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APARECIDA, ¿FIN O REAFIRMACIÓN DE LA INVOLUCION ECLESIAL?
ÁNGEL GARCÍA-ZAMORANO
GUATEMALA.
ECLESALIA, 19/04/07.- A medida que se acerca la fecha de la V Conferencia del Episcopado Latinoamericano -que se celebrará del 13 al 31 de
Mayo próximo en Aparecida (Brasil)-, es tema obligado de reflexión y comentarios en el ámbito eclesial. La literatura en torno a este
acontecimiento es abundante y hay para todos los gustos. Pero no es cuestión de gustos, sino de ser fieles al evangelio y a la misión que la
Iglesia tiene en el mundo de ser presencia histórica de Jesús. Por eso, me he atrevido a lanzar esta pregunta: La V Conferencia ¿marcará el fin
de la involución que se ha iniciado pocos años después del Vaticano II o la reafirmará? Pregunta un tanto aventurada, pero que no es irrelevante
porque del acercamiento o alejamiento de la Iglesia al mundo depende también la fidelidad a su misión. También puede ayudar a percatarnos
dónde nos situamos en la Iglesia y definir nuestra postura en medio de la tempestad y desasosiego que estamos viviendo. De todos va a
depender que Aparecida marque un alto en el camino ya largo de estancamiento eclesial que vivimos o que con nuestras actitudes poco definidas
colaboremos a que continúe. El problema va más allá de las palabras, por las consecuencias que tiene para la realización del Reino y para que la
Iglesia recobre el papel que le corresponde en el mundo actual.
1.- INVOLUCION POSTCONCILIAR
En el año 1980, la revista “Misión Abierta” publicada en España, lanzó un número monográfico con el título “¿Involución en la Iglesia?”. Este
interrogante fue como una sacudida que llamó mucho la atención. Las críticas, comentarios y descalificaciones a esta sospecha no se hicieron
esperar. Pero unos años más tarde, la realidad se imponía por sí misma y podía comprobarse que el diagnóstico general de la Iglesia como
involutivo, no sólo era una pregunta sino una realidad.
1.2. Manifestaciones desde Roma
El punto de referencia era el Concilio Vaticano II. Aquella asamblea había logrado que la Iglesia diera oficialmente ciertos pasos para superar su
alejamiento del mundo. La modernidad, que surge a raíz de Ilustración a finales del s. XVII, había proclamado ciertos criterios que la sociedad
fue asumiendo como por ósmosis y la venían alejando cada vez más de la Iglesia, que se mantenía al margen del nuevo rostro social que se
estaba configurando y encerrada en sí misma. Entre otras cosas, la modernidad proclamaba a la razón como base de todo conocimiento,
contraponiéndola a la autoridad; el progreso como aspiración suprema de la sociedad; la ruptura con lo antiguo considerado sin eficacia; la
democracia como sistema político ideal; el respeto a la persona y sus derechos fundamentales como elemento indispensable de la convivencia
humana. Sus propuestas se resumen en el lema de la Revolución francesa (1789): “libertad, igualdad, fraternidad”.
Esta forma de pensar se fue imponiendo con naturalidad y rapidez en la sociedad. A nivel de Iglesia no fue bien aceptada por considerarse
atacada en sus estructuras verticalistas y autoritarias, fraguadas a largo de la Edad Media. Como ejemplo, extremo si se quiere pero que refleja
la mentalidad de que se fue alimentando la Iglesia, recordemos unas palabras de Gregorio VII (1073-1085): “Nadie en la tierra puede juzgar al
papa. La Iglesia romana no se ha equivocado nunca, y jamás se equivocará hasta el final de los siglos. Sólo el papa tiene autoridad para deponer
a los obispos... al emperador y a los reyes, y dispensar a sus súbditos de la debida fidelidad. Todos los príncipes deberán besarle los pies... Un
papa legítimamente elegido es indiscutiblemente un santo, por los méritos de Pedro”[1]. El Syllabus[2], catálogo de errores elaborado por Pío IX
(8 dic. 1864), condenaba prácticamente todos los avances científicos y de la teología, con los que el pensamiento moderno se oponía a la visión
medieval del mundo, tal como la defendía el más reaccionario tradicionalismo católico. Termina con estas palabras: “El Romano Pontífice no
puede ni debe reconciliarse y transigir con el progreso, con el liberalismo y con la civilización moderna”. Y a lo largo del s. XIX y XX se fue
condenando todo lo que fuera libertad de conciencia, de expresión y pluralismo religioso. Por supuesto, las cosas hubieran sido muy distintas si
tanto la reflexión eclesial como sus estructuras hubieran girado en torno al Sermón del Monte (Mt 5-7) que es la carta magna del nuevo Pueblo
de Dios. Las circunstancias históricas en que fueron publicados estos documentos eran distintas, es cierto, pero la fidelidad al evangelio es algo
irrenunciable para la Iglesia en todos los tiempos. Por eso, se entienden, pero no se justifican.
Algunos teólogos que intentaron asumir las nuevas categorías de pensamiento como base de su reflexión para reconciliar a la Iglesia con el
mundo, tuvieron que sufrir el rechazo, el exilio y el silencio. En 1959, el Papa Pío XII publicó la encíclica Humani generis, que condenaba la
“nueva teología” e imponía a los teólogos la defensa del magisterio sin posibilidad de discusión ni disenso. Entre ellos estaban Teilhard de
Chardin, Karl Rahner, E.Schillebeeckx, I.Congar, E. de Lubac, y otros. Apenas diez años después, se convertían en asesores y peritos del Concilio
Vaticano II y sus ideas eran asumidas en buena parte por dicho Concilio.
El Vaticano II (1961-65) fue una verdadera revolución al interior de la Iglesia y el hecho eclesial más importante de los últimos siglos. Puso los
cimientos de una nueva visión de Iglesia más evangélica y atenta al mundo. La concibió como Pueblo de Dios y la jerarquía al servicio de este
pueblo; todos los miembros de la Iglesia gozan de una misma igualdad y de los derechos a la participación y responsabilidad; superó el modelo
de centralización por el espíritu colegial; reconoció el pluralismo religioso y la libertad de la persona como tesoro que siempre hay que guardar y
defender. Con el mundo se establecía una nueva relación de colaboración y diálogo, y reconoció la autonomía de las realidades temporales.
Como había manifestado Juan XXIII, un nuevo aire fresco quería entrar por las ventanas de la Iglesia, cerrada durante muchos siglos en sí
misma y al margen del mundo y de la historia[3]. La fidelidad a la tradición es un estímulo que la ha de impulsar a la revisión crítica y reformas
audaces. La tradición no es mirar atrás, sino proyectarse hacia el futuro (cf.DH 1).
