estipula que después de la destitución por juicio político, la parte “condenada”
quedará sujeta a acusación, juicio y castigo conforme a las leyes ante los tribunales
ordinarios. Esto significa claramente que “antes” de la destitución por juicio político, es
imposible someterla a proceso penal ordinario, o lo que es igual, que “mientras” se halla
en ejercicio de su función está exenta de proceso penal. Primero hay que separar a la
persona de su cargo mediante el juicio político, y luego quedan habilitados los jueces
competentes para el correspondiente proceso penal.
El control judicial sobre el juicio político
La CN le da las facultades de acusación y juzgamiento al Congreso, por lo que un
tribunal judicial no puede indagar a cerca de la conveniencia o no de la destitución de
un funcionario. Sólo puede revisar que se hayan respetado las reglas del debido proceso
(garantía de defensa en juicio, motivación del fallo, prueba de los hechos, etc.). Si éste
ha sido violado, puede declarar nulo el procedimiento. La vía es la del recurso
extraordinario ante la Corte Suprema de Justicia de la Nación.
D – Enjuiciamiento de magistrados federales.
El artículo 115 dispone:
“Los jueces de los tribunales inferiores de la Nación serán removidos
por las causales expresadas en el artículo 53, por un jurado de
enjuiciamiento integrado por legisladores, magistrados y abogados de
la matrícula federal.
Su fallo, que será irrecurrible, no tendrá más efecto que destituir al
acusado. Pero la parte condenada quedará no obstante sujeta a
acusación, juicio y castigo conforme a las leyes ante los tribunales
ordinarios.
Corresponderá archivar las actuaciones y, en su caso, reponer al juez
suspendido, si transcurrieren ciento ochenta días contados desde la
decisión de abrir el procedimiento de remoción, sin que haya sido
dictado el fallo.
En la ley especial a que se refiere el artículo 114, se determinará la
integración y procedimiento de este jurado.”
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Esta innovación ofrece cierto paralelismo con el nuevo sistema de designación de los
jueces de tribunales inferiores, porque permite atisbar análoga intencionalidad de
mejorar —“despolitizado”— el régimen de remoción.
El juicio político arbitrado en el texto anterior a la reforma, ahora sólo se mantiene para
destituir a los jueces de la Corte Suprema de Justicia.
El procedimento actual se desdobla: en una primera etapa, el Consejo de la Magistratura
acusa al decidir la apertura del procedimiento —y puede suspender al juez—; en la
segunda etapa, interviene el jurado de enjuiciamiento, que puede remover, o no. Se trata
de una relación entre dos órganos —Consejo y jurado— que forman parte —ambos—
del poder judicial, por lo que cabe calificar a esa relación como intraórgano.
El art. 115 solamente esboza en su párrafo primero la integración de los jurados de
enjuiciamiento con una triple composición: legisladores, magistrados y abogados de la
matrícula federal. La ley ha de reglamentar el modo concreto de integración del jurado,
y el procedimiento a seguir por él para la remoción de los jueces.
El segundo párrafo asevera drásticamente que su fallo será irrecurrible, y no tendrá más
efecto que el destitutorio. Se ha suprimido la “accesoria” que estaba incorporada al
anterior art. 52, y que consistía en la posible imposición por el senado de la
inhabilitación, declarando al juez removido como incapaz de ocupar empleo de honor,
de confianza, o a sueldo del estado.
En lo demás, la norma actual mantiene la previsión del anterior art. 52 para el
sometimiento eventual del destituido al proceso penal ordinario.
El plazo para juzgar
El art. 115 contiene otra previsión institucionalmente importante. A contar desde la
decisión que dispone abrir el procedimiento de enjuiciamiento, el jurado tiene ciento
ochenta días para dictar su fallo. Si en ese lapso no lo hace, deben archivarse las
actuaciones y, en su caso, hay que reponer al juez suspendido.
Es un buen dispositivo de celeridad, para urgir al jurado, porque la naturaleza del
enjuiciamiento político no admite dilaciones, no sólo en cuanto está comprometido el
aspecto personal o subjetivo del magistrado sujeto a dicho enjuiciamiento, sino también
en razón de hallarse en juego el funcionamiento institucional del poder judicial.
Dos consecuencias derivan del vencimiento del plazo: a) una el archivo de las
actuaciones; b) otra, la reposición del juez que se encontraba suspendido durante el
trámite de su enjuiciamiento.
