boletin obrero1

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BOLETIN OBRERO
Órgano de prensa del grupo Batalla Marxista
(Primer número-Segunda época)
Julio 2010
valor: 4 pesos
Sumario: Editorial - Esbozo programático - Situación nacionalCrisis de la Eurozona – Apuntes sobre la LES.
HUELGA GENERAL EN GRECIA
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EDITORIAL
El número 1 de Boletín Obrero ‘Segunda Edición’ que presentamos al lector, señala el intento
de dar continuidad teórica, programática, política y militante a la labor que diversos compañeros
venimos desempeñando desde hace décadas. Como en toda tarea de largo aliento, muchos
quedan en el camino, algunos perseveran y otros nuevos se incorporan. Lo importante no son
los individuos, sino, la lucha que aporta a forjar la independencia política y organizativa de la
clase obrera en el terreno nacional e internacional. Encabezamos este periódico con el esbozo
programático adoptado por nuestro grupo, cuya versión inicial venimos difundiendo desde hace
varios años. Volvemos a publicarlo en su espíritu originario, no como un documento acabado o
definitivo (lejos está de serlo) sino como una propuesta para la discusión y la orientación de las
acciones políticas de los revolucionarios.
En segunda instancia, presentamos un primer aporte analítico sobre la ‘Crisis Europea’, a
sabiendas que esta se enmarca en un proceso más extenso y de larga data que afecta al
capitalismo globalizado. Si bien no es posible resumirlo en el corto espacio de este editorial,
podemos decir que la recesión de los países centrales disparada por el colapso inmobiliario
estadounidense vuelve a poner sobre el tapete la necesidad de explicar las causas y perspectivas
de la crisis. Los enfoques más superficiales centran la cuestión en los problemas derivados de la
expansión sin límite de los activos financieros, dando por asentado que la dinámica de la
economía real, esencialmente sana, retomará su curso vigoroso una vez purgada la
‘intoxicación’ de activos devaluados que se hallan en circulación. Aún si admitiéramos esta
proposición, la licuación de una masa de derivados financieros que representa, en estimaciones
fiables, 14 veces el PBI mundial, difícilmente –como ya lo están demostrando los hechos- no
afectaría la economía real con consecuencias sociales y políticas devastadoras. Pero existe otra
teoría explicativa que intenta una mirada más profunda sobre la ‘lógica del capital’. Es la mirada
de la teoría económica marxista. En primer lugar, es menester recordar que el marxismo no
descarta la posibilidad de crisis puramente financieras. Pero una crisis con las dimensiones de la
que enfrentamos, no puede ser explicada exclusivamente en sus propios términos.
Inevitablemente remite al problema de la erosión de la tasa de ganancia, frente a la cual la
hipertrofia de los mecanismos financieros es solo una manifestación de ‘fuga hacia delante’.
Establecer si los orígenes remotos de esta caída tendencial en la tasa de ganancia datan de
principios de los setenta del siglo pasado (Inaugurando una crisis estructural larga) o son más
cercanos en el tiempo, con un interregno de moderado crecimiento, es una controvertida tarea
para especialistas, pero resulta innegable que los países centrales enfrentan un debilitamiento en
la tasa de ganancia desde antes del estallido financiero.1 El pronóstico sigue siendo dual: Una
etapa de contracción generalizada (depresión) con consecuencias devastadoras o un escenario
más matizado, de crisis sucesivas que logren eludir el derrumbe global, cuyas consecuencias
acumulativas también serán desastrosas. Como es de esperar, la crisis traerá aparejada un
incremento de las pujas intercapitalistas, traducida en una agudización de las tendencias bélicas
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El derrumbe en cadena de los estados donde el capitalismo había sido expropiado y el desarrollo
capitalista avanzado en países como la India y China aportaron una gigantesca fuente de fuerza laboral
barata (unos 400 millones de nuevos asalariados) contribuyendo a un incremento de la masa de plusvalía
a disposición de los grandes conglomerados capitalistas internacionales. Este hecho parece estar en la
base de la recuperación de la tasa de ganancia que se manifiesta desde mediados de los noventa hasta
entrados los primeros años del siglo. Pero la hipertrofia financiera que la acompaña como la sombra al
cuerpo, nos habla a las claras de las limitaciones estructurales de una recuperación que se manifiesta
impotente para sostener la masa de capital ficticio generada. El derrumbe estrepitoso de este edificio de
papeles sin valor reactúa sobre la economía real deprimiéndola aún más. La consecuencia directa es el
salvataje del capital financiero por los estados, que solo traslada el problema sin solucionarlo, augurando
grandes crisis fiscales como las que ya estamos asistiendo en Europa. El rol de los estados consistirá en
impulsar nuevas rondas de desvalorización de la fuerza de trabajo para valorizar el capital. En otras
palabras, un ataque furioso sobre los salarios y las condiciones de trabajo para aumentar las cuotas de
plusvalía extraída. Al mismo tiempo, un recorte drástico de los gastos improductivos (salud-educación y
otros beneficios sociales) para subsidiar al capital y promover su ulterior recuperación.
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y un aumento de la resistencia de los explotados a comportarse como variable de ajuste y carne
de cañón. El cualquier caso, se descarta la hipótesis del ‘derrumbe final’ tan cara las
organizaciones catastrofistas que abundan en nuestro medio. El capitalismo nunca colapsará
como consecuencia de factores económicos. De no mediar la intervención de una clase
trabajadora revolucionaria, el capitalismo subsistirá y reanudará un crecimiento proporcional a
la devastación previa. No obstante, ningún trabajador en su sano juicio debe doblegarse
ante una propuesta cuyo costo no puede ser otro que sangre y plusvalor. La crisis es
oportunidad para la revolución, y de la capacidad de los explotados para insurreccionarse
y dotarse de una ideología emancipadora depende su resolución progresiva.
En tercer lugar, encontramos en este periódico una nota sobre situación nacional cuyo objetivo
principal es poner en contexto de realidad el ‘modelo productivo’ ponderado por el gobierno K
y resaltar el contenido mixtificador de la propaganda oficialista acerca de sus actos
‘izquierdistas’ que a gatas llegan al rasero de un populismo peronista devaluado. Ponemos de
manifiesto, además, la necesidad de apuntar a la formación una corriente marxista en el
movimiento obrero, especialmente con el nuevo activismo antiburocrático que viene surgiendo,
sin dejar de señalar los problemas endémicos y crónicos que enfrenta la tarea. Sin banderías
partidistas ni pretensiones autoproclamativas, es necesario ayudar a que el joven activismo,
menos contaminado por los prejuicios del pasado, aunque desconfiado hacia las prácticas
aparatistas de siempre, se autoorganice y eleve su politización. En ello estriba la posibilidad de
que los combates por venir sean cada vez más fuertes y representativos de la independencia de
clase que se necesita. La tarea fundamental que tenemos por delante, junto a miles de
compañeros que buscan una salida revolucionaria para la agobiante situación que vivimos, hoy
no pasa por dirigir los combates de un proletariado revolucionario. Pese al exitismo afiebrado y
mecanicista que impera en numerosos análisis de organizaciones de izquierda, la clase
trabajadora no se propone objetivos revolucionarios. Si bien manifiesta cíclicamente estallidos
frente al ataque en toda la línea de las patronales y sus estados, no logra desembarazarse del
pesado lastre de las derrotas sufridas y de los mecanismos de adaptación que la contaminan. Es
que la crisis ya no se concentra exclusivamente en la dirección, afecta la conciencia misma del
proletariado. En efecto, la conciencia colectiva de la clase obrera ha sido moldeada por décadas
de conciliación de clases lo que ha derivado en una ruptura de grandes proporciones con su
pasado histórico y con la ideología representativa de su liberación: el marxismo. De resultas, el
horizonte que vislumbran millones de trabajadores no supera los límites de la adaptación al
capitalismo del que se busca solamente eludir sus episodios más calamitosos y ‘disfrutar’ de los
intervalos de paz social en que la soga aprieta pero no ahorca. Mas el porvenir nos depara
nuevas vueltas de tuerca y el ajuste desatará resistencia. Es en esas luchas de resistencia, esa
guerrilla que ora se manifiesta sorda y atomizada, ora vira al ‘estallido social’, donde está la
oportunidad para desarrollar una nueva conciencia y una nueva organización de los
trabajadores. Es allí, donde, junto a miles de revolucionarios dispersos por el mundo, queremos,
al alcance de nuestras fuerzas, presentar batalla para que, una vez más, se abra paso la
revolución.
Por último, presentamos al lector un aporte acerca de la lucha contra la Ley Federal de
Educación Superior.
QUIENES SOMOS- QUE QUEREMOS
(Esbozo programático)
EL PROBLEMA DEL SUJETO SOCIAL
El carácter de la revolución que nos proponemos deriva necesariamente de los intereses sociales
que representa. Cuando decimos que queremos hacer una revolución socialista, en Argentina y
el mundo, hacemos algo más que proponer un difuso cambio social. El socialismo es una
concepción científica de la transformación social, cuya esencia fue brillantemente sintetizada
por Carlos Marx hace más de un siglo. Esta doctrina enseña que el sistema social vigente, el
capitalismo, solo puede ser negado progresivamente, por una fuerza antagónica que este mismo
engendra en su desarrollo: El proletariado.
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Esta verdad incuestionable, quiso ser tergiversada de múltiples maneras. Se ha dicho que el
campesinado puede sustituir al proletariado en el rol de sujeto revolucionario2 También se ha
dicho que el proletariado tiende a desaparecer, recreado en nuevas clases medias. Actualmente
está en boga la teoría de que las enormes masas desocupadas, que procrea la crisis capitalista a
cada paso, substituyen al proletariado en su rol de enterrador revolucionario del capitalismo.
Los hechos demuestran lo contrario.
Las masas asalariadas han tendido a crecer en la historia, llegando a su punto más alto, como
fracción de la sociedad, en el momento actual. A principios del siglo XX, sobre una población
mundial de 1000 millones de habitantes, las masas asalariadas solo alcanzaban los 50 millones.
En la actualidad, sobre una población mundial de 6.000 millones la clase trabajadora supera los
2.000 millones¡ El proletariado, entendido como el conjunto de la clase trabajadora, ocupada y
desocupada, fue y sigue siendo, la única fuerza revolucionaria capaz de negar de raíz esta
sociedad.
En el marco nacional, muchas corrientes políticas y sociales cuestionan este hecho
incontrovertible, o lo disfrazan de mil maneras, para investir al desocupado del rol de
vanguardia social.
Se equivocan. Los trabajadores desocupados pueden comportarse como una vanguardia
circunstancial , y ninguna organización que se diga revolucionaria, podría mirar con
menosprecio los esfuerzos gigantescos de lucha y organización que amplias corrientes de
desocupados vienen realizando hasta el presente, o eludir construirse en el movimiento.
Pero los desocupados no deben ser erigidos en vanguardia histórica, no deben ser convertidos en
un ‘nuevo sujeto social’. Sin el concurso activo de la clase obrera vinculada a la producción y
distribución capitalista, la revolución socialista es teórica y prácticamente imposible.
Nuestra meta, es la creación de conciencia y organización revolucionaria en todo el
movimiento obrero, en especial la clase obrera activa, que, objetivamente, tiene en sus manos la
facultad de parar la producción y desestabilizar las bases de toda la sociedad capitalista.
Esta última, sigue siendo la tarea central de la época.
EL PROBLEMA DEL PARTIDO
La revolución que perseguimos es un cambio eminentemente político, con consecuencias
sociales y económicas.
En el pasado, la burguesía edificó largamente las bases para su poder en nuevas relaciones de
producción y cambio que se potenciaban sin cesar en la esfera económica. Al mismo tiempo,
fue creando las instituciones que serían sustento de su propio poder. Cuando las condiciones
estuvieron maduras, en algunos casos se montó en la insurrección popular contra la aristocracia,
para apoderarse de los frutos de la victoria, en otros, solo reformó el viejo estado para adecuarlo
a sus propios fines 3
Distinto es el caso del proletariado. La clase obrera no puede estructurar nuevas relaciones
económicas y sociales sin quebrar la coraza política que defiende al sistema capitalista.
Sí puede crear lazos de solidaridad proletaria, que se comporten como puntos de apoyo en la
larga marcha hacia la emancipación de clase. Pero, para perforar la losa que oprime al
proletariado, este requiere de una herramienta precisa: su propio partido de clase. Este puede y
debe crearse bajo la explotación capitalista, para, luego de una etapa de acumulación de fuerza,
irrumpir contra el poder burgués al frente de un poderoso movimiento de masas.
La misma palabra partido nos está señalando la necesidad de dividir aguas. Por un lado el
partido agrupa a los millones de trabajadores dispersos en pos de un objetivo común: la
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Esto no significa negar el papel revolucionario del campesinado bajo la orientación programática de la
clase obrera.