La “ventana abierta” y el sueño de Juan XXIII duraron poco tiempo. La esperanza y entusiasmo suscitados por el Concilio comenzaron un
progresivo declive y continúan hasta nuestros días. Sus manifestaciones se inician en el período de Pablo VI. En 1968 publicaba la encíclica
Humanae Vitae en que se muestra muy cerrado sobre un problema difícil como es la regulación de la natalidad. La comisión de teólogos y
expertos a quienes había pedido opinión le aconsejaron no publicarla, pero no fueron escuchados. Con ocasión de las apariciones de Fátima, sus
palabras: “Deben haber grietas adentro de la Iglesia porque el humo del infierno se ha filtrado en ella”, causaron profunda conmoción y
desconcierto.
Durante el período de Juan Pablo II, puede decirse que no hay aspecto del Concilio que no haya sido puesto en cuestión. El Sí nodo de 1985
reafirmó oficialmente la involución, pretendiendo corregir su rumbo. A esto se fueron añadiendo descalificaciones de teólogos retirándoles sus
cátedras y otros fueron reducidos al silencio. Al interior de la Iglesia y la forma de conducirla, ocurrió lo contrario de lo que dijo Juan XXIII en la
inauguración del Concilio: “En nuestro tiempo, la Esposa de Cristo prefiere usar de la medicina de la misericordia más que de la severidad” (11
oct. 1962,15). Las sanciones, interrogatorios, censura de ciertas obras, iban por un camino distinto. Esta práctica se mantiene hasta nuestros
días.
El resultado de este proceso fue desvirtuar la colegialidad episcopal, recortar la autonomía de las Iglesias locales, centralismo cada vez más
fuerte, control romano en el nombramiento de los obispos, represión de muchos teólogos, acoso de la teología de la liberación y de las
comunidades eclesiales de base, control en el nombramiento de profesores de teología y necesidad de permiso para la enseñanza católica,
fomento de un catolicismo de masas y la celebración de toda clase de jubileos y años dedicados a algún aspecto particular de la doctrina cristiana
que no han dado el resultado esperado. Una de las reacciones fue la llamada Declaración de Colonia, firmada por 170 teólogos y publicada el 26
de enero 1989, con el título Contra el tutelaje, por una catolicidad abierta. Sólo el título es suficientemente significativo.
En 1998, Juan Pablo II publicaba un nuevo documento, Ad tuendam fidem, que prohíbe a los teólogos católicos disentir de la doctrina oficial
sobre algunas verdades presentadas como definitivas, apoyándose en razones de autoridad y bajo amenaza de sanciones.
Estos datos y otros muchos muestran, como había dicho Rahner, que “este Concilio Ecuménico no ha sido todavía aceptado de hecho en la
Iglesia ni en la letra ni en el espíritu. En grandes líneas vivimos en una ‘invernada”, como suelo decir yo”.[4]
1.2. Manifestaciones en América Latina
La Iglesia de América Latina no fue ajena al control de Roma e involución que ésta iba creando. Después de la Conferencia General del
Episcopado en Medellín, convocada para aplicar el Concilio al Continente americano, siguieron las de Puebla y Sto. Domingo. Reconociendo sus
grandes aportaciones, puede observarse cómo, a medida que pasaban los años, fueron perdiendo la vitalidad suscitada por el Vaticano II y
acentuándose el proceso involutivo de la Iglesia.
Medellín (1968) despertó grandes esperanzas y supuso la renovación de la Iglesia latino-americana. Su fidelidad creativa al evangelio y al
espíritu del Vaticano II, hizo surgir una nueva conciencia y modo de vivir la Iglesia y en la Iglesia. Los pobres fueron colocados en el centro de su
vida y misión. De objetos a quienes hay que atender pastoralmente, pasaron a ser sujetos de la historia, personas a quienes primero hay que
escuchar y atender sus clamores. Al abrir los ojos a la realidad, lo primero que aparecía eran las grandes masas empobrecidas y creyentes que
tenían gran esperanza en la Iglesia y a las que había que dar una respuesta.
A la Conferencia de Medellín siguieron unos años de verdadera primavera y esperanza. Fue un verdadero acontecimiento salvífico. Se respiraba
optimismo e ilusión por todas partes. El entusiasmo evangelizador y misionero, la fortaleza mostrada ante gobiernos militares y dictadores y
sellada por la sangre de muchos mártires, el nacimiento de la Teología de la Liberación, el florecimiento de CEB, cambió el aspecto de la Iglesia
latinoamericana haciéndola atrayente y cercana al pueblo.
El impulso evangelizador que generó, dio lugar también a reacciones contrarias en importantes ámbitos sociales y eclesiales y que se
implementara en muchos países lo que se llamó “seguridad nacional” -fomentada y apoyada por el gobierno de USA-, que consideraba el
movimiento originado por Medellín peligroso y contrario a sus intereses en el continente[5].
La III Conferencia celebrada en Puebla (Méjico, 1979), confirmó y asumió las grandes orientaciones de Medellín. Pero enseguida comenzaron las
dificultades y síntomas de involución por influencia del proyecto eclesial neoconservador que se estaba fomentando en el interior de la Iglesia. No
rompió frontalmente con Medellín, pero el centralismo, el clericalismo y el autoritarismo de la curia vaticana, fueron haciendo mella en la Iglesia
del Continente y acentuando la involución.
El documento final, conserva todavía el espíritu y aire renovador heredado de años anteriores, pero rebajándolo. Por ejemplo, la opción por los
pobres se convierte en “opción referencial” (nn. 382 y otros); la Iglesia no se funda en Jesús, sino que fue fundada por Jesús (n.176). Es un
texto muy rico y de una gran densidad teológica, pero no saca las consecuencias. En todo momento aparece la preocupación por la ortodoxia,
siguiendo las pautas que el Papa había trazado a la Conferencia en el Discurso Inaugural que giró en torno a: la verdad sobre Jesucristo, la
verdad sobre la Iglesia y la verdad sobre el hombre. Indicó también que la primera obligación de los obispos era “vigilar por la pureza de la
doctrina, base en la edificación de la comunidad cristiana” (I.1). El problema no es que estas palabras no sean ciertas, sino que reducen el papel
de la Iglesia en la sociedad, presentándola más como defensora de una doctrina que de la persona, con más inclinación a la teoría que a la
práctica, partidaria de la ortodoxia más que de la práctica cristiana. En la convocación del Concilio, Juan XXIII decía que ante “la grave crisis de
la humanidad... la Iglesia debe capacitarse cada vez más para solucionar los problemas del hombre contemporáneo” (n.2.5). El tema del hombre
fue el centro del discurso de clausura de Pablo VI, afirmando entre otras cosas que “la antigua historia del samaritano ha sido la pauta del
Concilio” (n.8). Ahora ya no interesa tanto la persona y sus problemas como la ortodoxia que hay que mantener.