El archivo de las actuaciones y su efecto
Si pasan ciento ochenta días sin que se haya fallado la causa, las actuaciones se
archivan. Esto significa que, al haberse agotado la competencia del jurado, la misma
cuestión ya no podrá renovarse o reabrirse en el futuro. Es algo así como un efecto de
cosa juzgada.
Este efecto, sumado a la reposición del juez que pudo haber estado suspendido durante
el enjuiciamiento, muestra claramente que, de ahí en más, es inviable someterlo a otro
ulterior por la misma conducta.
La reposición del juez suspendido
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DERECHO CONSTITUCIONAL
UNIDAD 13
El vencimiento del plazo para juzgar y el consiguiente archivo de las actuaciones hacen
procedente la reposición del juez cuando, en la instancia de apertura del procedimiento
enjuiciador, fue suspendido por el Consejo de la Magistratura.
Los dudosos interrogantes planteados nos animan a contestar así: como el juzgamiento
le está deparado al jurado, cuando caduca el término temporal en que necesariamente
debe expedirse y no lo hace, es el mismo jurado el que ha de archivar las actuaciones y,
juntamente con el archivo, resolver la reposición.
No obstante, ¿qué ocurre si el juez suspendido no es re-puesto? ¿A qué órgano debe el
juez requerir su reposición? En caso de admitirse —como es nuestra opinión— que el
que debe reponerlo es el jurado, ha de solicitarla a él. Si no obtuviera satisfacción, o no
se le diera inmediata respuesta favorable, sería viable suponer que le ha de quedar
expedito el acceso al Consejo de la Magistratura, por haber sido este órgano el autor de
la suspensión que el jurado se ha negado a dejar sin efecto.
Por fin, es muy probable que —además— nos hallemos ante una hipótesis configurativa
de cuestión constitucional justiciable y, de ser así, que la instancia final esté abierta por
recurso extraordinario ante la Corte Suprema.
El fallo irrecurrible
Nos queda la irrecurribilidad del fallo destitutorio. La norma lo enuncia tajantemente, y
hay que aventurar una opinión sobre su alcance.
Hasta promediar la década de los años ochenta, la Corte siempre consideró que el fallo
destitutorio del senado —y los equivalentes emanados de órganos diversos en
jurisdicción de las provincias— no podían ser sometidos a revisión de ella mediante
recurso extraordinario.
La jurisprudencia de la Corte cambió diametralmente después, y en los últimos diez
años ha admitido y reafirmado el posible sometimiento de los fallos destitutorios —
tanto los dictados en sede federal como en el ámbito provincial— a revisión y control
del poder judicial. Esta recurribilidad se limita a verificar si en el procedimiento de
enjuiciamiento se respetó o se violó el debido proceso a que debe atenerse, a fin de
preservar las garantías emergentes de la constitución federal. Pero no alcanza para que
el tribunal judicial revea el criterio que el órgano de enjuiciamiento político ha
empleado en el encuadre que de las conductas imputadas al funcionario acusado ha
hecho aquel órgano para tener por configuradas una o más causales de destitución.
El sentido de la irrecurribilidad
Se torna complicado afrontar el sentido y alcance de la norma que estipula
enfáticamente la irrecurribilidad.
Si se la interpreta literalmente, no hay duda de que entra en pugna con el derecho
judicial de la Corte Suprema, que aceptó la revisión judicial cuando el anterior art. 52
omitía definir el punto.
En tal caso, es razonable suponer que una vez incorporada la admisibilidad de aquella
revisión por la jurisprudencia de la Corte en el derecho constitucional material, hay que
dar por cierto que nos hallamos ante un requisito constitucional inalterable e inamovible
del sistema garantista, que ni siquiera una reforma de la constitución puede desconocer,
so pena de violar un principio fundamental del sistema axiológico de la misma
constitución.
Tal es nuestro punto de vista, por lo que a la irrecurribilidad que impone el art. 115 le
asignamos únicamente el mismo sentido que la Corte fijó en el caso “Nicosia”: escapa a
la competencia judicial el encuadre y la valoración que el jurado hace de las conductas
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que toma de base para la remoción, y la decisión misma de remover; pero sigue siendo
revisable todo lo que atañe a la competencia del órgano y las formalidades de su
ejercicio, así como a las garantías del enjuiciado en orden al debido proceso y el
derecho de defensa..
Este principio no ha desaparecido ni decaído con la reforma, y hace parte de las
implicitudes más valiosas de la constitución. Y ello porque un adjetivo (“irrecurrible”),
por más que esté incorporado a la constitución, carece de fuerza para oponerse al
arsenal principista-valorativo en que ella se apoya.
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