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Para algunos autores las llamadas ‘revoluciones burguesas’ fueron un proceso de reforma en todos los
casos. El más notorio ejemplo sería el de la propia Revolución Francesa en que, si bien el régimen
señorial es derribado, no existe una clase burguesa en condiciones de apropiarse del poder ‘ipso facto’
hecho que acontece mucho después como consecuencia de un proceso de transformaciones económicas y
políticas de las cuales la revolución de 1789 es solo el exordio.
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revolución socialista, único camino hacia la libertad, para la clase obrera y para la humanidad
toda. Por otro, divide al proletariado de los intereses e injerencias de la clase explotadora.
Quien dice independencia de clase, debe decir partido; debe decir una clase trabajadora que ha
cobrado conciencia de sus intereses y que se ha organizado para la lucha política. Con ello no
negamos la posibilidad de que formaciones sindicales, sociales o hasta culturales expresen una
aproximación a la independencia de clase, o, en momentos especialmente revolucionarios,
puedan jugar un papel muy cercano al partido, sin llegar nunca a substituirlo.
La experiencia nos demuestra que la organización de una clase no implica una generalizada, y
mucho menos igual, incorporación de las masas al partido revolucionario del proletariado. La
conciencia y el compromiso militante se concentran en una avanzada, una vanguardia política,
que, sintetiza la teoría revolucionaria y los más abnegados y valientes luchadores populares;
que es destacamento directivo y primera fila de combate del proletariado.
Pero la vanguardia no se autoproclama. Es una permanente construcción y el subproducto de
una constante lucha, tanto contra los aparatos políticos y sindicales frenadores que la burguesía
recrea sin cesar, como contra las falsas conciencias que la sociedad burguesa y su máquina de
propaganda instilan en los trabajadores. El partido revolucionario surge solamente de una lucha
inclaudicable en dos planos: conciencia y dirección de la clase obrera, que, son caras
inseparables de una misma moneda.
El partido revolucionario es por fuerza una organización conspirativa.
Resulta imposible construirse contra un enemigo infinitamente más poderoso en medios
materiales, cuyo brazo represivo siempre pende amenazante contra los revolucionarios, tanto
bajo la dictadura militar, como bajo la dictadura democrática de los capitalistas, si no se apela al
arte de la conspiración. Ello no significa una organización que sea absolutamente clandestina a
los mejores y más honestos luchadores populares, ni a las masas, sino, un ‘estado mayor’
firmemente inserto en ellas a través de correas de transmisión, de organizaciones intermedias,
sociales, sindicales, democráticas, que articulen el núcleo político, con los trabajadores, en los
barrios, en las fábricas, en las universidades y llegado el caso, en el propio parlamento de la
burguesía. Para esto ultimo, el partido proletario puede dotarse de un aparato de superficie
que utilice tácticamente las condiciones de legalidad que, en ocasiones, y a veces en lapsos muy
prolongados, otorga la burguesía cuando las condiciones para su dominación no se ven
amenazadas.
En el polo opuesto a la legalidad, todo partido proletario que se precie de tal, construye un
dispositivo de autodefensa, que, en condiciones dadas, puede operar como destacamento de
choque contra las bandas armadas de la burguesía, o constituirse en base para impulsar los
comités militares de una insurrección.
Lo importante, en todo momento, es no confundir la cáscara con la pepita. La formación de un
dispositivo legal, entendido como una vertiente destinada a la lucha parlamentaria, no debe
confundirse, y mucho menos subsumir al partido proletario. No debe ser un ‘partido legal’ que
esterilice al partido revolucionario, como ocurre en muchas organizaciones de izquierda
conocidas, que terminan siendo amorfos aparatos legalistas. No queremos un dispositivo legal,
cuya agitación no esté en consonancia con la política revolucionaria del partido. Queremos un
aparato legal que lleve la política revolucionaria, incluso a la cloaca del parlamento, para usarla
como caja de resonancia hacia los trabajadores. En razón a las condiciones políticas de cada
momento, la agitación del aparato legal solo podrá apartarse en su forma de la propaganda
del partido, nunca en su contenido y siempre y cuando las ‘formas’ no afecten cuestiones de
principio.
Al poder jamás se llegará a través de una acción legal, sino, por medio de la revolución
proletaria. Es un deber de los revolucionarios proclamar abiertamente esta verdad,
incluso en el parlamento.
En otro plano, si bien estamos a favor de las formación de un dispositivo militar de autodefensa,
tomamos distancia de toda concepción militarista de la revolución. El partido revolucionario
llegará al poder al frente de organizaciones de lucha de las masas y en base al armamento
generalizado del proletariado, no del accionar heroico de un puñado de combatientes. La
división fundamental no pasará entre una organización clandestina de combatientes y un aparato
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político adaptado a la legalidad burguesa, sino que, tanto el dispositivo militar, como el
parlamentario, serán herramientas colaterales subordinadas al núcleo político del partido.
En algunas experiencias del pasado, la acción militar del ‘núcleo de acero’ se ha condimentado
con una agitación reformista, es decir de conciliación de clases, dando lugar a una impropia
combinación: el reformismo armado.
El exterminio de una generación de revolucionarios latinoamericanos fue testigo de la ferocidad
con que el régimen burgués masacró a miles de abnegados y valientes luchadores populares que
tomaron las armas para enfrentarlo, pero también del fracaso de una concepción elitista que en
su propio tiempo combatió Lenin.
Estas son enseñanzas cardinales del bolchevismo. La guerra es una forma de lucha de clases, no
al inverso. La guerra, incluida la guerra de clases antagónicas, sigue siendo la continuación de la
política por otros medios. El ejército del proletariado es su organización revolucionaria con
influencia de masas, no un dispositivo militar que las substituya. En el polo opuesto, la acción
‘legal’ no implica oportunismo político. No importa cuanto mintamos al estado, lo importante es
decir la verdad a los trabajadores. El dispositivo legal de una organización revolucionaria
siempre está al borde de la proscripción. Si obtiene parlamentarios, estos siempre están bajo la
amenaza del desafuero. Contra este, se moverá tácticamente, pero la táctica nunca significará la
capitulación.
Este modo de desarrollar el trabajo legal ha sido profundamente desfigurado en el pasado. La
acción legal ha sido convertida en legalista. Ha sido convertida en adaptación a la legalidad, en
mensaje conciliacionista hacia los trabajadores, sobremanera, sembrando la idea falsa que un
cambio radical en la sociedad puede provenir de una salida electoral y no de la acción
extraparlamentaria de las masas. Es que el reconocimiento legal implica profundas tentaciones
económicas para los aparatos de muchas organizaciones. La participación electoral termina
siendo concebida solo como un excelente negocio destinado a fortalecer las arcas partidarias
que parasitan las direcciones burocráticas enquistadas. Desarrollar un trabajo legal, es
exactamente lo opuesto. Los beneficios económicos, para ponerlos realmente al servicio de la
revolución, son solo un accesorio de la finalidad que perseguimos, que, no puede ser otra que
atraer a los trabajadores hacia una salida revolucionaria.
EL PROBLEMA DE LAS TENDENCIAS DEL CAPITALISMO
Desde principios de siglo, los revolucionarios se trabaron en arduo debate acerca del porvenir
del capitalismo. De un lado se colocaron quienes sostenían que las contradicciones del mismo
tenderían a atenuarse hasta desaparecer. En consecuencia, se hicieron reformistas, es decir
mendigos de las dádivas que la clase dominante concediese ‘democráticamente’ a las clases
oprimidas.
De otro, se pararon quienes sostenían que las contradicciones, lejos de atenuarse, se
potenciarían a tal grado, que el choque entre las clases se haría irrefrenable, conduciendo a la
guerra y a la revolución. En consecuencia postularon la necesidad de derribar al capitalismo.
Basta mirar la historia para advertir quien tuvo razón en el diagnóstico. La historia del siglo XX
está tapizada de miles de guerras y más de un centenar de revoluciones, enancadas en crisis
económicas, cada vez más profundas y devastadoras.
Sin embargo, ni el capitalismo ha colapsado, ni la revolución proletaria a logrado sostenerse en
ningún punto del globo. El capitalismo ha logrado sobrevivirse a si mismo. ¿Por qué?
Hay varias razones fundamentales, ligadas indisolublemente entre si.
En primer lugar, si bien la crisis económica, es una manifestación inmanente en el desarrollo
histórico del capitalismo, no resume su existencia. Contrariamente al pensamiento catastrofista,
acumulación y crisis, son el movimiento perpetuo del péndulo capitalista. Así será, hasta
que la intervención consciente del proletariado no ponga fin a la anarquía de la producción
burguesa. No basta que en el momento de la crisis, la burguesía se encuentre al pié de un
barranco mortal. Es preciso empujarla a el. Caso contrario, la propia crisis, abrirá los cauces
para la recuperación de sus fuerzas languidecientes, mediante la incineración de colosales
magnitudes de valor en los cracks y las guerras, concentración abigarrada de capitales, y, sobre
todo, transferencia en masa de valor, del trabajo al capital. En paralelo, en esos momentos de
peligro límite, la clase dominante concentrará al máximo sus medios de opresión, su astucia,
persuasión, engaño, corrupción y violencia desembozada. Si la clase de vanguardia, el
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proletariado, no brinda una salida a la humanidad toda, la burguesía la dará sobre las cabezas de
los trabajadores, vertiendo ríos de sangre, con la guerra y la contrarrevolución.
No admitimos que el sistema capitalista imperialista atraviesa una larga crisis ‘sin salida’,
inaugurada, para algunos, con la Primer guerra mundial.4 Por el contrario, la historia del siglo
XX-XXI muestra periodos de febril desarrollo que alcanzaron su culminación en el crecimiento
mundial posterior a la Segunda guerra. Por supuesto que este desarrollo contó con profundas
desigualdades de un país a otro, e incluso, mientras algunas áreas crecieron en forma
desproporcionada, otras se desbarrancaron en términos absolutos. Pero la resultante fue un
crecimiento general sin parangón. Precisamente este crecimiento es el que ha dado lugar a la
larga crisis que atravesamos desde mediados de los setenta, salpicada de recesiones, depresiones
y cracks, y sobremanera, en el último periodo, crisis financieras y bursátiles, que, lejos de
mostrar un horizonte de calma, siguen anunciando un luctuoso final. No es casual que cada uno
de estos episodios de ruptura se haya asociado a poderosas movilizaciones sociales, y que haya
brindado, en muchos casos, una aproximación hacia la oportunidad revolucionaria.... pero tan
solo una aproximación. La crisis, es condición necesaria, aunque no suficiente, para la
revolución. Tampoco es casual que, en las especificas condiciones en que surgieron situaciones
revolucionarias objetivas, estas no hayan contado con un partido marxista con influencia de
masa. Aquí interviene la segunda gran razón de la subsistencia del capitalismo: La clase
trabajadora experimenta un retroceso histórico en sus caudales de conciencia y organización
revolucionaria. En esto consiste la paradoja de la última postguerra mundial. Mientras las
premisas económicas para la revolución alcanzan su más alto grado, las premisas
subjetivas, es decir, la conciencia y organización revolucionaria del proletariado se
reducen a una mínima expresión.
Esta situación no tiene nada de casual. Es el resultado de la larga ronda de derrotas inflingidas al
proletariado, desde fines de los veinte. La derrota de la Revolución Húngara. El fracaso del
levantamiento del proletariado alemán, que aislaron a la naciente Unión de Repúblicas
Socialistas Soviéticas y fomentaron el ascenso al poder de la camarilla estalinista enterradora de
los ideales de Octubre, cuyo nefasto rol seguidista al nacionalismo burgués y pequeñoburgués
descarriló un sinnúmero de insurrecciones obreras, empezando por la Comuna de Shangai, cuyo
triunfo habría ampliado el palenque de la revolución al país más poblado de la tierra, o bloqueó
el desarrollo de infinitos levantamientos populares en las puertas del estado y la propiedad
privada capitalista. La acumulación de derrotas, entre las cuales resaltan la restauración del
capitalismo en el Este Europeo, la URSS, Yugoslavia, China, ha determinado una crisis que no
afecta solo a su dirección sino al proletariado mismo que asistió impávido al derrumbe de los
paradigmas socialistas y de la cual solo comenzó a recuperarse muy lentamente.
Contradictoriamente, mientras la crisis no haya dado paso a un nuevo periodo de acumulación
global sostenida, cuestión que se dirimirá en la arena de la guerra de reparto y la esclavización
de los trabajadores del mundo, sendas ‘oportunidades revolucionarias’ serán enteramente
posibles. Es el porvenir para el que debemos prepararnos sin ilusiones inmediatistas. Es el
medio en el que acopiaremos fuerza. Largos periodos de acumulación, como el que hoy
atraviesa el país, que nada tiene que ver con las ‘crisis inminentes’ que augura la izquierda
vocinglera, acompañados de una recreación de las expectativas populares, que darán paso a
nuevos cataclismos económicos, sujetos al vórtice de la economía global, incidentes en el
equilibrio de las clases y su accionar.