Pocos años después de Puebla, fue apareciendo con mayor fuerza la confrontación con la Teología de la Liberación y las CEB, acentuando sus
debilidades -como todo proyecto humano tiene-, y olvidando su gran acierto de conectar fe y vida, que tanto ha animado y fortalecido a las
clases populares.
Los documentos de la Congregación par la Doctrina de la fe Libertatis nuntius (1984) y Libertatis conscientia (1986) son representativos de esta
corriente involucionista. Su objetivo fue evidente: clausurar la teología de la liberación que se ha desarrollado en América Latina y promover una
mayor docilidad a la jerarquía. A pesar de que los principales teólogos de la liberación no se reconocían retratados en el análisis que hacían los
documentos -al que caracterizan incluso de “caricaturesco”-, no podían evadirse de la censura de la teología que promovían, más cuando recibió
la aprobación y apoyo del Papa Juan Pablo II.
El primer documento se proponía llamar la atención sobre algunas desviaciones o riesgos de desviación de la teología de la liberación, ruinosos e
“incompatibles” para la fe y para la vida cristiana. El segundo, señalar los principales elementos de la doctrina cristiana sobre libertad y
liberación. Los dos eran complementarios. El primero trató de descalificar la teología de la liberación, tal como fue pensada y desarrollada. El
segundo, rehacerla sobre otros presupuestos que no fueron los que motivaron su nacimiento y crecimiento en América Latina. Algunos
observadores adelantaron la hipótesis de que en el segundo documento había una transformación radical en la actitud del Vaticano respecto de la
teología de la liberación. Pero fue más bien reforzar el primero manteniendo una concepción individualista y personalista del pecado, el nivel
abstracto del valor de la libertad y de los procesos de liberación. Desconoce también la legitimidad de la reflexión sobre la realidad a la luz del
evangelio que hace la teología latinoamericana, lo cual equivale a decir que la censura.
No se piense que estos documentos de la Sda. Congregación para la Doctrina de la Fe contienen sólo elementos negativos. Tienen también
aspectos positivos y aprovechables. El enfoque y los presupuestos de que parte son los que presentan una teología de corte europeo, distinta de
la que se hacía en América Latina. Por otra parte, la crítica que hacen de la teología de la liberación dio lugar a su descalificación pública. Unos la
aprovecharon para condenarla; otros, para apartarse de los compromisos que esta teología implica y reafirmar su conservadurismo e
individualismo. Incluso no faltaron quienes identificaron la caída del muro de Berlín (1989), con el fin de la teología de la liberación.
Este debate demuestra que la involución también se fue haciendo presente en América Latina. En este momento son muchos los que en teoría y
en la práctica olvidan la reflexión propia de este continente que se desarrolló a partir de Medellín y buscan soluciones para no entrar en conflicto
con el Vaticano, dejando de lado su realidad lacerante. La corriente involutiva se fue acentuando más los años siguientes con el cuestionamiento
a Gustavo Gutiérrez, el silenciamiento de Leonardo Boff y últimamente con la sanción a Jon Sobrino.
En la IV Conferencia de Santo Domingo (1992), aparecieron con más claridad los signos de involución que se reflejaron en el documento final.
Fue una Conferencia organizada y controlada desde Roma. No reconoció a Medellín ni mencionó la sangre de los mártires que con tanta profusión
había regado este continente en los años recientes. La situación de pobreza y quienes la sufren, apenas tuvo cabida, sin negar que no haga
alusión a ellos. El centralismo se acentúa más.
En el documento final aparecen significativas limitaciones y lagunas. Se pierde el método inaugurado por el Concilio y asumido por las
conferencias anteriores de ver-juzgar y actuar; la visión de la realidad es parcial, triunfalista y eclesiocéntrica; la santidad se torna individualista
e intimista; la comunidad eclesial se enfoca desde una óptica jerárquica no desde el Pueblo de Dios, categoría central en el Vaticano II. Como
dice J. Sobrino, “pareciera que hemos perdido el rumbo y no echamos mano de nuestra tradición para retomarlo”[6].
En este contexto, durante la XXVIII Asamblea General Ordinaria del Celam en Caracas (mayo de 2001), surge la idea de pedir al Papa convocar
la V Conferencia del Episcopado Latinoamericano. La ocasión la propició el 50 aniversario del Celam que se celebraría a finales del año 2005. El
Papa respondió positivamente a la petición y finalmente en abril de 2006, la convocó para realizarse del 13 al 31 de mayo de 2007 en Aparecida,
Brasil.
Después de aprobado por el Papa el tema: “Discípulos y misioneros de Jesucristo, para que nuestros pueblos tengan en Él vida. Yo soy el camino
la verdad y la vida (Jn14,6)”, el Celam elaboró el Documento de Participación para suscitar aportaciones de todas las Conferencias Episcopales.
¿Dónde se sitúa este documento?, ¿reafirma la corriente involucionista o la corrige?, ¿se percibe en él la primavera conciliar o la prolongación de
un invierno frío y paralizante? ¿Cuáles han sido las reacciones a este documento? Tratemos de responder de alguna forma a estas y otras
preguntas para conocer mejor dónde nos encontramos respecto al proceso de involución por el que atravesamos.
2. EL DOCUMENTO DE PARTICIPACION
El poco interés y entusiasmo que ha despertado el Documento de Participación, tanto en círculos eclesiales como en los medios de comunicación
-comparado con los anteriores de Puebla y Sto. Domingo- , son claro indicio de que el espíritu que contiene no corresponde a lo esperado. El
escepticismo e indiferencia ha predominado sobre la ilusión y esperanza. Una lectura pausada y reflexiva nos lleva a concluir que este documento
no responde a los problemas que actualmente aquejan a la población latinoamericana ni a los que tiene planteados la Iglesia. Refleja más la
involución generalizada y reafirmación en la misma, que la vitalidad del Vaticano II y Medellín que pudieran ponerla fin.
Entre los aspectos que llaman la atención, quizá el más relevante sea que se sitúa al margen de la realidad. En un primer acercamiento a este
documento, escribí: “Situarse al margen de la realidad no quiere decir desconocerla o cerrar los ojos a ella. Significa reconocerla pero prescindir
de ella a la hora de reflexionar teológicamente, al hacer planteamientos pastorales y proponer líneas de acción para la evangelización y
realización del Reino. Quiere decir también, admitirla pero no dejarse afectar por ella”[7]. En esta tónica se desarrolla la mayor parte del
documento. Da la impresión de presentar a nivel teórico y doctrinal el cristianismo; después, saca algunas consecuencias. Habla del discipulado
sin presentar antes a Jesucristo. La realidad es muy distinta y sin responder a las verdaderas preguntas de la persona, no de sentido, sino de
sobrevivencia y violencia, es muy difícil que interesen cuestiones religiosas, por más importantes que sean.
El Cardenal de Tegucigalpa, Oscar Andrés Rodríguez, también manifestó su simpatía por el método deductivo con que está escrito el documento
de participación con frases tan imprecisas y equívocas como la siguiente: “Muchos pensaban que el tema del discipulado era muy genérico. ¿Por
qué no hablar de la pobreza tan extendida en América Latina? Pero, a medida en que fuimos profundizando, nos fuimos dando cuenta de que
este tema del discipulado no viene del aire, no es genérico”[8]. Ser discípulos de Jesucristo y no del neoliberalismo, no excluye poner los pies en
el suelo. Por el contrario, el bautismo al configurarnos con Jesucristo invita a encarnarnos en la realidad, como encarnado estuvo el Hijo de Dios
en un tiempo y condiciones socio-religiosas determinadas que no le fueron indiferentes.
El documento de participación fue difundido a todas las diócesis de América Latina como “invitación a participar en la preparación de la V
Conferencia General del Episcopado Latinoamericano” (Doc. Part, p.7, n.169). Parece lógico que las respuestas que fueron llegando -que sin
duda reflejan la situación real del continente, tanto socio-política como eclesial-, lo que este pueblo sufrido y pobre desea y pide a sus pastores,
sirviera para elaborar el documento base de reflexión y a partir de aquí sacar ciertas líneas pastorales de evangelización. Pero la respuesta
parece que no ha sido esa.
El Card. Errázuriz, Presidente del Celam, dijo estas palabras en una conferencia: “Esperamos entregar el así llamado “Documento de Síntesis”
que contendrá las aportaciones recibidas de toda América Latina y el Caribe, a fin de febrero de 2007. No lo hemos llamado documento de
trabajo para evitar el mal entendido de ser este el proyecto del documento conclusivo”[9]. La pregunta que surge espontáneamente es la
siguiente: Si se ha pedido colaboración y se va a “evitar” que ésta forme parte del documento conclusivo, ¿para qué se pide? ¿No es más lógico y
sensato que ese material que, sin duda, recoge el clamor de un pueblo “pidiendo a sus pastores una liberación que no les llega de ninguna
parte”[10], tenga preferencia sobre una agenda elaborada previamente al margen de la realidad? Más cuando podemos repetir lo que dijo Puebla
tomando un texto de Medellín: “El clamor pudo haber parecido sordo en ese entonces. Ahora es claro, creciente, impetuoso y, en ocasiones,
amenazante”[11]. Creciente, porque con los años va aumentado considerablemente la población y con ella los problemas y clamores. Y
amenazante, porque el sistema neocapitalista impulsado por la globalización, está dejando al margen muchos miles de personas que se van
convirtiendo en una verdadera amenaza social. ¿Se podrá silenciar o poner fin a este clamor con una cruzada religiosa?
Otro tema que suscita muchas sospechas es la Gran Misión Continental. El Documento de preparación parece que propone como objetivo
prioritario, “que nuestros pueblos en Él tengan vida”, como se desprende del tema y lema propuesto para esta Conferencia: “Discípulos y
misioneros de Jesucristo, para que nuestros pueblos en Él tengan vida. –Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. (Jn 14,6)”. Este objetivo podría
dar lugar a lanzar desde la opción por los pobres una evangelización profética, liberadora, integral e inculturada, que nos sacara de la apatía y
del estancamiento en que estamos. Pero realmente no es así. El objetivo real que se propone es la celebración de una “Gran Mi sión continental”
(Doc.Part. 173). Así también se expresa el Presidente del Celam en el documento antes citado: “Esta Conferencia General del Epi scopado no
quiere concluir con un mero documento. Quiere preparar materia de una gran misión continental. Ése ha sido el deseo de los presidentes de las
Conferencias Episcopales que han participado en nuestras últimas reuniones y en la reciente Asamblea de Lima”. Estas palabras reflejan no la
mentalidad de uno o dos Obispos, sino “el deseo de los presidentes de las Conferencias Episcopales”[12]
Por otra parte, esta misión no aparece motivada por la realización del Reino -que desapareció en el documento[13]-, ni por el espíritu del
Concilio y las Conferencias que lo han querido aplicar a nuestro contexto -Medellín y Puebla-, sino por la disminución de los católicos y la
tentación de competitividad ante otros grupos religiosos (n.155).
Así lo afirma también el P. David Gutiérrez, director de la Oficina de Información del Celam: “La Quinta Conferencia... busca dar una respuesta al
fenómeno de los fieles de ese continente que abandonan el catolicismo”[14]. Y Mons. Raymundo Damasceno, Arzobispo de Aparecida, la razón
que da para la misión es “el crecimiento de los nuevos movimientos religiosos, y también ante la movilidad religiosa, el tránsito de una Iglesia a
otra”[15].
Lo anterior ha quedado confirmado y ratificado en el Discurso del Papa a los participantes de la Plenaria Pontificia Comisión para América Latina
(21.1.07), en que muestra preocupación especial por la forma como “prosperan las sectas y los nuevos grupos pseudoreligiosos”, a lo cual
espera que Aparecida dé una respuesta[16].
¿Cuál será el resultado final de la Conferencia? ¿Qué línea seguirá? ¿Tendrá fuerza suficiente para marcar una nueva etapa en la historia de la
Iglesia en el continente o reafirmará la que vivimos? ¿Cómo será la organización y contenido de la Gran Misión? Esperemos no ocurra lo mismo
que años anteriores. Se celebraron Jubileos, el Año de la Eucaristía y, a nivel Latinoamericano, el Año Misionero (nov.2002-03). Me permito
recordar lo que escribí en el documento antes citado a este respecto: “Estas convocatorias despertaron gran entusiasmo, es cierto. Pero también
hemos de admitir que fue tan fogoso como efímero. No quiero decir que no haya que realizar este tipo de actividades y celebraciones, ni
manifestar públicamente nuestras convicciones religiosas. Pero tiene que ser de otra forma y sin poner en ellas más esperanzas que las que
pueden dar de sí acontecimientos masivos”[17].
Para que la Misión Continental anunciada pudiera detener la corriente involutiva, tendría que hacer realidad lo que dice breve y claramente una
de las aportaciones de Amerindia a la V Conferencia: “Es importante recordar que la meta de la misión no es la Iglesia misma, sino el contribuir a
la edificación del Reino de Dios, cuya plenitud será sin duda en el Reino escatológico, pero que en su dimensión inmanente se identifica con la
construcción de una sociedad capaz de incluir a todos y todas, justa y solidaria”. ¿Se encuentra la Iglesia de América Latina en capacidad de
elaborar un programa de esta naturaleza?.