No podremos crear la crisis a voluntad, tampoco posponerla hasta el momento conveniente. Si
podemos luchar por elevar la conciencia y organización proletaria. ¿Cómo? Dando batalla en el
plano de la ideología, de la política y de las reivindicaciones vitales de la clase. Mediante este
ataque múltiple, ‘concéntrico’ al decir de Engels, iremos forjando, en conjunción con otros
grupos proletarios y luchadores populares, la vanguardia que necesitamos. Que la clase obrera
necesita para tomar el poder, en el país y en el mundo.
Ante la abrumadora evidencia, diversas organizaciones, sobre todo del cepo ‘trotskista’ han corrido el
espectro del catastrofismo hacia delante. La ‘crisis sin final’ habría empezado con el fin del ‘boom de
postguerra’. Por supuesto, como es de costumbre, sin autocrítica alguna.
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EL PROBLEMA DE LA LUCHA POR REFORMAS Y EL PROBLEMA DEL PODER.
La lucha de los trabajadores consta de dos grandes vertientes: Por un lado la pelea por obtener
del capitalismo una serie de medidas que preserven a la clase trabajadora de la degradación más
absoluta, de tipo económico, como el aumento de salario o por los puestos de trabajo, de tipo
político, como la libertad de palabra, de reunión, el derecho al voto u otras libertades formales,
donde estas no existan, o de corte social, como el derecho a la vivienda, la salud o la educación.
Por otro, la lucha por destruir el estado burgués y expropiar política y económicamente a la
burguesía, acabando, de ese modo, con la explotación asalariada. Lo primero se ha conocido
como ‘Programa mínimo’, lo segundo, como ‘Programa máximo’.
Partidos que terminaron traicionado a la clase trabajadora, como la Socialdemocracia, o los
Partidos Comunistas estalinizados, secundados por muchos autotitulados trotskistas haciendo de
comparsa, separaron artificiosamente ambos programas, relegando el programa máximo ‘a los
días de fiesta’, es decir, convirtiéndolo en retórica decorativa.
Al contrario, la obligación de un partido revolucionario es desarrollar la lucha por los objetivos
mínimos, poniéndolos permanentemente en la perspectiva de la toma del poder, o sea, de la
revolución. En circunstancias en que la posición de la clase dominante es estable y las masas
populares soportan pasivamente bajo el yugo, la perspectiva del programa máximo adquiere el
tinte de propaganda.
Por el contrario, cuando la lucha de clases adquiere un alza revolucionaria, cuando el
proletariado se levanta, protagoniza huelgas y manifestaciones combativas de masa, se
autorganiza e insurrecciona frente al poder del capital, la pelea por reformas se coloca en
consonancia directa con el problema del poder, el programa de lucha subsume la reforma en la
revolución a través de un conjunto de propuestas ‘de acción’ cada vez más radicalizadas, es
decir, una síntesis, en que programa mínimo y máximo se interpenetran, en que los objetivos
transitorios de la clase obrera planteados al levantamiento , conducen las acciones de las
masas hacia la revolución, elevan el riesgo político y ponen en el tapete la disputa por el poder
total.
Muchas organizaciones de izquierda han perdido la brújula a este respecto. No plantean al
‘programa transitorio’ como un substituto del programa mínimo en condiciones pre
revolucionarias, sino del programa máximo. En aras de plantear un atajo a la revolución, agitan
de modo perpetuo un ‘programa transicional’, que, en general, es puesto al servicio de
consignas políticas ajenas al poder obrero, como la Asamblea Constituyente, el Gobierno
obrero y popular, o el Gobierno de los trabajadores. El resultado es que, para autojustificarse,
por un lado, terminan inventando situaciones revolucionarias donde estas no existen, y por otro,
como es de esperar, no logran arrancar la movilización de los trabajadores. Peor aún, cuando
ponen a sus seguidores tras del carro de perspectivas electorales adaptadas al régimen
democrático burgués. El resultado es obvio: Agitación hueca y propaganda de poder, falsa, con
todo el correlato ulterior de confusión y desmoralización de la vanguardia.
EL PROBLEMA DE LA DEMOCRACIA BURGUESA
En la fase ascendente de la burguesía, el horizonte de la democracia formal representó un límite
objetivo para el pueblo, incluido en este el incipiente proletariado. Marx y Engels consideraron
acertadamente que el ascenso a la dominación social de la burguesía, portadora de nuevas
relaciones progresistas de producción y cambio, era un hecho inevitable. Mas de ello no
dedujeron mecánicamente que el proletariado debía subordinarse o apoyar incondicionalmente a
esta clase, sino solo en la medida que operase decididamente contra la reacción. Por ello, desde
la Circular a los comunistas de 1850, enseñaron que el proletariado debía, en primer lugar,
conservar la más completa independencia política y organizativa respecto de los liberales y en
segundo lugar, pelear por constituir su propio poder, específicamente armado, en paralelo al de
la burguesía, como constante sentinela de sus actos y freno al avasallamiento de los obreros. A
esta estrategia, Marx la llamó : Revolución permanente. De todos modos, el esquema histórico
marxista quedó configurado en etapas. Primero una etapa histórica de revolución burguesa en
que el proletariado adquiriría fuerza, conciencia y organización y luego, en el porvenir, una
etapa en que, una vez la burguesía hubiese agotado sus potencialidades revolucionarias, se
abriría decididamente la lucha directa por el poder. Sin embargo, muy rápidamente, los
estrategas de la revolución socialista, advirtieron que la burguesía estaba más dispuesta a la
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componenda con el viejo poder que a una revolución radical. Es que el proletariado comenzaba
a proyectar su sombra amenazante en el proscenio de la historia. La burguesía temía cien veces
más a la independencia política de esta naciente clase, que a cualquier reacción. Por ello optó
por aliarse con la aristocracia a los efectos de negociar la democracia política sin revolución. En
consecuencia, sería el proletariado, el que asumiría el rol de combatiente de vanguardia por la
democracia, coronando su programa con la consigna de república democrática, plenamente
justificada en la necesidad histórica. Esta consigna, revolucionaria en la lucha contra la
reacción, quedó petrificada en los programas de los partidos obreros que se crearon luego de la
derrota de la seguidilla de revoluciones que encendieron en mapa Europeo de mediados del
siglo XIX. Su interpretación literal, habría llevado al fracaso de la revolución democrática ante
el principal baluarte de la reacción europea: Rusia. Sin embargo, el programa democrático de
los bolcheviques, rompió con ella. Al principio, planteándola en conexión con el armamento
generalizado y permanente del proletariado, bajo la forma de ‘dictadura democrática obrero
campesina’ y luego, al compás de los acontecimientos, que mostraban la imposibilidad de una
revolución democrática que no fuera anticapitalista, bajo la consigna directa de la dictadura
proletaria. Programáticamente, tanto la consigna de ‘república democrática’, como la ‘dictadura
democrática obrero campesina’ fueron superadas en el marco de la lucha de clases real. Quienes
se aferraron, a ellas, por dogmatismo o por traición, erigiéndolas en objetivo estratégico,
condenaron la lucha revolucionaria de los obreros y los campesinos; es que.....‘ La historia,
había puesto a la orden del día la ‘Revolución permanente’.
Desde ese momento, la lucha por la democracia, pasaba a ser la pelea por la dictadura del
proletariado, es decir, la única democracia revolucionaria posible, la democracia obrera.
Consignas, como ‘República democrática’ o ‘Asamblea Constituyente’ dejaron de estar
planteadas como objetivos programáticos para una etapa histórica, quedando relegadas a un uso
episódico y táctico en aquellos países en que la burguesía no hubiese completado acabadamente
la revolución democrática antifeudal y la revolución democrática se presentara entrelazada en el
plano inmediato con la revolución proletaria.
Por el contrario, un sinnúmero de partidos, Socialdemocratas, Estalinistas, Trotskistas,
reclamaron el uso estratégico de estas consignas en múltiples procesos revolucionarios,
estrangulando la revolución en el altar de los frentes populares democráticos o antimperialistas.
El resultado de la larga ronda de revoluciones conducidas bajo estos programas, fue que la
burguesía se entronizó en su lomo, y millones de revolucionarios sacrificaron, una vez más, su
vida en razón del interés de sus explotadores actuales o futuros. En consecuencia, la burguesía
se hizo, cada vez más dominante en el mundo entero. Incluso en aquellos procesos que lograron
escapar a este ciclo funesto de capitulación, dando lugar a estados no capitalistas, la labor de las
direcciones burocráticas, nacionalistas, parasitarias y conservadoras gravitó hacia la
coexistencia con el capitalismo, precipitando, luego, a esos estados, rápidamente en el.
El resultado es que, si bien, tareas democráticas siguen pendientes en muchos puntos del globo,
e incluso se recrean en ciertos contextos, la revolución democrática se ha consumado en la
abrumadora mayoría de los países del mundo, por una vía no revolucionaria. Se ha consumado,
en el sentido de que la burguesía es hoy una clase plenamente dominante. Basta mirar los
análisis de corrientes como el maoismo, para darse cuenta del absurdo teórico que representa
hablar de regímenes ‘semifeudales’ en países como Colombia o Venezuela, absurdos, que, en
realidad, son un taparrabos ‘teórico’ para justificar alianzas oportunistas con fracciones de la
burguesía.
Estas son las claves que explican por que las tareas democráticas jamás serán resueltas, ‘integra
y efectivamente’ al decir de Trotski, bajo el capitalismo, y por que, al mismo tiempo, la
revolución democrática ha muerto. La república democrática o la Asamblea Constituyente,
como consignas estratégicas, están marchitas, perimidas, podridas desde el punto de vista
histórico, y más aún, en un sinnúmero de contextos políticos concretos, su uso táctico se ha
vuelto contrarrevolucionario5 Nuestro objetivo y nuestro mensaje político hacia las masas,
Consignas como ‘Asamblea Constituyente’ tienen un uso cada vez más limitado. Incluso en Bolivia,
donde esta adquirió peso de masas no podía aplicarse por la ausencia de partido revolucionario con
amplia influencia que le permitiera cosechar los frutos de un uso táctico. Por uso ‘táctico’ no entendemos
5
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incluso en aquellos países en que se haya establecido una suspensión transitoria del régimen
parlamentario, no es la lucha por la democracia, no es la defensa de la democracia, sino la
propuesta de nuestra democracia, la democracia obrera, como contracara de la dictadura
proletaria.
Por supuesto, de lo que estamos hablando, no es de clamar en abstracto por la dictadura obrera
y condenar en masa las acciones ‘impuras’ de millones de hombres por el solo hecho de no estar
a la altura de su misión histórica, como en el pasado lo hicieran sectas ultraizquierdistas, incluso
cuando el proletariado arremetía contra regímenes semifeudales asociados al imperialismo, o se
batía contemporáneamente contra el fascismo y la burguesía democrática (¡España¡). De lo que
estamos hablando, es de que es necesario abrirse paso hacia las masas a través de una táctica
adecuada a las tareas objetivamente planteadas y al nivel de conciencia y organización de las
mismas. La agitación de un partido puede en ciertos contextos concretos, tomar como punto de
partida las aspiraciones de estas, para formularlas de modo estrictamente revolucionario. Pero el
problema es establecer esta valoración concreta de la realidad. Por solo ejemplificar, en la
década de los setenta argentinos, la agitación hacia las expectativas de las masas, se resumió en
dos polos, el ultraizquierdista ‘Ni golpe ni elección, revolución’ y el oportunista ‘Que asuma un
diputado obrero’ o el apoyo a la ‘institucionalización burguesa’. Otro ejemplo lo encontramos
en la etapa democrática abierta por el colapso de la dictadura procesista. La mayoría de las
organizaciones de izquierda saludaron la restauración democrática como un triunfo
revolucionario del pueblo, como una conquista revolucionaria de las masas. La democracia fue
pintada con los colores de una primer etapa de la revolución socialista que era preciso conservar
y no como lo que es, la estrangulación demagógica de las aspiraciones populares, edificada por
sobre las cabezas cortadas de los luchadores populares.. En consonancia con la política de
‘profundización de la democracia’, no podemos encontrar ejemplo más explícito de
doctrinarismo insensato, o algo peor, que los denodados esfuerzos de la izquierda
democratizante por implantar la consigna de ‘Asamblea Constituyente’ cuando esta jamás
constituyó una aspiración de las masas. Esta consigna fue levantada incluso cuando las
encuestas mostraban que ni el 1% de la población estaba interesada en el punto y mucho menos
se movilizaba a través de métodos proletarios por ella.
Nuestra actitud hacia todas las instituciones de la burguesía, incluidos los parlamentos
reaccionarios, será utilizarlas, en el marco de una crítica implacable, hasta que no tengamos la
fuerza para suprimirlas. Pero usarlas, no significa convertirlas en nuestro programa. La
conciencia de las masas se debe moldear a través de una educación política prolongada y de
consignas que logren hacerlas avanzar. Esto implica utilizar múltiples mediaciones tácticas. La
conquista de la democracia ‘a secas’, sin precisar adecuadamente de que democracia estamos
hablando, no es una de ellas. En muchos países en que este régimen se encuentra afianzado por
décadas de dominación sobre los trabajadores, plantear la defensa, o la conquista de la
democracia por métodos revolucionarios, no solo es insuficiente, sino incorrecto. Es la
democracia revolucionaria de los proletarios, la que deberemos traducir al lenguaje de las
masas. Al decir de Lenin: ‘La verdad científica, en el lenguaje de las masas’.
La política revolucionaria siempre es concreta. En el pasado, la lucha por las libertades
democráticas de los trabajadores, era inescindible de la pelea por instaurar la democracia. La
escisión entre ambas, se ha ido progresivamente consumando. La ciencia y el arte de la
revolución consiste en saber contribuir a esta ruptura partiendo de la realidad concreta que
resulta de la lucha de clases, nunca de las recetas del doctrinarismo, sea este oportunista
democratizante, o infantilista antidemocrático; consiste en saber estimar objetivamente cual es
el grado de esa ruptura en la conciencia de las masas y enlazarla correctamente con las tareas
objetivas que enfrentan. Lenin afirmó muy precozmente su concepción de la revolución como
un proceso ‘ininterrumpido’ cuando expresó: ‘No hay ninguna muralla china que separe la
revolución democrática de la socialista, solo el grado de desarrollo en la conciencia y
las consabidas formulaciones oportunistas (A secas-con adjetivos embellecedores como ‘revolucionaria’
‘plenipotenciaria’) sino al modo leninista, es decir, en estrecha conexión de su convocatoria por
organismos revolucionarios de las masas.
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organización del proletariado’. Esta conciencia y organización, es nuestra materia prima de
trabajo, es la que debemos hacer avanzar.
EL PROBLEMA DE LA ORGANIZACIÓN EN EL MOMENTO PRESENTE
Marx había dicho en una oportunidad que en la medida que el proletariado no este maduro para
desarrollar una acción histórica independiente, la existencia de sectas es, hasta cierto punto,
justificada. Ciertos ‘marxólogos’ que despiden un intenso tufillo postmoderno, han querido ver
en esta afirmación una explicación de la actual situación del movimiento obrero. Dado que la
clase obrera no se reconoce conscientemente tal, y es por tanto incompetente para acciones
‘independientes’, entonces, la lucha de clases se ha desnaturalizado, dando paso a
enfrentamientos entre variados y nebulosos ‘actores sociales’. Por consiguiente, todo intento de
organización proletaria está condenado a procrear una secta. La perspectiva de partido, queda,
por tanto, sepultada bajo una lápida.
En ocasiones, nuestros ‘marxólogos’, se autocomplacen recurriendo al argumento de que
Marx disolvió la Primera Internacional, para prevenir al movimiento obrero de la degeneración
sectaria, o Lenin planteó en cierto periodo, que las tareas de partido no estaban a la orden del
día.
Por supuesto, en su afán de razonar mecánicamente, olvidan que, si algo enseña la historia, es
que la construcción de partidos obreros debe progresar, tanto en el triunfo como en la derrota,
en este último caso, sacando las lecciones correctas de la misma.
Las derrotas de 1848 y 1871 (Comuna de París) asestaron un golpe de muerte al socialismo
premarxista, este fue el gran triunfo en la derrota (Lenin) La doctrina marxista comenzó un
inigualado periodo de difusión en el proletariado. De este surgieron poderosos partidos obreros,
sobre todo el Alemán, en torno a los cuales, nació años después la Segunda Internacional. Si los
revolucionarios de la época, hubieran procedido como nuestros contemporáneos ‘marxo
postmodernos’ y no se hubieran dedicado a construir partidos, sino flanes movimientistas
(incluso policlasistas) no habría sido posible que de sus entrañas brotara una fuerza política
revolucionaria como el partido Bolchevique de Lenin y Trotski.
Evidentemente, cuando Marx se refería a la madurez del proletariado, no estaba hablando de su
conciencia política, ni de su organización, que son procesos de construcción subjetiva, sino de
su fuerza estructural. Por fuera de ello, ciertas coyunturas, sobremanera, tras derrotas profundas,
pueden generar tendencias sectarias muy pertinaces, lo que, bajo ningún concepto justifica la
construcción de sectas. Pero solo un desquiciado encontraría en ello la razón para la
construcción de amorfos movimientos anticapitalistas. Nuestros ‘marxo postmodernos’ piensan
del siguiente modo vulgar: Dado que la experiencia de muchas décadas, ha ‘demostrado’ que el
marxismo se concentró en sectas y no en verdaderos partidos.....¡A la basura con los partidos,
construyamos movimientos¡ Es decir, arrodillémonos frente a la espontaneidad y el hecho
consumado¡
El argumento de que Lenin no planteó para cierta etapa las tareas de partido, más que un recurso
sagaz de buscador de citas, parece, en cambio, una broma de dudoso gusto o un recurso de
desmoralizados políticos.
Como todos sabemos, el Partido obrero socialdemócrata ruso comenzó a formarse en 1895,
luego fue desarticulado por la reacción zarista, forzando incluso a la emigración de muchos de
sus más importantes dirigentes. En ese momento, lejos de pensar en construir movimientos,
Lenin y muchos otros revolucionarios concentraron sus esfuerzos en la reorganización del
partido. Esa fue una de las funciones más importantes de Iskra en todo el intervalo preparatorio
a la unificación de los círculos dispersos , a la que se procedió en un tiempo tan corto como
1903. Para Lenin, la conformación de periódicos políticos, era claramente una instancia de
preparación del partido, cuestión que era explicitada a la vanguardia y a las masas. Algo
bastante diferente a la actitud de los ‘iskristas’ postmodernos que, en algunos casos callan sus
reales intenciones (si es que en realidad las tienen)
Indudablemente, el momento actual, se caracteriza por una derrota histórica del proletariado
mucho más profunda, que cualquiera de las sufridas en la etapa ascendente del marxismo. La
diferencia estriba en que, por primera vez en la historia, la derrota es vivida por las masas
populares, como un fracaso terminal del socialismo. A ello contribuyeron los golpes del
imperialismo, pero, más aún, la usurpación del nombre del comunismo por la casta burocrática
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estalinista, en todos sus diferentes pelajes. Recuperarse de esta derrota, aún hoy es una tarea
titánica, pero, ante de la disyuntiva de construir movimientos ambiguos y proteiformes u
organizaciones de independencia de clase, los marxistas revolucionarios refrendamos más que
nunca el ejemplo de nuestros maestros, que no son precisamente los Negri, los Holloway los
Castoriadis, los Draper, etc. y la numerosa corte de plumíferos acomodaticios que pululan en los
medios ‘intelectuales’.
Con Marx, con Engels, Con Lenin, con Trotski, decimos: ¡Sin partido, con una parte del
partido, con un substituto del partido, o por sobre la cabeza del partido, la revolución proletaria
no puede triunfar¡6
BATALLA MARXISTA
27/6/2010
APÉNDICE:
A continuación, exponemos algunas críticas a ciertas ‘ideas desastre’ que consideramos deben
ser enfrentadas.
1) El capitalismo está en crisis terminal:
La visión catastrofista sobre las perspectivas del capitalismo imperialista son patrimonio de la
mayoría de las corrientes de izquierda, con independencia de su tradición. Muy por el contrario,
el capitalismo es un sistema que, aún poseyendo una historicidad, solo puede ser negado por la
revolución proletaria internacional. En la medida que esta no ocurra, no hay crisis, por
prolongada o intensa que sea, que pueda derrumbarlo automáticamente. Si la clase obrera no da
la salida, el capitalismo la encontrará mediante sus propios mecanismos económicos de
desvalorización y con un ataque furioso contra los trabajadores. Como decía Lenin: ‘No hay
crisis sin salida’ ‘No hay premisas económicas para el derrumbe automático del capitalismo’.
En la misma tónica: Tampoco hay una crisis crónica y mucho menos definitiva.
Indefectiblemente, en un determinado punto de su evolución, el capitalismo vuelve a acumular
de manera sostenida. En nuestra opinión, la crisis larga iniciada a principios de 1970 aún no se
encuentra resuelta. Lo más probable es que solo una agudización de la misma, con explosivas
consecuencias, pueda ser la antesala de un nuevo ciclo expansivo que supere el poderoso
crecimiento de postguerra. Pero, en consonancia con lo expuesto, no hay ninguna ley
económica ni social que prescriba la continuidad indefinida de la crisis. Si la clase obrera no lo
impide, en un determinado punto, el capitalismo volverá a acumular más que nunca. La
existencia de una ‘crisis final’ es, desde el punto de vista histórico, una herencia funesta
proveniente de la Segunda Internacional (Programa de Erfurt) que no resiste la confrontación
con los hechos y que fue asumida acríticamente por sus herederos, incluido el Partido
Bolchevique y la Tercera Internacional en su etapa revolucionaria. Con diferencias de matices,
todas las corrientes que provienen de estos orígenes (Estalinistas-Trotskistas-ConcejistasComunistas de izquierda-Autonomistas) suscriben la teoría de la declinación o descomposición
histórica del capitalismo, en general, medida por el aumento en la pobreza absoluta de las
masas, por la multiplicación de las guerras etc. Pero lo que realmente muestra la historia es un
aumento progresivo del empobrecimiento relativo de las masas trabajadoras frente a una riqueza
acrecentada, factor que, de modo reflejo, demuestra la expansión de las fuerzas productivas.
Por supuesto, en los marcos de una larga crisis estructural como la que atravesamos, con
desigualdades de una región a otra, con mesetas, reflujos y picos de crecimiento débil, la
pobreza absoluta aumenta, pero, por ningún caso, se está en presencia de una tendencia
definitiva e irreversible que represente un salto cualitativo. Insistimos: No hay crisis sin salida
para el capitalismo. Solo la revolución proletaria puede poner fin al despliegue de la ‘lógica del
capital’. Una de las más poderosas razones que impulsan a estas corrientes a negar la
supervivencia del capital y a afirmar la existencia de una crisis ‘crónica e irreversible’ es negar
de plano la posibilidad de resurrección del llamado ‘reformismo’. Parece ser, que si no se niega
de antemano la posibilidad teórica de nuevas etapas de reformismo, se niega, de aquí y para
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Como explicamos en el apéndice nuestra vocación de partido no significa plantear la posibilidad de un
único partido revolucionario y mucho menos negar la importancia decisiva de la autoorganización
revolucionaria de masas, para hacer la revolución, tomar el poder y ejercer la dictadura obrera,
preservándola, bajo ciertas circunstancias, incluso de las desviaciones del partido.
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siempre, la necesidad de la revolución. Sin embargo, la propia concepción de los alcances
históricos del reformismo está viciada de nulidad. El ‘reformismo’ no fue un fenómeno
universal que caracterizó la primer expansión del capitalismo. Incluso en esta época, solo afectó
a sectores limitados del proletariado metropolitano. Es una tendencia defensiva del capital que
cobra particular vigor en todas las etapas de expansión, así fuera limitada y que, incluso en
etapas avanzadas del capitalismo imperialista, tuvo amplio alcance y masividad, como en el
periodo del ‘Estado de bienestar’ instalado en la postguerra. Su razón de ser fue, por un lado, el
temor a la revolución, luego de la experiencia soviética y la cadena de insurrecciones proletarias
que sacudieron Europa y otros puntos del planeta, y por otro, la expansión de las fuerzas
productivas liberada por la incineración de capitales perpetrada en la Guerra. Si bien, en la
crisis larga que atravesamos, el reformismo ha perdido vigor (reformismo sin reformas) y, por el
contrario, ha dado paso a una etapa ‘contrareformista’ donde importantes concesiones hechas a
la clase obrera han sido, o están en vías de desactivarse, no hay razón para pensar que la
evolución ulterior del capitalismo no pueda revitalizarlo o que el reformismo devaluado de esta
época carezca de poder de contención. Nada de ello obsta la posibilidad, ni la necesidad de la
revolución proletaria, con más razón, en circunstancias en que tal perspectiva es música del
futuro y lo más probable es una continuidad prolongada del ataque en toda la línea a la clase
trabajadora que pone a la orden del día su resistencia y autodefensa.
2) La clase obrera está invicta:
La mayor parte de las corrientes en que se divide el espectro de los revolucionarios cultivan la
idea de que, pese a las innegables derrotas que le fueron inflingidas a la clase obrera, ninguna de
estas representó una inflexión capaz de moldear la relación de fuerzas por toda una etapa
histórica. Solo se esta en presencia de derrotas tácticas, fácilmente reversibles, axioma en cuya
defensa se esgrime que, frente a cada tropiezo, frente a cada traición de su dirección, la clase
obrera ‘se levanta y lucha’. Indudablemente, con semejante premisa, es decir, negar la derrota
profunda o estratégica, en tanto el proletariado respire y produzca y por consiguiente, al alcance
de sus medios, ‘resista’ no es posible derivar otra cosa que no sea impresionismo exitista.