Algo que tiene que hacernos pensar es que el Concilio y Medellín, despertaron gran entusiasmo evangelizador y renovador en la Iglesia sin que
nadie lo organizara e impusiera. Surgió con espontaneidad. Teniendo en cuenta la forma de pensar y ser de la persona hoy, hay razones más
que suficientes para preguntarnos por el resultado de una Gran Misión Continental organizada desde arriba y cuáles serán sus contenidos.
3. SUPERAR LA INVOLUCIÓN ¿CÓMO?
¿Nos quedaremos con esta sensación de impotencia y decepción al comprobar por dónde va la preparación “oficial” de la V Conferencia y que
“todavía no ha levantado vuelo”?, como dice el P. Cecilio de Lora?[18]. No. La V Conferencia puede ser una oportunidad, independientemente de
su resultado final, para ir poniendo las bases a un período de renovación en el que la Iglesia de América Latina recobre su vitalidad
evangelizadora, entusiasmo y credibilidad, respondiendo a los problemas pastorales planteados por la nueva situación que vive el continente.
Sin negar la importancia de sus conclusiones, el resultado depende principalmente de las personas y comunidades. Recordemos el adagio latino:
“Quiquid recipitur, ad modum recipientis recipitur”. En otras palabras, asumir lo que ofrezca la Conferencia desde una actitud crítica y definida
por el proyecto de Jesús (el Reino), los valores del evangelio, la poca importancia que en él tiene la institución y las estructuras, es lo que
realmente va a marcar su resultado. Además, hay muchos motivos que nos invitan a tener una actitud positiva y esperanzadora, a pesar de
ciertas frases que desconciertan, como la del Papa a la Pontificia Comisión para América Latina en que trata precisamente de la V Conferencia:
“Agradezco... el sentido profundo de renovar vuestro compromiso de servir, cum Petro et sub Petro a la Iglesia que peregrina en América Latina”
[19]. ¿Qué motivaciones invitan a la esperanza?.
3.1. Ser realistas
Una determinada forma de pensar no puede terminar de un día para otro. Es un proceso evolutivo que tiene un principio, su desarrollo y que
apunta a una forma distinta de reflexionar y actuar, pero no a corto plazo. Las ideas se arraigan en la persona y le dan seguridad. Desprenderse
de ellas no es fácil; significa muchas veces quedarse a la intemperie y a nadie le gusta vivir en continua zozobra. Pero se puede ir poco a poco
sustituyéndolas por otras más de acuerdo al momento y necesidades actuales. Por consiguiente, lo que está aconteciendo en la Iglesia desde
pocos años después del Vaticano II y que se ha calificado de “crisis involucionista” por haber perdido el ritmo de la historia, no puede superarse
en unos días. Pero se pueden ir poniendo las bases para adelantar lo que se desea y espera.
El Vaticano II recogió las inquietudes e interrogantes de un buen número de Obispos, teólogos y muchos cristianos. Muchas de ellas quedaron
plasmadas en los documentos finales. Lo mismo ocurrió con Medellín. Su éxito estuvo en saber escuchar y dar una respuesta no teórica sino real
partiendo del pueblo pobre y empobrecido. Éstas son las tareas que hemos de asumir, en vez de esperar que llegue desde arriba lo que
esperamos. Recordemos las palabras de K. Rahner: “La Iglesia sólo se hará presente al irse haciendo de modo continuo mediante la decisión
libre de fe y la libre formación de comunidades”[20]. La involución, por tanto, no va a terminar por decreto, sino por convicciones personales y
comunitarias evangélicas.
3.2. Atreverse a pensar (“Sapere aude”)
Atreverse a pensar -por supuesto, de forma coherente y fiel al evangelio-, siempre ha constituido una fuente de esperanza. Pensar en una
facultad que desarrollamos poco y en estos momentos no es fácil hacerlo. Preferimos que otros piensen por nuestra cuenta. Más, cuando se
interponen motivaciones de tipo religioso e institucional. Esta capacidad nadie puede impedirla ni coartarla, pero sí tenemos que formarla y
aplicarla también a la religión. Decía E. Schillebeeckx: “La razón humana debe usarse al cien por cien en el campo de la fe. Sacar a colación la
obediencia y cerrar los ojos, no es cristiano, no es católico. Es necesario ser creyentes racionales. Es cada vez más necesaria la racionalidad,
sobre todo, para reaccionar contra el fundamentalismo que mina cada vez más a la Iglesia... Yo critico este retorno (a épocas pasadas) porque
los valores modernos de libertad de conciencia, de religión, de tolerancia no son, desde luego, los valores del primer milenio”[21]. Tenemos que
tener visión de futuro, no estar lamentándonos por un pasado que nunca va a volver, y tener coraje para construirlo.
Nadie puede impedirnos vivir de acuerdo a nuestras convicciones ni obligarnos a delegar nuestra libertad y responsabilidad. Recogiendo la
tradición de la Iglesia, dice el Vaticano II sobre la libertad religiosa: “Consiste en que todos los hombres han de estar inmunes de coacción, tanto
por parte de personas particulares como de grupos sociales y de cualquier potestad humana y esto de tal manera que en materia religiosa ni se
obligue a nadie a actuar contra su propia conciencia ni se le impida que actúe conforme a ella en privado o en público” (DH 2.1). Texto que
merece la pena recordar por el nivel a que hemos llegado de ceder ante todo lo que viene de arriba sin detenernos a considerar su valor ni
contrastarlo con el evangelio.
Muchas veces damos la impresión de tener miedo a pensar. Trasladando la voluntad propia a la voluntad del otro, nunca será posible la
renovación y contribuiremos a reforzar lo institucional que, de por sí, es conservador y tiende a reforzar el autoritarismo y la uniformidad. La
característica fundamental que distingue al ser humano del resto de las criaturas es poder pensar. Lo expresa muy bien el lema de la Ilustración
que divulgó Kant y que proviene de Horacio: “Sapere aude”, que podría traducirse como: Atrévete a pensar, o ten valor para usar tu propia
razón.
El psicólogo Scott Peck, dice: “Si pensamos y a otros no les parece, es su problema no el nuestro. Pensar está relacionado con crear un problema
para quienes buscan usar, abusar, controlar o mantener al otro dependiente y con miedo. Esta motivación oculta puede desalentar el poder
personal directamente relacionado con la capacidad para desarrollar una forma de pensar correcta e independiente”[22]. Estas palabras
expresan una realidad comprobable en todos los órdenes, especialmente en el orden religioso, por la sacralidad de que se ha revestido la
autoridad y la estructura dentro de la Iglesia. Por eso, a la hora de un acontecimiento eclesial de tanta trascendencia como la V Conferencia, es
importante atreverse a pensar por cuenta propia para salir del “invierno” eclesial e ir dando los pasos hacia una nueva primavera. Que esto
puede acarrear problemas, es indiscutible. Ya lo adelantó Jesús: “Desde los días de Juan Bautista hasta ahora e reino de los cielos irrumpe con
fuerza y sólo los esforzados entran en él” (Mt 11,12).