Esta falacia ha hecho estragos en la mayoría de las corrientes revolucionarias. En el campo del
autotitulado trotskismo encontramos a cada paso perlas de este impresionismo espontaneista.
Toda una gama de corrientes enfrentadas entre sí por el culto a su propia tradición de
‘infalibilidad’ le rinden tributo a la idea común de un proletariado substancialmente invicto,
que, con sus acciones, moldea ‘objetivamente’ el curso de los acontecimientos y hasta la
conducta de las direcciones traidoras que vendrían a ser algo como peleles impotentes en manos
de las masas embravecidas. Sin embargo, la revolución proletaria nunca se impone por el
desgraciado hecho que no se produce el ‘empalme’ con la dirección revolucionaria, que vendría
a ser una ‘vanguardia’ exclusiva entre miles de sectas pedantes y veleidosas.
Lo real y concreto, en cambio, es un proletariado que arrastra las pesadas cadenas de una
derrota estratégica que ya adquiriría contornos definidos a mediados de la década del treinta del
pasado siglo y que, luego de una acumulación de derrotas en el mundo periférico y la
restauración del capitalismo en aquellos países donde este había resultado expropiado, se ha
potenciado al grado de convertirse en una verdadera lobotomía ideológica en que la vanguardia
de lucha ha perdido casi toda referencia socialista revolucionaria. El hecho de que algunos miles
de revolucionarios a escala planetaria sigan reivindicando el marxismo militante o incluso
ideales anarquistas no cambia esta situación. Lo concreto es que los contingentes más
combativos del proletariado no superan el rasero del reformismo, aún cuando este venga
revestido en el excipiente de una profusa fraseología que proyecta la revolución a un futuro
nebuloso e incierto y en la práctica actual condena a las masas a la lucha por el mejoramiento
del capitalismo. Naturalmente, nada de lo dicho significa la muerte de la lucha de clases, ni que
el proletariado no pueda recuperarse de esta derrota. En los largos tiempos históricos, 150 años
son poco margen para obliterar las posibilidades de la única clase verdaderamente antagónica al
capitalismo. En este antagonismo inextinguible está puesta nuestra confianza.
3) La democracia es una conquista de las masas:
Como todo régimen político de dominación, la democracia posee un contenido exacto de clase.
Si este contenido es opuesto a los intereses de la clase revolucionaria: El proletariado, resulta
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inconcebible pensar a la democracia capitalista como una conquista. Las confusiones a este
respecto derivan del rol diferente que este régimen ha jugado en la historia. En efecto, en la
época en que el proletariado era aún una fuerza internacionalmente insuficiente para
desempeñar la revolución y era una entre otras fuerzas sociales oprimidas por el despotismo
monárquico, era válido aceptar que el derrumbamiento del viejo régimen y su substitución por
una república democrática, representase un cambio progresivo. Aún así, la conquista de la
democracia política, siempre encerró una tensión entre el logro de las libertades para la
agitación y organización proletaria y la forma de dominación inherente al predominio de la
burguesía. La escisión entre ambos objetivos se ha ido progresivamente consumando al compás
del derrumbamiento de las formas autocráticas de gobierno en el mundo entero y la
implantación de repúblicas democráticas a escala generalizada. Lo admisible en los marcos de la
lucha contra la reacción feudal, se ha hecho inadmisible en el enfrentamiento contra una clase
capitalista en pleno dominio del estado democrático. En todo momento, el proletariado luchará
por la conquista de sus derechos políticos y por su preservación, pero, desde la perspectiva
estratégica de la conquista del poder para si mismo, de la dictadura del proletariado. De existir
un proceso revolucionario, la estabilización en un régimen democrático burgués, no será vista ni
proclamada como una conquista, sino, como la asfixia de la lucha revolucionaria de las masas
en el abrazo mortal del estado capitalista. En la época de la revolución proletaria, la instauración
de un régimen democrático de gobierno ya no es objetivo del proletariado, ni siquiera para una
coyuntura, mucho menos para una etapa histórica. A los regímenes dinásticos subsistentes o a
los gobiernos de facto, los revolucionarios opondremos la lucha por los derechos democráticos
de los obreros, en estricta delimitación con la dictadura democrática de los capitalistas y no
levantaremos consignas parlamentaristas o constituyentes. A la democracia burguesa,
opondremos directamente la democracia revolucionaria de los explotados y oprimidos, es decir,
la dictadura del proletariado.
Las confusiones en este respecto, han redundado en toda una serie de capitulaciones
protagonizadas por diversas organizaciones de izquierda a nivel nacional e internacional.
El estalinismo y el populismo nacionalista hicieron un fetiche de la democracia burguesa que
condujo a la derrota a un sinnúmero de revoluciones, pero también el autotitulado trotskismo no
estuvo exento de esta desviación. Bajo la excusa de impulsar ‘revoluciones democráticas en
curso’ y una mal entendida política de ‘consignas transicionales’, distintas organizaciones
terminaron arrodilladas frente a las bondades de la democracia en abstracto, dejando por el
camino todo parámetro de clase. Por solo mencionar algunos ejemplos, la defensa de la
‘institucionalización’ frente a la escalada de la derecha en los setenta, consignas como ‘Que
asuma el parlamento del 76’ frente al derrumbe de la dictadura , impulsadas por los morenistas,
o la negativa a plantear ‘Abajo la dictadura’ y substituir por el más ‘potable’ lema de
‘Asamblea Constituyente’ con la excusa de su mayor poder movilizador (sic) perpetrado por el
altamirismo, son solo muestras de adonde conduce sacrificar el programa proletario en aras de
idealizar las virtudes todopoderosas de la democracia asexuada. De esta aberración se deriva
también la idolatría por los métodos parlamentarios de lucha.
4)Hay que dar siempre la ‘Batalla electoral’:
Una idea que acompaña con frecuencia la idolatría por la democracia burguesa es que en todo
momento es necesario dar la apodada ‘batalla electoral’, incluso adoptando un tono pomposo,
como si se estuviera hablando de una verdadera guerra. Si repasamos los numerosos eventos
electorales que se sucedieron desde la restauración de la democracia, nos encontramos con que
la mayoría de la izquierda nacional reconocida por el régimen, prácticamente, no se ha perdido
ninguna convocatoria, mientras desde el discurso, habla de las cualidades ‘secundarias’ del
asunto, pero, en los hechos, articula cada vez más la actividad del partido en torno a las
campañas electorales. Por ningún caso, estamos ponderando aquí las virtudes de las
agrupaciones oportunistas que en situaciones puntuales postularon la abstención. No
sostenemos el ‘abstencionismo por principio’ como una panacea, pero lo que sorprende es que,
alternativamente al planteo de intervenir en las elecciones como cuestión de vida o muerte para
la clase (es decir, para el partido) un sinnúmero de corrientes, sobre todo del cepo autotitulado
trotskista, venga postulando la existencia de una situación revolucionaria o pre revolucionaria,
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de tipo crónico, que resulta increíble para la abrumadora mayoría de la población, a la que,
curiosamente, en vez de movilizar hacia las armas, se la impulsa hacia las urnas. Lo
demostrable, en cambio, ha sido la actitud ‘electoralista’ crónica de estas corrientes con que,
pese a los esfuerzos, nunca pudieron polarizar hacia posiciones ‘revolucionarias’ a fracciones
significativas de la clase. Un argumento esgrimido con frecuencia a favor de esta adicción
electoralista, es la necesidad de aprovechar todos los resquicios que brinda la legalidad, no
rehuir la pelea en el campo del enemigo y cosas por el estilo, llegando a los extremos de afirmar
que quienes levanten la abstención le hacen el juego al enemigo. Ni siquiera se les pasa por la
cabeza que en ocasiones de relativo desgaste institucional y fugaces indicios de ruptura con la
democracia es necesario impulsar este proceso hacia adelante deslegitimando el engaño
organizado. No pueden comprender como haya ‘obstinados’ que se nieguen a ver sus virtudes
revolucionarias y se resistan a convalidarlas con su voto. No pueden entender que en
circunstancias de marginalidad de las organizaciones obreras el contribuir a que el 1.5% se torne
1.6%, es algo irrelevante. Nada de eso. Mientras el patrón estado convoque a votar es necesario
aprovechar el convite. ¿Para desarrollar una contundente agitación revolucionaria? No. Para
seguir prendido de la teta del estado burgués de la que numerosos aparatos, entre otras fuentes,
obtienen sus mamas. Aún cuando es pertinente hacerlo, los revolucionarios no nos presentamos
a elecciones para meter más diputados y aprovechar las prebendas que de ello se derivan, sino
para hablar claro y directo de la necesidad de la revolución y el socialismo. No es esta la
práctica a la que estamos acostumbrados. Con la excusa de la ‘transicionalidad’ de los planteos,
amputados de sus fines, en condiciones de paz social, no puede terminarse en otra cosa que no
sea alguna variante de reformismo. Puede argumentarse que hablar de la revolución de cara a las
masas generaría la inmediata proscripción. Precisamente. Aunque ello no es inevitable, es una
posibilidad a la que ningún aparato quisiera arriesgarse. Es que cuando se comienza por
fetichizar la democracia burguesa, uno termina por acomodarse a ella y , a la larga, el medio se
convierte en el fin.
5) Dentro de los sindicatos todo, fuera de los sindicatos nada:
Loa sindicatos resultan ser otra institución venerada a la que prácticamente no se puede
cuestionar. Toda otra forma de organización que se den los trabajadores para la lucha
económica es casi siempre acusada de ‘paralelismo sindical’ recurriendo al viejo lema de que es
necesario estar en los sindicatos hasta que no estemos en condiciones de superarlos. Cuando
alguien alude a que los actuales sindicatos tienen un carácter definitivamente burgués,
invariablemente se le responde que son organizaciones obreras burocratizadas, sin importar que
estén subordinadas al estado burgués, tengan estatutos de funcionamiento verticalistas y
corporativos y estén dirigidos por funcionarios sin cartera del ministerio de trabajo que ostentan
patotas armadas contra los trabajadores, un amplio sector de los cuales es directamente patronal
y otro comisionista.
Pero el problema no reside allí. Naturalmente, los revolucionarios debemos presentar batalla en
todos los ámbitos de organización que agrupe a fracciones de la clase obrera. El problema surge
cuando contribuimos a limitar la lucha obrera al ámbito sindical y en mayor medida aún, cuando
apostamos a la ‘recuperación sindical’ como norte estratégico.
En la época que vivimos, los sindicatos han perdido el carácter de origen. Su carácter es
predominantemente burgués y su finalidad es mantener a los obreros en los límites de la
legalidad burguesa. Su estructura y forma de funcionamiento los blinda contra la democracia
obrera. Sus direcciones enquistadas y el aparato que las acompaña funcionan como tropa de
choque contra los trabajadores. Sus funcionarios son representantes de la corporación sindical
frente a las bases. Implantar la democracia obrera en los sindicatos requiere de una
transformación tan radical, de la cima a la base, que implica un verdadero cambio de carácter
para lo cual es necesario un alto nivel de politización en los obreros, es decir, la formación de
una gigantesca vanguardia que, rápidamente se plantearía objetivos mayores. Por consiguiente,
si bien es posible una moderada recuperación de ciertos segmentos marginales por medio de los
métodos ordinarios (lista de oposición) una ‘recuperación’ de los contingentes estratégicos solo
es viable en condiciones revolucionarias y por medio de una verdadera ‘guerra civil’ en que los
trabajadores deberán enfrentar armas en mano a la burocracia y sus huestes, apoyadas por el
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aparato represivo del estado, que no tolerará pasivamente le arrebaten el control de estas
instituciones clave para la dominación de los obreros. En conclusión: Nuestra lucha en los
sindicatos no debe autolimitar las iniciativas de los trabajadores en tanto estos comiencen a
apuntar hacia formas organizativas superadoras que integren tanto la perspectiva reivindicativa
como la revolucionaria. Muy por el contrario, dentro de los sindicatos y fuera de ellos
apuntamos a la formación de órganos de independencia de clase, Este ha de ser el norte
estratégico de la acción sindical y no la ‘recuperación’ entendida esta como la ilusión de
imponer legal y pacíficamente la voluntad de los obreros clasistas. Lo importante no es solo
cuantas comisiones internas ganamos o cuantos cargos sindicales podemos obtener (mucho
menos con pactos espurios con burócratas menores) sino, en que medida estos apuntan a
colocarse en posición de ruptura con la subordinación al estado y su legalidad y sobre todo, en
que medida comienzan a operar como los embriones del futuro poder obrero. Insistimos, los
sindicatos se nutren de una base obrera, pero ya no son instituciones de la clase obrera, sino
aparatos frenadores que buscan encorsetar y esterilizar toda iniciativa genuina de los
trabajadores. Entramos en ellos para generar los gérmenes de su futura superación
revolucionaria.
6)El que debe tomar el poder es el partido
Los revolucionarios agrupados en partido no luchamos para que un aparato político tome el
poder y desde allí, dirija con mano de hierro la construcción del socialismo. No tenemos una
visión elitista respecto del ejercicio del poder, en que una disciplinada formación política,
operando sobre la insurrección de masas proletarias despolitizadas se apropia de los frutos de la
victoria. Una concepción semejante solo puede conducir a la erección de un absolutismo con
pretensiones socialistas. Ello no significa minimizar el rol del, o los partidos revolucionarios,
indispensables para difundir la conciencia socialista y para orientar a la vanguardia de lucha en
cada viraje de la situación política. En todo caso, el partido revolucionario luchará por la toma
del poder por las organizaciones revolucionarias de masas y será en su seno donde dará una
pelea constante por que se abra paso la orientación correcta. Los cuadros del partido serán la
dirección del proceso revolucionario en la medida que sepan ganar el apoyo de la mayoría de la
clase, no solo en la toma del poder, sino, a lo largo de la ulterior transición. No apuntará a
conformarse como un poder paralelo y mucho menos substitutivo. En tanto el partido, o los
partidos revolucionarios hayan contribuido a educar una amplia vanguardia en la estrategia
revolucionaria y hayan podido formar decenas de miles de cuadros orgánicos a la clase, tanto las
posibilidades de un giro reaccionario en las masas, como las de un deslizamiento
‘sustitucionista’ se atenúan, incluso bajo condiciones objetivas adversas (penuria económicaintervención extranjera- existencia de oposición contrarrevolucionaria etc.) Un partido
revolucionario se comporta como dirección política del proceso revolucionario y no como
autoridad jerárquica. En tanto su influencia se base en la persuasión, el ejemplo y el
convencimiento racional y no en la opresión ejercida por una minoría sobre la mayoría, su
accionar estará exento de todo residuo estatalista burgués. Esto no significa que el partido, al
frente de la mayoría de la clase, no pueda ejercer coacción sobre otras fuerzas sociales o,
incluso, fracciones de la propia clase obrera, nacional e internacional en tanto estas asuman
posiciones reaccionarias. El partido ha de ser vanguardia en la resistencia a la intervención
restauracionista o la contrarrevolución interna, ha de estar en la primera fila de una guerra
revolucionaria. Pero será extremadamente cauteloso en la limitación de la democracia obrera,
aún cuando para ello opere como vanguardia de la mayoría de la clase y desde ya, incurrirá en
una desviación autoritaria cuando se postule como reemplazante de esta, sin importar el grado
de apoyo que le brinden los trabajadores. Naturalmente, la evolución real de lucha de clases no
puede ser contenida en un conjunto de fórmulas secas. Ciertamente, numerosas circunstancias
históricas promovieron la concentración del poder en una minoría organizada como respuesta
transitoria para la supervivencia de la revolución. La revolución rusa fue una de ellas. Pero aún
aquí debemos diferenciar la impelente necesidad de la lisa y llana ‘vocación de poder’, con lo
cual volvemos al punto de partida. El partido no lucha por la toma del poder para si mismo,
como institución de un futuro estado proletario en que las libertades políticas y la función
pública sea acaparada por una minoría. Lucha por la instauración del poder obrero, en los
17
marcos de un estado comunal y por el ejercicio de la dictadura por la abrumadora mayoría de la
clase. Postular de antemano que el partido lucha por la conquista del poder para si mismo,
induce a establecer una distinción substancial entre este y el conjunto de la clase productora,
entre un estrato superior, apto para la dictadura y uno inferior, incapacitado para luchar por su
emancipación que se verá realizada por medio de este ‘instrumento desinteresado’ encarnación
terrenal de la verdad y la virtud. La consecuencia de esta formar de pensar es la construcción de
aparatos sectarios y burocráticos que, lejos de representar el germen de la dictadura
revolucionaria de la clase, son la simiente amarga de la dictadura burocrática de partido-estado.
Esta concepción, derivada de una fetichización abusiva del modelo bolchevique, del que se
rechazan sus justos ejemplos y se adoran sus trágicos errores, es la que campea en la
abrumadora mayoría de las organizaciones que conocemos. Si alguna vez se habla del poder
para la clase trabajadora es sobreentendiendo que esta fungirá como apéndice del partido
iluminado e impoluto y más precisamente, de su dirección, en especial término, su líder
bienamado. A lo que conduce este tipo de construcción es historia conocida. Despolitización.
Fanatismo. Perpetuación de las direcciones mediante el culto a la personalidad. Imposición de
criterios, velada, mediante el cerco de presión, la persecución y la calumnia, o directa, mediante
las expulsiones. Usurpación de las prebendas del aparato. Formación de una mentalidad de casta
privilegiada. Desprecio por la independencia de la vanguardia natural respecto del partido.
Boicot a toda iniciativa de esta, que no encaja en las alquimias del Comité Central. Calificación
de ‘enemigo del partido’ o sea: de la revolución, a todo aquel que ose disentir y se niegue
obstinadamente a prosternarse. Si esto no alcanza, aparece el rótulo de traidor o algo peor. No
es de esperar que esta lógica de pensamiento cambie con el acceso al poder. Lo que hoy es una
calumnia infame contra un compañero, la amenaza o el apaleamiento de un disidente, mañana
serán las celdas de tortura y los campos de concentración. Hay que prevenir y corregir ahora,
por que luego, será tarde.
SITUACIÓN NACIONAL:
A pesar de la fanfarria patriótica sobre el bicentenario glorioso de la patria (la de ellos) resulta
imposible adentrarse en el análisis de la situación nacional sin exponer algunas consideraciones
generales menos pomposas, pero mucho más realistas.
Argentina es un país que desde su emancipación política se vio sometido a la colonización
financiera del imperialismo y luego, tecnológico financiera. En el marco de la independencia
formal (dependencia real) resolvió en lo substancial las tareas democrático burguesas que le
estaban planteadas, por consiguiente, no es susceptible de otra revolución que no sea
socialista y, solamente en este sentido, antiimperialista. De resultas, toda formulación
patriótica del tipo: ‘profundización de la causa nacional y popular’ ‘segunda independencia’
‘construcción de una nueva ‘burguesía industrializadora’, por un lado, carece de aristas
revolucionarias, y por otro, alude a un estadio utópico que tiene poca cabida en el esquema de
división del trabajo establecido por las grandes potencias que desde hace un siglo dominan el
mercado mundial.
No puede negarse ‘a priori’ la posibilidad de que países atrasados puedan tener un desarrollo
convergente que los acerque al nivel de los metropolitanos. Sin duda existen países que se
perfilan como potencias capitalistas del futuro (China). Pero no es esa la tendencia general a la
que asistimos en la actualidad. Una demostración al respecto es Argentina; Pese al innegable
desarrollo y diversificación productiva, no se ha superado el modelo sustentado en la
exportación de bienes primarios derivados del suelo y el subsuelo, que insumen casi el 70
% de las exportaciones. Un desplome en el precio internacional de los ‘commodities’
bastaría para postrar la economía y, por supuesto, poner de rodillas a cualquier gobierno
de turno.
Argentina muestra una clase dominante ligada al imperialismo, ‘desde los dientes de leche’,
que desarrolló una fuerte interpenetración con el capital internacional. Es ‘nacional’ por que
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explota prioritariamente un proletariado nacional. Este último, incluso, solo nacional en el
sentido de su sujeción estatal, y en cambio, internacional por su contenido de clase, nutrido de
corrientes inmigratorias utilizadas para presionar sobre el mercado laboral en las etapas de alza
y convertirse en chivo expiatorio a la hora de desatar la desocupación, o fungir como mano de
obra esclava en talleres y fábricas ‘nacionales’ con la complicidad gubernamental de los
‘progresistas’ que hasta flexibilizan leyes sobre la trata de personas para facilitar esta
explotación infame junto al no menos infame ‘turismo sexual’.
Volviendo a la historia, de colonia financiera de su majestad británica, Argentina pasó a una
industrialización extensiva forzada por el impasse de las metrópolis en guerra, que cobraría
cuerpo como etapa de ‘substitución de importaciones’ acompañada de un viraje, retaceado al
principio, pero irreversible, hacia la hegemonía estadounidense en la región.7 La dependencia
tecnológico financiera no retrocede, sino, se profundiza luego de mediados de los setenta con la
apertura a la superabundancia de capitales y mercancías provenientes del exterior. Luego de una
etapa de fuerte crecimiento (-54 al 74- cuyas tasas de inversión industrial fueron varias veces
superiores a las de la primera mitad de los noventa e incluso al crecimiento post convertibilidad)
la crisis económica y la penetración imperialista eclosionan -dictadura mediante- con un
modelo de valorización financiera y desindustrialización que, en sus rasgos fundamentales,
predomina hasta la recesión larga que culmina en el estallido del 2001.
¿Ruptura del modelo neoliberal?
Remontándonos a la década del 90, podemos observar que Argentina aplica disciplinadamente
un conjunto de medidas conocidas como ‘neoliberales’ inspiradas en los dictados del Consenso
de Washington. Esta cumbre imperialista procura una salida para el período de débil
acumulación iniciado a principios de los setenta y que se prolonga hasta bien entrados los
ochenta, propiciando una recomposición de la tasa de ganancia erosionada y cuya punta de
lanza es un ataque en toda la línea sobre la fuerza de trabajo y sobre la incursión regulatoria del
estado en los mercados, especialmente los financieros y áreas de su administración
potencialmente lucrativas. En Argentina, luego de la hiperinflación del 89-90 y empalmando
con la necesidad de contrarrestar sus recidivas, se aplica un plan de estabilización monetaria (1 a
1) que ancla la paridad teórica del peso con el dólar norteamericano. Pari passu, se implementan
un conjunto de medidas de corte estructural destinadas a alejar ‘definitivamente’ el fantasma de
la inflación. En acuerdo con las fracciones más concentradas del capital financiero
internacional, sedientas de apropiarse de cuotas leoninas del plusvalor engendrado en los ‘países
emergentes’, se aplica un plan a su medida, al compás de una estabilización prolongada del
derecho de propiedad en términos monetarios. Se promueve la apertura comercial levantando
barreras arancelarias, con algunas excepciones para el caso de los automotores. Empresas de
servicios, petróleo, gas, minerales, aportes jubilatorios caen en manos de monopolios privados a
precios de ganga. Se desregulan las finanzas. Se aplica una ingente reducción del gasto público
improductivo en interés del capital. Pero, por sobre todas las cosas, se instrumenta una feroz
‘flexibilización laboral’ al compás de la insuficiente resistencia de los explotados que vienen de
una derrota de grandes proporciones a manos de la dictadura carnicera del 76 y un crecimiento
importante de la desocupación. A su aceptación también contribuye el disciplinamiento social
ejercido por la hiperinflación. Se retoma el curso de endeudamiento externo creciente.
De conjunto, estos son los pilares que caracterizan al ‘modelo’ de valorización financiera que
cobra fisonomía definitiva en los noventa y del cual, pese a los cambios acontecidos en la
década de la postconvertibilidad, no se despega. Estos pilares de sustentación conformaron un
esquema de distribución de la plusvalía que privilegió al conjunto –finanzas- empresas de
servicios- petroleras- con un 60% , dejando en manos de la burguesía agroexportadora e
industrial un nada despreciable 40%, siendo el primer bloque ‘dolarizador’ en aras de mantener
7
El comienzo del proceso de industrialización precede a la Segunda Guerra Mundial y al advenimiento
del peronismo. Prominentes figuras del ámbito conservador venían impulsando la creación , junto a la
gran rueda agroexportadora, de una serie de ruedas menores que, sin romper los marcos de la producción
prioritaria de bienes primarios, permitiesen el desarrollo del mercado interno y un moderado
abastecimiento de productos industriales.
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el valor de sus activos y el segundo, ‘devaluador’ en razón de ampliar la escala de sus negocios.
Crisis de por medio, estos términos del reparto se han invertido manteniendo la proporción lo
que, a primera vista, no habla del establecimiento de un modelo ‘productivo’ o
‘industrializador’, sino, de un nuevo esquema de apropiación de la renta nacional; ningún un
salto cualitativo en materia de industrialización. Pese a las chácharas sobre la ‘especialización
productiva’ sobre la inserción inteligente en los mercados globalizados, hoy como ayer es
evidente que, a despecho del viejo aforismo liberal de los ‘Chicago Boys’ (‘da lo mismo
producir acero que caramelos’) , no da lo mismo producir soja que microchips. Analizando
plano por plano, puede observarse que el cambio más notorio se ubica en la convertibilidad,
quebrada por los mercados primero y luego por una devaluación en dos actos que empujó al
dólar por encima de los tres pesos. El efecto buscado con la política de dólar alto fue favorecer
las exportaciones alterando los precios relativos como manera de ganar competitividad. Al
mismo tiempo, el encarecimiento de las importaciones alentaría una modera ‘substitución’ con
efecto reactivador sobre la industria dando pábulo a un periodo de acumulación sostenida que,
exceptuando la recesión del 2008 y parte del 2009 (bajo impacto de la recesión de los países
centrales, en especial EEUU) se prolonga hasta hoy con tasas de crecimiento previsiblemente
más moderadas. Por fuera de este cambio, importante por cierto, pero cada vez más limitado en
sus alcances, no puede decirse que en otra materia se esté en presencia de algo comparable. La
apertura comercial sigue en pié, solo morigerada por factores cambiarios que no pueden
enfrentar las impresionantes diferencias de productividad contenidas en gran cantidad de bienes
de origen industrial. Las privatizaciones no han sido alteradas en lo substancial. Estatizaciones
puntuales de empresas quebradas o la formación de Enarsa no cambian el hecho de que
servicios esenciales o recursos estratégicos como el petróleo o sus derivados sigan en manos de
pulpos internacionales con los que el clan kirchnerista guarda excelentes relaciones. Basta
mencionar que, como lo hizo notar Pino Solanas, la apropiación de la renta petrolera significaría
para el estado nacional una recuperación de 17.000 millones de dólares al año (Lo que por
supuesto nada dice de adonde irían a parar en la medida que el estado siga siendo capitalista).