Siempre encontraremos apoyo y motivaciones en personas y grupos comprometidos, aunque muchas veces algunos se mantengan en cierta
ambigüedad y tiendan a conservar lo establecido más que a su renovación. A este propósito es reconfortante la aportación de la Conferencia
Episcopal de Brasil. No es un análisis del Documento de Preparación ni ciertas observaciones. Es otro texto totalmente distinto, por su contenido
y metodología. No es de extrañar cuando nos dicen que es una síntesis cualitativa de las aportaciones que han recibido. No parte de principios
abstractos y de proyectos elaborados al margen del pueblo, sino de lo que éste vive, piensa y espera.
3.3. Retomar los logros de la tradición eclesial de América Latina
En la historia reciente de la Iglesia del continente americano, se han dado ciertos pasos que no podemos renunciar a ellos por fidelidad al
evangelio y a la misma Iglesia. Recordemos la letra y, sobre todo, el espíritu del Vaticano II, Medellín y Puebla. En estos tres acontecimientos,
encontramos ciertos aspectos comunes que debemos retomar para ir avanzando en la tradición que nos han legado Recordemos algunos:
3.3.1. Signos de los tiempos
Para evangelizar necesitamos analizar los signos de los tiempos, como lugar revelador del plan de Dios. Recordemos estas palabras de Medellín:
“Interpretamos que las aspiraciones y clamores de América Latina son signos que revelan la orientación del plan divino” (Mens. 3). En la historia
que nos ha tocado vivir, tenemos que aprender a responder a su voluntad y colaborar en su plan de salvación no partiendo de principios teóricos,
por muy elevados que puedan ser. Como dicen muy bien los Obispos del Brasil, en nuestro continente el principal problema (la fuerza
dinamizadora) no es la “sed de sentido” (Doc.Part. c.I), sino “el hambre de pan, con la convicción de que Dios quiere la salvación a partir del
cuerpo”[23]. En la realidad, no desde una oficina, es donde se conocen los enormes desafíos que tenemos que afrontar para que la
evangelización sea acertada y acogida.
Hablando sobre la pobreza en Guatemala como nueva forma de esclavitud, dice Carolina Escobar estas palabras aplicables a cualquier situación:
“Si alguien no puede ejercer sus derechos económicos, sociales y culturales, ¿cómo se le puede pedir que asuma plenamente sus
responsabilidades familiares, laborales y sociales?”[24]. Una frase a la que no sobra absolutamente nada y a la que sólo hay que añadir que en
una situación social de dependencia, desamparo y pobreza, tampoco se pueden pedir responsabilidades religiosas. Esto no necesita muchas
explicaciones sino únicamente ver la realidad y ponerse en el lugar de muchos millones de personas sin lo mínimo indispensable para vivir con
dignidad, expulsados de su propia tierra, sin educación ni trabajo. Y, por supuesto, analizar las causas que conducen a esto. Leemos en los Doc.
de Medellín: “No se puede abusar de la paciencia de un pueblo que soporta durante años una condición que difícilmente aceptarían quienes
tienen una mayor conciencia de los derechos humanos” (Paz, 16). ¿Qué haríamos nosotros en su lugar? Desde una situación de exclusión y
despojo, ¿cómo responderíamos a la invitación de participar en una Misión Continental?.
3.3.2. El Reino como utopía
Uno de los mayores logros de la reflexión teológica latinoamericana después de Medellín, fue reflexionar sobre la importancia y alcance del Reino
de Dios. Es el centro de la predicación y praxis de Jesús, que la exégesis europea de la historia de las formas recuperó en el s.XIX. Su significado
es sencillo. J. Jeremías lo resume diciendo: Dios viene a “restaurar la comunión -que había quedado destruida- entre Dios y el hombre”[25].
El Vaticano II dio el primer paso diciendo que Jesucristo vino a establecer el reino (LG 3, DV 17) y que “la Iglesia sólo pretende una cosa: el
advenimiento del Reino de Dios” (GS 45a). Por consiguiente, hablar de Jesucristo y de la misión de la Iglesia no pueden reducirse a conocer la
naturaleza de Jesucristo y asimilar su doctrina, sino a colaborar para rehacer el plan de Dios. Por eso, las relaciones Reino-Iglesia sólo pueden
plantearse mirando al mundo y no cerrándose a él. Nuestra identidad cristiana no la da lo eclesiástico, sino abrirnos desde el seguimiento de
Jesús al mundo para restablecer las relaciones rotas entre Dios y los hombres. Dice J.M.Vigil, “la principal reforma que la Iglesia necesita sigue
siendo la conversión al Reino, su efectiva puesta al servicio de la Causa de Jesús en un mundo que, estructurado precisamente por el ‘Occidente
Cristiano’, se ha configurado netamente en contradicción con la Causa de Jesús. Nuestra primera obsesión no puede dejar de ser la construcción
de la utopía del Reino, lo que podríamos llamar un nuevo orden mundial marcado por unas relaciones correctas de justicia, amor, paz y
liberación”[26].
Desde este punto de vista, muchos problemas que se han planteado los últimos años en la Iglesia como el pluralismo religioso, el rigorismo
ortodoxo, el lugar social de la Iglesia, la excesiva importancia dada a la estructura e institución, etc. no tienen tanta importancia y son muy
relativos. Lo único absoluto es el Reino, como lo fue para Jesús, y desde él hay que considerar todo lo demás. Este Reino ha de comenzar por
quienes están o se han quedado al margen de este mundo, como son los pobres y excluidos. Por eso, Gustavo Gutiérrez, en su reflexión para la
V Conferencia, vuelve a repetir lo que tantas veces ha dicho: Ser discípulo es proclamar el reino “desde el reverso de la historia” para que los
pobres y oprimidos entren a formar parte de ella[27].
3.3.3. Humanismo
Desde hace muchas décadas, podíamos decir siglos, América Latina ha figurado en las páginas de los periódicos y medios de comunicación
social, no precisamente por su estabilidad social y política, sino todo lo contrario: inestabilidad, corrupción, violencia, injusticia, etc. La falta de
humanismo es una de sus características más acentuadas.
En un continente con recursos suficientes para vivir todos con dignidad y donde la mayor parte se confiesan cristianos, encontramos la gran
contradicción de la explotación, exclusión y muerte prematura. Los pocos ricos y los muchos pobres, la mayor parte de sus gobiernos que han
defendido los intereses de la clase pudiente, la escalada de violencia que todo esto genera, tienen “las venas abiertas” de este continente -en
expresión de Eduardo Galeano-, que se está desangrando día a día. La injusticia, el expolio, la destrucción y el sometimiento, cuando se trata de
América Latina, son palabras que expresan no las consecuencias de una batalla ganada por unos y perdida por otros, sino la realidad de cada día
que nos ofrecen los medios de comunicación. Nuestra situación tiene más características de guerra enraizada que de paz y desarrollo.