La ley de entidades financieras sigue incólume y nada indica que se vaya a alterar por el
momento. Por el contrario, los bancos están acolchonados y haciendo pingues negocios, desde
su rescate por el estado (el bolsillo de todos los que producimos) con la pesificación asimétrica
y otras delicias. El gasto público destinado a salud, educación, vivienda, se sigue deteriorando
en términos de valor constante y cargando a cuestas con un ‘gasto político’ parasitario
hipertrofiado. En último término, aunque no de importancia, la flexibilización laboral sigue con
todo, en una economía que ha incrementado su productividad en beneficio exclusivo de las
patronales y con una desocupación mucho menor que la imperante bajo la crisis ( actualmente
9%) pero alta y estancada respecto de los años setenta y flanqueada por una amplia franja de
subocupación que ronda el 10 %. Lo mismo ocurre con el valor real del salario que en el sector
en blanco equipara los niveles pre crisis o lo supera ligeramente, devorado constantemente por
una fuerte inflación real silenciada en los guarismos oficiales pero presente en la realidad
cotidiana. La palabrería de Cristina Kirchner acerca de los salarios más altos de Latinoamérica
poco dice de la brutal explotación a que son sometidos los trabajadores y del consuelo de tontos
al que se expone quien se compara con los menos favorecidos. Tampoco habla del componente
‘histórico moral ‘ del salario argentino fuertemente degradado respecto de épocas pasadas. La
deuda externa, pese a los pagos al contado con reservas (acopiadas a costa de ‘la sangre y el
sudor de los argentinos’ como decía Nicolás Avellaneda) sigue por encima de los 180.000
millones de dólares. Frente a vencimientos inminentes, el gobierno, maestro en el arte de hacer
pasar agachadas por victorias, ha querido vender el verso del ‘desendeudamiento’ como un
‘gran triunfo nacional’, como forma de ganar independencia de decisiones (pagando al contado
al usurero lo que se podía pagar en plazos) pero tuvo que sacar de la galera la fallecida 125,
para, luego, ante el corcoveo del capital agrario, virar hacia la estatización de las AFJP (otra
gran victoria nacional y popular¡) como forma de manotear directamente al ahorro de los
jubilados a efectos de solventar los problemas de caja. Merecedora de aclaración es la cuestión
de que la recapitalización del sistema de reparto no significa triunfo alguno de los trabajadores.
A lo sumo puede decirse que en comparación con un puñado de granujas subsidiarios de los
principales bancos, la administración estatal directa puede resultar más segura. Pero, en primer
20
lugar, los trabajadores no tienen ningún mecanismo real de control sobre sus aportes que son
convertidos en un ‘capital social’ manejado por el estado capitalista. En segundo lugar, ya desde
la época de su implantación las AFJP se veían compelidas a prestarle al estado, con lo que solo
se ha suprimido la comisión, y, en tercer lugar, el estado ha saqueado sistemáticamente las cajas
jubilatorias en nombre la ‘preservación del ahorro’ tal como pasó con el plan Boden. Lo que
ocurrió en el pasado puede volver a ocurrir en el futuro. Por último, el gobierno nacional y
popular no se ha avenido a reinstalar el aporte patronal derogado por Cavallo en aras de
perpetuar el romance con las cámaras empresariales.
Como diagnóstico, podemos concluir que el ‘modelo productivo’ es solo ruptura dentro de
la continuidad cuyo destino está atado en gran medida a la situación del capitalismo en la
escala internacional y en particular a como esta influya en la salud de las exportaciones
argentinas. No se debe olvidar que la economía argentina se ha movido en gran medida por el
tipo de cambio. Etapas de expansión condicionadas por un tipo de cambio alto han culminado
en desboques presupuestarios y luego hiperinflacionarios, cuyo ‘correctivo’ han sido etapas de
cambio fijo y reducción del gasto que generaban , a la larga, recesión e hiperdesocupación. No
hay razones para pensar que las condiciones estructurales de hoy sean tan diferentes que puedan
justificar una ruptura de esta alternancia. Por el contrario, lo más probable es que la inflación
que soportamos, más que consecuencia del ‘recalentamiento’ de la economía esté reflejando una
emisión soterrada destinada a sostener el dólar alto y la intermitente fuga de capitales que en los
últimos años ha superado los 50.000 millones de dólares. La deuda interna es muy elevada y las
reservas, bien contabilizadas, no son tan exuberantes como se lo presenta. Reiteramos, mientras
se mantenga una balanza comercial positiva, la rueda primaria de la economía argentina es
capaz de poner en marcha los demás engranajes. De ella deriva la fortaleza del plan de gobierno
y es, al mismo tiempo, su talón de Aquiles.
Un somero análisis merece la política distribuicionista del gobierno K. Sus logros supremos son
las jubilaciones otorgadas a trabajadores con aportes insuficientes, a madres de 7 o más hijos sin
ingresos y la asignación universal por hijo. Son medidas progresistas en tanto mejoran, así sea
de grado, la condición material de un amplio abanico de trabajadores pobres, pero calculados de
modo tal que no cuestan un centavo a la clase capitalista. La financiación a través del ANSES
implica que son los trabajadores en actividad los que costean la supervivencia de sus hermanos
menos favorecidos y también los pasivos que sufren el achatamiento de la pirámide previsional
y la devaluación crónica de sus ingresos. La asignación ‘universal’ no es tan universal, en tanto
manifiesta toda una gama de disparidades de monto y deja afuera, por distintas razones a dos
millones de chicos. Se costea mediante el recorte a planes sociales que se pagaban antes y
comprimiendo los montos jubilatorios. Estamos en presencia de medidas de ‘socialización de la
miseria’ y no de la riqueza. Su finalidad estratégica es morigerar la posibilidad de futuros
estallidos sociales de los sectores más marginados del proletariado y crear un campo de
fidelidad político electoral que asegure la perpetuación de la cleptocracia kirchnerista. Con esto
nos adentramos en el problema de las perspectivas políticas del país.
La política de la era K:
Si en la esfera económica observamos rupturas que no logran quebrar la continuidad, en la
esfera política solo se observa conservadurismo en toda la línea. Apagados los últimos ecos del
‘Que se vayan todos’ -un controvertido cuestionamiento a la corporación política- la fumata
blanca de los caciques del peronismo catapultó al poder a Néstor Kichner y su clan. Tuvieron
tiempo de arrepentirse. Quien fuera ungido como delfín de Duhalde, aprovechó el capital
político recién cosechado para afianzar los negocios de su propia ‘familia’. En principio exploró
la ‘transversalidad’; pero pronto se dio cuenta de que solo hay un partido en condiciones de
asegurar una gobernabilidad prolongada: El peronismo, con sus históricos mecanismos de
control políticos y sindicales. En base al poder supremo conferido por el manejo de la ‘caja’
trabó pactos de conveniencia mutua con los más rancios sectores del PJ y dejó incólume el
control clientelar y represivo ejercido por los intendentes mafiosos, sobre todo del conurbano.
Cooptó a tránsfugas radicales y mediante la prebenda estatal a luchadores sociales de diverso
pelaje. Con algunos traspiés (125) compró voluntades a granel en el parlamento. Instauró una
nueva justicia adicta. Sello un pacto con la CGT que llevó a Moyano a una situación cuasi
21
ministerial. Implementó una hábil política de ‘derechos humanos’ que, disuelve en el tiempo, la
posibilidad de castigo efectivo emanado del derecho burgués y niega estratégicamente la
verdadera justicia, es decir, la revolucionaria. En paralelo, apuntala la represión democrática
frente a todo levantamiento obrero independiente (Ej. Kraft-Subtes-Petroleros etc.) judicializa la
protesta social (lo que afirmó jamás haría) e instrumenta una política sistemática de ‘gatillo
fácil’ destinada al disciplinamiento social de la juventud empobrecida, que ya acopia miles de
muertos a los que vienen a agregarse los recientes asesinatos de jóvenes en Bariloche. Angosta
las vetustas estructuras castrenses, para privilegiar las fuerzas de ‘elite’ más aptas para la
represión interior y la colaboración ‘democrática’ (contrarrevolucionaria) con el imperialismo
‘humanitario’. Hace la vista gorda frente al negocio de la droga del que se nutre la jerarquía
policial y el aparato político. Ampara a toda suerte de funcionarios de gobierno involucrados en
fabulosos negociados (Jaime- De Vido) detrás de los cuales está el matrimonio mismo. Su
enfrentamiento con multimedios como Clarín poco tienen que ver con la libertad de expresión,
derecho formal que existe bajo toda democracia capitalista, sino, con cambiar el monopolio
existente por uno nuevo, ligado al estado y las corporaciones afines.
Las últimas elecciones mostraron un kirchnerismo erosionado en caudal de votos, a manos de
algunas inestables alianzas de derecha e izquierda burguesa. De Narváez en la Provincia y Pino
Solanas en Capital fueron las figuras del momento. Mayor fue el deterioro ocasionado por la
derrota política en torno a la fallida ley 125 que lo mostró humillado frente a las corporaciones
agrarias y el amplio, pero siempre vigente ‘partido militar’ en el que entran poderosos
multimedios, la Iglesia católica, un buen número de arrendatarios etc. Pero, de ahí en adelante,
el actual gobierno puso de relieve una notable capacidad de recuperación. Varias jugadas
políticas (Ley de medios-políticas asistenciales) sumándose a la salida de la recesión, lo colocan
con grandes chances para el 2011. Solo un fortalecimiento del peronismo disidente o la
reiteración de una alianza de derecha más sólida pueden poner en tela de juicio la continuidad.
Pero ello depende en gran medida de la evolución de otros factores, sobre todo la inflación, el
nivel de empleo, la ‘inseguridad’, a su vez, tributarios de la crisis mundial con actual epicentro
en Europa. Los partidos de izquierda revolucionaria parecen haberse afianzado en un piso de
supervivencia, contra el que atenta la reforma política, pero, sobre todo, la polarización electoral
entre las opciones burguesas que empalman con el atraso político de las masas. No solo la
conciencia plenamente revolucionaria, sino la más elemental conciencia de clase, asumen
expresiones embrionarias y ello se manifiesta en la correlación de fuerzas entre las clases. Las
expresiones clasistas en los sindicatos y fuera de ellos siguen siendo marginales. El déficit de
participación de la clase obrera como un movimiento independiente, evidente en los
acontecimientos del 2001, se perpetúa, no encuentra expresión política bajo sus propias
banderas y millones de obreros terminan repartiendo sus votos y sus vanas esperanzas entre
opciones patronales, en razón de consideraciones pragmáticas o de mal menor.
Resistencia obrera y organización independiente para luchar
Ya hemos explicado en otros escritos, que, en nuestra opinión, la clase trabajadora argentina se
encuentra en una condición de atraso ideológico y político que condiciona los objetivos, los
métodos y las formas organizativas de sus luchas. La restauración de la democracia en el 82 no
fue un triunfo revolucionario de las masas y mucho menos de la clase obrera. La resistencia
obrera sorda y atomizada que se polarizó a la ofensiva con la huelga general del 30 de marzo no
progresó hacia el enfrentamiento directo contra la dictadura y el imperialismo, las
movilizaciones de vanguardia amplia tras la derrota, tampoco. Por el contrario, las masas
trabajadoras se encolumnaron tras de la multipartidaria y los sindicatos tradicionales que
abrieron las puertas para una restauración concertada del régimen democrático parlamentario.