Esta realidad indica que la presencia de la Iglesia -“sacramento de Cristo” (LG 1)-, tiene que ser la del samaritano que sale de su camino para
practicar la solidaridad con los más pobres y renovar continuamente su cercanía a ellos, mostrando así el rostro compasivo y misericordioso de
Jesús. Por eso, D. Bonhoffer, que sufrió en carne propia las atrocidades del cautiverio y las torturas, dice que “ser cristiano… significa ser
hombre[28]. Y ¿a qué otra cosa mejor podemos aspirar después de que el Hijo de Dios se hizo hombre?.
Pero no es solamente en la sociedad donde se ha perdido el humanismo, sino a todos los niveles. También en el religioso. Las apariencias, el
miedo, la falta de espontaneidad y libertad, son frecuentes. Las estructuras tienen más importancia real que las personas. No importa la felicidad
de éstas sino el éxito de aquellas. Tener autoridad se ha confundido con tener razón. La fidelidad a la autoridad, el autoritarismo y centralismo,
son las primeras lecciones que aprenden quienes están constituidos en poder, sea grande o pequeño. Pueda parecer exageración, pero la
realidad, las personas que sufren calladamente las arbitrariedades y abusos de poder y autoridad, lo confirman.
Ante esta realidad, hemos de recuperar el humanismo y sensibilidad tanto ad intra como ad extra, tan característicos de los años después del
Concilio y Medellín, heredados de Juan XXIII[29]. Percibimos enseguida la falta de humanismo en la sociedad. Con los mismos ojos tenemos que
mirar hacia dentro. El humanismo es una tarea pendiente que no podemos ni soslayar ni postponer. La persona es imagen de Dios, creada para
ser feliz, que tiene sólo una oportunidad para realizar esta finalidad y no puede perderla ni permitir que otros se lo impidan. Por otra parte,
encontramos que la persona es cada día más sensible a todo cuanto pueda afectar sus derechos fundamentales, venga de donde venga.
El Vaticano II había advertido que el mundo es cada vez más sensible a todo lo humano y tenemos que ayudarle a alcanzar este objetivo: “Nace
un nuevo humanismo, en el que el hombre queda definido principalmente por su responsabilidad hacia sus hermanos ante la historia” (GS 55).
Las manifestaciones frecuentes de personas y grupos reclamando sus derechos, la voz de las clases populares, la sensibilidad cada día mayor
ante lo que pueda herir o marginar, nos está diciendo que este logro no podemos dejarle de lado. Cualquiera que tiene alguna autoridad en la
Iglesia o un grupo religioso es más dado a imponer que a la ternura y al diálogo.
Conocemos la cercanía que ha tenido la Iglesia como institución los años después del Concilio y Medellín. Esto despertó la atención de muchos y
fue la razón por la que se hizo tan atractiva. Tenemos necesidad de recuperar esta actitud y la V Conferencia es el kairós desde el que Dios actúa
y nos llama a ser más humanos. La Plegaria Eucarística V/b, expresa de forma breve el objetivo que hemos de alcanzar: “Danos entrañas de
misericordia ante toda miseria humana, inspíranos el gesto y la palabra oportuna frente al hermano solo y desamparado, ayúdanos a mostrarnos
disponibles ante quien se siente excluido y deprimido. Que tu Iglesia, Señor, sea un recinto de verdad y de amor, de libertad, de justicia y de
paz, para que todos encuentren en ella un motivo para seguir esperando”. Estas palabras recogen el ideal a que tenemos que aspirar y que
algunos pequeños grupos y comunidades están haciendo realidad en su vida y organización interna.
3.3.4. Relativizar y renovar las estructuras e instituciones
Éstas son formas en que se encarnan las ideas y proyectos. Por eso, para renovarse es indispensable no sólo renovar las ideas, sino desmitificar
las estructuras y renovar las instituciones. Mientras se quieran mantener las mismas estructuras, será imposible poner fin al proceso de
involución que vivimos. La Conferencia Episcopal de Brasil es bien consciente de ello. Por eso, entre las directrices pastorales que presentan a la
V Conferencia proponen “la reforma de las estructuras de la Iglesia, como una prioridad de acción evangelizadora”[30].
Si nos fijamos en el proceso que ha tenido la Iglesia después del Concilio, observamos que una de las deficiencias más notables ha sido
precisamente que las ideas no se han encarnado en estructuras. Si queremos una figura distinta con el mismo molde, es totalmente imposible.
Ya lo adelantó Jesús: “A vino nuevo, vasijas nuevas” (Mc 2,22). Los pequeños logros que se han conseguido después del Concilio y Medellín en
América Latina tenemos que retomarlos, no olvidarlos.
Recordemos lo que decía K. Rahner: “La tendencia fundamental en nosotros es la defensa de lo recibido, no la preocupación por una situación
que está viniendo. Se dice a menudo que la función propia del estamento oficial es, en primer término, defender y conservar lo ya existente,
dejando más bien a otras fuerzas dentro de la Iglesias lo venidero, lo nuevo, que hay que configurar creativamente”[31]. Recojamos este reto y
trabajemos provisoriamente por la Iglesia, no nos entretengamos en lo que más temprano que tarde tiene que desaparecer.
3.4. Vivir con espíritu de fe
Aunque este aspecto lo indique en último lugar, es el primero y el que tiene que iluminar nuestra andadura hasta la celebración de la Conferencia
y su recepción. La fe al estilo de Jesús, “el que la motiva y lleva a la perfección” (Hb 12,2). La fe es confianza en Dios antes que en los hombres,
tener en cuenta los criterios del evangelio antes que la forma tan caprichosa como muchas veces se ejerce la autoridad, observar lo que ocurre
en nuestra sociedad y recordar las palabras de Jesús: “Entre ustedes no ha de ser así” (Mt 20,26); es vivir el novedoso mensaje cristiano yendo,
como Jesús, más allá de lo legal, sin pensar en grandes masas sino en ser “luz del mundo” y “sal de la tierra”.
La fe es o que ha mantenido a muchas personas y comunidades durante las etapas de la represión militar en América Latina; lo que ha dado
fortaleza y fidelidad a los mártires del continente y lo que tiene que seguir animándonos: “Rodeados de una nube tan densa de testigos,
desprendámonos de cualquier carga y del pecado que nos acorrala; corramos con constancia la carrera que nos espera, fijos los ojos en el que
inició y consumó la fe, en Jesús” (Heb 12,1-2).
Termino con unas palabras de Roberto Oliveros que –desde la fe- nos abren a la esperanza de que Aparecida sea el principio de la renovación
eclesial que esperamos y, por tanto, del fin de la involución:
“Como la historia lo demuestra, el Espíritu Santo también participa (en Aparecida). Y es claro que nosotros también: en nuestra historia salvífica
Dios es Emmanuel, Dios con nosotros, o sea no un Dios sin nosotros, y por ello se justifican algunos de nuestros temores. Muchos motivos
mueven al escepticismo y a temores ante la próxima Conferencia. Razón mayor para orar al Señor que envíe abundantemente su Espíritu como
recientemente lo hemos experimentado en el Vaticano II, Medellín y Puebla. ¿Quién esperaba en los meses previos al Concilio y Medellín que
surgiera tal vitalidad evangélica y profética? Frecuentemente afirmamos que creemos en el Espíritu Santo. Con el favor de Dios, no me perderé
ese nuevo capítulo de Dios y nosotros (nuestros obispos y nosotros: ‘hemos decidido el Espíritu Santo y nosotros...” (Hch 15,28)”[32].
Aparecida es una oportunidad para captar la presencia silenciosa y sonora de Dios en la vida de las personas, acontecimientos y comunidades de
América Latina, para apropiárnosla y expresarla al estilo de Jesús, guiados por su Espíritu.
Conclusión
Quizá alguien se sienta un poco decepcionado por no encontrar respuesta a la pregunta con que comencé esta reflexión: “Aparecida, ¿fin o
reafirmación de la involución eclesial?”. La respuesta tiene que darla cada uno. Las páginas anteriores son para ayudar a tomar una opción
personal para asumir y vivir la V Conferencia: Con el espíritu de Jesús, del evangelio, del Vaticano II y Medellín. o anteponiendo a lo anterior
mentalidades, estructuras y proyectos que, teniendo en cuenta la forma cómo el mundo evoluciona, no tienen futuro. “Al no percibir claramente
este mundo, la conciencia propia de la Iglesia concreta se convierte muy a menudo en una curiosa mezcla de terco conservaduri smo y una
desesperación inconfesada”[33]. ¿No es algo de esto lo que nos está pasando?. (Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus
artículos, indicando su procedencia).
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Notas
[1] Dictatus Papae, en E. Drewermann Clérigos. Psicograma de un ideal, Trotta, Madrid 2005, p.413.
[2] Ver texto en Denzinger-Schönmetzer, Enchiridion Symbolorum Definitionum et Declarationum de rebus fidei et morum, Ed. XXXVI, Herder,
Barcelona 1073, nn. 2901-2980.
[3] Merece la pena recordar la anécdota. Durante una audiencia en su biblioteca, alguien preguntó a Juan XXIII el objetivo que deseaba alcanzar
el Concilio. “Mire, contestó dirigiéndose al mismo tiempo hacia una de las ventanas que dan a la Plaza de San Pedro. Y abriendo la ventana,
continuó: “Esto va a hacer el concilio: que entre un poco de aire fresco en la Iglesia”. El día antes de morir (3 junio 1963), decía el Car. Montini
(su sucesor), en la Catedral de Milán: “Bendito sea este Papa, que nos hizo gozar en el mundo” (Cf. Carlos María Aguirre, Juan XXIII y “Un poco
de aire fresco”, en Criterio 2271, Mayo 2002).
[4] Imhof, P. La fe en tiempo de invierno, Desclée, Bilbao 1989, p.45.
[5] Véanse a este respeto los Documentos de Santa fe (1980-1986) y el Informe Kissinger (1984).
[6] Carta a Ellacuría, 27.10.06.
[7] A. García-Zamorano, El Documento de Participación. Visión de Conjunto, en Voces del Tiempo 53 (2006), p. 47.
[8] Conferencia el 16.1.07, en Zenit, org.
[9] Conferencia pronunciada el 2 diciembre 2005, en Königstein (Alemania). Estamos a final de marzo y todavía no se ha publicado, ni siguiera
anunciado, el documento anunciado.
[10] Documento de Medellín. Conclusiones, Pobreza, 2.
[11] Documento de Puebla, n.89.
[12] Para confirmar lo que acabamos de decir y cuál es la mentalidad que predomina en quienes más influencia tendrán en Aparecida, el
Cardenal Juan Luis Cipriani, arzobispo de Lima, el día 5 de marzo 2007, en una misa en la Catedral presidida por el Card. Errázuriz, afirma que la
crisis planetaria, junto con la participación de los fieles laicos, reclama “una cruzada de promoción de valores cristianos”.
[13] La palabra “reino”, central en el mensaje e identidad de Jesús, sólo aparece una vez citando el prefacio de la solemnidad de Jesucristo, Rey
del universo (n.11).
[14] Encuentro con los periodistas, 12 enero 07.
[15] Entrevista 16 abril 06.
[16] En la audiencia a los Nuncios apostólicos en América Latina (23 febrero 2007), vuelven a tomar el mismo tema tanto el Card. Bertone,
Secretario de Estado, al presentar al Papa a los nuncios, reunidos en el Vaticano para preparar la V Conferencia del Celam, como el Papa en el
discurso que les dirigió.
[17] Loc. cit., p.53
[18] Ex-Secretario adjunto del Celam en tiempos de Medellín con Mons. Eduardo Pironio. Entrevista en Quito (Ecuador) el 14 noviembre 2006.
[19] Discurso a los participantes de la Plenaria de la Pontificia Comisión para América Latina (21 enero 2007). Las palabras subrayadas están
resaltadas en el texto original. El mensaje que contienen es claro.
[20] Cambio estructural de la Iglesia, Ed. Cristiandad, Madrid 1974, p.132.
[21] Soy un teólogo feliz, Ed. Atenas, Madrid 1994, pp.122 y 73.
[22] The road less traveled and beyond, Simon & Schuster, New York 1997, p.44.
[23] Sintese das contribuicoes da Igleja no Brasil à Conferência de Aparecida, Observacoes gerais, 1.b).
[24] Prensa Libre (Guatemala), 22 enero 07, p.14.
[25] Teología del Nuevo Testamento I, Sígueme, Salamanca 2001, p. 125-126.
[26] Libertad a la intemperie. Sobre las necesaria reforma de la Iglesia católica. En Internet, Revista RELat, 308, p.5.
[27] Seguimiento de Jesús y opción por el pobre, Páginas 201, Oct.06, 17-18.
[28] Resistencia y sumisión, Ed. Sígueme 2004, p.253.
[29] Cf. Carlos María Aguirre, Juan XXIII y “Un poco de aire fresco”, Criterio 2271, Mayo 2002.
[30] Loc. cit., cap. IV, 2.1.d).
[31] Loc. cit., p. 34.
[32] En Memoria del proceso hacia la V Conferencia, Internet.
[33] K. Rahner, op.cit., p.26.
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