En las casi dos décadas que transcurrieron hasta la crisis del 2001, si bien existieron importantes
procesos de lucha, ninguna pudo forzar los límites de una situación ‘no revolucionaria’ y abrir
los cauces para una acción histórica independiente del proletariado. El estallido del 2001 no fue
excepción. Si bien existieron condiciones parciales que apuntaban en sentido pre revolucionario,
una situación de ese tenor y mucho menos de carácter revolucionario e insurreccional, no pudo
conformarse por que el protagonista elemental de la revolución: la clase obrera, permaneció
pasivo y subordinado a los vértices sindicales y políticos tradicionales. Esta situación no se ha
modificado en lo esencial hasta hoy. Pese a la existencia de luchas reivindicativas y la
22
formación de embrionarios organismos clasistas, en cuya extensión y desarrollo debemos poner
empeño los revolucionarios, la situación es de dominio estable por parte de la clase capitalista y
el impacto de la crisis en los países centrales, por el momento, no adquiere reflejo en el ámbito
local. Estos son los marcos generales en que se inscriben los recientes procesos de lucha
reivindicativa. En este respecto, es importante puntualizar que la creciente inflación viene
motorizando huelgas por aumentos salariales que en muchos casos rebasaron las pautas
establecidas en un principio por las patronales y los sindicatos. La lucha de los trabajadores de
Arcor arrancó un aumento del 40%, evidenciando un fuerte empuje desde abajo, y motivó una
escalada de conflictos que impulsaron hacia arriba el piso del 20% establecido por Moyano.
Diversos gremios, entre ellos el de comercio, arreglaron en torno al 30%. No obstante, el grueso
de estos acuerdos están sujetos a un fraccionamiento a lo largo del año que devorará, inflación
mediante, buena parte de su valor, obligando a nuevas escaladas de lucha. Si bien los sindicatos,
en su estado actual, son una correa de transmisión de los intereses del estado capitalista sobre
los obreros, no dejan de acusar en parte el malestar de los de abajo o la presión del activismo
espontáneo u organizado. Operan como un termómetro que registra los límites de la tolerancia
para encauzar el descontento por los carriles inofensivos de la conciliación entre el trabajo y el
capital. Por supuesto, no siempre logran hacerlo en la medida deseada. Solo el estallido de
huelgas ‘salvajes’, organizadas y dirigidas desde abajo, puede romper con este estado de cosas,
pero, para que triunfen, es necesario que se conformen dentro de los sindicatos y fuera de ellos,
organismos de clase de los trabajadores, como los ‘comités de fábrica’ que son la simiente de la
superación revolucionaria de las viejas estructuras sindicales. Esta es la precondición para la
formación de sindicatos clasistas o su directa substitución por coordinadoras fabriles y en mayor
escala, territoriales. Una deseable perspectiva que se debe propagandizar, pero, por el
momento, música lejana; las expresiones clasistas en los sindicatos son ultraminoritarias y para
colmo de males, desperdigadas. A esta atomización contribuye la amplia fragmentación de los
puntos de referencia políticos. En efecto, nos encontramos con un abanico de luchadores
sindicales clasistas , que, en algunos casos, no solo reniegan de la lista infinita de partidos
revolucionarios existentes, sino, abjuran de la idea misma de partido, reclamando en el plano
político, el abstencionismo o el apoyo táctico a tal o cual variable burguesa o pequeñoburguesa
progresista. Otros responden a fantasmagóricas organizaciones pretendidamente revolucionarias
‘en las sombras’ y otros tantos se encuadran abiertamente en algunas de las variables
‘trotskistas’ ‘maoistas’ ‘autonomistas’ que abundan. Para peor, las internas políticas e
ideológicas de la autoproclamada ‘vanguardia’ embarran más la cancha, llamando al pié de cada
convocatoria ‘genial’ que se les ocurre, al universo de los luchadores, con lo que,
inequívocamente obtienen, son reuniones minoritarias de adeptos y simpatizantes, negándose
obstinadamente a dar batalla por la unidad obrera, puesto que, en los hechos, priorizan los
intereses de aparato por sobre la unidad. Estas situaciones se han reiterado hasta el cansancio en
los últimos años generando desinterés y hasta repudio por parte de un amplio sector de la
vanguardia de lucha. Cuadro semejante, no se soluciona formulando nuevas convocatorias
desde el propio ombligo, sino, a través de la elevación del nivel político del activismo y el
surgimiento de referentes obreros que realmente estén en condiciones de convocar desde una
posición de ganada autoridad. Por supuesto, de darse este caso, los llamamientos serán mucho
más modestos y de seguro, menos pedantes. Con total seguridad, masivos.
La situación de Argentina y el mundo requiere de intensas batallas, dadas al calor de la lucha,
para que las masas obreras asuman el programa marxista como norte estratégico de sus
acciones. Con este objetivo, los revolucionarios debemos formar núcleos que apunten a la
puesta en pié de verdaderos partidos de clase.
En este propósito compromete sus esfuerzos Batalla Marxista.
CRISIS DE LA EUROZONA CON POSIBILIDADES DE FRAGMENTACION
MONETARIA.
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La crisis ya ha ido mas allá de los eslabones débiles de la Unión Europea (Portugal –EspañaIrlanda-Grecia) pasando, en magnitud creciente, a los pesos pesados de la Unión Europea, en
especial Gran Bretaña y el eje Franco Alemán. El origen inmediato de la crisis se ubica en el
período de acumulación anterior, basado en el crecimiento del capital financiero especulativo,
fenómeno expresado en la sobrevaluación del euro.
En este sentido, cabría preguntarse si la actual crisis europea no marca el comienzo del fin de la
actual globalización, entendida esta como la circulación sin trabas del capital financiero
especulativo, globalización que dio un salto gigantesco en el periodo posterior al derrumbe del
muro y la inclusión de nuevos mercados, sobre todo del Este Europeo, en la órbita capitalista. El
todo, ocurre en un contexto de crecientes contradicciones entre las burguesías imperialistas
europeas, donde, entre la City londinense y la Plaza de Frankfurt se disputan el rol de centro
financiero europeo.
El corsé monetario del euro sobrevaluado, en un marco donde Oriente crece y le quita
competitividad a la Eurozona, lleva a un crecimiento de la desocupación que empuja la erosión
los salarios y las conquistas de los trabajadores, de ahí, que, ante la rigidez de las políticas
monetarias que sirven de soporte al euro, el método de competir disputando mercados a otros
bloques sea la flexiblización laboral y la caída salarial.
La decisión de mantener dentro de la Eurozona incluso a socios ‘engorrosos’ como Grecia,
tiene que ser vista en el trasfondo de la necesidad de preservar la unidad política, en este caso la
Unión Europea, para así negociar en mejores condiciones con los otros bloques internacionales,
necesidad que se impone incluso a la existencia de propias orientaciones políticas
pronorteamericanas, como es el caso de Sarkozy en Francia y Berlusconi en Italia.
Los ajustes que están haciendo ahora los miembros de la Unión Europea para resolver el déficit
profundizarán el contexto recesivo a raíz de la menor recaudación tributaria consecuente a la
menor actividad económica. La consecuencia directa será el crecimiento del déficit estatal, que,
a su vez, demandará nuevos ajustes, con lo cual la Eurozona profundizará su entrada en la
espiral recesiva. Los déficits de los estados miembros de la UE tienen por origen inmediato la
orientación del estado capitalista a privilegiar la tasa de ganancia del capital financiero en
desmedro de otras fracciones del capital y como vehículo de la apropiación de la plusvalía
generada en otra parte, a su vez, es heredera de la conformación de un mercado subsidiario de la
productividad alemana que relega a un conjunto de países al rol de semicolonias financieras,
que, a la larga, no pueden enfrentar los costos de esta situación.
La única posibilidad de una salida progresiva a la crisis europea pasa por que las luchas obreras
y populares que están en curso, sean el inicio de una tendencia -cuya duración no podemos
precisar- hacia la independencia de clase del proletariado europeo. Es con este norte que
llamamos a la construcción de núcleos revolucionarios por parte de los trabajadores europeos,
que se propongan cada vez más abiertamente romper con el ciclo funesto de colaboración de
clases que los condena a pagar los costos de la resucitación del capitalismo. Al proteccionismo
clasista de los explotadores que azuza el odio nacionalista, debemos oponer el internacionalismo
proletario más consecuente, encauzado hacia una lucha conjunta contra un sistema del cual la
crisis no es más que una manifestación orgánica que, periódicamente, se abate sobre los
trabajadores. Al proyecto conservador de la UE capitalista, para cuyo socorro hoy se planean
brutales ajustes contra los explotados, los revolucionarios oponemos el objetivo de una
Federación de estados socialistas de Europa que surja de expropiar a los explotadores y se
comporte como palanca de la revolución mundial.
Apuntes sobre la Ley de Educación Superior:
Como es de público conocimiento, el actual gobierno se propone una reforma de la Ley de
Educación Superior (en adelante LES). Ya se han avanzado numerosos proyectos y en algunos
casos sus promotores prometen una ruptura de fondo con los criterios básicos de la ley vigente,
conforme al espíritu ‘popular’ que preside las acciones de la gestión kirchnerista. Nos
permitimos dudarlo, pero antes de avanzar sobre las nuevas propuestas es preciso establecer el
contenido básico de la ley actual.
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La LES surge como parte de un conjunto de medidas destinadas, por un lado al achicamiento
del gasto público, y por otro a la penetración del capital privado en áreas tradicionalmente
gestionadas por el estado. La LES responde, ante todo, a la necesidad capitalista de liquidar la
gratuidad de la adquisición de conocimientos superiores por las masas populares. Con ello no
pretendemos embellecer el estatus previo. En efecto, antes de la LES la educación superior no
era completamente gratuita y mucho menos al alcance de todos. Lo que se busca con la LES es
establecer una progresiva mercantilización del conocimiento, resumida en la fórmula ‘del
derecho al servicio’ con efectos de creciente elitización. Pero no estamos en presencia de un
proyecto de completa privatización, sino, de identificación integral entre la ‘inversión’
efectuada por el estado y las necesidades empresariales, facultando además la apropiación de la
producción científica para fines privados. El cambio se inscribe en una tendencia hacia la
liquidación del ‘estado de bienestar’ que recorre el mundo desde los años ochenta y adquiere
particular agudeza en la década del noventa. Ello no significa, ni mucho menos, la liquidación
de la intervención estatal, sino, en términos capitalistas, su achicamiento y eficientización, vale
decir, liquidación de costos ‘superfluos’, o sea, todo aquello que beneficia a los trabajadores, e
hipertrofia de sus funciones represivas y subsidiarias del capital, como lo está demostrando el
fabuloso rescate estatal comprometido en salvar de la quiebra a los bancos y entidades
financieras luego de la crisis iniciada en el 2008. Esta tendencia en curso aplicada a la cuestión
de la educación superior (achicar o estabilizar el financiamiento estatal y condicionar la
orientación de la enseñanza y la investigación a las necesidades capitalistas de personal
específicamente capacitado, así como, la apropiación de los descubrimientos para fines de lucro)
se corporiza en todos los países que han sido conejillos de indias de medidas de corte neoliberal
(Como Argentina) pero también en los países de la órbita europea, con estructuras estatales más
refractarias, que, precisamente en estos momentos, son objeto de ataque por gobiernos de todo
el espectro político, a fin de desviar recursos hacia salvataje financiero y el achicamiento del
déficit fiscal. Este ataque se profundiza con los acuerdos de Bolonia y viene enfrentando una
dura resistencia. En Italia un millón de estudiantes ganaron las calles contra ley Gelmini,
logrando se postergue un año su aplicación. En Francia se sucedieron poderosas
manifestaciones entre el 98 y 99 contra la LRU (Ley de libertades y responsabilidades de las
Universidades) y el CPU(Contrato primer empleo) que culminaron en la toma del Ayuntamiento
de París y la dimisión de Pecresse. Grandes movilizaciones con paros estudiantiles y tomas se
suceden desde el 97 en Grecia, donde la Universidad privada no se permite por ley, en Turquía,
Serbia y Croacia. Como puede verse, un panorama que contrasta con la apatía con que fue
enfrentada la LES en Argentina y un ejemplo a seguir en la pelea por la derogación de la misma.
Hasta donde se sabe, los nuevos proyectos de ley dejan intacto el núcleo duro de la LES vigente,
a saber: conocimiento como bien mercantil, arancelamiento, injerencia del sector privado en la
orientación y limitación de la autonomía universitaria. Difícilmente sea distinto en el caso de un
gobierno acostumbrado a poner el guiño a la izquierda y doblar para la derecha. La tarea de los
estudiantes, docentes y no docentes afectados por la ley vigente o la que venga, pasa por
enfrentar su carácter elitista y mercantilizador, apuntando a la búsqueda de una educación
enteramente gratuita y al alcance de todos, por medio de una ampliación del sistema de becas,
plenamente garantizada por un estado al que le sobran recursos para volcar a la educación.
Debemos ser conscientes que una Universidad para los trabajadores no es compatible con un
estado que no les pertenece y que, por consiguiente, nuestra tarea pasa por arrancar mediante a
lucha las mejores reformas que podamos imponer. Solamente cuando los trabajadores, los
estudiantes, los campesinos pobres y el conjunto de los que vivimos del propio trabajo logremos
derribar este estado de los explotadores, sostenido actualmente por gobiernos que abusan de la
demagogia ‘nacional y popular’ para mejor encubrir los verdaderos intereses patronales que
defienden, existirá la posibilidad de una Universidad que sea realmente gestionada por todos, y
para todos.
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